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Mensaje por NathalyUlrrich 2/8/2010, 3:03 pm

mas belloooooooossssssssss..
aunqu me preocupó eso de no nos hemos protegido.. lo que falta es que Bella salga embarazada antes de casarse.
nooooooooooooooooooo
affraid
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Mensaje por evan anthony 6/8/2010, 4:39 pm

pues no se mucho de esto me podrian decir cada cuanto publican pero la
verdad muy bonito ubo momentos crueles me hicieron llorar
si un bebe estoy ke apenas me aguanto sola de la emocion asi ke
para cuando los proximos capiss??? affraid

evan anthony

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Mensaje por Atal 17/8/2010, 11:31 pm

Amigas despues de tanto tiempo en espera les regalo los cuatro capitulos ...jejeje
por fin de vueltas
besos
dejen sus huellas jejej Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 275394


Capítulo 31: Volviendo a vivir

EDWARD PVO

Desperté casi a media mañana, después de un gratificante y reparador descanso, cómo hacía mucho que no tenía. Me estiré a gusto, recordando con una sonrisa el día anterior... y haciéndome todavía a la idea de que no era un sueño. Me giré al lado contrario, encontrándome la cama vacía. Las sábanas revueltas y la almohada ligeramente hundida dejaban ver que no había dormido solo, que mi niña estaba aquí, conmigo... aparte del característico perfume de Bella, que estaba por toda la habitación.

Me incorporé lentamente, buscando mis boxers, que encontré en una silla, puestos ahí por Bella, estaba más que seguro. La puerta del baño de abrió, apareciendo mi novia, más guapa que nunca, si era eso posible, con unos pantalones vaqueros piratas, unas sandalias blancas y una camiseta, blanca con dibujos negros. Venía secándose el pelo con una toalla, e intentando no hacer ruido. Al verme despierto su preciosa sonrisa apareció de nuevo, acercándose a mi. Sus ojos volvían a tener ese brillo tan característico de ellos, y el leve rubor en sus mejillas hacía que ya no se viera tan pálida y triste.

-Buenos días; siento haberte despertado- me dijo una vez paró a mi altura, dejando la toalla encima de la cama. La rodeé con mis brazos, estrechándola entre ellos.

-Buenos días cariño, no me has despertado- le aclaré, agachando la cabeza y dándole un beso, que ella devolvió gustosa.

-Echaba de menos mis besos de buenos días- le dije con una sonrrisilla pilla e inocente. Rió por mi comentario, mientras se acomodaba entre mis brazos.

-Ahora te los daré todos los días- me aclaró.

-Y no sabes lo que me gusta esa parte de la cuestión- añadí -¿cómo estás?- mi voz cambió a un tono un poco serio. Evidentemente, estaba irradiando felicidad por los cuatro costados... pero me preocupaba mucho Bella, no quería que estuviera tan asustada e intimidada.

-Ahora estoy tranquila y relajada, más o menos- aclaró con un gracioso mohín- tengo muchas preguntas que hacerte- me señaló, sonriendo avergonzada- pero si te soy sincera, ha sido la primera noche en mucho tiempo que he dormido del tirón- susurró en voz baja.

Besé el tope de su cabeza, intentando tranquilizarla un poco.

-No sabes cuánto he extrañado tus abrazos- me explicó, apoyándose más en mi- siento que nada me puede pasar dentro de ellos-.

-En eso llevas razón; si alguien te vuelve hacer el mínimo daño, responderá ante mi, y no seré tan benevolente- en mi fuero interno, jamás me perdonaría por cómo la traté aquella noche... sus lágrimas se grabaron en mi mente... y a veces esa imagen volvía, torturándome. Ella me miró, con el ceño fruncido.

-Edward... eso ya pasó; por favor... ahora sólo tenemos que preocuparnos de los ajetreados meses que nos esperan. Tienes que enseñarme muchas cosas- explicó, mientras aparecía una sonrisa de nuevo en su cara.

-Mi niña manda... pero primero me voy a duchar, y luego vamos a desayunar; estás muy delgada- le dije con cierto reproche. Rodó los ojos, mientras salía de mis brazos y volvía a entrar en el baño, para terminar de prepararse.

Quince minutos después, salíamos arreglados, camino del comedor. Por el camino nos encontramos con mi hermana y con Jasper, que ya habían desayunado.

-Buenos días- les saludó Bella, con una sonrisa.

-Ya era hora... son casi las once de la mañana- dijo la pequeña duende, haciendo que mi novia se pusiera roja.

-Estaba cansada del viaje- se excusó inocentemente. Jasper me miraba con una sonrisa pícara, que yo intenté ignorar, resignado.

-¿Papá y mamá?- interrogué.

-También han desayunado. Se han ido a dar una vuelta; Bella, después te veo, tenemos que hablar- mi hermana no dejaba de dar saltitos mientras hablaba.

-Está bien, pero cálmate; sino no llegarás viva a junio- le recomendó, divertida. Una vez conseguimos llegar al comedor y desayunar tranquilos, Bella tomó mi mano, conduciéndome a los jardines. El día estaba un poco frío y con niebla.

-Veo que empieza el interrogatorio- objeté, viendo la expresión de su carita, señal de que estaba pensando algo qué decir. Al de un minuto, por fin habló.

-¿Dónde viviremos cuándo estemos casados?- entrelacé nuestros dedos, y empezamos a caminar.

-Pues... en Londres- repuse divertido. Ella me miraba con una ceja arqueada.

-Eso ya lo sé; me refiero el sitio concreto- explicó con un suspiro de paciencia -¿por qué te encanta hacerme rabiar?- preguntó en un murmullo, pero la oí.

-Refunfuñando eres adorable, ya te lo dije una vez- contraataqué, mientras me acercaba a ella y dejaba un beso en su frente -volviendo a tu pregunta... en Buckingham. Tendremos nuestra propia ala privada, en palacio, al lado de las dependencias privadas de la familia- ella asintió con una sonrisa.

-Me lo imaginaba. Así no nos separaremos mucho de tus padres y del personal- meditaba en voz alta.

-Y si queremos intimidad, te aseguro que podemos evitar cruzarnos con alguien; ya sabes que eso es inmenso- apostillé -en septiembre, al volver a Londres, empezarán con las reformas. Creo que estos meses tendremos que mudarnos a otra habitación, mientras tanto-. Proseguimos el paseo, y otra pregunta apareció en los labios de mi niña.

-Veintitrés de junio... ¿dónde?-.

-Una vez te pregunté cual preferías. Por volumen de invitados sólo tenemos esas dos opciones- le recordé sonriendo -¿cuál te gusta más?-.

-Personalmente, me gusta más la catedral de St. Paul- dijo ella -¿qué te parece?, ¿prefieres Westmister?-.

-A mi también me gusta más St. Paul- confesé -mis padres se casaron en Westminster, pero mis abuelos- le conté, jugando con el anillo de su mano- se casaron en la catedral-.

-¿De verdad?; nunca me lo habías contado- me interrogó sorprendida. Asentí con la cabeza, mientras pasaba un brazo por sus hombros. Ella rodeó mi cintura con uno de los suyos, tomando mi mano que quedaba libre entre la suya.

-¿Podremos prepararla nosotros?; es decir, sé que tendremos que pedir ayuda, por toda la gente importante que vendrá y esas cosas... pero me gustaría poder ayudar en algo- preguntó con cautela.

-Claro que sí, cariño. Y tu padre y Sue también deben dar su opinión. Por eso no te preocupes, será una boda preciosa... y nos ocuparemos personalmente- le aseguré -en el fondo, a mi también me gustaría ocuparme del asunto, y no dejar que la organización del protocolo la organice- me dio la razón, suspirando tranquila.

-¿Habrá muchos invitados?-.

-Pues... a ver; representantes de las Casas Reales, jefes de Estado, aristocracia- ella me miró, sin entender -Jasper es el duque de Norfolk... pero hay más gente con título de nobleza, ya los conocerás- le expliqué- personalidades... y obviamente, familia y amigos- terminé de enumerar.

-¿Podré invitar a Ángela, y a Ben... y mi padre podrá invitar a gente de Forks?-. Me paré de repente, extrañado por la pregunta.

-¿Por qué preguntas eso?-.

-Es que... no es una boda normal, por decirlo de alguna manera, y quizá el protoc... la callé con un pequeño beso, era la única forma.

-Bella... por encima de todo eso, es nuestro día... tu día... y por supuesto, tu padre tiene carta blanca para invitar a quién quiera; es la boda de su hija- le expliqué -olvida un poco el tema del protocolo; no te agobies con eso. Verás que no es para tanto... pero una vez volvamos a Londres, Maguie te va a volver loca... ya hay algunos compromisos cerrados... y un par de viajes... y ahora vas a venir conmigo- le dije con una pequeña risa.

-Es lo que llevo esperando. Me sé la teoría, más o menos... tendré que acostumbrarme a ir de tu brazo- dijo ella, soltándose de mi agarre y dándome el brazo, mirando nuestros cuerpos y la posición de ellos -si te doy la mano... ¿me salto el protocolo?- interrogó curiosa.

-Ya lo averiguarás el día del anuncio del compromiso- respondí, divertido por las ocurrencias de mi niña -cuándo vayamos a algún acto con mis padres, tu estarás a mi lado. Yo debo estar unos pasos por detrás de los reyes... pero tú a mi vera... independientemente si aun estamos solteros... menos cuándo sea un acto militar, a menos que quieras venir conmigo, a pasar revista a las tropas- sonreí por la ocurrencia, mientras ella me golpeaba juguetonamente el brazo.

-Me quedaré sentadita, no te preocupes.- respondió medio riéndose. Continuamos con nuestro relajado paseo, entre risas y preguntas. Al final llegamos a nuestro lugar secreto, ese en que tanto aquí como en Londres, nos perdíamos del mundo.

-Echaba de menos este sitio- me acomodé con la espalda apoyada en el árbol, y ella se sentó a horcajadas encima mío, escondiendo su carita en mi cuello. Pasé las manos por su espalda, y pude sentir su ronroneo, señal de que estaba cómoda.

-¿Alguna pregunta más?- interrogué.

-Uffsss... me quedan un montón; pero ya las haré. Ahora sólo quiero estar contigo- susurró, su aliento hizo cosquillas en mi cuello, poniéndome la carne de gallina.

Nos quedamos callados, disfrutando simplemente de la compañía del otro. Su pequeño cuerpo, amoldado al mío, se estremecía cada vez que pasaba una mano por su espalda. No nos dimos cuenta de que mis padres se acercaban a nosotros, iban de la mano, hablando, hasta que se percataron de nuestra presencia.

-Cariño, mis padres- le susurré, dejando un pequeño beso en su mejilla. Miró para atrás, levantándose en el acto.

-Buenos días hijos- nos saludó mi padre, mientras nos acercábamos a ellos.

-Buenos días- respondimos a coro.

-¿Has descansado del viaje?- mi madre se acercó a Bella.

-Lo necesitaba- dijo mi novia, agarrándose de su brazo.

-Bella, ¿te importa que te robe a tu prometido?; sólo será una hora, a lo sumo- le preguntó mi padre. Ella asintió con la cabeza.

-Volveré enseguida, te lo prometo- dejé un pequeño beso en sus labios, para alejarme con mi padre.

0o0o0o0o0o0o0o

Me quedé con Esme, mirando cómo se alejaban los dos y entraban en el palacio.

-¿Quieres pasear?; hace mucho que no hablamos- me dijo ella, guiñándome un ojo. Nos perdimos por los jardines, cómo siempre habíamos hecho.

-¿Eres feliz?- la pregunta de Esme me sacó de mis cavilaciones.

-Mucho... a veces creo que estoy soñando- musité, mirando mi anillo. Me giré hacia Esme, mirándole la mano y buscando el suyo. Ella se dio cuenta de mis intenciones, y elevó el brazo. Un impresionante anillo, con una preciosa esmeralda rodeada por diamantes, relució.

-Impresiona cuándo lo ves- me explicó -lo primero que le pregunté a Carlisle era a ver si era de verdad- dijo con una risa.

-También yo hice eso- respondí cómplice, bajando la vista del nuevo al mío. La luz natural hacía que las aguamarinas adquieran una tonalidad un poco más oscura, sin llegar al tono de los zafiros, aparte del brillo del diamante central.

-Es precioso- murmuré -¿a Carlisle no le importa que lo lleve yo?-.

-En absoluto Bella; está más que orgulloso de ello. Se os nota la felicidad a leguas... sé que lo has pasado muy mal hija, al igual que Edward. Todos estos meses he hablado con Sue, y con Alice y Rose; me iban contando-.

-Sue nunca me lo dijo... pero sabía que por algún lado u otro, lo sabrías- repuse.

-Pero todo eso ya ha pasado... ahora estáis juntos, vais a casaros... podrás acompañarle. Edward lleva esperando eso mucho tiempo. Conozco a mi hijo, y sé que nada más verte, el primer día de universidad, se enamoró de ti- me contaba.

-La primera vez que le vi fue en la televisión, en un programa de la prensa del corazón. Salieron imágenes vuestras... y después él con Alice- le conté, recordando esos tiempos.

-¿Y qué te pareció?- la curiosidad de mi suegra, rozando el cotilleo, me hizo mucha gracia.

-Guapísimo- al decir ésto, me puse roja de vergüenza -lo que jamás me podía imaginar, es que compartiría clase con él... gracias a que llegué tarde, me tuve que sentar a su lado- seguía relatando. Esme me escuchaba atenta e interesada.

-La primera vez que me dijo que me amaba casi me caigo del susto- recordé con una sonrisa -pero tenía miedo, de no ser adecuada para él, de causarle problemas... pero también le amaba... aunque pensara que el sacrificio estaba en que yo renunciara a nuestra felicidad- Esme me miraba sin comprender.

-Después de todo lo ocurrido, con el lío de las fotos y de nuestra ruptura... tenía miedo de lo que pensara la gente. Me pidió que me casara con él antes de irme a Forks... le dije que no; pero mi padre...- le expliqué, pero me interrumpió.

-Eso me lo contó Sue ayer. Créeme, te entiendo mejor que nadie. Yo también he pasado por esos temores- me relataba.

-Pero no puedo estar sin él... me va a costar acostumbrarme a ésto... per...- me cortó.

-Todos vamos a ayudarte, eso ya lo sabes. Aprovechad estas semanas... en cuánto volvamos a Londres, empezará el jaleo- me recordó.

-Eso me lo puedo imaginar... Edward me ha explicado dónde viviremos... y hemos decidido el lugar de la boda- le conté. Ella me miraba, esperando las novedades.

-En la catedral; nos gusta más que Westminster- le aclaré.

-Es muy bonita. Después habrá cena y baile en palacio- me explicó.

-¿Habrá celebraciones unos días antes, cómo en el resto de los países europeos?- indagué curiosa.

-Eso lo hablaremos; tres días antes es el cumpleaños de Edward... pero si, habrá cena de gala, y seguramente, el gobierno organizará actos en vuestro honor, para todos los invitados. Podríamos hacer que coincidiera con su cumpleaños- digería las palabras de Esme, pensando las reacciones.

-¿También podrán ir mi familia y amigos?, ¿o sólo es para los invitados reales?-.

-Claro que podrán venir, cielo. Por eso en septiembre, el día del anuncio, tu padre y Sue estarán aquí. Vamos a empezar a discutir todas esas cuestiones... pero obviamente, tu familia y amigos son invitados prioritarios... por mucho rey y presidente que venga- me tranquilizó.

-¿Estabas muy nerviosa el día que se anunció vuestro compromiso?-.

-Un poco, pero Carlisle me tranquilizó. Al final fue todo bien... y el vuestro será así... te preocupas demasiado- dijo palmeando mi mano.

-¿Qué me pongo?- murmuré, resoplando fastidiada... pero Esme me oyó.

-Alice te ayudará con eso. No tienes que vestir muy seria, eres joven. Hoy en día hay trajes muy juveniles, para todas las ocasiones. No tienes que ir con un traje chaqueta serio y recatado. Hoy en día hay trajes muy bonitos y actuales, vestidos y abriguitos a juego, vestidos de fiesta... bolsos, sombreros, tocados... tranquila por eso-.

-Tendré que renovar mi vestuario- musité -quiero estar bien- dije, mordiéndome el labio -voy a arruinar a Charlie y Sue-. Ella rió divertida, por mi comentario.

-En parte... y otra parte te lo regalaré yo misma- me ofreció.

-Esme... no quiero que gastéis todo ese dinero- protesté.

-Debo convertirte en la mejor princesa que haya tenido Gran Bretaña. Tómalo cómo mi regalo... y el de Alice- estaba asombrada, eran todos tan generosos conmigo.

-Sin embargo, el traje de novia te lo van a regalar tu padre y Sue, ayer me lo dijeron- me confesó cual secreto de estado -¿tienes una idea de lo que quieres llevar?-.

Suspiré... mi traje de novia... algo sí había pensado. Iba responderla, cuándo vimos a Edward y Carlisle acercarse a nosotras.

-¿Ya habéis terminado?- le preguntó Esme a su marido.

-Si, ahora te contará Edward- me dijo mi suegro.

-¿Hay algún problema?- pregunté asustada. Edward se acercó a mi, rodeándome la cintura.

-No cariño. Simplemente iba a contarte nuestro primer viaje oficial- dijo con una sonrisa inocente. Abrí los ojos, por la sorpresa.

-Iba a ir yo sólo... pero dado los acontecimientos, ahora tendré compañía. ¿Qué piensas de ir a Italia?- literalmente pegaba saltitos, al igual que mi cuñada.

-¿De verdad?, ¿cuándo nos vamos?- interrogué.

-A finales de octubre, una semana. Los próximos viajes serán cuándo hayamos hecho los exámenes finales, en febrero. Estaremos tres días en Roma; se inaugura el nuevo edificio de la Embajada, y hay algunos actos más a los que tendremos que asistir. Después, los cuatro días restantes, nos dedicaremos a hacer turismo, de forma privada-.

-¿Podemos hacer eso?- mi mente vagaba ilusionada, imaginándome a los dos, paseando de la mano, cómo una pareja normal, por las calles de Roma.

-Claro que sí. Estos años he ido sólo a los viajes, o con mis padres y mi hermana... de modo que cumplía mis obligaciones, y para casa- me relató -recorreremos Roma dos días... después nos vamos a Venecia- me llevé las manos a la boca, impresionada y feliz.

-Esta es una de las ventajas de nuestro trabajo- decía Carlisle, pagado de si mismo.

-¿Te hace ilusión?- sondeó mi novio, mirándome fijamente. Me lancé a sus brazos, riendo contenta.

-Claro que sí... es un sueño; gracias por dejarme ir. Sé que los primeros días tendremos trabajo -aclaré- ante la divertida mirada de Esme y Carlisle.

-Vaya... ella se lo toma más en serio qué tu- decía Carlisle, picando en bromas a su hijo.

-Gracias por tu confianza, papá- le devolvió la broma, ante las risas del resto. Nos dejaron a solas, y le di un gran beso a Edward, en agradecimiento.

-¿Y eso?- preguntó divertido, una vez le liberé.

-Por todo... ir a Italia siempre ha sido uno de mis sueños... bueno, conocer Europa- le recordé. El negó con la cabeza, acariciando mi mejilla con la palma de su mano.

-Hay tantos lugares qué quiero enseñarte... y ahora tendré la oportunidad de hacerlo- me dijo, sonriendo contento.

-Y no podría tener un guía mejor- añadí, guiñándole y ojo y besándole otra vez, con mi corazón de nuevo en su lugar, cómo siempre debió haber sido.

0o0o0o0o0o0o0o0o0

Esas semanas de agosto pasaron muy rápido. Apenas me separé de Edward; después de tantos meses alejados, lo único que queríamos era estar juntos, y disfrutar de nuestra mutua compañía.

Finalmente, mi examen se adelantó unos días, de modo que en vez del ocho, lo tuve el tres de septiembre, y gracias a dios, lo aprobé sin problemas. Regresamos a Londres dos días antes, coincidiendo con la vuelta de Emmet y Rosalie. Mi amiga, nada más verme, se arrojó a mis brazos, felicitándole y brincando de alegría según le iba contando las novedades. Se pasó media hora con su cara pegada a mi mano, girándola y alejándola, para observar el anillo y estudiarlo con todo el detenimiento del mundo.

Emmet también me dio uno de sus abrazos de oso, hasta que Edward le paró, viendo mi cara, verde del mareo... pero con Edward hizo lo mismo, cogiéndole y dándole vueltas cómo si estuvieran bailando. También recibimos la felicitación del personal; todavía recordaba emocionada cómo nos abrazaron Emily y Maguie. Después de hablar con mi padre y Sue unas cuantas veces, quedaron en que llegarían el día veinte a Londres. El día para el anuncio quedó fijado el veintitrés, pero se mandaría una nota de prensa sólo dos días antes, convocando a los medios y dando la noticia de forma oficial.

Finalmente, tuve que renunciar a la beca; no estaba bien visto que la futura princesa de Gales estuviera becada, dado los recursos económicos que tenía la familia real; después de largas conversaciones entre nuestros padres, al final Charlie no dio su brazo a torcer, diciendo que el se encargaría gustoso de mi último año de estudios, pese a las protestas de Carlisle, que insistía en hacerse cargo.

La casa real también habló con el decano del King´s College; claro está, le tuvieron que contar la situación, rogándole encarecidamente que por favor, no dijera ni una palabra acerca de la boda, hasta que se hiciera oficial. Aceptaron nuestra petición sin problemas. Había algunas asignaturas de cuarto que tendríamos que estudiar los dos cuatrimestres de golpe; otras en las que podríamos complementarlo con trabajos y ensayos... y el proyecto de fin de carrera, por llamarlo de alguna manera. Finalmente, decidimos que escribiríamos el proyecto final, para exponerlo a finales de mayo, delante de un tribunal evaluador, junto con otros alumnos de quinto curso.

Ayudada por Rose y un empleado de palacio, recogí las pocas cosas que había dejado en el apartamento del campus de Grenwich, para llevarlas al que sería mi hogar a partir de ahora. Por orden de Carlisle y Esme, Preston había mandado llamar a un arquitecto, para que hiciese el proyecto de lo que sería nuestra casa, por decirlo de alguna manera. Cómo las obras estaban por empezar, decidimos pasarnos a otra habitación, de modo que estuvimos dos días de mudanza. Un poco apartadas del resto, teníamos una pequeña sala, con un espacio para estudiar, el dormitorio y un enorme baño... y un pequeño cuartito pequeño, que sería, cómo decía Alice, mi armario provisional... aunque fuera un poco más pequeño que mi cuarto de Forks.

La prensa se dio cuenta de que había ajetreo en palacio, y las sospechas y rumores que el príncipe y su novia habían retomado la relación no se hicieron esperar; sobre todo el día en que nos descubrieron de incógnito en una tienda. Rose se había apuntado a las compras, que no pude aplazar más, para mi interno pesar. Alice, ella y yo recorrimos las más exclusivas boutiques de Londres.

Dado que mi pequeña cuñada era de sobra conocida por las tiendas, me pasé tres días enteros de probador en probador. Compré desde ropa interior, hasta zapatos, pasando por trajes, vestidos, ropa informal, vestidos de noche, tanto largos como cortos. Incluso sombreros y tocados.

Reconozco que Alice y Rose tenían un gusto impecable; la única condición que les puse es que quería cosas sencillas. Ellas rodaron los ojos, diciéndome que la sencillez no estaba reñida con la elegancia... y en el fondo tenían razón, sobre todo al verme enfundada en uno de los vestidos de fiesta, del que me enamoré al instante, nada más la dependienta me lo enseñó. Al ver la etiqueta, por poco me caigo al suelo; jamás pensé que vestiría ropa de diseñadores tan conocidos... pero el vestido era un sueño, no lo podía negar.

Me sentí mal la noche del segundo día de compras, hablando con Charlie y Sue; el dinero que mi padre me dio al venir a Londres iba bajando poco a poco, debido a las compras. Aunque Alice y Rose me regalaron cosas, al igual que Esme, Carlisle y Edward, me sentía rara gastando tanto dinero... y un poco culpable, no lo podía negar. Mi padre me dio un sermón, al igual que Sue, diciéndome que para algo que podían pagar ellos sin discutir, siempre de buenas, con los padres de Edward, que no protestara tanto y que les dejara hacerlo.

También llame a Ángela mientras estuvimos en Windsor. Contándole las noticias... e invitándoles a la boda. Sabía que tanto ella como Ben guardarían el secreto, y no me equivocaba. Edward y yo casi la podíamos sentir pegar brincos por su casa de Forks. Por supuesto que aceptaron encantados, y le prometí que en Navidades le llevaría la invitación. Le pedí a Edward pasar mis últimas navidades de soltera en mi casa, a lo que él accedió gustoso, incluso dijo que vendría conmigo.

De eso estábamos hablando una mañana, a una semana de la llegada de mis padres, cuándo Preston llamó a la puerta de nuestra habitación.

-Adelante- miré extrañada a Edward, no esperábamos ni visita ni teníamos que hablar con nadie esa tarde; su respuesta fue encogerse de hombros, sin saber nada él tampoco

-Perdonen por la interrupción alteza, señorita Isabella; sus padres los esperan en la sala- nos informó.

-¿De qué se trata?- preguntó curioso mi novio, mientras nos levantábamos del sofá.

-Mejor vengan conmigo; allí les explicaremos- nos dijo, para después salir de la habitación.

-¿Pasa algo?, ¿hay algún problema?- Edward me tomó de la mano, intentando tranquilizarme.

-No lo sé cariño, pero estate tranquila- asentí mientras llegábamos a la sala. Aparte de sus padres, todos estaban allí, tanto mis cuñados como Rose y Emmet, al igual que Sam.

-¿Pasa algo?- preguntó inquieto, al ver las caras que reinaban en la sala. Esme tenía los ojos rojos, signo de qué había estado llorando; la cara de mi suegro brillaba de sudor, a cuenta del cabreo que tenía encima.

Alice se acercó a nosotros, tendiéndonos un sobre. Edward lo cogió, preguntándole con la mirada.

Varias fotos, de tamaño de un folio, aparecieron en nuestras manos. En ellas se veía una gran casa, que no reconocí. Varias personas salían y entraban de ella... y en una de esas fotos, estaba Félix.

No entendía nada; estaba claro que se trataba de lago de las dichosas fotos. Miré a Edward, esperando una explicación... y de verdad, me dio miedo. Sus ojos se salían de las órbitas, y la vena de su cuello se fue hinchando, llena de rabia.

-¿Qué ocurre?; Edward, me estás asustando.

-Es la casa de Eleazar y Victoria- me explicó, siseando furioso.

-¡Qué!- estaba tan sorprendida, que caí al sofá, aterrizando con un pequeño bote. Ahora entendía las lágrimas de Esme... y las caras de furia y de rabia contenida.

-Cuándo fuimos a comer a casa de Eleazar por su cumpleaños, Tanya hizo un comentario... bastante sospechoso, acerca de las fotos- nos explicó Jasper. Miré incrédula a Edward.

-¿Por qué no me dijiste nada?- soltó las fotos encima de la mesa, sentándose a mi lado.

-Yo no fui, estaba de viaje oficial... y tampoco me contasteis nada- le reprochó a su hermana.

-Tampoco le contamos nada a papá y mamá; teníamos que tener pruebas contundentes... de modo que les pedimos a nuestros amigos periodistas que vigilaran a Félix y a Eleazar- aclaró mi cuñada.

-Al pillar a Félix, dedujimos que se pondría en contacto con sus compinches, ya que nos dijo que no había actuado sólo- Sam hablaba, todavía incrédulo por las noticias.

-Y lo qué dijo Tanya... nos dio que pensar- acabó Jasper.

-¿Qué dijo?- pregunté en un susurro.

-Estaba sorprendida; obviamente era una fachada perfecta... pero insinuó algo así que cómo era posible que le hubieran robado las fotos a Edward- nos explicó.

-De sus documentos privados- añadió Jasper.

Cómo no lo pensamos antes... Eleazar y su familia...pero era impensable que le hiciera eso a su propia hermanastra. Sabía que Tanya perseguía a Edward a toda costa, pero nunca imaginé que su venganza fuera de ese calibre. Miré a mi prometido, paseando furioso de un lado a otro del salón, revolviéndose el pelo y jurando en hebreo.

-Cálmate cariño- me puse de pie, llegando a su altura. Me tomó de las manos, suspirando enfadado.

-No puedo calmarme... nos han hecho mucho daño, nos la han jugado... ¡y por su culpa, hemos estado sufriendo muchos meses!- terminó de decir, elevando bastante el tono de voz.

Asentí derrotada, mientras me miraba se posaba en Esme. Para ella había sido un palo tremendo, su propia familia había hecho todo ésto. Me acerqué a ella.

-Lo siento mucho Esme- ella palmeó mi mano, en un gesto tranquilizador.

-Tú no tienes la culpa de nada hija... nunca me he llevado especialmente bien con Eleazar... pero no me esperaba esta puñalada por la espalda- me dijo, conteniendo un pequeño sollozo.

-¿Qué vamos a hacer?- Rose, tan sorprendida como todos, hizo la pregunta que me hacía yo para mis adentros.

-Desde luego, llamarlos y que nos lo expliquen... pero ésto no quedará así; éste no me conoce cabreado- murmuraba Edward entre dientes. Carlisle me dirigió una mirada tranquilizadora.

-Te aseguro que van a responder ante mi, Bella. Y van a pagar todo el daño que han causado- nunca había visto tan enfadado a mi suegro... en verdad intimidaba.

-¿Y si nos lo niegan?- la pregunta de Emmet resonó en la habitación.

-Vamos a llamar a Félix el mismo día. Les someteremos a un careo- Preston respondió a la pregunta.

-Hay pruebas contundentes... asustándoles un poco, alguien terminará confesando- dijo Sam.

-Esme va a llamar a Eleazar esta misma noche, fingiendo de que no pasa nada. Les haremos venir aquí, con la excusa de que les invitamos a comer- nos explicó Carlisle.

Después de unos minutos hablando, Sam tomó de nuevo la palabra.

-Majestad; los periodistas que han vigilado la casa de Eleazar están aquí todavía. Ellos mismos han traído las fotos en mano- nos dijo.

-Que no se vayan todavía. Quiero darles las gracias, por todo lo que han hecho. Alice, Jasper, venid con nosotros -se giró, mirándonos a Edward y a mi- ¿queréis salir también?-.

Miré a mi novio, esperando su respuesta.

-¿Pueden vernos juntos?- le pregunté.

-No creo que digan nada; sabrán guardar el secreto hasta dentro de una semana- nos aclaró Sam.

Se adelantaron todos, dejándonos a Edward y a mi unos momentos a solas.

-No puedo creerlo- murmuré. Edward me abrazó, escondiendo su cara en mi cuello.-

-Tranquila cariño... te aseguro que nos la van a pagar todas juntas, por todo lo que hemos sufrido-.

La angustia y el dolor, del recuerdo de aquellos meses horribles, volvió a mi memoria, haciendo que toda la rabia y frustración que sentía, salieran de mis ojos, en forma de lágrimas.

-Maldita niñata oxigenada- siseé cabreada.

-Tranquila cielo, eso dejámelo a mi... aunque reconozco que estás muy sexy enfadada- me dijo con una sonrisa divertida, intentando que sonriera un poco, cosa que consiguió.

-¿Quieres que salgamos?- me preguntó.

-Me gustaría darles las gracias, por todo lo que han hecho- reconocí -se lo merecen-.

-Eso es cierto; vamos entonces- me cogió de la mano, saliendo al pasillo. Me paré en uno de los enormes espejos que colgaban de la pared, arreglándome la ropa y peinándome un poco.

-Estás muy bien cariño- me piropeó Edward, esperando con paciencia. Una vez paramos tras la puerta, notó mis nervios, y me rodeó con sus brazos, dándome un beso que me dejó atontada.

-¿Preparada?- suspiré profundamente, tomando su mano y adentrándonos.

0o0o0o0o0o0o0o0

Salón azul del Palacio de Buckingham

Jacob, Seth y Leah abrieron los ojos por la sorpresa cuándo vieron entrar allí a los mismísimos reyes, acompañados de la princesa Alice y del duque de Norfolk, seguidos por Sam Ulley.

-Señor Black, señor Clearwater, señorita Leah. Queremos darles las gracias, por todo lo que han hecho- la voz del rey denotaba simpatía y cercanía. Nunca lo habían visto fuera de las ruedas de prensa, y por supuesto, era la primera vez que se dirigía directamente a ellos, sin protocolo de por medio.

-Gracias por aclarar este embrollo- la reina estaba triste y consternada.

-No se merecen. Se hizo mucho daño a dos personas que no lo merecían en absoluto. Lamento que haya tenido que enterarse de esta manera, majestad- Leah se dirigió a la reina, suponiendo cómo lo estaba pasando por su mente.

-Era impensable que los Platt estuvieran metidos en el lío- añadió Seth.

-Pero cuándo la princesa nos relató la conversación con su sobrina... sospechoso era, indudablemente- relató Jake.

-De verdad, muchas gracias por todo. Espero volver a verles por aquí, cubriendo los actos y ruedas de prensa oficiales. Sam hablará con sus superiores, tendrán acreditaciones permanentes; desde ahora consideren ésta su segunda casa- se miraron sorprendidos, y agradecieron de corazón las palabras del rey.

-Hagan llegar nuestros saludos al príncipe Edward- dijo Leah.

-Y que ha sido un auténtico placer poder aclarar todo este tema- añadió Jake. Los reyes se miraron con una sonrisa cómplice.

-Se la van a dar ellos mismos- se miraron sin entender nada. El ruido de la puerta, hizo que giraran sus cabezas. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, al ver aparecer al príncipe Edward... de la mano de Isabella.

El príncipe les dirigió una mirada tranquilizadora; la pobre chica estaba un poco roja de vergüenza, agarrada fuertemente de la mano del príncipe.

-Sé que lo conocen, pero no en persona. Les presento al príncipe Edward... y a su prometida, la señorita Isabella Swan- la voz de Sam resonó en la habitación. Seth y Jake se miraron asombrados, mientras Leah esbozaba una gran sonrisa.

La pareja de acercó, y Edward les ofreció su mano, al igual que ella.

-Es un placer conocerles personalmente- la suave voz del príncipe hizo babear mentalmente a Leah... qué chico tan encantador.

-El gusto es nuestro alteza, señorita Isabella; y dejen que les demos la enhorabuena- Seth habló con cautela, en nombre de los tres.

-Muchas gracias; supongo que pondrán guardar el secreto, hasta el día veintitrés- les dijo el príncipe, mirando a su novia con una pequeña sonrisa, que ella correspondió tímidamente.

-Ese día se citará aquí a los medios, para hacer público el compromiso- aclaró Sam.

-Vaya... por fin Londres tendrá una boda real- dijo Jake sonriendo de oreja a oreja. Todos rieron, incluida la real pareja.

-Nosotros también queríamos agradecerles todo lo que han descubierto, lo hemos pasado muy mal. Gracias de verdad- el príncipe miró a su prometida, tranquilizándola con la mirada. Ella se volvió a los periodistas, hablando y, por primera vez, escucharon su voz.

-Gracias de corazón. Cierto que lo pasamos muy mal con la publicación de las fotos... y jamás se hubiera sabido nada, de no ser por su ayuda- su tímido tono de voz, pero a la vez dulce y cariñoso, les dejó sorprendidos a los tres.

-Yo... quería pedirles disculpas... por haber sacado las fotos de su estancia en EEUU...- Bella y el príncipe negaron con la cabeza.

-Es su trabajo, señor Black- dijo ella.

-Cierto es que nos pilló todo de sorpresa... ahora espero que no me agobie, preguntándome cuándo me voy a casar- la broma de Edward hizo que el ambiente se relajara. La familia charló unos minutos más con ellos, en un ambiente relajado y distendido. Se despidieron hasta la próxima semana, ya que los tres estarían aquí, cubriendo el anuncio del compromiso.

-Menuda sorpresa...- Seth no sabía qué decir, estaban los tres atónitos.

-¿Queréis saber mi opinión?- preguntó Jake, una vez salieron del edificio, camino a los coches- me alegro mucho por ellos... ella es encantadora-.

-Se nota que se quieren muchísimo... y creo que vamos a tener a una princesa cercana con los ingleses- concordó Leah.

-Hacen una pareja estupenda... ¿estarán aquí los Platt el día del anuncio?- preguntó Seth, con una sonrisa malévola.

-No creo... pero la cara de la sobrinísima será un poema; me duele en el alma perdérmela- los tres rieron por la contestación de Jake... pero no se podían ni imaginar lo que iba a ocurrir en palacio mañana mismo... ni la caras de la familia Platt.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 17/8/2010, 11:34 pm

Capítulo 32: La prometida del príncipe

EDWARD PVO

La rabia que sentía era tal, que me daban ganas de cargarme los jarrones de palacio, pese a lo que me dijeran los de conservación y patrimonio. Cómo no se me había ocurrido antes... Eleazar... reconozco que a mi no me pudiera ni ver... pero no tengo la culpa de que no me guste su sobrina. El daño que nos habían hecho a Bella y a mi no se lo iba a perdonar en la vida, por no hablar de lo que tenía que estar sintiendo mi madre en estos momentos... traicionada por su propia familia.

Mi niña intentó calmarme... y por ella, lo hice, aunque sólo fuera una fachada. Me relajé y fuimos al encuentro de los periodistas, para agradecerles todo lo que habían hecho. Bella se agarró fuertemente de mi mano mientras entrábamos. Charlamos unos minutos con ellos, y una vez ya en nuestra habitación, después de cenar, no pude menos que abrazarla con fuerza, diciéndole lo bien que lo había hecho.

-¿De verdad qué lo he hecho bien?, estaba muy nerviosa- dijo, todavía ruborizada.

-Has estado estupenda, cariño. Se notaba que estabas un poco nerviosa, casi me rompes la mano- expresé divertido- pero es normal, ya te irás acostumbrando-.

-Lo siento- susurró con culpa, mordiéndose el labio y agachando sus ojitos -no quería hacerte daño-. Levanté su mentón con uno de mis dedos.

-No pasa absolutamente nada mi vida. Ha sido una especie de ensayo para la semana que viene... ¿crees que te soltaré ese día?, ni lo pienses- le reproché con cariño. Ella me dio las gracias con un tierno beso, que yo respondí gustoso, alzándola en mis brazos. Nunca entendería cómo había podido vivir sin sus besos... y sin ella, todos estos meses. Ella era mi otra mitad.

-¿Tu madre ha llamado a Eleazar?- me preguntó, una vez nos acurrucamos en la cama.

-Mañana por la mañana estarán aquí. También han mandado llamar a Félix- le conté.

-Tengo ganas de tenerlos delante... para que nos miren a la cara y admitan todo lo que han hecho -refunfuñó, con la frente arrugada -¿qué crees que harán tus padres?- me interrogó seria.

-No lo sé mi niña; en lo que a nosotros respecta, vetarlos en todas las ocasiones en las que estemos nosotros... y por supuesto, en las de la boda; no los quiero cerca de ti- siseé entre dientes. Ella asintió, meditando otra pregunta.

-¿Sería rebajarse a su altura, si te digo que me gustaría que los periodistas destaparan la historia, y exponerlos a ellos a la opinión publica?- suspiré pensando, mientras la acercaba más a mi cuerpo.

-Yo también lo he pensado... pero no sé si eso sería correcto por nuestra parte- dije fastidiado. Ella me dio la razón, asintiendo con la cabeza y bostezando a la vez.

-Duérmete cariño- susurré en voz baja, dejando un suave beso en su frente y tapándola. Ella siguió abrazada a mi, cerrando despacio los ojos. Lo acontecido las últimas horas me tuvo un buen rato desvelado. Observaba a Bella dormir, con las graciosas muecas que ponía. Intenté conciliar el sueño, jurándome que estos impresentables me las pagarían, todos y cada uno de los desplantes que había sufrido Bella... y el tema de las fotos.

A la mañana siguiente mi niña estaba muy nerviosa, al igual que todos los que estaban enterados de lo sucedido. Le dije a Bella que esperara fuera, que primero hablaríamos mis padres, Jasper y yo con ellos, a solas. Ella asintió, sabía que no quería cruzarse con ellos, al menos de momento.

-Tranquila cariño, no será muy difícil- le dije, tomándola de las manos y dejando un suave beso en ellas. Alice la agarró de los hombros, apartándola de mi.

-Vamos Bellie, tranquila, enseguida entraremos- ambas se alejaron, y entré al salón, dónde ya estaban mis padres y Jasper. Debíamos aparentar normalidad. Diez minutos después, nuestra conversación fue interrumpida por uno de los mayordomos, anunciando a la desagradable visita. Primero entraron Eleazar y Victoria, del brazo y con una mirada arrogante y altiva, seguidos de Tanya... con un modelito incapaz de creer. Nada más verme, se acercó a mi, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Eddie... demasiado tiempo sin vernos- haciendo acopio de valor, me acerqué a ella, para darle dos besos. Ella se sorprendió, pero una mirada triunfal apareció en su cara. Después de saludar a mis tíos, mi padre les invitó a tomar asiento. Dejamos que ellos empezaran a hablar... y así lo hicieron.

-¿Cómo estás Edward?; te vemos muy bien- la voz de mi tía apartó la idea de mi cabeza, de pegarle un puñetazo a su marido.

-Voy mejor- repuse, encogiéndome de hombros.

-Vemos que has superado la ruptura con tu novia...pero han salido rumores de que volvéis a estar juntos- relató Tanya, de forma casual. Jasper me dirigió una perfecta ceja arqueada... con un asombro que ni el mejor actor podría interpretar.

-¿Es cierto eso Edward?; vaya... pensé que habías aprendido la lección- me dijo, sonriendo con malicia.

-¿Qué ocurre?- preguntó Eleazar, con el ceño fruncido. Mi madre contestó, con tranquilidad y parsimonia.

-Simplemente que Edward se dio cuenta de cómo era en realidad Bella... sólo ella pudo haber filtrado esas fotos a la prensa-. La cara de los tres era de total sorpresa, mirándose entre ellos.

-Entonces... ¿fue ella?- interrogó alucinada Victoria. Rodé mentalmente los ojos... ¿cómo podían ser tan falsos?.

-No tenemos otra opción. Alguien sacó las fotos del ordenador de Edward... y son fotos personales; sólo ellos las tenían- la voz de mi padre, seria, retumbó en la sala.

-Pues si fue ella... menudo problema te has quitado de encima- dijo Tanya, mandado una mirada sospechosa a su tía.

-Tenía yo razón; esa niña no era apropiada. Espero que a partir de ahora, nos des una Princesa de Gales que realmente merezcamos- dijo mi tío, pagado de si mismo. Me estaban sacando de mis casillas, no podía tolerar que hablaran así de mi Bella... empezaba el asunto.

-Pues... creo que he encontrado a la buena- canturreé contento, cruzándome de brazos.

-¿Y cuándo nos la vas a presentar?- pude entrever un deje de fastidio en la voz de Tanya.

-Vendrá luego. Era un sorpresa que os tenía preparada... pero antes quisiéramos haceros unas preguntas- mi voz se fue poniendo seria por momentos. Mi padre se levantó, cogiendo una de las fotos... concretamente, en la que salía Félix entrando en su casa.

-¿Conocéis a este hombre?- le preguntó a Victoria. Mi tío estaba impasible... pero mi tía se quedó callada, con la foto en la mano.

-Lo conocemos de verlo aquí, ha trabajado para vosotros- contestó Eleazar, sin entender nada -vino a pedirme trabajo-.

-¿Y de nada más?- me levanté, quedando enfrente de ellos.

-No- negaron a coro.

-Pues es curioso... porque el si que os conoce; es más... afirma que le pagasteis por un trabajito que hizo el verano pasado- explicó Jasper, mirando a la familia.

-Eso es mentira- dijo Eleazar al instante.

-No os preocupéis, vamos a averiguarlo enseguida- mi padre se acercó al teléfono, presionando un botón. Por la puerta aparecieron Preston, el coronel Somerland, Emmet... y el aludido. Las caras de Eleazar y su familia no tenían precio.

-Tanya... antes de explicar nada, te doy las gracias. Por descubrirte tú misma, con el comentario que hiciste acerca de las fotos de Edward... eso nos puso bajo sospecha- la explicación de Jasper dejó a la chica fuera de combate, ante la reprobatoria mirada de sus padres. Mi padre tomó de nuevo la palabra.

-Félix, ¿es cierto lo que nos has contado hace un rato?; ¿fue Eleazar el que te proporcionó el microchip para acceder al ordenador de Edward, y te pagó para que le consiguieras esas fotos?-. Mis tíos se pusieron de pie, ofendidos por la acusación.

-¡Eso no es cierto!; ¡este tipo miente!- bramó como loco.

-¿Cómo puedes pensar eso de tu propia familia?- mi tía estaba muy nerviosa.

-Precisamente, nunca me lo hubiese esperado de vosotros- habló mi madre, seria y enfadada.

-Félix, ¿es cierto?- preguntó de nuevo mi padre. Éste agachó la cabeza unos momentos, para asentir despacio.

-Sí, fueron ellos. Lo que les he contado hace un rato es verdad, se lo juro- su voz mostraba ansiedad.

-¡Mentiroso!- bramó mi tío.

-Pensábamos someteros a un careo... pero creo que no será necesario. Vuestros nervios os delatan- le dijo mi madre, negando con la cabeza.

-Te aseguro que yo también puedo amargarte la vida cómo nunca habrías imaginado... ¿por qué lo hicisteis?- la voz de mi padre hizo que los tres se encogieran levemente.

-¿Te imaginas lo que dirá la prensa si ésto sale a la luz?- le preguntó Jasper con una sonrisa malvada.

-No seríais capaces de ello- soltó mi tía, con tono arrogante.

-No me pongas a prueba- mi voz nunca sonó tan fría y enojada. Se quedaron callados unos instantes... hasta que mi tío habló.

-¿Cuánto te han pagado ellos, maldito bastardo?, ¿no fue suficiente con las diez mil libras que te dí?- por fin confesaban de una vez. Mis puños se cerraron con fuerza, llenos de rabia.

-No le hemos pagado más que lo que le correspondía por su despido. Pero le hemos explicado los inconvenientes de jugársela a la familia real- explicó mi padre.

-Y vosotros lo habéis hecho; ¿por qué?- la pregunta de mi madre resonó en la habitación.

-Responde a su majestad- instó Preston a mi tío.

-Coronel, llévese a Félix, por favor- los aludidos salieron de la sala, seguidos por Preston.

-¿Tan mal os hemos tratado, para hacerle eso a Bella y a mi hijo?- seguía preguntando mi madre.

-Ella no es apropiada- masculló entre dientes.

-No creo que seas el indicado para opinar nada. ¡¿Cómo pudisteis hacernos ésto?- me acerqué a él, quedando a unos pocos centímetros.

-¡¿Estás rabioso, porque no me he fijado en tu sobrinita?- seguí chillando -siempre te has aprovechado del nombre y la posición de mi madre... y con Tanya de princesa, ni te cuento- mascullaba furioso -y encima, tenéis el valor de seguir acusando a Bella hasta hace unos minutos... y el tema de si es o no es apropiada... eso lo decido yo- seguí siseando.

-Habéis hecho mucho daño a mi hijo... y a toda la familia. Por vuestra culpa, han estado separados- les reprochó mi madre, furiosa.

-No comprendo por qué esa niña es tan venerada en esta casa; además, no vale para este mundo- les miraba fijamente, esperando una explicación.

-Vamos, no ha sido capaz de soportar la presión. Seguro que esa noche perdisteis los nervios y discutisteis... ¿crees que así debe actuar una futura reina?- miraba incrédulo a mi tío... ¿cómo podían ser tan cínico y frío?.

-Ella es muchas cosas que, desgraciadamente, tu sobrina no es; no le llega a Bella a la suela del zapato- le expliqué, con una sonrisa, mientras iba hacia la puerta. La abrí un poco, y allí estaba Bella con mi hermana. La cara de mi niña estaba roja e hinchada, señal de qué había estado llorando. Le tomé de la mano, acariciándola un poco y adentrándola en la sala. Estaba muy nerviosa, y su mano temblaba ligeramente en la mía, pero miraba a los presentes fijamente.

-Vaya... así que los rumores eran ciertos, has vuelto con ella- dijo Tanya, sin esconder su genio -te felicito querida-.

-Ni se te ocurra dirigirme la palabra- murmuró Bella en voz alta y cortante.

-¿Así que la señorita se da aires de grandeza?- solté la mano de Bella, encarando a mi tía.

-No te vuelvas a dirigir a ella de esa forma, ¿me has entendido?- mi paciencia se estaba acabando, y sentí a Bella tirar de mi brazo.

-Edward, por favor- susurró nerviosa. Me dio una mirada de súplica, y me alejé de esa odiosa mujer. Pasó su mano por mi brazo, queriendo tranquilizarme.

-Qué tierno...- la voz de mi tío, de burla absoluta, hizo que mi genio volviera -espero lo pases bien con ella Edward- mi respiración se agitó, por lo que estaba insinuando. Tanya miró a Bella con una sonrisa maliciosa.

-¿Pensabas que llegarías a casarte con él?; eres una ingenua- no pude aguantarlo más, me liberé del agarre de Bella y me dirigí a mi tío, agarrando su traje y zaradeándolo.

-No vuelvas a dirigirte a ella de esa forma, ¿me has entendido?- por la mirada que le dediqué, simplemente tragó saliva, intentando zafarse.

-Basta- siseó mi padre.

Le solté, volviendo a lado de Bella y rodeando su cintura con uno de mis brazos, atrayéndola a mi lado.

-No voy a permitir que se insulte a nadie de mi familia... y menos tolerarlo de vosotros- dijo mi madre. Mi tía rodó los ojos, mientras Tanya bufaba.

-Ella no pertenece a la familia- dijo mi prima postiza, cómo si fuera obvio.

-Te equivocas... tengo la gran alegría de presentaros a la prometida de mi hijo- el silencio reinó en la sala, a cuenta de las palabras de mi madre.

-¡Qué!- la chillona voz de Tanya casi nos dejó sordos.

-Así es; Edward y Bella van a casarse- explicó Jasper, de la mano de Alice, que miraba a mi prima con una sonrisa de suficiencia.

Mi tía se sentó de nuevo, impresionada por la noticia; mi tío no sabía dónde meterse... y Tanya se puso a dar chillidos, cómo una loca.

-¡No puedes hablar en serio!; ¡mírala bien!. Ni siquiera es inglesa... ¿por qué ella?- preguntaba colérica.

-Porque ella es muchas cosas que tú no eres... y por supuesto, porque la amo- Bella me dedicó una sonrisa, por las palabras que dije, y se volvió hacia Tanya.

-Lo siento querida- dijo conteniendo la risa, y con un poco de burla. Tanya se apresuró hacia ella, pero un fuerte brazo le cortó el paso.

-No, no, no- le advirtió Emmet, canturreando divertido.

-De modo, que si lo que queríais era separarlos... os ha salido el tiro por la culata- explicó mi hermana.

Mis padres tomaron la palabra.

-Nunca os perdonaremos ésto. No sé que es lo que he podido hacerte yo; siempre he intentado que nos lleváramos bien, a pesar de lo que pasó con nuestras madres- decía mi madre, susurrando con pena en su voz -Carlisle y yo hemos estado hablando; por lo que a nosotros respecta, espero que no volváis a molestarnos. Siento decirlo así, de esta manera... pero no queremos ningún tipo de relación con vosotros- Bella y yo nos miramos, con un alivio en nuestras caras y respirando tranquilos.

-Y te lo advierto -la voz de mi padre inundó la habitación- si volvéis a hablar de nosotros con la prensa... tanto si es bueno como si es malo, os juro que todo ésto saldrá a la luz, con mi expresa autorización – recalcó

-Y por supuesto, si los medios se enteran del compromiso antes del día veintitrés, también- añadí.

-Pe... pero Esme- Eleazar tartamudeaba, intentando encontrar palabras que pudieran arreglar la situación -no puedes hacernos ésto, somos tu familia; te aseguro que repararemos el dañ...- mi madre negó con la cabeza.

-¿Ahora vienen las disculpas?, ¿se os termina el chollo?- mi padre no evitaba el ser sarcástico -¿crees que no sabemos que has aprovechado la posición de mi mujer, para hacer esa fortuna que posees?-.

-Eso no es cierto- respondió, ofendido.

-Pues los comentarios apuntan a que es todo lo contrario- añadió mi hermana.

-¿Crees que no tenemos constancia de todos los trapicheos que has hecho, utilizando el nombre de tu hermana para introducirte en determinado círculos sociales... y hacer negocios?- preguntaba mi padre, con una ceja arqueada. El silencio de mi tío, sin argumentos, fue la respuesta a todo. Victoria seguía sentada, incapaz de sostenernos la mirada, y Tanya paseaba de un lado a otro furiosa.

-La ambición os ha cegado- les reproché -más os vale que cuándo salgáis por esa puerta no se os ocurra aparecer por aquí, ni molestarnos... ni a mi ni a ella- les advertí amenazante, mirando a mi niña.

Eleazar miraba mi madre, pero ésta apartó su mirada. Mi padre se volvió, cogiendo de nuevo el teléfono. Preston apareció.

-Por favor, acompaña a Eleazar y a su familia a la salida- le pidió.

-Esme, por favor- Victoria tenía la cara constreñida en una mueca de horror.

-Si son tan amables, por favor- Preston les indicó la puerta, con un movimiento de su brazo. El matrimonio salió sin dirigirnos una sola mirada... pero Tanya se paró delante nuestro, encarándose con Bella.

-Te saliste con la tuya... el habría acabado siendo mío- le murmuró... esta niña era tonta de remate. Iba a apartar a Bella, pero no me dejó.

-Creo que estás equivocada... querida prima- canturreó mi novia, con una mueca de burla.

-Eres un zor...- me interpuse entre las dos.

-Ni se te ocurra terminar esa palabra... o me importará un comino que seas una mujer- algo debió ver en la expresión de mi cara, ya que se dio la vuelta, haciendo una gran salida dramática, cual diva ofendida.

-Tanya... un consejo- mi hermana se acercó a ella, con una cara inocente y cándida.

-La próxima vez, échate menos agua oxigenada en el pelo... se nota demasiado... y no se te ocurra volver a insultarla de esa manera- su tono de voz se volvió serio. La aludida se quedó parada en el sitio, roja de furia y vergüenza; finalmente, salió por la puerta.

Bella y yo respiramos aliviados. Por fin nos quitaríamos a estos impresentables de por medio. Ella se abrazó a mi, escondiendo su carita en mi pecho.

-Tranquila mi amor, ya está. No volverán a molestarnos nunca más- le dije en voz baja, dejando un beso en su cabeza.

-¿Cómo pueden ser así?- refunfuñó enfadada.

-No le des vueltas, no volveremos a verlos- intenté tranquilizarla, dejando un beso en su arrugada frente -ahora tenemos otras cosas más importantes de las que preocuparnos- le dije con una sonrisa. Ella se volvió a abrazar a mi, ante la mirada cariñosa de toda mi familia.

0o0o0o0o0o0o0o

Por fin aclaramos el desagradable asunto, y cerrar de una vez por todas el tema de las fotografías. Tal y cómo me dijo Edward, no volvimos a saber de ellos, aunque nos constaba que habían intentado ponerse en contacto con Esme, en un inútil intento de arreglar la situación. Carlisle nos tranquilizó, y también nos aseguró que si volvían a las andadas, se enterarían los medios... y ellos, dada la situación, no saldrían muy bien parados.

La fecha del anuncio se iba acercando, quedaban tres días, y hoy a primera hora de la tarde llegaban mi padre y Sue. Esa última semana fue un poco ajetreada, preparando cada detalle. Mañana se mandaría la nota oficial, anunciando la noticia a todo el mundo.

En lo que a mis clases, por llamarlo de alguna manera, respecta, Preston me dio un montón de carpetas y folios, con el protocolo de palacio. Me las iba leyendo poco a poco, con la ayuda de Edward y del resto, que me iban aclarando puntos que no entendía. Esa mañana habíamos tenido una reunión con Maguie. Antes de nuestro viaje a Italia, en octubre, teníamos varios compromisos a los que asistir. En todos iba acompañando a Edward, y a veces, a algún otro miembro de la familia, pero en todos estaría él, cosa que me alivió bastante.

Preston también me enseñaba un poco de la historia de la dinastía Cullen, y los símbolos y las diferentes costumbres de cada región del país. Intentaba aprender lo máximo que podía, y poco a poco lo iba consiguiendo, con la ayuda de todos.

Por fin, llegó la hora en la que llegaban mi padre y Sue. Tenía muchas ganas de verlos, y aunque hablara casi a diario con ellos, no era lo mismo. Habíamos aplazado la celebración de mi cumpleaños, para celebrarlo todos juntos. Jasper se fue a recogerlos al aeropuerto; al de un rato de marcharse, Edward y yo, acompañados de la familia, bajamos a la entrada, esperándoles en el jardín.

Intenté retener las lágrimas al verlos bajar... pero la persona que venía con ellos me hizo imposible hacerlo. Miré a Edward, que estaba igual de sorprendido que yo.

-Era un sorpresa- se excusó mi suegro, con una sonrisa cómplice. Corrí a los brazos de mi abuelita, que me recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

-Mi niña, mi pequeña- me saludó, dándome besos por toda la cara.

-¿Cómo no me habéis dicho nada?- pregunté, todavía alucinada.

-No sabíamos si podría aguantar el viaje- explicó mi padre -pero nos amenazó con molernos a palos si no la traíamos- explicó divertido, mientras me abrazaba -¿cómo estás hija?, ¿todo bien?- afirmé con la cabeza, mientras saludaba a Sue.

-Estás preciosa hija... y no sabes lo que me alegra ver esa cara de felicidad- me decía. Miré hacia atrás, y observé que mi padre se acercaba a Edward.

-Jefe Swan... yo... quería disculparme, por cómo traté a Bella esa noch...- mi padre le cortó.

-No me debes ninguna explicación, todas las parejas pasan sus momentos de crisis- le dijo, quitando hierro al asunto -está todo olvidado; no puedo negar que ahora mi hija es feliz... y sé que eso es por tu culpa- le dijo con un pequeña sonrisa. Edward respiró aliviado, y mi padre le abrió los brazos.

-Bienvenido a la familia... y te lo repito de nuevo, llámame Charlie- mi novio asintió, abrazándole y palmeándole el hombro. Mientras Edward saludaba a Sue, Carlisle y Esme se acercaron a mi abuelita, que ya se había acomodado en su silla de ruedas.

-Abuela, te presento a los padres de Edward- ella alzó la vista, quedándose un poco impresionada... pero enseguida salió su desparpajo innato.

-Es un honor conocerles en persona...todavía no puedo creerlo- les dijo, intentando ponerse de nuevo de pie, pero ellos se lo impidieron.

-Por favor, no se levante; es un placer conocerla por fin. Bella nos habla a menudo de usted- le decía Esme, bajando a su altura y dándole un suave abrazo.

-Un honor conocerla, señora Swan- Carlisle le besó suavemente la mano, con una sonrisa.

-Desde luego, la educación a Edward le viene de familia. Charles, podrías aprender un poco y tomar ejemplo- Carlisle contuvo la risa, al igual que Esme.

-Mamá.. aquí no, por favor- suplicaba mi padre. Alice se acercó a ella.

-Abuela, bienvenida a Inglaterra- le dijo de forma cariñosa, mientras la abrazaba.

-Me alegro mucho de verte hija; veo que Jasper tenía razón, sigues igual de guapa que siempre-. Carlisle y Esme la miraban con una sonrisa.

-Ella se ha convertido en nuestra abuela postiza, incluidos Rose y Emmet- les explicó a sus padres.

-¿Dónde está mi nieto?- preguntaba por Edward, que nada más oírla, se acercó y se agachó a su altura.

-Bienvenida abuela- la miraba con una sonrisa.

-¿Qué esperas para darme un abrazo?- Edward rió mientras la abrazaba. Nos quedamos con ella, mientras veíamos cómo mi padre y Carlisle se daban un fuerte abrazo, riendo alegres, al igual que Esme y Sue.

-¿Qué te parece nuestra casa?- le preguntó Edward a la abuela.

-Impresionante... tenéis que enseñármela- nos dijo, mirando a todos los lados.

-Cuándo descanses un poco mamá, debes estar agotada del viaje- le reprochó mi padre.

-No empieces a darme la murga; ¿acaso crees que me iba a perder el compromiso de mi nieta?- le preguntó, arqueando una ceja- no sabes lo que me costó convencerlo para que me trajera... este hijo mío es tonto- murmuró, mirándole fijamente. La escuchábamos atentos, mientras Carlisle le dirigía una mirada divertida a mi padre. Les había contado el carácter de mi abuela, pero eso había que vivirlo en directo. Una voz fuerte y vacilona pareció por la puerta.

-¿Oigo refunfuñar a la señora más encantadora de Forks?- dijo Emmet, acercándose, con Rosalie detrás suyo.

-No me hagas la pelota, grandullón -le apuntó con el bastón -y dale un abrazo a la abuela-. Éste no se hizo de rogar, y después se giró hacia Rose.

-Hola hija... espero que sepas atarle en corto- le dijo, mientras Edward contenía la carcajada, mirando a Em.

-Tranquila abuela; si necesito ayuda para enderezarle, te llamaré- respondió divertida. Me acerqué a Carlisle y Esme, mientras Edward y Emmet metían a la abuela dentro.

-Gracias por dejar que viniera- les agradecí emocionada.

-No nos tienes que agradecer nada; hemos contratado a una enfermera, para que ella esté cómoda y atienda sus necesidades cada vez que venga a Londres- explicó Esme.

-No debíais tomaros tantas molestias- les dijo mi padre.

-No es molestia; al contrario. Es un placer tenerla aquí... menudo carácter tiene- le dijo Carlisle, divertido.

-Y qué lo digas- mi padre rodó los ojos.

-Eso es porque la haces rabiar demasiado- explicó Sue.

Después de pelear un buen rato con mi abuela, conseguimos convercerla para que descansara un rato en su habitación. En verdad la pobre estaba agotada. Mis padre y Sue también descansaron un rato, hasta media tarde. Edward y yo nos quedamos un rato a solas, y nos fuimos a la sala de música.

-Menuda sorpresa... tenía muchas ganas de ver a la abuela- me confesó divertido -echaba de menos los puntos sarcásticos que tiene-.

-Yo también... estoy tan contenta de tenerla aquí- exclamé feliz... - ya falta menos... para lo del anuncio y eso... y mañana sale la nota de prensa- suspiré.

-Por fin el mundo se va a enterar de que eres mía- ronroneó sobre mi cuello, haciéndome cosquillas. Sonreí, cuándo se ponía celoso era irresistible.

-Y las princesas casaderas y niñas de bien sabrán que el soltero de oro de la realeza europea deja de serlo- rebatí, medio riéndome.

-Y no puedo estar más que encantado por la noticia- dijo pagado de sí mismo; suspiré, apoyando mi cara en su cuello.

-Estoy un poco nerviosa- confesé. El pasó su mano por mi espalda, tranquilizándome.

-Te entiendo... pero yo estaré a tu lado, y todo va a salir bien mi vida- me animó, cómo sólo él sabía hacerlo. Asentí lentamente, mientras una de sus manos se posaba en las teclas, tocando una bonita melodía.

-¿Vas a elegir tú la música de la ceremonia?- le pregunté. Asintió con una sonrisa.

-¿Tienes alguna petición especial?; si es así, me lo dices sin falta- advirtió.

-Yo no entiendo mucho de música clásica, aunque me guste escucharla- medité en voz alta -pero hay una que sí me gusta mucho- me miró, esperando mi contestación.

-No se si podrás colocarla en algún punto de la ceremonia- dije con cautela.

-Si no me dices cual es...- insistió de nuevo.

-El Canon- contesté en voz baja.

-¿El Canon de Pachebel?- preguntó; afirmé con la cabeza.

-Veré qué puedo hacer... será una sorpresa- dijo con una sonrisa inocente.

Nos quedamos un rato más allí, mientras el tocaba el piano. Estaba apoyada en su hombro, con los ojos cerrados... hasta que mis padres y los suyos entraron en la sala. Carlisle empujaba la silla de la abuela.

-Tocas muy bien... eso no me lo habías contado- le dijo a Edward, con admiración.

-Gracias por el cumplido, abuela-.

-¿Habéis descansado?- interrogué en general.

-Un poco; esta noche nos iremos pronto a la cama... para poder adaptarnos al horario- dijo Sue.

-Estábamos enseñándoles el palacio- nos explicó la madre de Edward -creo que la abuela se queda a vivir aquí- dijo divertida.

-Ya lo creo que me quedaría- afirmó, pagada de si misma -por cierto... ¿no vas a mostrarme el anillo?- a mi abuela no se le escapaba nada. Me agaché a su altura, alzando la mano. El diamante y las aguamarinas relucían en mi mano... era tan bonito. Sue también se agachó, mirándolo alucinada.

-Por el amor de dios... Bella, es impresionante- murmuró admirada. Asentí, observando la reacción de la abuela, que lo estudiaba con detenimiento.

-Santo dios... ¿este pedrusco es auténtico?- Edward se echó a reír, al igual que el resto.

-Pues si, abuela; es de verdad. ¿Qué te parece?- indagó.

-No tengo palabras, es precioso- respondió la buena mujer.

-¿Son aguamarinas?- preguntó Sue, una vez que me levanté. Me fijé que mi padre también se había acercado, mirando mi mano.

-Si. Un diamante talla oval, aguamarinas y montura de platino- les expliqué -era de la abuela de Edward-.

-¿De la reina Elizabeth?- miré a mi abuela asombrada.

-¿La viste alguna vez, en fotos?- interrogué curiosa.

-Por supuesto que sí. Más o menos seríamos de la misma edad. Puede que en América no haya monarquía, pero las noticias de lo que ocurría en mundo llegaban. También recuerdo a tu abuelo, el rey Edward- nos contaba.

-¿Recuerda a mis padres?- Carlisle se agachó a su altura, mirándola interesado.

-Cómo no voy a acordarme... todavía recuerdo el revuelo que se armó con su visita a EEUU, en 1959- Carlisle asintió asombrado -además, eres su viva imagen- añadió la buena mujer.

-Vaya... usted y yo tendremos una gran charla; tiene que contarnos cosas de aquella época- decía mi suegro, asombrado y contento.

-Será un placer- replicó ella, risueña como un niña.

Edward y yo nos unimos al paseo. Mis padres habían estado en Windsor, pero no en Buckingham. La abuela miraba a todos los lados, alabando las valiosas porcelanas y los muebles que adornaban las salas. Llegamos al salón de la reina Alejandra, llamado así por la esposa de unos de los antecesores de Carlisle, ya que según se decía, éste era su sitio favorito. Las paredes eran blancas, con remaches dorados, al igual que la tapicería y las cortinas. Exquisitos muebles franceses del siglo XVIII completaban la decoración.

-Aquí se dará la rueda de prensa el viernes- explicó Edward a mi familia.

-Es impresionante- murmuraba Sue, mirando la enorme la lámpara de cristal.

-¿Estás nerviosa?- me preguntó mi padre, mirándome cómplice.

-Un poco... no lo puedo negar- confesé.

-Lo harás muy bien hija- me animó con una pequeña sonrisa. Suspiré largo y tendido... a partir de mañana, diría adiós a ni anonimato.

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Esos días pasaron muy rápido. Al día siguiente, la noticia de nuestro compromiso era portada de todas las publicaciones, y en la televisión no se hablaba de otra cosa. Había una legión de periodistas acampados a las puertas del palacio, intentando captar una foto de Edward... y sabía que habían ido a mi antiguo apartamento, por las imágenes que salieron en la televisión. Todo en vano, ya que permanecimos encerrados en palacio.

El día veintitrés estaba que me iba a dar un ataque. A las diez de la mañana, Alice me sacó de la sala del desayuno tirando de mi, llevándome a una habitación que desconocía por completo. Era un pequeño salón de belleza, y no le faltaba mi el más mínimo detalle.

-¿Qué es ésto?- le pregunté asombrada, mirando hacia todos los lados.

-Aquí nos peinan y maquillan para las cenas de gala y los actos oficiales- me explicó con una sonrisa -ven, te presentaré a los chicos -ella es Maud, la maquilladora- una mujer joven de unos treinta años, se acercó para saludarme. Era muy simpática.

-Es un honor conocerte por fin; y de parte de todo el equipo, nuestra más sincera enhorabuena-.

-Muchas gracias- respondí, un poco roja de vergüenza.

-Ellas son Peter, Marian y Lexie- me presentó. El chico, más o menos de la edad de Maud, me dirigió una sonrisa tranquilizadora. Lexie, un poco más mayor que ellos, me dio la mano, al igual que Marian, que andaría sobre los cincuenta años.

-Nos vamos a ver mucho por aquí- me dijo, sonriendo con amabilidad. Alice tomó el mando de la situación.

-La protagonista primero- dijo la pequeña duende, mirándome pícara -después vendrán mi madre, Sue y la abuela- les indicó. Ellos asintieron, y sin darme tiempo a nada más, me hicieron sentarme.

-¿Qué te vas a poner?; debo saberlo, para los colores del maquillaje. También quiero que me expliques tus gustos sobre el tema.- Maud se quedó conmigo, mientras que Alice se sentaba en otra silla.

-No me gusta el maquillaje muy recargado... es decir... a ver si me explico bien...- murmuré en voz baja, pero Maud me sacó del atolladero.

-Te gusta... pero a la vez, quieres que no se note mucho-.

-Eso es- le di la razón -y en cuánto lo que me voy a poner; llevo un vestido de color marrón claro, con un abriguito de seda, del mismo color, a la altura de las rodillas, y en las mangas lleva un pequeño reborde de pedrería, de diferentes tonos marrones; la manga llega un poco más bajo del codo; los zapatos a juego, y de tacón- le expliqué. Ella asintió con una sonrisa.

-Tienes un tono de piel muy bonito. De ahora en adelante, para todas las ocasiones, nuestra principal preocupación será resaltar tus ojos. Edward tiene razón, son preciosos- pude sentir mi sonrojo, subiendo por mis mejillas.

-No viene mucho por aquí; su pelo es indomable- dijo Lexie, riendo divertida.

-Lo he comprobado- le respondí, también riendo.

-Sólo viene cuándo ya lo lleva muy largo; lo mantenemos a raya, pero siempre dejándoselo cómo a el le gusta- dijo Peter, que estaba con Alice.

Volví a mi conversación con Maud, y decidió cómo me iba a maquillar... pero primero tenía que peinarme. Lexie se ocupó de mi. Al final me dejó el pelo suelto. Ya me pasaba los hombros, y con una plancha, hizo algunos tirabuzones sueltos por toda mi melena. También mi antiguo flequillo, largo y hacia un lado, volvió de nuevo. Me apartó el pelo de la cara con dos horquillas, y Maud vino conmigo.

-Tienes una cejas muy bonitas, se nota que las cuidas- alabó -sólo les daré una formá más redondeada, y un poco más finas. Apenas se notará el cambio- me explicó. Después de un buen rato, y ya con Esme, Sue y mi abuela allí, terminaron conmigo.

