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Mensaje por Atal 23/10/2010, 8:59 am

Aquí les dejo un capitulo más de esta hermosa historia de mi amiga Sarah-Crish Cullen.
Disfrútenla...dejen susu huellas...besos


Capítulo 43: Gran Bretaña ya tiene a su Princesa


Palacio de Buckingham, unas horas antes


Abrí lentamente los ojos, bostezando despacio y quedándome tumbada en la cama, intentado despejarme un poco. Eché una ojeada a mi alrededor, y vi que Casper e Isolda descansaban a mis pies.

Por fin, el día había llegado. Veintitrés de junio... hoy era el día de nuestra boda; me incorporé de un salto, saltando fuera de la cama y asomándome a la ventana. Apenas eran las once de la mañana, pero el sol lucía en todo su esplendor, adornando un solitario cielo azul, libre de nubes. Abrí de par en par las ventanas, respirando el aire cálido que entraba por ellas. Pensé en Edward, y en qué parte del palacio estaría perdido, hecho un manojo de nervios.

Mi vista de posó en mi vestido de novia, cuidadosamente tapado por otra tela por encima... aunque la cola, de cuatro metros, al igual que el velo, sobresalía por el suelo. Dentro de unas escasas dos horas empezarían a desfilar por mi cuarto toda la familia y sobre todo las chicas, secuestrándome. Me duché con tranquilidad, después de cerrar las puertas correderas del salón, para que Casper e Isolda no hicieran una de las suyas y no se acercaran al vestido. Justo cuándo salía por la puerta de mi habitación, aparecieron Sue, Esme, la abuela y una muy histérica Alice, con mi desayuno.

-Buenos días hija, ¿has conseguido dormir algo?- me preguntó Sue mientras pasaban a la habitación.

-Un poco... pero me costó conciliar el sueño- admití con una sonrisa nerviosa.

-Tienes que desayunar algo- me recomendó Esme, dejando la bandeja encima de la mesa -a la hora de comer no creo que puedas probar bocado- me recordó.

Decidí hacerlas caso, y se sentaron para hacerme compañía, mientras intentaba pasar un trozo de tostada por mi garganta... pero mi estómago estaba cerrado a cal y canto. Estuvimos charlando un buen rato, hasta que llegaron Rosalie y Ángela; cómo salían conmigo, se peinarían y se vestirían aquí. Ben iría directo a la catedral; en las invitaciones, se especificaba a que hora debía entrar cada grupo, para poder acomodar a todo el mundo sin agobios.

A eso de las doce y media, las chicas se fueron a que Lexie y compañía las peinaran; yo era la última... miré otra vez por la ventana, y pensé que un paseo por los jardines no me vendría mal. Con Casper e Isolda siguiéndome, llegué a nuestro rincón secreto, y me senté en el suelo, apoyada en el tronco del sauce.

Miles de recuerdos pasaron por mi cabeza... unos alegres, otros no tanto... rememoré momentos de mi infancia, los recuerdos de la escuela primaria, con todos mis amigos, que hoy estaban aquí conmigo, en Londres... los años de instituto... el momento en el que abrí el sobre de esa beca, que cambiaría mi vida... la primera noche con Rosalie, en nuestro pequeño apartamento... la vergüenza que pasé por llegar tarde el primer día de clase... la primera vez que le vi, en la televisión, y después en esa clase. Si en ese momento me dicen que me casaría con él, habría reído, rodando los ojos...

Recordé con un poco de añoranza, fijando mi vista en la fuente grande, los primeros meses de nuestro noviazgo, cómo Rose, Emmet, Jazz, la pequeña duende, aparte de nuestros padres, fueron cómplices y guardaron el secreto; parecía que había pasado un siglo entero, y ni siquiera hacía dos años... no quise acordarme de los tiempos malos, no era día para recuerdos tristes.

Repasé todo lo que habíamos vivido desde que se anunció nuestro compromiso; cómo nuestra relación se afianzó aún más, si eso era posible; formábamos un buen equipo, tanto en la vida de pareja cómo en el trabajo que llevábamos a cabo. Dentro de unas horas dejaría de ser Isabella Marie Swan, pasando ser Isabella Marie Cullen... su Alteza real Isabella Marie Cullen, Princesa de Gales y todos los títulos que le seguían. Una sensación rara se apoderó de mi pecho, todavía no me acostumbraba a que eso se haría efectivo a partir, más o menos, de las siete y cuarto de la tarde, hora en la calculé que le daría el sí a mi novio.

Y por supuesto, no pude evitar acordarme de ella... de mi madre. Sentí una pequeña lágrima descender por mi mejilla, y sin darme cuenta, mis pensamientos cobraron voz alta.

-Mamá- murmuré, dirigiendo mi mirada al cielo -no sabes lo que daría por tenerte aquí, aunque solo pudieras verme un segundo, y darme un abrazo, poder pedirte consejo...- sollocé; Casper e Isolda, se sentaron a mi lado, acurrucándose contra mi pierna.

-No puedo creer que vaya a casarme con Edward- murmuré, esbozando una sonrisa -sé que él te habría gustado; te gustaría ver lo feliz que me hace... lo felices que somos juntos- suspiré, quitando una lágrima de mis ojos -tu pequeña, cómo me decíais el abuelo Swan y tú, se va a convertir en princesa... todavía me cuesta hacerme a la idea- confesé divertida, mirando el solitario jardín, perfectamente arreglado y resplandeciente cómo nunca. Miré el reloj, y descubrí que llevaba más de una hora, sumida en mis pensamientos. Dentro de un rato empezaría a prepararme. Dirigí de nuevo mi mirada al despejado cielo, esta vez ya sin poder contener las lágrimas.

-¿Sabes?; Edward siempre me dice que nos estás viendo... y espero que hoy, allí dónde estés, estés un poquito orgullosa de mi... de nosotros- cerré los ojos, en un intento inútil, de retener las lágrimas.

-Te quiero mamá... y quiero que sepas que hoy, más que nunca, estarás conmigo en todo momento- no soplaba una gota de aire... el día era muy caluroso; pero pude sentir una suave brisa, que se levantó de repente. Apenas fueron unos pocos segundos, pero ese pequeño roce del aire en mi cara, suave cómo una caricia, hizo que esbozara una pequeña sonrisa. No creía en esas cosas... pero quise creer que mi madre me transmitía su bendición y su cariño a través de ese gesto.

Me levanté y volví al interior de palacio; la actividad allí dentro era frenética. Pasé por el comedor y el salón de baile, admirando la decoración; las mesas estaban casi montadas, y el olor de los centros de flores, compuestos por rosas, peonías y fresias en tonos rosas, blancos y malvas impregnaba el ambiente, sin parecer recargado. Los altos candelabros de plata emergían de los inmaculados manteles de lino blanco... era todo cómo un sueño.

Eché también una ojeada al salón de baile, dispuesto para la ocasión, con mesas y sillones alrededor para que la gente que no quisiera bailar estuviera sentada. Me mordí el labio, pensando en el vals que bailaríamos dentro de unas horas... llevaba días tomándole el pelo a Edward, diciéndole que no iba a bailarlo, que no me atrevía porque no había conseguido aprender bien... bueno, eso era cierto, pero según me dijo Carlisle, podría defenderme... veríamos a ver. Volví a mi habitación, y ya estaban allí Ang y Rose, cada una con un precioso recogido en el pelo, adornado con una cinta de raso, a modo de diadema, del mismo color que el lazo de su vestido.

-¿Dónde estabas?- inquirió mi morena amiga, nada más cerrar la puerta.

-Dando un paseo, intentando relajarme- le indiqué -¿el resto todavía se están peinando?-.

-Sí, ya no tardarán mucho; cómo nosotras ya estamos, Esme ha ordenado que nos suban aquí la comida, para que vayamos comiendo- me explicó Rosalie -en una hora tenemos que ir a maquillarnos, y ya vendrán aquí, para ocuparse de la novia- objetó divertida.

-No creo que sea capaz de probar bocado alguno- contesté con un mohin. No me dio tiempo a protestar más, ya que justo en ese momento llamó Preston a la puerta, que entró precedido de dos empleados, con los carritos de la comida.

-Señorita Isabella, Emily me manda decirle que, o intenta comer algo, aunque sólo sea un sandwich, o...- Preston dejó la frase inconclusa, mirándome divertido.

-Lo intentaré- me acerqué a él, quedando a su altura -gracias por todo- esas palabras no sólo reflejaban el agradecimiento por la comida, sino un gracias por todo, desde el primer día que pisé el palacio, en el que todos los empleados me recibieron con los brazos abiertos.

-No se merecen, señorita Isabella- el hombre captó mi mensaje, sonriéndome con cariño -si me disculpa, hoy el ajetreo es agotador- asentí mientras salían, dejándonos allí. Me acerqué al pequeño salón, habían puesto la tele. Mis nervios subieron desde mi estómago hasta la garganta al ver las imágenes... y al escuchar la voz de la narradora.

-En las calles no cabe un alfiler. Londres en pleno ha salido a las calles, en este soleado día, para vivir el broche de oro que ponen a su historia de amor su Alteza real, el príncipe Edward, y la señorita Isabella Swan. Faltan menos de cuatro horas para que la boda comience... y en dos horas empiezan a llegar los invitados a la catedral de St. Paul. Llevamos varios días de celebración, y hoy es la guinda del pastel. Familiares, amigos, mandatarios y miembros de las Casas reales europeas se han dado cita en nuestra ciudad, convirtiéndola esta semana en la capital de la realeza europea. Dentro de poco conectaremos con los alrededores de la catedral y del palacio, desde dónde en poco más de tres horas empezarán a salir los novios y sus familias......- Ang, Rose y yo mirábamos las imágenes, mientras la presentadora iba hablando. Gente, gente y más gente se agolpaba en los distintos puntos del recorrido.

-Wau... es impresionante Bella- Ángela me pasó un brazo por los hombros.

-Uffsss... ahora sí que estoy nerviosa- murmuré en voz baja. Rose me oyó, y decidió apagar la televisión.

A duras penas conseguí comerme un pequeño sandwich, y de tomarme una tila, que no tuvo efecto alguno. Un empleado vino para llevarse a Casper e Isolda, ya que enseguida vendrían a peinarme. Me prometió que estarían todo el día en el piso inferior, dónde habría gente y no estarían solos. Ang y Rosalie fueron a maquillarse, de modo que me quedé de nuevo sola. Decidí volver a ducharme, en un intento por distraerme y hacer algo. En el momento en el que salía de la ducha, enfundada en un albornoz y una toalla enrollada por la cabeza, mis amigas, perfectamente maquilladas, y la pequeña duende, peinada y maquillada también, entraron seguidas de Lexie, Marian y Maud. Me saludaron contentas, y sentándome enfrente del tocador, empezó el ajetreo. Mientras Lexie elaboraba el recogido, Maud se ocupó de mis uñas, arreglándolas. Una vez terminó con la manicura francesa, cómo siempre las llevaba, se ocupó de mis cejas, retocándolas, y del maquillaje. Más de una hora después, habían terminado todas menos Marian, que se quedaba a colocarme el velo y la tiara. Mientras mis amigas se vistieron, Marian y Alice salieron un momento, para colocarles a ella y a Esme la diadema.

Miré a mis amigas, guapísimas con sus vestidos en tonos marrones; llevaban el cuerpo de raso, con escote palabra de honor; debajo del pecho, la falda caía en capas y capas de gasa de diferentes tonos marrones y ocres, haciendo un efecto óptico muy bonito. Debajo del busto, un pequeño lazo de color beige clarito, igual que el llevaban de diadema y del mismo color que la torera de manga corta que llevaban, para estar cubiertas en la ceremonia.

-Estáis guapísimas- admiré con una sonrisa; Rose dio una vuelta de forma graciosa, haciendo que la falda de gasa girase de forma delicada.

-Pero hoy no creo que tengas competencia- añadió Ang burlona, girando en torno a mi, admirando mi recogido.

-¿Qué tal está?; no me he querido ver mucho al espejo, prefiero verme una vez esté todo-.

-Está muy bien- me tranquilizó. Observé que ambas llevaban el pequeño broche, con el anagrama de los Príncipes de Gales, prendido en las chaquetillas. Se los dí ayer mismo, al igual que a mi familia.

-Os los habéis puesto- observé, mirándolo con detenimiento.