-¿Te gusta?- asentí contenta. La base de maquillaje era de un color claro, más o menos cómo mi piel, y el único efecto que hacía era resaltar mis facciones, haciéndolas más suaves y delicadas. Mis ojos parecían mucho más grandes y expresivos, gracias a la combinación de colores entre marrones y cobres, y el lápiz, también marrón. No me aplicó colorete, ya que según ella, no lo necesitaba, y mis labios tenían un color rosa pálido, apenas era imperceptible la pintura sobre ellos.

-Estás muy guapa hija- me dijo Esme, viéndome a través del espejo.

-¿Hemos terminado?- pregunté.

-Faltan las uñas -la miré sin entender -tendrás que mostrar el anillo- acotó con sabiduría. En media hora, mis uñas estaba arregladas, con una impecable y discreta manicura francesa.

-Ahora sí estás lista- Alice se acercó a mi, dándome un apretón en el hombro. Estaba muy guapa, con su melenita negra bien peinada, sin las puntas disparadas. Parecía una señorita del París de los años veinte.

Decidí esperarla mientras la maquillaban, y cómo no tardaron mucho, ella y yo nos adelantamos.

-Traete el vestido; te ayudaré a ponértelo- me dijo, metiéndose en su habitación. Fui a por mis cosas, y volví a su cuarto. Media hora después miraba el resultado en su espejo.

-Estás impresionante... eres toda una princesa- me dijo, una vez terminamos. La cogí de las manos.

-Gracias por todo Alice, sois tan buenos conmigo- me estaba emocionando... y enseguida me echó la bronca.

-Cómo te arruines el maquillaje, te enteras- me riñó en bromas. Al momento, tocaron a la puerta. Era Preston.

-Alteza, señorita; todos están esperándolas- mi cuñada afirmó con la cabeza, y éste cerró la puerta. Ella me dio un último repaso, colocándome bien uno de los pendientes. Llevaba los que me había regalado Edward, al igual que la pulsera.

-¿Preparada?- afirmé con decisión, aunque por dentro me moría de los nervios.

-Vamos entonces-.

Según nos acercábamos, el follón de voces cada vez se hacía más presente... y llegamos a la antesala que precedía al salón de la reina Alejandra. Rose, Sue y Esme me rodearon, admirando mi vestido... pero yo buscaba a otra persona con la mirada. Nuestros ojos se encontraron, y pude sentir cómo me traspasaba con ellos, mirándome embobado. Estaba muy guapo, con un traje negro, camisa blanca con rayas azul clarito, y una corbata en diferentes tonos azulados. Me acerqué lentamente a él, cómo siempre, roja de vergüenza.

Al llegar a su altura, me cogió de las manos.

-Estás preciosa cariño- dijo con verdadera admiración.

-Y tú muy elegante... te quedan muy bien los trajes- murmuré divertida. Rió, negando divertido... pero enseguida paró, mirándome fijamente, y pasando sus brazos por mi cintura.

-Te quiero- susurró en voz baja, sólo para mi.

-Y yo a ti- le respondí. Sin importar que estuvieran todos presentes, me dio un pequeño beso, breve pero dulce. Sam se abrió camino, acercándose a nosotros.

-Es la hora- nos indicó. Miré a nuestra familia y amigos. Emmet y Jazz nos levantaban el pulgar, en señal de animo. Nuestros padres y la abuela sonreían, al igual que Alice y Rose, que me desearon buena suerte con los labios.

-¿Estás lista?- cogí el brazo que Edward me ofrecía, mientras que Sam abría las puertas. Tomé aire, mientras empezábamos a andar, adentrándonos en la sala. Nada más aparecer, una tormenta de luces por poco nos deja ciegos. Conseguí esbozar una tímida sonrisa, y posamos pacientemente para las fotos y las cámaras de televisión. Edward no hacía más que girarse hacia mí, dedicándome sonrisas cómplices y miradas llenas de cariño, que yo agradecía en silencio.

Pude distinguir en primera fila a Seth, Jacob y Leah, haciendo su trabajo. Una vez terminaron, nos acercamos a los periodistas, y Edward comenzó a hablar.

-Buenos días. Muchas gracias por haber venido- acaricié tímidamente su brazo, sin que nadie lo notara. Aunque pareciera imposible, a él también le costaba hablar en público. Sam empezó a dar la palabra a los periodistas, por turnos.

-Alteza, ¿es cierto qué se conocieron en la universidad?-.

-Si, es cierto. Isabella llegó tarde, y el único sitio que quedaba libre era el que estaba a mi lado- explicó con una pequeña sonrisa.

-¿Y qué le pareció a primera vista?- esta vez era Leah la que preguntaba.

-Si les soy sincero... me enamoré de ella nada más verla- dijo, mirándome fijamente. Agaché la mirada un momento, intimidada por sus palabras, y sentí que Edward tomaba la mano que tenía apoyada en su brazo, apretándola con cariño.

-¿Y a usted, señorita?, ¿qué ha visto en el príncipe?-. Tomé aire, respirando profundamente, me tocaba hablar.

-Es un chico sencillo, bueno y cariñoso. Podemos hablar de cualquier cosa, me hace reír, me cuida... es muy buena persona, y comparto los valores que tiene acerca de la vida y del trabajo- mi voz había adquirido un tono tranquilo, a pesar de que los nervios iban por dentro. Miré a Edward, esbozando una tímida sonrisa.

-¿Cree que podrá afrontar la tarea de ser princesa?- otro periodista habló.

-No puedo negar que al principio me daba miedo y respeto... pero intentaré hacerlo lo mejor posible. Pondré todo mi empeño en ello. Tengo gente que me ayuda... y el ejemplo de la reina Esme- Edward tomó la palabra nada más terminar yo.

-Ella ha hecho un gran sacrificio- le miré, extrañada por sus palabras -casarse conmigo significa casarse con Inglaterra... y yo sabré corresponder a su elección, estando a su lado-. Sin poder evitarlo, me acerqué más a el, apoyando mi cabeza en su brazo, mirándole emocionada... pero al segundo me recompuse, cayendo en la cuenta del protocolo y las formas. Mi novio simplemente sonrió, y pasó su mano por mi espalda, rodeándome la cintura.

-Lo siento- le susurré. El agachó la cabeza, para mirarme.

-¿Por qué?- no entendía nada.

-Por apoyar la cabeza y...- me cortó.

-No pasa nada; mira cómo te tengo yo agarrada... y no te pienso soltar- reí por el comentario, mientras nos hacían más preguntas.

-Es de suponer que querrán tener hijos-.

-Por supuesto que tendremos familia. Es un paso más, para asegurar la continuidad y sucesión de la dinastía... y a ambos nos encantan los niños- añadió.

-¿Los tendrán pronto?-. Edward me miró, cediéndome el turno.

-Ambos somos muy jóvenes... y una vez nos casemos, esperaremos un tiempo, no demasiado -aclaré al momento -para que yo me vaya acostumbrando poco a poco a mi nueva vida- terminé de decir. En mi fuero interno, sabía qué en cuánto nos casáramos, llegaría el debate y la espera acerca de nuestros hijos... sobre todo del primero, que sería el siguiente en la sucesión... Edward y yo lo habíamos hablado.

-¿Puede enseñarnos el anillo?- era Seth el que preguntaba. Edward tomó mi mano, acariciando mis dedos, mientras los fotógrafos disparaban las cámaras.

-Es un joya familiar, que perteneció a mi abuela, la reina Elizabeth- explicó, adelantándose a la pregunta.

-Se sentirá halagada, llevando una joya de tal valor sentimental-.

-Por supuesto, es muy especial para mi que él me lo haya dado- respondí.

-¿Dónde es la boda?; ¿ya hay fecha concreta?-.

-El veintitrés de junio, en la catedral de St. Paul- contestó Edward, bajando mi mano, pero dejándola unida a la suya, y entrelazando nuestros dedos -de momento es lo que podemos contarles; en estos próximos meses se irán sabiendo más detalles- terminó de explicar.

Sam dio por finalizada, la ronda de preguntas.

-Si no tienen más, eso es todo; la familia real y los padres de la señorita Isabella saldrán en unos momentos- anunció a la sala.

-Enhorabuena- la voz de Jake resonó en la habitación, arrancando aplausos y felicitaciones, que Edward y yo agradecimos.

-Gracias a todos una vez más, por haber venido y sus buenos deseos... espero que no se arrepienta- dijo divertido, mirándome fijamente, lo que arrancó risas cómplices entre la prensa.

-Ya es demasiado tarde... vas a tener que aguantarme- le contesté, riendo yo también. Las bromas relajaron el ambiente, y observamos que entraban sus padres, seguidos de la Alice, Jasper y mis padres y la abuela. Sam nos colocó para la foto, y tomé a mi padre del brazo, sin soltar la mano de Edward.

-Muy bien hija, se susurró, palmeando mi mano. Esme me sonrió cómplice, al igual que Sue y Alice. Carlisle, Jazz y Edward comentaban entre ellos todo lo ocurrido, divertidos y relajados. La abuela quedó delante del grupo, por la silla de ruedas, justo delante de Edward y yo.

Me mordí el labio, dejando salir mis nervios por fin. Sabía que desde ahora, todas las miradas estarían puestas sobre nosotros... pero a la vez estaba feliz... ya no teníamos que escondernos. Un apretón en mi mano hizo que volviera la mirada a mi novio, que me miraba con una sonrisa, y con ternura en sus ojos. A la vez que nos sacaban las fotos, no parábamos de sonreírnos y de mirarnos... ahora ya no era un secreto... era la prometida del príncipe.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 17/8/2010, 11:36 pm

Capítulo 33: Una pareja... más o menos normal

EDWARD PVO

Las puertas del salón de la Reina Alejandra se cerraron tras nosotros. Respiré aliviado, mirando a mi amor con una gran sonrisa... pero estaba pensativa, y un poco seria.

-¿Qué pasa cariño?, ¿por qué tienes esa cara?- interrogué preocupado. Ella jugaba con sus manos, retorciéndolas de forma nerviosa.

-Es que... verás... siento haber apoyado la cabeza en tu brazo, no he podido evitarlo- su vista permaneció agachada, mirando al suelo.

-No digas eso Bella, lo has hecho muy bien- la voz de mi padre hizo que levantara la vista.

-¿De verdad?- preguntó.

-En serio Bellie... a mi me ha parecido muy tierno y espontáneo- le dijo mi hermana, cosa con la que concordó Rosalie.

-¿Por qué crees que no podemos hacer eso en público?; eres mi prometida... y pueden vernos de la mano, de la cintura... incluso si te beso no pasa nada- le expliqué con una sonrisa divertida.

-Eso sí; no pienses que te dará un beso de película, de esos que os dais a menudo- mi novia y yo miramos a Emmet, arqueando una ceja, al igual que Charlie.

-¿Qué?- se encogió de hombros -es la verdad; cómo mucho uno pequeño y discretito- añadió burlón. El resto de la sala rompió a reír, haciendo que mi niña se relajase. Estaba guapísima con ese conjunto... y los tacones hacían sus piernas sexys y largas.

Charlie se acercó a nuestro lado, abrazando a su hija.

-Lo has hecho muy bien Bells. Has hablado de forma tranquila y educada-.

-Pero dulce y atenta con todos... sobre todo con Edward- dijo Sue -¿y tú decías que no valías para ésto?- le preguntó burlona. Mi novia suspiró, negando divertida.

-Estaba hecha un flan- confesó.

-Pues lo has hecho muy bien- le murmuré al oído y dejando un pequeño beso en su mejilla.

Rose y Emmet se despidieron de nosotros, ya que se iban a pasar el día fuera. Nosotros nos dirigimos al comedor, comentando lo ocurrido anteriormente. Bella tiró de mi brazo, para indicarme que parara un momento, y así lo hice, quedándonos solos. Iba a preguntarle qué pasaba... pero ella no dijo una sola palabra. Simplemente acercó sus labios a los míos, besándome con ansias. Respondí encantado a su beso, acercándola más a mi cuerpo con mis brazos; cuándo pensé que iba a separarse de mi, lo hizo dejando pequeños y cortos besos, que recibí gustoso.

-Necesitaba hacer ésto desde que me cogiste de la mano, al responder a la primera pregunta- murmuró entre esos pequeños besos -he tenido que aguantar las lágrimas en algunos momentos- confesó, mordiéndose el labio. Sonreía mientras la miraba, y una de mis manos acarició su carita.

-Bella; todo lo qué dicho ahí fuera es la verdad- ella me miró conmovida.

-Ya lo sé... ¿de verdad que lo he hecho bien?- volvió a preguntar. Dejé un pequeño beso en su frente, ligeramente arrugada.

-Muy bien cariño, de verdad. Los ingleses van a tener una princesa estupenda- mis palabras hicieron que sonriera un poco. Por fin, algunas palabras positivas salieron de sus labios.

-Para ser la primera vez creo que no ha estado mal... pero tendré que verme para juzgarme- dijo con una risa.

-No creo que tengas problemas por eso... esta noche pondremos Sociedad Inglesa, a ver qué dicen... pero sólo por ésta vez- le guiñé un ojo, mientras ella reía.

-¿Sabes que ésto tiene una ventaja?; no tendremos que contratar foto y vídeo para la boda- reí por su comentario, rodeándole los hombros y caminando hacia el comedor. Hoy comíamos en uno de los comedores oficiales, reservados para almuerzos privados con mandatarios, la ocasión lo merecía. Era mucho más pequeño que el de gala. Al entrar, Emily vino hacia nosotros, al igual que Maguie y Sam, que felicitaron a Bella.

-Ha sido precioso... destiláis amor, no se puede esconder- observó Emily.

-Ni se debe esconder- la voz de mi madre hizo que Bella sonriera.

Comimos en familia, mucho más relajados, comentando todo lo acontecido. Después de la comida, hablaríamos en serio acerca de algunos aspectos de la boda, con todos. Llegaron los postres... y con ello una tradición a cumplir en todos los compromisos matrimonales de la Casa real inglesa. Mi padre se puso de pie, mirando fijamente a mi novia.

-Bella, jamás podremos agradecerte todo lo que has hecho por Edward. Gracias a tu amor y cariño, mi hijo ha dado un gran cambio. Sé que siempre le ponías ganas a la tarea -expresó divertido, mirándome- pero desde que ella está a tu lado, todos hemos visto el cambio. Sin duda alguna por eso estás más tranquilo y relajado en los compromisos... pero sobre todo, eres feliz... y esa es la principal preocupación de tu madre y la mía propia. Bella, gracias por ello... hija-. Con la mirada agachada, y una pequeña lágrima surcando su carita, Bella escuchó el discurso de mi padre. Al terminar, mi padre alzó la copa, brindando.

-Por el futuro; por permitirnos conocer a tu familia... que ahora también es la nuestra- dijo mirando a Charlie -por Edward y Bella-.

Abracé a mi niña, emocionada, ya que no se esperaba nada de ésto; también Charlie, Sue y la abuela se emocionaron, agradeciéndole a mi padre sus palabras.

-Ésto no me lo habías contado- me reprochó con cariño.

-Es una tradición; el rey da "oficialmente" la bienvenida a un nuevo miembro a la familia, el mismo día del compromiso- le expliqué.

-Y ahora... los regalos- dijo Alice contenta.

-¿Regalos?- me interrogó seria y sorprendida.

-Es la otra parte de la tradición- sonreí, divertido. Mi padre hizo una seña, y dos empleados se acercaron. Mi madre cogió un estuche de terciopelo rojo, un poco grande, y se acercó a Bella, tendiéndoselo con una sonrisa.

-Con todo nuestro cariño, de parte de Carlisle y de la mía-. Bella lo cogió, dándole un beso, en señal de agradecimiento. Tuve que ayudarla para abrirlo... y por poco se cae al suelo. Miró a mi madre, con los ojos como platos.

-Es el aderezo de diamantes de la Reina Alejandra. También pertenece a las joyas de la Casa Real; desde que ella murió, no había vuelto a ser utilizado. Carlisle y yo pensamos que sería un bonito recuerdo de este día... y que partir de hoy, lo uses- le explicó con una sonrisa.

-Oh, por dios- murmuró ella. El aderezo estaba compuesto por una gargantilla; un collar un poco más largo; una pulsera; dos broches de diferentes formas y dos pares de pendientes, uno de ellos un poco largos, de forma antigua, y los otros pequeños, con forma de lágrima. Los diamantes brillaban en todo su esplendor en el estuche.

-Esas son algunas de las joyas que lucirás... aparte de las reservadas a la Princesa de Gales- le explicó mi hermana, refiriéndose a las tiaras y los otros aderezos, que esperaban pacientemente a su nueva dueña, en una de las cámaras acorazadas de palacio. Sue se acercó a admirar las joyas, mientras Bella miraba a mi hermana.

-¿Otras joyas?-.

-Bella... ¿qué te pensabas?; por supuesto que las vas a lucir... pero las reservadas a la princesa, será cuándo te cases, éstas te las puedes poner desde ahora- le aclaró.

-No había caído en la cuenta; es decir, sí pero... ¿no estaré rara con una diadema así?- iba a responderle, pero mi madre y Sue se adelantaron.

-Estarás impresionante; Bella- le dijo mi madre, a lo que Sue dio la razón con la cabeza.. Volvió su vista hacia el regalo.

-Es precioso... no sé qué decir- murmuró, cogiendo uno de los broches, que tenía forma de lazada. Me di cuenta de que la abuela quería verlas, y le hice una seña a Bella con la cabeza. Ésta se acercó, dejando a Sue y a mi madre. La abuela se puso las gafas, estudiando meticulosamente el contenido.

-Es increíble; que maravilla- suspiraba -estarás preciosa con ellas Isabella; ¿de verdad creías que no te ibas a poner nada de ésto, ni las tiaras?, ¿no has visto a la madre de Edward, o a Alice?- mi novia asintió -pues vete haciéndote a la idea- terminó resuelta.

-Bien dicho abuela- canturreé divertido, ante la divertida mirada del resto. Charlie carraspeó, llamando nuestra atención.

-Nosotros también te hemos traído algo... y también a ti, Edward- miré sorprendido a mi suegro. Un empleado le acercó una pequeña cajita, que éste entregó a la abuela Swan, que me la tendió.

-Aunque mi nieta pase a ser una Cullen... tú también serás un Swan- sonreí ante el pequeño discurso -y mi hijo y yo estamos de acuerdo, por una vez y sin que sirva de precedente -todos reímos ante la ocurrencia, menos Charlie, que rodaba los ojos- de qué nos gustaría que tuvieses ésto- no pude menos que abrazar a la buena mujer, y me dispuse a abrirlo. Bella, a mi lado, me miraba curiosa y expectante. Un reloj de muñeca, con la esfera de oro y una correa de cuero negra, apareció. Mi niña abrió los ojos, por la sorpresa, al igual que yo.

-Es el reloj del abuelo- me dijo. Miré a Charlie, esperando una explicación.

-Mi padre tenía mucho cariño a ese reloj; lo utilizaba en ocasiones especiales... a ella -relató, señalando a la abuela- le hace mucha ilusión que lo tengas tú-. No sabía qué decir, me quedé con la mente en blanco. Mi madre se acercó para verlo, al igual que Alice y mi padre.

-Papá- Bella estaba igual de sorprendida que yo.

-Charlie; me siento muy halagado... pero ésto pertenecía a tu padre... y no sé si...- la abuela me calló.

-Pamplinas; también queremos que tengas algo nuestro- dijo señalando a su hijo y a Sue. El abuelo estaría orgulloso de su pequeña- explicó con una sonrisa emotiva, mirando a Bella-.

-Hijo es precioso- me dijo mi madre, observando el reloj. Me acerqué a la abuela, quedando a su altura.

-No sé cómo agradecérselo- le expliqué, un poco emocionado.

-Me conformo con que lo lleves con cariño-.

-Eso por supuesto- contesté.

-Y... que me guardéis una habitación, para poder venir a visitaros- terminó resuelta. Todos rieron ante el comentario de la buena mujer. La verdad, es que la abuela se había ganado a todos los habitantes de palacio.

-De eso me ocuparé yo personalmente- le respondí, para después darle un beso. También me acerqué a mi suegro y a Sue, dándole las gracias. Vi que mi padre admiraba el reloj, junto con Charlie, explicándole algo. Al de unos minutos, los empleados volvieron, cargando con dos paquetes planos y grandes, y una caja pequeña.

-Hija, ésto es para ti- le explicó Sue. Bella arqueó una ceja.

-Suponíamos que de joyas irías bien servida- dijo Charlie divertido -aun así, también te hemos traído una- dijo bajando la cabeza. Bella cogió la cajita pequeña. Al abrirla, miró a su padre, con lágrimas en los ojos.

-El broche de mamá- susurró emocionada. Miré la joya, de forma ovalada, con pequeños diamantes.

-A ella le habría gustado mucho poder dártelo este día- mi niña se abrazó a Charlie y a Sue.

-Gracias- dijo con voz ahogada. Se quitó las lágrimas, volviéndose a mi madre y a mi hermana, que admiraron el pequeño legado de la madre de mi niña.

-Qué bonito- Alice lo cogió, admirándolo.

-Mi madre lo llevó en su boda- les explicó.

-Y deberías hacerlo tú también- mi madre la tomó de los hombros, animándola. Mi padre carraspeó, llamando nuestra atención.

-Te quedan aún dos paquetes inmensos- le recordó, divertido. Mi madre rodó los ojos.

-Tienes la impaciencia de un niño esperando a Santa Claus- todos reímos, mientras mi padre se encogía de hombros con fingido enojo. Bella abrió el primero, admirándolo con una sonrisa.

El marco de plata contenía varias fotos. Una de la boda de Charlie y Sue, con Bella en medio, en otra salíamos Alice y Jazz, Ang y Ben, Rose y Emmet y nosotros dos, durante nuestra estancia en Forks el verano pasado; también había una de los dos, junto a la abuela Swan, el día del cumpleaños de Bella, y otra de padre e hija, abrazados y riendo alegremente.

-En realidad, es un regalo para los dos- nos explicó Sue. Bella miraba las fotos contenta -para que no os olvidéis de nosotros- dijo con falso reproche.

-Lo colgaremos en la pared, ¿verdad?- me preguntó.

-Por supuesto que si cariño- ella sonrió, mientras besaba su cabeza... y observé el otro paquete, adivinando su contenido. Miré a Charlie, que me dedicó una mirada cómplice. Bella lo abrió, quedándose parada... y obviamente, llorando.

-Mamá- susurró en voz baja.

Era un retrato realizado al óleo. La imagen de la madre de Bella, con ella en su regazo, era preciosa. Su sonrisa y sus ojos era igual que los de mi novia, y ambas miraban felices al frente. Mi niña tendría unos tres años, y llevaba un vestido blanco y dos graciosas trenzas en el pelo. Bella no decía nada, simplemente pasó el dedo por la cara de su madre, llorando en silencio. Mis padres y Alice y Jasper observaban la escena conmovidos, al igual que Sue y la abuela, que luchaba por retener las lágrimas. Dejamos que Bella admirara el cuadro ella sola; sin decir una palabra, avanzó hasta su padre, y ambos se abrazaron.

-Ella debía estar aquí, contigo, en la que va a ser tu casa a partir de ahora- murmuró Charlie -y sé que esta fotografía es una de tus favoritas, de modo que mandamos hacer el retrato-.

-Gracias, gracias, gracias- murmuraba mi niña, ahogando las lágrimas y separándose de su padre, admirando de nuevo el cuadro.

-No lo hemos enmarcado... pensamos que éste querrías ponerlo a tu gusto- le explicó Sue. Ella asintió contenta.

-Nunca nos habías enseñado una foto de ella... eres su viva imagen- mi padre se acercó a Bella, rodeándola los hombros.

-Es cierto... tu sonrisa... y los ojos...- explicó mi madre. Me acerqué a Bella, rodeándola la cintura.

-¿Qué te parece?- me preguntó.

-Es muy bonito; también lo colgaremos, por supuesto... tendrá un lugar privilegiado en nuestro salón- le dije, atrayéndola hacia mi. Ella escondió su cara en mi pecho. Sabía lo doloroso que era para ella no tenerla aquí, compartiendo todo lo que estaba sucediendo, y aunque me lo negara, sabía que muchos días había llorado en silencio, acordándose de de ella, cómo era lógico.

-Recuerdas lo que te dije una vez... ella te está viendo... nos está viendo- la consolé, murmurándole en voz baja. Ella afirmó con la cabeza, respirando profundamente y esbozando una pequeña sonrisa, mientras levantaba de nuevo la vista.

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Después de terminar la comida, pasamos al salón. Bella se sentó, quitándose los zapatos, y yo me deshice de la corbata. Observé con una risa cómo mi padre y Charlie hacían lo mismo. Nos sirvieron café y té, y abordamos el tema de la boda. La familia de Bella ya estaba al corriente de lo poco que había decidido.

-Tal y cómo nos dijo Esme, venimos con los deberes hechos... la lista de invitados- Sue le pasó un papel a Bella, que ella estudió meticulosamente. Alcé la vista por encima de su hombro, echando también un vistazo. Leímos los nombres con detenimiento... y mi novia puso una mueca de digusto.

-Me parece bien, excepto los señores Stanley... y Jess-.

-¿Por qué dices eso?- pregunté extrañado.

-Cuándo rompimos... me las encontré en el centro comercial... y me dijeron cosas nada agradables... y en esa época estaba muy mal y me hicieron mucho daño- susurró en voz baja -Ang estaba conmigo... me dijeron algo así que me salió mal la jugada, persiguiendo a un príncipe-.

-No nos dijiste nada- exclamó Sue, sorprendida. Ella se encogió de hombros.

-Entonces ellos fuera, por supuesto- le indiqué, un poco enojado. Ella cogió un bolígrafo, tachando, y siguió revisando.

-No te has olvidado de nadie... todo Forks está en este papel- dijo ella, mirando a su padre.

-Bella; familia directa somos muy pocos. Tu madre era hija única, y sus padres y parientes cercanos ya no viven- le recordó -mis tíos ya no viven tampoco... únicamente mi primo Adam y su mujer-.

-Viven en Detroit, apenas van a Forks. Yo no los he visto desde que vine aquí el primer año- me aclaró mi novia. Asentí, con la cabeza, agradeciendo la aclaración.

-Sue quiere invitar a su hermano Harry y a su familia- nos explicó. A ellos si que los conocí el verano pasado. Viven en Seattle, y tienen dos hijas de siete y cinco años.

-Por supuesto- añadí; para Bella era como su tío, y se llevaba muy bien con las pequeñas, aunque no se vieran mucho. Era un hombre simpatiquísimo, y su mujer muy amable y alegre.

-Nosotros, de familia directa, tampoco somos demasiados- dijo mi padre -sólo Garret y Kate, los hijos de Lord Archibald; y dos tíos míos, el duque de York y los duques de Kent- asentí con la cabeza. El duque de York era viudo, y era muy mayor; y el matrimonio vivía en Durham, a dos horas de Londres, en su mansión familiar.

-Son los hermanos de mi padre; y por petición propia, dada su avanzada edad, están apartados de la vida pública, aunque sean hijos y hermanos de rey; por parte de mi mujer, la hermana de su madre, y su hija. Viven en Dublín- les explicó mi padre. Bella escuchaba atenta la explicación, y una vez terminó mi padre, prosiguió con la lista.

-Billy está también- leyó ella en voz alta, aludiendo al mejor amigo de su padre- los Weber, los Cheney, los Newton, los Milley, los Nills... - ella seguía repasando la lista -hasta el señor Lohire, el alcalde- dijo divertida. También había muchos compañeros de la comisaría.

-Eso es lo que tiene Forks; al ser tan pequeño, todos nos conocemos- dijo Sue.

-Ten en cuenta que no vendrán todos, por la distancia- nos dijo.

-Espero que la mayoría puedan venir- exclamó mi novia, contenta. Le pasaré la lista a Preston y Maguie, y llevaremos las invitaciones en navidades, para que puedas repartirlas- le explicó.

-¿Tendrán una fecha tope, para confirmar, verdad?- preguntó Sue a mi madre.

-Es lo mejor; hay que buscar alojamiento para mucha gente- le aclaró.

-Por supuesto, vuestra familia puede alojarse aquí. Tenemos sitio de sobra- le dijo mi padre.

-Ésto... ¿cómo hay que ir vestidos?- Bella y yo reímos ante la pregunta de su padre. Mi madre se lo explicó.

-La ceremonia es a las seis y media de la tarde. Para los hombres, uniforme de gala... o chaqué. Las mujeres de largo; se dará la opción de las tiaras- explicó -en la invitación, se incluirá una nota, explicándolo-.

-Las princesas y reinas irán así- dijo Alice, divertida.

-Con condecoraciones y bandas, tanto para hombre o mujer, en el caso de que se posean- añadí. Sue asintió con una sonrisa, y mi padre se giró hacia Charlie.

-Te compadezco- le dijo con una risa, dándole un codazo -yo odio los chaqués... pero cómo iré de uniforme, me libro- mi suegro rodó los ojos, ante las risas de todos.

-Estoy deseando que llegue el día- dijo la abuela – si pones alguna objeción, tendrás que pasar por encima de tu mujer y de mi... no puedo esperar a verte de pingüino- la sala estalló en carcajadas... menuda mujer, era simplemente genial.

-Gracias por tu apoyo, mamá... y también a ti, Sue- rezongó enfadado.

-Vamos Charlie... estarás muy bien- le dijo Sue, entre risas. Una vez se pasó el divertido momento, continuamos con la conversación.

-Y tú... ¿qué te vas a poner?- me susurró Bella.

-El uniforme de gala del Ejército de tierra- le expliqué. No era un secreto, me había visto vestido así algunas veces, la mayoría por fotos, muy pocas en persona. Ella asintió.

-Estás muy guapo vestido así... como un príncipe de verdad- me devolvió en bajito. Reí, negando con la cabeza.

-No eres nada objetiva- ella me miró divertida, dándome un besito en la cara.

-Seguramente, habrá celebraciones y actos unos días antes. El veinte es el cumpleaños de Edward, y aprovecharemos para celebrar la cena de gala anterior a la boda. También se organizarán distintos actos, para la gente joven, y otros para el resto de los invitados. Están todos invitados a ellos; sabemos que hay gente que sólo podrá venir a la boda en si... pero queremos que sepáis que no hay ningún problema en absoluto- les explicó mi madre.

Después de un buen rato de charla, mi novia y yo nos perdimos un rato a solas. Sin cambiarnos de ropa, salimos a los jardines, dando un paseo. Ella cogió mi brazo, apoyando su cabeza mientras andábamos.

-Ahora sí que lo puedo hacer- me dijo entre risas.

-Pues a mi me ha gustado, y ya te lo he explicado antes, no pasa nada... aunque cómo bien dice Emmet, tenemos que guardar un poco las formas en público- aclaré divertido. Seguimos el paseo, comentado el agotador día.

-¿Te ha gustado el reloj?; sé que, en comparación con lo que yo he recibido de tus padres, es poco- dijo en voz baja. Rodé los ojos, parando, un poco enfadado.

-Bella... claro que me gusta. Es un objeto al que tu padre y la abuela tienen mucho cariño, y para mi eso es lo importante... y también es muy valioso, es una pieza que ya no se fabrica- le expliqué, serio. Ella bajó sus ojitos. Suspiré, levantando su cara.

-Perdona- murmuró ella.

-Cariño- acaricié su barbilla -aunque viva rodeado de todo ésto- le expliqué -me gusta cuándo alguien viene y me hace un regalo de corazón, sin importar su valor. No soy tan engreído y superficial- le expliqué divertido.

-Eso ya lo sé- contestó con una mueca -y hablando de los regalos, ¿sabías lo que me iban a regalar tus padres?- me interrogó seria.

-Algo; sabía que te regalarían alguna joya... pero no sabía cual- le expliqué, confesando mi culpa.

-Es... una pasada- dijo ella, todavía asombrada -¿por qué no me has hablado del tema?-.

-Bella; vas a convertirte un miembro de la familia real. ¿No has escuchado a la abuela?- le recordé -tampoco me preguntabas nada sobre ello- inquirí divertido.

-Si, alguna vez lo he pensado. Me da miedo llevar algo tan valioso encima... no sé cómo me veré, con la tiara encima de mi cabeza- meditó.

-Pues preciosa, ¿cómo te vas a ver?, además, seguro que las lucirás muy bien- ella se puso roja como un tomate -la pequeña duende te echará una mano con eso, tranquila- ella rió por mi comentario.

-Y mi madre- aclaré -ella te enseñará a colocarte las condecoraciones y las bandas- le recordé.

-¿Qué órdenes llevaré?- interrogó curiosa.

-La Jarretera no, hasta que seas reina; no me preguntes por qué, normas de la orden- me encogí de hombros -llevarás la Orden de la Familia Real- ella meditó unos instantes, acordándose de su imagen- mi padre ya la ha encargado hacer; la Real Orden Victoriana, con banda azul oscura y roja, y placa; y la Orden del Imperio Británico, sólo con placa... y cuándo vayamos a algún país extranjero, las de ellos-.

-Me acuerdo; me lo explicó tu madre una vez-.

-Las mismas que ostenta mi hermana. Mi padre te las concederá el día anterior a la boda-. Ella asintió, suspirando, pensando en algo qué decir.

-Sé que iba a ser así... a veces me parece que todo es un sueño- murmuró.

-Poco a poco te acostumbrarás cariño- le dije, tomándola de la mano -no sabes las ganas que tengo de verte así-.

-Pues hasta que nos casemos nada, así que tendrás que esperar- me recordó divertida, pasando su dedo por mi nariz.

Seguimos paseando, hablando de mil y una cosas, hasta la hora de la cena.

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Según entrábamos por la puerta de nuestra habitación, me quité los zapatos. Aunque cómo bien me dijo Alice el día que me los compré, que a pesar del alto tacón, eran cómodos, las horas ya pasaban factura a mis pies. Me quité el abriguito, y le pedí a Edward que me bajara la cremallera del vestido.

-Te queda muy bien, estabas muy guapa- me volvió a decir. Después de guardar cuidadosamente la ropa de ambos, y con el pijama puesto, nos tumbamos en la cama, poniendo la tele... y creí morir de la vergüenza. En todas las cadenas estaban las imágenes de esta mañana. Nunca me había percatado tanto de lo roja que me ponía, hasta que me vi en el pequeño aparato. Edward salía muy guapo, y se le notaba lo contento que estaba. Yo también era feliz, pero me sentía rara... él estaba más acostumbrado a verse en la tele y en fotos. Observé atenta mi tono de voz; cómo me dijo Sue, era dulce y atento, y los nervios los tenía bastante controlados. Me sorprendí a mi misma, mientras me oía.

-¿Lo ves?- me dijo Edward, señalando el televisor -has estado muy bien- me recordó por enésima vez ese día. Al fondo de las imágenes, se oían los comentarios de los contertulios del programa.

-De verdad, si a mi el príncipe me dice así, con esa mirada, que se enamoró de mi nada más verme...- una periodista dejó la frase inconclusa, poniendo cara soñadora.

-Y el momento en el que ella ha apoyado la cabeza... se notaba que estaba emocionada- seguía explicando otra chica.

-Es un verdadero cuento de hadas... y no se puede negar que se quieren, salta a la vista- decía la presentadora.

-Es indudable; después de todo lo que han pasado; del acoso al saberse su relación, de su ruptura por las fotos- Edward frunció el ceño- porque apostaría lo que sea que ese asunto fue un detonante importante... yo estoy encantada con la noticia, y por fin, boda real en nuestra ciudad... tendremos aquí a toda la realeza europea-.

-Mathilde, cómo experta en protocolo, ¿cómo los has visto?- le preguntó la presentadora.

-Isabella me ha sorprendido para bien. Era la primera vez que la oíamos hablar... y su voz, aunque tímida, cómo es lógico- aclaró -es muy dulce, educada... y ha conseguido dominar sus nervios. Obviamente, tiene mucho que aprender todavía... pero de verdad, muy correcta-.

-Y muy bien vestida- añadió la primera que habló.

-Pero se han saltado el protocolo- dijo un señor mayor, que resultó ser un periodista al que, no sé por qué, no le caía muy bien -ciertamente, me parecería bien en una pareja normal, no en ellos- Edward bufó, un poco enfadado.

-No se han saltado el protocolo. Son jóvenes, se quieren, y es normal que tengan esos gestos cómplices y cariñosos... y creo que vamos a disfrutar con sus apariciones en público. Él ha dado un cambio muy grande- añadió la mujer.

-¿Qué ha opinado la gente de a pie?; ya sabemos que los ingleses apoyaron el romance desde el primer momento- la presentadora hizo la pregunta en general.


-La gente ahora está expectante y contenta con la noticia; Isabella hoy ha ganado adeptos... y según la vayamos viendo estos meses, en los actos y viajes con él, y se vaya acercando a la gente, lo iremos sabiendo- terminó de decir.

Seguían comentado y pasando imágenes de la rueda de prensa. Edward me miraba divertido, hasta que captó mi atención.

-Parece que Inglaterra va a tener una princesa dulce y encantadora... como te dije una vez; ¿por qué te lo crees si te lo dice alguien que no sea yo?- murmuró enfurruñado, como un niño pequeño.

-Porque tu no eres objetivo conmigo, no cuenta- aclaré burlona, repitiendo sus palabras. Apagó la tele, atrayéndome a sus brazos.

-¿No?- me preguntó en voz baja, mientras me acercaba a él, para besarme. Suspiré divertida, mientras posaba sus labios en los míos.

-Vaya manera qué tienes de convencerme- objeté, poniendo carita de niña buena. Sonrió de lado, poniéndose encima mío, sin aplastarme. En un gesto automático, llevé mis manos a su pelo, acariciándole.

-¿Sabes que llevo todo el día aguantándome?; estabas preciosa con ese vestido... y los tacones te hacían muy sexy- susurró en voz baja, y un poco ronca. Sin decirle nada de vuelta, acerqué su cabeza a la mía, besándole con ganas.

-Pues creo que lo que llevaba debajo que te va a gustar más- murmuré, un poco roja, por lo que acababa de decir. Comprar ropa interior de La Perla era lo que tenía.

-¿Cómo puedes decirme eso... y no enseñármelo?- se hizo el ofendido. Lentamente, con una mirada pícara e insinuante, me fui subiendo la camiseta de tirantes del pijama, dejando a la vista el sujetador de encaje, en tonos violetas.

-Me vas a matar un día de éstos... eres demasiado apetecible- sus besos dejaron mi boca, para recorrer mi cuello y la parte superior de mi escote, a la vez que uno de mis pechos era aprisionado en una de sus manos. Entre besos y caricias, conseguí quitarle la camiseta y bajarle los pantalones, con la ropa interior incluida. El pequeño principito se apretó contra mi estómago, saludándome. Me quité el resto de mi pijama, quedando con la braguita, tipo culote, a juego con el sujetador.

Me senté encima de sus piernas, dándole la espalda, mientras observaba su miembro, listo para mi. Me mordí el labio, ansiosa, a la vez que acercaba mi boca. Pude oír su gemido por la sorpresa, pero sentí que dejó caer la cabeza encima de la almohada.

-Quiero verte- me suplicó entre jadeos. Dejé mi tarea un momento, a la vez que me deshacía de mi sujetador. Volví a mis caricias, tanto con mi boca como con mis manos, intentado que disfrutara lo máximo posible. Mis manos paseaban por su abdomen, y sentí que agarraba mi cabeza, marcando el ritmo que el quería. Al poco, sentí que se estremecía, y su respiración se agitaba por momentos, señal de que iba a terminar. Hizo un gesto, queriendo apartarme... pero no le dejé.

-Bella... me ...me voy- al decir eso, lo único que hice fue intensificar mis caricias, y pude sentir cómo terminaba, ahogando un grito con los labios apretados. Lentamente fui subiendo por su pecho, dejando pequeños besos, hasta llegar a su boca, que atacó la mía con desesperación.

-Bella- beso -eso ha sido- otro beso -uffsss...- todavía intentaba recuperar el aire. Sonreí satisfecha.

-No es justo que la mayoría de las veces disfrute yo sola... también te lo mereces- le expliqué, de nuevo entre besos, con una pequeña sonrisa. Pude sentir de nuevo su excitación, pegada a mi cuerpo.

-Te recuperas pronto- observé divertida.

-Nunca me canso de estar contigo, ni me cansaré- susurró contra mis labios, a la vez que sus manos iban bajando mis braguitas, despacio. Excitada y ansiosa, posicioné mis piernas en su cintura, y entró en mi de una vez. Mis manos fueron a su pelo, dándole dulces tirones.

-Edward... bésame- le demandé, demasiado excitada y seria. Dicho y hecho, sus labios se posaron en los míos de nuevo. Nos besámanos con ganas, con pasión... cómo decía Emmet, los besos que me daba eran de película, me dejaban KO total... era inexplicable. Aprisionó mis manos por encima de mi cabeza, sujetándolas entre las suyas, siempre sin hacerme daño.

-¿Tienes idea alguna de cuánto te quiero?- susurró en mi oreja, dejando pequeñas cosquillas.

-Sé lo que yo siento... y no lo puedes imaginar- conseguí decirle entre jadeos. Arqueé mi cuerpo, eso le volvía loco... y por la fuerza y rapidez de sus embestidas, supe que llegaría enseguida, y así lo hizo, al igual que yo.

Desplomada sobre la cama, con los ojos cerrados, intenté recuperar el aire. Al de un minuto abrí los ojos, y pude ver esos topacios que tanto adoraba, mirándome con una pequeña sonrisa. Me incorporé para acercarme a él, que me refugió en su protector abrazo. Nos quedamos en silencio, pensando en lo acontecido en el día. El lunes volvíamos a la universidad, a las clases. Sentía una mezcla de alegría y nervios... nervios por ser observados y estudiados al milímetro... y alegría porque podríamos ir a tomar un café juntos, de la mano, sin escondernos, y volver a estar con él durante las clases.

-¿Qué pasa por esa cabecita?- Edward jugaba con un mechón de mi pelo, enrollándolo en su dedo.

-Estaba pensando en el lunes... nos van a ver juntos- dije con una pequeña sonrisa.

-Si; la verdad es que tengo ganas de hacer cosas "normales" de novios- expresó contento -el sábado de la próxima semana iremos al cine, ¿quieres?- me ofreció. Me incorporé un poco, mirándole.

-¿Podemos?- pregunté interesada. El asintió.

-Obviamente, tendremos que ir con seguridad cuándo salgamos así... pero ya no tenemos que andar en las sombras- me explicó con una sonrisa -podremos ir al cine, al teatro, a cenar... cómo una pareja normal- asentí con una gran sonrisa, dándole un pequeño beso y volviendo a acurrucarme entre sus brazos, para después dormirme.

La semana siguiente pasó muy deprisa... y salimos de nuestro encierro particular. Fuimos con mis padres y la abuela, a enseñarles un poco la ciudad. Me costó hacerme a la idea... era raro pasear junto a mi novio, ante la atenta mirada de la gente, que nos reconocía y nos saludaba, en la medida que Emmet y Quil les permitían acercarse a nosotros. Escuché, sobre todo, palabras de ánimo, y sonrisas dirigidas a mi en muchas ocasiones. Salieron fotos en las revistas, en las que estábamos haciendo cola para entrar a la Torre de Londres. Aunque nosotros íbamos con gafas de sol, si te fijabas bien se nos reconocía. En una yo hablaba con Sue, y Edward tenía mi cintura rodeada por su brazo, mientras le explicaba algo a mi padre.

También leímos las críticas serias, tanto nacionales como internacionales, que salieron sobre nosotros... y había de todo. Hubo una que me afectó un poco, asegurando que yo era muy poca cosa al lado de Edward... pero me había prometido, por mi salud mental, hacer oídos sordos, y eso fue lo que hice, tomármelo con filosofía. Además, siempre se aprende algo de las críticas, sean buenas o malas.

El teléfono de Carlisle no dejó de sonar en toda la semana. Las Casas reales europeas, con las que la dinastía Cullen se llevaba bien, a excepción de un par de ellas, llamaron, felicitando a él y a Esme por la boda de su hijo. Edward se llevaba mejor con algunos príncipes que otros, pero la mayoría hablaron con él, felicitándonos a los dos por la boda. Por supuesto, se pasó dos horas al teléfono con Christian y Madde, y con Carlos y Valeria. El príncipe danés y el español era con los que mejor se llevaba.

Yo hablé con Ángela al día siguiente. Estaba impresionada por lo que vio en televisión, alabando mi vestido y lo bien que lo hice, para ser la primera vez. Le pregunté qué había opinado la gente en Forks. Por lo que me contó, la gente estaba muy sorprendida... pero el alcalde estaba que iba a explotar de felicidad; la Princesa de Gales, nacida allí... según el señor Lohire, era un orgullo y un auténtico honor. También me dijo que todo el mundo estuvo pegado a la tele, en el pub del pueblo, viendo el compromiso en directo, a pesar del cambio de horario... y que los periodistas americanos prácticamente se habían mudado allí.

Eso lo vimos, ya que al día siguiente, salieron imágenes de Forks, y los periodistas hablaron con la gente, que en general, estaba contenta por la pequeña Bella. Vi que hablaban con el señor Blage, el director de mi antiguo instituto, con el alcalde, con varios compañeros de mi padre... y con más gente del pueblo. Mi padre rodaba los ojos, mientras Edward y yo reconocíamos a mucha gente, comentando lo que decían. Puede parecer extraño verte todos los días en las noticias y el las revistas... pero tenía que acostumbrarme a todo ésto.

Llegó el día en el que mis padres y la abuela se marchaban. Me despedí con pena de ellos, consolándome en voz baja de que las navidades estaban a la vuelta de las esquina, y pronto los vería de nuevo.

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El lunes el despertador nos sacó de nuestro descanso a las siete y media en punto. Después de un buen rato holgazaneando, al final tuvimos que levantarnos. Al salir de la ducha, miré por la ventana. Aquí ya hacía algunas semanas que se había ido el verano; apenas pasábamos de los diecisiete grados, y la mayoría de los días eran frescos y nebulosos. Decidí ponerme unos vaqueros ajustados, con botas altas por encima de ellos, negras y planas, y una camiseta blanca, con una rebeca negra por encima. Cogí un trench de color negro, cortito y moderno, por si acaso. Estaba poniéndome mis pendientes azules, lo que llevaba desde que Edward me los dio, en Norfolk Park, cuándo salió del baño, perfectamente despierto y preparado.

-Buenos días cariño- me dio un pequeño beso.

-Qué guapo- le dije con una sonrisa. También llevaba vaqueros, con una camiseta negra y una sudadera roja, muy moderna. Sus inseparables pumas marrones completaban su atuendo.

-¿Yo?- se miró de arriba abajo, sorprendido por el piropo -aquí la única guapa eres tú, creí que lo sabías- me dijo divertido. Mi sonrojo apareció, como siempre.

-Quería darle los buenos días a tus coloretes también- me explicó con una pequeña risa, besando suavemente mis mejillas. Rodé los ojos, resignada.

-¿Has cogido todo?- me tendió su carpeta y algunas fotocopias, que metí en mi bolso, al igual que su móvil y su cartera.

-Voy a dónde Maguie, para que nos de el resguardo de las matrículas- dijo saliendo por la puerta.

-Te espero en el comedor- medio grité para que me oyera. Después de meter mis cosas, y mi nuevo y estupendo móvil, nótese el sarcasmo, regalo de mi cuñada y Jazz. ¿Para que diablos quería yo un blackberry lila...?; todavía apenas sabía utilizarlo, menos mal que Edward estuvo un buen rato entretenido con él, averiguando las funciones y explicándome con una paciencia infinita. Metí el CD para el coche, y salí rumbo al comedor. Por el camino saludé a unos cuántos empleados, que ya estaban también en pie. Edward me dijo que iríamos los dos solos, en el volvo, seguidos por Emmet y Rosalie, que irían en el suyo. Aunque Jasper ya había acabado la carrera en junio, este año se dedicaría al proyecto final de arquitectura, la llevaría a su facultad, con Embry de escolta. Nada más entrar, Emily salió de la cocina.

-Buenos días Bella- me saludó con una sonrisa. Ella, junto con Sam y Maguie, eran las únicas personas en palacio que no me llamaban señorita Isabella.

-Buenos días Emily, ¿cómo estás?-.

-Bien cariño; te he preparado una macedonia de frutas, y una tostada de pan con mermelada de albaricoque- me señaló. Emily, el primer día que llegué aquí, me interrogó durante dos horas, acerca de mis gustos culinarios. La verdad que nos cuidaba a todos demasiado.

-Gracias; ¿el resto ya ha desayunado?- interrogué.

-Sus majestades ya se han ido -recordé que tenían un compromiso en Manchester, y no volvían hasta la noche -Rose y Emmet desayunan arriba, en su apartamento -volví a asentir- y Alice y Jasper ya se han ido- terminó de contarme. Se sentó conmigo, haciéndome compañía. Por fin Edward llegó, y una vez desayunamos, bajamos al coche. Ya estaban allí Rose y Emmet... dándose un beso de película. Edward y yo carraspeamos a la vez, para llamar su atención.

-La vas a ahogar- le dijo mi novio, divertido. Se enfrascaron en una absurda discusión, acerca de los tipos de besos. Rose y nos nos mirábamos resignadas.

-Hombres- rodé los ojos.

-Y que lo digas...- contestó con un gracioso mohín. Una vez conseguimos llamar su atención, por fin montamos en los coches. Miré a Edward mientras ponía el Cd del coche. Coldplay y la voz de Chris Martin inundó el interior. Era tan raro, ir con él así. Arrancó, y nos sumergimos en el tráfico londinense.

-¿Tenemos que ir a hablar con alguien?- interrogué curiosa.

-Con el decano, y después ya podremos ir a clase- me explicó. Asentí, mirando por la ventanilla. Estaba un poco nerviosa, por ver a mis antiguos compañeros y saber qué pensarían de nosotros. Edwrad notó mis nervios, y posó su mano en mi pierna, dándole un apretón cariñoso.

-Tranquila- afirmé con la cabeza, mientras agarraba su mano, entrelazando nuestros dedos.

Conseguimos llegar a tiempo, y Emmet aparcó delante de nosotros. Primero salieron ellos de su coche, y después de que Emmet echara una mirada general, nos hizo una seña para bajar. Edward fue más rápido, y mientras yo ponía un pie fuera, ya estaba él a mi lado, dándome la mano. Cerró el coche, y yo me acerqué a Rose, que agarró mi brazo, en señal de animo. La gente murmuraba y cuchicheaba, era más que notorio, aparte de someternos a un riguroso estudio, mirándonos de arriba abajo... por no hablar de los periodistas, que estaban apostados en la escalinata principal, esperando nuestra llegada. Menos mal que al campus interior no podían entrar. Según íbamos andando, distinguí a Leah y Jake, apostados con el resto de sus compañeros, cámara en mano. Me saludaron con la mano, y Edward y yo les dirigimos una sonrisa.

-Tranquila señorita Isabella- me dijo Leah al pasar por nuestro lado. Entramos al interior, y nos dirigimos al despacho del decano. Reconocí a gente de nuestro curso, mirándonos con una sonrisa, pero sin atreverse a acercarse a nosotros. Ahora entendía a la perfección lo que me contó Edward el primer día que le conocí. Iba entre Rose y Edward, que iba charlando con Emmet. Yo intentaba distraerme, hablando con mi amiga, cuándo sentí que Edward tomaba mi mano, apretándola con cariño. Le sonreí agradecida mientras continuábamos nuestro camino, al llegar a las oficinas, las secretarias se pusieron de pie, y una de ella se fue hacia el despacho, llamando a la puerta. El decano, el coordinador de las cátedras de derecho y el señor Delamore salieron a recibirnos.

-Alteza, señorita Isabella; bienvenidos de nuevo, y nuestra más sincera felicitación- nos saludó, alzando la mano, que ambos estrechamos. Después de saludar al resto, Edward y yo pasamos al despacho, tomando asiento. Allí nos explicaron nuestra situación, académicamente hablando. Nos examinaríamos tanto de las asignaturas de cuarto cómo de quinto entre enero y febrero. Podríamos complementar la nota con trabajos y ensayos, y quitarnos temario para los exámenes, lo cual era un alivio. Y finalmente, a finales de mayo, la exposición del proyecto. Nos entregó una copia de los horarios, y vimos que los martes teníamos clase por la tarde.

-Son las asignaturas de quinto curso- nos aclararon -el señor Delamore se hará cargo de su tutoría durante todo el curso; cualquier problema que tengan, sea de las asignaturas de cuarto o quinto, o algún problema con el proyecto, no duden en preguntársela- éste se volvió a nosotros.

-Quién lo iba a decir... eché la bronca a la princesa por llegar tarde ese día- Edward me miró riendo, al igual que yo hice, y me puse un poco roja, hasta que el señor Delamore siguió hablando -no tengan ninguna duda de que les ayudaremos todo cuánto esté en nuestra mano. Quiero que al más mínimo problema, acudan a mi, o al resto de profesores- nos dijo.

-Gracias por su ayuda. Sabemos que ésto es inusual, y no deberían hacerlo- les agradeció Edward. El decano quitó importancia al asunto.

-Se ha hecho muchas veces, más de las que se piensan; no a todos se les conceden, hay que estudiar los motivos y las circunstancias. Estamos seguros de que superarán este año sin problemas, sus calificaciones son muy buenas- después de permanecer unos minutos más allí, salimos del despacho.

-Les veré en unos minutos en mi clase, en el aula 16- nos pusimos de pie, saliendo del despacho. Allí estaba Emmet, esperándonos.

-¿Rosalie- pregunté curiosa.

-Ya se ha ido a su clase. En en descanso nos espera en la cafetería de enfrente- Edward y yo asentimos, y fuimos a nuestra primera clase.

-¿Crees que podremos hacerlo?- pregunté a Edward.

-Claro que sí Bella. Por eso sólo vamos a Italia en octubre. El resto de los viajes serán después de los exámenes- me recordó -todo sea por verte el veintitrés de junio vestida de blanco- me susurró con cariño y tomando mi mano, entrelazando nuestros dedos.

Menudos meses... los exámenes, los actos, los viajes, preparar la boda, de la que nos queríamos encargar personalmente, con ayuda por supuesto... no veía el momento de perdernos en nuestra luna de miel.

Al llegar a la que fue mi antigua clase, un nudo de nervios me apretó en el estómago. El señor Delamore ya estaba allí; entramos ante la atenta mirada de nuestros compañeros... y ellos si que se acercaron a felicitarnos. Pude ver a Mauren y Cynthia, dos chicas que hicieron comentarios un poco... desagradables, cuándo se confirmó nuestro noviazgo, antes de romper. Estaban un poco apartadas, y nos observaban curiosas. Varios chicos felicitaron a Edward, y éste se lo agradeció. Lauren se acercó a mi, quedando a mi altura.

-Bella, bienvenida de nuevo- me dijo, por lo menos seguía amable y simpática.

-Me alegro de volver a verte- le dije sincera. En verdad que la chica era muy simpática.

-Cuándo vimos que no regresaste después de navidades... lo pasarías mal esos meses- me medio preguntó.

-Pues si... pero eso ya ha pasado- le dije con una pequeña sonrisa. Me sentía de lo más extraña, siendo el centro de atención.

-Estabas muy guapa el viernes, en la rueda de prensa- me dijo otras de mis compañeras. Todos conversaban con nosotros de manera amable y distendida, y por fin pude relajarme un poco.

-¿Podemos verlo?- Cathy, otra de mis compañeras, señaló mi mano. Edward y yo sonreímos, mientras yo tendía un poco mi mano. Contemplaban el anillo con admiración.

-Qué bonito- dijo, a lo que Lauren asintió, mirándolo también. El carraspeo del señor Delamore hizo que todos voláramos a nuestros asientos.

-Os he guardado vuestro sitio de siempre- nos dijo Lauren, que se sentó delante nuestro -menudo año os espera, yo me moriría si tuviera que hacer dos cursos en uno- nos dijo. Al salir la noticia, antes de la rueda de prensa, palacio también explicó lo que pasaría con nuestros estudios, de modo que no era un secreto.

-Teníamos que hacerlo así- le expliqué.

-Y pensar que nadie se dio cuenta, hasta que se confirmó; ninguno nos lo podíamos imaginar- me encogí de hombros, ante la mirada divertida de Edward.

-No podía saberse, al menos al principio- explicó mi novio.

-Me alegro mucho por los dos, en serio- nos felicitó. Edward y yo se lo agradecimos, y nos dispusimos a atender a la clase. Rebusqué en mi bolso un par de bolis, y dándole a Edward su carpeta y sus cosas.

-¿Estás más tranquila?- me preguntó en voz baja. Asentí... era un día muy temido por mi... y un escollo más superado.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 17/8/2010, 11:39 pm

Capítulo 34: Salida al mundo

EDWARD PVO

La semana pasó sin mayores sobresaltos, gracias a dios. Mi novia, poco a poco, se fue encontrando menos cohibida en la universidad. El martes nos quedamos a comer en una de las cafeterías de alrededor del campus, ante la atenta mirada de la gente... era una tontería volver a casa para tener que regresar dos horas más tarde. Repasamos el temario de cabo a rabo, revisando minuciosamente la bibliografía que nos dieron de referencia, para futuras consultas. Por suerte, la mayoría de los libros estaban en la biblioteca del palacio, de modo que no teníamos mucho problema. Había varias asignaturas del cuarto curso en las que los trabajos contaban el 60% de la nota, y el resto el examen, librándote de examinarte esos temas; a dios gracias, la asignatura de Economía global y comercio exterior era extensa... y una de las que menos me gustaba, no podía ocultarlo.

El viernes, antes de irnos a casa, le informamos al señor Delamore la elección de temas de los trabajos a presentar, y nos dio la fecha de entrega del primero, el dos de noviembre... y cómo nos nos quedaba otro remedio, nos pusimos manos a la obra... pero el sábado tenía una cita con mi novia... una cita de verdad.

Le encargué a Maguie que comprara entradas para una película, que sabía que le hacía mucha ilusión ver a mi niña. Emmet libraba ese fin de semana, y Quil y Embry se iban con mis padres, ya que tenían diferentes compromisos... de modo que Nick, otro de los escoltas, vendría con nosotros. Después la llevaría a cenar a un restaurante tailandés que me había recomendado Emmet en Covent Garden, Thai Pin, me dijo que se llamaba. Era pequeño y discreto, y la comida muy buena.

Por fin podía llevarla por ahí, sin revolucionar, más o menos, a la prensa y que empezaran a especular sobre quién era la misteriosa acompañante del príncipe. En un principio pensé en ir a la Royal Opera house, también en el distrito del Covent Garden, de hecho se le conocía por este nombre al famoso teatro, o al Royal Albert Hall, a ver una función de ballet. A Bella le encantaban, y nunca había podido ir a uno... pero Maguie me recordó el compromiso que teníamos la semana que viene... y decidí guardar el secreto, para sorprenderla.

Terminé de ponerme la cazadora, cuándo mi niña salió del baño; llevaba unos pantalones vaqueros negros, un poco acampanados, y un jersey azul por debajo de su chaqueta negra de piel, muy moderna. Llevaba botines con un poco de tacón... desde que se hizo pública nuestra boda, había notado un cambio muy grande en su forma de vestir; aunque a mi no me importara lo que llevara puesto, tenía que reconocer que el cambio le sentaba genial.

-¿Voy bien?- me preguntó girando; mi pequeño amigo se empezó a despertar, al dejarme admirar su curvas, marcadas por los pantalones... e imaginando esa ropa interior tan sexy que se había acostumbrado a llevar... y que era superior a mis fuerzas. Me mordí el labio, pensando en el texto que me había leído hace un rato sobre Política exterior.

-Muy guapa; cómo siempre- recalqué las dos últimas palabras -no vamos a una cena de estado- le recordé con un poco de burla, siempre sin mala intención. Rodó los ojos, poniendo una de sus preciosas caritas.

-Sigues sin ser objetivo- contraatacó resignada y mofándose a la vez, poniéndose frente al espejo y pasando un pañuelo largo por su cuello. Reí, acercándome a ella y rozando con mi nariz su cuello y su oreja.

-¿Cómo quieres que sea objetivo... con lo que seguro llevarás debajo de ese jersey?- pregunté en voz baja. Noté que su piel se calentaba... ya estaba sonrojada, no fallaba. Ella me miró a través del espejo, con una sonrisa traviesa.

-Si te portas bien, te lo enseñaré después- resolvió con voz insinuante -ahora vámonos, pequeño- me dio un pequeño beso en la mejilla, cogiendo su bolso y mi mano, tirando de mi. Entre risas, y con las manos entrelazadas, bajamos hasta el garaje, dónde Nick ya estaba esperando, al lado de otro volvo similar al mío, pero de color negro. Nos saludó, parco en palabras, cómo era él, y nos metimos en el nuestro, ya que el nos seguiría. Bella buscó las entradas en su bolso, mirando la hora de comienzo.

-Edward, llegamos un poco tarde- dijo con el ceño un poco fruncido.

-De eso se trata... pero tranquila, no nos perderemos el comienzo- le advertí con una sonrisa inocente. Puso cara de no entender nada.

-Ya lo verás- no pareció muy convencida -¿no confías en mi?- puse mi mejor puchero. Ella me devolvió una de sus preciosas sonrisas. Por fin llegamos al cine. Le indiqué a Bella que teníamos que esperar en el coche, mientras Nick salía primero, a echar un vistazo. Las puertas ya se habían abierto, de modo que la entrada estaba bastante despejada. Mientras esperábamos, Bella se acurrucó contra mi, apoyando su cabeza en mi hombro.

-Me hace mucha ilusión salir así...parecemos una pareja normal- dijo con una pequeña risa. Besé su cabeza, riendo también.

-Somos una pareja normal- le aclaré. Ella rodó los ojos.

-Por eso somos la noticia estrella de los últimos años- repuso.

-Eso también- la rodeé con mi brazo – no te preocupes por nada; verás que bien lo pasamos- ella me dio un pequeño beso.

-Gracias por esta noche... por si luego se me olvida agradecértelo- asentí con la cabeza, mientras tomaba su mano, acariciando sus dedos y jugando con el anillo. Por suerte, nadie podía vernos, las lunas estaban tintadas.

Vi regresar a Nick, cargado con una pequeña bolsa. Me hizo una seña, indicando que podíamos bajar. Bajé yo primero, y le abrí la puerta a Bella, ayudándola a bajar. Nick me entregó la bolsa, mientras Bella buscaba las entradas de nuevo en su bolso. El también entraba con nosotros a la sala. Con el detrás nuestro, caminamos hacia la entrada. Bella le tendió los tickets a la chica, que se quedó de piedra al levantar la vista, y vernos allí.

-Hola- le saludó Bella en voz baja, dedicándole una sonrisa tranquilizadora, al igual que yo.

-Oh... alteza, señorita Isabella... es un honor tenerlos aquí- retorcía sus manos, un poco nerviosa -¿quieren que llame al encargado?-.

-¡No!; por favor... - le pedí amablemente -simplemente queremos disfrutar de la película- ella seguía mirándonos, un poco anonadada -por favor; nos gustaría poder volver... nos gusta mucho el cine- le expliqué... y también pidiéndole entre líneas que guardara un poco el secreto. Ella se quedó impasible un minuto, hasta que asintió, dedicándonos una sonrisa y cogiendo las entradas que mi novia le tendía.

-Sala dos; por el pasillo principal, la segunda puerta a la derecha. Me llamo Martha, por si necesitan algo- todavía estaba un poco nerviosa, pero mucho menos que antes.

-Gracias- le agradecí con una sonrisa.

-Gracias Martha- Bella le dedicó otra, un poco tímida. Le tomé de la mano, y la conduje hasta la sala dos. Ya estaba a oscuras, de modo que entramos sin hacer ruido; había gente, pero para ser sábado no demasiada, la verdad.

Buscamos nuestros asientos. Estaban en una esquina, por si acaso teníamos que salir por cualquier cosa. Yo me senté en la orilla del pasillo, quedando los dos asientos que estaban al lado de Bella libres. Nick se sentó tres filas por detrás de nosotros, también en la orilla.

-¿No se sienta nadie aquí al lado?- me susurró Bella, una vez nos acomodamos. Negué con la cabeza.

-Las entradas de esos asientos las tiene Nick... por seguridad- le expliqué -de modo que puedes poner las chaquetas- le dije, viendo que tenía la mía y la suya en su regazo. Abrí la bolsa, sacando las palomitas y tendiéndole una botella de agua. Acomodó de nuevo su cabeza contra mi cuerpo, y pasando uno de mis brazos alrededor de sus hombros, consiguió encontrar una postura cómoda. Justo en ese momento, terminaban los trailers de las películas a estrenar, empezando la que veníamos a ver. Un buen rato después, ya sin palomitas y con la película bastante avanzada, Bella se volvió hacia mi, para susurrarme al oído.

-¿Eso ocurrió de verdad?; se supone que la película está basada en hechos reales... pero ésto no me cuadra mucho- murmuró con el ceño fruncido, comentando una escena.

-A mi tampoco, la verdad- le contesté, dejando un beso detrás de su oreja. Sentí que por esa zona la piel se le ponía de gallina. Se giró hacia mi, mirándome en la oscuridad, debatiéndose en si hacer algo o no. Lentamente fue acercando sus labios a los míos... pero se paró, quedando nuestros rostros muy cerca. Adivinando lo que pasaba por su cabeza, terminé de acercarme a ella, besándola. Sus labios, suaves y perfectos, hacían que mi mente se quedara en blanco cada vez que la besaba. Ella correspondió al beso, pero de repente se apartó, cayendo en la cuenta de dónde estábamos.

-Shhh... ven aquí- la atraje de nuevo hacia mi, besándola de nuevo. Su pequeña lengua jugaba con la mía, en un juego travieso, pero a la vez dulce. Cuándo noté que empezaba a respirar con dificultad, la dejé que tomara un poco de aire. Sus mejillas estaban calientes, y sus pequeños labios un poco hinchados.

-No nos ve nadie... estamos a oscuras- le susurré con la voz un poco ronca y también jadeante. Ella negó divertida con la cabeza, dejando un casto beso de nuevo en mis labios y volviendo su vista hacia la pantalla.

La película terminó poco después. Salimos de la sala antes de que encendieran las luces. Tomados de la mano y seguidos por Nick, nos dirigimos con paso rápido al coche. Por suerte, Martha había cumplido su palabra, ya que no había periodistas a la redonda. Una vez dentro, con el coche ya en marcha hacia Covent Garden, empezamos a hablar.

-¿Ahora dónde vamos?- interrogó curiosa, después de comentar la película un rato.

-A cenar, ¿tienes hambre?- asintió con la cabeza -¿te gusta la comida tailandesa?; Emmet me ha recomendado un restaurante que está bastante bien- le expliqué.

-No la he probado nunca, de modo que me tendrás que aconsejar- me advirtió.

Aparcamos enfrente de restaurante. Esta zona estaba más concurrida que la del cine, obviamente, ya que había muchos restaurantes y pubs en ella. Cuándo vi que Nick me hacía una seña, bajé del coche, y Bella detrás mío. Agarré a mi niña de la cintura, atrayéndola hacia mi, mientras esperábamos para cruzar la calle. Esta vez no tuvimos tanta suerte, y si que hubo personas que se nos quedaban mirando fijamente, cuchicheando y preguntándose si en realidad éramos nosotros. Bella se tensó un poco, pero intenté calmarla.

-Tranquila... no pasa nada- le dije con una pequeña sonrisa, que ella correspondió, suspirando profundamente.

Por fin, el semáforo se puso en verde, y cruzamos; por suerte había hecho la reserva de restaurante, bajo un pseudónimo, por supuesto. Nick entró primero, dando el nombre y echando una ojeada al sitio. Habló unos instantes con el camarero, y nos hizo una seña para que pudiéramos entrar. El encargado también se había acercado.

-Alteza, señorita Isabella... es un placer tenerlos aquí; síngame por favor, su mesa está lista- entre las miradas atónitas de algunos comensales, llegamos hasta nuestro sitio. Estaba en una fila de mesas con bancos dobles para sentarse, era la última. Nos pusimos de espaldas a la gente, y me senté al lado de mi novia.

-Aquí tienen la carta; ¿desean algo de beber?- miré a Bella, esperando.

-Agua, por favor-.

-Para mi también- se alejó para traer el pedido, mientras Bella abría la carta y la ponía en medio de los dos. Rodeé su cintura de nuevo, leyendo los platos.

-Si quieres, podemos pedir el primero para compartir, y después cada uno el segundo- le propuse -así pruebas diferentes cosas-.

-Está bien, ¿qué me recomiendas?- inquirió.

-Pues... de primero éste- le señalé.

-Fideos finos de arroz, con crujiente de camarones- leyó en voz alta -no suena mal- aprobó con la cabeza -y me gustaría probar este plato- lo señaló con su dedo.

-Panecillos de pollo frito, con distintas salsas... podemos pedirlo también- afirmé sonriendo. Observé a mi novia con una sonrisa. Leía atenta el resto de los platos, jugueteando con mis dedos. A veces todavía me parecía un sueño el tenerla a mi lado, y que fuera a casarse conmigo... esa noche, además estaba tan guapa... la palidez y la tristeza de sus ojos, que tantos meses la acompañaron, habían desaparecido por completo. Sus mejillas tenían un toque rosa muy pálido, y sus ojitos brillaban cada día más.

-¿Qué quieres de segundo?; podemos pedir uno carne y otro pescado- le sugerí -para qué pruebes cosas variadas-.

-Vale... yo pescado... a ver... salmón en curry rojo- dijo finalmente, después de unos minutos -¿tú?.

-Asado de pollo al jengibre- le dije. Una vez vino el camarero, nos dejó las bebidas y nos tomó nota del pedido. Bella bebió un poco antes de comenzar a charlar de nuevo. La cena transcurrió conversando tranquilamente y con Bella descubriendo la cocina tailandesa, que al final y para mi alivio, le gustó. Cuándo nos despedimos del encargado, que nos acompañó hasta la puerta, nos dirigimos de nuevo a los coches.

-¿A dónde vamos ahora?-.

-A dar un paseo- le expliqué. Para una vez que podía conducir a mi aire... y con ella a mi lado, no iba a desaprovechar la ocasión. Cruzamos el puente de Westmister, dejando a un lado el Parlamento, con el famoso Big Ben, hasta aparcar en las proximidades del Puente de Londres, cerca de la orilla del Támesis. Había unos paseos muy bonitos allí, con zonas ajardinadas.

-Vamos- le dije al salir del coche. Tomados de la mano, nos acercamos hasta el muro; al otro lado del río, la Torre de Londres nos saludaba, perfectamente iluminada, al igual que el resto de los edificios históricos. Nick se quedó un poco apartado, queriendo darnos un poco de intimidad.

-¿Te crees si te digo que nunca la había visto iluminada?- la miré extrañado. Ella afirmó con la cabeza.

-Pues es verdad... está muy bonita así- dijo con una sonrisa. Me puse detrás de ella, rodeándola con mis brazos y dejando un suave beso en su cabeza.

-¿Te lo has pasado bien?; siento que nuestra primera cita de verdad llegue con más de dos años de retraso- me disculpé. Ella se dio la vuelta, sin liberarse de mi abrazo.

-Ha valido la pena esperar- me susurró, bajando la vista hacia el suelo, con una preciosa mueca de vergüenza. Se abrazó a mi cuerpo, pasando sus manos por mi cuello, admirando los famosos edificios que teníamos a la vista. Desde dónde estábamos se veía la Cúpula blanca de la Catedral de St. Paul, también iluminada. Se quedó mirándola fijamente, con una pequeña sonrisa.

-¿Qué piensas?- le pregunté en voz baja.

-En muchas cosas... recuerdo la vez que estuvimos en Norfolk Park; me llevaste a ver un pequeño lago- hice memoria, acordándome al instante.

-Cómo te dije aquella vez, daría lo que fuera por tenerte así siempre... siendo simplemente Edward y Bella- murmuró. Abracé su pequeño cuerpo, suspirando.

-A mi también me gustaría mi vida- a veces daría cualquier cosa por no haber nacido príncipe... pero era lo que había -pero ahora vas a estar conmigo- expresé feliz. Ella asintió con la cabeza, escondiendo su carita en mi cuello.

-Para siempre- sentí que decía en voz baja.

Permanecimos un buen rato en silencio, abrazados el uno contra el otro, disfrutando de nuestra compañía y de nuestra escapada de novios... que no podía haber ido mejor para haber sido la primera vez.

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El fin de semana pasó rápido, y el lunes volvimos a clase. Aparte del viaje a Italia y de algunos actos a los que teníamos que asistir, hasta que termináramos los exámenes, iríamos a los imprescindibles. Lo primero era lo primero, y lo que más nos preocupaba ahora eran los estudios, por la cuenta que nos traía. La tarde del jueves, estábamos en la biblioteca, rodeados de libros de códigos de leyes y de papeles, resoplando y un poco hartos, en busca de un dichoso decreto ley que se nos resistía. Rosalie también estaba con nosotros, ya que compartía algunas asignaturas de las nuestras.

-Esto es infumable- se quejaba mi novia, con los papeles en la mano. Rose asintió, suspirando cansada.

-Propongo que lo dejemos por hoy; son las ocho y media de la noche- les informé, consultando la hora. Ambas asintieron, cerrando los libros.

-¿Cenáis con nosotros?- le preguntó Bella a Rosalie. Ésta asintió, diciendo que iba arriba un rato, para dejar los libros y levantar a Emmet del sofá.

-Entonces a las nueve y cuarto en el comedor; nosotros tenemos que hablar con Maguie... mañana vamos al teatro, con toda la familia- le explicó.

-¿Primer acto oficial?- interrogó nuestra amiga, curiosa. Asentimos con la cabeza, quedando en vernos en el comedor. Bella y yo fuimos directos al salón, dónde mis padres, Maguie, Alice y Jasper ya estaban esperándonos.

-Hola- saludamos a coro, sentándonos al lado de mi madre.

-Hola hijos, ¿cómo lo lleváis?- nos preguntó, después de saludarnos todos.

-Hartos- exclamé un poco enojado -no encontramos el dichoso decreto 183/34 del código político de 1897- expliqué entre dientes.

-¿El que habla de las diferencias acerca del sufragio censitario y del sufragio universal?- Bella y yo miramos a mi padre, arqueando una ceja de incredulidad. Mi padre se encogió inocentemente de hombros.

-¿Qué?- nos preguntó.

-Charlaremos luego- le dijo mi niña, rodando los ojos. Mi padre reía divertido, al igual que el resto. Por fin, Maguie tomó la palabra.

-Bien; mañana se inaugura oficialmente la temporada de teatro y espectáculos- le explicó a Bella -la familia siempre asiste a una representación ese día, en la Royal Opera House-.

-O sea, en el Covent Garden- dijo mi novia.

-Eso es. Este año se cumple el segundo centenario de la fundación de la Compañía real de danza- seguía diciendo. A mi niña se le iluminaron los ojitos, mirándome contenta.

-¿Vamos a ver una función de ballet?- me preguntó ilusionada. Asentí, tomándola de la mano.

-Si... creo que el que vamos a ver es de Tchaikovsky, La Bella durmiente- dije, mirando a Maguie, que lo confirmó con un gesto.

-Qué bonito... me encantan los ballets... y nunca he podido ir a ninguno -exclamó feliz -¿cómo hay que vestirse?- miró a mi hermana, esperando una respuesta.

-Con vestido largo- le dijo. Bella asintió, meditando. Yo tenía muchas ganas de que llegara mañana; nunca la había visto enfundada en un vestido de fiesta.

-Toda la alta sociedad inglesa se da cita allí ese día- le explicó mi hermana de nuevo. Bella la miró sin entender.

-Conocerás a la mayoría de la nobleza... a uno ya lo conoces- dijo divertida, tomando a Jasper de la mano.

-¿Por qué no están más relacionados con la Familia real?; he leído que antes formaban la corte de los reyes- preguntó curiosa. Mi padre tomó la palabra.

-Y así fue hasta principios del siglo XX. Antes los altos cargos de palacio los ocupaban la gente con título importante; era lo que se llamaba la camarilla. Mi abuelo, al subir al trono, y después mi padre, reformaron a fondo el protocolo, adaptándolo a los tiempos modernos- le explicó amablemente.

-Hoy en día son empresarios de éxito; cada uno a su manera. Poseen inmensas fortunas y legados familiares importantísimos- le siguió contando.

-Hay algunos más tradicionalistas que otros- le contó mi madre -muchos de ellos son Caballeros de la Orden de la Jarretera, y siguen estando presentes en multitud de actos y costumbres vinculadas a la Casa real- siguió relatando.

-Pero ya no residen en la corte, ni ocupan cargos en ella- añadió mi padre -yo estudié con algunos, y entre ellos tengo algunos buenos amigos... pocos- aclaró.

-Cómo eran los padres de Jasper- dijo mi madre, mirándolo con una sonrisa.

Bella escuchaba atenta a las explicaciones de mis padres, y haciéndole miles de preguntas a Jazz, que amablemente le iba contando cosas.

Al de un rato, y después de que Maguie nos diera la hora del espectáculo, fuimos al comedor, dónde ya estaban esperándonos Rosalie y Emmet. Tenía muchas ganas de que llegara la noche de mañana... para ver a mi niña convertida en toda una princesa. Y no me podía imaginar la parálisis que sufrió mi corazón al verla.

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Al ballet... estaba hecha un mar de nervios. Aparte de la ilusión que me hacía, por fin vería uno en directo... esa salida significaba mucho para mi. Por lo que después me contó Edward, en la intimidad de nuestro dormitorio, estaríamos situados en el palco real, y la familia entraba acompañada del himno de Gran Bretaña. Sus padres ocupaban el centro; al lado de su padre, Alice, franqueada por Jasper. Edward se sentaría entre Esme y yo. Por lo que me relató, el palco real era enorme, con una pequeña salita interior, para recibir a la gente, y estaba exclusivamente reservado para ellos.

Después de regresar de la universidad, eché un rato a Edward de nuestra habitación, a buenas, y secuestré a Rosalie y Alice... para ver qué vestido me ponía. A las seis teníamos que ir a peinarnos, y eso, según me explicaron, dependía mucho del vestido que llevaría. Mi novio nos dejó allí, con una sonrisa traviesa, y se fue un rato con Jasper y Emmet, a quemar la videoconsola, según sus palabras.

Ellas se acomodaron en uno de los sofás de nuestro pequeño salón, y saqué los trajes de noche que había comprado. Me fui a la sala, y empezaron las pruebas. Me probé vestidos de todo tipo, había adquirido bastantes. Después de casi dos horas sacando pegas y conclusiones, nos quedamos entre dos. Esme pasó por allí, y se apuntó con una sonrisa divertida al lío.

Al final, después de otra media hora de debate, nos decidimos. Era negro, con escote palabra de honor y espectacular... la parte de arriba era drapeado de seda, haciendo que la tela quedara plisada. El cuerpo terminaba justo en dónde lo hacían mis caderas, y después caían hasta el suelo capas y capas de chiffon y gasa, haciendo el efecto de suaves y delicadas plumas.

-Te queda increíble- me dijo Esme, levantándose y admirando de cerca el vestido. Rose me sacó los zapatos. En las tiendas decidí, dado que no alcanzaría la altura de Edward ni aunque me pusiera zancos, que cuándo llevara vestidos largos no llevaría algo muy incómodo. Al final me decidí por unos de raso negro, atados al tobillo, de punta redonda y tacón aunque alto, un poco ancho, para poder estar cómoda.

-¿Qué quieres ponerte?; me refiero de joyas; sería una buena ocasión para que estrenaras algo del aderezo que te regalamos- me preguntó Esme con una sonrisa.

-¿Puedo?; es decir... me gustaría mucho, pero no quiero pasarme- suspiré preocupada. Sabía que sería estudiada al milímetro, y por lo menos quería que dijeran que iba adecuadamente vestida y arreglada.

-Por supuesto, para eso te las regalamos. Esme se dirigió al escritorio, llamando por teléfono. Al de pocos minutos, un empleado vino con la caja roja, que estaba guardada con las otras joyas. Después de un pequeño debate, Alice me empezó a explicar.

-Creo que tienes dos opciones buenas. Ya que vas a hacerte un recogido, yo optaría por los pendientes largos, sin nada en el cuello, y con la pulsera; o aprovechando el tipo de escote, la gargantilla pequeña, con los pendientes pequeños- resolvió.

Esme tomó el collar mencionado, poniéndomelo para ver el efecto. Iba pegado al cuello, y los pequeños y redondos diamantes brillaban en todo su esplendor. Aparte de los cierres de seguridad, al final se ataba con una cinta de raso negro. Me puse los pendientes pequeños, admirando el conjunto, en verdad que quedaba muy bien. Después de probarme la otra opción que me dijo Alice, me quedé con la gargantilla.

Dos horas después, Lexie había recogido mi cabello en un precioso recogido bajo, a la altura de mi cuello, haciendo un enrevesado patrón de ondas. Dejó algunos mechones sueltos por mi cara, ya que todo el pelo tirante y retirado no me quedaba muy bien. Maud me maquilló cómo la primera vez, cambiando la sombra de ojos. El juego del lápiz negro, del iluminador y del rímel hizo que mis ojos se vieran grandes, y que resaltaran. Las sombras esta vez eran un juego de colores tirando a un dorado un poco oscuro, con un efecto ahumado y moderno. También me aplicó polvos iluminadores por el escote, para que no contrastase mucho con el maquillaje de mi cara.

Alice y yo salimos juntas de allí. Esme hacía rato que había terminado. Primero se vistió ella, y me indicó que la esperara, que después me ayudaría. Llevaba un vestido de gasa, ajustado en el pecho y con un sólo tirante, dejando un hombro al descubierto y la falda caía suelta en miles de capas de organdí. Unos impresionantes pendientes y pulsera de amatistas y diamantes hacían juego con el vestido, en diferentes tonos malvas. Se enfundó sus zapatos, y luego nos fuimos a mi habitación. Una vez con todo puesto, me miré al espejo... y no podía creer que esa chica menuda y pequeña fuera yo.

-Mi hermano se va a caer de culo- dijo divertida y contenta.

-¡Alice!; sabes que me da una vergüenza horrible- le dije, preocupada por los acontecimientos de esta noche. La pequeña duende se acercó a mi, tomándome de las manos.

-Ya lo sé Bellie... pero quiero que estés tranquila. Vas arropada por todos nosotros... y sobre todo, por cierto novio que en estos momentos estará dejando un agujero en la moqueta del vestíbulo de tanto pasearse, así que en marcha-. Cogió su bolso, y yo hice los mismo. Era pequeño y de mano, de raso negro también, al igual que el el chal, de punto de seda, por si acaso, aunque no hacía mala noche.

Con mi respiración sumamente alterada, llegamos al vestíbulo principal. Esme ya estaba allí, con una falda de raso gris, larga hasta los pies, cuerpo de pedrería en negro y chaqueta gris, a juego con la falda. Como únicas joyas, unos impresionantes pendientes de esmeraldas y diamantes, largos. Rose estaba allí, esperando para verme. Esme le había dicho si quería venir, ya que Emmet venía con nosotros, esta vez trabajando; pero se disculpó, agradeciendo la invitación, ya que tenía varios trabajos pendientes para entregar. Me guiñó un ojo, asintiendo con la cabeza y aprobando el resultado final.

Los chicos iban todos enfundados en smokings negros. Edward estaba hablando con su padre, Jasper y Emmet, que también iba con un traje negro, al igual que la corbata. Por el hombro colgaba el pinganillo con el que se comunicaban entre ellos... ahora si que parecía un escolta de verdad Carlisle me miró con una sonrisa, indicándole a Edward mi presencia.

Se quedó tan parado al verme, con los ojos como platos, que me tuve que acercar a él, pero Emmet le sacó de su mundo.

-Edward, cierra la boca; te van a entrar moscas- ambos le fulminamos con la mirada, pero hizo caso omiso, cómo siempre. La familia fue bajando a la puerta principal, a los coches, pero mi novio y yo nos quedamos unos segundos allí.

-¿Qué tal?- pregunté, sonrojada por cómo me miraba, mientras yo pasaba mi mano por la falda del vestido. Sin decir una sola palabra, me atrapó entre sus brazos, besándome cómo solo él sabía hacerlo. Pasé una de mis manos por su espalda, devolviéndole el beso y encerrándonos en nuestra burbuja particular. Me separé lentamente de él, pese a la carita que puso porque el beso terminara. Por suerte, no llevaba los labios pintados, Maud decía que no era necesario, debido a su color natural.

-¿Y bien?; deduzco que te gusta- le pregunté de nuevo. Sin dejar de rodearme con sus brazos, seguía mirándome embelesado.

-No tengo palabras... uffsss... eres un sueño- susurró contra mis labios. Sonreí nerviosa, apartando mi mirada de la suya.

-Pues siento decepcionarte... pero soy de carne y hueso- murmuré de vuelta.

-Para mi lo eres- dijo, un poco serio. Le agradecí sus palabras con otro beso brece y tierno. Cogiendo mi mano y entrelazando nuestros dedos, nos dirigimos a la entrada. Nuestro coche ya estaba esperándonos, y Emmet me abría la puerta, con una sonrisa cómplice. El viaje hasta el teatro me se hizo eterno, además, al ser viernes, a esas horas había mucho tráfico en la ciudad. Retorcía mis manos con nervios, hasta que Edward las tomó entre las suyas, dándoles un apretón cariñoso.

Mi corazón palpitaba con fuerza cuándo la fachada del teatro apareció ante nosotros. Íbamos en el último coche, y el resto de la familia ya había bajado de los suyos. Había vayas a los lados, custodiadas por policías. También me fijé en la prensa, apostada a los lados de la puerta. El coche se detuvo, y recordé lo que me dijo Esme; debía esperar a que Emmet me abriera la puerta.

-¿Preparada?- la pregunta de mi novio hizo que volviera la vista hacia él. Su pelo estaba más revuelto que otras veces, y muy guapo con ese traje. Me dedicó una sonrisa de ánimo. Asentí, y dejó un pequeño beso en mi mejilla, susurrándome antes de bajar.

-Recuerda que no te voy a soltar- iba a responderle, pero no me dejó, ya que bajó del coche. Pude ver que saludaba a la gente congregada allí, sonriendo con amabilidad. Finalmente, mi puerta se abrió. Edward ya estaba en frente mío, ayudándome a bajar.

-Suerte- giré al vista hacia Emmet, que me guiñó un ojo, en señal de ánimo. Nada más poner un pie en la alfombra, la luz de los flashes me cegó por unos segundos.

-¡Isabella, Isabella!- la gente gritaba mi nombre, al igual que el de otros miembros de la familia. Me puse más roja que un tomate, y en ese momento sentí que Edward tomaba mi mano, haciendo que le cogiera del brazo.

-¿Todo bien?- le respondí que sí, y con un pequeño movimiento de mano, Edward y yo correspondimos a los saludos, y dejando a los periodistas hacer su trabajo. Nuestros amigos estaban allí. Jake y Seth disparaban sus cámaras.

-Miren aquí un momento, por favor- uno de ellos se dirigió a nosotros, y pacientemente, posamos. Leah también estaba, y levantó el pulgar imperceptiblemente, animándome un poco. Seguidos por Quil y Emmet, entramos en el hall del teatro. Nada más vernos entrar, Alice y Jasper se pusieron a nuestro lado.

-Eres la estrella de la noche- me susurró Alice con una sonrisa traviesa, mientras nos sacaban una foto a los cuatro. Tuve que evitar con un esfuerzo sobrehumano rodar los ojos, mientras negaba con la cabeza. Observé que Carlisle y Esme hablaban con varias personas, que se acercaron a nosotros. Un hombre de unos sesenta años saludó a mi novio.

-Alteza, bienvenido. Es un honor contar con su presencia esa noche- hablaron unos momentos, y después giraron su vista hacia mi.

-Soy Sir Nathaniel Trombund, director del Royal Opera House- el hombre tenía pinta de ser simpático, y tomé la mano que me ofrecía, para estrechársela.

-Isabella Swan; es un placer conocerle-.

-El placer es todo nuestro de que ambos estén aquí esta noche. Espero que la función sea de su agrado- Edward y yo conversamos con él unos momentos, y después me fue presentando a los distintos responsables del teatro. Finalmente, nos reunimos con el resto de la familia, al pie de las escaleras, para que nos sacaran una foto a los seis. Carlisle me indicó que me pusiera a su lado, y así lo hice. Entre él y Edward, posé con el resto de la familia, aguantando durante tunos minutos los cegadores flashes.

Al terminar éstas, se acercaron tres niñas preciosas. Tendrían unos cuatro o cinco añitos, y vestían un simpático tutú rosa, y cada una portaba un pequeño bouquet de flores en tonos blancos, iguales. Se acercaron a Esme, Alice y a mi, ofreciéndonos los pequeños ramos. Me agaché a su altura, ante la atenta mirada de Edward.

-¿Son para mi?- la pequeña asintió con la cabeza, y con una sonrisa nerviosa.

-Son muy bonitas- le agradecí, admirando las pequeñas rosas blancas y los liliums -¿me das un beso?- la pequeña pareció dudar, pero finalmente me lo dio.

-¿Cómo te llamas?- le pregunté.

-Elizabeth- me respondió; pareció dudar, pero finalmente habló -¿vas a casarte con él?- señaló a Edward, que se agachó, interesado por la conversación que nos traíamos entre manos.

-Pues si- le respondí con una pequeña risa.

-¿Qué te parece?, ¿a qué es guapa?- la pregunta de Edward a la niña hizo que me pusiera de nuevo con un tomate. Me miraba divertido, esperando la contestación de la pequeña.

-Mucho... el vestido es de princesa- dijo al fin. Reí, mientras le daba un beso de nuevo.

-Gracias por las flores Elizabeth- le dije con una pequeña sonrisa. Subiendo las escaleras, Esme se puso a nuestro lado.

-Lo estás haciendo muy bien hija- me dijo -¿qué os traíais con la pequeña?- de repente me asusté, igual me había saltado alguna norma a la torera. Ella vio mi gesto preocupado, y enseguida se explicó.

-No has hecho nada malo, tranquila- iba responderle, pero Edward se adelantó.

-Le preguntó si iba a casarse conmigo... y yo le pregunté si mi novia era guapa- le explicó divertido. Esme rió, escuchando la versión de Edward.

-¿Ves?; estás espectacular. Todos los dicen- me dijo Esme, una vez dentro de la antesala del palco. En ella había sillones y mesas auxiliares, dónde Alice me indicó que podía dejar el ramo y el bolso. En una mesa pegada a la pared, distintos tipos de bebidas y un pequeño tentempié. Se separaba del palco por una cortina de terciopelo azul. El escudo de la dinastía Cullen lo adornaba por la parte delantera, tal y cómo había podido ver por una de las puertas, mientras subíamos. La pequeña duende se quedó conmigo hablando.

-¿Qué te parece?, ¿habías venido alguna vez?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Es la primera vez que vengo... y creo que no será la última- le confesé, admirando todo a mi alrededor... era tan irreal que yo estuviera allí, con ellos. Carlisle y Esme se acercaron a nosotras también.

-¿Ves cómo no pasa nada?- mi suegro me pasó un brazo por los hombros, sonriendo satisfecho; en la antesala no había periodistas. Respiré más o menos aliviada, intentando relajarme.

-Además estás muy guapa... y el collar te queda muy bien- alabó.

-Deja de ligar con mi novia, papá- todos reímos ante la ocurrencia de Edward, que me rodeó con sus brazos, atrayéndome hacia él, dejando un pequeño beso en mi mejilla.

-Sólo le hacía un cumplido a mi hija- protestó divertido -para mi sólo existe una mujer, ¿verdad querida?- también atrajo a Esme hacia sus brazos, imitando a su hijo. Esme y yo nos miramos, conteniendo la carcajada. Emmet y Quil se quedaron en la antesala, y el resto de la seguridad fuera del palco, en la puerta. Los acordes del himno empezaron a sonar. Edward me soltó, y tomé el brazo que me ofrecía.

Mis suegros pasaron primero, quedándose de pie frente a sus asientos, y después por protocolo, Edward y yo. Alice y Jasper entraron los últimos. Escuchamos lo que quedaba de él en silencio, y una vez terminó, la sala estalló en aplausos, dándonos la bienvenida. Con un gesto tímido, correspondí a los saludos, al igual que el resto. El teatro estaba lleno a rebosar, no cabía un alfiler. Edward se inclinó hacia mi, susurrándome en voz baja.

-Que sepas que esta noche la mayoría de los aplausos son para ti- le miré un poco asustada, mientras el asentía, mirándome con cariño. Por fin pudimos sentarnos. Edward trajo mi silla un poco hacia su lado, y me ayudó, quitando los papeles que había encima de ella. Me los tendió, y los ojeé. Era el programa de La Bella durmiente, y después otro programa con las representaciones de la temporada. Este año había muchos ballets.

-¿A cual querrás ir?- Edward se inclinó hacia mi, y comentamos un poco lo que había escrito.

-Por mi, a todos- le aclaré con una pequeña mueca -El lago de los cisnes, Gisselle, Sherezade...- iba leyendo el papel -este me gustaría mucho verlo- le señalé a mi novio, que se inclinó de nuevo hacia mi, casi juntando nuestras cabezas.

-¿Coppelia?- asentí contenta -Royal Albert Hall, del 13 al 21 de marzo- iremos, te lo prometo. Además, la música es muy buena- me dio la razón. Siempre que escuchábamos música clásica, mi novio, cómo buen entendido en la materia, me iba explicando las distintas partes, al igual que haría esta noche. Comentamos el programa unos minutos más, hasta que las luces bajaron. La obertura de la obra inundó el teatro... hasta que se alzó el telón.

El escenario y los decorados eran impresionantes... y los vestidos y tutús que las bailarinas lucían, de ensueño. Mi mente viajó hasta mi niñez, me acordé de mi madre, canturreando música clásica siempre... y de cómo veíamos la versión de Disney de La Bella durmiente. Tatareaba la música en voz baja, sin perder detalle del espectáculo. Disfruté como una niña, observando embelesada cómo las delicadas bailarinas se movían con gracia y agilidad. Al término de éste, las luces se encendieron, dando paso a la media horas de descanso; la obra estaba dividida en cuatro actos: prólogo, primer acto, segundo acto, y final. Durante toda el rato Edward iba contándome y comentándome las partes y las diferentes escenas. La familia entró dentro de la antesala. Alice y Esme me rodearon.

-¿Qué te parece?- indagó mi suegra.

-Es precioso... me hace recordar mi infancia, cuándo veía la película de dibujos- expliqué.

-¿A qué si?; a mi me pasa lo mismo... verás que bonito el vals de Aurora y el príncipe, en el segundo acto- decía Alice, también emocionada con la obra -eeeres tú el príncpe azul, que yo soñé...- tarareaba divertida la letra de la canción. Reí con ella, acompañándola un poco. Edward y Jasper nos observaban divertidos mientras se acercaban a nosotras.

-¿Lo estás pasando bien?- me preguntó mi novio, rodeándome la cintura con sus manos.

-Es... increíble... una pasada- murmuré -todavía no me hago a la idea de todo lo que me está sucediendo- posé mis manos en su pecho, mordiéndome el labio inferior. Sonrió divertido, besándome la frente... hasta que Emmet entró.

-Majestad, hay algunas personas que quieren saludarlos- no parecía él, en la vida lo había visto tan serio.

Varios matrimonios de mediana edad entraron. Carlisle y Esme se acercaron a saludarles. Conversaron durante unos minutos, y las cabezas giraron hacia nuestra posición. De la mano de Edward, avanzamos hasta ellos. Las señoras tenían todas un porte elegante, y las joyas que lucían eran impresionantes, más incluso que las que lucían Esme o Alice. Edward me fue presentando a las distintas personas, y entonces caí en la cueta... la nobleza; la mayoría de ellos nos dirigían palabras amables y sinceras, felicitándonos por la boda y preguntándome, siempre de modo amable, cómo lo iba llevando. Tenía que empezar a recordar nombres, como Duques de Westminster, Marqueses de Devonshire, Duques de Northumberland, Vizcondes de Clive y un largo etcétera... hasta que llegaron unos poco amables.

-Ellos son Lord Vicent y Lady Ane, Duques de Gloucester- me indicó Edward.

-Encantada de conocerles- les respondí, con una pequeña sonrisa. Alcé la mano, cómo bien me había indicado Maguie que debía saludar. El hombre la tomó sin cambiar el rictus serio de su cara, soltándome enseguida y la mujer ni se molestó en tomarla.

-Mis felicitaciones alteza, señorita- nos felicitó el hombre. Edward rodeó mi cintura con su brazo, en un gesto protector.

-Muchas gracias Lord Vicent- respondió, mirándolos serio.

-También a ti querida... harás una gran boda, has tenido suerte- me quedé parada, sin saber por dónde salir.

-Serás la primera reina americana que tenga Inglaterra- dijo Lady Ane, con cierto tono de reproche -esperamos mucho de ti... aunque hay costumbres que si no naces entre ellas, es imposible aprender-.

Los ojos de Edward se iban a salir de las órbitas, del enfado que tenía... pero decidí que lo mejor era contestar tranquila, y eso fue lo que hice.

-Una vez, cierta persona me enseñó que una reina no se distingue por su lugar de nacimiento, sino por otras cosas- aludí a las palabras que la propia Esme me dijo un día – y no duden que por mi parte, pondré todo mi empeño, para hacerlo lo mejor posible- mi voz tranquila y suave, hizo que Edward esbozara una sonrisa orgullosa. Los antipáticos Duques se disculparon y salieron del palco... y mis nervios salieron, haciendo que mis ojos se aguaran; ¿de verdad valdría para ésto?.

-Ssshhhh... no cariño, no llores- Edward me apretó contra su costado, acariciándome la cintura. Esme y Carlisle, con dos matrimonios, que habían presenciado toda la escena, nos rodearon.

-No les hagas caso hija... ellos son así siempre- me dijo Esme, poniéndose a mi lado. Carlisle estaba muy serio.

-Lo lamento mucho; igual les he contestado involuntariamente de malas y no debía haberlo hecho- musité, pesarosa y cabizbaja.

-No te disculpes Bella... has estado muy bien, y les has contestado con mucha educación. Carlisle está enojado porque la historia se repite... sus padres conmigo tampoco fueron muy amables, pero no se ha enfadado contigo- me explicó ella, un poco molesta. Una de las señoras, morena y bajita, se dirigió a mi.

-Lady Ane siempre tan amable- rodó los ojos -has estado muy bien querida, no te preocupes- me consoló.

-Bella, te presento a Lord Arthur y Lady Patricia, Duques de Connaught- y a Lord Patrick y Lady Olga, Marqueses de Londonberry- mi suegro se dirigió a mi con una sonrisa tranquilizadora -estudié con ambos en mi juventud, y somos grandes amigos- me indicó.

Por suerte, todos ellos fueron muy amables, y las mujeres se dedicaron a poner un poco verde a Lady Ane... en verdad eran muy simpáticas. Conseguí relajarme, y poder olvidar un poco el desagradable incidente. Cinco minutos antes de que empezara el segundo acto, se despidieron de nosotros, diciendo que seguro que nos volvíamos a ver pronto.

-Cariño, no estés triste... y has hecho muy bien en responderles- no pude evitarlo, y me abracé a Edward, escondiendo mi cara en su cuello.

-Por supuesto que sí... ¿quién se creen que son?- Alice estaba indignada. Respiré profundamente, levantando mi cabeza.

-Bella hija... no les hagas ni caso. Estás haciendo un gran esfuerzo, sabemos que eres muy tímida... y poco a poco vas venciendo obstáculos- Carlisle se acercó a mi, tomándome por los hombros -ese es el pequeñísimo sector de la nobleza ultra conservadora que todavía existe... viven estancados en el siglo XIX- refunfuñó. Ente todos lograron animarme un poco, eran demasiado buenos conmigo. Alice me dio un vaso de agua, en verdad lo necesitaba.

-Lo estabas pasando tan bien Bellie... olvídate y disfruta de lo que queda- me aconsejó. Vi a Edward mirarme preocupado, y decidí seguir el consejo de mi cuñada. Además... sabía que no le gustaría a todo el mundo, y lo asumía... pero los nervios que tenía esa noche, por ser el primer acto al que acudía con la familia y todo eso, me jugaron una mala pasada. Volvimos a acomodarnos en el palco, y al apagar las luces, sentí que Edward tomaba mi mano, en un gesto protector. Sonreí de vuelta, posando mi otra mano, encerrando la suya, y así permanecimos hasta que el telón bajó.

0o0o0o0o0o0o0o0

Días después de la noche en el Convent Garden, Edward y yo estábamos una noche en nuestra habitación, viendo la televisión. Las imágenes de esa noche todavía se repetían, y eran comentadas con minuciosidad. El debate en Sociedad Inglesa había comenzado.

-Isabella estaba espléndida- decía una de las colaboradoras -nunca pensamos que elegiría ese tipo de estilismo... ha sido sorprendente-.

-Sólo había que fijarse en la cara del príncipe- dijo otra con una sonrisa pícara. Me reí, mientras Edward rodaba los ojos.

-Ese vestido no era apropiado en absoluto.. tanta gasa... no estábamos en el carnaval de Río de Janeiro- dijo un hombre entrado en años, canoso y monárquico a ultranza... Víctor Zimman... al que seguía sin caerle muy bien.

-¿Por qué no?; ¿acaso habría ido mejor con un corsé y cuello alto... rememorando el medievo?- la voz burlona de otra periodista resonó.

-La princesa Alice también iba moderna y juvenil- dijo la presentadora, con el ceño fruncido.

-No me compares el porte de la princesa Alice con el de Isabella. El modelo que vestía la princesa era de...- la primera chica que habló, le cortó la palabra.

-Este hombre es tonto- siseaba Edward entre dientes.

-Pues para tu información, querido Víctor... te diré que no estás muy puesto en moda y tendencias. Ese disfraz, resulta que es un modelo de alta costura, de un prestigioso diseñador inglés- le rebatió.

Edward y yo nos reímos, el pobre hombre no sabía por dónde salir.

-Aparte de lo espléndida que iba, tanto de ropa como de joyas... se nota que está aprendiendo a actuar en público... y lo está haciendo muy bien- Mathilde, la experta en protocolo, habló, dejando a Víctor con la palabra en la boca.

Edward apagó la tele... en verdad éramos masocas... todos los viernes que podíamos veíamos sociedad Inglesa, para ver que decían de nosotros.

-Dentro de una semana nos vamos a Italia- recordé con una sonrisa, mientras me acomodaba en su pecho.

-Si... el avión sale a las seis de la tarde del domingo... esta semana hablaremos con Maguie, repasando la agenda- me recordó.

-Está bien... ¿por qué vamos de nuevo a la inauguración?; fuiste allí para eso, durante uno de los meses que estuvimos separados- interrogué.

-En esa ocasión hubo problemas de organización a última hora, de modo que cumplí con el resto de la agenda, pero la velada se anuló- me explicó. Asentí con la cabeza.

-Te va a encantar Roma mi vida... y Venecia- me dijo.

-¿Pasearemos en góndola?- pregunté ilusionada, cual niña pequeña. Asintió divertido.

-Iremos dónde tu quieras- suspiré emocionada, impaciente por que llegara la semana que viene.
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Mensaje por NathalyUlrrich 18/8/2010, 3:21 pm

te felicito.. esta uffffffff de maravilla los capitulos
espero saber mas muy pronto Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478
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Mensaje por xole 18/8/2010, 6:44 pm

jajajajajajajaja Tanya te pusieron en tu sitio Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 275394 ..........que buenisimos capitulos
estaba claro siempre hay algun viejo anticuado que tiene que fastidiar con sus comentarios .......ya quiero ver como sigue gracias Atal por poner cuatro capis eres la mejor Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 781363
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Mensaje por evan anthony 19/8/2010, 9:21 pm

woww kw bonito
jaja mm alguien me
puede decir cuando
publicann ???????
porfavor gracias
de antemano...

evan anthony

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Mensaje por LinaLuna93 21/8/2010, 5:40 pm

Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478
que lindoooooooooooooooooo
me va a dar un ataque al corazón si no subes mas caps prontooooooooooo
que alegria que porfin le dieron su merecido a los Platt
gracias, muchas gracias, mi queridisima Atal por poner tantos caps de una
eres la mejooooooooor

LinaLuna93
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por MAJO 25/8/2010, 4:49 pm

porfa pueden subir mas capitulos ya me muero por saber q va aa pasar en su viaje y como actua bella ante tanta gente
y de verdad los platts si q se lo merecian x meterse con ellos Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 8304
pero igual esta full q se arreglarann y q ella siempre este con el Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 426992
porfa si puedes subir pronto haslo adoro todo la historia
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Mensaje por Atal 12/9/2010, 6:09 pm

Aqui les dejo cinco capítulos más.....besitos...

Capítulo 35: Anochecer bajo el Puente de los suspiros

Mis nervios estaban a flor de piel; hacía justo una semana del ballet en el Covent Garden... y se avecinaba otro momento crucial... el viaje oficial a Roma. Después de repasar los actos a los que asistiríamos con Maguie, ella nos presentó al equipo que, a partir de ahora, viajaría siempre con nosotros.

-A Demetri ya le conoces, Bella. Él es el encargado de verificar que la agenda se cumple, recoger peticiones de audiencias privadas y despachar el correo y notificaciones que puedan surgir... algo así cómo un secretario- explicó resuelta. Edward ya había viajado con él en algunas ocasiones, de modo que ya se conocían bastante. Yo lo recordaba de cuándo entró a trabajar en palacio, junto con Félix.

-Ella es Zafrina Bereskhova- una mujer de unos cuarenta años, piel casi tan pálida como la mía, rubia y de ojos azules, se adelantó un paso, para saludarnos -ella será vuestra asistente personal. Se encargará del equipaje, de verificar y comprobar el alojamiento... cualquier cosa que necesitéis, no dudéis en pedírselo a ella-.

-Es un placer conocerla- dije contenta, acompañada por un asentimiento de cabeza por parte de mi novio -perdone mi curiosidad, ¿es usted rusa, o de algún otro país...?- dejé la pregunta inconclusa.

-Soy de descendencia bielorrusa. Mis padres emigraron a Inglaterra siendo jóvenes, antes de conocerse. Se casaron unos años después, y tanto yo cómo mis hermanos hemos nacido aquí- nos explicó amablemente. Félix y Zafrina estuvieron charlando unos minutos con nosotros., hasta que Edward se disculpó.

-Debo hablar unos minutos con mi padre y Demetri; sobre la entrevista con el Presidente italiano; volveré en un rato- me susurró, dejando un suave beso en mi mejilla y despidiéndose del resto. Alice y Esme entraron en ese momento, y decidí preguntar unas dudas que tenía... entre ellas, el vestuario.

-Ten en cuenta que vais a asistir a dos cenas oficiales... por lo tanto dos vestidos de noche, largos... y uno de repuesto- explicó la pequeña duende.

-Para los distintos compromisos trajes; bien de pantalón, falda o vestidos... con sus correspondientes complementos- seguía diciendo mi cuñada. Esme le preguntó a Zafrina algunas cosas más, confirmando detalles.

-El hotel está avisado; para el servicio de peluquería, subirán a peinarla a la habitación- me explicó -así cómo el servicio de desayuno y de alguna comida o cena que realicen en él algún otro día; la embajada pone varios coches a su disposición, para trasladarlos a los distintos actos; y por supuesto, para la seguridad- explicó. Estaba muy asombrada... cuándo un miembro de la familia viajaba, movilizaban a mucha gente, por no hablar de los escoltas. Edward regresó, con su padre y Jasper, que se unieron a la pequeña reunión.

-La reserva está confirmada, tanto en Roma cómo en Venecia. Seis noches en el Hotel Hassler de Roma, en la suite Hassler Deluxe; y tres noches en el hotel Cipriani-Pallazo Vendramin de Venecia, en la suite Dogaressa- me quedé un poco sorprendida. Edward observó mi cara, y apareció su sonrrisilla inocente.

-¿Suites?- sabía que ellos no irían a un simple hotel, evidentemente... pero la palabra me imponía... no lo podía negar.

-Son los hoteles dónde normalmente nos alojamos- me explicó Edward. Las diferentes salas y dormitorios que componen la suite ocupan casi toda la planta; por las medidas de seguridad, es lo más cómodo- me explicó. Decidí que después ojearía los hoteles por internet, en compañía de Edward. Después de discutir otras cuestiones, dimos por concluida la reunión... pero Edward y yo nos quedamos unos minutos más con Demetri y Zafrina.

-Cómo saben; después de la visita oficial, estaremos dos días más en Roma, y los otros dos en Venecia, de visita privada- ambos asintieron -esos días no será necesario que vengan con nosotros, excepto la seguridad; por lo tanto, tienen esos días libres para visitar las ciudades también- ambos volvieron a asentir.

-Nos lo imaginábamos; ¿querrán que saque entradas para algún museo, teatro...?-preguntó Zafrina. Edward asintió, y la mujer se dispuso a tomar nota.

-En Roma, para los Museos Vaticanos y el Pallatino -le miré para que me lo explicara -¿no quieres ver el Coliseo, el Arco de Trajano y todo eso?- afirmé enseguida con la cabeza, provocando su risa divertida -en Venecia, entradas para el tesoro de la Basílica de san Marcos y para el Palacio Ducal- estaba emocionada; siempre había oído hablar de esos lugares... y poder conocerlos , de la mano de Edward, sería inolvidable.

Zafrina tomó nota de todo, dirigiéndonos una sonrisa -no se preocupen, déjenlo en mis manos-.

Nos despedimos de ellos, y después de cenar con la familia, una vez en nuestra habitación, echamos una ojeada a los hoteles... si el de las Seychelles me dejó sin palabras, éstos no se quedaban atrás.

-Ésto que se ve aquí, en frente del hotel, es la Plaza de España, con las escalinatas Trinitá dei Monti, y la iglesia del mismo nombre. El hotel está muy cerca de la Piaza del Popolo y de la Fontana di Trevi- la suite era un sueño... y la de Venecia, con vistas al Gran Canal y a la Basílica de San Marcos... no tenía palabras.

-¿Cómo vamos a llegar a los monumentos?- le pregunté, observando que entre el hotel y la Plaza estaba el Gran Canal de por medio.

-El hotel tiene un servicio privado de lanchas las veinticuatro horas del día- me tranquilizó. Cómo estaba sentada encima de sus piernas, rodeó mi cintura con sus manos, haciendo que girara y quedara cara a cara con él.

-¿Qué te parece?- me interrogó.

-Es un sueño Edward... todavía no puedo creerlo- escondí mi cara en su cuello, abrazándole.

-Pues vete acostumbrándote- susurró, dejando un beso en mi mejilla -habrá veces que, por problemas de agenda, no podamos tener días libres para hacer turismo... pero quería que recordaras tu primer viaje... y nos vendrá bien descansar unos días del ritmo que llevamos con las clases- me explicó.

-¿Podremos hacer compras?- me miró divertido -me gustaría aprovechar y comprar algunos regalos de navidad, ya que estamos allí- puse un tierno puchero, imitando a su hermana.

-Creo que pasas demasiado tiempo con Alice – exclamó divertido -también haremos compras- me prometió. Estaba dejando un pequeño beso en sus labios, cuándo mi teléfono sonó. Puso cara de pena, por apartarme de él, refunfuñando un poco. Contesté a Sue con una sonrisa.

-Hola- saludé alegremente.

-Hola hija, ¿cómo estáis?- preguntó.

-Muy bien, preparando el viaje a Italia- le expliqué, mientras Edward tomaba mi mano de nuevo, sentándome en sus piernas -espera, que pongo el manos libres, Edward está aquí- al momento, su voz se oyó por toda la habitación. Nos preguntó cosas del viaje, y de los preparativos de la boda.

-Poco más de lo que sabéis- le conté -a partir de que pasen las navidades, nos meteremos más a fondo en el asunto- le iba contando, a ratos interrumpida por Edward. Oímos gritar a alguien a lo lejos... Edward y yo nos miramos extrañados.

-¿Está la abuela en casa?- pregunté curiosa. Sue se calló unos momentos, y de verdad me asusté.

-¿La abuela está bien, verdad?- Edward me miraba preocupado, escuchando atento al teléfono.

-Verás Bells... nos la hemos traído a vivir a casa- nos explicó -no por temas de salud, está estupendamente... pero en la residencia ya no podía estar tranquila. Los periodistas se enteraron de que la abuela estaba allí, y tu padre, después de hablar con el director, decidió que era mejor traerla a casa. Un día se armó un buen revuelo, y allí hay personas ancianas y enfermas...- dejó la frase inconclusa.

-Lo siento mucho Sue, es por mi culpa- le respondí, pesarosa y triste. Edward negó con la cabeza lo que yo había dicho, tranquilizándome.

-No hija, en absoluto. No os preocupéis. Sabes que yo trabajo por las mañanas, de modo que por las tardes estoy con ella. El doctor viene a verla dos días a la semana, y hemos contratado una enfermera para cuándo yo estoy trabajando... pero por lo demás esta divinamente. Colecciona todos los recortes y fotos de las revistas dónde salís- nos explicó. Edward y yo reímos.

-¿Y Charlie?, ¿cómo lleva que la abuela esté en casa?- la divertida pregunta de Edward hizo reír a Sue.

-Ya los conoces... son como el perro y el gato. Papá y yo estamos haciendo obras en casa, algunos cambios- Edward iba a preguntarle, pero nos interrumpió.

-Lo veréis cuándo vengáis en navidades- aclaró. Después de unos minutos más hablando, nos despedimos de ella, quedando en que si todo iba bien, hablaríamos con ellos a la vuelta.

El sábado pasé parte del día escogiendo los trajes que metería en la maleta, aconsejada por Rose y Alice. También dos empleados de palacio se encargaron de meter las joyas y una de las condecoraciones italianas, que Edward luciría en una de las cenas, en unos maletines acorazados, de los cuales solo Zafrina y uno de los miembros de seguridad sabían la combinación para abrirlo.

Finalmente, el domingo la familia nos despidió a las cinco menos cuarto de la tarde, hora en la que tomamos los coches, para dirigirnos al aeropuerto. Una vez en el avión, Mary, que nos acompañó a Mahe el año pasado, nos recibió con una sonrisa. También conocí al Mildred, la otra azafata, y volví a saludar al resto de la tripulación.

-¿Cuántas horas son de vuelo?- interrogué a Edward, una vez despegamos y pudimos quitarnos los cinturones.

-Tres horas, no es mucho- me explicó. Se había quitado la chaqueta del traje, y la corbata no se la pondría hasta que bajáramos... no le gustaban mucho, y eso que las usaba a menudo. Zafrina y Demetri se acercaron a nosotros, sentándose enfrente. Nos trajeron café y un surtido de pastas y galletas, y empezó la conversación.

-En el aeropuerto los recibirán los señores Calfrey- miré a Edward, que me sacó del apuro con una sonrisa.

-Los embajadores de Inglaterra- me explicó.

-También Federicco Tazzini, Ministro italiano de Asuntos Exteriores. Ellos les acompañarán hasta el hotel. Una vez instalados, cenarán en la habitación, y podrán descansar hasta el día siguiente- nos iba contando.

-El señor Haldery llegará mañana por la mañana, en un vuelo procedente desde Estambul- nos explicó Demetri. El señor Haldery era el Ministro inglés de Asuntos Exteriores.

-A las once tienen audiencia con el Presidente de la República, en el Palacio del Quirinale, y después un almuerzo privado con el Presidente y su familia. Por la tarde, acompañados de los mismos, visita a las Termas de Caracalla, el Circo Máximo y las Catacumbas de Via Apia- siguió relatando Zafrina.

-Las termas están siendo restauradas, y una de las compañías que está trabajando en ello pertenecen al departamento de arqueología de la universidad de Oxford- añadió Demetri, pasándonos un papel, explicando la labor que realizaba allí el departamento de arqueología. También nos pasaron una lista, con la gente invitada tanto a la cena de la Embajada como a la cena de gala que ofrecía el presidente. Una hora después, terminado el repaso y las observaciones, apoyé la cabeza en el hombro de Edward, con cuidado de no arrugarle la camisa.

-Menudos tres días nos esperan- murmuré -¿no te resulta agotador ir de un lado para otro sin parar?-.

-A veces se hace pesado... pero ahora no me importa- dijo, mirándome fijamente -por fin vienes conmigo... llevaba mucho tiempo esperándolo- terminó de decir, cogiendo mi mano y jugando con el anillo.

-¿Crees que lo haré bien?; conoceré a mucha gente importante- medité en voz alta, suspirando.

-Claro que sí... poco a poco te irás acostumbrando; y recuerda que yo estaré a tu lado- pasó un brazo por mis hombros, haciendo que quedara recostada en su pecho. Me abrecé fuertemente a él, -por cierto, te queda muy bien el traje- observó. Llevaba un traje pantalón negro, con una blusa de gasa en tonos malvas oscuros. La chaqueta era estilizada, y se pegaba a mi cuerpo; tenía un broche en la solapa, de la misma tela que la chaqueta, semejando una flor. Los pantalones era un poco anchos, ligeramente acampanados al final. Los zapatos negros, un poco altos y de punta redonda, y el bolso de estampado de serpiente, en tonos malvas, completaban el atuendo.

-No sabía que ponerme- le confesé con una risa -y cómo van a recibirnos al aeropuerto, no me pareció correcto ir en vaqueros- rió conmigo, besándome el pelo -supongo que tendré que hacer el nudo de la corbata- adiviné en voz alta.

-Se te da mejor que a mi- admitió, sonriendo -no quiero que estés nerviosa; no te voy a dejar sola- me volvió a repetir. Le agradecí sus palabras con un pequeño beso. Me conocía mejor que nadie, y sabía que mis nervios estaban a flor de piel, y siempre me animaba... en verdad, me sentía afortunada de tenerle a mi lado. Seguimos con la charla, contándome cosas de Roma y de Venecia. Me moría porque llegaran esos cuatro días libres; se nos pasó el viaje sin darnos cuenta, hasta que Mildred nos avisó que en veinte minutos aterrizábamos. Edward se puso la chaqueta, y conseguí hacerle un nudo decente en la corbata granate que llevaba.

-Listo- exclamé contenta.

-Gracias- exclamó divertido, aflojándose un poco el nudo -pero no es necesario que me ahogues- susurró en mi oído.

El avión paró en una de las pistas privadas del aeropuerto de Fiumicino. Me miré por última vez al espejo, poniéndome bien la chaqueta y colgándome el bolso, antes de bajar. Al abrirse la puerta, Edward tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos.

-¿Preparada?- suspiré mientras asentía; me dio un pequeño beso, y nos dispusimos a bajar. Aunque ya era de noche, pude distinguir a varias personas al pie de la escalerilla. Bajé con cuidado, agarrada de la mano de Edward y la otra en la barandilla, no me fiaba de los tacones. Un matrimonio mayor, ambos bajitos y de complexión ancha, se adelantaron, dándole la mano a mi novio.

-Alteza, bienvenido de nuevo a Roma-. La mujer también le saludó, y después el matrimonio giró su cara hacia mi.

-Señor Calfrey, señora Calfrey; les presento a Isabella Swan, mi prometida- tomé la mano que me ofrecían, desde que bajamos del avión, los periodistas no hacían más que tomarnos fotos.

-Es un placer conocerla en persona al fin; y nuestra más sincera enhorabuena por la boda- eran muy simpáticos y campechanos. Hablamos con ellos unos minutos, y también saludados al ministro italiano. Era un hombre de unos cuarenta años, muy serio y parco en palabras.

-Espero disfruten de su visita a tierras italianas- hablaba bien inglés, aunque con un marcado acento italiano... sonaba muy raro. El camino hasta el hotel duraba una media hora. A través de las lunas tintadas del enorme Audi, observaba la ciudad, adornada con la iluminación nocturna.

-¿Qué te parece?- sentí que Edward también acercaba su cabeza al cristal, apoyándola contra mi mejilla.

-Uffss... es increíble- murmuraba admirada. Por fin llegamos al hotel. Desde la entrada principal, se admiraban las escalinatas de las que me había hablado Edward, y había una vista fabulosa de la Plaza de España. Después de despedirnos de los embajadores, del ministro y del gerente del hotel, que había salido a recibirnos, subimos a nuestra habitación. Estaba apabullada, todavía no conseguía acostumbrarme a tanto lujo... ni siquiera a la que era ahora mi casa. La suite se encontraba en el primer piso, y desde la sala se podía acceder a la terraza privada.

Una vez Zafrina ordenó nuestra cena y saqué con ella el equipaje, nos dejaron una rato a solas. Me quité los zapatos y la chaqueta, y salí a admirar las vistas.

-Qué ganas tengo de recorrer la ciudad- le dije a Edward. Rodeó mi cintura con sus brazos, y apoyé mi cabeza en el -tienes que enseñarme muchas cosas... mi guía particular- me dio la vuelta, abrazándome con una sonrisa pícara.

-Su guía andante de Italia a sus pies- se auto nombró mientras reía.

-Tonto- susurré mientras iba acercándome a él.

-Ya era hora de que me dieras un beso en condiciones- se quejó divertido. Su aliento, dulce y templado, pero a la vez varonil, chocó contra mi cara, y no pude evitar que mis labios terminaran en los suyos, moviéndose con insistencia y como siempre, haciendo que el mundo se detuviera en torno a nosotros.

A la mañana siguiente, el despertados sonó a las ocho de la mañana en punto. Era para mi, ya que en media hora vendría la peluquera del hotel. Me duché con calma, y con unos pantalones de chándal y una camiseta, salí a la pequeña sala, dónde Zafrina y Demetri ya estaban esperándome, perfectamente vestidos y despiertos. Cogí un café, para poder despertarme, y enseguida llamaron a la puerta.

Una hora después, mi pelo estaba arreglado. Lo llevaba suelto, completamente liso, y varias horquillas, escondidas entre mi pelo, apartaban la mayoría de los mechones que caían sobre mi cara, a excepción del flequillo, que me gustó cómo me lo peinaron, con la raya hacia un lado. Tendría que explicárselo a Lexie. También me maquilló un poco, y con la ayuda de Zafrina, que hablaba italiano, le expliqué más o menos lo que quería.

Y pensar que antes no me acercaba a una peluquera más que lo imprescindible... rodé los ojos mentalmente. Volví a mi habitación, dónde Edward ya estaba medio vestido.

-Buenos días pequeño- le saludé con un pequeño beso, que el me devolvió gustoso.

-Buenos días cariño, ¿has desayunado?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Sólo me he tomado un café rápido antes de que me arreglaran, para despertarme por completo; esperaba desayunar en condiciones contigo- le guiñé un ojo; rió divertido, mientras me rodeaba la cintura con sus manos.

-Tengo un plan mejor- esperé curiosa y divertida a que hablara -podemos quedarnos aquí, en nuestra habitación y...- sus labios recorrieron parte de mi cuello y mi hombro derecho.

-¿Y el presidente?- le pregunté divertida.

-Bah... que se espere un rato- repuso burlón. Me reí... pero esos besos en mi cuello eran una tortura para mi, y si no paraba, no sé dónde terminaríamos. El sonido del teléfono nos sacó del apuro. Edward contestó, colgando unos segundos después.

-Ya tenemos el desayuno en la sala- me explicó -volviendo a mi lado- no creas que lo de antes se ha terminado- me dijo en voz baja.

-Te lo recordaré a la noche- murmuré de vuelta, dirigiéndome al armario. Pude sentir un suave golpe en mi trasero, con la risa divertida de Edward.

Al final, opté por un vestido recto, con una pequeña abertura detrás de la falda. El escote era cuadrado, y llevaba un pequeño cinturón, que delimitaba el final de mi cintura con el comienzo de las caderas. Era de manga francesa, y de seda en color ciruela, entre rojo y morado. Por encima llevaba un abrigo negro, a la altura de las rodillas, al igual que el vestido, con bordados de hilo, también en negro, formando brocados y grecas. Me puse los zapatos de ayer, y cogí un bolso negro pequeño, pero que podía colgármelo al hombro.

Me puse los pendientes pequeños en forma de lágrima, y la pulsera, que aun no la había estrenado.

Una vez en el coche, camino del palacio del Quirinale, Edward me contó acerca del presidente y de su familia. Por lo visto, al igual que el primer ministro italiano, debía ser bastante serio y poco hablador. Al traspasar la puerta del madera, observé los jardines que rodeaban el patio interior, y al presidente y su mujer, esperándonos. El era bastante mayor, con gafas y ese rictus serio del que me había hablado Edward. Su mujer era bastante más joven, vestida impecable con un traje en tonos marrones. Cuándo Quil me abrió la puerta, ya estaba Edward ayudándome a bajar. Tomada de su brazo, nos dirigimos a nuestros anfitriones; me extrañó que ellos no se acercaran, por protocolo, debía ser así, pero no bajaron las escaleras.

-¿No deberían haber bajado ellos?- le susurré en voz baja.

-Se supone que sí... no sé qué le habrá dado ahora- me contestó, encogiéndose levemente de hombros. Tampoco nos íbamos a matar por subir las escaleras, pero cómo todo ésto llevaba un sistema de organización y protocolo tan revisado al milímetro, me extrañó.

-Bienvenido alteza- hablaba muy bien inglés, sin apenas notarse el acento italiano.

-Muchas gracias- agradeció; después de saludar a la Primera dama, iba a presentarme, pero el hombre se adelantó.

-Por fin viene acompañado. Suponemos que es su novia-.

-Mi prometida, Isabella Swan- le corrigió. El señor miró extrañado a su esposa, que rodó los ojos, suspirando frustrada.

-¿Acaso no viste las imágenes del compromiso en la televisión?- su marido negó con la cabeza -ruego perdonen a mi marido; pero en esa época estuvo en el extranjero; y eso que ayer se lo recordé- le reprochó divertida. Me caía muy bien la mujer.

-Mencionaste que el príncipe venía con su novia, simplemente eso- se excusó el presidente Gracietti, que se adelantó para saludarme.

-Encantado de conocerla, y ruego me disculpe-.

-No se preocupe, no pasa nada- con una pequeña sonrisa, me giré hacia su mujer.

-Enhorabuena por la boda; me llamo Eliza Gracietti. Por favor, considérense en su casa-.

-Un placer conocerla. Es un honor estar aquí; su ciudad es maravillosa- le dije en plan confidente.

-¿Es la primera vez que viene a Italia?- asentí, tomando de nuevo el brazo de Edward.

-Le encantará nuestra tierra y nuestras costumbres; tiene nombre italiano- observó Eliza.

-Fue idea de mi madre -le expliqué con una pequeña sonrisa -no me pregunten por qué- aclaré. El matrimonio asintió divertido. Después de posar para la prensa, nos condujeron al interior del palacio. Zafrina y Demetri entraron tras nosotros, seguidos de la seguridad. Una vez las puertas se cerraron, un empleado se acercó, pidiéndome el abrigo y el bolso.

-Mientras ellos hablan unos minutos, venga conmigo- me señaló una de las salas. Sabía que Edward debía hablar a solas con el presidente, de modo que acompañé a la señora Gracietti. El palacio era enorme, y por lo que había leído acerca de su historia, fue mandado construir por el Papa Sixto V a finales del siglo XVI, y hasta 1870, fue la residencia estival de los Papas. Desde entonces, fue la residencia de los reyes, y después, de los presidentes de la república.

Me condujo hasta una pequeña sala, dónde tenían preparado una mesa con te, café y otros dulces.

Charlamos durante un buen rato, en un ambiente relajado. En verdad que Eliza era muy amable, e hizo todo lo posible porque me sintiera cómoda. Me habló de la visita que haríamos con ellos a la tarde, a Caracalla. Edward y el presidente se unieron a nosotros una hora después, y de la mano de mi novio, nos enseñaron el palacio y los espléndidos jardines; bueno, a mi, ya que Edward ya había estado. Desde la colina del Quirinale había unas vistas increíbles de la ciudad.

La comida, a base de pasta fresca y carpaccio, fue deliciosa. Me encantaba la comida italiana, y no tenía nada que ver con la que se comía en restaurantes fuera de allí. En los postres, el presidente se dirigió a nosotros, agradeciendo nuestra visita y entregándonos unos regalos. Esme me había explicado que, por protocolo, cuándo vas a visitar a un país extranjero, es normal que se entreguen regalos a los ilustres invitados; la mayoría de las veces, objetos artesanos de la zona.

Recibimos dos jarrones inmensos, hechos de cristal de murano, para adornar nuestra casa, y Edward unos gemelos de oro blanco, con un reborde azul, hecho del mismo cristal. A mi me obsequiaron con un camafeo de nácar, que podía usar en una gargantilla o como broche, y un colgante de diamantes, de diseño antiguo. Admiré las joyas con detenimiento, agradeciéndoles al matrimonio su gesto.

-El camafeo es típico de la región de Nápoles; allí se fabrican artesanalmente desde hace varios siglos- me contó Eliza.

-Es muy amable de su parte- dijo Edward, admirando los gemelos y mis regalos.

-Es un placer y una alegría que les guste, pueden tomarlo cómo un regalo de bodas adelantando- mi novio y yo sonreímos a la mención de la boda, agradeciéndoles una vez más los regalos.

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Durante la tarde de ayer y parte del día de hoy apenas habíamos parado. Después de la comida con el presidente y su esposa, regresamos al hotel para poder descansar un poco, y cambiarme de ropa, no iba a ir con unos taconazos a recorrer ruinas romanas, mis pies no lo soportarían. Allí estuvimos con el departamento inglés que colaboraba en la restauración. Charlamos unos minutos con ellos, y ellos nos explicaron que era lo que hacían exactamente, y nos iban mostrando cosas. Llegamos tan agotados, debido a la caminata, que después de cenar no supe nada más de mi hasta el día siguiente.

Esta misma mañana, asistimos a la inauguración de una muestra de pintores ingleses entre los siglos XVI y XVIII, en la Galería Borghese. Del brazo de Edward, recorrí, aparte de la mencionada exposición, algunas de las salas más famosas, admirando cuadros de Rafael, Tiziano o Caravaggio, entre otros, e impresionantes esculturas de Bernini y otros artistas. Eché de menos a mi saltarina cuñada, ella, cómo estudiante de Historia del Arte, era quién mejor nos lo podría explicar. Comimos allí, ya que habían organizado un almuerzo en las terrazas acristaladas del piso superior, con vistas a los famosos jardines que daban nombre a la Galería.

Desde allí, nos trasladamos a la Casa-museo de keats-Shelley, situada en la Plaza de España, al lado de nuestro hotel. En esa casa vivió el poeta inglés Jonh Keats desde 1820 hasta 1825, año en el que murió. Era una de las figuras más representativas de la literatura inglesa del Romanticismo; la casa era ahora un museo, con una importante biblioteca, llena de valiosos libros tanto de él cómo de sus homónimos ingleses.

Hacía un rato que habíamos regresado al hotel, y estábamos descansando un poco, antes de prepararnos para la cena de la embajada. Estábamos tumbados en la cama, con ropa cómoda. Edward repasaba el pequeño discurso que debía dar esta noche, y yo leía una guía de Venecia, descubriendo curiosidades de lo que íbamos a ver. Miré de reojo a Edward, que refunfuñaba en voz baja.

-¿Qué te pasa?- le pregunté mientras marcaba la página del libro y cerrándolo.

-No me convence mucho- señaló el papel. Lo cogí, mientras me apoyaba en su pecho, y lo leí. Una vez terminé, rodé los ojos.

-Edward, está muy bien. Tienes que intentar leerlo tranquilo, imaginándote que no hay nadie en la sala- estaba un poco nervioso, y aunque parezca mentira, le costaba hablar en público, era de las pocas ocasiones en que salía su vena tímida.

-¿No cambiamos nada?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Yo creo que está bien así- le dije una vez más -además, sabes que siempre te doy mi sincera opinión; la mayoría de las veces siempre cambiamos algo- le recordé.

-Gracias cariño- me apretó mas contra su cuerpo.

-¿Por qué?- pregunté en voz baja.

-Haces que ésto sea más fácil y llevadero -suspiró, meditando algo, que no llegó a decir en voz alta. Mi sonrojo, tan habitual estos días, volvió a aparecer.

-No tienes que agradecerme nada Edward; simplemente intento ayudarte en todo lo que pueda. ¿Tampoco está yendo tan mal, no?, la visita, quiero decir...- interrogué, mordiéndome el labio inferior.

-Lo estás haciendo muy bien... aunque te cueste cogerme de la mano, siempre vas de mi brazo- observó divertido. Mi cara ardió más, si era posible.

-Créeme que intento pensar que no me salto las normas... pero no sé por qué me sale así. Te prometo que lo intentaré esta noche- le propuse, divertida. Rió mientras dejaba un pequeño beso en mi cuello y me hacía girarme, quedando tumbada en la cama, con el encima mío.

-Ayer dejamos un asunto a medias, por la mañana- canturreó inocentemente, dejando suaves y pequeños besos por toda mi cara. Me hice la tonta, poniendo cara de niña buena.

-No lo recuerdo... creo que tendrás que refrescarme la memoria-.

-Eres mala... pero no creas te vas a librar- sus labios dejaron mis mejillas, capturando mi boca en un beso ansioso y demandante. Mis manos se posaron alrededor de su cuello, intentando evitar que se alejara de mi. La temperatura de la habitación subió unos cuantos grados... hasta que el teléfono interrumpió el tema. Edward lo cogió, y sin dejar de pasar su mano por mi cintura, habló unos momentos, para después colgar.

-Nos llaman- afirmé más que pregunté. Asintió escondiendo su cara en mi cuello, refunfuñando y resoplando. Reí divertida, pasando los dedos por su pelo.

-Te lo recordaré esta noche- le dije, intentando levantarme; tenía que ducharme y prepararme para la cena.

-Yo mismo te lo recordaré- afirmó pagado de si mismo, dándome un pequeño beso y dejándome ir.

Dos horas después, estaba perfectamente peinada y vestida para la cena en la Embajada. Llevaba puesta una falda larga hasta los pies, de gasa negra, con un lazo adornando la parte delantera. La parte de arriba era una sencilla blusa de gasa blanca, con la manga por encima de los codos. Mi pelo esta vez iba suelto, con las puntas hacia fuera. Me puse los zapatos que había llevado al ballet, y el mismo bolso también. Decidí estrenar los pendientes largos del aderezo que me habían regalado Carlisle y Esme. Tenían forma de lágrima, y en el centro de ellos, colgaba un pequeño diamante. También me puse la pulsera a juego. Mañana, en la cena que daba el Presidente, me pondría el colgante que me habían regalado ellos.

Oí unos suaves golpes en la puerta. Edward ya había terminado hace un rato, y estaba en en la sala, esperándome.

-Adelante- Zafrina apareció por el marco de la puerta, muy elegante con un sencillo vestido negro.

-Todo está preparado, señorita Isabella- me indicó amablemente -está muy guapa... me gusta su estilo de vestir- alabó. Me puse un poco roja de vergüenza, agradeciéndole sus palabras.

-Muchas gracias; en realidad, todo esto es gracias a la princesa Alice y a Rosalie, la novia de Emmet- le expliqué, un poco avergonzada. Ella me sonrió, divertida por mi confesión.

-El día de la petición estaba increíble; hacen una pareja muy bonita... y cómo inglesa, estoy encantada de que tengamos Princesa de Gales de nuevo-.

-¿Puedo hacerle una pregunta?- la mujer asintió.

-¿De verdad cree que valgo para ésto?; sé que nunca estaré a la altura de las princesas por nacimiento- musité. Ella negó con la cabeza, tranquilizándome.

-Lo está haciendo muy bien; la reina Esme habló a solas conmigo antes de conocerles a ustedes... me habló de su timidez, y de lo aterrada que estaba. Sé que este mundo es intimidante... no es cómo ser famoso simplemente- me contaba -pero le digo la verdad; antes de trabajar para ustedes, he trabajado para varias embajadas inglesas... y he conocido a muchos reyes, y príncipes y princesas extranjeros, y usted, simplemente por su educación y discreción, quitando a un lado el tema del protocolo, sabe mantener las formas mucho mejor que ellos-. La escuchaba atentamente, un poco sorprendida y a la vez, agradecida por sus palabras.

-El rey Carlisle y la reina Esme son de los poquísimos monarcas que saben estar a la altura en cuánto a educación y humildad... y eso se lo han inculcado a sus hijos... cuándo vayamos de visita a algún otro país europeo, sabrá de lo que le hablo. Hay príncipes consentidos y con un carácter y una altivez... son insufribles- me reí con ella, un poco de cotilleo a veces venía bien.

-Aparte de viajar con nosotros, ¿también se ocuparán de otras cosas en Londres?- la señora me caía muy bien, y era muy fácil trabajar con ella.

-Así es; llevaré su agenda, coordinándome con Maguie; y Demetri les echará una mano con el correo, invitaciones a actos y otras cosas. A partir de enero nos meteremos de lleno con la boda- me explicó -cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmela-.

Estuvimos hablando varios minutos; me contó que estaba casada, y que tenía dos hijos de trece y diez años. Así estuvimos, hasta que Edward asomó su cabeza por la puerta. Zafrina se disculpó, y mi novio se acercó a mi, tomándome de las manos y haciéndome girar. La suave tela de la gasa se movió suavemente, de forma delicada.

-¿Qué tal?- le pregunté, después de hacer una graciosa reverencia.

-Muy guapa; soy un hombre con suerte- me confesó, sin soltarme de las manos -tengo la novia más bonita del mundo- murmuró sobre mi mejilla, dejando allí sus labios -y no empieces con la objetividad- añadió. Negué con la cabeza, mientras le ponía derecha la pajarita.

-Mañana te veré con frac de gala y condecoraciones- musité divertida. Rodó los ojos, suspirando con paciencia.

-Mejor hablaremos de eso mañana- me reí; igual que su padre, odiaba los chaqués y los fracs.

El trayecto a la embajada era muy corto, y en quince minutos, ya estábamos allí. Los señores Calfrey nos recibieron en la puerta principal. Nos estuvieron explicando las reformas que habían realizado en el edificio, y Edward y ellos me aclaraban cómo era antes, para que me hiciera una idea de los cambios.

-Los invitados ya están están aquí- nos dijeron al de unos minutos. Tomé a Edward de la mano, y pasamos hacia dentro. Había unos cien invitados, podría decirse una cena íntima, ya que mañana, en la cena oficial, habría casi trescientos.

El murmullo creció en la sala cuándo aparecimos allí. Un poco nerviosa, Edward me indicó con un pequeño gesto dónde debía ponerme, para saludar a la gente. Les dábamos las buenas noches, agradeciendo su presencia y saludándoles. En su mayoría, era gente perteneciente al cuerpo diplomático, y gente inglesa que llevaba muchos años afincada en Italia. En la cena de mañana estarían altos cargos políticos y gente influyente e importante de todos los ámbitos de la vida y la sociedad italiana. Un matrimonio joven, se acercó a mi con una sonrisa de oreja a oreja. El señor Calfrey, que nos iba presentando a la gente, nos explicó.

-Alteza, señorita Isabella; les presento a David Ruhford, y a su mujer, Eleonore... los embajadores de Estados Unidos aquí, en Italia- en mi cara apareció una sonrisa como la de ellos, que me saludaron muy afectuosamente.

-Qué gran placer conocerla en persona... nos da una gran alegría que su primer viaje oficial sea aquí- después de saludarnos y felicitarnos por la boda, hablamos unos minutos con ellos.

-Todo el país está pendiente de sus movimientos; se ha convertido en un personaje muy seguido- me dijo la mujer.

-Algo he oído; mi familia me lo cuenta- les expliqué -¿de dónde son?- pregunté.

-Mi marido nació en un pueblo de Texas, pero enseguida se trasladó a Los Ángeles-.

-Mi padre era militar, y estuvimos varios años de una ciudad a otra- nos contó el hombre -mi mujer nació en San Diego-.

-En California- le aclaré a mi novio. Éste asintió, conversando unos minutos más con ellos. Finalmente los saludos terminaron, y pudimos pasar al salón, montado con mesas redondas, dónde todo el mundo ya estaba acomodado. Nos sentamos con los anfitriones y los embajadores de Estados Unidos. Estaba entre ambos señores, y durante toda la cena Edward no me quitaba el ojo; finalmente, en los postres, le tocó el turno al discurso. Le dirigí una sonrisa de ánimo mientras empezaba; nunca hacía notado que se ruborizaba levemente... aunque no llegaba a mis extremos.

-¿Ves cómo lo has hecho bien?- le dije mientras bailábamos. Habíamos pasado a otro salón, dónde se podía bailar o sentarse a tomar un café, charlando tranquilamente. Edward tenía sujeta una de mis manos, posadas en su pecho, y la otra en mi cintura, pegándome a él.

-No ha salido mal- meditó en voz alta -¿lo estás pasando bien?-.

-Si; aunque en la cena el señor Calfrey no ha hecho más que contarnos historias acerca de situaciones bochornosas que le han ocurrido... reconozco que me he reído bastante- le expliqué divertida -mañana ya se acaba la visita- suspiré.

-La oficial... pero después empieza la buena- dijo contento -tengo muchas ganas de estar un poco tranquilos; andando de un lado para otro es como mejor se conocen las ciudades- me explicó. Apoyé un poco la cabeza en su pecho, deseando que este viaje no terminara nunca.

El último día de la visita oficial también fue muy ajetreado. A la mañana siguiente Edward se reunió con el primer ministro, y después nos enseñaron el Palacio de Montecitonio, sede del congreso de los diputados. Comimos allí, en un almuerzo privado, con varios de los ministros, y el ministro inglés de Asuntos exteriores, que después de muchos problemas con su vuelo, había tenido que retrasar el viaje un día, y no llegó hasta ayer por la noche. A la tarde, acompañados de varias autoridades, nos trasladamos al ayuntamiento, antiguo Palacio Senatorio, y también visitamos los Museos Capitolinos, adyacentes a éste.

La cena de gala en el Quirinale fue asombrosa. Según me contó Edward, no tenía nada que envidiar a las que se celebraban en los distintos palacios europeos. Toda la flor y nata de Roma estaba allí, y dar la mano a famosos escritores, diseñadores, distintos políticos... era apabullante ver en persona a tanta gente conocida, y lo más extraño, es que ellos me observaban a mi de la misma manera.