-Pues claro, ¿qué te pensabas?- me reprochó mi rubia amiga con un deje de diversión. Reí suavemente, mirando a mis amigas emocionada.

-Sino fuera por vosotras y por mi padre, hoy no estaría aquí- les agradecí de corazón -gracias por todo... y lo más importante, por ser unas amigas estupendas- ambas me rodearon en un abrazo, hasta que la puerta de la habitación se abrió de nuevo. Jane O´Cadagan y una de sus ayudantes habían llegado.

-Hola chicas- saludó a mis amigas; llevaba un vestido negro de tirantes, largo hasta los pies, con un chal en verde agua, al igual que el pequeño tocado -bien señorita Isabella... ha llegado el momento-.

Respiré hondo, quitándome la bata; antes ya me había puesto la ropa interior, de encaje blanco, y también las medias. Entre las cuatro me ayudaron a pasar el vestido por mi cabeza, con cuidado de no rozarme el maquillaje y el pelo. La ayudante de Jane me fue abrochando los pequeños botones forrados en raso, mientras que Jane, hilo y aguja en mano, iba retocando aquí y allá, ajustándolo bien.

Era un simple vestido palabra de honor, en raso de seda. En la parte de arriba llevaba un cuerpo de encaje, que me llegaba a la cadera; el propio encaje formaba un favorecedor escote, dejando al descubierto la parte superior de los hombros. Las mangas, del mismo encaje, llegaban hasta un poco más abajo del codo; en la cadera izquierda, el encaje hacía un bonito efecto, al estar ligeramente fruncido y sujeto por el broche de mi madre. Desde ese punto, la falda de raso caía lisa hasta los pies. Aunque el vestido era en línea evasé, la falda no tenía mucho vuelo, lo justo y necesario. De la parte baja de mi espalda, y disimulado por el encaje, salía la impresionante cola de cuatro metros, hecha a la medida del antiquísimo velo que me me iban a poner.

Después de que Jane me diera el visto bueno, Marian entró junto con Zafrina, que portaba la diadema y los pendientes pequeños del aderezo, los que tenían forma de lágrima. Después de ponérmelos, Marian se alzó en un pequeño banquito, y en unos pocos minutos tenía la tiara perfectamente sujeta en mi cabeza.

-Mueva la cabeza a los lados, señorita Isabella; con un poco de fuerza- me indicó amablemente. Hice lo que me pidió, y la joya no se movió un centímetro.

-Perfecta... no se moverá en todo el día- observó satisfecha. Por la parte de atrás de la tiara sujetaron el velo. Al de cinco minutos, me dejaron por fin verme en elespejo.

El recogido que llevaba, ni muy alto mi muy bajo, y gracias al escote que lucía, hacían que mi cuello se viera esbelto y delicado. El maquillaje, delicado y suave, apenas se notaba más que en los ojos, maquillados con colores pastel, y los hacía verse más luminosos. La tiara brillaba en todo su esplendor, y el velo de encaje enmarcaba mi rostro... no podía creer que la humilde chica que se reflejaba en el espejo fuera yo.

-Bella...- mis amigas se acercaron, mirándome de arriba abajo.

-¿Qué tal?- interrogué con una tímida sonrisa.

-Ufffsss... es todo...- Ang no sabía qué decir.

-Estás preciosa... A Edward le va a dar un ataque- la divertida voz de mi saltarina cuñada hizo que las tres nos volviéramos. No las oímos entrar... Alice, Esme, Sue, la abuela... mi cuñada se acercó, estaba guapísima con un vestido de fiesta en tonos azules, su aderezo de zafiros y su banda y condecoraciones, cómo irían todas las representantes de la realeza.

-Ahora ya podemos competir... las dos llevamos tiara- me dijo con una risa, señalando nuestras cabezas -estás preciosa Bellie- dijo con una sonrisa emocionada.

-Eres toda una princesa, hija- mis ojos se volvieron acuosos, mientras abrazaba a Esme, agradeciéndole sus palabras.

-Gracias Esme- acerté a contestar -gracias por todo... junto con Sue, has sido para mi cómo una madre-.

-Has sido y es un placer serlo, hija... estoy segura de que vais a ser muy felices- volví a abrazarla, y se puso al lado de Sue. Me acerqué a mi abuelita, impecable con un traje chaqueta largo hasta los pies, en color azul oscuro, y un elegante moño en su canoso cabello. Sus cansados ojos hacían un inútil esfuerzo por retener las lágrimas.

-Mi pequeña...- murmuró, tomándome de las manos, a ninguna de las dos nos salían las palabras, de modo que me agaché y simplemente la abracé con cariño. Al separarme de ella, Sue se acercó a mi, dejando un beso en mi mejilla. Llevaba un vestido gris oscuro, largo hasta los pies, cómo todas las invitadas, y un chal de gasa rosa.

-Estás muy hermosa Bella- me dijo con cariño.

-Gracias Sue -tuve que tomar aire, para evitar ponerme a sollozar -mi padre tuvo suerte al encontrarte- le confesé en un susurro, sólo para nosotras dos.

-Y yo tuve la suerte de recalar en vuestra casa... tengo un marido maravilloso... y aunque no te haya llevado dentro de mí, eres la hija que siempre soñé tener- una pequeña lágrima cayó por mi cara; menos mal que el maquillaje era a prueba de bombas lacrimógenas.

-Cómo le he dicho a Esme... te considero cómo una madre; espero que mis futuros hijos puedan llamarte abuelita Sue- su sonrisa no pudo ser mas sincera mientras me abrazaba.

Al separarme de ella, Esme y Alice se despidieron, ya que debían irse hacia la catedral. Mi suegra me susurró que antes iba a ver a mi novio... negué divertida con la cabeza, aguantándome las ganas que tenía de verle; vi que Jane les indicaba a Ang y Rose cómo debían coger y colocarme la cola y el velo a la entrada de la iglesia.

Poco a poco, todas fueron abandonando la habitación. Le agradecí a Jane y a Marian, Lexie y Maud todo lo que habían hecho, y les deseé que disfrutaran de la boda, ya que estaban invitadas; me quedé con las chicas y Zafrina, esperando a mi padre. Apareció al de cinco minutos, con un impoluto chaqué negro, chaleco amarillo clarito, al igual que la corbata, y camisa blanca.