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EDWARD PVO

Me fui despertando lentamente, y echando una ojeada al reloj de la mesilla, vi que eran las diez menos cuarto de la mañana. Habíamos dormido a nuestras anchas, y por fin, días libres para poder recorrer Roma con mi niña. Estaba apoyada en mi pecho, con uno de sus brazos rodeando mi cintura. Pasé mis dedos por su pelo, peinándolo suavemente. Estaba tan guapa ayer por la noche, en la cena ofrecida por el presidente, con ese vestido gris, que se ajustaba a su cuerpo... me costó un esfuerzo sobrehumano poder contenerme hasta el hotel, dónde ya no pude aguantar más y se lo arranqué, terminando el jugoso asunto que teníamos pendiente desde que llegamos aquí.

Recordé con una sonrisa cada susurro de mi novia, cada mueca de placer... todas las caricias que ambos intercambiamos ayer por la noche... y que nunca me cansaría de dárselas. Pasé las manos por la piel de su espalda, eran tan suave y pálida... hasta que por fin, sus ojitos decidieron abrirse.

-Buenos días- dijo mientras sus ojos se acostumbraban a la luz.

-Buenos días, ¿has descansado?- asintió con la cabeza, pero se acurrucó más contra mi cuerpo, y sonreí complacido mientras la abrazaba más.

-Sip, reconozco que lo necesitaba... más aun después del ejercicio de anoche- dijo traviesa, poniéndose encima mío, tumbada a lo largo. Sus pechos se pegaron a mi cuerpo, a través de la fina sábana que los separaba. Reí mientras ella se acercaba a mi boca, para darme un beso.

-¿Cual es la ruta para hoy?- interrogó expectante- apoyando su barbilla en mi pecho, esperando que le contara un poco.

-Por la mañana al Pallatino; comeremos por ahí y por la tarde visitaremos la iglesia de San Clemente, y veremos la zona de Vía del Corso, Piazza Navona, y paseando llegaremos a la Piazza del Popolo, a la fontana di Trevi... - le expliqué. En su cara apareció una feliz sonrisa -¿quieres cenar en el hotel o por ahí?- te advierto que no volveremos hasta la noche -le expliqué.

-Según lo cansados que estemos... ¿mañana vamos al Vaticano?- afirmé con la cabeza.

-Si; habrá que madrugar un poco, para estar allí pronto; entre ver la plaza, la basílica, los museos... se nos irá la mayor parte de la mañana; y por la tarde y la noche al Trastévere; hay muchos restaurantes y tiendas- me escuchaba con una sonrisa mientras se levantaba para prepararse.

Una hora después, salíamos por la puerta del hotel, perfectamente despiertos y desayunados, y con vaqueros y zapatillas deportivas. Nos despedimos de Zafrina y Demetri, y seguidos por Quil y Embry, empezamos nuestro tour turístico. Aunque había distancia entre el Pallatino y la zona dónde estábamos alojados, decidimos andar, ya que no teníamos prisa. El día era un poco frío, pero estaba soleado. Bella iba de mi mano, con una coleta en el pelo y sus gafas de sol, al igual que yo, para poder pasar algo desapercibidos.

Pasamos casi toda la mañana viendo el Coliseo, el Foro de Trajano, el Arco de Tito y de Constantino... Mi niña estaba feliz, observando todo al detalle y sacando fotos. Hubo un par de veces que tuve que sujetarla antes de que terminara en el suelo, debido al empedrado de las calles.

-Haber si te vas a hacer un esguince- la reprendí con una sonrisa.

-No me he caído en todos estos días, con taconazos, y me tropiezo con las converse- refunfuñaba como una niña pequeña -no te rías... no es gracioso- se cruzó de brazos, poniendo un puchero. Al ver que intentaba reprimir la carcajada, ella terminó soltándola también. Una vez pasado el divertido momento, miré el reloj, y vi que se nos había ido la mañana sin darnos cuenta.

-¿Tienes hambre?- asintió con la cabeza, guardando la cámara en su bolso -podríamos ir yendo para la zona de Piazza Navona; hay cosas para ver en el camino, y comer por allí- le propuse -después continuaremos hasta Piazza del Popolo, Vía del Corso y todo eso-.

Después de comer una deliciosa pizza y tomarnos un café en una terraza, descansando un poco, proseguimos nuestro recorrido turístico. Por el camino vimos la Iglesia de San Clemente y el Panteón. Recorrimos las pequeñas callejuelas adyacentes a éste, llenas de gente y tiendas. Bella paraba en los escaparates... pero no entró en ninguna de ellas, cosa que me extrañó. Al preguntarle el motivo, en su cara apareció su adorable sonrojo.

-Es que... bueno... estaba esperando a Venecia, allí si hay unos cuántos regalos que quiero comprar- me explicó. Asentí con la cabeza, pero sabía que había algo más.

-¿Y para ti no quieres nada?- interrogué. Ella se encogió de hombros, y con la cabeza gacha, habló.

-Se me hace muy difícil hacerme a la idea de que ahora puedo entrar a cualquier tienda; me da mucha vergüenza... y me siento culpable de gastar tanto dinero- la atraje hacia mis brazos.

-Bella... por eso no tienes que preocuparte... para mi en ese aspecto es cómo si ya estuviéramos casados, y todo lo mío es tuyo y viceversa... de modo que le puedo comprar cualquier cosa a mi mujer- expliqué con una sonrisa... sonaba demasiado bien llamarla mi mujer.

-Si te digo que no, no me harás caso, ¿verdad?- preguntó resignada.

-Chica lista- besé brevemente sus labios, antes de continuar el recorrido. Sabía que aunque hubiera dicho que si, me iba a costar un triunfo que se comprara algo.

La tarde se nos pasó rápida, y cogiendo la Vía del Babuino, llegamos a la Piazza del Popolo. Eran sólo las siete y media de la tarde, pero al ser primeros de noviembre, ya empezaba a anochecer. La famosa plaza estaba llena de turistas... y noté que había gente que si nos reconocía, ya que se nos quedaba mirando fijamente, aunque no se atrevían a acercarse, ya que Quil y Embry no se separaron de nosotros, aunque iban unos metros por detrás.

Por suerte, Bella pudo ver la fontana di Trevi iluminada, y cumplió con la tradición de tirar una moneda de espaldas. Le pidió a Quil que nos sacara una foto, cómo llevaba haciendo todo el día. Debido a la caminata, avisamos a Zafrina para que ordenara la cena, ya que estábamos demasiado cansados, y decidimos volver al hotel.

A la mañana siguiente nos dedicamos a recorrer el Vaticano. Bella me confesó, mientras recorríamos la basílica, que era una de las cosas que más le habían impresionado hasta el momento.

-Nunca imaginé que visitaría ésto- me confesó estudiando las pinturas de Miguel Ángel y recorriendo con ojos como platos la Capilla Sixtina -es impresionante... tantos tesoros y riquezas- me decía en voz baja, admirando los tesoros papales de los museos.

-La verdad es que impresiona verlo- le di la razón. Cómo bien supuse, entre recorrer la plaza, la basílica y los museos se nos fue la mañana entera. Decidimos comer en un restaurante pequeño, muy cerca de la Plaza de San Pedro, y por la tarde nos perdimos por las calles del Trastévere. Esta vez mi niña si que entró a las tiendas, y compró unos pendientes para Rosalie y mi hermana de otro blanco y pequeñas turquesas, cómo regalo de navidades.

-Gracias a Rosalie y Ang, en parte, estoy aquí contigo,... y quería agradecérselo- me contó una vez salimos de la tienda.

-Pero un par es para Rosalie, y otro para mi hermana- le pregunté extrañado.

-Para Ángela ya lo tengo pensado... pero para eso tenemos que esperar a Venecia- me aclaró -le encantan las máscaras venecianas, las de carnaval- asentí con una sonrisa.

-Le compraremos una bonita- le prometí... ¿y tú?- hice la pregunta del millón.

-Yo quiero otra, para adornar nuestra casa... prefiero comprar algo para nosotros en vez de para mi sola- me explicó -algo de murano, aparte de los inmensos jarrones -dijo divertida, aludiendo al regalo del presidente -según veamos- me explicó. Decidí picarla un poco, a ver por dónde salía.

-¿Y los pendientes que viste en esa joyería, en Vía del Corso?- ella se puso un poco roja. Ayer paramos en el escaparate de una conocida joyería, y su vista se posó en unos pendientes modernos. Eran unos aros, un poco grandes, rodeados de pequeños brillantes.

-¿Te diste cuenta?- preguntó con vergüenza.

-Sí, me di cuenta- contesté divertido.

-Eran bonitos- se encogió ligeramente de hombros... lo que ella no sabía es que esta mañana le había pedido a Zafrina que fuera a por ellos, para dárselos la última noche, en Venecia. Sonreí divertido para mis adentros... esperaba que no se enfadase mucho y que sólo refunfuñase un poco. La tarde siguió su curso, y llegamos a la Piazza de Santa María in Trastévere, que también daba nombre a la iglesia, a la que Bella quiso entrar.

Cenamos en una pequeña trattoria, restaurantes típicos italianos, pequeños y familiares. Bella saboreó la pizza y otros elementos de la cocina italiana, sabía que le encantaba. Mirábamos divertidos, como Quil y Embry, unas mesas apartados, devoraban la suya. Después de tomarnos un café en uno de los innumerables bares de la zona, paseamos abrazados por las callejuelas.

-Gracias- dijo mi niña, sonriendo feliz y mirándome emocionada -nunca olvidaré estos días- me agradeció con un beso.

-Pues todavía queda Venecia- le recordé -para mi también han sido muy especiales- le confesé... no se podía hacer una idea de lo que había significado para mi, poder pasear con ella y ver tantos lugares.

-¿Cual es nuestro próximo viaje?- preguntó divertida. Reí con ella, dejando un pequeño beso en su frente.

-A partir de que terminemos los exámenes, tendremos muchos más actos y viajes- le recordé -tenemos una vista de cinco días a diferentes ciudades que componen el País de Gales – ella me escuchaba atenta- entre ellas Cardiff, la ciudad natal de Emmet, Swansea, Newport... tienes que conocer la zona, vas a ostentar su título- le recordé.

-Cierto- me dio la razón -apenas he salido de Londres- me explicó.

-También vamos a ir a Escocia, por supuesto, y a Irlanda del Norte- le seguí explicando -mis padres y yo queremos que los ingleses vean y conozcan a su futura princesa-.

-Pero ellos son cómo países independientes- preguntó de nuevo.

-Cada país, por así llamarlo, tiene sus propias administraciones en Cardiff, Edimburgo y Belfast, independientes del gobierno de Londres... pero su sede parlamentaria está en Londres... y mi padre es el jefe del Estado de todas ellas... por eso se conoce con el nombre del Reino Unido de Gran Bretaña y de Irlanda del Norte- terminé mi pequeño discurso.

-Algo había leído acerca del tema... pero había algunos puntos que no entendía- me confesó con una pequeña sonrisa. Proseguimos nuestro paseo, bajo besos y confidencias, con la luna y los muros del Trastévere como testigos

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Llegamos a Venecia a las nueve y media de la mañana; el viaje había durado una hora escasa. Desde el aeropuerto de San Marco nos trasladamos al hotel, he de reconocer que la suite era enorme, con una increíble vista al Gran Canal. Después de acomodarnos, salimos al pequeño embarcadero privado que tenía el hotel, para coger una lancha y dirigirnos hacia la Plaza San Marcos. Bella miraba a su alrededor, cámara de fotos en mano.

-¿Cuántas memorias has gastado?- pregunté divertido, una vez que le sacó una foto a la fachada de la Basílica y a la torre del Campanario.

-Voy por la tercera- me respondió pagada de si misma.

-Vaya, me voy a casar con una paparazzi- susurré divertido, dejando un pequeño beso en su mejilla.

Había un poco de cola para entrar a la Basílica, de modo que nos pusimos a esperar, como dos simples mortales. Tenía a Bella agarrada por la cintura, mientras ella ojeaba un folleto, cuándo sentí un empujón, y a mi novia balanceándose ente mis brazos.

-¡Mamá, mamá, la princesa Isabella!- gritó una voz de niña. Quil y Embry se acercaron inmediatamente, pero la niña se había agarrado a la cintura de mi novia, y no la soltaba. Bella se asustó un poco, pero al ver que era una niña de unos nueve años, se relajó, y yo les indiqué que lo dejaran estar.

-Hola, ¿cómo te llamas?- le pregunté, a la vez que mi novia le pasaba una mano por los hombros, tranquilizándola, ya que se asustó al ver a los escoltas. Ella levantó la vista, con los ojos llorosos.

-No llores; no te van a hacer nada- le calmaba Bella -asustan un poco, pero son muy simpáticos- le confesó con una pequeña risa.

-Me llamo Ruth- dijo en un susurro. Al levantar la cabeza, vi a los que supuse serían sus padres, dirigiéndose a nosotros corriendo, con cara de asombro por encontrarnos allí.

-¡Ruth!, ¿dónde te habías metido?- le preguntó su padre, mientras su madre se acercaba a ella.

-Quería ver a la princesa Isabella, y al príncipe- dijo en voz baja. Los padres estaban un poco avergonzados.

-Por favor, perdonen si la niña les ha molestado- se disculpó la madre, pero Bella la tranquilizó.

-No, no, en absoluto; no nos ha molestado- la niña sonrió ampliamente, volviéndose a poner al lado de Bella, que la cogió de la mano.

-¿Son ingleses?- les pregunté amablemente.

-Así es alteza, estamos aquí de vacaciones; ella es mi mujer Martha, mi hija Ruth -nos indicó - y yo me llamo Phill Fosthshire- estrechamos la mano a los padres, y hablamos con ellos unos minutos.

-¿Dónde viven?- les pregunté.

-Somos de Manchester; yo trabajo en una de las fundiciones de acero que visitó el año pasado -asentí, recordando -y estamos de vacaciones unos días, se lo prometimos a la niña- nos explicó.

-Papá y mamá me prometieron venir a Venecia- explicó contenta.

-¿Por sacar buenas notas?- interrogó mi novia, sonriéndole a la niña.

-Por eso... y porque estuve malita en el hospital mucho tiempo- explicó muy tranquila. Bella y yo miramos a los padres, que amablemente nos explicaron la historia.

-Ruth nació con fibrosis quística pulmonar- hace un año le realizaron un trasplante de pulmón- nos relataba su madre, intentando contener las lágrimas- le prometimos que si todo iba bien, cuándo se recuperara, haríamos un viaje con ella- Bella escuchaba atenta la historia, al igual que yo, y miraba preocupada a la niña.

-¿Pero ya está bien, recuperada del todo?- interrogué.

-Tendrá que llevar cuidado y someterse a revisiones... pero al menos su calidad de vida ha mejorado- nos aclaró el padre. Hablamos con ellos unos minutos más, mientras estábamos en la cola. Bella y Ruth se habían hecho muy amigas. Después de esos minutos, la familia se despidió de nosotros, ya que esta misma tarde volvían a Londres. La pequeña se sacó una foto con nosotros, y Bella le dio la cámara a Embry, que nos sacó una foto con toda la familia.

-Ha sido un placer conocerles, y a ti también Ruth- se despidió Bella de la niña, agachándose y dándole un abrazo, que la niña correspondió contenta.

-Tienes que cuidarte mucho, y estudiar- le dije, agachándome a su altura.

-Cuándo os caséis, le diré a papá y a mamá que me lleven a Londres, para veros pasar- me reí, dándole un beso yo también. Ruth nos saludó con la mano mientras se alejaban, y pude ver la cara preocupada de Bella.

-Qué injusto... para ella y sus padres- me dijo.

-Sí... alguna vez que he ido con los míos o mi hermana, a visitar un hospital... es muy chocante verlo; sobre todo el ala de pediatría. Tampoco lo paso nada bien... intentas animarles, y ellos están tan contentos de verte- musité en voz alta.

-¿Hemos hecho mal, sacándonos una foto con ellos?- me preguntó -a la niña le hacía mucha ilusión- dijo con una pequeña mueca.

-No cariño; los periodistas de seguro nos habrán seguido en Roma estos dos días... pero al menos no nos han molestado. Y créeme, es mejor sacarse una foto con Ruth y su familia- le dije, rodeándola de nuevo por la cintura.

La mañana se nos pasó recorriendo la basílica y los alrededores de la Plaza de San Marcos. Estaba tan abarrotada, que esta vez los turistas ingleses si nos reconocían y nos saludaban, pero manteniendo las distancias, Quil y Embry imponían mucho. Aun así, nosotros también los saludábamos con una sonrisa. Comimos por allí, y por la tarde visitamos el Palacio Ducal y la zona del Castello, famosa por sus callejuelas estrechas y pequeñas iglesias.

Al día siguiente, nos dirigimos a la zona del Cannagerio; pasamos por muchos de los puentes del canal, y nos perdimos por las estrechas calles, dónde había muchos lugares para comer y cientos de talleres artesanales; Bella paró en uno de ellos, admirando las máscaras. Eligió una para nosotros, era muy original, hecha con el papel de unas partituras antiguas y se podía colgar en la pared, y después me interrogó para ver cual le llevaba a Ang. Al final se decidió por una de seda, color marrón clarito, adornada con pequeñas piedras de colores y una pluma en uno de los costados.

Después de comer por la zona, nos dirigimos a Santa Croce, la zona más antigua de la ciudad. También había en ella muchos talleres artesanales. Bella compró regalos para todos, y para decorar nuestra casa.

-¿Y para Sue y la abuela?- le interrogué; por suerte, Quil avisó a Zafrina que mandarían las compras al hotel, no podíamos ir con las cosas de cristal de murano por ahí; además, esa noche no cenábamos en el hotel.

-En realidad, ella me pidió una cosa ex profeso- me explicó divertida -le encantan los encajes de burano, de modo que les compraré manteles, juegos de cama...- asentí, a mi madre también le encantaban, y cada vez que venía a Venecia, regresaba con unas cuantas adquisiciones. Bella se alarmó al ver los precios, pero yo le advertí que eran piezas hechas a mano. Después de nuestro periplo al estilo Alice, nos sentamos en uno de los famosos restaurantes de Venecia, cerca de la Plaza de San Marcos, y después llevé a Bella al Café Florián, en la misma plaza, para que se tomara uno de sus famosos capuccinos.

-Tiene un sabor muy fuerte, no me lo imaginaba así- dijo sorprendida -pero está bueno- alabó al final. Después de permanecer allí un buen rato, Bella cogió el camino para ir dónde esperaban las lanchas del hotel, pero la detuve, llevándola a otro de los muelles.

-¿A dónde vamos?- interrogó confusa.

-Ahí- una góndola nos esperaba, preparada para nosotros. Sus ojos se abrieron por la sorpresa.

-Me dijiste que te hacía mucha ilusión- recordé nuestra conversación una noche, en Londres. Asintió, dándome un pequeño beso. Monté yo primero, y ayudé a Bella a subir, ya que el barco se balanceaba bastante. Quil y Embry se quedaron en el muelle, a esperarnos.

Bella se acurrucó en mis brazos, admirando los Palacios del Gran Canal, iluminados, al igual que los puentes. Pasamos también por canales pequeños, y por debajo del Puente de los suspiros, dónde habíamos estado el primer día, al visitar el Palacio Ducal. Cogí a Bella de la mano, y me cuenta de que estaba helada.

-¿Tienes frío?- el clima había sido bueno... pero a las noches refrescaba bastante. Se apretó su cazadora acolchada, asintiendo con la cabeza. La atraje más hacia mi, pasando mis manos por sus brazos, intentando que entrara en calor.

-¿Mejor?-.

-Si... muchas gracias- dejó un suave beso en mi mejilla, y decidí que era un buen momento para darle su regalo.

-¿Me prometes que no te enfadarás?- la sondeé divertido. Ella me miró con una ceja arqueada.

-¿Por qué tendría que enfadarme?; no creo que te lo merezcas, después de esta maravillosa semana- dijo contenta. Saqué de un bolsillo interior de mi cazadora el paquete. Ella lo miró sorprendida.

-¿Me has comprado algo?- su naricita, un poco roja por el frío, se arrugó un poco... me encantaba hacerla rabiar.

-Si... quería que tuvieras un recuerdo de este viaje, de nuestro primer viaje sin tener que perdernos en un resort en una isla...- le expliqué -aunque admito que ese viaje también me encantó... a pesar de lo que pasó después- recordé con rabia el tema de las fotos. Ella me calló con un pequeño beso.

-Eso está olvidado Edward... de modo que no pienses en más en ello- me animó. Le tendí la cajita, y en su cara apreció una mueca de confusión y asombro, al ver los famosos pendientes.

-Edward, ¿cómo...?- dejó la pregunta inconclusa.

-Vi que te gustaron, y mandé a Zafrina que fuera a por ellos al día siguiente- ella negaba con la cabeza, mordiéndose el labio.

-Gracias, gracias, gracias... se abrazó a mi, escondiendo su cara en mi cuello, cómo solía hacer siempre -que sepas que te has pasado... eran muy caros- me susurró.

-Pero quería hacerle un regalo a mi princesa...- susurré de vuelta.

-Me mimas demasiado- se quejó con una pequeña sonrisa.

-Y más que lo voy a hacer, de modo que me dan igual tus protestas- le contesté divertido.

-¿Sabes que te quiero, verdad?- me dijo, roja por el frío y la vergüenza.

-Como yo te quiero a ti- le respondí de vuelta, besando sus labios, y disfrutando del paseo, abrazados.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 12/9/2010, 6:11 pm

Capítulo 36: London Fashion Week

-¿Quieres algo más, aparte del café?- me preguntó Edward, en el mostrador de la cafetería a la que solíamos acudir en el descanso de las clases. Negué con la cabeza, mientras me dirigía a nuestra mesa habitual y me quitaba la chaqueta.

En quince días nos daban las vacaciones de navidad, y nos íbamos a Forks. Había pasado un mes y medio desde nuestro viaje a Italia, y los momentos tan especiales que habíamos compartido volvían a mi mente, haciéndome esbozar una sonrisa. Desde que regresamos, no habíamos hecho otra cosa que dedicarnos a la universidad y a nuestros interminables trabajos y ensayos; queríamos quitarnos todo lo que pudiéramos del temario para los exámenes de finales de enero. Parecía una contradicción, pero llevábamos mucho mejor las asignaturas de quinto curso en vez de las de cuarto. Edward lo achacaba a que cómo duraban sólo medio semestre, el temario era menos extenso. Rosalie y Alice, seguidas por Quil, entraban en ese momento por la puerta. Edward y Emmet seguían en la barra, pidiendo. Después de diez minutos, estábamos en torno a la mesa, saboreando el café.

-¿Qué vais a hacer este fin de semana?- preguntó Emmet a Rosalie.

-Cierto, tenéis fin de semana de chicas... peligro- susurró mi novio con voz misteriosa. Edward y Jasper se marchaban, acompañando a Carlisle a un acto del centenario de la academia militar de Sandhurst, en Alemania, dónde Edward y su padre habían realizado la formación militar. Emmet, Quil y Nick se iban con ellos, trabajando... de modo que desde el jueves por la tarde hasta el domingo por la noche nos quedábamos sin novios y sin maridos.

-Ya lo tengo todo estudiado- respondió mi cuñada, pagada de si misma -de momento, hacernos dueñas y señoras del palacio- canturreó divertida – sin ofender a mamá- terminó contenta.

-¿Y algo más?- interrogó Rosalie, con una ceja alzada.

-Por supuesto... pero eso lo hablaremos con Bellie a solas...- dijo con tono misterioso, mirando a su hermano con una ceja alzada. Me reí, observando a Edward, que rodaba los ojos. Rosalie meditó unos instantes, hasta que una sonrisa pilla apareció en su cara.

-Ya me lo explicará Bella cuándo regrese- le devolvió la contestación.

-Te aseguro que no... pero en unos meses saldrás de dudas- mi prometido puso cara de no entender ni pío, y me miró con un puchero de lástima. Negué divertida... pero tenía que aprovechar su ausencia. Quería hablar de un detalle muy importante para todas las novias... el vestido. Lo había ido dejando y dejando... y faltaban sólo seis meses para la boda, tenía que empezar a decidirme ya.

Al día siguiente, a eso de las siete de la tarde, nos despedíamos de los chicos en la puerta.

-Cuídate mucho... y si Alice os vuelve tarumbas a Rose y a ti me llamas- me susurró Edward mientras me abrazaba con cariño. Reí divertida, mientras escondía mi cara en su cuello. Sabía que habría veces que el viajaría y yo no, y viceversa, sobretodo cuándo nos casáramos... pero llevábamos desde agosto sin separarnos, y me puse un poco triste; aunque eran sólo tres días.

-¿Me llamarás en cuánto llegues?- pregunté en voz baja. Me estrechó más entre sus brazos, asintiendo con la cabeza.

-Te llamaré todos los días cariño, te lo prometo- me aseguró -sólo son dos horas de vuelo hasta Berlín- me recordó.

-Te quiero- susurré, dejando un suave beso en sus labios, que el correspondió, acariciando mi mejilla con sus dedos.

-Y yo a ti cariño; hasta el domingo- se apartó de mi, dándole un beso a su madre y a su hermana y metiéndose en el coche. Una vez el coche salió por la verja de seguridad, nos fuimos con Esme al salón, ya que enseguida cenaríamos, junto con Rosalie.

Al día siguiente fui con Embry y Rosalie a clase. Lauren y Cathy se sentaron conmigo, y en el recreo se unieron al café, cómo solían hacer algunas veces, cuándo estaba Edward, incluso a veces con sus novios. Eran muy simpáticas, y de las pocas personas con las que teníamos un trato amigable en la universidad. En el cambio de una de las clases, salí a una papelería que había al lado de la entrada principal, para sacar unas fotocopias, con Embry pisándome los talones. Estaba esperando a que me entregaran los apuntes, cuándo me fijé en la portada de una revista. Salía una foto mía, y al lado un pequeño texto.

-"La cuenta atrás ha comenzado; poco a poco se acerca la que sin duda, será la boda del año en Inglaterra. Ya se van sabiendo algunos detalles del evento, cómo el lugar de la ceremonia y algunos actos previos que tendrán lugar. Sin duda, una de las cosas que crea más expectación es la elección del diseñador del vestido de novia... y las joyas que lucirá Isabella. Las tiaras y aderezos, reservados a la Princesa de Gales, esperan pacientemente la elección de la novia. ¿Cual será la tiara elegida?; ¿se casará con la misma que se casó la Reina Esme?"- al lado, había una foto de Esme el día de su boda. Estaba muy guapa y elegante, del brazo de Carlisle... y la tiara que llevaba... era muy bonita, y discreta. No era muy grande, y observé que llevaba esmeraldas.

Cuándo me entregaron el aderezo, el día del anuncio, Alice y Edward si que habían mencionado el tema... pero me daba mucha vergüenza preguntar acerca de ello. Decidí que esa tarde en casa echaría un vistazo por internet... tendría que hablar del tema en algún sitio.

Después de comer, y ya con el fin de semana por delante, me dediqué a terminar uno de los trabajos que debía entregar antes de navidades, así tendría el fin de semana un poco libre; necesitaba un descanso con urgencia, y Edward también... no veíamos la hora de que llegaran los exámenes, aunque después nos quedara el proyecto de fin de carrera para mayo, tendríamos cuatro meses para prepararlo poco a poco. Estaba sumergida en el mundo de los diferentes tratados políticos posteriores a la Segunda guerra mundial, cuándo Alice y Rose entraron por la puerta de mi cuarto.

-Bellie Bellie... ¿te queda mucho?- se sentaron a mi lado, quedando en medio de ellas.

-No... déjame acabar la frase final... listo- tecleé la última palabra, y le di a guardar -¿qué planes tenemos?- interrogué.

-Nos vamos las tres a ver un desfile de la London Fashion Week- anunció contenta. A Rose se le iluminó la cara... y a mi; desde que tuve que cambiar mis hábitos de vestir, reconozco que le había pillado afición al tema.

-A las siete de la tarde comienza el desfile, de modo que tenemos tiempo para prepararnos... pero antes vamos a tener una pequeña charla- Alice se acomodó en el suelo, rodeada de cojines, como era habitual, y Rose y yo en el sofá, cómo era costumbre en nuestras tertulias.

-¿Y bien?- las apremié a que hablaran. Rose tomó la palabra.

-Bella... dentro de seis meses te casas... - empezó su discurso. Arqueé una ceja, mirándola sin entender una sola palabra.

-Te aseguro que estaba enterada- contesté con una sonrisilla inocente.

-¿Y piensas casarte en vaqueros?- la seria pregunta de mi cuñada, hizo que volviera a caer en la cuenta de lo que había leído esa mañana en la papelería.

-Ya lo sé... y he estado pensando en el asunto- les informé. Ellas se enderezaron, para escucharme atentamente, pero Alice pegó un brinco, levantándose del suelo. Salió de la habitación sin decir nada, regresando con Esme al de un minuto.

-¿Qué ocurre?- preguntó divertida, sentándose al lado de Rosalie.

-Por fin Bellie ha pensado algo acerca del vestido- respondió Alice con una sonrisa. Esme se volvió hacia mi, con la misma cara de expectación que mis dos amigas.

-Cuenta, cuenta... pero antes voy a ordenar el té y el café- una vez lo pidió, y un empleado lo sirvió, las tres me escucharon atentas.

-Bueno... veréis... he estado investigando... y viendo videos de bodas reales por internet; definitivamente, quiero algo sencillo, pero a la vez elegante- ellas me escuchaban en silencio.

-No quiero llevar mucha pedrería... me refiero en el vestido- aclaré -aunque de joyas también quisiera ir discreta- Esme y Alice se sonrieron entre ellas.

-Pues para eso... tienes que subir arriba, a ver las tiaras- me explicó mi cuñada.

-He echado un vistazo por internet y...- el brinco de Alice nos dejó paradas, con la taza en la mano.

-Bellie- estaba muy seria, con los brazos en jarras y golpeando el pie con el suelo -te recuerdo que están un piso por encima de tu cabeza- me dijo.

-¿Por qué no nos has pedido que te las enseñáramos?- Esme estaba confusa.

-Pensé que no podría lucirlas hasta que me case... y me daba apuro- confesé, mordiéndome el labio.

-Y así es... pero por supuesto que puedes ir a verlas- me dijo Esme -mañana subiremos las cuatro- decidió -recuerda que todo debe ir un poco en conjunto... y para eso, tienes que decidir cómo quieres el vestido y los complementos-.

-Precisamente, para eso vamos al desfile esta tarde... a ver si algún diseñador de los que desfila esta tarde te convence- relató Alice.

-Todos los modistos ingleses están expectantes, esperando tu elección- dijo Rose con una sonrisa cómplice. Esme iba añadir algo, pero justo en ese momento, nos interrumpieron.

-Perdonen por la interrupción; majestad, tiene una llamada- Esme suspiró, poniéndose de pie.

-Os veré esta noche... me tenéis que poner al día en cuánto a tendencias se refiere- dijo pícara.

Después de que ella se fuera, decidimos prepararnos, quedando en una hora en la puerta principal. Me puse unos pantalones vaqueros negros, ajustados, con una modernas sandalias altas. Por arriba, un top de gasa blanco, con una chaqueta negra, entallada y moderna. Con los pendientes que me había regalado Edward en Italia, y el bolso, me dirigí a la entrada, dónde ya estaban mis amigas. Alice con unos pantalones de raso negro, anchos, taconazos y una moderna blusa en tonos azules, de manga larga. Rose también con pantalones y chaqueta, en color blando, con un top rojo, al igual que los zapatos y el bolso.

-Me gustan tus sandalias- dijo mi rubia amiga, mientras nos dirigíamos a los coches -llevas casi más tacón que yo- comparó.

-Me voy haciendo, mas o menos- le expliqué divertida. Mientras íbamos de camino, recibí una llamada de Edward.

-Hola mi vida- me saludó nada más descolgar.

-Hola cariño, ¿cómo va todo?- pregunté con una sonrisa.

-Por aquí todo bien... hace mucho frío -me explicó- pero no paramos, vamos de un lado para otro- me contaba -¿y tú?-.

-Estoy en el coche con las chicas... vamos a ver un desfile de modas- le conté.

-¿Más ropa?- interrogó divertido.

-Eres un cotilla... no sé si me compraré algo- le dije en voz baja.

-Vale, vale... ¿me lo enseñarás cuándo regrese?- preguntó con voz insinuante -me encantan esos vestidos que llevas-.

-Creo que no te lo voy a poder enseñar- le dije con fingida pena.

-¿Por qué no?-.

-Porque tendrás que esperar unos meses para verlo- le expliqué, a ver si caía. Se quedó callado unos minutos... y pude sentir su sonrisa al otro lado del teléfono.

-Seguro que estarás preciosa... ¿ni una pista?- interrogó divertido.

-Será blanco- contuve la risa, mientras oía sus bufidos.

-Eso me lo imagino... a menos que quieras casarte de rojo, o de verde, o de algún otro color-.

-Sorpresa... cómo todo novio, saldrás de dudas el día de la boda- afirmé pagada de mi misma.

-Me rindo... bueno cariño, espero que lo paséis muy bien; mañana te llamo- se despidió.

-Cuídate, te quiero-.

-Y yo a ti preciosa, hasta mañana- la comunicación se cortó.

-¿Era Edward?- preguntó Alice. Afirmé mientras guardaba el teléfono, y proseguimos la animada charla.

Nada más aparecer por allí, la prensa desvió sus cámaras de los famosos que posaban en el photocall, para sacarnos fotos a nosotras. El organizador del evento estaba enterado de que íbamos, de modo que nos dio la bienvenida, acompañándonos hasta nuestros asientos, cómo no, en primera fila. Mucha gente importante se acercaba a saludarnos, entre ellos artistas mundialmente conocidos. Rose y yo estábamos bastante asombradas... incluso estrechamos la mano a varios actores y cantantes, Alice nos los iba presentando.

El desfile dio comienzo; hoy presentaban sus modelos tres de los modistos ingleses más conocidos, junto con una joven promesa del diseño, que había obtenido varios premios revelación en distintas categorías. Sentada entre Rose y Alice, fuimos estudiando los vestidos, trajes, complementos... sobre todo, poniendo especial atención a los modelos de fiesta y de novia, que salían a lo último. Antes del último desfile, hubo una pausa de diez minutos. Alice, Rose y yo comentamos lo visto hasta el momento.

-¿Qué te parecen?- sondeó mi pequeña cuñada.

-El segundo me ha gustado bastante... veremos a ver el que queda- dije pensativa -el primero no- les dije en voz baja -demasiada pedrería- Rose asintió.

-Pero recuerda que te lo van a hacer a tu gusto, de modo que eso no te tiene que preocupar- añadió Alice. Estuvimos hablando del tema unos minutos más, hasta que el inicio de la música anunció el último desfile.

-"y ahora, en primicia para la XXVIII edición de la London Fashion Week; una muestra en exclusiva de la joven diseñadora galardonada con varios premio revelación a lo largo del pasado año, Jane O´Cadagan"- la voz en off anunció a la diseñadora de moda en Londres en los últimos meses. Yo tenía algún vestido de ella, que todavía no había estrenado. Básicamente, se dedicaba a moda para fiesta y novias; quedé impresionada por las gasas y los encajes delicados; era clásico, pero con un toque moderno y actual... y no abusaba mucho de la pedrería... ¿por qué no ella?.

Al terminar el desfile salió a saludar, roseada de sus modelos. Era una joven de unos veinticinco años, alta y rubia, con una melenita recta por la altura de los hombros.

-¿Qué te ha parecido?- me sondeó Rose, una vez la gente se levantaba y abandonaba la sala.

-Me ha gustado mucho- le dije, admirada; Alice me escuchaba atenta, y llamó a uno de los escoltas, indicándole algo. Cuándo éste volvió, salimos rumbo al coche.

-¿A dónde has mandado a Morris?- interrogué con el ceño fruncido.

-A hablar con Jane O´Cadagan, mañana a las cuatro de la tarde vendrá a Palacio- miré asombrada a mi cuñada -¿qué?- se encogió de hombros -sé que has tomado la decisión Bellie; por supuesto no le hemos dicho para qué. Ella se piensa que soy yo su clienta- miré con una sonrisa a mi cuñada... era demasiado lista... a veces creo que tiene algo en su cabecita para el ver futuro.

-Eres la mejor- la piropeé con una sonrisa.

Comentando todo lo acontecido llegamos a casa. Esme atendía una reunión con Maguie, de modo que cenamos nosotras solas. No queríamos irnos a dormir, así que las tres, enfundadas en los pijamas, nos reunimos en el cuarto de Alice. Acomodadas en la inmensa cama de mi cuñada, empezó la conversación.

-¿Y bien?; ¿qué has pensado?; tienes que ir con una idea, para explicársela a Jane mañana- me dijo.

-Alice; cálmate... ¿y si no acepta?- le dije, mordiéndome el labio.

-Tonterías... seguro que lo hará- me rebatió.

-Será un buen dato para su currículum; así que sólo por eso...- Rose dejó la frase inconclusa, ya que la puerta se abrió de repente. Esme entró con una sonrisa divertida. Llevaba un pijama de raso blanco, y traía en la mano dos botes de helado, con cuatro cucharas.

-¿Os importa que me una a la reunión?-.

-Claro que no, mamá... y traes helado... huumm... ¿tienes el de chocolate con trocitos de galleta?- mi suegra asintió, leyendo la etiqueta del otro.

-Chocolate con trocitos de galleta... y vainilla con frambuesas- nos informó. Alice y yo, nos quedamos con el de chocolate, y Rose y ella con el de vainilla.

-Bien, ponedme al corriente- inquirió.

-Ya tenemos diseñador- contestó Rosalie, con la boca llena.

-Diseñadora- corregí -Jane O´Cadagan- Esme meditó unos momentos, hasta que recordó algo.

-La conozco- contestó -he visto trabajos suyos por internet; tiene un estilo muy personal- alabó -ni demasiado anticuado ni demasiado moderno- murmuró en voz alta.

-Le he pedido que venga mañana a palacio- le informó su hija -no le hemos explicado para qué-.

-Me parece bien- musitó pensativa.

-Puede hacer también los trajes del cortejo- dijo Alice contenta.

-Cierto- se giró hacia mi -¿en quién has pensado?- me quedé un poco parada por la pregunta.

-Pues... en nadie... ¿qué cortejo?- pregunté curiosa.

-Podríamos llamarlo damas de honor... aunque no son eso precisamente. Digamos que... uffss... no sé cómo explicarlo- mi pequeña cuñada refunfuñaba molesta... hasta que una imagen vino a mi cabeza. Era de la boda de Christian y Madde de Dinamarca... y las damas de honor iban ayudándole y colocándole bien el velo y la cola durante toda la ceremonia... definitivamente, youtube era un pozo de sabiduría en estos casos.

-¿Te refieres a las chicas que iban ayudándola con el vestido?- me aseguré antes de responder; no lo había pensado, pero obviamente, supe al momento quiénes serían esas personas.

-Rose- me giré para mirar a mi amiga; ella brincó desde dónde estaba, para darme un abrazo.

-Por supuesto que acepto, faltaría más- exclamó contenta.

-Y Ang, claro- Alice y Rose asintieron -es mi mejor amiga desde que nos conocimos, el primer día de guardería- le expliqué a mi suegra.

-Me parece una idea estupenda cielo- concordó. Me giré hacia Alice.

-¿Tú no puedes?- pregunté con un puchero de pena. Negó con la cabeza.

-No puedo, soy la hermana del novio. Por protocolo y todo eso- aclaró -pero estaré en primerísima fila- sonrió con malicia. Además, Jasper será el padrino de Edward, el que lo acompañe al altar- me explicó. Miré a Esme, extrañada.

-¿Aquí el novio no llega del brazo de su madre?- pregunté incrédula.

-No; no es la tradición- me aclaró Esme, encogiéndose de hombros -por supuesto, Charlie te llevará al altar; eso si que se hace cómo de costumbre- añadió, viendo mi cara confusa.

-También es costumbre llevar a niños pequeños, llevando los anillos- explicó Alice -¿en tu familia hay niños pequeños?; en la nuestra no hay; y el bebé de Garret y Kate es muy chiquitín todavía- meditó. El primo segundo de Carlisle y su mujer habían tenido un niño en mayo, cuándo Edward y yo estuvimos separados.

-Las niñas de Harry, el hermano de Sue- pensé en voz alta -mi madre era hija única, y mi padre también lo es; no tengo primos-.

-Cierto, lo comentamos aquí cuándo estuvieron tus padres... perfecto entonces; una cosa más decidida- expresó Esme, contenta.

-Espero que Ang acepte- me mordí el labio, un poco nerviosa.

-Por supuesto que aceptará... y vamos a averiguarlo ahora mismo- Alice se levantó de la cama, buscando su teléfono -veamos; son las doce y media de la noche... de modo que en Los Ángeles son...- hizo los cálculos en silencio – pero Rosalie se adelantó.

-Las cuatro y media de la tarde; perfecto, habrán salido de clase-. Alice buscó el número en la agenda, poniendo el manos libres.

-Hola pequeña duende- la voz de mi amiga inundó la habitación.

-¡Hoolaaaa!- saludamos las tres a la vez, riendo.

-¿Estáis las tres juntas?- preguntó mi amiga, conteniendo la risa.

-Sip; estamos de fiesta de pijamas en mi habitación- le explicó mi cuñada -¿cómo estás?, ¿y Ben?-.

-Yo he salido de clase hace un rato, y Ben no llegará hasta bien entrada la tarde, estamos bien, deseando que lleguen las vacaciones; ¿y vosotras?-.

-Los chicos se han ido con mi padre a un compromiso; están en Alemania y no regresan hasta el domingo- le seguía explicando.

-¿De modo que estáis de fin de semana de solteras?... y yo aquí, perdiéndome la fiesta, no es justo- sonreímos ante su pequeño enojo. Esme sonreía, escuchándonos divertida.

-Ang- la llamé -tengo que preguntarte algo- le dije.

-Dispara-.

-Verás... hemos estado hablando de unos asuntos de la boda... y necesito dos damas de honor, para que me ayuden con la cola de vest...- el grito de mi amiga resonó.

-¡Sí, por supuestísimo que sí, acepto!; gracias por acordarte de mi Bella-.

-¿Cómo no me voy a acordar de ti, tonta?- la reproché con cariño -verás; mañana hemos quedado con la diseñadora que espero -rodé los ojos- haga mi vestido, y de paso los vuestros- le expliqué.

-¿Y cómo van a hacer para medirme?- mi suegra tomó la palabra.

-Por eso no hay ningún problema, puede medirte un modisto allí y mandar las medidas. Bella me ha dicho que vais a venir para las vacaciones de pascua, dos meses antes de la boda... y por lo menos, en junio, estaréis aquí una semana antes- Ang estaba callada, preguntándose quién sería.

-Oh, lo siento; no me he presentado. Soy Esme, la madre de Edward y Alice-.

-¿L...la...rein...reina?- me reí, imaginando la cara de Ang, pálida y cortada.

-Un placer conocerte por fin Ángela... y llámame Esme- le dijo, cómo era habitual en ella.

-Igualm... igualmente majest... Esme- soltó con un suspiro.

-Cómo te iba explicando... una vez que manden tus medidas, cuándo vengas aquí te harán las pruebas; por eso no tienes que preocuparte. Sólo tienes que hablar con la otra dama de honor, para que podamos explicarle mañana a la modista- le relató.

-Y esa soy yo- habló Rosalie. Ang rió, quedándose callada unos minutos.

-Nada de amarillo; odio ese color- expresó seria.

-Eso dalo por hecho, yo también odio ese color para vestir- le aclaró mi rubia amiga, haciendo una mueca de desagrado.

-Y sencillo... para eso reconozco que soy cómo cierta señorita castaña- sonreí, escuchando a mi amiga.

-Gracias por aceptar amiga- le agradecí.

-¿Crees que iba a negarme?; ni de broma- objetó divertida -mañana en cuánto habléis con ella me llamáis sin falta- nos dijo despidiéndose.

-Descuida, déjalo en mis manos- le tranquilizó Rose.

Una vez cortamos la comunicación, seguimos apostadas en la habitación de Alice, las cuatro, charlando hasta altas horas de la madrugada.

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Al día siguiente, nada más aparecer por el comedor para desayunar, ya estaban allí todas esperándome.

-Buenos días- saludé con una sonrisa.

-Buenos días hija, ¿has descansado?- me preguntó Esme. Mientras me servía el café, Alice tomó la palabra.

-Mamá ya ha avisado; vamos a subir a ver las tiaras... y otras cosas de valor que se guardan en el piso de arriba- me indicó contenta.

-Alice, déjala desayunar tranquila- le reprochó su madre, pero no pude esconder mi curiosidad.

-¿Qué otras cosas de valor?- no entendía nada.

-Verás Bella... hay muchos objetos personales de diferentes monarcas que están guardados; por ejemplo, hay una gran colección de abanicos, que han pertenecido a diferentes reinas; bolsos de fiesta, juegos de tocador...- enumeraba mientras la escuchaba interesada.

-El velo de novias de la dinastía Cullen- Alice me guiñó un ojo, mientras miraba a Esme, esperando una explicación.

-Es un velo realizado en el siglo XVIII; es de encaje de Bruselas. Todas las princesas, tanto hijas de los reyes como las princesas de Gales se han casado con él- me explicaba.

-¿Y todavía se conserva?- pregunté alucinada.

-Si; claro está, cada vez que se usa, que no son muchas veces- aclaró con una pequeña mueca- se hacen los arreglos que pueda precisar- me dijo. Escuché curiosa... y dado que mi vestido no iba llevar muchos adornos, quizá el velo quedara bonito.

-Aparte de la tiara, ¿quieres llevar pulsera, collar...?- me preguntó Rosalie. Negué con la cabeza.

-Sólo los pendientes, mi anillo de compromiso... y si pudiera ser, el broche de mi madre- murmuré en voz baja, agachando la cabeza. No pude evitar acordarme de ella, en lo emocionada que estaría viviendo estos meses y preparativos. Las chicas y Esme notaron mi tristeza... pero tras una profunda respiración, levanté la mirada, con una pequeña sonrisa.

-Por supuesto que si cielo; hablaremos de eso con Jane... quizá pueda incorporar el broche al vestido; sería una bonita forma de lucirlo- propuso mi suegra; la verdad es que no se me había ocurrido.

Desayuné deprisa; en el fondo, la curiosidad me picaba demasiado. Nos dirigimos al segundo piso, en la otra punta dónde estaba el apartamento de Rose y Emmet. Nos adentramos en una gran sala, custodiada en la puerta por un oficial. Al vernos, se levantó, saludando a Esme y a Alice con una inclinación de cabeza. Vimos aparecer a Preston seguido de nosotras, que nos dio los buenos días.

El oficial nos abrió la puerta. Era una sala enorme, con muchos armarios y vitrinas, y una gran mesa en el centro; al fondo, una enorme caja fuerte, similar a la de los grandes bancos. Tecleó un código de seguridad, y la puerta se abrió. Esme me cedió el paso... y lo que veían mis ojos no podía ser verdad.

Alineadas y reposando en estuches de terciopelo, a la vista y protegidas con un cristal, las joyas y tiaras que había en esa sala eran indescriptibles. Había de todas las formas y tamaños, con todo tipo de piedras. Reconocí, por verlas en las fotos, algunas que lucían Alice o Esme. Rose y yo nos llevamos las manos a la boca... mirando a todos los lados, sin saber dónde posar la vista. Mi cuñada sonreía, al igual que mis suegra.

-¿Podemos acercarnos?- pregunté, todavía con la boca abierta. Esme afirmó riendo, y junto con Alice, nos empezaron a explicar.

-Éstas de aquí, son las de la reina- había cinco tiaras; dos totalmente de diamantes, una de ellas con perlas en la parte superior, otra con rubíes, otra con esmeraldas y otra con unos impresionantes topacios rosas. Todas ellas con sus correspondientes collares, pendientes, pulseras, broches... y parte de los aderezos completos, muchas otras joyas sueltas... a Sue le daría un síncope, pénsé divertida, con lo que el gustaban estas cosas...

-La mayoría de las tiaras pueden desmontarse para formar broches, collares, alfileres, pendientes- me explicaba Esme. Reconocí la diadema de amatistas de Alice, llevó los pendientes y la pulsera que hacían juego al ballet; y su aderezo de zafiros, aparte de otros dos de diamantes. Me fijé en que cada una tenía una diadema redonda, parecida a los tocados tradicionales rusos. Esme se sacó de dudas.

-Estas tiaras se llaman Kokoshnik; durante la revolución rusa, los zares vendieron muchas de sus joyas a sus parientes y diversas casas reales europeas, para que los bolcheviques no se apropiaran de ellas. Aun así, la mayoría no salieron de Rusia, y hoy se exhiben en el Kremblin de Moscú- nos relataba.

-Y éstas... son las de las princesa de Gales- Alice hizo una divertida reverencia, señalando a la pared izquierda de la sala. Miré a Rose, que me hizo un gesto para que me acercara. Había un aderezo completo de aguamarinas y diamantes... era precioso. La diadema era muy discreta... y supe desde ese instante que sería uno de mis favoritos.

-Perteneció a la princesa Louise, hermana del tatarabuelo de Carlisle; al morir sin hijos, en su testamento dejó constancia de que el aderezo pasara al príncipe de Gales, en aquel momento, su sobrino Carl George. Desde entonces está vinculado al uso de las princesas de Gales-.

También había un aderezo de zafiros, pero la diadema era muy grande; otro con esmeraldas, también precioso... y dos de diamantes, sin ninguna piedra de color. Fijé mi vista en una de esas tiaras. No era muy grande; tenía una base de brillantes redondos; encima de ellas pequeñas filas, entre ellas había piedras en forma de lágrimas, pequeñas... y coronando cada fila, un diamante, también redondos y de tamaño algo mayor que los de la base. Me la quedé observando unos minutos, maravillada... ¿pero cómo se vería eso en mi cabeza?, me costaba mucho hacerme a la idea que tarde o temprano tendría que llevarlas.

-Es el aderezo Marquesa- me explicó Esme. El collar se parecía mucho al del aderezo que me habían regalado, pero había ligeras diferencias.

-Es precioso- murmuré, sin quitar la vista de él -bueno, todas las joyas lo son; el de aguamarinas también me ha impresionado mucho- les aclaré. Alice sonrió por mi comentario.

-¿Te has decidido por alguna?... ¿o lo quieres pensar más?- interrogó Rosalie. Iba a responder, pero Alice negó con la cabeza.

-Para eso tienes que ver el velo. Preston lo ha sacado mientras estábamos aquí- salimos fuera de la cámara. El velo estaba extendido por toda la mesa. El borde llevaba encaje, y también por el centro... pero era muy raro. No era todo completamente bordado. Aparte del borde, había dos hileras de encaje que ocupaban el centro, y el resto era de tul. La verdad es que el patrón y el dibujo que formaban los bordados se veía muy bonito.

-Es maravilloso- dije admirada, pasando un dedo sobre el, con un poco de miedo -¿puedo llevarlo?- Esme asintió con una gran sonrisa.

-Por supuesto que si cielo- esta tarde lo bajaremos para que Jane lo vea- me indicó.

-¿Cuánto mide?- preguntó Rosalie, admirando una de las puntillas.

-Cuatro metros- indicó mi suegra. Hice mis cábalas mentales... y por fin hablé.

-Me encanta la de aguamarinas; es decir, todas las diademas son preciosas... pero esa no me parece apropiada para la boda... de modo que la marquesa- les revelé.

-Magnífica elección, señorita Isabella- alabó Preston con una sonrisa. Esme ordenó que la sacaran de la caja. Me pusieron delante de un espejo, y la propia Esme me la puso encima de la cabeza. Alice y Rose se acercaron con el velo, para que me hiciera una idea, sosteniéndolo de la forma en que iría colocado. Me quedé unos momentos, observándome... con la mente en blanco. En verdad el conjunto quedaba muy bien, y la tiara era muy ligera. Me daba miedo mover la cabeza, por si se caía.

-¿Cómo van sujetas?- pregunté. Mi cuñada se acercó quitándomela un momento y mostrándome una base muy fina, casi imperceptible, forrada de un material suave.

-Aparte de la base se sujeción- me la señaló con el dedo -todas llevan pequeñas aperturas invisibles, para enganchar las horquillas; las que utilizamos son muy finas, y no se notan. Marian es la experta en colocarlas- me confesó mientras volvía a ponérmela. Me veía tan rara... los diamantes relucían y destacaban sobre mi cabello castaño, haciendo un contraste precioso... me sentía cómo cenicienta, al descubrir el vestido que le había hecho su hada madrina.

-Eres toda una princesa- Esme se acercó a mi, rodeándome los hombros.

-Ojalá fuera cierto... todavía me cuesta creerme todo ésto- murmuré para mi, pero mi cuñada de oyó.

-Pues ni no te crees ésto...- dijo señalando a su alrededor- no te imaginas los próximos meses- dijo maliciosa. Rose y Esme sonreían cómplices, mientras yo intentaba acostumbrarme a la imagen que reflejaba el espejo.

A las cuatro en punto de la tarde, un empleado nos avisó de que Jane O´Cadagan había llegado. Era una joven alegre y muy extrovertida; tal y cómo predijo Rose la noche anterior, aceptó encantada hacerse cargo de mi vestido y de los del resto del cortejo. Lo había hablado con Sue la noche anterior, justo después de llamar a mi amiga, y le pareció una idea estupenda, y estaba encantada con la imagen de sus sobrinas vestidas de damitas. Quedé con ella en que les llevaría los bocetos, al igual que Rosalie llevaría los suyos y de Ángela, para que más o menos eligieran el estilo. En navidades, mientras estábamos en Forks, se celebraban las bodas de plata de los señores Weber, y Ang nos había invitado a todos; incluso Alice y Jasper irían, una vez pasada nochebuena y el día de navidad, aunque volverían para pasar el fin de año en Londres.

Nos pasamos toda la tarde con la joven modista, incluso bajaron el velo y las joyas que llevaría. Me explicó que no había problema para incorporar el broche de mi madre, incluso podríamos ponerlo en un sitio que no fuera los hombros y el escote, para que fuera original. Estudió con minuciosidad el velo, y fue dibujando, a grandes rasgos, el diseño que más o menos llevaría. Me lo entregó, para poder mostrárselo a Sue y me tomó medidas, quedando para la primera prueba en las vacaciones de Pascua, dos meses antes de la boda. Nos explicó que necesitaba al menos un par de meses para realizar los bordados, que se basarían en los que tenía el velo, y otro mes para el vestido en si. Además, para esa época ya estaría libre de exámenes, y tendría mucho más tiempo libre.

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Entre unas cosas y otras pasamos un fin de semana de chicas de lo más ajetreado. Reconozco que nos lo pasamos muy bien, y por fin me había quitado de encima uno de los asuntos que más me preocupaban. El domingo, a eso de las once de la noche y ya en mi cuarto, medio aburrida en el sofá, unas suaves manos me taparon los ojos. Me asusté y pegué un bote, pero enseguida reconocí esa voz inconfundible. Me di la vuelta, levantándome y abrazando a mi novio, que me recibió en sus brazos con una sonrisa.

-Qué entusiasmo, voy a tener que marcharme más a menudo- dijo con una risita, mientras yo permanecía colgada de su cuello.

-Tonto, ¿no puedo alegrame de que que regreses?- relaté con falsa modestia. Rió divertido, mientras me apretaba entre sus brazos. Permanecimos así un minuto, hasta que levanté la vista, para dejar que sus ojos me recorrieran con esa mirada de amor y de ternura, tan característico de ellos.

-Te he echado de menos- murmuró sobre mis labios; dejé que su aliento me acariciara, haciéndome estremecer ligeramente. Posando una mano por detrás de su cabeza, me acerqué hasta que nuestros labios se juntaron, ansiosos e incontrolables.

-No sabés cómo te he extrañado- murmuró una vez que se separó unos segundos de mi, para después volver a besarme.

-Yo también te extrañé- dije con la respiración agitada, y mis mejillas rojas y calientes. Sin decir una sola palabra, me cargó en sus brazos, cual recién casada, para posarme delicadamente en la cama; la ropa fue desapareciendo poco a poco, y la habitación se llenó de gemidos y de susurros ahogados. Besó cada parte de mi cuerpo que se posaba delante de sus ojos, lo recorría con sus manos, dibujando cada línea, cada lunar, cada pequeño rincón...

-Tu piel es tan suave- murmuraba mientras pasaba sus manos a lo largo de mis piernas, mi cuerpo se estremecía con cada toque, mandando escalofríos de placer a lo largo de todas mis terminaciones nerviosas. Con cuidado se posicionó entre mis piernas, quedándose parado un momento.

-¿Pasa algo?- murmuré, todavía jadeante. Negó con la cabeza, mientras que una de sus manos se posaba en mi mejilla; su pulgar rozaba levemente mis labios, en una delicada caricia.

-A veces todavía me cuesta pensar que todos estos meses no han sido un sueño- confesó, un poco avergonzado. No pude hacer otra cosa que besarle, para demostrale que efectivamente, estaba bien despierto. Poco poco fui sintiendo cómo entraba, suavemente y sin prisa. Dejé salí un suspiro de gozo, agarrando su pelo y escondiendo mi rostro en su cuello.

-Sabes tan bien- dijo en murmullo, entrando y saliendo lentamente. Su aliento en mi clavícula, y su lengua pasando por ella y por la zona dónde se concentraba mi pulso, hacia que una extraña electricidad recorriera mis venas, mandando furiosas pulsaciones a mi vientre. Con un pequeño tirón a su cabello, acerqué su boca a la mía. Sus gemidos y los míos murieron en la garganta del otro, cada vez más incontrolables y fuertes, señal de que ambos estábamos llegando al final.

-Edw...Edward- no pude contener el grito que acompaño a mi orgasmo, haciendo que mi cuerpo se retorciera de placer; sentí que ahogaba su grito en mi cuello, y cómo caía encima de mi, con la respiración agitada y el cuerpo lleno de sudor, al igual que el mío.

Cuándo logramos recuperarnos, más o menos, sin ni siquiera vestirnos, nos quedamos hablando un buen rato todavía. Apoyados en las suaves y blanditas almohadas, ligeramente incorporados, me contó cómo fue el fin de semana en Alemania.

-Algunos de los actos organizados eran un verdadero aburrimiento- me confesó en tono cómplice y divertido -pero por otro lado, reconozco que me ha hecho ilusión ver a mis antiguos compañeros de promoción- me relataba.

-¿Estaban todos los de tu unidad?- pregunté curiosa. Me había hablado del ejército muchas veces; de hecho, después de navidades, justo antes de los exámenes, asistiríamos a un acto en una academia inglesa, junto a Carlisle y Esme.

-Casi todos; algunos de ellos están invitados a la boda -me recordó -ya los conocerás; incluso me han regalado un par de fotos que no tenía- me explicó. Se levantó, cogiendo del escritorio un sobre grande y marrón. Sonreí, disfrutando de la vista de su perfecto y redondeado trasero... pero parecía que tenía ojos en la nuca, ya que me hizo sonrojar.

-¿Ves algo que te guste?- murmuró malicioso. Resoplé, intentado esconder mis mejillas, pero no pude evitar contestarle.

-Pues si... bonito trasero- sólo me faltó sacarle la lengua, cual niña enfurruñada. Se carcajeó mientras se metía de nuevo en la cama, atrayéndome a sus brazos.

-No te enfades- suplicó con diversión -sabes que eres su dueña y señora- murmuró contra mis labios -y puedes hacerle todos los piropos que quieras... o sacarle defectos- añadió, disfrutando del espectáculo de verme roja como un tomate. Suspirando resignada, cogí el sobre, sacando las fotos, para echarles un vistazo. La imagen de Edward, vestido con un traje verde de camuflaje y botas militares me impactó... ¿es qué todo lo que se ponía le quedaba bien?, pero hubo algo que me llamó la atención.

-Qué raro estás con el pelo tan corto- le dije, acariciándolo a la vez.

-Allí no podía llevar el pelo tan largo- me recordó -lo primero que hicieron, cuándo llegué allí, fue cortármelo- me explicó -¿estoy muy mal?- me preguntó con una sonrisa. Estudié la foto con detenimiento.

-No, mal no- le aclaré- sólo que se me hace raro verte así, sin tu pelo revuelto, no es largo pero tampoco corto- medité para mi -me gusta la mezcla de ello... y el pelo revuelto te hace muy sexy- le dije, dejando un beso en su mejilla.

-Vaya... yo había pensado en echármelo todo para atrás con gomina, para la boda- puso un puchero, y yo una mueca de desacuerdo. Al ver mi cara, rió divertido.

-Qué no, tonta- me aclaró – odio el pelo así, además no me queda bien- añadió rodando los ojos. Negué divertida, pasando mi dedo por una de sus patillas, perfectamente recortadas, mientras me explicaba quiénes eran sus compañeros y hablándome un poco de lo que vivió allí esos dos años.

-¿Y tú?- preguntó, una vez terminó con su relato.

-Pues... aparte de lo que NO te puedo contar- recalqué el no, por si no le había quedado claro -hemos hecho una especie de fiesta de pijamas, incluida tu madre- le expliqué -y he subido al segundo piso, a ver unas cosas- repuse inocentemente.

-Por fin te has atrevido; un día iba a subirte yo mismo -me dijo, rodando un poco los ojos- ¿te han gustado?- asentí en silencio.

-Me da miedo llevar algo tan valioso encima de la cabeza- le volví a recordar – pero ya he elegido... la que llevaré en la boda- se incorporó un poco, interesado.

-¿De verdad?- negué con la cabeza.

-Sorpresa, cómo todo lo demás... y no valen chantajes de ningún tipo- le señalé con mi dedo, advirtiéndole. Asintió con una mueca, pero no preguntó nada más. Seguimos compartiendo confidencias, hasta que ambos nos quedamos dormidos, abrazados el uno al otro.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 12/9/2010, 6:18 pm

Capítulo 37: California dreamin´

EDWARD PVO

Bella se removió inquieta en su asiento, y lentamente fue abriendo sus ojitos. Hacía una media hora que me había despertado, después de una siesta de dos horas. Se estiró lentamente, hasta que su vista se encontró con la mía. Su cabeza estaba apoyada en mis piernas; lentamente pasé los dedos por su pelo, peinándolo suavemente.

-Hola- me saludó en voz baja, todavía bastante dormida -¿he dormido mucho?- preguntó enderezándose.

-Más o menos dos horas, igual que yo- le expliqué -todavía falta una hora para que aterricemos en Seattle- le informé.

Por fin vacaciones de navidad; aunque nos llevábamos los libros y los portátiles para seguir con nuestros estudios y trabajos, podríamos descansar un poco, y pasar unos días tranquilos en su casa... aunque Bella estaba un poco preocupada. No había vuelto a Forks desde el verano, y aunque sabíamos lo que decía la gente de allí sobre nuestro compromiso, vivirlo en persona sería muy distinto.

Emmet estaba roncando, al igual que Embry, en una de las salas que tenía el avión. No le gustaba mucho volar, y eso que había venido conmigo a muchos viajes. Rosalie vendría para la celebración de los padres de Ángela, después de pasar las navidades con su familia. Mi hermana y Jasper también iban a venir... pero Jasper sufrió un pequeño accidente el fin de semana pasado en su casa de Norfolk Park, y tenía una pierna escayolada, de modo que no iban a poder venir; afortunadamente, no fue nada grave, pero viajar con escayola sería un verdadero engorro. Nosotros nos quedábamos hasta el dos de enero, ya que el cuatro empezábamos de nuevo las clases.

Por fin, el vuelo tomó tierra en una de las pistas de Seattle. Ya estaba allí Charlie esperándonos, en una de las salas privadas del aeropuerto. Mi niña se lanzó en sus brazos nada más verle. Después de saludarnos, montamos en los coches, camino de Forks.

-¿Cómo va todo?, ¿la abuela?- preguntó Bella, con una sonrisa maliciosa. Charlie rodó los ojos, suspirando.

-Pues está bien; de hecho, demasiado bien, no hace otra cosa que protestar- nos explicó.

-¿Y dónde duerme?- pregunté extrañado -no es muy cómodo para ella subir y bajar escaleras-.

-Veréis... Sue os comentó que habíamos hecho unas reformas en casa, ¿cierto?- ambos asentimos con la cabeza- hemos ampliado el salón, y mi antiguo despacho se ha convertido en el dormitorio de la abuela- nos contaba.

-¿De verdad?- Bella estaba asombrada. Charlie asintió, y nos siguió contando.

-En el desván hemos hecho un par de dormitorios más; ahora, cada vez que vengáis, lo haréis con mucha más seguridad- se excusó inocentemente.

-Vaya... ¿y todo eso desde que yo me marché?- inquirió Bella con curiosidad.

-Ya conoces al señor Pilhgram... me debía un favor, y enseguida se puso manos a la obra- nos explicaba -pero ahora contadme acerca de vosotros- nos instó con una sonrisa. Bella y yo le íbamos contando cómo llevábamos los estudios, anécdotas de nuestro viaje a Italia y muchas otras cosas; el viaje se nos pasó rápido, y sin darnos cuenta, ya estábamos en casa... o por lo menos, se suponía que habíamos parado enfrente de la casa de Bella... pero en su lugar, unos arbustos enormes, de más de dos metros de altura, tapaban parte de la casa. Charlie se bajó del coche, indicándole a Emmet y Embry, que iban detrás, que dieran la vuelta.

-¿Pero qué demonios...?- Bella miraba por la ventanilla, anonadada, al igual que yo -¿se puede saber qué ha hecho este hombre?- murmuraba. Nada más montarse mi suegro en el coche, Bella le preguntó.

-Papá, ¿qué es esto?- señaló a su alrededor, confusa.

-Pues medidas de seguridad -repuso su padre, cómo si fuera lo más normal del mundo -los periodistas saben que veníais... y Sue y yo queremos que estéis tranquilos- nos explicó -toda la casa está rodeada, y también hemos ampliado el garaje. Para acceder a la puerta principal, hay que llamar al timbre y la cancela se abre desde dentro- terminó de contar.

Bella rodaba los ojos, mientras que yo miraba a Charlie, sin saber qué decir. Accedimos a la casa desde el interior del garaje. Sue y la abuela nos esperaban ansiosas.

-Abuelita- Bella se acercó primero a ella, agachándose a su altura y abrazándola, mientras yo daba un beso a Sue.

-¿Se puede saber por qué papá ha puesto todo eso fuera?- volvió a preguntar mi niña, todavía incrédula, después de dar un beso a Sue.

-Ya conoces a tu padre- explicó ésta, resignada, pero la abuela lo interrumpió.

-Ahora es más complicado entrar a esta casa que a la Casa Blanca- dijo la buena mujer, mientras me agachaba a su lado para darle un beso -este hijo mío, definitivamente, es tonto- murmuraba entre dientes. Me reí junto con Bella, y vimos cómo Emmet y Embry entraban en el salón, acompañados por Charlie.

-Tu padre nos ha estado explicando las medidas instaladas... esto es un fortín- dijo mi amigo en bromas -pero si está aquí la señora más guapa del mundo- Emmet se acercó a la abuela, para saludarla, al igual que Embry.

-Hola grandullones, demasiado tiempo sin veros- dijo la buena mujer contenta, mirándolos de arriba abajo -habéis engordado- les recriminó seria. Sue y Bella disimularon la carcajada, pero yo no pude contenerme.

-Mamá, deja a los chicos- le advirtió mi suegro -venid conmigo, os enseñaré vuestra habitación- ellos subieron con Charlie, mientras yo fui al coche, a sacar nuestras maletas. Al abrir la puerta de la habitación de Bella, nos quedamos parados en la puerta. La pequeña cama de mi niña había sido sustituida por una de matrimonio, grande y espaciosa. El resto seguía igual.

-Sue, ¿qué...?- dejé la pregunta inconclusa, señalando con una mano el interior de la habitación. Bella se adentró, observando todo con detenimiento.

-Bueno... vivís juntos, y vais a casaros... es una tontería que durmáis separados- nos explicó con una sonrisa -a tu padre me costó convencerlo un poco, pero se va haciendo a la idea- susurró divertida -¿te gusta?, espero que estéis cómodos-.

-Seguro que si, Sue, no te preocupes- le agradecí. Nos dejó para que nos instaláramos, y bajó a terminar la cena.

-Vaya... no sé qué decir- dijo mi niña con una sonrisa, sentándose en la cama -pues es cómoda- añadió.

-Mejor... ya estaba hecho a la idea de que tendría que dormir con Emmet y Embry... y ya ves cómo roncan- relaté con un mohín. Mi niña rió divertida, tirando de mi, haciendo que cayera encima de ella.

-Desde luego, mucho mejor así... ya me hecho a dormir contigo- me susurró divertida -pero habrá que portarse bien- me advirtió.

-Siempre nos portamos bien- contraataqué con una sonrisa inocente, dejando un pequeño beso en sus labios. Ella simplemente se dejó hacer, pasando sus manos por mi pelo, dándole pequeñas caricias. Unos golpes en la puerta hicieron que me levantara de un salto, mientras que Bella reía divertida por el susto que me había dado.

-No tiene gracia- protesté. Ella fue a abrir, y Emmet entró sin más, cerrando la puerta.

-Vaya... así que el suegro te ha permitido pasar al siguiente nivel- canturreó divertido, señalando la cama. Bella rodó los ojos, cogiendo la funda de los trajes y metiéndola en su armario.

-¿No tienes nada mejor qué hacer?- le pregunté un poco enojado... pero menos mal que no había sido Charlie el que había llamado.

-Me manda Sue, para deciros que la cena está lista- afirmó pagado de si mismo.

-Ahora mismo bajamos- dijo Bella, abriendo la maleta. El sonido del móvil de mi amigo sonó por toda la habitación.

-Es Rose, nos vemos abajo- nos dijo mientras salía. Miré a Bella, que seguía sacando la ropa.

-Deja eso cariño, después lo hacemos- le dije acercándome a ella. Un bostezo involuntario salió de su boca.

-¿Estás cansada?- la rodeé con mis brazos, y mi niña se apoyó en mi, cerrando los ojos.

-Aunque he dormido durante el viaje, con el cambio de horario estoy muy descolocada hasta que me acostumbro- dijo con voz baja.

-A mi me pasa lo mismo; creo que esta noche nos iremos pronto a dormir- ella afirmó con la cabeza, pero sin moverse un paso.

-¿No quieres cenar?- le pregunté, extrañado.

-No, no es eso...- se mordió el labio -estoy un poco preocupada, por las reacciones de la gente y eso- explicó un poco seria.

-No te preocupes cariño, no pasará nada- la consolé, dejando un beso en su frente- es normal, no has estado aquí desde principios de agosto... y ten en cuenta que todo Forks está invitado a la boda; es normal que quieran vernos y saludarnos-.

-Eso es cierto... pero espero que no se haga muy pesado- respondió mientras se separaba de mi -vamos a cenar, a ver qué nos cuenta la abuela- dijo con una risa, tomándome de la mano.

La cena fue divertidísima. La abuela no hacía más que protestar, ya que para ella había caldo y verduras al vapor, y según ella, estaban sosas y no tenían sabor.

-Mamá, ya sabes que el doctor te recomendó que cenases ligero, sino después te duele el estom... ¡ouch!- el bastón impacto en la pierna de mi suegro, que mascullaba cosas nada agradables.

-No tienes ni idea... que sepas- se dirigió a Bella- que tu padre está cada día más gordo, lo dice el doctor- Emmet y Embry intentaban disimular la risa -¿tú cómo le ves, Edward?- mi suegro me miró arqueando una ceja. Carraspeé antes de responder.

-Pues yo le veo cómo siempre- me encogí de hombros.

-Cobarde- me susurró Bella al oído.

-Prefiero un bastonazo de la abuela a que tu padre saque el arma- le susurré en voz baja.

Después de cenar, Bella y Sue recogieron la cocina; Emmet y Embry se despidieron hasta mañana, ya que también estaban cansados, y nosotros cinco nos acomodamos un poco en el salón. En verdad que lo habían agrandado, y la abuela podía moverse a sus anchas en la silla de ruedas. Nos estuvieron preguntando acerca de los preparativos, y muchas otras cosas del viaje a Roma y Venecia.

-Estabas guapísima en la cena de gala del presidente italiano- le dijo la abuela a mi novia -y los trajes que llevaste en los distintos actos... fantástica- Bella sonreía escuchándola.

-Y en el ballet... que vestidazo- seguía relatando la mujer -además, vas venciendo esa timidez, poco a poco-.

-La abuela sigue cada noticia vuestra al dedillo- nos explicaba Sue -tiene todo un álbum de recortes con vuestras fotos; y presume cuándo sus amigas vienen a casa a verla-.

-Por supuesto que presumo de nietos- afirmó pagada de si misma -ya que de hijo no puedo hacerlo- apostilló seria. Bella ahogó la carcajada, al igual que Sue y yo mismo.

-Mama, creo que va siendo hora de que te acuestes, debes estar muy cansada- Charlie decidió ignorar el comentario de su madre. Bella y Sue se levantaron para llevarla a la cama, pese a las protestas de la buena mujer. Mientras la ayudaban en su cuarto, mi suegro y yo hablamos a solas unos minutos.

-¿Cómo lo lleva Bells?- me preguntó.

-Lo está haciendo muy bien Charlie... tú mismo lo puedes ver- le expliqué -sí que escuchamos lo que dicen de nosotros, y hay algunas críticas que nos afectan un poco; pero se ha ido ganando el cariño de todos- expresé contento.

-Siempre supe desde el primer momento que podía con ello- dijo con orgullo -y se os ve tan felices-.

-Desde le primer día que la conocí, algo en mi interior me dijo que ella sería mi mujer... y después de todo lo que pasamos, a veces todavía no puedo creerlo-.

-¿Qué pasó exactamente?, con el tema de las fotos- me preguntó.

-¿Bella no te ha contado nada?- negó con la cabeza; le relaté el tema, mientras el me escuchaba atentamente y abría los ojos por la sorpresa, al enterarse que fue la propia familia de mi madre. Le pedí que no dijera nada, y me tranquilizó enseguida.

-No te preocupes por eso... es increíble... supongo que para Esme debió ser un palo tremendo- meditó en voz alta. Afirmé con la cabeza, intentado alejar de mi mente las consecuencias que tuvieron la publicación de esas fotos. Las lágrimas y la depresión por las que ambos pasamos los meses siguientes, sobre todo las de mi niña, era una cosa que no iba a poder olvidar fácilmente. Hablamos unos minutos más, hasta que Bella y Sue regresaron al salón.

-¿Ya se ha ido a la cama?- preguntó mi suegro.

-Estaba agotada... cada día se cansa más; normalmente a estas horas ya está durmiendo- nos explicó Sue a Bella y a mi, que se había acurrucado a mi lado- pero hoy quería estar un rato con vosotros-.

-Tiene la habitación llena de fotos nuestras, y la del compromiso con toda la familia en la mesilla, en un marco- me explicaba Bella contenta. Sonreí mientras me lo decía, qué mujer tan simpática.

-Mañana la casa va a a parecer un aeropuerto; hay muchas personas que quieren saludaros y felicitaros en persona- dijo mi padre con una pequeña mueca -he puesto a dos agente permanentemente de guardia por el barrio, por si acaso- nos explicó.

-Papá- suspiró frustrada mi niña, rodando los ojos.

-Ya conoces a tu padre- relató Sue con un mohín-por cierto, ¿habéis traído las invitaciones?- nos preguntó, cambiando de tema.

-Si, mañana os las bajamos- le aclaré -la fecha tope para confirmar es el treinta de abril- les expliqué.

-Pueden llamar a los números que aparecen impresos, o que os lo confirmen a vosotros y nos lo decís- añadió Bella -palacio se encarga de buscar el alojamiento-.

-Mañana viene Ang a comer- recordó Sue -y Ben-.

-Hablé con ella antes de venir; ¿dónde es la fiesta de sus padres?- preguntó Bella.

-En su casa; instalarán una gran carpa cerrada en los jardines- nos siguió contando Sue.

-Ahhh... el viejo Jim y Dorothy cumplen veinticinco años de casados... todavía recuerdo cuándo íbamos al instituto- recordaba Charlie.

-Y vuestros pantalones a lo fiebre del sábado noche- se burló mi novia con cariño, a lo que no pude contener la sonrisa, imaginando a Charlie bailando cual John Travolta.

La animada conversación siguió un rato más, hasta que Bella prácticamente se quedó dormida en el sofá; Sue también se retiró y dejamos a Charlie en la sala, viendo la repetición un partido de béisbol.

Con cuidado cogí a mi niña en brazos; estaba tan cansada que ni siquiera abrió los ojos, simplemente se acomodó en mis brazos. Después de ponerle el pijama y de quitarme la ropa yo también, caí enseguida en un profundo sueño.

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Un murmullo me sacó de mi letargo a la mañana siguiente. Abrí los ojos despacio y giré mi vista hacia Bella, que tenía el ceño arrugado y murmuraba en voz baja cosas incoherentes. Negué con la cabeza divertido, dejando un pequeño beso en su mejilla y me levanté para ducharme y vestirme. Al volver a la habitación Bella ya estaba despierta, rebuscando algo que ponerse en el armario.

-Buenos días cariño- me saludó, dejando un pequeño beso en mis labios.

-Buenos días preciosa, ¿has descansado?- indagué. Afirmó con la cabeza, mientras estiraba una camiseta de manga larga encima de la cama.

-No recuerdo en qué momento subí a la habitación- meditó en voz alta, con el ceño fruncido.

-Ni lo recordarás; te quedaste dormida en el sofá y te tuve que subir en brazos, le expliqué mientras abría un poco la ventana. Una docena de periodistas esperaban pacientemente fuera de la casa, un poco retirados de las escaleras.

-Tenemos compañía- Bella se acercó a mirar, asintiendo con un suspiro.

-¿Vamos a salir a hablar con ellos?- me preguntó.

-Sam nos explicó que era lo mejor; también tenemos que hablar con los periodistas americanos, y si salimos y hablamos con ellos unos minutos, quedamos bien y nos dejan tranquilos el resto de las vacaciones- ella pareció pensarlo unos minutos.

-Supongo que es lo mejor; voy a ducharme- dijo saliendo por la puerta. Mientras mi niña se preparaba hice la cama y recogí la ropa sucia, para bajarla abajo. Al volver ella, todavía con el pelo húmedo, se acercó a mi sonriendo.

-Eres un amito de casa estupendo- me susurró divertida.

-Ya ves... pero te recuerdo que cierta señorita se quedó alucinada la primera vez que me vio hacerlo- le devolví con un poco de sorna. En Londres, aunque había empleados en palacio para hacerlo, normalmente dejábamos todo recogido y la cama hecha, por lo menos. Se acercó a mi, con un puchero lastimoso y colgándose de mis hombros.

-No te enfades... si sabes qué te lo decía de broma- sonreí divertido, mientras la tomaba de la mano y la acercaba a mi.

-Nunca podría enfadarme contigo, ya lo sabes... aunque a veces discutamos, como todas las parejas- ella se quedó meditando unos momentos.

-Sino seríamos un poco raros... además... hay que reconocer que tenemos una forma estupenda para reconciliarnos- susurró en voz baja, pasando un dedo por mi pecho, lentamente. Ese roce hizo que mi pequeño compañero se empezara a despertar...

-Eres mala- le dije en voz baja, al oído, dejando un suave beso en él. Pude sentir cómo se estremecía, y un pequeño gemido inundó la habitación. Capturé sus labios entre los míos, dibujándolos con mi lengua poco a poco... el asunto se caldeó, cómo de costumbre, hasta que la voz de Sue resonó por toda la casa.

-¡Chicos, a desayunar!- con un suspiro, Bella se separó de mi.

-Siempre nos quedamos a medias- rezongó divertida. No pude evitar soltar la carcajada, cogiéndola en brazos, cual novia feliz.

-Te has convertido en una pequeña pervertida... y no sabes lo qué me gusta eso, pero ahora abajo- salí con ella en brazos, mientras ella reía divertida. La solté antes de bajar el último escalón. Cuándo entramos en la cocina, ya estaban allí todos.

-Buenos días hijos- Sue se levantó para servirnos el café, pero Bella y yo nos adelantamos, pidiéndole que se sentara de nuevo. La abuela estaba en la mesa, observando cómo Emmet y Embry devoraban los huevos revueltos.

-No me extraña que seáis tan grandullones, parece que no os han alimentado en tres años- murmuraba la buena mujer -por cierto, afuera os esperan- nos indicó a Bella y a mi.

-Ya los hemos visto- le contesté -ahora saldremos un momento para hablar con ellos- expliqué de forma general, pero sobre todo a Emmet y Embry, que asintieron con la cabeza.

Nos sentamos a desayunar, y una vez terminamos, nuestros fornidos amigos salieron delante de nosotros, diciéndoles que saldríamos en unos minutos. Por la ventana de la cocina, vimos que los vecinos se arremolinaban en torno al cerco de periodistas. Cogimos las chaquetas, y Bella cogió la invitación de Ben y Ángela, para dársela, ya que quería acercarse e ir a verla.

-¿Estás lista?- Bella se abrochó la cremallera de la chaqueta y se ajustó la bufanda que le hizo la abuela , hacía mucho frío en Forks.

-Vamos- agarré su mano, acariciándola con mi pulgar suavemente, y abrimos la puerta.

-¡Alteza, señorita Isabella!, miren aquí un momento, por favor- en el aire sólo se oía el click de las cámaras de fotos. Mi novia estaba un poco ruborizada, pero saludó a todos los que estaba allí con una pequeña sonrisa. Pude distinguir a la NBC, ACB News, CBS... y a medio vecindario, que estaban por detrás, mirándonos expectantes.

-¿Hasta cuándo se quedarán en Forks?- preguntó una chica rubia, joven.

-Hasta el dos de enero, el cuatro ya tenemos universidad y debemos regresar- contestó mi niña, con voz tranquila.

-¿Le gusta venir aquí, alteza?- me preguntó otro periodistas.

-Por supuesto que si; es la casa de mi novia, y vendremos siempre que podamos- expliqué; rodeé la cintura de Bella, ya que noté que tenía frío.

-¿Cómo van los preparativos?-.

-Poco a poco- contesté con una sonrisa.

-¿Cómo van a celebrar la nochebuena?- preguntó de nuevo la chica rubia.

-Nada especial; en casa, tranquilos con la familia- respondió Bella. Posamos unos minutos más, hasta que nos despedimos de ellos.

-Si nos disculpan, tenemos que irnos; gracias por su interés- les agradecí, cogiendo de nuevo a Bella de la mano y empezando a andar.

-Gracias a ustedes por atendernos- nos salimos del círculo que se había formado, empezando a andar por la calle. Los vecinos de Charlie y Sue nos saludaban con precaución, pero Bella y yo nos paramos a hablar unos minutos, con todos ellos. Dos señoras a las que conocí el año pasado abrazaron a mi niña con cariño, y la mayoría nos felicitaron por la boda. Seguidos por Embry y Em, nos costó llegar a casa de Ang, ya que nos paraban cada dos por tres. Al tocar el timbre de la casa, la señora Weber abrió la puerta. Se quedó sorprendida de vernos allí, pero enseguida se recompuso y nos hizo pasar.

-Bella, hija, que sorpresa; ¡Jim!, mira quién ha venido a vernos- el padre de Ang apareció por el vestíbulo. Ambos nos saludaron con un abrazo, que Bella y yo correspondimos.

-Lo primero es lo primero, muchísimas felicidades por la boda- nos felicitaron.

-Gracias señora Weber- le agradeció Bella con una sonrisa. Nos hizo pasar a la sala, dónde nos ofreció un café mientras esperábamos a Ang, que estaba en la ducha.

-Estamos muy contentos de qué vengáis a la fiesta... veo que le traes la invitación a Ang y Ben- señaló el sobre.

-La vuestra os la dará mi padre en mano, le hace mucha ilusión- le relató Bella.

-Tranquila, ya estamos invitados. Tu padre nos lo dijo nada más volver de Londres, y por supuesto que iremos. No sabes la ilusión que le ha hecho a mi hija ser una de tus damas de honor- decía contenta.

-Ella tenía que ser una de ellas- explicó mi novia con cariño -ella y Rose son mis mejores amigas; su hermana no puede- le contó, mirándome.

-Quién nos lo iba a decir hace dos veranos... la pequeña duende y tú, hijos de los reyes de Inglaterra- murmuraba divertido el padre de Ang. Reí con el, al igual que su mujer y Bella -no sabéis la que se montó el día que se anunció vuestro compromiso... vimos que tu familia se iba a Londres, pero cómo se fueron antes, no nos enteramos- relataba divertido.

-Todo el pueblo se reunió en la cafetería, siguiendo el evento en la pantalla plana que tienen allí- nos seguía contando.

-Eso nos contó Ángela- les relaté.

-Nunca he visto a Charlie sonreír así de orgulloso en la vida- decía Jim -y la abuela... fuimos a verles al día siguiente de llegar... y estaba encantada- sonreí, acordándome de la buena mujer... pero oímos pasos bajando la escalera. Bella se levantó, saliendo al recibidor y dándole un gran abrazo a su amiga.

-¿Pero qué hacéis aquí?; pensaba que os veríamos en vuestra casa, a la hora de comer- decía sorprendida y contenta.

-Tenía muchas ganas de verte, y no podía esperar- le explicó Bella, tendiéndole la invitación con una sonrisa.

-Mil gracias... pero pensaba que las damas de honor no necesitaban invitación- dijo con una sonrisa maliciosa, mientras se acercaba a mi y me daba un abrazo -¿cómo estás?- me preguntó.

-No me puedo quejar- la respondí divertido -gracias por todo lo que hicisteis- le agradecí de corazón; sin ellas y sin Charlie, Bella y yo no estaríamos juntos.

-Ya la conoces... demasiado cabal; se piensa mucho las cosas, a veces demasiado- me respondió con una sonrisa.

-En eso te doy la razón- mi novia me miró seria.

-Gracias por el cumplido- respondió, rodando los ojos -no sé si te mereces ésto- Bella levantó una pequeña bolsa, dónde estaba la máscara que le compramos en Venecia.

-¿Me habéis traído un regalo?- preguntó asombrada. Bella asintió, tendiéndole el paquete.

-En Venecia no pude evitar acordarme- nuestra amiga esbozó una gran sonrisa, adivinando lo que era.

-¡Es preciosa!, gracias por acordaros- contemplaba el trabajo de la máscara contenta y feliz. Nos preguntó cosas del viaje, y Bella y yo le fuimos contando poco a poco, aparte de que ya sabía un montón de cosas, ya que hablábamos con ellos a menudo, o nos escribíamos emails.

-¿Qué vais a hacer ahora?- nos preguntó.

-Quiero ir a ver mi madre- dijo mi niña, con una pequeña sonrisa -después os esperamos en casa para comer... allí te contaré con calma- le dijo.

Nos despedimos de Ángela y su familia, quedando en vernos luego. Decidimos ir al cementerio andando, dando un pequeño paseo. Al llegar a la entrada, paramos en la floristería de los señores Stratford; los conocí el verano que estuve aquí; eran mayores, y muy amables y simpáticos. No se percataron de nuestra presencia, hasta que mi novia los saludó.

-Buenos días, señora Stratford- la mujer levantó la vista, que dándose callada unos momentos.

-Oh, dios mío... Carl- llamó a su marido- mira quién está aquí-. Nos saludaron con cariño, preguntándonos cómo estábamos y felicitándonos.

-¿Lo de siempre?- mi niña asintió con una pequeña sonrisa, y mientras ella y la buena mujer charlaban mientras preparaba el ramo, hablé con el señor Stratford a solas.

-Quisiera pedirle un favor- el señor me escuchaba atentamente.

-Me gustaría que cada dos semanas, la tumba de la madre de Bella tuviera su ramo de rosas blancas-.

-Por supuesto alteza; me encargaré personalmente de reponerlas- aceptó contento el hombre.

-Debe darme los datos de su cuenta, para que se les pague puntualmente- el señor iba a protestar, pero yo me negué en redondo.

-Por favor, no puedo permitir que no cobren por realizar su trabajo- le volví a pedir. El señor me los dio, agraciéndome una vez más el encargo.

-Qué no se entere ella- le susurré, señalándole a mi novia, a lo que el señor asintió divertido. Una vez nos despedimos de ellos, nos dispusimos a entrar en el camposanto, pero había dos periodistas en la puerta. Bella me miró con los ojos llenos de lágrimas, y me volví a ellos. Habían estado antes en la puerta de la casa de Charlie.

-Aquí no, por favor- les pedí con amabilidad, pero serio -es muy difícil para ella, por favor- iban a protestar, cuándo un señor mayor, con una barriga inmensa, y una mujer a su lado, menuda y bajita, intercedieron por nosotros. Lo último que queríamos era montar un escándalo, y que Emmet y Embry se alteraran.

-¿Qué está ocurriendo aquí?- afortunadamente, los periodistas sólo llevaban cámaras de fotos, y no de televisión; nos dirigió una mirada tranquilizadora -por favor, dejen que la señorita Isabella visite a su madre en la intimidad- les pidió.

-¿Quién es usted?- uno de los periodistas se puso un poco chulito, pero el señor le dio una severa mirada de advertencia.

-Frederick Lohire, alcalde de Forks. Comprendan que todos necesitamos un poco de intimidad a veces- le espetó serio. Los periodistas se miraron, resignados.

-Ellos han hablado con vosotros esta mañana, amablemente, y se podían haber negado. Nos gustaría que volvieran a Forks cuándo se casen... y si ustedes siguen en ese plan, mal vamos- la voz seria del alcalde hizo que Bella se encogiera.

-Está bien, vámonos Gill- los periodistas se alejaron, sin ni siquiera despedirse de nosotros ni disculparse.

-Payasos- siseaba Emmet.

-Muchas gracias por su ayuda, señor Lohire- le agradeció mi niña -no queríamos montar un escándalo- le explicó, mordiéndose el labio.

-No se merecen. Pensábamos ir a su casa esta tarde, a saludarlos y darles la bienvenida. Es un orgullo para Forks que la futura reina de Inglaterra haya nacido aquí- tal y cómo me había contado Bella, era un hombre bonachón y amable, al igual que su mujer. Conversamos con ellos unos minutos, hasta que se despidieron de nosotros.

-¿Quieres entrar sola?- ella negó sin decir nada, agarrándose a mi mano.

-Esperaremos aquí- me dijo Emmet, todavía un poco enfadado por los sucesos de hace unos minutos.

-Nunca nos había pasado ésto- decía ella, cabreada.

-No te preocupes mi vida, olvídalo; por suerte, la cosa no ha pasado a mayores- medité en voz baja.

Al llegar a la tumba de Renne, me quedé unos pasos por detrás, dejando a mi niña un poco de intimidad. Ella quitó las flores marchitas, cómo hacía siempre, dejando las nuevas. Permaneció unos minutos en silencio, hasta que giró la cabeza, buscándome. Me acerqué a ella, rodeando su cuerpo con mis brazos.

-Me gustaría traerle mi ramo de novia, antes de irnos de luna de miel- murmuró con los ojos acuosos -¿podremos hacerlo?- me miró, esperando una respuesta.

-Claro que sí cariño; además, ya me lo imaginaba; no te preocupes por eso- dejé un suave beso en su frente, mientras ella se abrazaba a mi.

Después de la visita, decidimos seguir caminando. Llegamos hasta los acantilados de la Push. Durante todo el recorrido fuimos hablando de nuestras cosas... hasta que mi niña reparó en algo.

-Hablando del viaje... ¿dónde vamos a ir de luna de miel?-.

-¿Tienes alguna preferencia?- indagué curioso.

-Me gustaría descansar unos días, sin hacer absolutamente nada... pero también quiero hacer turismo- confesó con una pequeña sonrisa, animándose un poco.

-Podemos hacer las dos cosas- le propuse -¿dónde te quieres perder?- objeté divertido; Polinesia francesa, Thailandia, Maldivas, Zanzíbar...- empecé a enumerar.

-Uffss... por mi, en todos- respondió con una mueca -tengo curiosidad por Thailandia; tiene playas y paraísos perdidos, y ciudades asombrosas para visitar- me explicó -habrá que pensarlo con calma- asentí con una sonrisa, siguiendo nuestro paseo y dándole vueltas al asunto.

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Los dos primeros días en Foks pasaron muy rápido, y por suerte, tranquilos y sin ningún altercado; sin darnos cuenta, llegó el día de nochebuena. Por la mañana acompañamos a Sue al supermercado, y por la tarde no salimos, ya que Bella se quedó ayudando a Sue y a la abuela con la cena.

Emmet se fue a Boston, a pasar estos días con Rosalie, y volverían el día veintisiete, y Embry regresó a Londres para pasar la navidad con su familia; también merecían pasar estos días en su casa. Estaba con Charlie en la sala, viendo el canal de deportes. Repetían los mejores momentos de la NBA, y no quería perdérmelo.

-¿Habéis abierto la mesa?- gritó mi novia desde la cocina. Mi suegro y yo nos miramos, suspirando con paciencia.

-¿Por qué me toca a mi siempre?- refunfuñó cual niño pequeño, mientras se levantaba.

Me dirigí a la cocina, para ver si podía ayudarlas en algo. Mi novia y Sue preparaban el relleno del pavo, y la abuela levantó su vista, invitándome a sentarme. Me tendió un cuchillo y una patata.

-Hala, ayúdame un poco- me ordenó -¿sabes cómo se hace?- interrogó.

-Mas o menos- le contesté -la cocina nunca ha sido uno de mis fuertes- expliqué divertido, mientras Bella se dedicaba a hacerme rabiar.

-Una vez me pidió que le enseñase a cocinar, y por poco quemamos la cocina de palacio- explicó divertida -pero no llegamos a la lección de pelar patatas- explicaba, acompañada de las carcajadas de Sue.

-Gracias por tu confianza, cariño- le respondí burlón.

-Bella; no le atosigues... algún defecto tenía que tener- le indicó la abuela -además, la cocina no es mundo de hombres; mi Charles, que en gloria esté, no se acercaba ni a dos kilómetros a la redonda- nos contaba.

-Pues hoy en día deberían saber, aunque sea lo básico para defenderse- decía Sue -podríamos apuntar a tu padre a un curso de habilidades domésticas- propuso divertida, mirando a Bella. Mi niña iba a decir algo, pero la abuela se adelantó.

-¿A mi hijo?- preguntó arqueando una ceja -dudo mucho que el gran sheriff de Forks sepa lo que es una escoba- reí divertido, al igual que el resto de los presentes. Justo en ese momento, mi suegro entraba por la cocina.

-¿Qué es tan gracioso- interrogó curioso.

-Nada... nos preguntábamos si sabrías lo que es una escoba, un paño, una fregona...- enumeraba su mujer, ante nuestra divertida mirada.

-Por supuest...- la abuela le cortó de raíz.

-¿Tú?; no me hagas reír... serás muy valiente en muchos aspectos... pero para las labores domésticas eres un pedazo de membrillo- la divertida mujer le miraba, arqueando una ceja.

-Para tu información, mamá- recalcó enojado -ayudo mucho a Sue cuándo lo necesita- le respondió, cruzado de brazos. Bella se acercó a mi, apoyándose en mis hombros y siguiendo la divertida discusión.

-No veo que hagas nada de provecho en casa más que dejar la forma de tu trasero en el sofá- le reprendió. Bella ahogó la carcajada, al igual que Sue.

-Pues para que lo sepas, mamá- contestó Charlie con retintín- se poner la lavadora, tender la colada...- empezó a enumerar.

-¿Y planchar?; porque, qué yo recuerde, gracias a tu mujer, vas con los calzoncillos sin una sola arruga- inquirió, apoyando sus manos en el bastón y mirándole fijamente. Las risas ya no aguantaron en nuestra garganta, a pesar del monumental mosqueo de mi suegro, que le duró un buen rato.

La cena estuvo amenizada por el divertido pique entre madre e hijo. Al terminar el postre, llamaron al timbre. Los señores Weber, acompañados de Ángela y Ben, vinieron a tomarse el café. Pude ver cómo, al de un rato de estar reunidos en el salón, mi suegro sacaba una baraja de cartas.

-Jim, ¿qué te parece si damos una lección a nuestros yernos?- interrogó divertido. Ben y yo los miramos, arqueando una ceja.

-Hecho- acepté el reto, girándome a mi amigo -¿por qué no?- nos acomodamos en la cocina, dispuestos a jugar.

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Aprovechando que los hombres se sumieron en el excitante mundo del póker, subía mi habitación, sacando los diseños que había hecho Jane.

-Éstos son los vuestros- le tendí a mi amiga tres bocetos, con las propuestas de Jane, y los de las niñas a Sue. Estaban pasando la navidad con la familia de Rachel, la mujer de Harry, de modo que no podría verlos. Todas se arremolinaron alrededor de las hojas, estudiando el contenido.

-A Rose le gusta éste- le señalé uno de ellos -pero eso podrás hablarlo con ella cuándo venga- .

-Yo coincido con Bella, es el más bonito- dijo la señora Weber. Sue se fijó en el papel que dejé apartado, junto con una foto del velo y de la tiara.

-¿Ese es el tuyo?- asentí con una sonrisa, cogiéndolo y explicándoles todo.

-Qué pasada- murmuró Ang, estudiando la foto de la tiara.

-Y el velo... es una reliquia- decía Sue. La abuela miraba el diseño del vestido, con sus gafas puestas.

-Precioso... pero habrá que vértelo en la primera prueba- recordó. Mi familia, junto con Ang y Ben, irían a Londres en vacaciones. Seguimos comentando otros detalles, y me levanté para guardar lo de mi vestido. Al bajar, pasé por la cocina a por más café, y allí estaban los cuatro, serios y concentrados con la mano de cartas.

Me acerqué por detrás de Edward, viéndole las cartas; iba de pareja con Ben, y por la cara que tenían, debían ir perdiendo. Al de unos segundos, mi novio habló, orgulloso cómo el sólo.

-Dobles parejas- extendió las cartas encima de la mesa.

-¡Sí!- Ben y él chocaron las manos por encima de la mesa... pero conocía esa mirada de mi padre... y supe que la cosa no pintaba bien.

-Bueno Jim... hay que reconocer que los chicos son buenos- canturreó burlón.

-Pero tenéis que seguir aprendiendo- siguió el padre de Ang, dejando las cartas encima de la mesa. Edward y Ben miraban sus cartas, alucinados.

-Escalera de color- sentenció mi padre, dando una palmada en la mesa y riendo contento junto a su compañero.

-Joder- murmuró mi novio, entre dientes.

-Eso es suerte- siseaba el novio de mi amiga, con los brazos cruzados y cara ofendida. Ya en la cama, no pude retener la curiosidad.

-¿Dónde has aprendido a jugar al póker?- interrogué curiosa.

-En Alemania- contestó divertido -en los ratillos que teníamos libres después de la instrucción- me explicaba -y con mi padre, Jasper y Emmet también juego a veces- me seguía contando.

-Vaya... no conocía esa faceta tuya- respondí.

-Tranquila, que no nos jugamos el tesoro real- le di un manotazo en el hombro, de broma- cómo mucho unas cien libras por cabeza-.

Intentó explicarme un poco las reglas, pero era bastante negada para los juegos de cartas.

-Ya practicaremos... ¿nunca te ha llamado la atención jugar al strep-póker?- me susurró con voz insinuante, poniéndose encima mío.

-No- me negué en redondo -prefiero hacerte un streptease- al segundo me arrepentí de lo que había salido de mi boca; pude ver un brillo malicioso cruzar sus ojos.

-Olvídalo- murmuré entre dientes.

-¿Ni en nuestra noche de bodas?- interrogó con cara de gatito abandonado.

-Me lo pensaré- contesté, después de meditarlo. Rió divertido, dejando un pequeño en mis labios y acomodándonos para dormir.

El día de navidad lo pasamos encerrados en casa, en el sofá y en pijama, abriendo regalos y viendo películas. A Sue y a la abuela le encantaron lo que les trajimos de Venecia, y estaban tan contentas con las mantelerías y ropa de cama de encaje. A mi padre le compramos una moderna caña de pescar, de ultimísima generación, según los entendidos del tema. Nosotros recibimos libros, discos, ropa y un vidoejuego nuevo para la inmensa colección de mi futuro marido. No pudimos contener la carcajada cuándo mi padre abrió el regalo de la abuela... cinco pares de calcetines negros.

Embry y Emmet regresaron al día siguiente para seguir con su trabajo, éste último acompañado de Rosalie. Llegó el día de la fiesta de los padres de Ángela. Mientras Edward se duchaba, saqué mi vestido de la funda. Era de raso negro, un poco por encima de las rodillas. Llevaba una capa de gasa por encima del cuerpo y los brazos; era de línea y corte muy moderno, una de las creaciones de Jane. Me puse unos zapatos negros, de punta redonda y abierta, y el bolso de mano que llevaba a todas las fiestas.

Estaba poniéndome los pendientes largos del aderezo, cuándo sentí unos brazos rodearme. Me di la vuelta, contemplando a Edward, muy guapo con un traje negro, sin corbata y con una camisa blanca, con los primeros botones desabrochados.

-Estás muy sexy con ese vestido... ¿debo ponerme celoso?- murmuró en mi oído, rozándolo con su lengua.

-No te tienes que poner celoso, señorito... ésto- me señalé a mi misma, dando una vuelta- es sólo para ti- murmuré en voz baja, dejando un pequeño beso en sus labios, pero no me dejó apartarme, y terminó dándome un beso que me dejó un poco atontada. Cuándo me libró de sus labios, que no de sus brazos, observó detenidamente los pendientes.

-Te quedan muy bien también- alabó -¿no pesan mucho?- preguntó curioso -siempre he tenido curiosidad- se explicó. Negué con la cabeza, mientras me volvía para coger la pulsera.

-No; el aderezo es muy ligero, es muy cómodo llevarlo- le dije, haciendo un gesto para que me abrochara la pulsera. Me quedé callada unos momentos.

-¿En qué está ahora tu cabecita?- indagó. Resoplé rodando los ojos.

-La impresentable de Jessica estará allí- sus padres han invitado a los Stanley también- le dije- y con lo bien que he estado estos días sin cruzarme con ella-.

-No te preocupes; no creo que se acerque a molestarte- me tranquilizó -¿te ha dicho algo Ang?-.

-Me dijo que se quedó blanca al enterarse de que íbamos a casarnos. Su querida mamá está esperando la invitación de la boda- murmuré divertida. Rió besándome la frente.

-Se lo merecen, por soberbias- dijo mi novio, tomando mi mano y bajando las escaleras. El resto ya estaba abajo, esperándonos. Mi padre y Sue montaron en el coche patrulla, y nosotros cinco en el de Sue, siguiéndoles. Embry se quedaría fuera en la puerta, y Emmet, aparte de que estaba invitado, entraría. Rose y yo íbamos charlando, mientras que Edward hablaba con Emmet en voz baja, dándole algún tipo de instrucción. Nada más aparecer por allí, Ang salió a la puerta, con sus padres.

-Qué guapas- Rose iba con un vestido palabra de honor plateado, pegado a sus curvas. Después de hacerle dar una vuelta, se giró hacia mi, mirándome de arriba abajo.

-Nunca te había visto con tacones en vivo y en directo- objetó divertida -¿no se tropieza?- le preguntó a Edward.

-A veces- respondió mi novio, mirándome divertido.

-Estás muy guapa... y vaya pendientes- se acercó a verlos.

-Sus padres- señalé a mi prometido, que estaba con Emmet y Ben, hablando. Después de felicitar a los señores Weber pasamos al jardín. La carpa que había allí montada era enorme, y cubierta por los costados, de modo que no hacía mucho frío. Al fondo las mesas con la comida y bebida. Mientras caminábamos los cuatro hacia allí, pude ver a Jessica, acompañada de Mike, con un vestido amarillo chillón, largo hasta los pies. Pude sentir cómo me traspasaba con la mirada, mirándonos a Edward y a mi alternativamente. También estaban allí Tyler y Austin. Nada más acercarnos, Jess se adelantó, saludando a Edward e ignorándome completamente.

-Vaya, no sabía que veníais en navidades- dijo.

-Será falsa- siseó Rosalie.

-Pues ya ves, aquí estamos- le respondió Edward, con una ceja arqueada -¿no saludas a mi prometida?- preguntó con una sonrisa maliciosa, rodeándome la cintura.

-Hola Bella... ¿o hay qué tratarte con algún título importante?- preguntó con sorna.

-Jess- le advirtió Mike, que se giró hacia nosotros, saludándonos -gracias por la invitación Bella, tu padre nos la dio el otro día-.

-Eso, muchas gracias; no pensé que os acordaríais de nosotros- dijo Austin.

-Por supuesto que nos acordamos- le respondí -espero que podáis venir- les dije.

-Eso dalo por hecho... será una oportunidad para conocer Londres- dijo Tyler, frotándose las manos.

Edward y Emmet se quedaron con los chicos, conversando. Ang, Rose y yo hicimos un corrillo, y Jess se quedó un poco apartada, pero poniendo atención.

-Ya nos hemos decidido- me explicó Rose -lo del vestido- las miré con un sonrisa.

-¿Ahora resulta que la princesita os dice cómo tenéis que vestir?- preguntó burlona, con los brazos cruzados.

-Resulta, querida Jessica- le explicó Rosalie -que las damas de honor deben ir conjuntadas-.

-¿No lo sabías?- le preguntó Ang, ladeando la cabeza con fingida pena.

-Bah... yo también estaré allí; dile a tu padre que mañana mis padres estarán en casa, para que les de la invitación- dijo pagada de si misma.

-Lo lamento Jess... pero no creo que la invitación llegue a tu casa- le expliqué, seria y adelantándome un paso -¿o no recuerdas las palabras que me dedicaste el año pasado?- recordé con rabia.

-La hiciste mucho daño... y todo por la envidia que tienes- le reprochó Ang. Jess no sabía por dónde salir.

-Todo Forks está invitado- murmuró para sus adentros -menos nosotros- se cruzó de brazos, ofendida -no podéis hacernos ésto- espetó furiosa -¿quién te crees que eres?; invita la Casa real, no tú-.

-Y por eso mismo, tú no estás invitada- habló Edward, acercándose a nosotras -¿crees que no sé el altercado que tuvisteis... ni los comentarios de tu mamá?- le interrogó serio. Mi ex amiga se quedó callada, sorprendida por las palabras de Edward.

-Y la Casa real invita en parte; también invitamos nosotros y Charlie- le explicó con una sonrisa divertida.

-No puedes hacerme ésto... nos conocemos desde niñas, hemos ido juntas al colegio y al instituto y...-.

-Lo siento- me encogí de hombros; puede parecer cruel, pero esas palabras me hicieron mucho daño, y no podía olvidarlas.

-Eres una rencorosa y los dos sois unos...- se acercó a mi con los puños cerrados, pero antes de que Edward y Emmet se adelantaran, Ang la encaró.

-Ni se te ocurra montar un espectáculo en la casa de mis padres; y por supuesto, no insultes a mis amigos- le advirtió seria.

-¿Sabes la consecuencias de insultar a un miembro de la familia real?- le preguntó Emmet, con una ceja alzada y sonriendo divertido.

-¿Y tú quién te crees que eres?- le miró le arriba abajo... esta niña es tonta.

-Uno de los guardaespaldas- le informó Rosalie.

-¿Eres un escolta?- la cara de Tyler y Mike no tenía precio.

-Sí... pero aparte de eso es un buen amigo- aclaró Edward -¿no lo sabíais?-.

-Tío... no lo pareces... cómo siempre estás bromeando- objetó Austín dándole una palmada a nuestro amigo.

-Pero también se ponerme serio- contestó nuestro amigo agarrando las solapas de su traje. Todos reímos ante el comentario, menos su novia, que le miraba resignada. Vimos cómo Jess se alejaba, mascullando entre dientes.

-Idiota- murmuró Rose.

-Déjala... seguro que estará meditando lo que dijo hace un año... ahora que se aguante- añadió Ángela -vamos a bailar un poco- nos agarró a Rose a mi de la mano, arrastrándonos a la pista.

La verdad es que quitando esa parte, lo pasamos de cine. Bailé con mis amigas, y vimos cómo Emmet se unía a nosotras, al igual que los chicos. La música, en homenaje a los padres de mi amiga, era de los años setenta... así que aparte de los señores Weber y mi padre, Emmet estaba en su salsa, cantando temas de aquella época, entre ellos de los Mamas and de Papas, sobre todo la famosa canción California Dreamin´.

-No sabía que le gustara tanto bailar- le dije a Edward, riéndome.

-Es una de sus aficiones ocultas... verás en la boda- objetó rodando los ojos. Después de un buen rato, las notas de Hotel California, de los Eagles, empezó a sonar. Vi a mi padre, fan devoto del grupo, agarrar a Sue y sacarla a bailar. Edward me tendió la mano, con una de sus sonrisas torcidas. En un rincón de la pista, rodeó mi cintura, y yo pasé las manos por su cuello.

-¿Estás bien?- me miraba preocupado mientras girábamos al son de la música.

-Sí, tranquilo... nunca pensé que Jess era así hasta hace un año- medité en voz baja.

-¿Qué te dijo exactamente?- me reclamó serio. Suspiré, negando con la cabeza.

-Pues que me había salido mal la jugada, y que no conseguí cazarte... algo así... y su madre me dijo qué nunca pensó que iría tras un príncipe- recordé.

-¿Pues sabes una cosa?- me preguntó Edward, estrechándome más entre sus brazos.

-Sí que me cazaste... me enamoraste desde que te vi cruzar la puerta del aula- me dijo con una sonrisa tierna -aunque me costó un poco conseguir que te casaras conmigo- añadió divertido. Escondí mi cara en su cuello, sonriendo avergonzada.

-También tu me cazaste- le dije en voz baja -cazaste mi corazón-.

-Y es el mejor trofeo que he ganado en mi vida- levanté mi cara, poniéndome de puntillas, a pesar de mis altos tacones, para darle un pequeño beso, que correspondió con cariño y ternura.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 12/9/2010, 6:21 pm

Capítulo 38: Entre leyes y bisturíes

Eché una ojeada al reloj de la pared, que había llegado a dar las dos y media de la mañana silenciosamente y sin apenas darme cuenta. Cansada y agotada, cerré los apuntes y me metí en la cama, arropándome hasta las orejas y acurrucándome contra la espalda de Edward, que llevaba una hora dormido... pero por más agotada que estuviese, el café doble que me tomé después de cenar hizo su efecto, impidiéndome dormir. Suspirando pacientemente, me tendí poca arriba, haciendo un repaso mental de todo lo que había sucedido desde que regresamos de Forks, una vez pasaron las navidades.

Recordé con una pequeña sonrisa las experiencias vividas en las vacaciones, los graciosos piques entre mi padre y la abuela, la alegría de regresar a mi hogar, de volver a ver a todos mis amigos, exceptuando a la idiota de Jess... lo bien que lo pasamos en la fiesta en casa de los Weber... y lo que más me gustaba, poder compartir todo eso con Edward, que cada día se encontraba más a gusto en mi casa, que ya también consideraba como suya. En Forks podíamos ser simplemente Edward y Bella, y disfrutar de cosas que aquí no podíamos hacer. Ang se reía cuándo veía a nuestros novios debatir sobre deportes o de cualquier otro tema, o cuándo Edward se ponía a hacer algo con mi padre... todavía les costaba asimilar que, por muy príncipe de Gales que fuera, era un chico normal.

Aparte de descansar y de salir con los chicos a tomar algo, nuestras vacaciones habían estado presididas por las leyes y las relaciones internacionales... y ahora estábamos sumergidos en plenos exámenes... los cruciales exámenes que debíamos pasar, antes de poder empezar el proyecto de fin de carrera. Los exámenes habían comenzado el veinte de enero... mentalmente fui repasando las asignaturas de las que ya nos habíamos examinado... de cuarto curso habíamos aprobado Conflictos internacionales y Política exterior inglesa; y estábamos a expensas de saber la nota de las restantes asignaturas.

De quinto curso sólo habíamos hecho un examen, el de Derecho diplomático y consular, y aun nos quedaban tres... y ya, si todo iba bien, terminaríamos. El último examen sería el dieciséis de febrero, de la materia de Alianzas de estado para seguridad internacional... bueno, yo lo haría ese día, pero Edward lo haría el trece. El catorce de febrero se iba con su padre al Líbano, a visitar a los soldados que estaban destinados allí, en misión humanitaria, y estarían allí dos días. Resoplé agobiada... sabía que Edward haría viajes de este tipo, pero me asustaba mucho que fuera a zonas de riesgo; me pasé un buen rato dando vueltas en la cama, hasta que le terminé despertando.

-¿No puedes dormir?- murmuró con voz pastosa.

-No- puse un puchero de frustración, que acompañó a un suave quejido prominente de mi garganta.

-Ven aquí- me abrió los brazos, y me acurruqué dentro de ellos, suspirando satisfecha y cerrando los ojos.

-¿Estás nerviosa por el examen de mañana?- me interrogó.

-Un poco... pero bueno, lo llevo decentemente- me auto consolé -pero tengo miedo- murmuré.

-¿De qué?- ahora el que tenía los ojos bien abiertos era el.

-¿Qué pasa si suspendemos alguna materia?- pregunté con miedo -no podremos casarnos y...- puso uno de sus dedos en mis labios, haciéndome callar.

-Cariño, no digas eso; vamos a aprobar todos los exámenes... y en el caso de que pasara algo raro y suspendiéramos alguno, encontraríamos una solución... no podemos suspender la boda tan fácilmente- me recordó. Asentí con la cabeza... aunque teníamos un buen historial académico, el hacer dos cursos en uno no era nada fácil.

-Tienes que tranquilizarte... y no te preocupes por el viaje; en dos días estaré de vuelta- me consoló, dejando un suave beso en mi sien.

-Supongo que los nervios me juegan malas pasadas- dije en voz alta. Me estrechó más entre sus fuertes brazos, acariciando suavemente uno de los míos.

-Intenta dormir mi amor; mañana el examen es a las once, no tenemos que madrugar mucho- me animó.

Poco a poco, con el latido de su corazón retumbando suavemente en mis oídos, conseguí dormirme.

0o0o0o0o0o0o0o0

Dos semanas después de aquella noche, estaba esperando a Edward en el pasillo de la facultad. Ese día habíamos tenido el penúltimo examen, el de Opinión pública internacional. Ayer no pudimos contener las ganas de abrazarnos en pleno campus cuándo nos dijeron que habíamos aprobado todos los exámenes de cuarto curso. Sólo nos faltaban saber las notas de los del último año, y realizar el dichoso examen de Alianzas de estado para seguridad nacional. Hoy era ocho de febrero, a Edward le quedaban cinco días para hacerlo, y a mi ocho.

-Pues sí que le cuesta; normalmente él sale antes que tú- estaba con Emmet y Rosalie, que intentaba calmarme.

-Tranquilízate Bella... está más preocupada por su examen que por el tuyo- me dijo.

-Me preocupo por los dos- le contesté en voz baja... no podía evitarlo, era superior a mis fuerzas. Al cabo de cinco minutos la puerta se abrió, y me levanté cómo un resorte, acercándome a Edward.

-¿Cómo te ha ido?- interrogué ansiosa. Rió mientras me daba un beso en la mejilla, tranquilizándome.

-Bien, mejor que el que hicimos la semana pasada- me explicó, tomándome de la mano y acercándonos a nuestros amigos -¿tomamos un café?; creo que nos lo merecemos- me dijo divertido. Los cuatro nos dirigimos a la cafetería, y una vez sentados en torno a la mesa, entablamos una animada conversación.

-De modo que entre los días veinte y veintiséis vas a conocer mi ciudad natal- exclamó contento nuestro amigo, frotándose las manos.

-Sí... por fin voy a conocer el País de Gales- repliqué contenta, ante la sonrisa de Edward -¿vendrás con nosotros, no?- le pregunté.

-Por supuesto... iban a ir Quil y Morris... pero al final iré yo con Quil. Conocerás a mis padres- dijo contento.

-¿Tú los conoces?- pregunté a mi novio. Afirmó con la cabeza.

-Su padre también formó parte de la Guardia real- me explicó.

-Así que te viene de familia; eso no me lo habías contado- le reproché en bromas.

-Dormiremos en Cardiff, y desde allí nos trasladaremos por las distintas ciudades- me contaba mi prometido.

-El paisaje te va a encantar... nuestras playas son las más espectaculares de Gran Bretaña- enumeraba mi amigo.

-Y los castillos y pueblos medievales son increíbles... es cómo retroceder a la época de Arturo y los caballeros de la mesa redonda- me explicaba Rosalie, que ya había recorrido toda la zona, acompañada de su novio.

-Tengo muchas ganas de ir, y también a Escocia- relaté con una sonrisa -¿me llevarás a ver el Lago Ness?- interrogué a mi prometido.

-Te llevaré... después de los compromisos que tenemos en Edimburgo, Glasgow y otras ciudades- me explicó. Asentí con la cabeza; sus padres, su hermana y Jasper venían con nosotros a Escocia, y la última noche había cena de gala en el palacio de Holyroodhouse, la residencia oficial de la familia en Edimburgo. Seguimos un largo rato en torno a la mesa, disfrutando del café y nuestra animada charla con Emmet y Rose, lo que nos vino bastante bien para olvidarnos un poco de los exámenes y poder relajarnos.

0o0o0o0o0o0o0o0

Desde ese día hasta hoy no hicimos otra cosa que estudiar el último examen. Me revolví inquieta en mi silla; hoy se examinaba Edward... y mañana se iba al Líbano con su padre. El reloj de nuestra habitación ya marcaba la una y media del mediodía, y el examen comenzaba a las once de la mañana.

Bufando, cerré de un manotazo mis apuntes y me asomé a la ventana; el día, aunque hiciera frío, estaba despejado y el sol se asomaba tímidamente, calentando un poco el ambiente. Cogí una chaqueta y salí a pasear por los jardines. Respiré con ganas y necesidad. El aire fresco tranquilizó mis nervios, y al llegar a nuestro lugar secreto, me tumbé en la hierba, a la sombra de aquel roble centenario, mientras recordaba cómo hacía más de dos años, en este mismo lugar, pasamos nuestras primeras horas de novios, dónde me hizo mi primer regalo... estaba tan sumida en mis recuerdos, que no oí unos pasos lentos y pausados; sentí un cosquilleo de placer recorriendo mi oreja y parte de mi cuello cuándo una suave voz se posó en mi oído.

-Hola preciosa- sin abrir los ojos, giré la cabeza, siguiendo al dueño de esa voz.

-Hola pequeño- susurré en voz baja; sus labios se posaron en los míos, y no pude contener el gemido que salió de mi garganta. Pasé las manos por su cuello, atraiéndolo más hacia mí. Después de besarme hasta dejarme sin aliento y pensando cosas incoherentes, por fin abrí mis ojos, encontrándome con esa sonrisa que tanto me gustaba.

-¿Qué tal?- le pregunté mientras él se tumbaba también, atrayéndome hasta su cuerpo.

-Mejor de lo que pensaba; al final no me ha preguntado nada sobre armamento de emergencia en Medio Oriente- me explicó.

-Entonces eso me entra a mi seguro- resoplé fastidiada. Al hacer el examen en días distintos, obviamente, las preguntas sería distintas.

-Es muy probable- meditó mi novio en voz alta. Estuvimos hablando un rato más del examen, hasta que un pinchazo en el costado derecho de mi tripa me hizo sobresaltarme y que me incorporara.

-Bella... ¿cariño te encuentras bien?- Edward me miraba preocupado, alzándose y quedando apoyado en uno de sus brazos. Respiré profundamente, y el dolor desapareció en unos pocos segundos.

-Ya pasó- le expliqué, intentando tranquilizarle -qué raro- murmuré -tuve el periodo la semana pasada- medité en voz baja. Aunque tomara anticonceptivos, a veces solían darme ligeros pinchazos cuándo me venía... aunque no dolían de ese modo, gracias a las pastillitas.

-Puede que los nervios te pasen factura... apenas comes- me medio reprochó con dulzura.

-Será eso... y hablando de comer, me parece que va siendo hora de que vayamos- Edward se levantó primero, y me ayudó a ponerme de pie. Me miraba preocupado.

-¿Seguro que estás bien?; podemos llamar al doctor Libss- me propuso una vez más.

-Tranquilo, no es necesario, de verdad- le calmé con un pequeño beso y entrelazando nuestros dedos, camino del comedor.

A la mañana siguiente, a las seis de la tarde, nos despedíamos de mi suegro y de mi novio. Lo miraba preocupada, enfundado en un traje militar verde. Esme abrazaba a Carlisle, rodeada por Alice y Jasper, y yo escondí mi cara en el pecho de Edward, abrazándome a su cintura.

-No te preocupes mi vida- me reconfortó -en dos días y medio estaremos aquí de nuevo... y nos iremos un par de días a Windsor a descansar de los exámenes- me prometió. Suspiré, intentado que las lágrimas no hiciesen acto de presencia.

-¿Me llamarás en cuánto llegues?- balbuceé cómo una niña pequeña. Rió quedamente, estrechándome entre sus brazos.

-Te lo prometo cariño... sabes que te llamaré todos los días- me recordó. Alcé mis cabeza, y él, comprendiendo mi gesto, bajó la suya, atrapando mis labios en un beso tierno y cariñoso... pero tuve que separarme de él, conteniendo una mueca de dolor.

-¿Te sigue doliendo la tripa?- envolvió mi rostro con sus manos, cómo si estuviera reconociéndome.

-Me ha dado otro pinchazo- le expliqué, intentando respirar; cómo la otra vez, a los pocos segundos, el dolor remitió -serán los nervios por el último examen- le dije, pero esta vez no se quedó tan conforme como ayer.

-No sé Bella... nunca te había pasado ésto- me miraba preocupado -lo mejor será que te vea el doctor Libss... no tienes buen aspecto- respiré, intentado tranquilizarme; lo único que quería era que no se marchara nervioso.

-Te prometo que esta noche me iré a la cama pronto a descansar... y que si me sigue doliendo, se lo diré al doctor- recité cual niña de parvulario. Pero su mirada estaba cargada de miedo y preocupación.

-No me voy tranquilo, y lo sabes- me explicó -quizá debería qued...- lo silencié con un pequeño beso, era la única forma de que me dejara hablar.

-No pienso permitir que incumplas tus deberes- le regañé divertida -estaré bien, simplemente tendré el estómago revuelto-. Pareció estudiar mi cara y mis palabras, hasta que resopló, afirmando.

-Está bien... pero si te pones peor me lo dirás inmediatamente- me advirtió, con el ceño fruncido.

-Prometido... cuidate mucho- enterré mi cara en su cuello y me aferré a su uniforme con mis puños.

-Te quiero mi niña- me besó por última vez.

-Y yo a ti- susurré en sus labios. Se despidió de su familia, y yo lo hice de ni suegro. Todos nos quedamos en la puerta, despidiéndoles con la mano, hasta que el coche traspasó las verjas de seguridad.

Después de cenar, me quedé un rato con Esme, Alice y Jasper en el salón, viendo un poco la tele... la guerra entre Víctor Zimman y Jane O´Cadagan ocupaba la atención de la prensa rosa.

-Jane, ¿tiene algo que objetar a las críticas del señor Zimman, acerca de que usted no es la apropiada para el diseño del vestido de novia de la futura Princesa de Gales?- preguntó un joven periodista a la modista a la salida de su estudio, ubicado en el centro de Londres.

-El no se va a vestir de novia ese día... para mi es un honor que la señorita Isabella y la Casa real hayan confiado en mi para ese día tan señalado- respondió tranquila y con una sonrisa.

-¿Qué le parece la polémica que se ha generado?- volvió a interrogar el reportero.

-Por supuesto que hay diseñadores con mucho más renombre, experiencia y prestigio que yo- respondió la interpelada -pero le recuerdo al señor Zimman que me he pasado años estudiando corte y confección, costura... y creo estar suficientemente capacitada-.

-¿Cómo es la señorita Isabella?-.

-Es una chica joven, de su tiempo; fue muy fácil imaginar el vestido una vez ella me lo describió- respondió con una sonrisa cómplice, a lo que Alice y yo nos miramos divertidas.

-¿Alguna pista acerca de las preferencias de la novia para ese día?-

-Será blanco- contestó medio riéndose -si me disculpa, tengo que irme-.

Jasper no disimuló la risotada al terminar el reportaje. Yo rodé los ojos, resignada... a este hombre nunca iba a caerle bien, hiciera lo que hiciera.

-Chochea demasiado- siseó mi cuñada.

-Es muy tradicionalista... pero no hay que hacerle mucho caso- Esme se encogió de hombros en un gesto despreocupado.

-No puedo creerlo... no sabía que mi vestido de novia traería tanto debate antes del veintitrés de junio- refunfuñé.

-Es una de las cosas que más expectación genera- dijo mi cuñado -en una boda normal la novia es la protagonista... imagínate la vuestra- me recordó. Iba a responderle, pero otro pinchazo en el mismo sitio hizo que la palabra se me quedara en la boca; ninguno pasó por alto mi mueca contraída.

-¿Otra vez?- Esme se acercó a mi, preocupada. La miré sin comprender.

-Mientras Edward y tú os despedíais te ha ocurrido también- explicó Jasper. Estaba claro que nos habían observado.

-Ayer me dio uno... pero hoy tengo el estómago raro, aparte de los pinchazos... me siento hinchada- me quejé frustrada.

-¿No estarás...?- Alice dejó la frase inconclusa. Sentí mi cara arder de vergüenza.

-¡¿Qué!; ¡no!... no es un dolor menstrual- expliqué incómoda -ni tampoco es eso que te imaginas- aclaré. Esme posó su mano en mi frente.

-Cielo, yo creo que tienes fiebre... haré que Preston avise al doctor Libss- iba a volverse hacia el teléfono, pero la detuve.

-No es necesario Esme... creo que me retiraré a descansar, y mañana me sentiré mejor- les calmé.

-Está bien... pero mandaré que te traigan algo para el estómago- su voz y mirada no admitían réplica alguna.

Media hora después, me metí a la cama, ligeramente aliviada... menudo San Valentín de las narices... por lo menos, cuándo Edward regresara ya habría acabado los dichosos exámenes, y podríamos disfrutar de la celebración en Windsor, solos y tranquilos.

Al día siguiente no me levanté peor... pero tampoco estaba mejor que ayer por la noche; me había levantado unas tres veces al baño... pero nada de nada... seguía incomodísima. Apenas salí de mi cuarto para comer y cenar... mañana tenía el dichoso examen, y a partir del mediodía sería libre. Había hablado con Edward, y para colmo de males habíamos tenido una pequeña discusión. Sabía que estaba muy preocupado por mi, ya que nada más responder al teléfono, notó algo raro en mi voz. Le medio eché la bronca, diciéndole que se preocupaba demasiado por un simple dolor de tripa... y desde ahí, mal. Por suerte, me disculpé y se le pasó el cabreo a los poco minutos, y nos despedimos bien, quedando en llamarme mañana, nada más salir de mi examen, a esas horas ya estarían en el avión, de regreso a Londres.

Sue y mi padre también me llamaron, para desearme buena suerte; también me notaron cansada y rara, pero no les dije nada, no quería preocuparles. Esa noche me despedí de Esme y de mis cuñados sintiéndome realmente mal; tenía escalofríos, a pesar de que mi frente estaba ardiendo, y los pinchazos empezaban a hacerse constantes. Me tomé la medicina que me dieron el día anterior, y por unas horas pude conciliar el sueño.

A las ocho en punto el despertador me sacó de mis ensoñaciones. Al incorporarme de la cama para ponerme de pie, un doloroso e intenso pinchazo volvió a aparecer... y esta vez no se me pasó hasta unos pocos minutos. Me senté de nuevo en la cama, respirando entrecortadamente, y palpándome la tripa, que estaba dura cómo una piedra. El pinchazo mandaba calambres por toda mi pierna derecha, y al levantarme de nuevo para ir al baño, apenas podía moverme sin que me doliera. Me costó un esfuerzo sobrehumano llegar al baño, dónde una gran arcada me sorprendió. Después de vomitar la comida de la menos los dos días anteriores, parecía que me recomponía un poco.

No desayuné, y me fui directa al coche, dónde Rose y Emmet ya me esperaban.

-Bella, ¿qué te pasa?- Rose vino corriendo hacia mi, tomándome del brazo. Emmet también se acercó, asustado.

-Nada... no me encuentro muy bien- les dije -pero vámonos, tengo un examen a las nueve y media- les recordé.

-¿Crees que estás en condiciones de hacer un examen?- interrogó mi amigo serio, con los brazos cruzados -llevas unos días encontrándote mal- señaló.

-Tengo que ir- protesté. Rose chasqueó la lengua, pero me hicieron caso.

-Está bien... pero nada más terminar, a casa; y a que te vea el médico- me advirtió Emmet serio.

Con el dolor subiendo de intensidad, conseguí terminar el dichoso examen. Emmet casi me mete a mi habitación en brazos. Le prometí que me echaría un rato, hasta que Esme volviera de un compromiso en Ipswich, a una hora de Londres. Una hora después, sonó el teléfono de mi habitación, informándome de que Esme ya estaba aquí, y me esperaba con Zafrina y Maguie para repasar los compromisos del viaje a Gales.

El dolor de mi tripa se acentuaba a cada movimiento que hacía, y a duras penas conseguí llegar a la salita. Al verme las tres, se levantaron corriendo.

-¡Señorita Isabella!, ¿qué le ocurre?- Zafrina rodeó mi cintura, intentando ayudarme.

-M...me duel... me duele- cubrí mi tripa con las manos, ahogando un grito por el pinchazo que me dio.

-Maguie, avisa a Preston y al doctor Libss- Esme estaba muy nerviosa, y también me rodeó la cintura...en ese preciso momento sentí que la habitación daba vueltas a mi alrededor, volviéndose todo negro.

-¡Bella!; ¡Bella, hija!- sentí el grito angustiado de Esme antes de perder la conciencia.

0o0o0o0o0o0o0

Abrí los ojos lentamente, y mi vista se posó en un techo blanco; extrañada y atontada, miré a mi alrededor... y enseguida comprendí que estaba en un hospital. Intenté moverme, pero el ya familiar dolor volvió en cuánto me moví apenas un milímetro.

-Hija- giré la cabeza, encontrándome con Esme, Alice y Rosalie, mirándome preocupadas.

-¿Dónde estoy?- pregunté con voz ronca, aunque lo sabía perfectamente.

-En el hospital. Te están haciendo pruebas- Esme me tomó de la mano, intentando calmarme.

-¿Qué me pasó?- interrogué asustada y con ese dolor taladrándome el abdomen.

-Te desmayaste; el doctor Libss llegó al cabo de diez minutos a palacio y te hizo un reconocimiento. Nos dijo que teníamos que trasladarte inmediatamente al hospital, para que te hicieran pruebas y poder confirmar su diagnóstico- me explicó Alice. Iba a preguntar qué sospechaba, pero la puerta se abrió, entrando el doctor Libss, acompañado de tres hombres con una bata blanca.

-Majestad, alteza, señorita Isabella, señorita Hale; les presentó a Patrick Connell, director del hospital; y a los doctores Marcus Shield y Abraham Dorshire- se acercaron a mi cama, rodeándome.

-¿Qué tiene?- preguntó mi cuñada, asustada y nerviosa. En ese momento entraba Jasper en la habitación.

-Después de la exploración, hemos llegado a un diagnóstico rotundo y unánime... abdomen duro, fiebre, vómitos, esa respuesta de dolor a los movimientos...- empezó a recitar uno de los doctores.

-El análisis muestra los leucocitos altos, y la ecografía abdominal nos ha disipado las dudas- explicó el otro doctor.

-Señorita Isabella... tiene un ataque de apendicitis- me soltó el doctor Libss.

-¿Qué?- atiné a responder, muda de la impresión y de miedo. Comencé a sollozar, debido al escalofrío que recorrió mi cuerpo.

-¿Qué deben hacer?- preguntó mi suegra, sin soltarme de la mano.

-Por supuesto, operarla; es el único remedio para que no derive en una peritonitis- nos explicó el doctor Libss. Al ver mi cara de susto, el doctor Shield me tranquilizó.

-Es el procedimiento rutinario; no es una intervención complicada señorita Isabella-. Asentí con lágrimas, sabía que debían operarme, pero me daba miedo. Esme habló unos minutos más con los doctores, hasta que se volvieron hacia mi.

-En menos de una hora la meteremos en quirófano; en el gotero le empezarán a administrar antibióticos preoperatorios- me dijo el otro doctor, antes de retirarse de la habitación. El doctor Libss y el señor Connell se quedaron hablando con Esme, mientras Alice, Rose y Jasper me rodeaban.

-No deben preocuparse; hemos desalojado la planta por medidas de seguridad, tal y cómo nos ha dicho el coronel Sommerland- le explicaba el hombre a mi suegra -y los escoltas ya están aquí-. Esme asintió preocupada.

-La prensa se ha enterado- siguió informando el señor Connell -¿qué medidas debemos tomar?-.

-No creo que se pueda ocultar... y más cuándo Edward llegue al hospital- añadió Jasper.

Edward... ¿se lo habían dicho?; miré a mi cuñado asustada... ¿y mi padre y Sue?.

-Esme...- ella se volteó, acercándose a mi.

-Tranquila cielo; todavía no sabe nada- me explicó.

-Queríamos esperar a ver qué decían los médicos- acotó Rosalie. Asentí mientras intentaba incorporarme... pero el dolor no me dejó hacerlo.

-Bien- mi suegra tomó la palabra -hablaré ahora mismo con Sam... pero creo que lo más seguro es que el hospital emita un parte médico para la prensa- nos explicó -y antes de nada, quiero hablar de nuevo con los doctores- el director asintió con la cabeza, saliendo a buscarles.

-Edward- murmuré entre lágrimas. En estos momentos estaría ya de regreso a casa.

-Tranquila Bella, le avisaremos... y también a tu padre y a Sue- me dijo Rose.

-Pero no les hagáis venir... no quiero que dejen a la abuela sola- les imploré -una vez me operen estaré mejor-.

-Por eso no te preocupes hija- me consoló Esme. Tal y cómo me dijeron los médicos, en menos de una hora entraba en el quirófano.

-Bien, señorita Isabella; cuente hasta diez de forma regresiva- me indicó una enfermera, sonriéndome a través de la mascarilla; me fijé que inyectaban un líquido blanco en la vía, y me ponían un montón de cables.

-Diez... nueve... ocho...- sentí que mis párpados pesaban, y caí en un profundo sueño.

0o0o0o0o0o0o0

EDWARD PVO

Colgué extrañado el teléfono del avión; era la tercera vez que llamaba a mi niña, para ver qué tal había hecho el examen... y su estado se salud. Me tenía muy mosqueado; hacía días que no se encontraba bien... y pese a sus protestas, en cuánto me bajara del avión la obligaría a ver al médico. Volví a mi asiento, dónde mi padre leía unos informes. Habíamos dormido unas horas, y nos habíamos cambiado de ropa, quitándonos el uniforme militar. Al ver mi resoplido, mi padre levantó la vista de sus papeles.

-¿No has conseguido hablar con ella?- me interrogó. Negué pensativo.

-Estará descansando... habéis hecho un esfuerzo sobrehumano con los exámenes- me recordó.

-Eso es cierto... espero que esté bien- musité en voz baja.

-Edward cálmate... - espetó mi padre -verás cuándo tengáis hijos, y te toque acompañarla al parto- me dijo con una sonrisa cómplice. Sonreí, pensando en nuestros futuros hijos... muchos monárquicos y sectores se sentirían decepcionados si el primero no era un chico... y eso que la ley de sucesión en Gran Bretaña no hace distinciones en cuánto al sexo; el primogénito es el heredero, sea chico o chica.

Me conformaba con que fueran igual de guapos que mi niña, buenos y cariñosos... y lo educaríamos de la manera más normal posible, como a cualquier niño de su edad.

-Será una madre estupenda- dije con una sonrisa.

-Y una princesa estupenda- añadió mi padre -no lo está haciendo nada mal-. Afirmé con una pequeña sonrisa, recordando los actos a los que habíamos asistido... y que ahora se intensificarían.

-Siempre supe que podría con ello... aunque ella no lo viera al principio- le dije en plan confidencia -si te digo la verdad... estaba dispuesto a renunciar a todo ésto, si ella no me aceptaba-.

Estudié la cara de mi padre; no estaba enojado, y sonrió con entendimiento.

-Te comprendo mejor de lo que crees hijo... yo no sé que es lo que hubiera sido de mi sin tu madre a mi lado- me explicó -también me planteé renunciar... y eso que a tu abuelo al principio no le gustó nada tu madre- me confesó -pero un día me planté delante, diciéndole que o me casaba con ella, o haría lo que tú acabas de decirme-.

Escuchaba atento las palabras de mi padre.

-Nunca nos lo habíais contado- mi padre se encogió de hombros, mirando por la ventanilla.

-Después de conocerla, tu abuelo estaba más que encantado con ella... por todo eso que vivimos, tu madre y yo siempre os dijimos a tu hermana y a ti que ante todo, os casarais con la persona de las que os enamorarais- me decía.

-A veces creo que es pedirle demasiado... ha quedado expuesta a la opinión pública de por vida- medité con un deje de pena en mi voz.

-Es una vida difícil... y cuándo subáis al trono, el día que yo falte, es primordial que os sigáis apoyando el uno al otro-.

-Pero para eso faltan muchos años- no me gustaba hablar de eso... el día que yo subiera al trono, significaría que mi padre habría muerto.

-Siento decírtelo...- le miré aterrado, cortándole en mitad de la frase.

-¿Estás pensando en abdicar?- negó con un suspiro, sonriéndome.

-Por supuesto que no... sólo quería decirte que aun me quedan muchos años; tengo una salud de hierro- se señaló a si mismo, un poco petulante -me quedan muchas cosas por hacer... quiero ejercer de orgulloso abuelo, cazar con Charlie- rodé los ojos, menuda pareja habían formado -y todo eso siendo rey... hijo, no tengo motivos para abdicar... ningún Cullen ha renunciado al trono en vida, y no seré yo quién lo haga- respiré para mis adentros, aliviado por sus palabras.

-Y cambiando de tema... ¿dónde os vais a ir de luna de miel?- preguntó curioso. Iba a responderle... pero el teléfono del avión sonó. Uno de los ayudantes de mi padre lo cogió, hablando unos minutos; pude ver que su cara se contraía de la sorpresa, mirándonos un poco aterrados. Finalmente, se volvió a mi padre.

-Majestad, la reina está al teléfono, es urgente- nos miramos extrañados, y mi padre se levantó inmediatamente.

-¿Qué ocurre, querida?- interrogó preocupado. Mientras mi padre escuchaba a mi madre, su vista se posó en mi, mirándome con una expresión que no supe descifrar.

-Quiero hablar con los médicos, pásamelos- su tono serio y preocupado hizo que me revolviera en mi asiento... médicos... un sudor frío se adueñó de mi frente. Interrogué a mi padre con la mirada, pero se metió en el compartimiento de al lado.

-Bill, ¿qué está pasando?- interrogué.

-Su majestad le explicará, alteza- desvió su cara de la mía. Dios... Bella... iba a levantarme, pero en ese momento, mi padre salía, dando órdenes.

-Quiero un informe completo de su estado en cuánto salga del quirófano; nos faltan dos horas para aterrizar; del aeropuerto nos trasladaremos directamente al hospital- mi padre habló unos momentos más y colgó.

-Papá...-.

-Hijo... Bella está ingresada- nada más decirme eso, me levanté de un salto, paseando de un lado a otro y revolviéndome el pelo.

-¿Qué le ocurre?- demandé histérico -has mencionado algo de un quirófano- al ver su titubeo, reventé.

-¡¿Qué le pasa?-.

-Tiene un ataque de apendicitis, y deben operarla de inmediato- me quedé parado en el sitio, procesando lo que mi padre me estaba contando. Ahora encajaban muchas cosas, los dolores, ese malestar... mierda... y yo no estaba a su lado.

-Dios- me senté de golpe, pasando mis manos por mi cara -lo sabía, sabía que no estaba bien... - mi padre se acercó a mi, tranquilizándome.

-Edward, tranquilo- me relató todo lo sucedido en las últimas horas, y cómo se desmayó de dolor, en los brazos de mi madre.

-Ahora mismo la metían al quirófano; llegaremos allí antes de que despierte de la anestesia; ella estará bien; tranquilo hijo-.

El resto del viaje fue una auténtica pesadilla... mi niña... en un hospital, en un quirófano... estaba aterrado... no podía sucederle nada, no lo soportaría... mi pecho se contrajo de dolor, y no me calmaría hasta que la tuviera frente a mi.

Media hora antes de aterrizar, llamó mi madre, para decirnos que la operación ya había terminado, y que enseguida la subirían de reanimación. Esta vez me puse yo al teléfono, y los doctores también hablaron conmigo, aparte de con mi padre, diciéndonos que todo había salido bien. Por fin el vuelo tomó tierra, y el coche salió directo para el hospital. Entramos por la puerta trasera, ya que la entrada estaba copada por los periodistas y curiosos. El director nos recibió allí mismo, acompañándonos a la última planta.

Nada más entrar a la sala que precedía a la habitación, fui directa a mi madre y mi hermana.

-Edward tranquilo... ya está- me abrazó con cariño, pasando sus manos por mi espalda.

-¿Cómo ha pasado?- conseguí preguntar, con un hilo de voz.

-Es un proceso agudo... y el procedimiento normal es la cirugía de urgencia- me relató Rosalie, una vez mi padre y yo saludamos al resto de los presentes -no sé cómo consiguió aguantar en el examen- rodé los ojos... viniendo de Bella, me lo creía. Hablamos unos minutos, hasta que por la puerta aparecieron dos médicos. Después de darnos la mano, escuchamos el parte médico.

-La operación ha ido bien; hemos extraído el apéndice inflamado y hemos limpiado la zona. Ahora mismo la están subiendo- nos relató el doctor Dorshire.

-¿Y la recuperación?- pregunté.

-Si todo va bien y esta noche no tiene fiebre; mañana mismo podremos darle el alta. Su majestad y el doctor Libss nos han dicho que allí estará más tranquila y el doctor Libss la vigilará. Deberá guardar reposo unos días... y aunque aun lleve los puntos, debe caminar para que los músculos no se contraigan y ayude a sanar más rápido- nos explicó.

-No quedarán secuelas; no ha llegado a derivar en una peritonitis; calculamos que en unas tres semanas podrá retomar su vida normal- nos tranquilizó el otro doctor.