-Vaya- me acerqué lentamente a él -estás muy elegante papá- le dije, sincera y maravillada.

-Y tú estás preciosa hija- me devolvió el cumplido -ojalá mamá pudiera verte- susurró con pena y nostalgia en su voz -hoy haría veintitrés años que nos casamos- recordó con melancolía.

-Seguro que ella está con nosotros, papá- recordé las palabras que siempre me decía Edward- gracias por aquellas palabras que sabiamente me dijiste- le agradecí de corazón.

-Lo harás muy bien Bells... todos estos meses has demostrado que puedes con ello- me contestó con una sonrisa -no podría estar más orgulloso de lo que estoy ahora mismo... pero recuerda que debes intentar superarte día a día... y si a alguien lo le gustas, que se aguante- reí, mientras me abrazaba a él.

-Te quiero Bells-.

-Y yo a ti, papá- le contesté de vuelta, separándome de él. Ang y Rose habían salido de la habitación, al igual que Zafrina, que en ese momento entró con mi ramo de novia. Me lo tendió con una sonrisa, y lo admiré embelesada. Orquídeas blancas caían en una suave y pequeña cascada, junto con fresias, pequeñas rosas blancas, las flores favoritas de mi madre, y enredadera verde.

-Señorita Isabella... es la hora- suspiré, tomando el brazo de mi padre y saliendo de la habitación, con mis dos amigas portando la cola y el velo. A los pies de las escaleras principales, los empleados que no podían ir a la iglesia me despidieron con una sonrisa y deseándome toda la felicidad del mundo. Le di el ramo a Ang, mientras que Rose agarraba la enorme cola, acomodándola en el coche. Me asomé tímidamente a la ventanilla nada más cruzar la verja de palacio; la marea de gente que había visto por televisión no tenía nada que ver con la que estaba viendo en este instante. Saludé con la mano, queriendo agradecer a cada persona que estaba allí su afecto.

-Está lleno de gente- murmuraba una y otra vez mi padre.

-Es increíble- decía para mis adentros una y otra vez. Cuándo el coche dobló la esquina de la plaza de la catedral, las campanas de ésta empezaron a sonar. Mi corazón se aceleró cuándo abrieron mi puerta y puse los pies en la alfombra azul que cubría las blancas escaleras.

-¡Isabella, Isabella!- me volví una vez más, saludando a la gente mientras agarraba el brazo de mi padre. Tomé de nuevo el ramo, colocándolo bien. Miré a mis amigas, que me guiñaron un ojo mientras estiraban la cola y el velo; las hijas de Harry, preciosas con sus vestidos blancos y sus coronas de flores, estaban ya colocadas y empezando a andar hacia dentro.

Respirando profundamente, me posicioné para entrar. La música empezó a sonar, y caminé lentamente por el pasillo. Según iba avanzando, las caras pasaba a ser más conocidas... aunque todas ellas me sonreían con simpatía y cariño. Caminaba del brazo de mi padre, con una sonrisa orgullosa en su cara... y por fin, le vi... justo en el sitio indicado, esperándome; guapísimo con el uniforme, las condecoraciones y la banda azul marino, y su pelo revuelto, cómo siempre. Una pequeña sonrisa apareció en mi cara, que fue correspondida con otra de las suyas, mirándome embelesado mientras me acercaba a su lado.

Interior de la Catedral de St. Paul

El interior de la Catedral de St. Paul lucía imponente, gracias a la iluminación y a los miles de flores que la adornaban, dejando en el aire una aroma dulzón, sin llegar a ser empalagoso.

Los acordes de la marcha nupcial de Lohengrin acompañaron a Bella hasta que llegó frente a su novio. Su corazón palpitaba de un modo salvaje cuándo llegaron a la posición de Edward y Jasper. Cómo bien mandaba el protocolo, Charlie dio la mano a su futuro yerno, inclinando ligeramente la cabeza. Edward y su suegro se sonrieron cómplices, y la vista de Edward voló a su preciosa novia, que le miraba fijamente, intentando contener las lágrimas. Charlie y Jasper se apartaron hacia los lados, dejando a la pareja en el centro, preparados para hacer esa última parte del camino hacia el altar.

Las voces del coro se callaron unos momentos, los cuales aprovecharon Edward y Bella para poder hablar.

-Hola- susurró ella en voz baja.

-Bella... -Edward no acertaba a pronunciar palabra alguna; tal y cómo se había imaginado tantas veces, estaba preciosa con ese vestido, con la diadema sobre su cabeza -estás... no tengo palabras-.

-Tú también estás muy guapo- se adelantó ella con voz tímida, dedicándole una de esas sonrisas que tan enamorado tenían a Edward -¿es cómo te lo imaginabas?- sondeó divertida, señalándose vagamente con la mano. Su novio negó con la cabeza.

-Mejor que en mis sueños- ese comentario hizo que Bella agachara la mirada, levemente azorada.

Los acordes del Aleluyah de Haendel inundaron los muros de la catedral. Bella respiró nerviosa, sabía que en unos instantes debían andar hacia el altar; cuándo iba a buscar el brazo de Edward, su novio agarró su mano, dejando un suave beso en sus nudillos y cruzándola con su brazo; su mano permaneció unida a la de su novia, acariciando lentamente sus dedos mientras ambos iniciaron ese pequeño recorrido. En una milésima de segundo que Bella volvió la cabeza a los invitados, observó que Ingrid, la heredera del trono sueco, sentada al lado de Carlos y Valeria, le guiñaba un ojo en señal de ánimo, también agradeció con la mirada la cariñosa sonrisa que le dedicó la reina de España, que estaba en la esquina del banco, justo al lado del pasillo.

Subieron los dos pequeños escalones que delimitaban el pasillo con la zona del altar, y antes de dirigirse a los reclinatorios preparados para ellos dos, se pararon enfrente de Carlisle y Esme; Edward se inclinó ante sus padres, los reyes, en señal de respeto, y Bella dobló las rodillas, haciendo una estudiada y tímida reverencia; por suerte, no llevaba mucho tacón, y con la ayuda de Edward, que seguía sujetando su mano, se incorporó sin problemas. Al enfocarles con sus ojos pudo ver la sonrisa de Carlisle y las lágrimas de Esme, incapaz de retenerlas, pese lo que dijera el protocolo acerca de muestras de afecto y emoción en público. Ayudada por Rose y Ang, que acomodaron la cola y el velo por encima del banquillo, por fin se relajó, dentro de lo que cabe, mientras la pareja observaba cómo aparecía en escena el Arzobispo de Canterbury, seguido de varios ministros más. Mientras terminaba la música, Bella buscó con la mirada un sitio para poder dejar el ramo.