Se despidieron de nosotros en el momento en que la cama con mi niña entraba en la habitación. Estaba pálida, pero con una expresión tranquila en su rostro, y todavía dormida. Una vez que la acomodaron, la enfermera nos indicó que despertaría en un rato. Me acerqué a ella, intentando no llorar; me dolía verla ahí tumbada, con la vía puesta, parecía tan frágil.

-Cariño- susurré, apartando un mechón de su frente y tomándole una mano. Se removió un poco, pero siguió dormida. Me dejaron sólo con ella en la habitación, nadie se quería ir a casa hasta que abriera los ojitos. Acerqué el sillón a la cama, y sin soltar su mano, permanecí allí hasta que la sentí removerse.

Escuché un leve quejido; automáticamente levanté la vista. Sus ojos se abrieron poco a poco, enfocándome con ellos.

-Edward- murmuró, apretando mi mano. Me levanté cómo un resorte, sentándome con cuidado en la cama.

-Mi vida... Bella- llevé su mano a mis labios, besándola despacio -ya ha pasado cariño, ya está- se intentó incorporar, pero se llevó su mano hacia el lugar dónde debía estar los puntos.

-Me duele- se quejó, con los ojos vidriosos.

-Es normal... los puntos te tirarán unos días- le expliqué -no hagas esfuerzos-.

-Lo... lo siento- me miraba con miedo y preocupación -no pensaba que sería una apendicitis... y no quería gritarte, diciendo que te preocupabas demasiado y...- la callé con un dedo.

-Soy yo el que lo siente... no debí haberme marchado- musité pesaroso y enfadado conmigo mismo.

-No Edward... tenías que hacer ese viaje- me recordó -y ahora lo he estropeado todo- la miré sin entender -no podré ir a Gales, y habrá que reorganizar la agenda y...-.

-Cariño- la interrumpí -eso no importa ahora; lo primero que tienes que hacer es recuperarte... y el resto puede esperar... yo te cuidaré- le prometí -no iré a ningún compromiso hasta que no estés bien... me he llevado un susto de muerte- balbuceé con la voz rota.

-Estaba muy asustada... lo único que quería era que llegaras- limpié una lágrima que caía por su cara, y ella apoyó su mejilla en mi mano.

-No llores mi amor, ya ha pasado todo- la consolé con una pequeña sonrisa -espero que puedas perdonarme, por no estar a tu lado y...-.

-No tengo nada que perdonarte Edward, no ha sido tu culpa- me explicó con paciencia. Tiró de mi mano, acercándome a ella; entendí sus intenciones y dejé un pequeño beso en su boca y en sus mejillas.

-¿Vendrás mañana?- me preguntó con voz temblorosa.

-Me quedaré aquí contigo, hasta que te den el alta-.

-Pero Edward... seguro que acabas de aterrizar, y estarás cansado y...- negué con la cabeza, besándola de nuevo.

-No voy a separarme de ti... he pasado mucho miedo, y no estaría tranquilo- iba a volver a protestar -y eso no se discute- terminé serio y rotundo.

-Está bien- se dio por vencida -necesito incorporarme un poco, me duele la espalda- me pidió. Pasé un brazo por su cuerpo, sujetándole con cuidado la cintura y poniéndole las almohadas más altas. Después de volver a tumbarla sobre ellas, una pequeña sonrisa apareció en su cara.

-¿Mejor?- interrogué; afirmó con la cabeza, moviéndose un poco y haciéndome sitio a su lado.

-Ven- me pidió, señalando el sitio que había dejado. Nada más apoyar mi espalda en la almohada, apoyó su cabeza en mi hombro, suspirando satisfecha.

-¿Han avisado a mi familia?- me preguntó.

-Mi madre ha hablado con ellos, y yo también hace un rato, ¿quieres llamarles?-.

-Sí, se quedarán más tranquilos- cogí el móvil, marcando el número de su casa y pasándoselo.

Mientras Bella hablaban con su padre, salí un momento a la salita, informando al resto de que ya había despertado. Volví a entrar, cuándo ella colgaba con una mueca de enfado.

-¿Qué te pasa?- me acerqué a la cama, preocupado.

-He intentado convercerlos de que no vengan, pero no me hacen caso- refunfuñó cruzándose de brazos.

-Cariño, es normal que quieran venir- le dije, sentándome de nuevo a su lado -además, si todo va bien, mañana te quitarán el suero y te darán el alta- le dije.

-¿De verdad?- asentí con una pequeña sonrisa, tomándole de la mano -y ahora, tienes algunas visitas- le indiqué la puerta. Mi familia entró, acercándose a la cama.

-¿Cómo te encuentras hija?- le preguntó mi padre, después de darle un beso.

-Cansada... y los puntos me duelen casi tanto cómo la propia apendicitis- dijo con una pequeña mueca.

-Menuda racha llevamos en esta casa; primero Jazz, ahora tú... el doctor Libss está haciendo horas extras a montones- dijo mi hermana divertida.

-He hablado con Ang y Ben; se han enterado en cuánto han visto las noticias- nos explicó Rose -mañana te llamarán- le dijo a Bella, que pareció animarse un poco con todos allí.

Un rato después, ya de noche, mi familia se despidió, y por fin nos quedamos un poco tranquilos. Emmet me traería ropa y algo de comer.

-¿Así qué vas a hacer de enfermero?- me sondeó divertida mi niña, acurrucándose contra mi.

-Sip- respondí pagado de si mismo -¿quieres que me vista de blanco?- interrogué malicioso.

-No te quedaría mal- dijo con una pequeña risita, pero en su cara se formó una mueca de dolor -me duele si me río, si toso...- se quejó. En ese momento, Emmet entró por la puerta. Después de saludarme, se acercó a la cama.

-¿Cómo estás?-.

-Cómo si me hubiera arrollado un camión- respondió cansada.

-No debimos dejarte hacer el examen esta mañana; al aparecer en el coche, ya estaba realmente mal- me explicó Emmet.

-No hubieras podido conmigo; a terca no me gana nadie- se cruzó de brazos, mirándole fijamente.

-Me lo creo- rodé los ojos, negando con la cabeza

-Tenía que hacerlo... sino no podemos casarnos- susurró con voz contenida.

-Bella... no llores cielo- ella me abrazó cómo pudo, escondiendo su cara en mi cuello -no quiero que te agobies... seguro que lo has aprobado- la consolé. Todavía estaba muy asustada... y sabía que Bella odiaba los hospitales, le traía demasiados recuerdos por todo lo de su madre.

-No llores pequeña Bells- Emmet se quedó un rato más con nosotros; mi niña se calmó e incluso bromeamos un rato los tres, hasta que empezó a bostezar. Nuestro amigo se despidió de nosotros, recordándonos que estaría en la salita. Me puse un chándal y una camiseta, y al salir del baño Bella ya estaba prácticamente dormida.

-Descansa cariño- besé su frente, tapándola y echándome en la cama de al lado, cayendo enseguida dormido.

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A la mañana siguiente, abrí los ojos cuándo la luz del sol me despertó. Giré mi vista hacia Bella, que me miraba con cariño. Tenía mejor color que ayer, y se veía un poco más animada.

-¿Por qué no me has despertado?- me incorporé rápidamente, acercándome a su cama.

-Estabas muy cansado del viaje... y yo he pasado buena noche, las enfermeras me han vigilado... no llevo ni diez minutos despierta- me informó. Se incorporó con esfuerzo, acercándose a mis labios, dejando un pequeño beso.

-Buenos días pequeño- susurró con una pequeña sonrisa. La sujeté por la cintura, para que no estuviera incómoda.

-Buenos días cariño- se abrazó a mi, suspirando tranquila. Pasé las manos por su espalda, dejando un besito en su cabeza -¿te duelen los puntos?- interrogué preocupado.

-Un poco... ésto, verás... necesito ir al baño- me pidió con un poco de vergüenza.

-Yo te ayudo, tranquila- acerqué sus zapatillas a la orilla, y con cuidado se sentó en la cama. Le costaba mucho moverse. Se agarró al soporte del suero, y pasó su otro brazo por mi cintura.

-Ufsss... me tiran mucho- se quejó, una vez estuvo de pie.

-Despacio- le recordé, sujetándola. Poco a poco llegamos al baño, y mientras ella se aseaba, fui a dar los buenos días a Emmet, el pobre había dormido en el sofá. Me dijo que me traería un café y que Embry estaba en la puerta.

-Edward- me llamó mi novia; me acerqué a la puerta, y la encontré apoyada en el lavabo, esperándome.

-¿Necesitas algo más?- le pregunté, una vez la senté en la cama.

-Un besito- puso un puchero de lo más lastimoso; reí divertido.

-Eso no tienes que pedírmelo- me acerqué a ella, pero literalmente se me echó encima, pasando sus manos por mi cuello y besándome con urgencia. Al estar sentada al borde de la cama, pude rodear su pequeña cintura con mis brazos, ya que la cama estaba muy alta. No sé el tiempo que estuvimos así, hasta que una voz burlona carraspeó antes de decir algo.

-Veo que alguien va a necesitar muchos mimos los próximos días- a regañadientes me separé de mi novia, mirando a Emmet, que veía acompañado de Rose, mi hermana y Jasper.

-Buenos días Bellie... se te ve mejor- canturreó mi hermana con una sonrisa malévola. Mi niña rodó los ojos, un poco molesta por la interrupción.

-Buenos días chicos- los saludó, sonrojada y acomodándose en la cama.

-Sentimos la interrupción- Jazz me palmeo el hombro, riéndose entre dientes. Mientras ellos se quedaban con Bella, fui a asearme y cambiarme al baño. Al terminar, me senté al lado de Bella, apoyado en las almohadas mientras tomaba el café.

-¿Qué tal has pasado la noche?- le preguntó Rosalie.

-Muy bien; no me he despertado mucho y he descansado... aunque ahora casi no me pueda ni mover- se volvió a quejar -además, tengo un buen enfermero- me miró con una sonrisa.

-Tienes a todo el país revolucionado- dijo mi hermana con una risa.

-Ni me lo recuerdes- rodó los ojos -qué vergüenza...- musitó roja como un tomate.

-Tu padre ha hablado con Charlie y Sue... llegan mañana- nos informó Jasper.

-Les dije que no vinieran... nunca me hacen caso- resopló fastidiada.

-Cariño, es normal que quieran venir- le volví a decir. La conversación tomó un rumbo más divertido, hasta que los médicos llegaron para examinar a mi novia. En ese momento los chicos se marcharon y llegaron mis padres. Esperamos en la salita, hasta que salieron a informarnos.

-La señorita Isabella se encuentra bien; ha pasado buena noche y ha ido al baño, eliminando la anestesia- nos explicó el doctor Shield y la herida está limpia y bien, hemos hecho la primera cura-.

-¿Podrá irse a casa hoy?- interrogó mi padre.

-Vamos a retirarle el suero en unas horas, y probaremos a darle alimentos; si los tolera bien, por la tarde a última hora le daremos el alta- nos explicó el otro doctor. Conversamos con ellos unos minutos más, y entramos de nuevo en la habitación, dónde una enfermera le ponía un algo en la vía.

-Es para que no le duelan tanto los puntos- nos informó; una vez se marchó, mis padres se acercaron a la cama.

-¿Cómo estás hija?- mi madre se sentó a su lado, tomándole de la mano.

-Mejor... pero cansada y...- sus ojos se aguaron, y un sollozo salió de su labios.

-Bella, ¿qué tienes?- me acerqué corriendo a su lado, y ella se abrazó a mi, escondiendo su carita en mi pecho.

-¿Qué te pasa cielo?, ¿estás peor?- interrogué asustado, acariciando su espalda.

-Siento mucho todo lo qué ha pasado- murmuró entre lágrimas.

-Cariño, ¿por qué dices eso?; no es tu culpa, ni la de nadie... ha pasado y punto- le dijo mi madre.

-Es que... ahora me perderé muchos compromisos, y os voy a hacer cambiar toda la agenda de golpe y porrazo y...- la callé.

-Eso no importa ahora, lo primero eres tú y tu salud... y por los viajes y actos no te preocupes; todo se puede reajustar y posponer- le explicó mi padre. Ella giró su rostro, mirando a mi padre hipando y sollozando.

-Bella, ahora tienes que recuperarte; y ya te dije ayer que no iremos a ningún sitio hasta que estés bien- le recordé, dejando un beso en su frente.

-¿Seguro que no pasa nada?- negué con la cabeza, al igual que mis padres, intentando tranquilizarla.

-Seguro- pareció convencerse, pero cuándo quise acomodarla en la cama, apretó su agarre contra mi cintura.

-No- susurró -quédate aquí- me pidió. Me senté a su lado, y ahora si se acurrucó entre mis brazos.

La mañana pasó tranquila; mandaron muchos ramos de flores y regalos para mi niña, que leía las notas alucinada y sorprendida, por el cariño de la gente y de diversas instituciones y autoridades. Mis padres se quedaron a comer con nosotros, y tal y cómo nos dijo el doctor Shield, le retiraron el suero, dándole un yogur para comer. Al ver qué lo toleraba bien, a eso de las ocho y media de la tarde, nos dijeron que podíamos irnos a casa. Rosalie le había traído ropa cómoda, por si acaso. Una vez le ayudé a vestirse y recogimos los papeles, los doctores que la habían operado y el director del hospital nos acompañaron hasta la salida, despidiéndose de nosotros; les agradecimos la atención prestada, y nos acercamos a la prensa, que llevaba un día y medio haciendo guardia allí.

Bella iba agarrada a mi, no quiso ir en una silla de ruedas. Con paso lento, quedamos enfrente de ellos.

-¿Cómo se encuentra, señorita Isabella?- le preguntó Leah.

-Mucho mejor, pero muy cansada- respondió mi niña.

-¿Se llevaría un susto tremendo?- me preguntó Jake.

-Imaginénse, me pilló de vuelta del Líbano, en pleno avión- le expliqué.

-Pero son cosas que pasan- interrumpió mi niña -pero ha sido un susto, y ya ha pasado- siguió relatando.

-¿Qué pasará con el viaje a Gales y el resto de compromisos?- preguntó otro periodista.

-Se pospondrán hasta que Isabella se recupere- le expliqué -los médicos estiman que en una tres semanas estará recuperada del todo-.

-Muchas gracias por su interés- les agradeció mi novia, con una pequeña sonrisa.

-Le deseamos una pronta recuperación- dijo Leah, sonriéndole con ánimo.

-Muchas gracias a todos; si nos disculpan, debemos irnos- les dije, a modo de despedida y encaminándonos hacia el coche. Ayudé a Bella a subir, y rápidamente, nos dirigimos a palacio.

En la entrada principal, estaban mi familia y muchos de los empleados, preocupados por ella. Salió del coche, y saludó uno por uno a todas los que estaban allí, agradeciéndoles su preocupación. Emily, Maguie y Zafrina la abrazaron con cariño.

Al ver lo cansada que estaba, mi madre le pidió a Emily que nos sirvieran la cena en nuestro cuarto, para poder descansar. Alcé a Bella en brazos, adentrándome en casa.

-Pensaba que tenía que andar- protestó divertida.

-Eso lo dejaremos para mañana; estás agotada- le expliqué un poco serio. Ella sonrió, rodeándome el cuello con sus manos y acomodándose en mis brazos, suspirando satisfecha. Besé su frente, dejando salir un suspiro de alivio... me costaría mucho recuperarme de este susto.

-Eres mi enfermero favorito- su aliento me hizo cosquillas en mi cuello.

-Y tu la paciente más bonita del mundo... aunque un poco protestona- objeté con una risa. Levantó su cabeza, queriendo decirme algo en su defensa... pero la callé con un beso, camino de nuestra habitación.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 12/9/2010, 6:35 pm

Capítulo 39: ¿Qué llevas debajo?

Llevaba un par de días en casa, y aunque todavía casi no podía ni moverme, nunca había estado tan cuidada y atendida. Mi enfermero particular no hacía otra cosa que mimarme y estar conmigo todo el tiempo.

Finalmente convencí a Sue y a mi padre para que no vinieran; sería una paliza de viaje para tan pocos días, y no quería que dejaran a la abuela tanto tiempo sola; necesitaban todas las vacaciones y días libres para poder venir un mes antes de la boda y quedarse hasta que pasara, cómo era su intención. Además, a principios de abril vendrían dos semanas, junto con Ang y Ben, para las vacaciones de Pascua. No se quedaron muy conformes... pero el no estar más que un día hospitalizada pareció tranquilizarles; hablábamos con ellos dos veces al día, tanto yo cómo Edward y sus padres.

El doctor Libss venía a verme a diario, para hacerme las curas y ver mi evolución; en ello estaba cuándo Edward apareció por la puerta. Le miré ansiosa; había ido a la universidad, a enterarse de las notas de los últimos exámenes. Se acercó a la cama, y tuvo que apartar su vista, ya que la cicatriz y los puntos estaban al aire.

-Bien señorita Isabella; todo marcha a la perfección; en unos seis días más o menos podré quitarle la sutura- me informó, poniendo una gasa limpia y esparadrapo -¿le duelen mucho?- me interrogó.

-Me tiran; es desagradable- le expliqué -y a ratos me pican mucho- Edward se sentó a mi lado, tomándome de la mano.

-Eso es que la herida está cicatrizando bien y los puntos están haciendo su trabajo; no tiene por qué preocuparse- me tranquilizó; después de tomarme la temperatura y la tensión, se despidió de nosotros hasta mañana. Edward le acompañó a la puerta, y después volvió a mi lado, tumbándose en la cama y rodeando cuidadosamente mi cintura.

-Hola pequeño- giré mi cara, dándole un pequeño beso, que devolvió con gusto.

-Hola mi vida, ¿cómo te encuentras?- interrogó preocupado. Me acomodé en su pecho, descansando un poco; sabía que le había dado un susto tremendo, y él también lo había pasado muy mal.

-Mejor... pero dime, ¿cual es el veredicto?- interrogué medio histérica. Puso una mueca de decepción... y me tensé.

-Siento comunicarle, señorita Swan- se quedó callado unos instantes -que a expensas de la nota del último examen, hemos aprobado todas las asignaturas de quinto curso- me reveló con una sonrisa divertida. Dejé salir todo el aire contenido en mis pulmones, sintiendo que mi corazón y mi pulso volvían a a su ritmo normal.

-Ufffsss... me habías asustado- le regañé suavemente, dándole un pequeño codazo en las costillas; me miraba con ojos traviesos y una sonrisa juguetona.

-No te enfades cariño... sabes qué me encanta hacerte rabiar- murmuró contra mi cuello, dejando un dulce cosquilleo en él.

-Un día me enfadaré de verdad- rezongué con paciencia.

-¿Estaría eso en tu lista para querer divorciarte de mi?- preguntó con una ceja alzada; pero al no escuchar respuesta, sonrió -ves; tu mirada te delata... en el fondo te encanta- afirmó pagado de si mismo, dejando un camino de dulces besos a lo largo de mi cuello. Me quedé quieta unos momentos, queriendo resistirme a sus caricias... pero me conocía a la perfección, y sabía que besarme esa zona me dejaba sin sentido.

-Ésto también me encanta- balbuceé en voz baja -debería incluir en el contrato prematrimonial besos de este tipo todos los días - medité en voz alta.

-Pero eso ya lo hemos hablado; no te voy a hacer firmar un documento de ese tipo- se separó de mi, mirándome serio -lo he hablado con mis padres y están de acuerdo- me volvió a explicar.

-Pero a mi no me importa, Edward; aunque firme esas clausulas, eso no va a cambiar mis sentimientos en absoluto- le relaté -ambos sabemos que nuestro matrimonio es por amor- sonrió al escuchar las últimas palabras.

-Ya lo sé mi niña- me besó la frente- pero no quiero hacerte pasar por eso; no es obligatorio aunque sea una boda de estado- me recordó -mis padres tampoco lo firmaron-.

-¿Entonces sólo firmaremos las capitulaciones matrimoniales?- le interrogué.

-Eso es; consisten en el acta de matrimonio y tu vinculación a la Casa real... no puedo esperar a que alguien se dirija a ti llamándote alteza real- murmuró divertido -me encantará ver cómo reaccionas-.

-Me va a costar acostumbrarme- le di la razón.

-Pero el título que más me gusta es el de señora de Edward Anthony Masen Cullen- expresó con una sonrisa orgullosa.

-Isabella Marie Cullen... suena bien- le volví a dar la razón; otro pensamiento cruzó mi mente -quedan solamente cuatro meses- suspiré contenta.

-Cuatro meses y cuatro días- me explicó feliz -para verte vestida de blanco, caminando hacia mi-. Me aovillé contra él cuidando mi herida, y mi novio me recibió de nuevo en sus brazos.

-Parece qué fue ayer cuándo volví de Forks a buscarte... y del anuncio del compromiso- era cierto; no podía creer que el tiempo pasara tan rápido.

-Es verdad- me apoyó -hablando de la boda, ¿cómo van las confirmaciones?- interrogó curioso.

-Pues... van bastante bien; los Weber, los Cheney, los Newton, los Lohire; la comisaría en pleno... los padres de Rose y sus hermanas, los padres de Emmet... y todos nuestros compañeros de clase y la mayoría de los profesores- terminé de enumerar -aparte de las Casas reales, políticos y familia- enumeré con los dedos.

-Hum... le preguntaremos a Maguie y a Zafrina, que más o menos llevan el número calculado- resolvió -y ahora- se volvió a mirarme -hora del paseo; recuerda que debes moverte, lo dijo el médico- me advirtió.

-Pero está lloviendo- me quejé cómo una niña pequeña. Rió suavemente, besando mi frente.

-No vamos a ir fuera... ¿no tienes curiosidad por saber cómo van las obras de nuestra futura casa?- me interrogó con una sonrisa.

-Vamos- exclamé contenta, incorporándome con cuidado.

Cómo si fuera una muñeca de cristal, Edward pasó su brazo por mi cintura, para que pudiera apoyarme en él. Pasito a pasito llegamos a lo que sería nuestra casa; estaba al final del pasillo oeste, al lado de las dependencias de la familia, pero lo suficientemente apartadas para tener un poco de intimidad. Entramos a lo que sería nuestro dormitorio, que estaba comunicado con un inmenso vestidor y aparte, un espacioso cuarto de baño. Al lado estaría nuestro pequeño despacho. Enfrente de estas habitaciones, una espaciosa sala, enorme y con un balcón a los jardines, y al lado de éste último, cinco dormitorios más, tres de ellos con baño propio. La decoración respetaba la estructura original de las salas, así cómo la decoración de los techos y las paredes, y lo amueblaríamos con muebles que los de conservación y patrimonio estaban restaurando, y por todo lo que adquiriéramos en nuestros viajes.

Incluso tendríamos una pequeña cocina, para cuándo no tuviéramos viajes y compromisos, y poder hacer un poco vida de casados... aunque de las comidas importantes y oficlaes se encargaría Emily, por supuesto. Al entrar en lo que sería el salón, vimos que estaban cambiando el parqué del suelo, de modo que Edward me cogió en brazos.

-No quiero que tropieces- se encogió ligeramente de hombros. Rodé los ojos, negando con paciencia.

-No puedo creer que pese tan poco- le dije con el ceño fruncido -siempre me llevas cómo si cargaras un peluche-.

-Pues así es; en serio cariño, siempre ha sido muy delgada... y ahora con la operación has bajado de peso- me explicó, dejando un besito en mi nariz.

-Debo estar pálida y flacucha- musité un poco enfadada. Se paró en mitad del pasillo, mirándome con una mueca de desaprobación.

-Estás preciosa, cómo siempre- dijo serio, mientras se metía en una de las habitaciones. Me quedé mirando a mi alrededor, imaginando a nuestros niños jugando allí.

-¿Te imaginas cuándo no sólo seamos tú y yo?- susurré en voz baja.

-Sí que me lo imagino- contestó con una pequeña sonrisa. Seguimos el recorrido por nuestra casa, si se le podía llamar de alguna manera, saludando a los trabajadores y charlando un rato con el arquitecto. La mañana se pasó deprisa, y le pedí a Edward que me llevara al comedor para poder compartir el almuerzo con la familia.

-Bien; mañana vuestra madre y yo nos vamos de viaje oficial a Argentina; os quedáis de dueños y señores de la casa- nos recordó su padre.

-Alice; espero que te pongas las pilas; dentro de dos semanas tienes varios parciales- Esme la miraba arqueando una ceja, ante el resoplido de mi cuñada.

-Qué suerte tenéis- nos dijo fastidiada -ya habéis terminado-.

-Sip... y menos una nota que no sabemos, hemos aprobado todas las asignaturas- anunció Edward al resto de la mesa.

-Muchas felicidades hijos- Esme nos dio un beso a cada uno, levantándose en cuánto se lo dijimos.

-Habéis hecho un gran trabajo- nos felicitó su padre -estamos muy orgullosos-. Miré a Edward con una sonrisa cómplice... por fin veía un poco de luz en el camino, y ya no estaría tan nerviosa.

La conversación volvió de nuevo al viaje que realizarían Esme y Carlisle a Argentina, contándonos un poco las ciudades que visitarían... pero no pude llegar a los postres sin que me cansara de estar sentada... era un verdadero engorro. Edward notó mi malestar.

-¿Te duele?- me interrogó serio.

-Necesito cambiar de postura- aclaré con un pequeño quejido; me sentía rara y por qué no decirlo, un poco mal, dando tanto la lata.

-¿Quieres ir al salón?- tomaré allí el postre contigo, y estarás más cómoda en el sofá.

-Nos lo tomaremos todos- dijo mi padre.

-Así te hacemos un poco de compañía Bellie... que mi hermanito te tiene encerrada en vuestro dormitorio- dijo la pequeña duende, con una mueca burlona. Nos acomodamos en el salón, terminando el postre y teniendo una buena tertulia en torno al café.

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Diez días después, ya entrado el mes de marzo, podía decirse que estaba bastante recuperada. Hacía más de una semana que me habían quitado los puntos, y poco a poco iba recobrando el ajetreo diario; todavía andaba despacio, y me cansaba con facilidad, pero ya podía moverme sin tener que estar apoyada en alguien. Edward no se había separado ni un minuto de mi lado, nunca me habían cuidado así, ni siquiera mis padres o Sue.

Íbamos en nuestro coche, camino de la facultad, para que nos dijeran la nota del último examen. Estaba muy nerviosa, y no las tenía todas conmigo... estaba realmente mal cuándo lo hice, y no recordaba ni una palabra de lo que puse. Retorcía mis dedos cual papel de fumar, presa de nos nervios; mi novio se dio cuenta, y posó su mano en mi pierna, dándole un ligero apretón.

-Cálmate, te vas a romper los dedos- observó divertido.

-Ojalá pudiera- musité entre dientes y rodando los ojos.

-Tranquilízate- me volvió a decir.

-¿Acaso no estás preocupado?- se encogió levemente de hombros.

-Lo que tenga que ser, será; bastante hiciste con hacer el examen en las condiciones que te encontrabas- me explicó mientras aparcaba; sin darme cuenta habíamos llegado. Cuándo Emmet y Quil nos hicieron una seña, bajamos del coche y nos dirigimos al despacho del señor Delamore, que nos esperaba.

-¿Cómo se encuentra, señorita Isabella?- me preguntó después de saludarnos.

-Ya estoy casi recuperada- le expliqué.

-¿Cómo pudo venir en esas condiciones a hacer el examen?- me interrogó serio.

-Tenía que hacerlo- repuse tímida y con la cabeza gacha.

-Pero ha sufrido una intervención quirúrgica- me reprendió -eso es un caso de fuerza mayor; se podría haber aplazado el examen sin ningún problema- Edward me observaba, diciéndome con los ojos ¿lo ves?.

-Bien; el caso es que ya está hecho y no hay vuelta de hoja, tomen asiento por favor- una vez lo hicimos, empezó el discurso.

-Alteza, enhorabuena; notable alto- miré a Edward con una sonrisa, tomándole de la mano; sentí que respiraba aliviado.

-Y enhorabuena a usted también señorita Swan, también ha aprobado- mi cara giró cómo un resorte, mirando incrédula al señor Delamore.

-¿De verdad?, ¿me lo está diciendo en serio?- inquirí, completamente alucinada.

-Absolutamente en serio; no ha sacado una nota tan alta cómo su alteza; pero ha aprobado, y con nota de sobra- me explicó con una sonrisa.

-Bella- Edward apretó mi mano, me miraba con una gran sonrisa. Tuve que contenerme el levantarme y arrojarme en sus brazos... una de nuestras principales preocupaciones antes de la boda había pasado, para nuestro alivio.

-Mis felicitaciones para ambos; han hecho un trabajo magnífico- nos felicitó.

Durante la siguiente media hora, hablamos sobre el proyecto de fin de carrera, que presentaríamos en treinta y uno de mayo, con otros alumnos de quinto curso, ante el tribunal evaluador. Le dijimos el tema de cada trabajo, y nos estuvo aconsejando cómo empezar a desarrollarlo. Nada más salir de allí, y viendo que no había nadie en los pasillos, ya que eran horas de clase, mi novio me cogió en brazos, dando vueltas conmigo y riendo felices.

-¿Lo ves?; no conocía a nadie capaz de hacer un examen con una apendicitis, y encima aprobarlo- meditó en voz alta, divertido por la situación -felicidades cariño- mirando a nuestro alrededor, dejó un pequeño beso en mis labios.

-Lo mismo te digo- le devolví de vuelta -podríamos celebrarlo- le propuse -ahora que más o menos estoy bien, podríamos cenar por ahí, algo tranquilo- le sugerí.

-No suena mal, hecho- me prometió, abrazándome de nuevo.

-Deduzco que las cosas han ido bien- la voz de nuestro amigo hizo que nos separáramos.

-Hemos aprobado los dos- le informó Edward. Tanto Emmet cómo Quil nos felicitaron; mientras éste iba a buscar a Rosalie, aprovechamos el cambio de clase para ir a ver a nuestros compañeros, ya que no teníamos que seguir yendo a clase. Nos desearon suerte para el proyecto, y quedamos en que les iríamos llamando para las celebraciones de la boda, a las que ya venían todos.

Esa noche, después de pasar el día con la familia y de que llamara a mi padre y a Sue, salimos a celebrarlo. Edward me llevó a un restaurante que habían inaugurado hace poco, al lado de Oxford Street; era moderno y de diseño. Allí, en una mesa apartada, brindamos por el resultado de nuestros exámenes, y por la cuenta atrás para la boda, que ya había comenzado.

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El final de la segunda semana de marzo anunciaba el inicio del viaje oficial a Escocia. Finalmente, el viaje a Gales quedó fijado para después de las vacaciones de Pascua, a mediados de abril. A Irlanda del Norte iríamos dos días a principios de junio, justo antes de la boda. Íbamos a ir a mediados de mayo... pero el catorce de ese mes había acontecimiento importante en la realeza europea; los reyes de España celebraban el treinta y cinco aniversario de su subida al trono, y había varias celebraciones a las que asistían toda la realeza europea, y nosotros también estábamos invitados, junto con toda la familia; conocería al resto de las Casas reales antes de nuestra boda. Tenía mucha curiosidad por conocer a Christian y Carlos y a sus mujeres; Edward me hablaba mucho de ellos; incluso Madde y Valeria me llamaron cuándo se enteraron de mi operación, y había recibido unos inmensos ramos de flores por parte de ellos y de otras Casas reales. Fueron muy amables hablando conmigo, y dijeron que tenían muchas ganas de conocerme en persona.

El lunes diecisiete de marzo aterrizamos en el aeropuerto internacional de Edimburgo, a las nueve y media de la mañana. Hacía bastante frío, y me abroché bien el abrigo antes de bajar por la escalerilla del avión. El primer ministro escocés nos recibió al pie de las escalerillas, junto a su esposa. Después de saludar a Esme y Carlisle y al resto de la familia, su vista se posó en mi.

-Es un honor conocerla por fin, señorita Isabella- me estrechó a mano con simpatía y una sonrisa tranquilizadora. Eran un matrimonio joven, de unos cuarenta años.

-El placer es mío; tenía muchas ganas de conocer Escocia por fin- expresé contenta.

-Y nosotros teníamos ganas de que la futura duquesa de Rothesay nos visitara; todos los escoceses esperan verla de cerca- sonreí, recordando que el ducado de Rothesay era el título oficial de Edward en Escocia, y yo lo llevaría también.

Después de saludar a toda la familia, Carlisle y Edward se adelantaron, pasando revista a las tropas que estaban allí para recibirnos. Me quedé por detrás de Esme, a la altura de Alice; Jasper estaba detrás nuestro. Una vez pasaron los saludos militares, ambos volvieron a nuestra posición, mientras el ambiente se quedaba en silencio, y las gaitas empezaron a entonar el himno de Escocia. Edward se puso a mi lado, justo unos pasos detrás de sus padres.

-Qué curioso- le susurré una vez terminó, tomando del brazo a mi prometido, camino de los coches -nunca lo había escuchado, es bonito, con el sonido de las gaitas y tambores- le confesé.

-Es curioso de escuchar- me dio la razón con una sonrisa. Observé que entre la prensa allí desplazada estaban Leah, Seth y Jacob. Posamos un momento antes de subir a los coches.

-¿Ya se encuentra totalmente recuperada, señorita Isabella?- me interrogó Seth.

-Prácticamente sí- le respondí con una pequeña sonrisa.

-¿Tenía ganas de conocer Escocia?- me interrogó otro de los periodistas.

-Tengo ganas de conocer toda Gran Bretaña; y por supuesto que tenía ganas de conocer Edimburgo- contesté. Después de que Edward contestara a otra pregunta, nos metimos en el coche, camino de Bute House, residencia del primer ministro escocés. Allí teníamos un almuerzo oficial con el anfitrión de la casa, el alcalde de la ciudad y otras autoridades locales.

Nada más llegar allí, Carlisle, Edward y Jasper departieron un rato con el primer ministro Anhall y el ministro principal Philip McGons. Esme, mi cuñada y yo misma recorrimos la casa, acompañadas por las respectivas esposas. La señora Anhall era muy amable y simpática, no así Peggy McGons.

-¿Así que una apendicitis?- me preguntó con un tono que no supe describir.

-Sí, supongo que le pasa a mucha gente- le respondí de manera educada, sin entender por dónde quería salir. Alice se reunió conmigo, notando mi desconcierto.

-Curioso... y a sólo cuatro meses de la boda; el señor Zimman tiene razón- susurró con una mueca.

-¿A qué se refiere?- la pregunta de Esme hizo que nuestra vista girase hacia ella. Pude observar que la señora Anhall le dirigía una mirada reprobatoria a Peggy McGons.

-¿Si hubiera sido otro tipo de operación se nos hubiera informado?; pongamos que hubiera sido una operación de tipo... ginecológico- la miraba estupefacta, por lo que estaba insinuando -¿se nos habría dicho la verdad?-.

-Señora McGons- empezó Esme, intentando modular su tono de voz -puede que la Casa real cometa muchos fallos a veces -pero le aseguro que siempre intentamos dar la información verídica de las cosas- relató seria -pero... ¿no cree que el historial médico de una persona es un asunto privado?... además, puede ir usted misma a hablar con los doctores que la intervinieron- me señaló.

-La señora McGons no pretendía poner en duda el trabajo del departamento de prensa de palacio- intervino rápidamente la señora Anhall, fulminando a ésta con la mirada.

-Sólo expresaba una opinión que salió de la boca de un periodista- se excusó.

-De un periodista que pone verde a mi prometida sin conocerla en absoluto- la voz enojada de Edward llenó el salón.

-No pretendía ser descortés; ruego me disculpen- Peggy y la señora Anhall nos dejaron a solas unos minutos, excusándose y yendo a supervisar la comida.

-¿Te encuentras bien?- afirmé con un suspiro a la pregunta de mi novio. Después de mi salida del hospital, aun recibiendo la prensa partes médicos acerca de mi salud, algunas publicaciones y periodistas se dedicaron a difundir rumores... incluso se llegó a insinuar que había sufrido un aborto, o que me tenía que someter a un tratamiento para poder dar a luz un heredero. Los rumores eran tan absurdos y sin sentido, que no le dimos mayor importancia... pero adivinaba que había algo más detrás de esa afirmación de la señora McGons.

Una vez sentados en la mesa alargada, junto con otras veinte personas, el servicio colocó los típicos platos escoceses. Pude degustar la ternera Aberdeen Angus con distintos vegetales de acompañamiento, diferentes tipos de marisco, que según me iban contando Edward y Alice, el que se capturaba allí era de los mejores del mundo... y el haggis, que lo sirvieron con puré de patatas y boniato. Eran diferentes asaduras de ciervo... reconozco que a mi padre le encantaba ese tipo de carne, pero no a mi.

-Tiene un sabor muy fuerte- me advirtió Edward -a mi tampoco me gusta mucho- me confesó con voz baja.

Probé un poco del plato, no quería ser descortés... y efectivamente, era demasiado fuerte para mi gusto. La simpática señora McGons, a ver mi haggis casi intacto, se dirigió a mi.

-¿No le gusta?- señaló al plato.

-Está bueno... pero si le digo la verdad, no estoy acostumbrada a la carne con un sabor tan fuerte- le respondí.

-No sé qué tiene de malo nuestra comida... en América no hacen más que comer cosas grasientas- murmuró al invitado que tenía al lado, pero la escuché perfectamente, y Edward también.

-No pongo en entredicho su gastronomía- la contesté, un poco molesta ya -pero cada uno tiene unas preferencias-.

-Espero que nuestra futura princesa aprenda a apreciar los platos típicos de su futura patria- dijo otro señor, mirándome burlón.

Agaché la cabeza, incapaz de encontrar una frase con la que salir del paso. Sabía y tenía asumido que no gustaría a todo el mundo... pero cuándo se dirigían a mi de esa forma, me dolía.

-Una princesa inglesa no haría un feo así a sus anfitriones- ese pequeño comentario, hecho por alguien en formal confidencial, llegó a mis oídos. Me costó un esfuerzo sobrehumano retener las lágrimas, pero no podía perder los nervios. Edward agarró mi mano, negando con la cabeza en silencio, para que no les hiciera caso. Pensaba que la gente no se había enterado de ese comentario, pero algunos si lo oyeron; por suerte, Carlisle y Esme estaban en la otra punta de la mesa, ajenos a todo. Una vez pasó el mal rato, los comensales se dispersaron en una amplia sala, tomando el café y una copa. Decidí salir a pasear un poco por los jardines, sin que nadie se diera cuenta. Allí no pude retener por más tiempo mis lágrimas... lloré en silencio, y no sentí a Edward y sus padres detrás mío.

-Cariño, no les hagas caso- Edward me abrazó con delicadeza, dejando un beso en mi cabeza.

-Yo no quería hacer un desprecio a la gente... probé un poco... pero no me gustaba- me excusé.

-Hija, tranquila. El señor Melton nos ha contado qué ha pasado -me tranquilizó Carlisle- porque seas una princesa, no te tienen que gustar todos los platos- murmuró divertido, para tranquilizarme.

-No le hagas caso a la señora McGons... si no le gustas, es su problema; tú no le has hecho nada- me decía Esme.

-Con que me gustes a mi es suficiente- mi novio dio un tono juguetón a sus palabras, intentando animarme. Me reí un poco.

-Así quiero verte, feliz y contenta- dejó un suave beso en mi frente -ahora, tenemos que irnos a la Scottish National Portrait, a inaugurar una exposición- me recordó. Suspiré asintiendo, mientras me arreglaba la falda y la chaqueta que llevaba.

-¿De modo que voy a verte colgado en la pared del museo?- interrogué ya en el coche, camino de éste.

-Sip; en la sala dónde están todos los retratos de los Príncipes de Gales- me explicó, acercándome a su pecho -verás a mi padre de joven- añadió.

A la puerta del museo, ubicado entre los barrios Old Town y New Town, era un edificio grande y antiguo, y su construcción se asemejaba a a las de los palacios ducales venecianos, había mucha gente y periodistas ubicados en la entrada principal. Nada más salir del coche, mi nombre resonaba en mis oídos... el jaleo allí montado era enorme. Saludé a la gente que estaba allí, detrás del cordón del seguridad, antes de tomar a Edward de la mano y recorrer el museo. Esme y yo escuchábamos atentas las explicaciones del director, en las que Alice, cómo buena historiadora del arte, intervenía. Vimos la sala de hombres ilustres escoceses, así cómo otras galerías, pasando por el Salón de los reyes, dónde colgaba un retrato enorme de Carlisle, vestido con el manto de coronación y la corona real. Al llegar a la sala de los Príncipes de Gales, mi vista fue a un retrato de mi novio, con apenas diez años, con las insignias y los honores de la Orden de la Jarretera.

-Qué bien te queda el sombrero con la pluma; pareces un juglar- murmuré, conteniendo una sonrisa. Esme a mi lado, escuchaba los resoplidos mal disimulados de Edward, conteniendo la risa.

-Tenía once años cuándo le sacaron esa foto; nunca le había visto protestar tanto cómo ese día- me explicaba.

-Y más que se enfadó cuándo le dijeron que iban a hacer un retrato de esa foto- añadió su padre.

Al lado de ese cuadro, había otro, en el que Edward salía, ya adulto, con el uniforme de gala; todavía me impresionaba verle así, cómo un auténtico príncipe.

-Estás muy guapo- le susurré -pero en el otro retrato también sales muy mono- aclaré.

-Qué graciosa es mi niña- murmuró en tono sarcástico -no creas que no me cobraré todas tus bromas... en un sitio más íntimo- lo último que dijo, en ese tono tan bajo y sensual, hizo que me pusiera más roja que un tomate.

Después de recorrer gran cantidad se salas, pasando por retratos de toda la dinastía Cullen y la nobleza inglesa, con unos cuántos antepasados de Jasper, la dirección del museo nos acompañó hasta la puerta, despidiéndose de nosotros. Observé que el resto de la familia se acercaba a la gente, para darles la mano y saludarla, y eso hicimos Edward y yo, franqueados por Embry y Quil.

-Felicidades alteza-.

-Señorita Isabella, es para usted- una chica me tendió una rosa blanca preciosa.

-Que sean muy felices-.

Todos esos buenos deseos de la gente me emocionaron; a lado de Edward, estreché la mano de decenas de escoceses, y daba las gracias por las flores que me regalaban.

-Me quieren sin apenas conocerme... es increíble- susurré a mi novio, mientras éste daba la mano a una pareja de ancianos. En ese momento me importaron un cuerno los comentarios de la señora McGons y del señor Zimman... lo que en verdad contaba era el cariño de la gente, y con eso me bastaba. Con mi prometido de la mano, intentamos responder una por una a las muestras de cariño, hablando unos segundos con la inmensa mayoría y agradeciéndoles todo aquello de corazón.

Los dos días siguientes fueron un verdadero ajetreo; dormíamos en el palacio de Holyroodhouse, residencia oficial de la familia en Edimburgo, tan lujoso y enorme cómo el resto de los palacios ingleses. Allí me presentaron a Sir Jonh Fulton, homónimo de Preston y de Angus en Londres y en Windsor. Todo el servicio me dio una cálida bienvenida, y con la compañía de Jonh, Edward me enseñó el palacio.

Después de dos intensos días con diferentes actos en Edimburgo, hoy nos trasladábamos a la base naval de Clive, a cuarenta kilómetros de Glasgow; Edward y su padre, cómo almirantes de la Armada real, entregarían los despachos y diplomas a los nuevos oficiales. El protocolo exigía traje corto a las señoras, y al ser acto de gala y durante del día, tocado o pamela en la cabeza.

Me puse un vestido gris perla, con un abrigo a juego por debajo de la rodilla, también en gris, aunque un poco más oscuro que el vestido. Con un bolso de mano y unos zapatos de tacón en beige clarito, me dirigí al hall principal, dónde Esme, Alice y Jasper ya estaban esperándose.

-¿No te pones la pamela?- la pequeña duende vino hacia mi, enfundada en un traje chaqueta negro, con una blusa roja y un gracioso tocado a juego, una especie de diadema con una rosa en un costado, no muy grande.

-Necesito ayuda- suspiré resignada, tendiéndole el sombrero gris, de ala ancha y con una delicadas flores en un lateral. Mi cuñada rió mientras le tendía su bolso a Jasper, y me ayudó con ello. Cómo las alas del sombrero eran anchas y desiguales, lo inclinó un poco.

-Ahora pásame los alfileres- le tendí la sujeción del sombrero, y ella misma me las puso, observándome unos momentos.

-Estupendo; te queda muy bien- alabó la pequeña duende, mirando el resultado de su obra.

-Ya me puede quedar bien; esta pamela vale más que varios de los trajes que tengo- siseé rodando los ojos.

-Eso es porque te ves rara, hasta que te acostumbres a llevarla- me indicó. Esme se acercó a mi, enfundada en un traje marrón dos piezas, con un impresionante sombrero a juego.

-Estás muy guapa hija... y te digo lo mismo que Alice, todo es acostumbrarse a ello; además, gracias a dios hoy no hace viento- reí por la ocurrencia, pero también lo agradecía.

Mientras esperábamos a Carlisle y Edward, los tres me estuvieron contando anécdotas graciosas que les habían ocurrido alguna vez a las chicas con las pamelas. En ello estábamos, cuándo por fin entraron en la sala. Me quedé embobada mirando a mi novio; al igual que Carlisle, llevaba un uniforme azul negro, con una banda azul marino cruzándole el pecho. De la chaqueta pendían diferentes placas e insignias militares. Me acerqué lentamente, mientras me miraba de arriba abajo, sonriendo.

-Qué guapo; hacía mucho que no te veía cómo un auténtico príncipe- sonrió mientras negaba con la cabeza y me tendía un momento los guantes blancos que llevaba; una vez se colocó bien la banda, se los tendí.

-Y tú estás preciosa; nunca te había imaginado con un sombrero- me devolvió cómplice.

-Me cuesta acostumbrarme, créeme- contesté. Se inclinó, dejando un suave beso en mis labios... pero tuvo que girar la cabeza varias veces, ya que mi enorme pamela le impedía hacerlo. Me reí por sus intentos.

-Podrías facilitarme el asunto- protestó divertido y enojado a la vez. Alcé todo lo que pude mi cabeza, sin descolocarme mucho el sombrero, capturando sus labios de nuevo, y esta vez no le liberé tan fácilmente. Por suerte, la familia nos había dado un poco de intimidad, y ya estaban saliendo, de camino a los coches. Sentí que rodeaba mi cintura con sus brazos, estrechándome entre ellos... un hormigueo me recorrió de la cabeza a los pies; desde mi operación no habíamos tenido momentos de intimidad, y sin más rodeos... había pasado ya más de un mes.

-Me vas a matar de deseo- susurró en mi oído, dejando un pequeño beso en el lóbulo.

-Tenemos que irnos- murmuré contra sus labios y pasando los dedos por su mejilla. Asintió, resoplando fastidiado.

-Ésto no acaba aquí- me guiñó un ojo cómplice, dándome el brazo y cogiendo la gorra del uniforme que le tendía uno de los empleados.

Una vez allí, Esme, Alice, Jasper y yo fuimos acomodados en una tribuna preparada para la ocasión, con un toldo azul y el escudo de la dinastía Cullen a nuestras espalda. Desde nuestros asientos, seguimos el discurso de Carlisle, franqueado por Edward a su derecha. Después de la entrega de los diplomas, ambos se sentaron con nosotros, y desde allí, seguimos el desfile de las nuevas promociones. Una vez que el acto terminó, Edward y yo nos acercamos a uno de los barcos de instrucción que estaba anclado allí, explicándome el manejo de éste.

-¿Tú también estuviste en un barco así?- indagué curiosa. Asintió con la cabeza.

-Pasé cuatro meses de maniobras militares a bordo- me explicó mientras me sujetaba para acceder a la cubierta -partimos del puerto alemán de Bremerhaven, a sesenta kilómetros al noroeste de Bremen- se siguió contando.

-¿Y son tan serios y rectos cómo lo que cuentan?- seguí interrogando.

-Un poco- esbozó una de sus sonrisas torcidas -parecidos a los marines de EEUU-. Con la ayuda del capitán y del segundo a mano, fue enseñándome las distintas partes del barco, así cómo la sala de mandos y los camarotes de la tripulación.

-Cuánta tecnología- murmuré asombrada, estudiando uno de los ordenadores de última generación que tenían en una de las salas.

-Es un radar- me aclaró Edward. Tomada de su brazo, seguí interrogándole sobre mil y una cuestiones; a mi padre le encantaría todo ésto, y se lo quería contar con pelos y señales.

Desde allí nos trasladamos a la propia ciudad de Glasgow, dónde comimos con las autoridades en las Cámaras de la ciudad, antigua sede del Parlamento escocés antes de su traslado a Edimburgo. Después de comer, recorrimos el centro histórico, que había sido recientemente restaurado. El alcalde y el concejal de urbanismo nos explicó las obras que se habían llevado a cabo. Allí volvimos a saludar a la gente, que estaba apostada detrás del cordón policial, al igual que los periodistas. Distinguí de nuevo a Jacob, Seth y Leah entre ellos... pobrecillos, pensé para mis adentros, tienen que estar hartos de nosotros y de tener que seguirnos allá dónde íbamos.

A media tarde volvimos de nuevo a Edimburgo. Dado que Carlisle y Esme querían descansar un poco, decidimos salir a cenar junto con Alice y Jasper, y ver un poco la ciudad de noche. Cenamos en un restaurante pequeño y acogedor en Victoria Street, una de las calles más populares del Old Town; toda esa zona conservaba el empedrado original de las calles, y las fachadas antiguas de los pubs y comercios hacía que la zona no hubiera perdido el encanto del siglo pasado.

Al día siguiente, desayunamos tranquilamente, y después fuimos a prepararnos para el siguiente acto. La orden del Thistle, máxima condecoración de Escocia y equivalente a la Jarretera en Inglaterra celebraba el acto anual de investidura de los nuevos caballeros y damas. De nuevo el protocolo exigía traje corto para las damas, con pamela o tocado. Ese día opté por un traje beige, con blusa fucsia de gasa y una pequeña flor de gasa en un costado de mi cabeza, a modo de tocado, del color de la blusa.

Edward había desparecido misteriosamente de la habitación, y no me había dicho dónde iba. Al llegar al vestíbulo, Esme y Alice ya estaban allí. Observé que ambas llevaban la condecoración de dama de la orden prendida en el traje; era una pequeña lazada verde, de la cual colgaba una medalla.

.¿Dónde están los chicos?- interrogué curiosa. Ambas se miraron con una sonrisita cómplice.

-Terminando de vestirse- me explicó mi cuñada -¿sabes una cosa?- negué con la cabeza, curiosa -mamá y yo adoramos las ceremonias de investidura... nos lo pasamos muy bien- me explicó con una risita. Iba a preguntarme por qué, pero las vi mirar por encima de mi hombro, aguantando la risa... me giré... y ahora las entendía perfectamente.

Por el pasillo venían Edward, Carlisle y Jasper... ataviados con el collar de la orden... y los tres con falda escocesa.

Ninguna pudimos reprimir la carcajada; ver a Edward con el tradicional Kilt, de color verde oscuro y rayas rojas y azules, y las medias blancas era todo un poema.

-No tiene gracia- siseó Jasper, taladrando a su novia con la mirada. Edward me miraba serio y un poco enojado; por una vez, estaba rojo cómo un tomate.

-Vamos cielo, no te enfades conmigo... me ha chocado mucho verte así- confesé, mordiéndome el labio e intentando sofocar la carcajada. Me seguía mirando serio, con los brazos cruzados sobre su pecho.

-Estás muy bien- le volví a decir; pareció relajarse un poco... y la curiosidad pudo conmigo. Le hice una seña, para que quedara su cabeza a la altura de mi boca.

-Siempre he tenido curiosidad; ¿qué llevas debajo?- pregunté. Esme y Alice soltaron la carcajada, pero ellos seguían molestos.

-Antiguamente no se llevaba nada... pero ahora no es así- añadió rápidamente mi novio. Me mordí ligeramente el labio inferior... se veía muy sexy con la faldita, que dejaba al aire sus tonificadas y musculosas piernas.

-Tienes que hacerme un sreptease con la falda... por favor- le susurré en voz baja, sin que me oyera nadie.

-Ni lo sueñes... cariño, me muero de la vergüenza ya en este momento, imagínate en esa situación- resopló con paciencia. Ni con mis mejores pucheros estilo su alteza real Mary Alice Cullen conseguí convencerle. En el coche se le pasó un poco el cabreo inicial, mientras me contaba la historia de la falda.

-Se llaman Kilt; y cada clan o familia tiene su propio estampado de cuadros- me informó -por eso Jasper lleva la de su familia, y mi padre y yo la de la dinastía Cullen- me siguió contando.

-¿Siempre os las ponéis para la ceremonia de investidura?-. Afirmó con la cabeza.

-La orden del Thistle es la máxima distinción escosesa... y el kilt está considerado una prenda para ocasiones especiales- me seguía relatando -el año que viene, te concederán a ti el lazo y la placa de dama-.

-¿De verdad?- abrí un poco los ojos, por la sorpresa -no me lo habías dicho-.

-No te la pueden conceder hasta que seas princesa de Gales- me aclaró. Seguimos la conversación, hasta que el coche paró enfrente de la catedral de St. Gilles; dentro de ella, estaba la capilla de la orden, en un lateral del templo. Al cruzar el pórtico, observé que de las paredes pendían los entandartes y símbolos de la orden, y el himno de ésta era interpretado por gaitas y arpas escocesas. Esme, Alice y yo nos colocamos en un lateral, en unos sillones colocados expresamente para nosotras. Edward y Jasper ocuparon su sitio entre los miembros, mientras que mi suegro empezaba el discurso de bienvenida.

Durante el acto, observé que todos los miembros masculinos, tanto lo que ya pertenecían cómo los que iban a ser aceptados, iban con la falda. A todos se les hacía leer el juramento de fidelidad a la orden, y Carlisle les ponía el collar a los hombres; a las mujeres, se les ponía la pequeña lazada similar a las que llevaban Esme y Alice. La placa se les entregaba en un estuche de terciopelo, junto con el certificado de admisión.

Al terminar la ceremonia, regresamos al palacio, dónde se ofreció un pequeño buffet a los integrantes de la orden. Me presentaron a infinidad de personajes públicos y relevantes de la vida escocesa, desde políticos, hasta escritores y artistas. Edward no se separaba de mi lado, haciendo de perfecto anfitrión. A eso de las cuatro y media de la tarde el palacio quedó vacío... pero ya se estaba montando todo para la cena de gala de esta noche, que marcaba el fin de la visita oficial. Por lo que me explicaron antes de venir, sería cómo si se ofreciera una cena de gala en Buckingham.

Después de que nos peinaran a Esme, Alice y a una servidora, una vez en mi habitación, saqué de la funda el vestido de gasa celeste. Los tirantes eran un poco anchos y de gasa, y debajo del busto tenían adheridas unas cintas de piedras del mismo color; a partir de ahí, caía suelto hasta los pies, incluso tenía un poco de cola.

Con los zapatos y el bolso plateados, en conjunto quedaba muy bien. Me puse el collar y los pendientes pequeños del aderezo. Justo cuándo me daba el último vistazo al espejo, Edward entró por la puerta. Llevaba un frac de gala, con varias condecoraciones prendidas. Distinguí el collar del Thistle, la placa de la Jarretera y la del Imperio británico y la banda de la Real Orden Victoriana.

-Qué guapa estás- me tomó de las manos girándome cómo si bailáramos.

-Y tú también... no sé por qué odias el frac- le reproché con cariño, colocándole bien la pajarita blanca.

-Prefiero mil veces el uniforme de gala- se encogió de hombros -me encantan tus tirabuzones- observó mientras pasaba un dedo por un mechón de mi pelo. Esta vez lo llevaba semirrecogido, con una cascada de tirabuzones en la espalda.

-¿Dónde estaré sentada?- interrogué un poco preocupada.

-Las mesas aquí son redondas- me informó -presidiremos la mesa dos; mis padres presiden la uno, y mi hermana la tres- me explicaba -creo que estamos sentados con el señor McGons y señora- murmuró fastidiado y mirándome un poco preocupado. Negué con la cabeza, quitándole hierro al asunto.

-Tranquilo- deje un pequeño beso en su mejilla -estaré bien, y haré oído sordos si me dicen algo cómo lo del otro día- le prometí. Con una graciosa inclinación de cabeza, me ofreció su brazo. Sonreí mientras lo tomaba y nos dirigíamos a la sala que precedía al salón del trono. Allí estaban toda la familia, y el primer ministro y su esposa. Esme y Alice llevaban tiaras, bandas y placas, al igual que muchas de las invitadas nobles. Carlisle se acercó a nosotros.

-Bien, futura duquesa de Rothesay- inició un divertido discurso ¿preparada para su primera cena de gala en familia?- me interrogó cómplice.

-Ni un poquito- mi contestación generó pequeñas risas, incluyendo a mi prometido.

-Eso significa que estás lista- aprobó con una sonrisa; iba a responderle, pero el chambelán de palacio anunció con voz solemne la entrada de los reyes. Las notas del himno, esta vez el de Gran Bretaña, empezaron a sonar. Carlisle y Esme entraron primero, seguidos del primer ministro y su esposa; detrás Edward y yo, y cerraba la comitiva Alice. Nos quedamos de pie, dando la espalda al trono y justo dónde comenzaba la pequeña escalinata. Al terminar el himno, la gente formó una fila, para saludarnos y darnos la mano. Situada entre mi cuñada y Edward, recibí los saludos de la gente con una pequeña sonrisa. Observé cómo a mis suegros y a mi novio y cuñada, a veces, el inclinamiento de cabeza iba acompañada de una pequeña reverencia. Después de saludar a las quinientas personas allí congregadas, pasamos al comedor. Las mesas lucían impecables con finas mantelerías blancas e impresionantes candelabros de plata en cada una de ellas, y centros de flores.

-Qué bonito- murmuré admirada a Edward, que me conducía hasta nuestra mesa con una sonrisa de orgullo en su cara. Me senté entre el señor McGons y el consejero escocés de economía; justo enfrente mío se sentaba mi novio, franqueada por las respectivas esposas de ambos.

Primero habló el ministro escocés, y después le tocó el turno a mi suegro.

-Buenas noches a todos; permitid que mi familia y yo os demos la bienvenida un año más al palacio de Hoyroodhouse. Estamos muy contentos de estar aquí de nuevo, disfrutando del inigualable paisaje escocés y de la calidez y la acogida de su gente. Nada me satisface más que comprobar que las muestras de cariño hacia mi familia se repiten año tras año- hizo una pausa, tomando aire- esta visita siempre es muy especial para nosotros ... pero este año lo es más; este año se ha unido un nuevo miembro a la familia- su vista se posó en mí, al igual que la del resto de la audiencia -nos sentimos halagados y felices de qué el pueblo escocés comparta la alegría de la futura boda de mi hijo, el duque de Rothesay- Edward me guiñó un ojo, que yo respondí con una imperceptible y tímida sonrisa -y les puedo asegurar que Isabella ha palpado el cariño de la gente estos días, y que a su vez, el pueblo escocés ha calado ya hondo en su corazón, al igual que ella ha calado en los nuestros- agaché mis ojos, acuosos debido a la emoción, a la vez que se formaban esos característicos coloretes en mi cara. Edward me miraba con ternura; sus topacios dorados me decían sin palabras lo mucho que me amaba, y reflejaban su felicidad.

Suspiré levantando la vista, y vi que la gente me sonreía y me miraba con una sonrisa, ya que se habían percatado de que me había emocionado.

-Por eso, cómo padre, me van a permitir que este año no brinde por la hermanad y la ayuda mutua entre Inglaterra y Escocia, que siempre ha existido y seguirá existiendo; sino por la futura boda y felicidad de mi hijo; salud- alzó su copa, al igual que el resto de los presentes.

-Por los futuros duques de Rothesay- alzó la voz el ministro Anhall -señorita Isabella, bienvenida de todo corazón a Escocia; salud-.

-¡Salud!- respondió a coro la sala. Alcé la copa, brindando con quién tenía al lado, cómo mandaba el protocolo, pero devolviendo mi mirada a Edward, que me observaba fijamente, susurrándome un te quiero silencioso con los labios. Cuándo me senté, todavía me temblaba todo el cuerpo; no esperaba que me fuera a mencionar en el discurso... y mucho menos las palabras de ánimo y de cariño que Carlisle me dedicó... y las del ministro Anhall.

La cena dio comienzo; la fina porcelana blanca con filo de oro, y las iniciales de Carlisle y Esme bajo la corona real la adornaban. La cubertería y las copas, también con filo de oro... era cómo en las películas de reyes y príncipes. La cena de gala del Quirinale, en Roma, no se parecía en nada a ésto. El señor McGons y el consejero de economía mantuvieron una entretenida conversación conmigo, preguntándome todo lo que había visto y qué me había parecido. Yo les respondía con algo de timidez, pero al final terminé relajándome; incluso les pregunté lugares y costumbres de algunas ciudades que no había visitado.

Una vez ya terminada la cena, las puertas del salón de baile se abrieron; Carlisle y la señora Anhall abrieron el baile, junto con Esme y el ministro. Al pasar un minuto, sentí que Edward me tomaba de la cintura y agarraba mi otra mano; pasé la otra por sus hombros, mientras sonaba una balada de Amy McDonald, que recordé en ese momento que era escocesa de nacimiento.

-¿Todo bien?- me preguntó en voz baja -¿no te lo esperabas, verdad?- me preguntó con una sonrisa.

-No... y todavía no sé qué decir- suspiré, relajándome en sus brazos -me siento... no tengo palabras- balbuceé, poniéndome roja de la vergüenza.

Sentí que Edward entrelazaba los dedos de nuestras manos unidas, acercándolos a su corazón. Cerré los ojos, juntando nuestras frentes y meciéndonos al son de la música... hasta que la canción terminó.

-¿Me la prestas?- la voz de mi suegro hizo que saliéramos de nuestra burbuja particular.

-Sólo un baile- Edward se alejó guiñándome un ojo; tomé la mano que Carlisle me ofrecía, empezando a girar.

-¿Cómo lo llevas?- me interrogó.

-Muy bien- afirmé contenta -muchas gracias por tus palabras... me he emocionado- confesé nerviosa.

-Ya tenía ganas de brindar públicamente por la boda de mi hijo- me aclaró con una sonrisa divertida -un día, en el futuro, también serás reina de esta tierra- me recordó.

-Pero muy lejano- balbuceé deprisa; al igual que Edward, no me gustaba mucho hablar de eso.

-Ese es vuestro destino- me recordó con cariño -bien; mañana nosotros cuatro volvemos a Londres, pero vosotros os quedáis tres días más, de visita privada- me dijo alegre, cambiando de tema -¿qué te va a llevar a ver mi hijo?- me preguntó con curiosidad.

-Me va la llevar a ver el Lago Ness y toda esa zona; Aberdeen, Saint Andrews, Perth... - empecé a enumerar, haciendo un poco de memoria -también las Islas Orcadas, algunas de ellas- terminé de contarle.

-Te va a encantar; el paisaje es increíble- me dijo.

-Lo poco que he visto me ha encantado- le conté -es todo tan verde... me recuerda mucho a Forks- suspiré con una sonrisa, pero mezclada con un poco de añoranza.

-Te entiendo, es comprensible que eches de menos tu país- me consoló -hacemos todo lo posible porque te sientas cómo en casa; lo estás haciendo muy bien Bella, y poco a poco te irás desenvolviendo con más soltura- me felicitó.

-Ya considero a Inglaterra mi casa; algo así cómo mi segundo hogar- sonrió por mi ocurrencia, mientras seguíamos el ritmo de la canción.

Después de bailar con Jasper, el ministro Anhall y otros invitados, la música tomó un ritmo más movido. Me divertí mucho, bailando con Alice, ante la atenta mirada de nuestros novios. Decidimos descansar un poco del volumen de la música, y de la mano de Edward, nos perdimos unos minutos por los jardines, compartiendo confidencias e impresiones de nuestro segundo viaje oficial juntos y, sobre todo, compartiendo besos y arrumacos... ese era el lugar al que más me gustaba viajar cuándo me besaba... a nuestro paraíso particular.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 9/10/2010, 10:37 am

Aquí les dejo tre capítulos más...espero que dejen huellas en estos capítulos....me puse un poco triste pero en fin...recuerden que esta historia es nuestra amiga Sarah-Crish Cullen, yo solo la publico con su autorización....


Capítulo 40: ¿Vacaciones tranquilas?, ¡ja!

EDWARD PVO

Nos despedimos de mis padres y de mi hermana y Jazz después del desayuno. Ellos tenían varios compromisos en Londres, y mi hermana y Jazz debían seguir con sus clases y el proyecto de fin de carrera respectivamente. Quería enseñarle a mi niña otras partes de Escocia que no habíamos podido visitar. La miré con una sonrisa mientras daba un beso a mis padres; la visita oficial fue de perlas, y Bella lo había hecho muy bien. Ayer, en la cena de gala, no podía borrar la sonrisa de mi cara... y todo por tenerla a mi lado. Estaba tan guapa con ese vestido azul, y su pelo suelto... nunca la había visto tan emocionada mientras dábamos la mano a la gente apostada en las calles, que le mostró su apoyo y su cariño. Una vez desaparecieron los coches por la verja de palacio, rodeé a Bella con mis brazos, abrazándola por detrás y apoyando mi barbilla en su hombro.

-Por fin solos- murmuré contra su oreja, dejando un suave beso debajo de ella. Asintió suspirando, mientras se apoyaba en mí.

-Estos días han sido agotadores... pero a la vez han sido increíbles- dijo con una pequeña sonrisa -los escoceses son muy amables y simpáticos-.

-Y te quieren mucho, lo has comprobado- le recordé.

-Me quieren sin conocerme... es apabullante recibir tantas muestras de cariño- confesó con una sonrisa incrédula.

-Cualquiera que te conociera y no te quisiera estaría loco de atar- le contesté. Sentí que negaba con la cabeza.

-No eres objetivo- recalcó con un pequeño resoplido -y ahora- dijo girándose en mis brazos, quedando cara a cara -va siendo hora de qué me des un beso... de esos que Emmet dice que no podemos darnos en público- añadió con voz baja e insinuante, acercando sus labios a los míos... tan suaves y tiernos cómo siempre; tuve que reprimir un gemido al sentir el dulce paso de su lengua por mi labio inferior...pero no pude contenerme.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano me separé de ella, tomándole de la mano y volviendo a nuestro cuarto; una vez allí ataqué su boca sin piedad, pasando mis manos por su costados, a lo largo de todo su cuerpo. Las curvas de su cuerpo eran una rara y explosiva combinación de sensualidad e inocencia, y eso me volvía loco. Sin deshacer el beso, pude sentir cómo bajaba la cremallera de mi sudadera, deslizando sus manos por mis hombros para quitarla de en medio. Me separé de ella lo justo para poder respirar... y aunque nadie, ni ella misma, tenía más ganas que yo de tumbarla en la cama en esos momentos, no pude evitar preguntarle.

-Bella... no quiero hacerte daño- desde antes de su operación no habíamos estado juntos... y aunque ciertas noches, sobre todo esta última semana, el asunto se había caldeado bastante, tenía miedo de hacerle daño.

-Edward, te necesito... necesito sentirte... además, ya he vuelto a tomar la píldora, y todo ha ido normal este último mes- me recordó; la miré a los ojos, y vi reflejado el deseo y la necesidad que ella también tenía.

Sin decir una sola palabra volví a besarla, invadiendo con mi lengua el dulce manantial de su boca, acariciando cada hueco, sin dejar nada por descubrir; mi niña se apartó de mi cuándo sintió necesidad de respirar, agarrando su camiseta y quitándosela de sopetón. Mi boca volvió a su piel, arañando dulcemente con mis dientes la fina y tersa piel de su cuello. Su gemido de aprobación hizo que agarrara su cintura y la alzara en mis brazos. Sus piernas rodearon mis caderas, y sus manos fueron a mi cuello, escondiendo su carita en él y recorriéndolo con sus labios. Con ella en mis brazos caminé hasta la cama, dónde ambos terminamos tumbados y completamente desnudos en cuestión de pocos minutos.

Sus manos se posaron en mis muslos, atrayéndome hacia ella y creando una excitante y a la vez dolorosa fricción de nuestros sexos.

-Eso se siente... ahhh... sí- gimió en voz alta cuándo mi boca se entretuvo con uno de sus pechos, jugando e incitándolo hasta que su pezón se convirtió en una pequeña piedra. Levanté un momento la vista de sus blancas montañas; tenía los ojos cerrados, y los labios entreabiertos; la imagen de éstos, húmedos e hinchados, me llamaba a gritos, de modo que volví a unir los míos con los suyos, bebiendo de ellos, saciando la sed de deseo que se apoderaba de mi.

Noté que ni novia llevaba sus manos a mis nalgas, apretándolas dulcemente para que me acercara más ella, si eso era posible. Bajé despacio mi boca hasta su escote, pecho y estómago, dejando un reguero de caricias suaves con mi boca. Antes de seguir hacia esa parte de su feminidad, mis vista se posó en la pequeña cicatriz de la operación.

-¿Te duele?, ¿te hago daño?- le pregunté en un susurró. Ella no contestó, pero sentí que agarraba mi cabello, empujando mi cabeza para que tocara de nuevo su piel. Dejé un pequeño beso sobre la diminuta franja rosada, y seguí el camino hasta conseguir mi objetivo.

La sentí pegar un respingo cuándo mi lengua tocó esa protuberancia llena de nervios. Volvió a agarrar mis cabellos, y estampó mi cara entre sus piernas, dónde me entretuve hasta que la sentí estremecerse y soltar gemidos de pura satisfacción. Volví a a subir de nuevo por su cuerpo, repitiendo ese camino de besos que había trazado anteriormente, capturando de nuevo sus labios y ahuecando la palma de mi mano contra su carita.

-Tu sabor me vuelve loco, ¿lo sabes, no?- susurré contra su boca. Su aliento me dejó aturdido cuándo me habló.

-Te quiero dentro de mi, ya... por favor- su dulce y a la vez desesperada súplica encendió aún más mi ya acalorado cuerpo. Me situé entre sus piernas, y de mi garganta brotó un gemido al sentir sus estrechas paredes recibirme gustosa.

-Ohhh... dios- echó su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y arqueando su cuerpo; salí lentamente para volver a entrar, queriendo expandir al máximo esa maravillosa sensación y calidez de su cuerpo.

-Ahhh... Edward... más rápido, por favor- gimió en mi oído.

-¿No te gusta así?- conseguí preguntarle entre roncos jadeos.

-Sabes que sí... pero no aguantaré mucho más... ahhh...- ese dulce gemido de ella hizo que mandara al garete mi plan inicial; agarrando sus manos y entrelazando nuestros dedos empecé a moverme cómo un loco. Sus gritos y jadeos resonaron en la habitación cuándo ella alcanzó el orgasmo, y no tarde demasiado en seguirla. Caí desplomado en su pecho, escuchando los acelerados latidos de su corazón.

Sentí que trazaba círculos en mi espalda, y cerré los ojos, disfrutando de una sensación de paz: poco a poco su corazón fue volviendo a su ritmo normal, y me tumbé de espaldas en la cama, atrayéndola ahora a ella a mis brazos.

-¿Qué piensas?- susurró, con su cara medio escondida en mi pecho. Negué con la cabeza, sonriendo.

-En tus gemidos y en tus caras de placer- contesté -es asombroso verte así de descontrolada... y me pone a mil- murmuré divertido, dejando un pequeño beso en su pelo. Sentí un repentino calor en mi pecho, y supe sin duda alguna que se había sonrojado; con mi mano levanté su barbilla, para que me mirara mientras la hablaba.

-No tienes que tener vergüenza a estas alturas, cariño... aunque he de reconocer que adoro esos brotes de inocencia repentina que te dan en estas situaciones- ella negó con un resoplido, volviéndose a acomodar en mi pecho... hasta que ella tomó la palabra.

-Y a mi me encanta esa voz ronca y pasional que pones... te hace aún más sexy de lo que eres- me confesó mordiéndose ligeramente el labio inferior.

-¿Así que soy sexy?- pregunté con tono pícaro.

-Demasiado para tu propia seguridad... ¿o no oíste los piropos que te gritaban las chicas estos días por las calles?- reí divertido -es verdad... la mayoría de las chicas inglesas entre quince y cuarenta años deben odiarme, voy a casarme con el príncipe de sus sueños- me contestó divertida y resuelta.

-Cuándo llevemos treinta años casados te recordaré tus propias palabras- dije pagado de mi mismo, girando y poniéndome encima suyo de nuevo, recorriendo su cuello con mi nariz, aspirando ese aroma afrutado que siempre tenía su piel.

-Pensaba que ibas a llevarme a conocer el paisaje de Escocia- murmuró con la voz entre cortada.

-Y te voy a llevar... mira- me tumbé a su lado, dejándola poca arriba y deslizando la sábana de su cuerpo, dejando sus pechos y parte de su vientre a la vista -aquí hay dos cimas- ronroneé sobre sus pechos, dejando un suave beso en sus pezones. Ella rió divertida, pero noté que volvía a ponerse nerviosa.

-Y bajando por estas suaves cumbres...- deslicé mis dedos por la parte inferior de sus pechos, llegamos a un prado- hice círculos en su estómago -con un pequeño lago- besé la hendidura de su ombligo...- ella gimió en voz alta, sonriendo complacida.

-Me haces cosquillas...- balbuceó contra mis labios, poniéndose encima mío y enredando nuestras piernas -y ahora... ¿por qué no sigues tu camino hasta el bosque?- su perverso tono de voz me excitó hasta tal extremo, que no pude menos que corresponder a sus deseos.

-Cómo ordene mi princesa- atrape de nuevo sus labios en un demandante beso, volviendo a unir nuestros cuerpos y dejando que la locura y la pasión nos envolviera de nuevo.

0o0o0o0o0oo0

Estaba esperando a Bella en el salón de nuestra habitación. a que terminara de arreglarse. Mi vista se posó en una foto de ambos, abrazados y riendo felices enfrente del lago Ness, con el inigualable paisaje escocés de fondo. Aquellos tres días habían pasado demasiado rápido, y los habíamos disfrutado al máximo, visitando distintas ciudades escocesas y enseñándole a mi niña una parte de la que sería su reino, por decirlo de alguna manera. Le encantaron las Islas Orcadas, así como Perth y Aberdeen... y de nuevo los escoceses volvieron a mostrarnos su apoyo y cariño, parándose a hablar con nosotros y deseándonos lo mejor.

Desde que volvimos de Escocia no habíamos parado; entre empezar con el proyecto de fin de carrera, la organización de la boda y los diferentes compromisos que tuvimos esas semanas apenas nos dejaron tiempo para nada más.

Habíamos ido a Liverpool; a un acto en la universidad de Cambridge, a la inauguración de los nuevos astilleros en Bristol; a visitar el pueblo marítimo de Plymouth y desde allí, la Isla de Wight, dónde estaba Osborne House. En ese palacete vivieron varios antepasados míos, a principios y mitad del siglo XIX; mi abuelo lo donó al gobierno, y ahora es un pequeño museo, aparte de que la casa mantiene los muebles y decoración de la época, y está permanentemente abierta al público.

Hoy íbamos a inaugurar la nueva ala pediátrica del Middelesex Hospital, al norte de Londres. En un principio iban a ir mis padres, pero por problemas de agenda al final íbamos mi niña y yo; y ellos se fueron a otro compromiso, acompañados por mi hermana.

Por fin mi novia salió del baño; llevaba un traje pantalón en tonos marrones; la chaqueta tenía un amplio cuello redondo, y se ajustaba divinamente a su cuerpo con una pequeña lazada. Cogió su bolso, acercándose a mi con una sonrisa.

-¿Voy bien?- dio una graciosa vuelta, tropezando con los tacones y aterrizando en mis brazos; intenté disimular la carcajada, pero no pude contenerla.

-No tiene gracia- se cruzó de brazos, poniendo un gracioso puchero.

-No te enfades cariño... es que ha sido muy gracioso- me excusé, rodeándola con mis brazos.

-Si no me extraña que te rías... todavía no consigo averiguar de quién heredé este pésimo sentido del equilibrio- murmuró entre dientes.

-No te enfades- le volví a repetir- además, ¿sabes una cosa?- me acerqué a su oreja- eres mi patosa favorita- ella negó divertida, dejando un pequeño beso en mi cuello -y contestando a la pregunta del principio, estás muy guapa... me encanta cómo te ves con tacones... es sexy- susurré, esbozando una sonrisa.

-Gracias...y ahora vamos, o llegaremos tarde- me recordó. Tomados de la mano nos dirigimos hacia el coche, dónde ya estaban Embry y Emmet, que sostenía la puerta abierta.

-¿Qué estabais haciendo?; Maguie nos ahorcará por llegar tarde- rodé los ojos, mientras ayudaba a Bella a subir al coche.

-No seas exagerado- le miré arrugando el ceño -¿por qué estás de mal humor?; ¿has discutido con Rose?- negó con la cabeza.

-No, en absoluto... pero que sepas que la pequeña duende me ha vuelto loco esta mañana- bufó.

-¿Y eso?- le pregunté una vez con el coche en marcha.

-Sabes qué se acerca el cumpleaños de tu hermana- Bella y yo asentimos con la cabeza -pues aprovechando que dentro de tres días llegan Ang y Ben con tus padres- miró a Bella -ha decidido que va a celebrar su cumpleaños con todos nosotros- nos explicó.

-¿Y qué tiene eso de malo?- preguntó mi niña, mirándole extrañada.

-Me ha tenido de un lado a otro, recorriendo todos y cada uno de los restaurantes de Londres, porque no encontraba ninguno a su gusto; total, que al final se ha quedado con el primero que visitamos, de modo que hemos tenido que volver- nos explicaba -después he tenido que llamar a las discotecas más exclusivas de Londres, preguntando detalles sobre las salas vips- seguía rezongando -y por último, tres horas largas de tiendas, buscando el modelito apropiado- terminó ante la risa incontrolable de Embry, que negaba divertido con la cabeza.

-Vaya... pues si que has estado atareado- le di la razón, ante la divertida mirada de mi novia.

-Parece que lo vamos a pasar bien- dijo animada -antes de cenar vamos al teatro, ¿no?- me preguntó, girando su vista hacia mi.

-Eso tengo entendido, a no ser que haya cambiado de idea- apostillé con una mueca -vamos a ver "El fantasma de la ópera", en el Her Mayestic´s Theatre- les expliqué -dicen que el musical está muy bien-.

-Eso he leído yo también... por cierto, me debes un ballet- dijo con carita de niña buena. Le prometí que iríamos a ver "Coppelia"... pero con la operación no pudo ser.

-Lo recuerdo perfectamente... pero la temporada es muy larga hasta noviembre; te prometo que iremos a ver alguno- me tomó de la mano, dándole un ligero apretón.

-¿Vendréis al cumpleaños de mi hermana, no?- le pregunté de nuevo a mi amigo.

-Por supuesto... después de darme vueltas cómo un tiovivo lo menos que podía hacer era invitarme- dijo burlón -vamos Ang y Ben, la homenajeada y Jazz, obviamente... y nosotros cuatro-.

-¿No se te hace raro quedarte aquí en vacaciones y no ir a Windsor?- me interrogó mi niña.

-Un poco extraño si es... el año pasado tampoco fui- recordé cómo hace un año, por estas mismas fechas, llevaba más de tres meses sin verla... era increíble cómo pasaba el tiempo.

Este año decidimos quedarnos en Londres; teníamos que decidir muchas cosas acerca de la boda, ir concretando asuntos y detalles; además, Bella y las chicas tenían las pruebas de los vestidos, de modo que mejor estábamos aquí; además, así podríamos enseñarles la cuidad a Ang y Ben. Sólo mi padre y Charlie se irían un par de días o tres a cazar a Windsor, pero ellos dos solos.

Seguimos escuchando las protestas de Emmet hasta que llegamos al hospital. En la puerta nos esperaban el director, gerentes y varios facultativos del área de pediatría. Nos saludaron y pasamos al interior del edificio, llegando a la nueva área en pocos minutos; la zona estaba acordonada, y observé qué había mucha gente, tanto trabajadores cómo pacientes. Nada más aparecer por allí, una niña le dio un pequeño ramo de flores a mi novia, que lo recibió con una sonrisa y charlando con la pequeña unos instantes.

Fui directo al atril que habían instalado a un lado de la placa conmemorativa de la inauguración. Bajo la atenta mirada de los presentes, y la sonrisa de ánimo y apoyo que me dedicaba mi prometida, empecé con el pequeño discurso que había preparado. Justo al terminar la última palabra, la gente aplaudió, y un poco sonrojado de la vergüenza, descubrí la placa, quedando oficialmente inaugurado el edificio.

De la mano de mi niña, y acompañados por el director y los distintos jefes especialistas, recorrimos las instalaciones, escuchando las explicaciones acerca de la funcionalidad del edificio y todos los equipos nuevos que habían incorporado. Llegamos a la planta de neonatos, y la vista de mi novia de posó en los pequeños bebés que dormían en las incubadoras. Me fijé que uno de ellos estaba lleno de vías y tubos.

-¿Qué le ocurre?- Bella se acercó al cristal, mirando a la niña.

-Nació prematura, y sus pulmones todavía no están desarrollados- nos explicó uno de los médicos.

-¿Y todos estos aparatos la ayudan a ello?- inquirí curioso, señalando las máquinas.

-Así es; le ayudan a respirar y a la vez a desarrollar sus pulmones- nos aclaró.

-Qué pequeñita es- me susurró Bella con una sonrisa, tocando su manita a través del cristal.

-Sí, apenas cabe en la palma de la mano- le dí la razón. Un poco apartados había una pareja con un niño en brazos, y nos acercamos a saludarles.

-De modo que mañana se van a casa- le medio preguntó mi niña, después de que nos contaran su historia.

-Así es; nuestro hijo ya está recuperado- afirmó el orgulloso padre con una sonrisa. Bella le acariciaba la manita al bebé, que dormía plácidamente en los brazos de su madre.

-¿Quiere cogerlo?- la madre se lo tendió. Bella la miró asombrada, pero enseguida apareció una sonrisa en su cara.

-¿Puedo?- preguntó ilusionada. La madre afirmó con la cabeza, y Bella me tendió un momento el ramo de flores que le habían dado, tomando al pequeño en sus brazos; se removió un poco, abriendo la boca pero sin despertarse de su sueño.

-Qué cosita... no pesa nada- me dijo acariciando una de las manitas del bebé, que sobresalía por la manta.

Me quedé embobado viendo la imagen de Bella con un bebé en brazos; nunca la había imaginado así, era muy tierna... mi mente voló al día en el que el niño o niña que sostuviera en sus brazos fuera el nuestro.

-Es muy guapo- le dijo Bella mientras se lo devolvía; charlamos unos minutos más con ellos, hasta que tuvimos que seguir con el recorrido.

-Te quedaba muy bien el niño- le dije con una sonrisa.

-Es increíble tener algo tan frágil y chiquitín en brazos- me confesó con complicidad. Llegamos a la planta de oncología pediátrica... y lo que vimos allí nos dejó de piedra; impresionaba mucho ver a niños tan enfermos. Paramos en una sala que tenían habilitada cómo sala de juegos. Bella se agachó entre dos niños que estaban sentados en una pequeña mesa.

-Hola- les saludó con una sonrisa.

-Mamá, la princesa- la niña debía tener unos seis años; llevaba un pañuelo en la cabeza, pero también tenía una gran sonrisa puesta en su cara. Yo me agaché al lado del niño.

-Hola campeón-.

-Hola- el niño tendría unos diez años, y era muy simpático.

-¿Cómo os llamaís?- les pregunté a ambos.

-Yo Anthony; y ella es Mary- señaló a la pequeña, que le sacó graciosamente la lengua.

-Os llamáis cómo nosotros- les explicó Bella -su segundo nombre es Anthony- me señaló -y el mío Marie- le dijo a la niña.

-¿De verdad?- la pequeña abrió los ojos por la sorpresa -no lo sabía-.

-Pues así es... ¿qué estás dibujando?- le pregunté a la niña; Bella y yo nos agachamos a ver el papel.

-Sois vosotros- nos explicó; era una pareja vestidos de novios.

-Qué bonito; ¿me lo regalas?- la niña asintió a la petición de mi novia, y se inclinó para terminarlo, con la ayuda de Bella. De mientras yo hablé con el pequeño.

-La próxima semana me voy a casa- me contó orgulloso.

-Eso es estupendo- le felicité.

-¿Y sabes lo primero que haré nada más salir del hospital?- negué con la cabeza -quiero ir a Anfield Road- dijo ilusionado.

-A ver un partido del Liverpool- terminé la frase por él -a mi también me gusta mucho el fútbol- le confesé en voz baja -pero soy del Chelsea-. Me miró con los ojos cómo platos.

-¿Cómo puedes ser del Chelsea?- me reprochó divertido -la defensa que tiene les falla cada dos por tres... y tenéis que fichar un extremo izquierdo- me dijo. Reí divertido, en verdad el crío entendía de fútbol. Estuvimos un rato más con ellos, hasta que la pequeña terminó el dibujo. Le dimos un beso a la niña, y yo choqué la mano del chaval. Cuándo Bella le dio un beso al niño, se puso rojo como un tomate.

-A Anthony le gustas- le susurró la pequeña a mi novia, riendo divertida.

-¡No es cierto, pequeñaja!- chilló el niño, rojo de la vergüenza. Nos despedimos de sus padres, que nos agradecieron el haber estado unos minutos con los niños, y proseguimos nuestro recorrido. Ya en el coche, noté a Bella triste.

-¿Qué te ocurre, cariño?- interrogué preocupado.

-Me ha impresionado ver a pequeños tan enfermos; el ala de oncología infantil es terrible- meditó en voz alta, y con pena en su voz.

-Sí, es muy duro y muy injusto... un niño enfermo es una de las cosas más tristes que te puedes encontrar- le dí la razón mientras ella se apoyaba en mi, dejando su cabeza en mi hombro.

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Por fin llegaron las vacaciones, y con ella la familia de Bella y nuestros amigos. Ang y Ben estaban muy intimidados por venir a nuestra casa, y muy cortados cuándo conocieron a mis padres. Pero en seguida cogieron confianza y enseguida se les pasó la timidez.

-Nunca pensé que estaría aquí- decía Ben; estábamos en los jardines, dando un paseo. Íbamos los cuatros, junto con mi hermana, Jazz, Emmet y Rose. Las chicas iban delante nuestro.

-No es para tanto- me encogí de hombros, ante la estupefacta mirada de Ben, que me miraba alucinado.

-Créeme... cambiaría el apartamento que compartimos Ang y yo en la facultad de Los Ángeles por una sola se las habitaciones que tienes aquí- me respondió entre dientes, pero a la vez divertido -sobre todo el cuarto de los videojuegos- sonrió malicioso, al igual que yo.

-Deberíamos empezar a alquilar la famosa sala de los videojuegos- dijo Jazz divertido -sacaríamos un pastón-.

Entre risas aparecimos los ocho en el comedor, para la cena. Ya estaban allí nuestros padres y la abuela, esperándonos.

-La casa nunca había estado tan concurrida a no ser que fuera un acto oficial- expresaba contento Carlisle.

-Ahhh... la juventud... que época tan estupenda- decía mi madre con nostalgia.

-Sip... qué tiempos- dijo a su vez mi padre.

-Vamos... todavía somos unos chavales- dijo con una gran sonrisa el padre de mi novia.

-Siento decírtelo Charles... cada día estás más calvo y con más arrugas- soltó la abuela tan pancha, mirándole con una ceja arqueada. Bella y yo nos miramos conteniendo una sonrisa maliciosa... empezaba la batalla dialéctica.

-Tampoco estoy tan mayor- rezongó mi suegro cual niño pequeño -dime qué hombre de cuarenta y tres años tiene una hija de veintiuno y a dos meses de casarse- la retó.

-Conozco a unos cuántos... y si no hubieras dejado a Renne, que en gloria esté, embarazada, no te vas de casa hasta los cuarenta, por lo menos- le apuntó con la cuchara en un gesto amenazante.

-Gracias por airear las intimidades familiares, mamá- le agradeció mosqueado.

-Papá... hasta yo sabía que mamá se casó embarazada, no me pilla de sorpresa- le contestó mi prometida tan tranquila, sirviendo agua en los vasos.

-¿De verdad lo sabías?- inquirió su padre curioso. Mi novia asintió.

-Mamá me lo contó- le explicó cómo si fuera lo más normal del mundo.

-No es ningún pecado, jefe Swan- le dijo Emmet con una ceja alzada.

-¿Lo ves, Charles?- le indicó su madre- eres demasiado quejica y conservador... hasta yo soy más moderna que tú- le dijo con una sonrisa orgullosa. Mi suegro suspiró con paciencia, dando por terminado el tema.

-Y bien, ¿cómo van los preparativos?- interrogó Sue.

-Bien; mañana hablaremos con el joyero, decidiremos la decoración de la iglesia y de las mesas... -empezó a enumerar Bella.

-El ramo de novia- le recordó Rosalie.

-Eso también... y mañana hablaremos con Maguie y Zafrina sobre los actos previos- terminó de explicar mi niña.

-Finalmente, la cena de gala será la noche anterior a la boda- expliqué a mis suegros -el día de mi cumpleaños prefiero pasarlo tranquilo... además creo que tendremos uno de esos actos... y ensayo en la catedral- les dije.

-¿Quién os va a casar?- interrogó Ang con curiosidad.

-El Arzobispo de Canterbury; también estarán en la ceremonia varios obispos y el padre Conelly, el capellán de palacio- le explicó mi novia.

-No puedo esperar a que llegue el día- dijo mi hermana, ante la divertida mirada de todos, a lo que Rose y Ang estuvieron de acuerdo.

-¿Bailarás el vals, verdad?- mi novia miró a la abuela sosteniendo el tenedor en el aire.

-No lo había pensado- le dijo -y no sé bailarlo muy bien- suspiró con paciencia.

-Por eso no hay problema... tenemos al maestro perfecto- le contestó mi hermana, pagada de si misma. Mi novia me miró, pero yo negué con la cabeza.

-Sé bailarlo... pero no se refiere a mi- le aclaré.

-Vaya... de modo que me toca ser profesor- dijo mi padre divertido -tranquila Bella, una sola clase conmigo y saldrás bailando el vals cómo si hubieses nacido para ello-.

-Presumido- mi madre rodó los ojos, negando con la cabeza.

-Yo tampoco se bailarlo... y el padrino debe bailar con la novia- meditó mi suegro en voz alta.

-No me extraña que no sepas... tienes el sentido del ritmo de una lechuza... es decir... ninguno- contestó su madre, sirviéndose más salsa de queso. La mesa explotó en risas, ante el bochorno de mi suegro.

-Gracias por tu apoyo, querida- mi suegro fulminaba a su mujer con la mirada.

-Charlie... siento decírtelo, pero la abuela Swan tiene razón- le explicó entre carcajadas.

-Podrías enseñarle a bailar el vals a él también- apuntó Emmet a mi padre, que lo miraba con ambas cejas alzadas.

-¡Eso, eso!- animó Ben, secándose las lágrimas de la risa.

-La verdad que sería un poema verles- decía Esme divertida.

-Y una imagen única... pagaría por ver ese momentazo gay- resolvió la abuela con una sonrisa satisfecha. Carlisle y mi suegro se miraban sin saber qué decir, mientras que el resto seguíamos riéndonos.

-Parece que ahora también me toca a mi ser el blanco de la abuela- decía mi padre, medio riéndose.

-Bienvenido a la familia Swan, querido Carlisle- objetó la abuela, con una sonrisa satisfecha, ante las carcajadas del resto de los comensales.

La cena transcurrió tranquila y entre momentos divertidísimos, gracias a la querida e inigualable abuela. Al día siguiente fuimos con Ben y Ang a enseñarles un poco la ciudad, y por la tarde estuvimos en casa tranquilos, hasta la hora de arreglarnos para el cumpleaños de mi hermana. Nos había dado órdenes taxativas acerca de la vestimenta, por lo menos a los chicos; según ella, elegantes pero a la vez informales.

Estaba poniéndome la chaqueta del traje, cuándo Bella salió del vestidor, con los zapatos en la mano. Llevaba unos pantalones ajustados negros de raso, con un top de tirantes anchos de seda blanca, y una altísimas sandalias negras en la mano.

-¿Crees que Alice considerará ésto elegante pero a la vez informal?- protesté con una mueca de paciencia. Llevaba un traje negro y camisa azul oscura, sin corbata y con los primeros botones desabrochados. Mi novia sonrió divertida, mientras se acercaba a mi.

-Estás muy bien- me dijo, poniéndome bien el cuello. Observé que llevaba los pendientes que le regalé en Italia, junto con varios brazaletes de plata rígidos, y su ya inseparable anillo de compromiso.

Se puso una chaqueta corta que apenas le cubría los brazos, y salimos al encuentro de nuestros amigos, que ya estaban esperándonos en el hall de entrada. Todos iban más o menos cómo yo, y las chicas iban arregladas pero casuales.

Nos despedimos de nuestros padres y la abuela, y salimos rumbo al teatro. Mi hermana había reservado un palco exclusivamente para los ocho. Llegamos cuándo apagaron las luces, de modo que apenas nos reconocieron. Después de que la función terminara, nos dirigimos al restaurante, dónde nos acomodaron en un pequeño comedor privado. Los comensales se nos quedaron mirando, alertados por el follón de los fotógrafos, que sin saber cómo, nos siguieron.

-¿Os ha gustado el musical?- nos preguntó mi hermana, una vez tuvimos el plato de comida enfrente de la mesa.

-A mi me ha encantado- expresó Rosalie con una sonrisa.

-Y a mi; es la primera vez que veía uno- dijo mi novia.

-Ha estado genial; también está en EEUU; en Broadway ha tenido unas críticas excelentes- añadió Ben, llevándose el tenedor a la boca.

-No ha estado mal- meditó Emmet en voz alta -pero lo mejor viene después de la cena- movió sugestivamente las cejas.

-Está encantado de ir a esa discoteca... verás cuándo se ponga a bailar- le susurré a mi niña, tomándola de la mano.

-Todavía recuerdo la celebración de las bodas de plata de mis padres- sonrió divertida Ángela -nunca había visto a nadie bailar al son de los Beach Boys con tanta pasión-.

-¿No tienes fotos?; debió ser todo un espectáculo- se medio burló Jasper.

-Para tu información, excelencia- le contestó el aludido con retintín -soy muy sexy bailando; lo dice mi novia- miró a Rose esperando un poco de ayuda.

-Eso no incluye tu baile a lo fiebre de sábado noche- le respondió resuelta. Ahogué la carcajada, tapándome con la servilleta.

-Gracias por tu apoyo moral, Eddie- dijo con un puchero y cruzándose de brazos.

La cena siguió su curso, hablando de varios temas y brindado por el veintidós cumpleaños de mi hermana, que incluso apagó las velas de una pequeña tarta. Una vez terminamos, el encargado se despidió de nosotros, agraciéndonos el haber venido. Los coches nos esperaron en la entrada trasera, y salimos rumbo a Ministry of Sound, situado en Gaun Street, una de las discotecas más grandes y exclusivas de Londres. Había una cola tremenda para entrar, pero al tener reservado una de las salas vip del piso superior, entramos por una puerta lateral, dónde estaban apostados varios periodistas. Observé cómo Seth y Jake paraban a Emmet y Jasper, hablando con ellos unos segundos. Parecieron agradecerles algo, y una vez instalados en torno a una mesa, le pregunté a Emmet que sucedía. No le dio tiempo a responder, cuándo escuchamos una chirriante y estruendosa voz que discutía acaloradamente con los guardas del acceso a la zona vip.

-¡Dejadme pasar, idiotas!; ¿acaso no sabéis que soy familia de los príncipes?- Tanya se abrió paso a empujones, tambaleándose por la cantidad de alcohol que llevaba encima.

-Eso era lo que te iba a contar- refunfuñó mi amigo entre dientes.

-Pero mira... hip... quién está aquí- apenas se la entendía nada, y las pintas que llevaba eran todo un show.

-Lárgate ahora mismo- la seria y profunda voz de Emmet resonó por encima de la música.

-El gorila defiende a su jefe- dijo con una sonrisa burlona. Quil y Embry se adentraron el la sala, dispuestos a hacerla salir.

-Por tu culpa- se dirigió a mi novia, que permanecía a mi lado, tomada de mi mano -y la tuya- me señaló -mi tío ha perdido muchos negocios importantes- nos acusó, con la cara roja de la ira. La gente que pasaba por allí nos miraba curiosos; menos mal que con la música no se enteraban de lo que decía.

-Vete a dormir la mona; no dices más que tonterías- contestó Rosalie, encarándola.

-La novia del gorila- dijo ella maliciosa -¿cuánto te paga la Casa real por mantener la boca cerrada?-.

-Más te vale qué te marches ahora mismo de aquí; no estás en condiciones de quejarte, ni tú ni tus tíos- le dije enfadado y molesto.

-Vete y no nos amargues la velada, querida prima- le soltó mi hermana, roja del enfado.

-La pija y esnob princesa Alice se ofende... qué lástima- se burló Tanya, cruzando sus manos sobre su pecho.

-Se acabó- dijo Jasper, acompañado de Quil, Embry y uno de los encargados de seguridad.

-¿Les está molestando?- preguntó el fornido muchacho. Asentí con la cabeza, y Embry y el mismo encargado la tomaron de los brazos, sacándola de allí; más que sacarla, iban empujando de ella, ya que estaba muy borracha y apenas se tenía en pie.

-¡Soltadme brutos!- se revolvía entre los musculosos hombres, de modo que poco podía hacer. Una vez se alejaron con ella, mi niña respiró aliviada, abrazándose a mi.

-Menos mal que la cosa no ha pasado a mayores- dijo con un suspiro satisfecho.

-No sabía lo que decía... sino hubiera estado bebida no se hubiera atrevido a decirnos nada- bufó mi hermana.

-¿Quién era?- preguntó Ben, todavía un poco sorprendido. Mi hermana les contó más o menos la historia, quedándose ambos alucinados.

-No debe salir una palabra de aquí- le suplicó mi novia a su amiga.

-Tranquila por eso Bella- le aseguró ésta. Afortunadamente, la noche transcurrió sin ningún incidente más; las chicas bailaron cómo nunca, mientras nosotros seguíamos en torno a la mesa, conversando animadamente. De reojo miraba a mi niña, bailando con ganas. Puede que no supiera bailar el vals... pero ese movimientos de caderas que se traía provocó que el pequeño principito despertara, estaba tan sexy y guapa...

Giré de nuevo la cara hacia mis amigos, intentando volver un poco a la normalidad, cosa que no fue posible, ya que las chicas se acercaron, y Bella se sentó encima mío.

-¿Lo estás pasando bien?- le pregunté rodeando su cintura.

-Muy bien- replicó contenta -y mi pequeño Eddie parece que también- me susurró con un tono de voz demasiado sensual, pasando los brazos por mi cuello. Sonreí malicioso, acercándola a mi.

-Bailas demasiado bien... - le respondí, sintiendo cómo mi pequeño amigo se apretaba contra sus nalgas.

-Pues tendrás que esperar a llegar a casa- susurró contra mis labios, juntándolos con los suyos y besándome lenta y suavemente.

-Ya estamos- la voz de Emmet nos hizo terminar el beso, y mi prometida puso un dulce puchero de indignación.

-¿Por qué a ellos no les dices nada?- interrogué señalando a mi hermana y a Jazz, que se besaban con ganas. Nuestro amigo se encogió de hombros.

-Es más divertido meterse con el príncipe de Gales- resolvió con una divertida mueca.

-Calla y ven a bailar un rato- su novia tiró de él, haciendo que se levantara... empezaba el espectáculo; no entendía cómo siendo tan grande, podía moverse tan ligero en una pista de baile.

A eso de las cuatro de la mañana, decidimos retirarnos. Nada más pararon los coches en la puerta, tomé a Bella en brazos, subiendo a nuestra habitación. Mi novia rió por mi impaciencia, hasta que la deposité en nuestra cama.

-Alguien está impaciente- dijo con una ceja alzada.

-Y qué lo digas- contesté quitándome la chaqueta y tumbándome encima de ella, besando esa boca que tan loco me traía y perdiéndonos en un mundo dónde sólo estábamos ella y yo.

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A la mañana siguiente, mis pies se resintieron de los altísimos tacones que me puse la noche anterior. Por suerte, sólo estaba cansada, ya que sólo me bebí una copa, al igual que Edward y el resto. Aunque saliéramos de marcha, no me iba a arriesgar a beber nada más, con la prensa encima de nosotros... el único que volvió un poco perjudicado fue Emmet... así que hoy no contábamos con ni siquiera verle un pelo de la cabeza. Estaba en la ducha, dejando el agua correr por mis músculos, cuándo sentí una suaves y conocidas manos rodearme por detrás. Me giré lentamente, encontrándome con una vista estupenda... el fuerte pecho de mi novio.

-¿No me invitas?- murmuró en mi oído y acariciándome la espalda.

-Estabas dormido... por cierto, buenos días- alcé la cabeza, para dejar un pequeño beso en sus labios.

-Buenos días mi niña- contestó, abrazándose a mi y mojándose él también.

-Nunca habíamos probado esto de la ducha compartida... puede estar bien- susurró malicioso.

-¿Todavía quieres más ejercicio?- pregunté haciéndome la niña buena -pensé que anoche tuvimos de sobra-.

-Nunca tengo suficiente de ti- su aliento en mi cara hizo que cerrara los ojos, disfrutando de la sensación. Sus labios atraparon los míos en un beso salvaje y ansioso. Agarró mis nalgas, subiéndome a su cintura y apoyándome en la pared.

-Ayer te movías de una forma... uffsss... ¿dónde has aprendido a bailar así?- preguntó sobre mi cuello.

-Puede que no haya salido mucho de marcha... pero alguna que otra vez sí lo he hecho- le respondí, abrazándome a su cuello y besándolo suavemente. Noté que mi pequeño principito estaba listo para el combate; la fricción que había entre nuestros sexos hizo que arqueara la espalda, exponiendo mis pechos para él. De un rápido movimiento me embistió lentamente, haciéndome bajar en torno a su erección.

-Ahhh... dios... se siente bien- murmuré cerrando los ojos y echando mi cabeza para atrás. Su fuerza hizo que sostenerme pareciera coser y cantar.

-Eres deliciosa- su aliento y saliva chocaron contra mis pechos, a los que dedicaba besos y lamidas por doquier.

-Más Edward... más fuerte- balbuceé con la voz entrecortada y respirando con dificultad. Atendió a mi petición, y sus embestidas pasaron a llevar un ritmo atroz; el sudor que traspasaba nuestra piel se mezclaba con el agua que caía de la ducha, y envueltos en una nube de vapor, hicimos el amor de la forma más salvaje pero a la vez tierna, cómo nunca lo habíamos hecho.

-Bella..- beso- ahhh... sí... -beso – eres tan estrecha- murmuró sobre mis pechos, masajeándolos con su aliento.

-No aguanto Edward- conseguí decirle entre jadeos -me... ¡ohhh dios!, ¡me voy!- mi cuerpo sufrió una fuerte sacudida, y un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies, y sentí a mi novio estremecerse entre mis brazos, soltando un ronco gemido. Aún encima suyo, me desplomé encima de él, abrazando su cuello y cerrando mis ojos. El agua tibia seguía cayendo de la ducha, y ayudó a que mis entumecidos músculos se descontrajesen. Sentí que con delicadeza me posaba en el suelo, pero sin dejar que saliera de la prisión de sus brazos.

-Ha sido increíble- murmuré, todavía jadeante. Sentí que besaba el tope de mi cabeza.

-Demasiado increíble... gracias por hacer realidad una de mis fantasías- susurró en mi oído, dejando un pequeño beso debajo de él. Me aparté un poco para mirarle a la cara.

-Nunca me lo habías contado... que ésto era una de tus fantasías- medité con una pequeña sonrisa -lo tendré presente- resolví satisfecha.

Entre sonrisas cómplices y caricias terminamos nuestra placentera ducha, y nos encaminamos al comedor. Allí estaban Ang y Ben, acompañados de Sue, Esme y la abuela.

-Buenos días- saludaron a coro.

-Buenos días a todos- contesté sentándome al lado de mi amiga.

-Buenos días- saludó también Edward, cogiendo la cafetera y sirviéndose una buena taza de café. Me hizo una seña, y también acerqué mi taza para que me pusiera también.

-¿Alice y Jasper?- pregunté en general.

-Deben estar durmiendo todavía- me explicó Esme.

-Por Emmet y Rosalie ni pregunto- murmuró divertido mi novio, ante la risa de Ben.

-¿Papá y Carlisle ya se han ido a cazar?-.

-Esta mañana temprano; no regresan hasta pasado mañana- contestó Sue; asentí, ahogando un pequeño bostezo.

-Noches alegres, mañanas tristes- observó divertida la abuela.

-¿Cómo fue anoche?- le contamos a Esme lo sucedido en la discoteca con su sobrina; rodaba los ojos, siseando cabreada.

-Menos mal que se la llevaron; estaba como una cuba- expresó mi amiga, con una mueca de enfado. En eso estábamos, cuándo Sam apareció por el comedor, con la prensa en la mano.

-Deduzco que la fiesta fue bien- nos enseñó varios ejemplares, en los que salíamos los ocho a la salida del teatro, a la salida del restaurante... incluso varias en la discoteca; pero estaban demasiado oscuras y borrosas.

Los cuatro nos reímos un poco de las fotos; por suerte, no había ninguna comprometedora. Ang leyó en voz alta la columna semanal que Víctor Zimman escribía para el Daily Thelegraph.

-La realeza se divierte – llevaba por título -parece ser que la monarquía es más moderna de lo que nos imaginábamos; ayer fuimos testigos de cómo ocho jóvenes, varios de ellos vinculados a la Casa real, dejaban de serlo por unas horas, para disfrutar de una velada y celebrar el cumpleaños de su alteza real, la Princesa Alice de Gran Bretaña. Acompañada por su inseparable Duque de Norfolk, su hermano, su futura cuñada y dos parejas amigas, la hija pequeña de los reyes celebró su cumpleaños en la intimidad.

¿Dónde han quedado esas celebraciones palaciegas, grandiosas e impresionantes, dignas del cumpleaños de un miembro de la realeza?; ¿acaso la Casa real sacará toda la artillería para la boda del Príncipe de Gales y la americana de sus desvelos?... ¿estaremos a la altura de otros países europeos en lo que a bodas reales se refiere?... y lo más importante... ¿estamos preparados para tener la primera reina nacida americana...?- terminó de leer mi amiga, con una mueca de desacuerdo.

Edward y yo rodamos los ojos, suspirando con paciencia. Mi abuela fruncía el ceño, al igual que Sue.

-Este hombre... siempre igual- murmuraba resignado Sam.

-Ni caso, no merece la pena- dijo Esme haciendo un gesto despreocupado con la mano.

-Que yo sepa; Alice no quiso celebración oficial por su cumpleaños- medio pregunté a Edward y Esme.

-Así es... si el señor Zimman se informase un poco...- mi novio dejó la frase inconclusa, siseando molesto.

-Payaso- dijo la abuela -espero tenerle delante un día, y poder decirle cuatro cosas bien dichas a ese cantamañanas- rezongaba cabreada.

-Así se habla abuela- la jaleó orgulloso Ben.

-Este tipo todavía no conoce a Margaret Beatrice Swan- seguía refunfuñando mi abuelita. Después del desayuno, Ang y Ben se quedaron un rato con Alice y Jasper, que por fin se habían despegado del colchón; nosotros nos quedamos un rato con Esme Sue y la abuela, estudiando los bocetos que nos había dejado la casa de joyería que trabajaba para la familia real. En uno había varios diseños de anillos, y en otros dos distintos bocetos del nuevo anagrama de los Príncipes de Gales. Era un pequeño broche para las señoras, y para los hombres un alfiler de corbata, que los Príncipes de Gales regalaban personalmente a distintas personalidades y amigos.

-¿Cual te gusta?- le pregunté a Edward, después de un buen rato de estudio.

-Éste- señaló uno de la parte superior de la hoja -y estos dos- añadió, cogiendo el otro folio.

-A mi éste- coincidíamos en uno; no era muy grande, y debajo de la corona del Príncipe de Gales, estaban nuestras iniciales enlazadas.

-Ya era hora de que alguien cambiara- dijo Esme divertida -las tres plumas debajo de la corona son espantosas- protestó divertida. Las letras estaban hechas con pequeños diamantes, al igual que la corona, que además, llevaba pequeños zafiros y rubíes.

-Entonces éste es el elegido- resolvió Edward -ambos coincidimos-. Quería dar algunos justo antes de la boda, para que esas personas se lo pusieran ese día.

Los anillos fue lo siguiente. Había de todos los diseños, de oro amarillo, oro blanco, oro rosa, platino, combinaciones de varios tonos de oro, labrados, lisos... no sabía por dónde tirar.

-¿Qué opinas?- interrogué a mi prometido-

-Pues no lo sé; todos son bonitos- se encogió de hombros. Me fijé en uno de los diseños; era liso, y era combinación de dos oros; amarillo, blanco y de nuevo amarillo, formando bandas.

-Éste está bien- le propuse -no es tan soso cómo el de toda la vida, pero a la vez es discreto y sencillo- se lo enseñé también a Sue y Esme, que dieron su aprobación.

-Es original- dijo Edward, pensativo -entonces no se hable más, este será- Esme llamó a Zafrina, para que llevara los modelos a la joyería y encargarlos. Ayer el propio dueño de la joyería Garrard, con la que habitualmente trabajaba la Casa real desde hace dos siglos, nos trajo personalmente los diseños, y de paso nos midieron el dedo.

Después de comer, dejamos a los chicos en el famoso salón de videojuegos, y en varios coches salimos hacia el estudio de Jane O´Cadagan, en el centro de Londres. Íbamos las chicas, la abuela, Sue y Esme. Por suerte, y aunque la el portal estaba llena de fotógrafos, accedimos al interior del edificio por el garaje. La simpática chica nos recibió con una gran sonrisa, acomodándonos en un salón y sirviéndonos café. Después de charlar un rato con ella, pasamos a la parte interesante. Primero les probaron el vestido a Ang y Rose... estaban muy guapas, y el vestido acentuaba sus curvas. Era de un color que tanto a Ang cómo Rosalie les favorecía. Los únicos cambios que hicieron fueron la chaquetilla y la forma del escote... y llegó mi turno.

Me subí a una especie de pedestal, con ropa interior, y entre Jane y una de sus empleada trajeron mi vestido. Esbocé una sonrisa al ver la seda color perla. Todavía no estaba acabado, pero ya tenía la forma básica.

Al mirarme al espejo, me sentí una princesa de cuento, era increíble... pero Sue, Esme y la abuela no estaban muy convencidas.

-Tiene que ser más ajustado de aquí- la abuela, ayudada por Rose, se levantó, poniéndose a mi lado y llevando sus manos a mi cintura; pequé un respingo por el toque. Estudié un momento lo que decía la buena mujer, y la verdad quedaba mejor cómo ella decía.

-Y las mangas un poco más cortas no estaría mal- propuso la propia Jane. Después de un pequeño debate y de Jane pusiera mil y un alfileres a lo largo del vestido, la prueba concluyó, quedando en vernos dentro de un mes para la próxima.

Cómo terminamos antes de lo previsto, Edward y yo decidimos salir a dar una vuelta con Ang y Ben por Londres. Alice estaba muy cansada, y Rosalie subió a ver cómo estaba Emmet. Fuimos los cuatro en nuestro coche, seguidos en otro por los escoltas.

-Es una ciudad fascinante- decía Ang, mirando admirada la Torre de Londres a través de la ventanilla.

-Pues ya sabes lo que tienes qué hacer; terminar la carrera y mudaros aquí- le contesté con una pequeña sonrisa.

-No creas, en verdad es para pensárselo- decía Ben a su lado. Edward fue explicándoles un poco los monumentos y la historia de ellos... hasta que llegamos a un edificio blanco enorme, con una pequeña escalinata y la puerta franqueada por columnas.

-¿Dónde estamos?- preguntó nuestro amigo.

-En St. Paul- contestó mi novio. Ang nos miró sorprendida.

-Es impresionante- murmuró admirada -¿podemos entrar?-. Miré a Edward, que asintió con la cabeza. Habló por el móvil con Quil, y llevó el coche a una de las calles laterales; al cabo de un cuarto de hora, nos hizo una seña para que bajáramos. El deán de la catedral nos esperaba en una pequeña puerta.

-No sabíamos que vendrían hoy- nos saludó con una sonrisa.

-Espero que no molestemos; sólo queríamos echar un vistazo- se excusó mi novio.

-Al contrario alteza; además, ya hace media hora que cerramos al público, así estarán más tranquilos- nos hizo pasar, y desembocamos en una de las invisibles puertas que se encontraban en medio del pasillo, en la pequeña glorieta que había en medio del pasillo. Las luces todavía estaban encendidas.

-Tienes un recorrido largo- me dijo mi amiga con una sonrisa, estudiando la longitud del pasillo.

-Tenemos- le recordé -tú también lo harás conmigo-.

-Las cúpulas son una maravilla- decía Ben, mirando al techo. Tomé a Edward de la mano, dirigiéndonos al altar mayor, dónde nos casaríamos. Era de mármol blanco, y estaba franqueado por dos columnas doradas.

-¿La familia estará cerca?- le pregunté curiosa.

-Me imagino que a los laterales- me señaló con la mano -hay sitio de sobra para ello- me aclaró -mira, si te das la vuelta, se ve el coro- me señaló. Nada más girarme, alcé la vista, tal y cómo el me explicó.

-Hablando del coro... ¿qué hay de la música?- interrogué.

-Todo hablado y cerrado- me informó -el coro y la orquesta de la catedral son los que tocarán y cantarán- me explicó -dirigidos por el director de orquesta de Covent Garden-.

-¿De verdad?; ¿y el de aquí?- pregunté extrañada.

-Ese día justamente no está en Londres- me aclaró -sino sería él, por supuesto-.

-Vaya, qué casualidad- medité en voz alta. Avanzamos un poco por el pasillo, viendo las capillas laterales y las reformas que se estaban haciendo, para el día de nuestra boda.

-¿Sabes que no te esperaré en el altar?- me preguntó malicioso mi novio; fruncí el ceño, extrañada por su pregunta.

-¿No?- mi prometido negó con la cabeza, explicándome.

-El protocolo manda que te espere ahí- me señaló dónde empezaba la primera fila de los bancos -y que hagamos juntos el pequeño trozo de recorrido que queda- me aclaró -en los ensayos nos enteraremos mejor- me tranquilizó. Asentí pensativa; haría la mayor parte del recorrido con mi padre, y los últimos metro junto a él. Acompañados del deán, visitamos la cripta, dónde había enterrados varios personajes históricos ingleses, cómo el Duque de Wellintong o el almirante Nelson.

Después de despedirnos de él, y de que nos acompañara a la puerta, salimos de nuevo rumbo al palacio.

0o0o0o0o0o0o0o0

La semana pasó deprisa, y sin darnos cuenta ya despedíamos a mi familia y a Ang y Ben, que debían volver a clases.

-La próxima vez que te vea será ya para las celebraciones de la boda- me dijo cómplice mientras me abrazaba. Asentí contenta... ya quedaba menos. Después de despedirnos de todos, abracé a mi padre.

-En un mes estaremos de regreso, y ya no nos iremos- me recordó.

-Lo sé... os estaremos esperando- le dije con una pequeña sonrisa. Edward me rodeó con sus brazos, mientras observábamos a los coches salir por la verja de seguridad. Suspiré, apoyando mi cabeza en su pecho.

-Se acabaron las vacaciones- medité con un pequeño suspiro -y apenas hemos parado quietos-.

-Han sido un poco ajetreadas- me dio la razón, dejando un beso en mi sien. Asentí en silencio... ¿alguien dijo que tendríamos unas vacaciones tranquilas?... ¡ja!.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 9/10/2010, 10:39 am

Capítulo 41: Encajando en el puzzle

La cuenta atrás para nuestra boda pasaba ante nuestros ojos sin apenas darnos cuenta. Más de un mes habían pasado desde las vacaciones de Pascua, y con el muchos actos importantes y compromisos a los que Edward y yo habíamos asistido. Nunca podría olvidar el viaje a Gales; si en Escocia me emocioné por el cariño de la gente, lo que vivimos en Cardiff, la ciudad natal de nuestro amigo, en Swansea y Newport me dejó impactada. Cómo el primer título de Edward, sin que se ofendieran escoceses y compañía, es el de Príncipe de Gales, y mi prometido es muy querido allí, la visita supuso una locura. Estuvimos cinco días enteros de un lado para otro, recorriendo pueblos y ciudades, e incluso recibiendo regalos por nuestra boda... y no era nada con lo que nos esperaba a partir de ahora.

Cómo bien dijo Emmet, Gales era increíble; sus playas y acantilados te hacían sentir dentro de un libro de Jane Austen... y los castillos medievales que visitamos te transportaban a la Edad Media, a la época del Rey Arturo.

Entre el viaje, los compromisos y el proyecto de fin de carrera apenas tuvimos tiempo para nada más. Apenas veía a Rose más que por las noches, ya que empezaba los exámenes finales de curso, lo mismo que Alice; Jasper había presentado su proyecto de arquitectura, también para el fin de carrera, la semana pasada, y estaba a la espera de la calificación final. Mi amiga y cuñada querían aprovechar, para terminar cuánto antes y vivir los días de la boda al cien por cien, sin tener que preocuparse más... al menos hasta octubre.

-¿Qué te ronda por la cabeza?- la voz de mi prometido me sacó de mis cábalas. Nos faltaba una hora para aterrizar en Barajas, el aeropuerto de Madrid. Alice y sus padres ya estaban allí, se habían ido ayer por la tarde, pero Edward y yo teníamos un compromiso al que no podíamos fallar, de modo que llegábamos con el tiempo justo para llegar al hotel, cambiarnos y acudir a la comida de bienvenida que los reyes de España daban en el Palacio del Pardo, a las afueras de la capital.

-Pensando y recordando el viaje a Gales- le contesté, con voz baja y un poco preocupada. No quise que notara mi estado de ánimo, pero me conocía demasiado. Cogiéndome cómo si fuera una pluma, me sentó en su regazo; mis nervios hicieron que me abrazara a él escondiendo mi cara en su cuello y cerrando los ojos.

-¿Qué te pasa mi vida?- inquirió con preocupación en su voz.

-Estoy muy nerviosa... nunca he estado en presencia de nadie de la realeza que no seáis vosotros- le expliqué -¿crees que lo haré bien?, ¿les caeré bien?- pregunté mordiéndome el labio.

-Claro que sí, cariño- me animó con una sonrisa -simplemente tienes que comportarte cómo siempre has hecho- me recordó -verás que simpáticos son Christian y Madde... y Carlos y Valeria-.

-Eso ya lo sé... ¿puedo hacerte una pregunta?- me sonrió, asintiendo con la cabeza -¿por qué no te llevas bien con el príncipe heredero de Noruega?- suspiró largo y tendido, meditando su respuesta.

-Es un niño mimado y envidioso... de los que opinan que no se puede pertenecer a este mundo a menos que hayas nacido en él- asentí lentamente, adivinando por dónde iban los tiros.

-Cosa que cómo puedes suponer, no le hace mucha gracia a mi padre, ni a Carlos, ni a Christian... ni a mi- terminó de decir, enfadado.

-¿Su mujer pertenece a la realeza?- pregunté curiosa.

-No... pero sus padres son duques- me explicó -cómo Jasper, pertenece a la aristocracia- añadió -sus padres son más simpáticos... pero su hermana Anne Louise es tan malcriada cómo él- refunfuñó.

-Sé quién es- le aclaré -antes te emparejaban mucho con ella- le recordé con una pequeña mueca.

-Celosa- murmuró, evitando reírse -sabes que eres la dueña de mis pensamientos- su comentario hizo que me pusiera del color de la grana -además, Anne Louise se ha casado- dijo con una divertida mueca.

-¿Fuiste a la boda?- negó con la cabeza.

-Fue durante los meses que estuvimos separados- me explicó – y no pude ir, estaba de viaje; ese viaje a Italia que hice yo sólo- me recordó -pero mis padres si que fueron-.

Continuamos con la conversación hasta que el avión tomó tierra. Nada más salir, el sol bañó nuestras caras, y observé que Edward se aflojaba un poco la corbata; hacía bastante calor. Allí nos esperaba un coche que la embajada inglesa puso a nuestra disposición, junto con el secretario personal del embajador y dos de sus ayudantes, que nos dieron la bienvenida.

Me acerqué a la ventanilla; el hotel dónde nos alojábamos, el Ritz, estaba en el centro de la capital española, y dónde estaban alojados parte de los invitados; una vez en nuestra suite, me asomé a la pequeña terraza; enfrente nuestro estaba el Museo del Prado. Iba a comentarle algo a Edward, pero mi cuñada apareció en nuestra habitación, ya completamente vestida. Llevaba un pantalón gris, con un top de gasa en colores verdes y un pequeño bolso. Después de darnos la bienvenida, se quedó conmigo mientras yo me cambiaba de ropa, y me ayudó a retocarme el maquillaje. Elegí un vestido gris perla, de raso y con un pequeño cinturón que me estilizaba la cintura; me llegaba por debajo de la rodilla, con las mangas cortas y de gasa. Con unos zapatos plateados, de punta redonda y abierta y un pequeño bolso de mano, mi cuñada me dio el visto bueno, mientras me abrochaba la pulsera de diamantes del aderezo.

-A ver... perfecta- colocó bien un mechón de mi pelo, que iba suelto y ondulado. No pude evitar morderme el labio inferior, y mi cuñada me miró preocupada.

-¿Qué te pasa, Bellie?-.

-Estoy un poco nerviosa... antes se lo he dicho a Edward en el avión- le expliqué -¿crees que lo haré bien?; nunca he conocido a otras familias reales y m...- me interrumpió, cogiéndome de las manos.

-Tranquila; estás con nosotros, verás qué bien va a ir... la mayoría son muy simpáticos; y no debes tener miedo... es mejor que los conozcas ahora que no en la boda, que bastante histérica estarás ya- dijo con un suspiro de resignación.

-Cuándo tú estés a un mes de casarte me comprenderás- le reproché en bromas, rodando los ojos. Rió divertida mientras salíamos de la habitación y bajábamos al vestíbulo; las medidas de seguridad que había allí eran impresionantes; a cada metro y medio un policía... eso sin contar los escoltas de cada Casa real.

Nada más pisar el hall sentí que muchas miradas se posaban en mi por inercia; me sonrojé y busqué con la mirada a Edward; estaba con Carlisle y Esme, y dos matrimonios que me sonaban de verlos en fotos. Alice y yo nos acercamos a ellos, y saludé a mis suegros con un beso. Las cuatro personas que estaban apostadas allí me dedicaron una cálida sonrisa. Mi prometido me tomó de la mano, iniciando las presentaciones.

-Bella, te presento a sus majestades, los reyes de Dinamarca- cuándo estreché la mano que ambos me ofrecían, me puse un poco nerviosa.

-Es... es un placer conocerle, majestad- musité, roja cómo un tomate y haciendo una pequeña reverencia.

-No, hija... nada de majestad... puedes llamarnos por nuestro nombre de pila, Christian y Dagmar- me indicó el rey. La reina no me dejó que me arrodillara, y me dio un suave abrazo.

-Muchísimas felicidades a ambos, estamos deseando que llegue el viaje a Londres- me dijo con una sonrisa cómplice.

-Edward nos ha hablado mucho de ti, y también Carlisle y Esme; teníamos muchas ganas de conocer a la famosa Bella- lo único que consiguieron esas palabras fue sonrojarme más.

-Gracias; yo también tenía muchas ganas de conocerles- respondí, un poco intimidada. Edward agarró mi cintura, poniéndome enfrente de la otra pareja.

-Y ellos son Christian y Maddeleine- ambos se acercaron, dándome ella primero un fuerte abrazo; me pilló desprevenida, y no pude estrecharles la mano, cómo era el protocolo.

-Por fin nos conocemos en persona; llámame Madde- me recordó; hablamos cuándo me operaron de apendicitis, y fue muy amble y cariñosa conmigo.

-Y nada de altezas ni nada por el estilo- añadió el príncipe, dándome dos besos -mi más sincera enhorabuena, por fin alguien a enamorado al principito sexy inglés- reí por el comentario, mientras mi novio rodaba los ojos.

-Es un placer conoceros en persona, Edward me ha hablado mucho de vosotros- les dije.

-Y Edward de ti... nos alegramos de que todo se resolviera, ardo en deseos de ir de boda... espero contratéis un buen Dj para mover el esqueleto- el comentario de Christian nos hizo reír a todos; Edward me había advertido que era muy simpático y gracioso, un estilo Emmet.

-Estoy segura de que seremos grandes amigas- me dijo Madde, cogiéndome del brazo -y tranquila- la miré con una sonrisa de agradecimiento -sé lo complicado que es ésto para ti... yo también he pasado por ello- me recordó. Toda la familia hablaba un inglés perfecto.

-Sí que es verdad que estoy nerviosa- le dí la razón -es un mundo un poco complicado, a veces-.

-Y en algunos aspectos, muy cerrado y arcaico- añadió -pero tranquila; tanto Chris cómo yo estaremos a tu lado. Valeria es muy simpática, y tiene muchas ganas de conocerte, y Carlos- me recordó.

Alice se unió a nuestra pequeña conversación, mientras esperábamos a los coches. De mientras me presentaron a la familia real sueca, los reyes de Bélgica y la familia real de Luxemburgo. Todos fueron muy amables conmigo, dándome la bienvenida y felicitándonos a ambos por la boda. Una vez metidos en el coche, Edward me tomó de la mano, dejando un suave beso en ella.

-¿Ves cómo no pasa nada?- me reprochó con cariño.

-Ya sabes... soy muy tímida- le recordé -nunca pensé que conocería a toda esa gente tan importante- susurré para mis adentros.

-Ya lo sé, cariño; pero mira lo qué te ha dicho Madde- me recordó con una sonrisa.

-Son muy agradables y cercanos- le dí la razón, acurrucándome contra él -al igual que el resto- añadí rápidamente.

-El rey de Suecia y su familia se llevan muy bien con mis padres, y sus hijos con nosotros; hacía más de un año que no los veía- me explicó.

-¿Y el resto de las casas reales?- pregunté con cautela.

-Imagino que estarán en otro hotel- contestó con una mueca -te falta por conocer a los de Liechtenstein, Holanda y Noruega-.

-El gran duque de Liechtenstein y su familia son de los pocos que soportan a los príncipes noruegos- me confesó con una risa -la verdad es que Sven y Anne Louise son insufribles- volvió a repetir.

Durante todo el viaje me estuvo contando anécdotas y situaciones que le habían ocurrido a los reyes y príncipes que iba a conocer a continuación; algunos periodistas se frotarían las manos sólo con saber pequeños detalles de lo que me contaba Edward.

Al llegar al palacio, traspasamos una verja negra y alta, y el coche paró enfrente de un precioso jardín. Al pasar las enormes puertas, una enorme escalinata daba acceso al primer piso, dónde en una de las salas nos esperaban Carlisle, Esme y Alice. Era la sala contigua al salón del trono, dónde la familia real española iba saludando uno por uno a los invitados. Miraba hacia todos los lados; admirando la decoración y comentándolo con Alice, que no perdía ojo a los valiosos cuadros colgados en las paredes.

Cuándo llegó nuestro turno, agarré el brazo de mi prometido, adentrándonos en la sala. Carlisle Y Esme se adelantaron, saludando con un abrazo amistoso al rey Juan y a la reina Ana. Observé que había tres parejas más con ellos, y deduje que serían los hijos de los reyes, con sus respectivos maridos y mujeres. Hoy la prensa se había quedado fuera; pero seguramente, mañana estaría presente en la cena de gala. Edward me soltó un momento para saludar protocolariamente a los reyes, y después me pasó una mano por la espalda, acercándome al pequeño grupo.

-De modo que tú eres Bella... no sabes qué ganas teníamos de conocerte- me saludó el rey con una sonrisa amable, mientras yo le estrechaba la mano, ante la atenta mirada de ambas familias.

-Es un placer conocerles... y muchísimas gracias por invitarme, majestad- le agradecí en un precario español, que dejó mudo a mi novio. Los reyes se sonrieron complacidos.

-El placer es nuestro; no sabes las ganas qué teníamos de que por fin Edward se casara- me contestó, ya en inglés; el rey y su esposa eran muy agradables; aunque bastante mayores que mis suegros, parecían llevarse bien.

Me quedé hablando con ellos unos momentos, junto con Esme y Carlisle, y me fijé de reojo que Edward iba hacia uno de los chicos, dándole un gran abrazo, y una de las chicas me miraba con una sonrisa cómplice. No muy alta, más o menos cómo yo, con el pelo castaño claro y ojos con una mezcla de colores verde y miel.

-Hola Bella; bienvenida a Madrid- la reconocí al instante.

-Encantada de conocerla alteza- ella negó divertida, inclinándose hacia mi y dándome dos besos.

-De eso nada... Valeria a secas, o Val si lo prefieres- me dijo; su acento inglés era muy suave y gracioso.

-Tenía muchas ganas de conocer España- le dije contenta; poco a poco iba cogiendo confianza, y eso para mi era un triunfo.

-Te va a encantar... la pena es que no podéis quedaros más días- expresó con pena. Nos habían insistido mucho para que nos quedáramos junto con Chris y Madde un par de días más, de visita privada, pero en dos semanas exponíamos el proyecto de fin de carrera y debíamos regresar a Londres.

-Y nosotros lo sentimos también- Edward se acercó a nosotros, pasando un brazo por mi cintura -pero el deber es el deber- se excusó con una sonrisa.

-Eso, eso... aprobad, que tenemos que ir de boda- Carlos se acercó a nosotros -y con lo que le ha costado aquí al amigo- reí para mis adentros, mientras mi prometido bufaba por lo bajini -bienvenida a Madrid Bella, por fin nos conocemos- era casi tan alto cómo Edward, y con los ojos azules, al igual que su madre, la reina Ana.

-Encantada alt...-.

-Ah ah... nada de títulos- me reprochó con cariño. Asentí, y me presentó a sus dos hermanas y a sus cuñados. La familia real española acudía a Londres casi al completo, así cómo la mayoría de la realeza. El rey Juan no podía venir, ya que tenía un viaje muy importante a varios países sudamericanos que no podía posponer. Después de charlar unos minutos con ellos, pasamos a un inmenso salón alargado, dónde había varias mesas dispuestas a modo de bufete; nada más entrar en el salón, Chris y Madde se reunieron con nosotros, acompañados de dos matrimonios; uno joven, al igual que nosotros y otro de unos cuarenta años. Antes de que acercaran, mi novio me susurró al oído.

-¿Dónde has aprendido a hablar español?-.

-En el instituto- me encogí de hombros -¿no te lo había dicho?- negó con la cabeza -no lo hablo muy bien, hay cosas que ya no recuerdo-.

-No dejas de sorprenderme... eres increíble- dejó un suave beso en mi cara, haciendo que agachara la mirada, un poco avergonzada.

-¿Qué tal chicos?- nos saludó Chirs -no comáis mucho, esta noche nos vamos a cenar por ahí- nos advirtió.

-Y a recorrer un poco Madrid; hasta mañana no hay nada programado- me aclaró Madde -por cierto; ellos son Johan y Eloise, los príncipes herederos de Holanda- me señaló al matrimonio joven – y los Grandes duques de Liechtenstein- saludé a todos, y una vez pasaron los saludos, el pequeño grupo que se había formado nos quedamos allí mismo, con Alice y una de las princesas suecas y su esposo. El tema de la conversación giraba en torno a nuestra futura boda... y en cómo llevaba el tema del protocolo y los actos oficiales. Los duques se acercaron a Carlisle y Esme, que departían con los reyes de España, Bélgica y Dinamarca.

-Te acostumbras enseguida- me dijo Eloise en plan confidente -pero siempre hay algún periodista que, hagas lo que hagas, lo criticará- refunfuñó.

-Te doy la razón- Edward rodó los ojos, acordándose de nuestro querido Víctor Zimman. Seguimos la divertida charla mientras comíamos, cuándo se acercaron a nosotros cuatro personas, con una pose altiva.

-El que faltaba- Chris rodó los ojos, pese al codazo que le dio su mujer.

-Noruega nos invade- dijo Carlos burlón, al acercarse con Valeria; vimos cómo los príncipes noruegos venían hacia nuestra posición. Uno de los chicos era rubio y con los ojos verdes, al igual que una de las chicas, por lo que supuse que ellos eran los hermanos.

-Vaya, cuánto tiempo- saludó en general Sven, parando su vista en mi y mirándome de una forma rara.

-Sven- Edward le saludó de modo cortés, al igual que el resto.

-Imagino que ella es la famosa Isabella... ¿no me la presentas?- Edward iba a decirle algo, pero me adelanté, evitando que mi novio le diera una mala contestación.

-Es un placer conocerte- intenté mantenerme tranquila, pero su mirada me daba desconfianza.

-¿Te he dado permiso para tutearme?- me espetó serio -Edward, ¿acaso no le enseñas a tu novia el protocolo?- me tensé, sin querer mirar a Edward, imaginando lo que estaría pensando.

-Vamos... podrías ser un poco más agradable- le espetó Chris, enfadado -ninguno nos tratamos por nuestro título-.

-Ella todavía no es un princesa- el espantoso inglés de Anne Louise resonó en nuestros oídos. Edward iba a replicar, pero le paré tomándole del brazo.

-Es un placer conocerles... altezas- siseé un poco enfadada -perdonen por lo de antes; ninguno me ha hecho tratarles por su título- me excusé, golpeándome mentalmente para mis adentros, por haberme relajado y haber olvidado el protocolo... justo con ellos, para más inri.

-Nuestras felicitaciones por el enlace; Alice, querida, ¿dónde has dejado a tu duque?- le interrogó la princesa. Me fijé que los respectivos cónyuges de los noruegos estaban callados.

-Se ha tenido que quedar en Londres, arreglando unos asuntos- me reí para mis adentros; conocía ese tono de mi cuñada, y el sarcasmo estaba impreso en él.

-Menos mal que hay una Casa real que respeta el protocolo- murmuró Sven, con una sonrisa maliciosa -claro, hasta que decidáis casaros...-Carlos le cortó, echando humo por la nariz.

-Jasper estaba invitado, por supuesto... al igual que invitamos a tu mujer a nuestra boda justo antes de que anunciarais el compromiso- la cara que puso el príncipe noruego no tuvo precio. Murmuraron algo en su idioma, y se disculparon de nosotros con un inclinamiento de cabeza, alejándose.

-¿Por qué sus parejas no hablan?- le pregunté a Edward en un susurro.

-Apenas saben hablar inglés- me devolvió en respuesta; nos disculpamos de los presentes, y salimos un poco a los jardines. Una vez allí, me abracé a mi novio, respirando aliviada.

-Tranquila; ya ha pasado el primer trago- me consoló con voz suave y cariñosa -y ya ves que la mayoría te han aceptado muy bien-.

-Eso es cierto; Sven y compañía son caso aparte- refunfuñé -además, me mira de un modo muy raro- musité con un escalofrío.

-Lo he notado- respondió serio -pero tranquila mi vida, no pasará nada-.

-¿Están invitados a la boda, verdad?- pregunté con un mohín.

-No nos queda otro remedio- siseó enfadado -cuándo se casa un príncipe heredero, el protocolo manda que las Casas reales deben estar representadas, por lo menos, por alguno de sus miembros con igual rango que el contrayente, o superior- me explicó separándose un poco de mi.

-Por eso vienen todos los príncipes herederos- murmuré para mi.

-Y la mayoría de los Jefes de Estado... pero cómo tenemos buena relación con casi todos, vienen casi todas las familias al completo, a excepción de algunos- me siguió aclarando.

Sonreí, acordándome de que nuestro día estaba cada vez más cerca. Mi prometido observó mi sonrisa, acompañándome con otra de las suyas y entrelazando nuestros dedos.

-Falta muy poco- me susurró con cariño -a veces todavía no puedo creerlo- dijo para sí mismo; al ver mi mirada interrogante, siguió explicándome.

-Falta un mes para verte vestida de blanco, con una tiara adornando tu cabeza y caminando hacia mi- me explicó -desde esa primera noche en que dije que te quería, todas y cada una de las veces que cerraba los ojos esa imagen venía a mi mente... y por fin va a hacerse realidad- sonrió tímido por su confesión; mi reacción fue juntar mi frente con la suya, mirándole emocionada.

-Yo también he soñado con ese día- me mordí el labio, negando con la cabeza -y hubo un momento en el que pensé que eso se quedaría en mis recuerdos, cómo un sueño inalcanzable... y me cuesta digerir que vaya a hacerse realidad... que un chico estupendo y maravilloso vaya a ser mi marido- terminé de confesarle, un poco roja.

-Y que también es un príncipe- sonrió malicioso.

-Mi príncipe particular- le dí la razón -aunque eso va en el cupo- objeté con una risa -me importa lo primero... jamás me he sentido tan cuidada y protegida... ni tan querida y amada, y eso es lo que realmente me importa- terminé de decirle; su ojos me miraban de un modo que hizo que mi corazón de desbocase, y mi reacción no pudo ser otra que besarle; sus suaves y tiernos besos nos transportaron a nuestro mundo particular, haciendo que perdiéramos la noción de dónde estábamos. Subí mis manos, entrelazando mis dedos entre su salvaje pelo y cuándo mi lengua invadió su boca sin pudor alguno, lo sentí ahogar un gemido, presionándome entre sus brazos y pasando sus manos por mi espalda, acercándome a él.

-Te amo- susurré con los ojos cerrados, una vez que necesité tomar aire.

-Y yo a ti mi niña... y yo a ti- contestó en voz baja, abrazándose a mi y escondiendo su cara en mi cuello.

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Tal y cómo nos dijo Chris, la comida informal, cómo estaba nombrada en el programa de actos, terminó pronto; de modo que volvimos al hotel, ya que no había nada más programado hasta el día siguiente.

Después de descansar un rato, nos pusimos ropa informal, y a las siete nos reunimos con Alice, Chris, Madde y las princesas suecas y sus maridos, para dar una vuelta por Madrid y cenar por ahí. Carlos y Valeria no podían venir, pero nos recomendaron una pequeña ruta, y varios sitios en los que cenar, todos por los alrededores del Palacio de Oriente. Paseamos por los alrededores del Museo de Prado, pero ya era muy tarde para entrar; estaba al lado de nuestro hotel, y la cámara de fotos de Madde disparó sin piedad a la fachada del museo y a todos nosotros. Después, en varios coches, y seguidos discretamente por los escoltas, nos dirigimos hacia la Puerta del Sol, centro neurálgico de la capital española, y dónde se ubicaba el ayuntamiento. Era una zona con muchos restaurantes y tiendas, de modo que a esas horas, aunque casi cerraran los comercios, aquello era un hervidero de gente.

Paseábamos lo más discretamente posible; los chicos iban todos en vaqueros, y las chicas sin tacones y con atuendo informal. Iba entre Madde e Ingrid, una de las princesas suecas; las princesas nórdicas resultaron ser un encanto. La que iba a mi lado algún día sería reina, y tuvo que imponerse a sus padres para poder casarse con el chico que amaba, un humilde estudiante que conoció en la facultad de derecho, y sin sangre real. Desireé era la hermana pequeña, y su marido, también sin sangre real, era un famoso arquitecto muy reconocido en Estocolmo. El único que no había podido venir a Madrid era su hermano, el príncipe Albert, al que conocería el mes que viene en Londres.

Alice y Desireé iban enfrascadas en una divertida charla acerca de sus respectivos esposo y novio, ambos arquitectos. Los chicos iban escoltándonos por detrás, riendo las ocurrencias de Chirs, que resultaba ser el cómico oficial del grupo. Desde allí nos dirigimos a la Plaza Mayor, y decidimos sentarnos en una de las terrazas que había allí.

-¿Dónde vamos a cenar?- interrogó Ingrid a los chicos. Por suerte, todos ellos hablaban un inglés bastante bueno, de modo que no teníamos problema alguno de entendimiento. Chris dejó la coca cola que estaba bebiendo y sacó un papel de su bolsillo.

-¿Qué es eso?- le interrogó mi novio, arqueando una ceja.

-Las sugerencias de nuestro anfitrión- le contestó pagado de sí mismo, mientras leía atentamente el papel- bien señores, por esta zona tenemos un sinfín de restaurantes buenos, de diversos tipos- nos anunció.

-¿Por ejemplo?- Fred, el marido de Ingrid, hizo un gesto con la mano, instándole a continuar.

-Tenemos varios restaurantes típicos madrileños; en la calle de la Cava Baja, en la calle Mayor, calle Segovia... -iba leyendo atento.

-¿Y sabes por dónde están las calles?- le interrogó Edward mientras acariciaba la palma de mi mano con su pulgar -la zona es bastante grande; se extiende hasta el Palacio real, que está por allí- señaló con la mano que tenía libre. Chris pareció meditar la respuesta, hasta que rodó los ojos.

-¿Nadie ha tenido la genial idea de coger uno de los lindos planos que nos han dejado en cada una de nuestras habitaciones?- preguntó ofendido a la audiencia. Madde por poco se lo come.

-Creíamos que la cabeza pensante del grupo- le miró cabreada- se habría ocupado de eso, dado que tú le preguntaste a Carlos-. Ninguno podíamos esconder las risas que asomaban por nuestras caras... y Fred soltó una incontenible carcajada.

-Ya estamos; en Oslo, en la boda de Anne Louise, te pasó exactamente lo mismo- Thomas, el marido de Desireé, se volvió a mi cuñada, Edward y a mi- Sven nos recomendó un restaurante... y pasamos por la calle del mismo cuatro veces, hasta que dimos con él- nos explicaba divertido.

-No tuve la culpa.. lo que es llevaros... os llevé hasta allí; el problema es que el noruego no hay quién lo entienda, y no me di cuenta del letrero del restaurante- se excusó burlón.

-Bueno- resolvió Edward, después de reírnos un buen rato -si las calles están por aquí, no será difícil encontrarlas- meditó divertido.

-Madde, deberías plantearte seriamente regalarle un GPS por navidad- todos reímos ante la ocurrencia de Alice.