-Puedes ponerlo aquí- le susurró Edward; éste mismo lo cogió de sus manos y lo posó encima del reclinatorio, enfrente de ella.

-Gracias- le agradeció su novia, con una pequeña sonrisa. Su novio le sonrió de manera torcida, esa que tan loca le volvía. Justo en ese momento, la música finalizó. Bella se giró, mirando a su padre, a Sue y a la abuela, posicionados en primera fila y sonriéndola con complicidad y cariño.

El Arzobispo empezó a hablar, dando las bienvenida a los presentes, y por fin, pudieron sentarse para escuchar las diferentes lecturas.

-¿Cómo estás?- le preguntó Edward en un susurro, una vez que se acomodaron en sus asientos.

-Cansada... apenas he dormido unas pocas horas- le confesó Bella, pasando una de sus manos por la falda de raso de su vestido.

-Tampoco yo he dormido mucho- contestó Edward -pero créeme que la espera ha valido la pena... estás preciosa cariño- Edward volvió a tomar una de las manos de su novia, acariciándola despacio. Bella se sonrojó ante el comentario, cómo era su costumbre.

-Y tú estás demasiado guapo, pequeño... ahora sí que pareces un príncipe de verdad- observó tímida, pasando la mirada por su uniforme. Su novio la miraba divertido.

-¿Has visto toda la gente que hay en las calles?- le sondeó su novia -es increíble-.

-Todos quieren ver a su princesa- contestó Edward, apretando más su mano. Bella se mordió el labio, agachando la mirada. Justo en ese momento, las lecturas dieron comienzo.

Veinte minutos después, sin separar sus manos en todo el tiempo, escuchaban, ya finalizadas las lecturas, la pequeña homilía que decía el Arzobispo. Habló de las obligaciones y obstáculos que se encontrarían a lo lago de su vida, en esa tarea que ambos, y sobre todo Bella, se comprometían a llevar de la mejor manera posible, aunque ya llevaran tiempo haciéndolo... y del respeto y del amor que se profesaban, que sería el mejor respaldo a toda esa responsabilidad que les deparaba el futuro, tanto en su vida de pareja y en la educación de sus futuros hijos, cómo todo en lo relacionado a la corona inglesa.

El Arzobispo dio por concluida la homilía, y se puso de pie, quedando enfrente de ellos. Bella y Edward se levantaron, al igual que el resto de los presentes. Apenas habían echado una ojeada al misal con el índice de la ceremonia, pero ambos sabían que llegaba un momento crucial y emotivo para ellos. El corazón de Bella latía apresuradamente, lo mismo que el de Edward... los nervios hicieron acto de presencia en todo su esplendor... y también la emoción, que ambos ya no pudieron disimular... el momento había llegado.

-Así pues, dado que vienen a contraer sagrado matrimonio, expresen consentimiento... ¿vienen a contraer matrimonio, sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?- preguntó con voz fuerte.

-Sí, venimos libre y voluntariamente- respondieron los novios a la vez.

-¿Están dispuestos a amarse mutuamente, durante toda su vida?- volvió a preguntar.

-Sí, estamos dispuestos- respondieron al unísono, mirándose con una sonrisa.

-Así pues, dado el consentimiento mutuo, unan sus manos, y manifiesten consentimiento ante Dios- el agarre de Edward en su mano se hizo más fuerte, pero también le cogió la otra, pasando suavemente el pulgar por ella, tropezando con su anillo de compromiso... y justo en ese momento, dos violines, en tono suave para que se escucharan las voces de los novios y el celebrante, empezaron a interpretar los primeros acordes del Canon de Pachebel. Las lágrimas asomaron en los ojos chocolate de Bella, mirando a su inminente marido... se había acordado.

-Gracias- dijo con los labios, sin emitir sonido alguno. Cerró los ojos unos instantes, y una escena vino a su mente... su casa de Forks... ella jugando con sus muñecas en el suelo, no tendría más que unos tres o cuatro años... y en un sillón, a su lado, su madre, escuchando esa misma melodía y mirándola con ternura cómo ella peinaba a sus muñecas.

Al abrirlos, se encontró con los ojos de su novio, y pudo distinguir miles de sentimientos en su mirada; los ojos topacio de Edward la miraban con amor, con un signo de felicidad y de paz... todo lo que ambos habían luchado y sufrido en esos casi dos años anteriores, por fin tenía su recompensa. Ella le miró emocionada, incapaz ya de que se le aguaran los ojos, mandado el protocolo al garete... era su día, y ninguno pudo evitarlo, ni ellos ni sus familiares.

-Edward Anthony Masen Cullen- empezó a recitar el Arzobispo, con voz solemne -Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester- el ministro hizo una pequeña pausa, después de recitar todos los títulos del novio -¿quiere vuestra alteza recibir por legítima esposa a Isabella Marie Swan, y promete amarla y respetarla todos los días de su vida, hasta que la muerte los separe?- la vista de Edward se posó un momento en la de su padre, ya que por protocolo, debía pedirle consentimiento allí mismo; Carlisle movió la cabeza en un gesto afirmativo, orgulloso y feliz; su esposa y su hija no pudieron evitar emocionarse cuándo Edward se giró de nuevo hacia Bella.

-Sí, quiero- los ojos de Edward no abandonaron los de su novia un sólo instante; gracias a la música de los violines, los dos se olvidaron de que estaban en una inmensa catedral, ante los ojos felices y cómplices del millar de invitados, y de los millones de personas que asistían al evento por televisión... ahora no eran el Príncipe de Gales y su novia, simplemente eran dos personas que se amaban, uniendo sus caminos en un compromiso de por vida.

-Isabella Marie Swan- Bella escuchaba perfectamente al Arzobispo, pero no despegaba los ojos de su novio -¿quiere recibir por legítimo esposo a su alteza real Edward Anthony Masen Cullen, Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester, y promete amarlo y respetarlo todos los días de su vida, hasta que la muerte los separe?- Bella suspiró, cogiendo aire, para responder a la pregunta que cambiaría su vida para siempre.

-Sí, quiero- al decir la última palabra se le quebró la voz, y se dio cuenta de que sus manos temblaban un poco. Edward la sonrió con cariño, pasando el pulgar por sus manos y sus nudillos e intentando calmarla.

-Así pues, en símbolo de la unión que acaban de realizar, sirvan estas alianzas cómo prueba irrefutable- una de las hijas de Harry ya estaba parada al lado del padre Conelly, capellán del palacio, ofreciéndolas. Una vez el Arzobispo las bendijo, le entregó a Edward el pequeño anillo, y con una pequeña sonrisa, lo deslizó por el dedo de su ya mujer... su mujer... no podía creer que esa chica maravillosa fuese por fin su esposa. Una punzada de alegría se instaló en su pecho, de forma permanente... su sueño se había cumplido. Cuándo Bella intentó ponerle la suya, le temblaba tanto la mano que tuvo que ayudarla un poco, empujando el también alianza. Bella agachó la cabeza, un poco avergonzada por su torpeza, pero los dedos de su marido alzaron su barbilla, dándole una sonrisa tranquilizadora.

-Lo siento- murmuró, sonrojada.

-No pasa nada mi vida- la tranquilizó cómo sólo él sabía hacerlo; ella le sonrió agradecida, mientras que el celebrante posaba su mano en las de ambos, envolviéndolas.

-Por el poder que me ha sido concedido, en nombre de Dios todopoderoso, de los bienaventurados apóstoles San Pedro y San Pablo, y de la Santa Madre Iglesia, os desposo, y este sacramento en vosotros confío; así sea, amén-.

Bella miraba las manos de los dos, todavía unidas y ya con los anillos reposando en sus dedos corazones... parecía que estaba todavía en el primer año de universidad, antes de que Edward le pidiese ser su novia, en uno de sus sueños, y le parecía imposible asimilar que los sueños, a veces se cumplen.

El Canon de Pachebel, que no había dejado de sonar, enfiló sus notas finales, y los presentes pudieron sentarse unos momentos. Nada más tomar asiento, Bella giró su cabeza; los ojos de su padre tenían un brillo que nunca había visto; por su trabajo, era un hombre fuerte y de sentimientos contenidos... pero Bella pudo atisbar emoción y alegría en los ojos de su padre. A su derecha, Sue y la abuela le hicieron un imperceptible gesto afirmativo con la cabeza. Les sonrió un momento, antes de enfocar la vista en su otra familia. Alice la guiñó un ojo, lo mismo que Jasper. Los padres de Edward los miraban cómplices y felices. Edward, que también miraba a sus padres, giró la cabeza, para posar sus ojos en su esposa.

-No sabes las ganas que tengo de besarte- le murmuró, malicioso y dulce a la vez.

-Ya somos dos- repuso Bella con una pequeña risa -estamos casados- dijo con un pequeño suspiro, mirando su mano. Edward la volvió a tomar, jugando con la alianza.

-Soy muy feliz- le confesó Bella en un susurro.

-Y yo también mi amor- le devolvió su marido en respuesta -no te puedes hacer una idea de cuánto te quiero- las lágrimas volvieron a los ojos de Bella, y el propio Edward le quitó la que empezaba a bajar por su mejilla con uno de sus dedos.

-Yo también te quiero- consiguió devolverle de vuelta; sus dedos se entrelazaron solos, encajado a la perfección; el Arzobispo volvió a tomar la palabra dando la bendición final y la misa concluida. Dos ayudantes apartaron las banquetas, para que los novios pudieran salir sin problemas. Las primeras notas del himno de Gran Bretaña resonaron altivas en los muros de la catedral. Antes de bajar del altar, a la altura de Esme y Carlisle, volvieron a hacer la protocolaria reverencia. Los padres de Edward los miraron cómo se abrían camino entre las filas de bancos. Estaban felices, cómo reyes... y sobre todo, cómo padres. Ambas familias abandonaron sus asientos; siguiendo a una distancia prudencial a las amigas de Bella, que vigilaban la cola y el velo de la novia. Carlisle dio su brazo a Sue, así cómo Charlie a Esme, seguidos de Alice, Jasper y la abuela Swan.

Según se iban acercando a la puerta, Edward y Bella correspondían a sus invitados con sonrisas y pequeñas palabras de agradecimiento. El griterío cada vez se hacía más audible.

-¿Preparada para dar un paseo en carroza?- le interrogó Edward, divertido.

-Por supuesto- le respondió su mujer -aunque espero no caerme al subir... cenicienta no es tan torpe cómo yo- murmuró medio riéndose.

-Nunca te dejaré caer- le recordó su marido, mirándola con intensidad. Bella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no acercase a su boca y besarle... ambos necesitaban hacerlo... pero el protocolo imperaba.

Al traspasar la enorme puesta de madera, los gritos y los aplausos de la gente hicieron que Bella nuevamente se emocionara.

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Cambié mi ramo de novia a la otra mano, para poder saludar a los ingleses que estaban allí, gritando nuestros nombres. Al bajar las escaleras, la Guardia real alzó sus espadas, formando un marco que cruzamos... en el último escalón, nuestro amigo nos guiñó un ojo.

-Felicidades... y ahora empieza lo bueno- nos recordó en voz baja. Miramos divertidos a Emmet, que desvió la vista hacia nuestra espalda, buscando a Rosalie con la mirada.

El coche de caballos descubierto, en el que volveríamos a palacio, ya estaba esperándonos. Edward subió primero, y después me ayudó, sujetándome de la mano y de un brazo, ya que se balanceaba un poco. Ángela colocó la cola y el velo dentro, mientras me sentaba, y Rosalie me dio de nuevo el ramo, que posé en mi regazo. Una vez acomodada, con Edward a mi lado, ambos desviamos la vista hacia nuestras familias, que nos decían adiós con la mano. El coche empezó a andar, franqueado por policías y parte de la Guardia Real a caballo; mientras hacíamos el trayecto de vuelta a palacio, saludando a la gente y admirando la decoración de las calles, por fin pudimos charlar tranquilos y relajados.