-Gracias, alteza real- agradeció sarcástico Chris -y ahora, vamos a ver si encontramos alguno de los sitios y cenamos de una vez- pagamos la cuenta y nos levantamos; Chris iba delante, con Madde a su lado, refunfuñando sin parar; Alice, Ingrid y Desireé iban juntas riéndose de algo, con los maridos de ambas siguiendo muy de cerca a Chris. Mi novio y yo nos quedamos un poco rezagados.

-¿Lo estás pasando bien?- me preguntó.

-Muchísimo- le contesté con una sonrisa y entrelazando nuestros dedos -me recuerda mucho a Emmet en el carácter; todos son estupendos-.

-Creo que has hecho nuevos amigos- me contestó con una sonrisa cómplice, mientras dejaba un pequeño beso en mis labios y nos reuníamos con el resto, que ya iban un poco adelantados.

Finalmente no nos perdimos, y cenamos en un pequeño restaurante que servía comida típica española; comimos hasta reventar, la comida española era muy buena. Después de la cena, paseamos hasta llegar al Teatro real; enfrente de él, destacaba el Palacio de Oriente, iluminado con luces de colores, debido a las celebraciones que estaban teniendo lugar.

-Es increíble- susurré a Edward, disparando mi cámara de fotos -¿de modo que mañana cenamos aquí?-.

-Eso es- me sacó de dudas -y antes vamos al teatro- me volvió a señalar el edificio -a un concierto en homenaje a los reyes-.

-¿Por qué no viven aquí?- interrogué curiosa.

-El rey Juan subió al trono después de cuarenta años de dictadura- me explicó Chris -pero ellos ya llevaban tiempo aquí, y vivían en otro palacio; al subir al trono, decidieron quedarse allí-.

-El Palacio de Oriente sólo se usa para los actos oficiales- apostilló mi cuñada.

Enfrente del palacio, y a un lateral del teatro, se ubicaba uno de los famosos cafés de Madrid; el café de Oriente. Decidimos tomarnos allí el café antes de volver al hotel, ya que mañana íbamos a Aranjuez, a otro de los palacios de la familia real, dónde se continuaría con los actos programados.

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Nos encontrábamos en el Palacio de Aranjuez, admirando una exposición que recorría, a través de imágenes y fotografías, los treinta y cinco años de reinado del rey Juan. Ésta se ubicaba en el piso superior, en varias salas habilitadas para ello. Íbamos con Chris y Madde, comentando lo que veíamos a nuestro alrededor; hubo un momento en el ellos dos se adelantaron, y mi novio se volvió para hablar con Carlos. Estaba intentando leer uno de los documentos que se firmaron en esa época, cuándo una voz a mi espalda hizo que pegara un respingo, volviéndome con la mano en el corazón.

-¿Te he asustado?; lo lamento, no era mi intención- Sven estaba a mi lado, sonriéndome inocentemente.

-No pasa nada, alteza- hice ademán de reunirme con el resto, pero una mano fuerte me retuvo con el brazo.

-No te he dado permiso para retirarte- gemí para mis adentros, intentando mantener la compostura.

-Así está mejor- sonrió malicioso -por cierto, puedes llamarme por mi nombre-. Le miraba sin entender nada, ¿qué demonios quería?.

-Nunca pensé que Edward tendría tan buen gusto- repuso burlón -tienes una belleza... ¿cómo expresarme?; no es despampanante... pero tienes algo que no sé explicar- mis ojos se abrieron con enfado e incredulidad, ¿eran imaginaciones mías o en verdad trataba de decirme algo?. Mis sospechas se vieron confirmadas cuándo su mano, que seguía agarrando mi brazo, se movió, queriendo simular una caricia.

-Suéltame, por favor- le pedí lo más calmada posible; sonrió malicioso, pero no lo hizo.

-Nunca acepto una negativa- respondió con un brillo fiero en sus ojos -vamos Isabella; no seas terca... podríamos conocernos mejor-.

-No sé quién te has creído que soy- le respondí fría -no vuelvas a decirme nada semejante o...-.

-¿O qué?, ¿se lo dirás a tu flamante novio?- se burló -¿crees que si armas un escándalo, Edward te defenderá?-.

-Por supuesto- respondí al instante.

-Es tu palabra contra la mía... y no olvides, Isabella- un escalofrío sacudió mi cuerpo al oír mi nombre -que estás en un mundo al cual todavía no perteneces; ¿no querrás entrar con mal pie, verdad?-. Sentí un nudo en la garganta, y las palabras se quedaron atoradas en ella; traté de zafarme de su agarre, pero apretó más su agarre en mi brazo.

-Me haces daño- murmuré, incapaz ya de controlar las lágrimas -suéltame- le imploré, muy nerviosa y asustada -o sino...-.

-¿O sino... qué?- me retó divertido.

-O sino yo mismo te partiré la cara... cosa que debí hacer cuándo estábamos en la academia militar- la voz de mi novio nunca había sonado tan amenazante y fría. Busqué su mirada, y sus ojos estaba nublados de rabia. Con un rápido movimiento me apartó de él, poniéndome detrás suyo.

-No voy a montar un escándalo, no voy a hacerle ese feo a nuestros anfitriones- le explicó, encarándole con furia -y si quieres tirarte a todo lo que lleve faldas, te lo tiras... pero no te se ocurra volver a acercarte a mi novia, y menos volver a hacer esa clase de insinuaciones- le espetó furioso.

-Creo que tu prometida ha malintepretado mis palabras- se intentó excusar -sólo quería hablar un poco con ella-.

-Llevo un buen rato escuchando la conversación- Sven abrió los ojos, debido a la sorpresa -mi prometida no es ninguna de esas mujeres que frecuentas-.

-¿Me acusas de serle infiel a Olga?- le retó, desafiante. Mi novio rió divertido y malicioso, a cuenta de la ocurrencia.

-¿Crees que no sabemos el historial de amantes que tienes?; cómo en los siglos pasados, la cuchicheos palatinos son asombrosamente ilustrativos y reveladores- le explicó, serio pero a la vez burlón y malicioso. Sven entrecerró los ojos, cerrado por la furia.

-¿Te crees perfecto, verdad?- le espetó, apuntándole con el dedo -durante años llevo escuchándole a mi padre lo orgulloso que estaba Carlisle de su hijo... y de cómo mi padre te ponía constantemente de ejemplo. Edward será un buen rey; su formación académica y militar es brillante; sobrelleva muy bien la presión...- empezó a enumerar.

-Ese no es mi problema- le cortó mi prometido -no he hecho nada para que me tengas envidia- siseó -naciste con prácticamente los mismos privilegios que yo... y con responsabilidades similares; y si no has sabido aceptarlo y has desaprovechado la oportunidad que te dieron tus padres para formarte, no es mi culpa-. La cara de Sven, roja de enfado, era todo un espectáculo; si abría más los ojos le saltarían de las órbitas.

-Nunca te había visto defender algo con tanta pasión- declaró en voz baja.

-Defiendo lo que es mío... y resulta que ella es mi mujer- apoyé una de mis manos en la espalda de Edward -no vuelvas a acercarte a ella... o te prometo que el asunto llegará a oídos de tu padre, y no creo que le haga mucha gracia-.

-No hace falta que me amenaces-.

-No te estoy amenazando , considéralo una advertencia, para ahora y para el futuro- Edward tomó aire -no queda otro remedio, vas a venir a nuestra boda... espero que en Londres te comportes-. Sven se alejó, murmurando algo en su idioma. Por suerte, el resto de la gente estaba ya unas salas por delante. Nada más salir, Edward se volvió hacia mí, tomándome de las manos.

-Lo siento- los nervios hicieron que las lágrimas salieran de mis ojos -se me acercó él, yo en ningún momento...- Edward me cortó, posando uno de sus dedos en mis labios y negando con la cabeza.

-Eso ya lo sé, Bella. No has hecho nada malo y no tienes que disculparte de nada- me explicó, esbozando una pequeña sonrisa -¿crees que no sabía el historial amoroso de Sven?- interrogó serio -cuándo te miró ayer de esa forma, supe que no tramaba nada bueno; todos le conocemos- me explicó, soltando una de mis mano y acaricándome la mejilla -¿estás bien?, ¿te ha hecho daño?- inquirió preocupado. Negué son la cabeza, sorbiéndome las lágrimas.

-Estoy bien, de verdad- le tranquilicé -por un momento pensé que ibas a pegarle un puñetazo-.

-Me he quedado con las ganas, te lo aseguro- me rodeó con sus brazos -pero no quería montar un escándalo; nadie, absolutamente nadie, trata a mi mujer de esa forma- me explicó serio. Apoyé mi cara en su hombro, y de devolví el abrazo.

-Ya ha pasado mi amor... ya está; por la cuenta que le trae, no creo que vuelva a acercarse a ti- suspiré aliviada, acomodándome en sus brazos. Permanecimos así unos minutos, hasta que levanté la cabeza de nuevo.

-Tenemos que seguir, nos estarán echando en falta- le recordé. Asintió lentamente, dejando un pequeño beso en mi mejilla.

-Vamos- Edward me tomó de la mano, saliendo de esa sala. El resto de la mañana pasó tranquila; por suerte, nadie se enteró del desagradable incidente, y Edward y yo hicimos lo posible por olvidarlo. Permaneció el resto del tiempo conmigo, sin apartarse de mi lado y haciendo todo lo posible por distraerme y que me sintiera cómoda. No divisé a ninguno de los noruegos en lo que quedó de mañana, por lo que respiré aliviada.

Una vez recorrimos toda la exposición, dimos un paseo por los jardines del palacio, en compañía de nuestros amigos. De vuelta la hotel, y dado que hasta las ocho de la noche teníamos tiempo libre, decidimos comer todos juntos en una de los comedores privados del restaurante del hotel. Carlisle y Esme comieron en la suite de los reyes daneses, con los monarcas suecos, los belgas y los grandes duques de Luxemburgo. Les invitamos a que comieran con nosotros, pero prefirieron dejar a la juventud a sus anchas, según dijo el rey sueco. Una vez comimos el postre, Chris se levantó, llamando nuestra atención haciendo ruido con una cucharilla y la copa de champán.

-Brindemos, amigos- instó a que nos levantáramos y alzáramos las copas.

-¿Por qué brindamos?- interrogó curiosa Desireé.

-Por estas divertidas reuniones- empezó a enumerar Chris -porque podamos juntarnos de nuevo en otros felices acontecimientos- expresó solemne, pero a la vez divertido.

-Para eso ya tenemos fecha; el veintitrés de junio, en Londres- Ingrid me guiñó un ojo mientras lo decía.

-Por los novios- apoyó su marido.

-Bella... bienvenida de todo corazón a este mundo de locos- dijo Madde, divertida. Me puse un poco roja de la vergüenza, para diversión de todos y de Edward, que me agarró por la cintura, pegándome a su cuerpo.

-¡Salud... y que vivan los novios!- el grito de Chris nos hizo reír mientras bebíamos.

-Creo que te has adelantado un mes- le dijo Thomas.

-Vamos, estamos en familia, cómo quién dice- respondió éste -y ahora... dado que hemos brindado por los novios, lo mínimo que podemos pedirles es...- dejó la frase inconclusa, y Alice continuó.

-¡Qué se besen, que se besen!- el resto coreó a mi cuñada, y sólo les faltaba aporrear la mesa. Me puse del color de la grana, pero mi novio fue más rápido, dándome un tierno pero corto beso.

-El resto, en la boda- expresó satisfecho, ante las risas y los aplausos del resto.

Después de la divertida comida, nos retiramos cada uno a nuestra habitación, para descansar un rato y poder prepararnos con calma para la cena de gala de esa noche. Cómo suponíamos que el baile dudaría hasta altas horas de la madrugada, y nos habíamos levantado muy temprano, nos quedamos dormidos un buen rato, hasta que el teléfono de la habitación sonó. Supuse que sería para mi, y no me equivocaba. Era Alice, avisándome que vendrían a peinarnos en media hora. Edward seguía dormido; dejé un pequeño beso en su mejilla y fui a ducharme.

Ya en la suite de Carlisle y Esme, que era la más espaciosa. Nada más entrar, la pequeña duende vino hacia mi, con sus graciosos andares de muñequita.

-Bellie... ¿habéis descansado?- afirmé con la cabeza.

-Edward sigue dormido; le he puesto la alarma del móvil para que se despierte- le expliqué con una risa. Ella rió conmigo, pero al de un minuto su cara se tornó en preocupación.

-¿Ha pasado algo esta mañana?- preguntó suspicaz; al ver la palidez que adquirió mi cara, siguió hablando.

-¿Por qué preguntas eso?-.

-Esta mañana te he visto preocupada... y Edward estaba muy nervioso; ¿ha ocurrido algo con Sven?- rodé los ojos mentalemente... Alice tendría un futuro prometedor como medium. Le conté lo ocurrido, y su cara mostraba sorpresa y enfado a la vez.

-No digas nada, por favor- le rogué -Edward ya ha hablado con él, y estoy segura de que no volverá a hacer nada parecido-.

-Nunca cambiará... pobre Olga, tener que aguantar a un marido tan impresentable- bufaba furiosa -a mi se me insinuó también... y te aseguro que nunca he visto a Jasper tan alterado- recordó con rabia. Al ver que la puerta se abría, decidimos dejar el asunto. Esme se acercó a nosotras; llevaba un estuche de terciopelo negro en la mano.

-Te he traído algo para que te pongas en el pelo- me dijo; al ver mi cara de asombro, me tranquilizó -no es ninguna tiara; abrió el estuche, y tres flores de diamantes, no muy grandes, reposaban brillantes en él.

-Se pueden usar cómo broches, cómo adornos para la cabeza- me explicó -es parte de uno de mis aderezos; podrían quedarte muy bien en un lateral del recogido- me explicó.

-Vaya... muchas gracias Esme- le agradecí, cogiendo una de las flores. No eran muy grandes, pero las piedras tenían un tamaño considerable. La flor brilló mientras yo la giraba, observándola con detenimiento.

-Son preciosas- balbuceé alucinada; todavía no me acostumbraba a las joyas que dentro de poco tendría que llevar.

-¿Qué vestido te vas a poner, el azul o el negro?- me sondeó Alice.

-Creo que el negro- contesté, después de meditarlo unos minutos. Alice asintió, aconsejándome que ponerme de mi aderezo, aparte de las flores.

Dos horas después, salía rumbo a mi habitación, perfectamente maquillada y con un precioso recogido, en el lateral derecho de éste estaban colocadas las flores de brillantes, perfectamente sujetas por las horquillas.

Al entrar en nuestro dormitorio, oí ruidos en el cuarto de baño, y supuse que Edward estaría preparándose. Saqué el vestido de la funda, y con cuidado lo dejé en la cama. Una vez me puse las media y la ropa interior, pasé delicadamente el vestido por mi cabeza. Era de gasa negro, de tirantes finos, que en la espalda se cruzaba. La gasa caía desde los tirantes hasta el suelo, suelta y cómoda. Me estaba poniendo los zapatos, cuándo Edward apareció en la habitación. Mi respiración se congeló la verle; por mucho que odiara los fracs, le quedaban muy bien; venía colocándose bien una de las condecoraciones que llevaba. Al verme esbozó su característica sonrisa torcida, acercándose a mi. Me había puesto los pendientes largos de mi aderezo, y la pulsera.

-Cómo siempre, preciosa- expresó con voz suave, admirando mi peinado -¿Te las ha prestado mi madre?- asentí con la cabeza.

-Te quedan muy bien; el color de tu pelo contrasta de maravilla con el de los brillantes- observó. Me reí, posando las manos en su pecho.

-Supongo que refunfuñarás si te digo que estás muy guapo- se encogió de hombros -pero es la verdad- le afirmé con una sonrisa. Mi vista bajó a las placas que llevaba.

-¿Esta es la española?- asintió.

-Sí; es la Orden de Carlos III, la distinción más alta del reino- me explicó, encima de ella llevaba la de la Jarretera y la del Imperio británico. Se ajustó bien la banda que iba con la condecoración española, con rayas azules claritas y blancas.

-¿Estás mejor?- preguntó con voz cariñosa, rodeándome con sus brazos.

-Sí; Alice me ha preguntado, se ha dado cuenta de que algo iba mal esta mañana- le expliqué, mordiéndome el labio.

-Te ha contado lo que le pasó a ella hace unos años- adivinó.

-Sí, me lo ha dicho, este tipo es un impresentable- siseé.

-Es un completo idiota- espetó cabreado -si le vuelvo a ver cerca de ti, no sé lo que haré-.

-Tranquilo- le besé suavemente -por suerte, tengo un novio estupendo y un poco celosillo, que estará encantado de rescatar a su princesa- le dije en bromas, tratando de que se olvidara.

-¿Quieres qué te rescate, cómo en las novelas románticas?- indagó divertido.

-Ajá...- suspiré contra sus labios, los cuales volví a besar suavemente. Esta vez no me soltó tan pronto, y nuestros labios se movieron en perfecta armonía unos minutos más. Mis manos fueron a su pelo, acariciándolo lentamente. Se separó de mi, mirándome fijamente.

-No volverá a hacerte daño cariño, te lo prometo- escondí mi cara en su cuello, dejando allí un pequeño besito. No podía dejar de estar preocupada y nerviosa por lo que había pasado esa mañana, pero estaba segura de que Edward no dejaría que nada así volviera a suceder.

0o0o0o0o0o0o0

Los alrededores del teatro y del Palacio de Oriente eran un hervidero de gente y de periodistas. Nada más salir del coche, nos volvimos en dirección a la gente, saludándoles con la mano. Aunque no estuviéramos en Londres, la gente coreaba los nombres de todos los miembros de las familias.

-Alteza, señorita Isabella- un periodista español, en un precario inglés, nos pidió que posáramos con Alice y sus padres, que estaban a la entrada del teatro. Mientras disparaban las cámaras, llegaron Chris y Made con los reyes daneses y la familia real sueca. Después de saludar a la multitud, se acercaron a nosotros. Las chicas iban con tiaras y bandas, y los chicos similares a Edward.

-Qué guapa, Bella- alabó Ingrid, estudiando mi vestido. Llevaba una impresionante diadema de rubíes.

-Tú también- le devolví en respuesta -la tiara es preciosa- alabé.

-No es la que más me gusta; pesa un poco más que las otras- me explicó -generalmente ésta la usa mi hermana, pero hoy me ha pedido que se la cambie- me confesó con una sonrisa. Mi cuñada se acercó a nosotras; llevaba su aderezo de zafiros que había visto tantas veces. Los periodistas nos sacaron una foto en grupo, junto con los herederos holandeses; estaba entre Edward y Madde, cuándo vi acercarse a los noruegos por la alfombra. Me tensé un poco, pero la mano de mi novio se posó en mi espalda, acariciándola imperceptiblemente de arriba abajo. Ni siquiera nos miraron, y entraron directamente al teatro, después de posar un segundo para otra cámara.

Nos acomodaron en un pequeño palco, con Alice y la princesa Indrid y su marido. En otro a nuestra izquierda estaban Chris y Madde, con Johan y Eloise. A la pobre Desireé y su esposo les tocó con Sven y Anne Louise. Nos pusimos de pie cuándo las notas del himno español empezaron a sonar; entraron los reyes, seguidos de Carlos y Valeria y de sus hermanas y cuñados. A la función también había acudido el gobierno en pleno, aristocracia y gente relevante de la vida social y cultural española. Carlisle y Esme estaban en otro palco, junto con otros soberanos.

El concierto, a cargo de la orquesta sinfónica nacional, iba acompañado de imágenes, que se proyectaban en una enorme pantalla detrás de la orquesta. Reproducían diferentes momentos de la vida del rey Juan y su familia. Edward no dejaba de explicarme cada pieza musical que escuchábamos, se veía que estaba disfrutando, ya que por lo que me dijo, la selección musical era bastante buena. Al acabar el concierto, nos dirigimos a pie hacia el palacio, para la cena de gala.

-¿No entramos por la plaza de la armería?- le señalé la puerta que quedaba enfrente de la catedral.

-Yo también creía que entraríamos por ahí- se extrañó -pero parece ser que no- me indicó con la cabeza una entrada a palacio que quedaba justo enfrente del teatro. Subimos por una pequeña escalinata hasta el primer piso, dónde ofrecieron un pequeño cóctel mientras esperábamos a los anfitriones.

-¿Qué os ha parecido el concierto?- Madde se acercó a nosotros y a Alice.

-Ha sido bastante original- opiné -con las imágenes pasando, ha quedado muy bonito-.

-Cierto- Alice secundó lo que dije, mientras cogíamos una copa de champagne. Los aplausos interrumpieron nuestra conversación, señal de que los anfitriones habían llegado a la sala. Antes de pasar al comedor, los reyes españoles y sus familiares saludaron uno por uno a los invitados, pero en un ambiente relajado y sin protocolo.

-¿Os ha gustado el concierto?- nos preguntó la reina Ana al acercarse a nosotros.

-Ha estado muy bien- le respondió Alice con una sonrisa.

-¿Qué te ha parecido Madrid, Bella?- Carlos se acercó con su mujer; apenas le habíamos visto esta mañana en la exposición; apenas podían pasar unos pocos minutos con cada uno de nosotros, ya que cómo anfitriones, estaban pendientes de todo el mundo.

-Lo poco que he visto me ha encantado; es una ciudad fascinante-.

-La pena es que no podáis quedaros con nosotros- dijo Valeria, con una mueca de pena -vamos a ir a Granada-.

-Sí que es una pena- expreso mi novio con un mohín de fastidio -tendremos que volver; me gustaría que Bella viera la Alhambra- le dí la razón; Edward me había hablado de la Alhambra y de Granada, y me gustaría verla aunque fuera una vez.

-Podríais venir un fin de semana en septiembre- sugirió Carlos -ya habréis vuelto de la luna de miel y todavía hace buen tiempo-. Miré a Edward con una mueca de ilusión en mi cara.

-Podría ser... veremos que compromisos tenemos e intentaremos venir- dijo contento.

-Hablando de la luna de miel, ¿dónde os vais?- preguntó curioso Chris.

-Primero nos vamos a una playa desierta, lejos de todo y de todos- le explicó mi novio malicioso- para desconectar del ajetreo y descansar; y después visitaremos varios países- terminó de decir con una sonrisa satisfecha.

-¿Cómo cuales?- inquirió curiosa Valeria. Mi novio meneó la cabeza.

-Es un secreto de estado- dijocon uns sonrisa pilla -sólo lo saben nuestros padres, y nadie más; y no me mires así- se volvió a Chris -que tú hiciste exactamente los mismo-. El aludido rodó los ojos.

-Es normal; esperemos que no os pillen los periodistas por ahí- aprobó Valeria -nosotros estuvimos unos días en Zanzíbar, en la playa, y después visitamos Australia y Nueva Zelanda- me relató confidente.

-Seguro que Alice sabe algo- Chris dirigió su vista hacia mi pequeña cuñada, que negó cómicamente con la cabeza.

-Yo tampoco lo sé, así que de poco te va a valer sonsacarme- dijo mi cuñada entre risas. Un rato después, mientras charlábamos con Esme y Carlisle, dieron la señal para empezar a pasar al comedor. Había una gran mesa alargada, y del centro y los extremos de ésta salían otras tres mesas, también alargadas, pegadas a la pricnipal y formano una E. Carlisle y Esme estaban en la mesa central, y nosotros en la que quedaba en medio, al lado del resto de herederos. Alice estaba en otra, con el resto de los príncipes.

Edward quedaba enfrente mío, entre Madde y Eloise; yo, cómo una vez me explicó Esme, estaba entre sus maridos. Los príncipes holandeses también eran muy agradables, de modo que la cena iba a ser divertida. Eché un vistazo, y vi que los noruegos estaban unos cuántos asientos apartados de nosotros, y no pude evitar suspirar para mis adentros, aliviada. El rey Juan pronunció un emotivo discurso, agradeciendo la presencia de todos en esa noche tan especial para ellos; el idioma oficial de los actos era el inglés, que casi todos hablaban. Después repitió el discurso en español, para terminar brindado con toda la sala, y la cena dio comienzo.

Eché un vistazo a la mesa, impecable y espléndida, tanto en el servicio de mesa cómo en la decoración, preciosa con altos candelabros de plata y flores en diferentes tonos rosas y malvas a lo largo de ella.

-¿Sabes que en noviembre venís a Amsterdam, de visita oficial?- me preguntó Johan.

-Sí; nos lo dijeron hace una semana- le expliqué mientras comíamos -¿estaréis vosotros, verdad?- le pregunté curiosa.

-Por supuesto; y también mi madre y mis hermanos, a los que conocerás el mes que viene en Londres- me contó. La reina holandesa quedó viuda hace unos años.

-Un consejo Bella- Chris nos interrumpió -si no te gustan los sabores fuertes, no pruebes su queso-.

-Te recuerdo que los quesos daneses son más fuertes que los holandeses- replicó Johan divertido. Se enfrascaron en una cómica conversación a cuenta de las gastronomías locales.

-Sí queréis algo fuerte, podemos poneros haggis escoceses en la cena de la boda- les dijo Edward con malicia y una sonrrisilla inocente. Ambos agradecieron el ofrecimiento de mi prometido con sarcasmo y una mueca de asco en la cara.

-Ni lo menciones- le reprochó Chris -todavía se me revuelven las tripas sólo con acordarme-.

-Veo que lo habéis probado- observé, conteniendo la risa.

-¿Fue peor que el pescado que os pusieron en la visita a Japón, que todavía nadaba en la cazuela?- interrogó Madde a Johan, ante la diversión de todos.

-Tampoco me lo recuerdes, por favor- Eloise se ponía verde del mareo por momentos -una cosa es comer sushi... pero eso... buag- se revolvió en su silla -por suerte, no nos hicieron probarlo-.

El pescado que nos sirvieron, sin embargo, estaba delicioso, pero Edward y Chris no pararon de tomarles el pelo con las delicias culinarias japonesas. No me había reído tanto en la vida; Chris y Emmet debían ser familia, porque en el carácter eran igualitos. Una vez terminó la cena, pasamos a otro salón para tomar el café; antes del baile, salimos a los balcones que daban a los jardines de palacio, dónde iba a tener lugar el espectáculo de fuegos artificiales, que ponía fin a las celebraciones. Edward me rodeó por detrás mientras contemplábamos las luces de colores, junto con las fuentes encendidas y la iluminación del jardín, el ambiente que se creó era de ensueño.

-¿Lo has pasado bien?- me susurró al oído, entrelace los dedos de nuestras manos, unidas por delante de mi cuerpo, asintiendo con un suspiro.

-Muy bien- le respondí -es todo increíble... parece un sueño- murmuré en voz baja.

-Pues esto no es nada, en comparación con lo que vas a vivir dentro de un mes- su aliento golpeó mi nuca, haciendo que la piel de mi cuello se pusiera de gallina. Volví la cabeza, mirando a mi novio; dejó un pequeño beso en mis labios, mientras que mis pensamientos volaban hacia el próximo mes... y tenía razón Edward... no podía ni imaginármelo.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 9/10/2010, 10:41 am

Capítulo 42: Vísperas de boda

EDWARD PVO

-Alteza, señorita Isabella; miren a la cámara un momento, si son tan amables- la voz de Jake hizo que Bella y yo volviéramos a posar en los jardines del campus; Bella, agarrada de mi mano, se puso bien la borla del birrete de graduación por quinta vez ese día.

Por fin nos graduábamos, cómo dijeron mi padre y mi suegro, que ya llevaba más de dos semanas en Londres, ya éramos oficialmente licenciados en Derecho y Relaciones internacionales. Desde que regresamos de nuestro viaje a Madrid, los compromisos casi habían pasado a un segundo plano, y nos dedicamos por entero a nuestro proyecto de fin de carrera, que expusimos hace exactamente dieciséis días... y hoy, a dos semanas escasas de la boda, nos acabábamos de graduar con el resto de alumnos de quinto curso. Después de la exposición del proyecto, fuimos a Irlanda del Norte, en el último viaje oficial de Bella antes de convertirse en princesa. Pero también tuvimos tiempo para descansar, y nos fuimos unos días a Windsor, ella y yo solos, relajándonos antes de lo que se nos veía encima.

Una vez que los periodistas nos dejaron libres, fuimos al encuentro de nuestras familias, que nos esperaban contentas y felices. Bella se abrazó a su padre, mientras que mi madre releía por quinta vez el diploma que nos habían dado.

-Estamos tan orgullosos de vosotros- Sue se acercó a mi, felicitándome.

-Lo habéis conseguido- dijo mi padre, después de soltar a Bella, que volvió a ponerse a mi lado.

-Nos ha costado lo nuestro- dijo mi niña, rodeándome la cintura -hubo un momento que pensé que sería imposible- confesó con una sonrisa.

-Y ahora... empieza lo bueno- Emmet se frotaba las manos, con una sonrisa maliciosa en su cara; Rose, a su lado, suspiraba con resignación y paciencia.

-La cuenta atrás ha comenzado oficialmente- dijo mi hermana en tono solemne- quedan quince días exactos- repuso contenta. Miré a Bella con una sonrisa, que ella me devolvió mientras se acercaba a decirme algo en voz baja.

-Felicidades licenciado; creo que era la única que no te había felicitado-.

-Cierto- le di la razón -¿eso no se merece un beso?- puse mi mejor cara de inocencia, mientras mi niña se acercaba riendo.

-Chantajista- murmuró contra mis labios, después de dejar en ellos un suave beso -eso no te va a servir una vez estemos casados- repuso divertida.

-Así se habla hija- todos reímos ante el comentario de la abuela, mientras abandonábamos la universidad para seguir con la celebración en casa.

0o0o0o0o0o0o0

Tres días después de la graduación, estaba esperando a Bella para la entrevista que íbamos a conceder a un programa especial, con motivo de nuestra boda. Betty Whinter, una reconocida periodista inglesa, sería la encargada de realizarnos las preguntas. Después de hablar meticulosamente con Sam, Bella y yo decidimos dar un aspecto informal a la entrevista, y apenas pusimos restricciones a las preguntas que nos formularían. Después de preguntar la opinión de mi hermana, decidí ponerme un pantalón negro con una camisa blanca, sin chaqueta y sin corbata.

Mientras me abrochaba la camisa, pensé con detenimiento en lo que íbamos a hacer. Estaba casi seguro de que saldría el tema de las dichosas fotografías en las Seychelles; Bella me había hablado de sus temores acerca de eso. En ello estaba mi mente, cuándo mi novia salió del baño; llevaba una falda negra, con una blusa azul oscuro, de manga corta, y una graciosas bailarinas del mismo color que la blusa. Su cascada de ondas marrones enmarcaba su preciosa carita.

-¿Estás nerviosa?- le interrogué, cogiéndola de las manos y entrelazando nuestros dedos.

-Un poco- admitió mordiéndose el labio inferior -me da mucha vergüenza salir en televisión; todavía no me acostumbro-.

-Lo harás muy bien- intenté tranquilizarla -y recuerda que yo estoy a tu lado-.

-Lo sé- me respondió con una pequeña sonrisa -eso me tranquiliza- dijo en voz baja. Cuándo me disponía a darle un pequeño beso, tocaron a la puerta; Zafrina se asomó.

-Disculpe alteza, señorita Isabella, ya está todo listo- nos advirtió.

-Enseguida vamos, gracias- una vez desapareció por el pasillo, giré de nuevo la vista hacia mi niña, a la que tenía abrazada. Besé sus labios, deleitándome con el dulce sabor que emanaba de su boca.

-¿Vamos?- le pregunté, una vez nos separamos; ella agarró firmemente mi mano, asintiendo con la cabeza.

Antes de llegar al salón amarillo, dónde se desarrollaría la entrevista, nuestros familiares, acomodados en el salón enfrente de la tele, nos desearon buena suerte. La entrevista se retransmitía en directo.

Al llegar allí, el ajetreo del equipo era inmenso. Aparte de las cámaras de la BBC, la prensa escrita también estaba congregada. De refilón vi a Leah, grabadora en mano, junto a Seth y Jacob, ambos con sus inseparables cámaras de fotos. Bella y yo fuimos a saludarles, ya que Betty todavía estaba dando órdenes a diestro y siniestro. Su pelo corto y moreno y su carísimo traje hicieron que la reconociéramos al instante.

-¿Está nerviosa, señorita Isabella?- interrogó a mi novia.

-Un poco, no lo puedo negar- le dio la razón.

-Betty no hace las preguntas con segundas intenciones, por eso no se preocupen- añadió Jake.

-Eso nos han dicho- contesté -veremos a ver...- dejé la frase inconclusa, ya que Betty se acercó a saludarnos; nos despedimos de nuestros amigos, y ocupamos un amplio sillón.

-Alteza, señorita Isabella; las cámaras que tienen enfrente son las que les van a enfocar cuándo alguno de ustedes responda -nos indicó -sé que es difícil y complicado, pero imaginen que sólo estamos nosotros tres en la sala; sólo así se sentirán relajados- mi novia y yo asentimos, y un hombre dio el aviso de que entraban en directo.

-Y... tres, dos, uno...- una luz roja se encendió en la cámara que enfocaba a la presentadora, y la entrevista dio comienzo.

-Buenas noches a todos. Les habla Betty Whinter; faltan apenas doce días para que Londres se vista de largo para celebrar la boda de su Alteza real, el príncipe de Gales, con la señorita Isabella Swan -hizo una pequeña pausa, mirándonos con una pequeña sonrisa -los ingleses se van a echar a las calles el próximo sábado, para ver de cerca a la realeza europea en pleno, y vivir una boda de cuento de hadas. La historia de amor caló desde el primer momento en los corazones de los ciudadanos, apoyando a su futuro rey y a su novia. Con motivo de la próxima boda boda y del cumpleaños de su alteza, el príncipe y su prometida van a conceder una excepcional entrevista. ¿Nunca se han preguntado cómo es el día a día de la real pareja?; sus gustos, aficiones, preocupaciones... intentaremos descubrir y conocer un poco más a los que serán nuestros futuros reyes-.

Miré a mi niña de reojo, tenía las manos cruzadas en su regazo, y su boca esbozaba una tímida y preciosa sonrisa.

-Tres días antes de la boda, su Alteza celebra su veinticuatro cumpleaños, sin duda, el más especial- su vista se posó en mí, y supe que me tocaba responder.

-Desde luego que es especial- le di la razón, respondiendo lo más tranquilo que pude -ha sido un año extraordinario, y los que siguen lo serán más-.

-Hace apenas tres días se han graduado en la universidad; ¿cómo han llevado eso de hacer dos cursos universitarios en uno?- interrogó la mujer.

-Ha sido extenuante- respondió Bella -cómo a cualquier estudiante, nos ha costado trabajo, y si a eso añadimos los viajes y los compromisos, creo que tiene mérito- respondió con calma.

-Desde luego -Betty le dio la razón, asintiendo con la cabeza -cuéntenos algo de su vida en EEUU-. Bella tomó aire, meditando qué anécdotas debía contar.

-Bueno... no hay nada en especial- empezó a decir -nací y me crié en Forks, un pequeño pueblo del estado de Washintong. Allí fui a la escuela y al instituto, cómo cualquier chica de mi edad-.

-¿Es cierto que obtuvo una beca para estudiar la carrera en Londres?-.

-Así es- afirmó mi niña -mi padre me animó a presentar la solicitud, y me aceptaron- me miró con complicidad, sonriéndome.

-Y quién se lo iba decir...- la pregunta inconclusa de la reportera me hizo sonreír.

-Desde luego, nunca habría podido imaginarlo-.

-Ni yo tampoco... nunca pensé que en la universidad conocería a mi novia- respondí, arrancando risas de complicidad entre los presentes.

-En la rueda de prensa con motivo de su compromiso, usted mismo dijo que fue amor a primera vista, ¿pero que vio exactamente en ella?-.

-Lo primero de todo, su sonrisa tímida y dulce... me enamoró al momento- contesté con franqueza -nos pasamos las tres primeras horas hablando sin parar... y desde ese día, supe que era ella- terminé de decir. Mi novia me miraba fijamente, conteniendo la emoción.

-¿Lo fue para usted también, señorita Isabella?- mi niña tomó aire, contestando al instante.

-También fue así... estaba muerta de vergüenza; recuerdo que no sabía ni siquiera cómo debía tratarle- rememoraba sonriendo -y aunque yo también me enamorara de él ese mismo día, durante mucho tiempo me lo negué a mi misma-.

-Casi un año- añadí divertido.

-Al principio pensaba que lo nuestro no podía ser, que debía encontrar a alguien apropiado y con títulos... pero el corazón no atiende a esas razones- terminó de explicar ni novia.

-¿Incluso teniendo el apoyo de los reyes?- inquirió Betty, curiosa.

-Los primeros meses juntos me auto convencí de que podía funcionar... pero cuándo se hizo pública nuestra relación, es cierto que pasamos una época mala- respondió Bella.

-Estábamos sometidos a una presión constante- intervine -para ella fue muy difícil al principio; en cierta manera, me sentía culpable por hacerle eso- confesé un poco serio.

-Pero era algo a lo que debía acostumbrarme si nuestra relación seguía adelante- finalizó Bella la pregunta.

-Háblenos de ese lapsus en su noviazgo; ¿fueron las fotos de su viaje a las Seychelles el detonante de esa ruptura?-.

-En cierto modo- respondí -si le hablo con franqueza, creo que todo se nos vino encima. Pasamos un tiempo muy malo, se cuestionaba mi papel sucediendo a mi padre, se le cuestionó a ella... fue una época complicada- terminé de exponer.

-Pero al final superaron los obstáculos- replicó Betty.

-Realmente los superamos cada día- replicó mi novia -cada acto, cada compromiso, el ser estudiada y observada... saber qué opina la gente de ti... es algo que se supera con el día a día-.

-¿Cómo se quedó cuándo le pidió que se casara con él?, ¿qué pasó por su mente?- miré a Bella, que me dedicó una preciosa sonrisa de complicidad.

-Muchísimas cosas- recordó pensativa.

-En un principio me dijo que no- intervine, mirándola divertido; la presentadora abrió los ojos por la sorpresa.

-Es cierto- repuso mi novia -nunca dudé de mis sentimientos- aclaró con rapidez -pero admito que me daba un miedo atroz enfrentarme a la tarea de representar a Gran Bretaña- explicó bajando un poco los ojos.

-¿Y qué le hizo cambiar de opinión?- inquirió curiosa la reportera.

-Aparte de varias conversaciones que me abrieron los ojos- empezó a relatar -comprendí que su destino ya estaba escrito, y jamás hubiera permitido que renunciase a nada por mi... de modo que aunque todavía me cueste y tenga mucho respeto a todo lo que nos aguarda, entendí que debíamos afrontarlo juntos- tomé una de sus manos, que descansaba en su pierna, acariciándola despacio; ella la cerró en torno a mis dedos, dándole un suave apretón -y lo primero de todo, porque le quiero- susurró agachando la mirada.

-¿Cómo afrontan esa tarea?-.

-Día a día- contesté, sosteniendo la mano de mi niña -intentando ayudar y escuchar a la gente, poniéndonos en su lugar si hay problemas, y celebrando con ellos las buenas noticias- repliqué, mirándola orgulloso -ella lo ha hecho muy bien estos meses, y estoy seguro de que en el futuro seguirá siendo así-.

-No es sólo una obligación... por el título que mi prometido representa, bien debemos saber cual es nuestro papel- se paró, haciendo una pequeña pausa -y en mi humilde opinión, ese no es otro que apoyar y ayudar a todo el que nos necesite, sea una cuestión política o ayudar a una comunidad humilde...y representar lo mejor que podamos a Gran Bretaña fuera de nuestras fronteras- las palabras de Bella me dejaron impresionado; nunca la había escuchado hablar así, con ese aplomo y seguridad, pero a la vez con ese tono dulce y cariñoso... era increíble.

-¿Le preocupa no estar a la altura de lo que se espera?- la pregunta de Betty fue directamente a mi novia, que no dudó la respuesta ni un segundo.

-Constantemente; somos humanos, y cómo tales, nos equivocamos- respondió con naturalidad.

-Y eso nos sirve para tomar nota, y mejorar cada día- terminé de añadir, mirándola con cariño.

-Aparte de sus obligaciones, obviamente, son una pareja joven y enamorada... ¿podrían contarnos un poquito acerca de sus gustos y aficiones?- la entrevista pasó a una dinámica menos seria. Bella y yo nos miramos divertidos y cómplices.

-Nos encanta la música- dijo ella -el cine, la lectura, viajar, probar comidas exóticas...- enumeró divertida -estamos al día de los estrenos de cine- dijo con una risa.

-Esa afición suya a la música...- la presentadora hizo hincapié en esa cuestión -¿es por eso que uno de los actos organizados por su boda es un concierto en el Wembley Arena, con los grupos más conocidos del país?-.

-Cuándo el ayuntamiento nos lo propuso hace unos meses, no lo dudamos un instante- contesté -nos gusta mucho la música pop, cómo a casi todos los jóvenes; pensamos que sería una oportunidad estupenda para que la juventud inglesa disfrute y celebre con nosotros nuestra boda-.

-Coldplay, Amy MacDonald, Muse, Oasis, James Blunt... la lista es extensa- nos dio la razón Betty.

-Somos admiradores de todos ellos- dijo Bella, a lo que yo asentí con la cabeza -esperamos que la gente que vaya, disfrute tanto cómo nosotros lo vamos a hacer-.

-El precio simbólico de la entrada, tres libras, se va a destinar a varias organizaciones benéficas; una de ellas es para la prevención e investigación del cáncer- empezó a relatar, mirando a mi novia -imagino que para usted significa mucho, teniendo en cuenta que es una enfermedad que sufrió su madre- miré a mi niña de reojo, ella agachó la cabeza un momento, conteniendo una pequeña mueca de tristeza. Entrelacé disimuladamente nuestros dedos, y ella levantó la mirada, respirando pausadamente.

-Así es- intentó esbozar una pequeña sonrisa, que se quedó en un amago.

-¿Puede hablarnos un poco de ella?- la sonrisa tranquilizadora de la periodista pareció calmar un poco a Bella.

-Ella era una persona excepcional; muy alegre y extrovertida... en algunos aspectos, lo opuesto a mi... en eso he salido a mi padre- dijo en voz baja -murió cuándo yo tenía trece años- relató casi en un susurro -fue terrible para mi familia y para mi, por eso es importante, ante todo, la prevención y el seguimiento de los doctores-.

-Imagino que la echará de menos... sobre todo estos días-.

-Muchísimo... todos los días la echo en falta- musitó mi niña -y supongo que en estas ocasiones, desgraciadamente, es cuándo más notas la ausencia de las personas que ya no están aquí. Hay veces que necesito sus consejos, saber su opinión- enumeró reteniendo las lágrimas -me hubiera gustado que le conociera -dijo, mirándome melancólica -y por supuesto, que viviera todo lo que me está sucediendo-.

Un pequeño silencio se adueñó de la habitación; pero mi niña respiró profundamente, esbozando una sonrisa de ánimo. Bella apoyó su mano libre en la mía, que sujetaba su otra mano con fuerza. La guiñé un ojo, consolándola en silencio e intentando animarla. Por suerte, Betty cambió el rumbo de la conversación.

-Bien; faltan doce días para la boda, ¿nerviosos?- nos interrogó divertida, haciendo que mi niña se animara.

-Mucho- respondí -cómo todos los novios, supongo-.

-Todo está listo- contestó mi niña, ya un poco más alegre -esperemos que todo salga bien-.

-¿Impresiona el hecho de que varios millones de personas seguirán la boda por televisión?; tanto en Europa cómo en EEUU, se están haciendo programas especiales-.

-Ufffsss... desde luego que si- mi niña contuvo la sonrisa -es algo difícil de explicar-.

Al de pocos minutos, la entrevista se dio por finalizada. Estuvimos charlando unos minutos, ya fuera de cámaras, con Betty y el resto de periodistas allí congregados. Nos despedimos de ellos y antes de ir al encuentro de nuestra familia, que había seguido la entrevista, mi niña se volvió hacia mi, rodeándome con sus brazos.

-¿Qué tal lo he hecho?- me interrogó ansiosa. Negué con la cabeza, rodeando su pequeña cintura.

-Muy bien cariño; has hablado cómo una auténtica princesa- respondí orgulloso -siempre lo supe- dije en voz baja.

-¿El qué supiste?- me preguntó de nuevo, con tono suave.

-Desde esa primera vez en la que hablamos... supe que eras tú... qué tu eras mi princesa... y la de toda Inglaterra- ella volvió a agachar la mirada.

-Y aunque tardaste tiempo en darte cuenta... sabría que podrías con ello- negó agachando la cabeza.

-Eso es cierto- meditó en voz baja -no sé si alguna vez llegaré a acostumbrarme del todo- me dijo con franqueza -todos estos meses han sido increíbles-.

-Para mi también lo han sido- contesté abrazándola -y ya oíste una vez a mi padre... si tú estás a mi lado, no me importa enfrentarme a lo que sea-.

-Eso mismo me pasa a mi- se acurrucó en mis brazos, cómo una niña pequeña, respirando tranquila. Permanecimos así unos minutos, hasta que ella me habló.

-¿Qué tenemos mañana?-.

-Mañana por la mañana recibiremos a varias instituciones y personalidades- le recordé -y por la tarde tenemos que ir a la catedral, a los ensayos- levantó la vista, mirándome contenta.

-Entonces habrá que ir a cenar y a descansar... nos esperan unos días ajetreados- repuso sobre mis labios.

-Cómo ordene mi mujer- dejé un pequeño beso en su boca, antes de ir al encuentro de nuestra familia.

0o0o0o0o0o0o0

Los días pasaban rápidos... y poco a poco se iba acercando el momento. Muchos de los invitados empezaban a llegar, sobre todo gente de Forks y los miembros más jóvenes de las Casas reales, que no se querían perder el concierto. El hermano de Sue y su familia ya estaban aquí, al igual que Ang y Ben y sus respectivos padres, la familia de Rosalie y la de Emmet. En total, estaban confirmados más de mil quinientos invitados.

Esos días intentamos pasar todo el tiempo posible con ellos, lo que los diferentes actos y compromisos nos dejaban. Recibimos multitud de felicitaciones y de regalos, que mi niña y yo cada noche íbamos trasladando a nuestra casa, ya completamente terminada y amueblada, esperando que la ocupáramos.

Recibimos regalos de todo tipo, desde cuadros y objetos de decoración, hasta abonos y suscripciones para diferentes actividades.

Esa mañana llevábamos un ajetreo increíble. Habíamos recibido a un amplio grupo de la aristocracia; la mayoría de ellos vinculados por las distintas órdenes a la Casa real. El regalo fue para mi niña, un aderezo de joyas completo, en el que destacaba una tiara de perlas y brillantes. Cuándo los despedimos, Bella se volvió hacia mi, con la boca abierta.

-Es increíble- me susurró, admirando de nuevo el collar de perlas y los pendientes en forma de lágrima. Mis padres y los suyos, a su lado, admiraban también el regalo.

-Eso es un regalo y lo demás tonterías- meditó divertido mi padre, arrancando las risas de los presentes. Demetri y Zafrina hicieron pasar a la última recepción que tenía lugar esa mañana. Por la tarde se celebraba el concierto.

-Alteza; señorita Isabella, les presento a William y Ashton Jones, directores de la protectora de animales del condado de Yorkshire-.

-Es un placer conocerles en persona- saludé amablemente, estrechando la mano de uno de ellos, al igual que hizo mi niña.

-Encantada de conocerles- saludó con voz tímida. La protectora de animales trabajaba codo con codo con una de las organizaciones presididas por el ducado de Cornualles, de modo que habíamos oído hablar de ella.

-Alteza, señorita Isabella; es un honor que nos reciban antes de su próxima boda. Y nos gustaría obsequiarles con un pequeño presente- nos explicó William, después de charlar unos minutos con ellos. Uno de los empleados de palacio se acercó con una pequeña cesta, con un lazo de colores en el asa y tapada con una manta. Bella y yo nos miramos curiosos, y mi novia dio un pequeño salto, ya que algo se movía dentro de ésta. Los presente rieron suavemente, ante la reacción de mi prometida, y me adelanté para destapar la cesta. Bella se llevó las manos a la boca, impresionada y feliz por el descubrimiento. Dentro de ésta, dos preciosos cachorros, por supuesto de raza yokrshire terrier, jugueteaban en el interior.

-Son preciosos- murmuró mi novia, tomando a uno en brazos y acariciándolo- ¿de verdad son para nosotros?- les preguntó, todavía sorprendida.

-Por supuesto- respondió Asthon -acaban de nacer hace una semana... y sabemos que ambos les gustan los animales-.

-Muchísimas gracias- les agradecí de corazón, tomando al otro cachorro. En verdad que eran una monada, tan pequeñitos.

-Son macho y hembra- nos explicaron -y por supuesto, auténticos yorkshire terrier de pura raza-.

-¿Qué te parece?- me susurró Bella, admirando al que yo tenía en brazos.

-Creo que tenemos nuevos miembros en la familia- repuse divertido, arrancando las risas del resto. Una vez les agradecimos de nuevo su visita y los regalos, nos dirigimos al salón principal, dónde dejamos a los nuevos integrantes de la familia en el suelo, ante la divertida mirada de todos. Mi hermana se agachó en el suelo, ante la mirada de Rosalie y Emmet.

-Qué bonitos- dijo, sonriendo encantada -¿cómo vais a llamarles?- nos interrogó. Bella y yo nos miramos.

-Pues no lo hemos pensado- respondí pensativo - ¿tú que opinas?- sondeé a mi novia.

-A la hembra... Isolda- dijo convencida. Arqueé una ceja... pero el nombre era bonito.

-Espero que al macho no le llaméis Tristán- añadió mi madre con una sonrisa divertida, mientras se agachaba para acariciar a uno.

-¿Alguna sugerencia?- interrogué divertido al personal -no sé... alguno que hayáis visto en alguna peli o algo así-.

-Pues no se me ocurre ninguno- dijo Ang, pensativa.

-¿Qué película has visto hace poco?- preguntó Ben a Emmet.

-Ayer Rose y yo vimos Casper... no me miréis así- nos dijo, ya que intentábamos contener las carcajadas -A Rosie le encanta- nos explicó, rodando los ojos con paciencia.

-Casper... el nombre no está mal- objetó Jazz con una sonrisa. Bella le dio la razón, agachándose para cogerlo.

-Entonces, Casper será-.

-¿Casper?- interrogué, no muy convencido; iba a protestar, pero la mirada fija de mi niña no daba lugar a réplicas -está bien, Casper- lo cogí yo, y se puso poca arriba, para que le rascara la tripa. El perro cerró los ojos, se veía que estaba a gusto.

-Son muy buenos- dijo Bella, mirando a Casper con una sonrisa.

-No te creas... creo que Isolda se ha hecho pis en mi pantalón- dijo Charlie de repente, apartándose de un salto. La sala estalló en carcajadas, sobre todo mi padre.

-Felicidades hijo, has hecho una nueva amiga- le dijo la abuela, con un brillo malicioso en los ojos.

Esa misma noche, dejamos a Casper e Isolda acomodados con mis padres y los de Bella, ya que nos íbamos al concierto. Salimos en varios coches, y allí, acomodados en una tribuna, saludados a nuestros amigos. Estaban todos allí, desde los amigos de Bella de Forks, hasta Chris y Madde, Carlos y Valeria, Ingrid y Desireé con sus maridos...tan solo faltaban los noruegos, que llegarían mañana para el baile de gala, directamente desde Kenia, ya que estaban de viaje oficial; todos los jóvenes de las casas reales se mezclaron sin ningún problemas en las tribunas contiguas a la nuestra con nuestros amigos de Forks, dejando a un lado los títulos. La gente había respondido fenomenal, y el estadio estaba lleno a rebosar, impacientes a que saliera el primer grupo. Al ocupar nuestros asientos, oímos los chillidos y aplausos de la gente, los cuales Bella y yo correspondimos, saludándolos con la mano.

-Está lleno- me dijo Bella, mirando hacia todos los lados- afirmé con una sonrisa, mirando también a la multitud. El concierto dio comienzo, y debo reconocer que apenas nos sentamos, animando y siguiendo las canciones de pie, cómo el resto del estadio.

-Esto es genial- nos dijo Chris en la pausa de una de las canciones- ¿por qué no se nos ocurrió para mi boda?- meditó en voz alta.

-Se siente- dijo mi hermana -tenemos la exclusiva de la organización- contraatacó maliciosa. Bella y yo vimos cómo Ang y Rose charlaban animadamente con Madde y las princesas suecas; Valeria, Carlos y Chris estaban con nosotros, en un pequeño grupo.

-Tus amigos son geniales, Bella- le indicó Valeria.

-Al principio estaban un poco asustados; no todos los días te rodeas de príncipes europeos-.

-Estos días no somos príncipes- le contradijo Carlos -somos todos iguales... y vuestros amigos pasan a ser nuestros amigos desde este mismo instante- Bella le sonrió agradecida, pero salió Muse al escenario, y los aplausos de la gente hizo que volviéramos la cabeza hacia ellos.

-Gracias a todos por estar aquí esta noche – la voz de Matthew Bellamy, el cantante, resonó en los altavoces -y gracias al príncipe Edward y a su prometida, por permitirnos estar aquí, en este momento único -Bella y yo sonreímos mientras lo escuchábamos -queremos dedicarles esta canción de nuestro último disco... y en nombre de mis compañeros, desearles toda la felicidad del mundo- las notas de "Neutron star collision" empezaron a surgir del enorme piano. Bella estaba delante mío, y la agarré por la cintura, balanceándonos al son de la música.

-¿Lo estás pasando bien?- susurré en su oído.

-Mejor que bien- admitió feliz -es todo... no tengo palabras... gracias- dejé un pequeño beso en su sien, volviendo nuestra atención a la canción... sólo una horas más... y la imagen con la que tanto había soñado, vería por fin la luz.

0o0o0o0o0o0o0

Veintidós de junio... hace dos días que había celebrado mi cumpleaños; sin duda, el más feliz de mi vida. Coincidió antes de que empezaran a llegar los invitados más relevantes, y decidimos celebrarlo en familia y en la intimidad, con nuestros amigos cercanos y familiares. Bueno; en realidad, ese día estuvimos por la mañana en el ayuntamiento, dónde se nos ofreció una pequeña recepción con motivo de nuestra boda. El consistorio en pleno nos recibió a lo grande, explicándonos las mejoras que se habían realizado en la ciudad. Por todo Londres estaban las imágenes de Bella y mía, y las calles por dónde pasaría el cortejo ya estaban cerradas y valladas.

Ayer regresamos del concierto tardísimo, ya que después de la actuación, pasamos detrás de bambalinas, a saludar a todos los que habían participado. Las caras de los amigos de Bella no tenían precio... ni la de Chris, más que impresionado de conocer en persona a su tocayo Chris Martin, vocalista de Coldplay y uno de sus ídolos; estaba saltando cual niño pequeño, mientras que Madde y el resto reíamos divertidos.

Esta misma mañana, en un acto íntimo en uno de los salones de palacio, mi niña recibió las placas de las órdenes que iba a ostentar, así cómo la Orden de la Familia real. Enfundada en un vestido azul, hasta la rodilla y altísimos tacones, prestó juramento a las normas de la orden, ante la cariñosa mirada de mis padres y los suyos, y por supuesto, la abuela Swan. Al finalizar el pequeño acto, sin periodistas por petición nuestra, Bella admiró las placas que luciría a partir de mañana, en su condición de Princesa de Gales. Todas estaban hechas de oro y piedras preciosas, al igual que las que llevaba mi hermana. Después se celebró un pequeño lunch con los empleados de palacio, ya que a partir de esa noche y sobre todo mañana, no pararían quietos. Bella pronunció un pequeño discurso para ellos, agradeciéndoles el haberla recibido con tanto cariño en el que ahora, era su hogar.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por Isolda, que encima de nuestra cama, jugaba con una pequeña pelota de goma y gimoteaba divertida. Casper dormía plácidamente en uno de los sillones. Me ajusté bien el frac, esperando a que Bella volviera de la habitación de mi hermana. Los invitados empezarían a llegar en media hora. Junto con mis padres y los suyos, debíamos saludar a la mayoría de los invitados, que mañana estarían en nuestro enlace. Por fin, mi niña asomó su preciosa carita. Estaba deslumbrante, con un vestido bordado en pedrería de color rojo, de escote asimétrico y dejando un hombro al descubierto. El moño alto que llevaba resaltaba su cuello de cisne. Llevaba los pendientes largos de su aderezo, junto a su anillo de compromiso.

-Estás preciosa- admiré caminando hacia ella; Isolda pareció darme la razón, ya que ladró contenta, despertando a Casper.

-¿Estás nerviosa?- inquirí agarrando sus manos.

-Estoy agotada del ajetreo de los últimos días- me confesó en voz baja -pero feliz- añadió -mañana es nuestro día... no puedo creerlo... mañana a estas horas estaremos casados-.

-Por fin- dije en voz baja, mientras agachaba mi cabeza para besarla suavemente -no entiendo por qué esta noche tenemos que dormir separados- siseé un poco enfadado... Alice y sus benditas ideas.

-Es la tradición-murmuró divertida -además, yo no dormiré sola- señaló a nuestros pequeños amigos, que correteaban por la alfombra.

-Se han adueñado de la cama- observé divertido -esta noche pasada han dormido entre los dos; a sus camitas no les hacen ni caso- señalé las cestas que habíamos mandado comprar... pero preferían los sillones y nuestra cama.

-Eso es cierto- me respondió divertida, pero un pequeño suspiro de melancolía escapó de sus labios. Mi mano voló hacia su mejilla, acariciándola suavemente.

-Ella lo está viendo- la consolé -y mañana, de alguna manera o de otra, estará con nosotros- Bella asintió, esbozando una triste sonrisa, pero enseguida se recompuso. Me ajustó bien una de las placas.

-Así está mejor... las mías son un poquito más pequeñas- observó.

-No puedo esperar a verte con ellas- repliqué contento -y verte con la banda cruzando el pecho- ella rió divertida.

-Todo llega... y ahora vamos, que nos estarán esperando- salimos tomados de la mano hacia el salón del trono, dónde ya estaban todos, charlando alegremente.

-Estás preciosa, hija- Charlie se acercó a Bella, abrazándola con delicadeza. Sue, muy elegante con un vestido en tonos ocre, largo hasta los pies, también se acercó a ella. Mi vista fue hacia la abuela Swan, también muy guapa, con una falda larga negra y una blusa de raso en tonos grises.

-Estás muy guapa, abuela- me agaché a su lado.

-Y tú también Edward- me repasó con la mirada de arriba abajo -ven aquí- me acerqué a ella un poco más, y me puso recta la pajarita- así está mejor; por cierto, llevo hablando un buen rato con el tío de tu padre, el duque de York- señaló al anciano, enfundado en un traje de gala y con todas sus condecoraciones pendiendo de él -es un hombre encantador-.

-Margaret, te he dicho que me tutees... sino pareceré un viejo-. Bella se acercó a saludarlos, y el resto nos rodearon.

-No seas quejica, Alfred... estás muy bien para tu edad- la abuela esbozaba una sonrisa pilla.

-Abuela... ¿estás ligando con el tío Alfred?- inquirió mi hermana, curiosa y divertida.

-O el está ligando conmigo- respondió tan pancha, ante la estupefacta mirada de Charlie y las risas contenidas del resto -me debes un baile- le señaló divertida e ilusionada.

-Por supuesto, querida Margaret- respondió galante y pícaro.

-Qué viva el amor- dijo mi padre, ante nuestras risas.

Nos anunciaron que los invitados ya estaban esperando, de modo que nos colocamos de espaldas a la pequeña escalinata del trono, y pacientemente dimos la mano a todos los que desfilaban por allí. Saludamos a casi todo Forks, capitaneados por el alcalde Lohire; miraba de reojo a Bella y a mi suegros, emocionados ante las muestras de cariño. Bella y Ángela se abrazaron durante unos instantes, ante la mirada de Ben y mía, y lo mismo pasó con Rosalie y su familia. También saludamos a los reyes allí congregados, y a nuestros amigos. Bella se sorprendió cuándo vio que su padre y Sue intercambiaban unas tranquilas palabras con la reina Ana de España y los reyes de Suecia y Dinamarca.

-Pensé que estarían más nerviosos- me susurró.

-Yo también... además tu padre también tiene su parte de protagonismo, es el padre de la novia- le recordé.

Chris y Madde nos dieron un fuerte abrazo también, al igual que Carlos y Valeria y el resto de nuestros amigos europeos. Sven nos saludó protocolariamente, sin apenas detenerse, lo mismo que Anne Lousie. Antes de pasar al comedor, mi novia y yo nos acercamos a nuestros amigos, que estaban todos en círculo en un extremo del salón, charlando y picando canapés. Mike, Ben, Austin y compañía estaban con Emmet, Jasper y la mayoría de los príncipes, y las chicas al lado, cotorreando divertidas. Aunque la realeza vistiera sus mejores galas y joyas, al igual que la aristocracia, esa noche todo se mezclaba en un ambiente relajado y feliz. Eché un vistazo mientras cogía dos copas para Bella y para mí. Mi madre y Sue charlaban con la mujer de nuestro primer ministro y la reina de Dinamarca. En otro corrillo, mi padre y Charlie conversaban de forma distendida, acompañados por los embajadores de los EEUU en Inglaterra, el padre de Chris y el rey de Holanda. Mis padres sabían lo difícil que era para Charlie y Sue todo ésto, y aunque se les veía tranquilos, ellos mismo nos aseguraron que los arroparían y que estarían con ellos.

La cena se desarrolló entre risas y buenos deseos, y mucha emoción en el discurso de mi padre. Nos sentamos en una mesa con nuestros padres y la familia directa. Justo a nuestro lado, en mesas adyacentes, estaban los invitados más importantes, seguidos por la gente de Forks y nuestros amigos. Aunque el ambiente era distendido y relajado, había ciertas partes del protocolo que no se podían saltar.

Después del café y los postres, se abrieron las puertas del salón de baile. Entre aplausos y silbidos de nuestros amigos, tomé a Bella por la cintura; la voz del grupo favorito de ni niña, Bon Jovi, inundó el salón. Bailamos al ritmo de una de las canciones favoritas de Bella, "Always", y ante las miradas de complicidad de los que nos rodeaban.

-¿Te he dicho que estás impresionante con ese vestido?- murmuré con la voz un poco ronca; mi novia se sonrojó mientras que esbozaba una sonrisa pícara.

-Me lo has dicho- afirmó en un susurro -pero me gusta oírlo- bajé un poco mi cabeza, juntando nuestras frentes.

-Te amo... y no puedo esperar que llegue mañana... aunque esté hecha un mar de nervios- dijo con una risa temblorosa.

-También te amo- besé lentamente sus labios, ante los silbidos y jaleos de nuestros amigos, que se percataron del momento. Bella rió nerviosa, presa de la vergüenza, escondiendo su cara en mi cuello.

La celebración duró hasta altas horas de la madrugada. Después de abrir el baile, Bella y yo fuimos charlando con la mayoría de la gente, tanto jóvenes y no tan jóvenes. Mi novia saludó a miembros de Casas reales que no había conocido en Madrid, y sobre todo charlamos un buen rato con la gente de Forks y los padres de Rosalie y Emmet. Mis padres y mis suegros, cómo buenos anfitriones, hacían otro tanto de los mismo, yendo de un lado a otro del enorme salón. Al de un buen rato, por fin pudimos acercarnos a nuestros amigos; después de unas horas de animada charla y bailes por doquier, la gente se empezó a retirar a sus hoteles y habitaciones, aludiendo que la verdadera fiesta sería mañana, y querían estar descansados.

Me despedí de Bella en la puerta de nuestra habitación. Durante la fiesta, los empleados habían sacado las cosas que necesitaba, ya que habían traído el vestido de Bella y no podía entrar.

-Hasta mañana- susurré antes de darle un beso que la dejó sin aliento.

-Hasta mañana- me guiñó un ojo cómplice, viendo cómo me iba a la habitación que me habían preparado para esa noche.

0o0o0o0o0o0o0

Me desperté a las diez y media en punto. Eché en falta el beso de buenos días que siempre me daba mi niña... pero hoy era una ocasión especial... por fin, el día había llegado. Bella se convertiría en Princesa de Gales... en mi princesa y en mi mujer.

Después de darme una ducha, me dirigí al comedor, dónde estaban Jasper, mi padre, Charlie, Harry y Emmet. Supuse que Alice me colgaría si me acercaba a la zona dónde estaban ellas. Desayuné con los nervios cerrándome el estómago, y a la hora de la comida apenas pude probar bocado.

Apenas vi a mi madre, a mi hermana, ni a Sue y la abuela más que un momento en la comida; Jasper y Emmet me hicieron compañía... hasta que llegó la hora de vestirme. Con la ayuda de Jasper, me terminé de colocar una de las placas en el uniforme, cuándo mis padres aparecieron. Mi cuñado nos dejó un momento de intimidad a los tres. Mi padre vestía un traje similar al mío; mi madre estaba impresionante con un traje en tonos verdes, y su tiara de diamantes rusos sobre la cabeza.

-¿Estás nervioso, eh?- mi padre se acercó a mi, dándome una palmada amistosa en el hombro.

-Un poco- respondí -¿cómo está Bella?- interrogué a mi madre.

-También está nerviosa... y guapísima- me dijo con una gran sonrisa.

-Eso ya lo supongo- no podía esperar más para verla. Mi madre estaba apunto de llorar, y adelantándome, le di un gran abrazo.

-Gracias por todo vuestro apoyo; sin él, ésto no estaría pasando- les agradecí, emocionado y feliz.

-Estamos muy contentos por vosotros... y muy felices- dijo mi padre -has encontrado a una mujer excepcional- sonreí ante la mención de mi niña.

-Y lo más importante, os queréis por encima de todo, y estamos seguros de qué seguirá siendo así- noté que a mi madre le temblaba la voz, debido a la emoción.

-Estamos orgullosos de vosotros... cómo reyes y cómo padres; sabemos que juntos superareis todo lo que os venga... y a tu madre y a mi nos tranquiliza que hayas encontrado un apoyo así- me padre dejó su mano en mi hombro, mirándome cómplice. Me abracé a ellos una vez más, pero Preston nos interrumpió.

-Majestades, alteza; es la hora- respiré largo y tendido, saliendo con ellos. Jasper, mi padrino, ya me esperaba en la entrada, enfundado en el uniforme de los caballeros de la Jarretera, muy parecido al mío.

-¿Listo?- asentí con la cabeza, mientras me volteaba y me despedía de los empleados que habían salido a las escaleras principales, los que no podían ir a la catedral. Mis padres montaron en uno de los coches; vi aparecer a mi hermana, que no dijo una palabra al verme; simplemente me dio un gran abrazo.

-Espero que seáis muy felices, hermanito, os lo merecéis tanto- estaba guapísima con un vestido largo en tonos azules, y su diadema de zafiros.

-Gracias, pequeña duende- besé su frente, en agradecimiento por sus palabras. Dio un rápido beso a Jasper, y montó en otro de los coches, y por fin, nos subimos Jazz y yo.

Nada más pasar la verja de palacio, observé que las calles estaban repletas de gente; a cada lado de la avenida que llevaba al palacio, había un cordón de seguridad inmenso. Iba saludando con la mano; el griterío era ensordecedor, ya que escuchaba constantemente mi nombre.

-Las calles están llenas de gente- observó mi amigo y cuñado. volví mi vista hacia él, asintiendo con la cabeza.

-Gracias Jazz, por todo... y por ser mi padrino- golpeó mi costado con su codo, en un gesto amigable.

-No se merecen... os deseo lo mejor Edward- palmeé su hombro, agradeciendo sus palabras, breves pero concisas.

-Y ahora... vamos- apenas me di cuenta de que el coche había parado en las escalinatas, frente a la catedral. Nada más bajar, los gritos se hicieron más audibles, si cabe. Me giré antes de entrar, saludando a la gente allí congregada, antes de volverme a la puerta, dónde el deán de la catedral nos recibió. A ambos lados de la puerta, vi a Quil, Embry, Nick, a todos los escoltas... y a Emmet enfundados en su traje de gala de la Guardia Real, saludándome al estilo militar. Mi amigo me guiñó un ojo mientras pasaba a su lado, y esbocé una pequeña sonrisa.

Al son del órgano, Jasper y yo iniciamos el recorrido hasta dónde debía esperar a mi niña. Divisé muchas caras durante el paseo... que me sonreían cómplices y con simpatía. Llegamos a la pequeña rotonda, justo dónde terminaban los bancos y empezaba el altar. Nuestras familias estaban a los laterales; cuándo llegué allí, se sentaron. Observé a Sue y a la abuela en primera fila, y justo enfrente de ellas, mis padres y mi hermana; detrás de ellos, los tíos de mi padre y la hermana de mi abuela materna con su hija, y Garret y Kate. Me miraban cómplices e impacientes, ya que sólo faltaban mi niña y Charlie, y a juzgar por los gritos de la gente, todavía no habían llegado. Miraba para todos los lados, incapaz de contener mis nervios.

-Tranquilo... creo que ya llegan- me dijo Jasper, después de diez minutos de larga espera. Agucé el oído, y efectivamente, el griterío se acentuó, señal de que Bella estaba llegando. Volví la cabeza hacia mis padres, que me sonrieron con cariño, al igual que mi hermana. Jasper posó la mano en mi hombro, llamando mi atención.

-Edward... está aquí-. El coro empezó a entonar la marcha nupcial de la ópera de Lohengrin, de Wagner; volví mi cabeza... y mi corazón empezó a bombear cómo un loco.

Siguiendo a las hijas de Harry, del brazo de Charlie, inmaculadamente vestido con un chaqué y con una sonrisa orgullosa en su cara... estaba ella... mi sueño de mil noches, preciosa y con una sonrisa emocionada, caminando hacia mi.
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Mensaje por Pandy_Cullen 11/10/2010, 2:02 am

Awww!!!, aun me quedan 3 capitulos para terminar de leerlo!! me ha encantado este fic, estoy de las 5 de la tarde leyendolooo, pero ya son las 4 a.m. y el sueño me gano!!!
Atal mil gracias por darte el tiempo de subir los capitulos y de buscar historias tan buenas!!! Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 455993
no se que seria de mi adiccion a los fic sin ti Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 54995
PD: Que daria yo por tener un enfermero como Edward!!!! Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 811904
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Mensaje por evan anthony 11/10/2010, 9:31 pm

ohh no puedo esperar para el proximoo
sube prontoo

evan anthony

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Mensaje por Pandy_Cullen 12/10/2010, 12:16 am

Ya termine!! masssss plisss! amo esta historiaaa Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 76524
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Mensaje por Pandy_Cullen 19/10/2010, 10:57 pm

Atal!!!! porfavor sube mas Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 240478 todos los dias me meto con la esperanza de que hayan nuevos caps Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 984394
Bueno esooo tenia que expresarme ajajjaa besitos y se que debes estar ocupada, pero era para que sepas que aqui tienes una fan numero 1 de los fics!!
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Mensaje por patty 21/10/2010, 1:01 am

enganchadisima me hayo,porfa actualiza pronto

patty
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Mensaje por xole 22/10/2010, 4:21 am

que emocionantes dias han vivido ........que ganas de que ver como sigue la boda ..........gracias por subir tantos capis Atal Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 4 781363
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