-Hubo un momento que pensé que al Arzobispo se le cortaría la respiración- me confesó Edward, divertido -nadie había dicho nunca todos mis títulos tan rápido- reí por su comentario, mientras me volvía para saludar al lado izquierdo.

-Yo también lo pensé por un momento- contesté, mirándole con una sonrisa -la ceremonia ha sido preciosa, y la música también- aparte de las piezas de entrada, el canon y el himno a nuestra salida, se habían interpretado otras obras en los distintos momentos de la ceremonia.

-Gracias por lo que me toca- me agradeció, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza.

-Y sobre todo, aunque ya te las he dado, gracias por lo del Canon... nunca pensé que lo colocarías en ese punto de la ceremonia- Edward negó con la cabeza, tomándome de la mano y posándola en su regazo, junto a la suya.

-Significaba mucho para ti... y debía ir en una parte especial también- me explicó, sonriéndome con cariño. Suspiré mientras apoyaba mi cabeza en su hombro; su mano soltó la mía, para rodearme la cintura y acercame más a el.

-Es increíble... ahora sí que me siento una princesa- balbuceé, volviendo a saludar a la gente.

-Bueno... eres la Princesa de Gales... no sé si eso cuenta- levanté la cabeza, mirando a mi marido; tenía una de sus cejas arqueadas, y me miraba con una sonrisa pilla -por cierto, la tiara te queda de maravilla- añadió satisfecho, volviéndose hacia la multitud y saludando. Ahí fue cuándo me percaté, con la cabeza fría, de que ahora ostentaba todos los títulos de Edward... tragué saliva... era lo que más me iba a costar acostumbrarme.

Después de casi media hora, el coche cruzó las verjas de palacio; a las puertas de la escalinata, varios empelados estaban esperando para abrirnos la portezuela. Edward bajó primero, y me agarró de la cintura, posándome delicadamente en el suelo. Uno de los empleados me dio el ramo, que se había quedado dentro del carruaje.

-Gracias- le dije con una sonrisa.

-De nada, alteza- Edward observó mi reacción... Esme tenía razón...me quedé un poco parada, no creía que me estuviera hablando a mi... pero así era. Levanté la cabeza, mirando a Edward.

-Me va a costar acostumbrarme- me excusé con una sonrisa nerviosa. Edward rió divertido, tomando mi mano y subiendo las escaleras. Todos los empleados estaban allí, felicitándonos y acompañándonos. Demetri, Maguie y Zafrina estaban justo en la puerta del salón azul, desde dónde se accedía al balcón principal.

-Felicidades, altezas- Maguie se acercó para abrazarnos, al igual que Zafrina, Demetri y nuestra familia, que ya estaba allí, esperándonos.

-Papá- me abracé a mi padre, sin poder retener las lágrimas.

-Hija mía... espero que yo no tenga que llamarte alteza- inquirió divertido. Rodé los ojos, separándome de él.

-No me tientes- bromee, arrancando las risas de Sue, la abuela y mis cuñados, que estaban a nuestro lado. Edward abrazaba a su madre, y yo me agaché para quedar a la altura de la abuela.

-Mi pequeña se ha casado- me miró con una sonrisa satisfecha -ha sido una boda increíble- me dijo emocionada -ahora ya sabes... cariño y paciencia... y mano dura de vez en cuándo- el salón estalló en carcajadas, y Edward se agachó a mi lado.

-Deduzco que eso va por mi, abuela- le respondió divertido.

-Así es, Edward... pero hoy no es día de reproches... no se los he hecho ni a mi hijo- Charlie y su madre intercambiaron una sonrisa cómplice -ven aquí y abraza a la abuela- Edward sonrió mientras la abrazaba con cariño, cosa que yo hice después.

Recibimos la felicitación de todos los que estaban allí, incluidos los grititos emocionado de Rose, Ángela y de la pequeña duende, que se abalanzó en mis brazos; creo incluso que las tiaras chocaron la una con la otra.

-Wau... Bella... no sé qué decirte- me dijo Ben, acercándose a nosotras.

-Sigo siendo yo... y nada de altezas reales- levanté un dedo amenazador, señalando a nuestros amigos -ni a mi ni a él- señalé a Edward, que se acercó, rodeándome la cintura.

-Ya habéis oído a la princesa... vaya si sabes dar órdenes- inquirió divertido Emmet, bajo la mirada de Rosalie.

-Grandullón...- le espetó la abuela, mirándole serio.

-Gracias abuela- le agradeció Rose, con una sonrisa divertida. Carlisle se acercó a mi lado, pasándome un brazo por los hombros.

-Bueno hija... ¿cómo sienta eso de alteza?- interrogó con una risa; miré a Esme, que me observaba divertida.

-Creo que tendrán que repetírmelo varias veces, para que me entere- medité en voz alta. Esme me dio la razón con la mirada, recordando aquella conversación que tuvimos.

-Bien, hora de saludar por última vez- dijo Jazz, señalándonos los balcones. Desde fuera se veían los estandartes con el escudo de la dinastía Cullen, colgados. Dejé el ramo en uno de los sillones, y de la mano de Edward, salimos a la espaciosa terraza.

Edward rodeó mi cintura, atrayéndome a su cuerpo, y yo hice lo mismo, mientras que con la mano libre saludábamos a la gente congregada detrás de las verjas. El camino por el que llegamos ya no estaba, y ahora todo el mundo ocupaba la espaciosa avenida. Los padres de Edward y los míos también salieron, al igual que Alice y la abuela, pero enseguida volvieron para adentro.

-Nunca olvidaré este día- le susurré a Edward, abrazándome a él.

-Ni yo mi vida... por cierto ¿has oído lo que la gente corea a gritos?- me interrogó malicioso.

-Ya lo escucho- afirmé, un poco roja de vergüenza -¿te imaginas lo que diría mañana el señor Zimman si les hacemos caso?- interrogué divertida. La mirada de Edward tenía un brillo pícaro... pero nunca esperé lo que venía a continuación.

-Edward...-

-Vamos a averiguarlo enseguida- sin previo aviso y afianzando su agarre por mi cintura, sus labios capturaron los míos en un tierno beso... por unos momentos, dejé de escuchar los aplausos y el griterío de los miles de personas que estaban allí, perdiéndome en ese beso. Una de mis manos voló involuntariamente a su hombro, y le devolví el beso sin pensar en los que estaba haciendo, sin importarme nada de lo que dirían mañana los expertos en protocolo; llevábamos horas conteniéndonos... y necesitaba ese beso con urgencia.

Sus labios se movían contra los míos suavemente, en un beso dulce y cariñoso. Poco a poco fue liberándolos, para que mi respiración volviera a su ritmo normal.

-Lo necesitaba- se excusó con una sonrisa, todavía muy cerca de mi boca, dónde dejó un último y casto beso, antes de volverse hacia la multitud.

-Yo también- le sonreí de vuelta, acomodándome en sus brazos, que me rodearon de forma protectora.

Ambos saludamos por última vez, antes de volvernos y regresar al salón, con las manos unidas; nada más aparecer por allí, todos aplaudieron nuestro espontáneo gesto.

-Así se hace, Eddie- le jaleó Emmet, tomándole de los hombros.

-Creo que por un día, puedes llamarme Eddie- replicó mi marido, con una sonrisa satisfecha.

Pasamos al salón del trono, dónde nos hicieron las fotos oficiales de la boda; con nuestras familias, con los miembros de las Casas reales, con nuestros amigos... todos pasaron por allí, aprovechando para felicitarnos. Saludamos también a Jake, Seth y Leah, que estaban acreditados para las fotos oficiales; a partir de que bailáramos el vals, la prensa saldría.

La gente de Forks estaba impresionada por todo lo que les rodeaba, pero enseguida se relajaron cuándo Edward y yo nos acercamos a charlar con ellos, justo antes de entrar al salón, para cenar.

-Estás tan guapa Bella- me dijo la madre de Mike, que por lo que Edward y yo observamos, se lo estaba pasando pipa, junto con los chicos.

-Gracias, señora Newton- le agradecí.

-¿Cuándo volvéis a Forks?- me preguntó la señora Cheney, con la señora Lohire a su lado, y varios compañeros de mi padre.

-Intentaremos ir para Acción de Gracias- les dijo Edward, que apenas me separaba de mi lado -si los compromisos nos dejan-. Mi padre, Sue y la abuela volarían en navidades a Londres, para pasarlas con nosotros y con la familia de Edward.

-Y en los veranos iremos allí a descansar- les aclaré con una pequeña sonrisa. Mi vista se posó en los padres de Jessica; finalmente se disculparon con mi padre, por el incidente que tuvimos. El padre de Jess era muy amigo del mío, a pesar de lo que fuesen su mujer y su hija. Me disculpé del resto, y me acerqué a ellos.

-Muchas felicidades alt...- iba a llamarme alteza, pero no le dejé continuar.

-Bella, por favor- les pedí con una tímida sonrisa -espero que lo estén pasando bien.

-Es todo increíble- la madre de mi ex amiga no me dirigió la palabra; simplemente me observaba con detenimiento, sin atreverse a hablarme. Edward y yo accedimos a que Jessica acompañara a sus padres, pero no quiso venir.

También tuvimos tiempo de acercarnos a saludar los mandatarios y reyes que estaban allí presentes. La reina de España me dio un gran abrazo, al igual que los monarcas daneses y suecos, y conocí oficialmente a la reina de Holanda, que no había podido ir a Madrid. Saludamos también a los embajadores americanos, que estaban allí en representación del presidente de EEUU y su mujer, que tampoco habían podido venir... debo reconocer que a mi padre le sentó un poco mal, y también a Carlisle, dado que yo era americana y podrían haber hecho un esfuerzo.

Al acercanos a la juventud, Chris alzó la voz.

-¡Vivan los novios!- Edward y yo reímos divertidos, poniéndonos a su lado.

-Por fin... eras el último- Carlos le dio un codazo amistoso a Edward.

-Ahora respiro tranquilo- inquirió divertido mi esposo -ni los periodistas ni vosotros me daréis la murga, a ver cuándo me caso-.

-No, ya no... ahora toca el tema de los hijos- dijo el heredero holandés.

-Ehhh... con tranquilidad- las palabras de Edward fueron coreadas por las risas de los presentes. Después de unos minutos charlando, la gente fue pasando al comedor. Nos quedamos solos unos instantes, y por fin mi marido me abrazó con fuerza.

-Por fin te pillo a solas- murmuró divertido -hoy estás muy solicitada- me reí por su comentario, pasando mis brazos por su cuello.

-Lo mismo te digo- contesté de vuelta, suspirando satisfecha.

-Estás tan bonita- me dijo una vez más, mirándome de arriba abajo -sabía que la diadema te quedaría muy bien, ¿pesa mucho?- me interrogó.

-Es muy ligera; además está muy bien sujeta; Marian se ha encargado de eso- le aclaré -ahora que estamos solos... ¿vas a aprovechar y darme un beso de verdad?- inquirí un poco ansiosa, mordiéndome el labio inferior.

-A sus órdenes... alteza- no tuve tiempo de protestar, ya que sus labios y su lengua se estrellaron sobre los míos, en un beso que me dejó sin respiración; mis manos se enredaron en su pelo, atrayéndolo hacia mi y abriendo la boca, permitiendo el paso de su lengua por mis labios, hasta que por fin se adentró.

No pude contener el gemido que se escapó de mi garganta, y eso hizo que Edward me apretara en torno a su cuerpo, pasando una de sus manos por mi costado, erizando la piel que estaba por debajo del vestido. No teníamos intención alguna de despegarnos, pero un ligero carraspeo lo hizo. Emily y Sam estaban allí, mirándonos sonrientes.

-Perdón por la interrupción- se disculpó divertida -sólo quería felicitaros antes de ir a la cocina, después estaré muy liada- nos recordó. Nos acercamos a ellos, que nos dieron un gran abrazo.

-La ceremonia ha sido preciosa- nos dijo la buena mujer -te has emocionado mucho- me recordó.

-Estaba muy nerviosa- dije con una pequeña sonrisa. Se quedaron hablando unos minutos con nosotros, hasta que tuvieron que volver a sus posiciones.

-Por lo menos ahora podremos descansar un poco- medité en voz alta.

-Al menos sentarnos un rato... no veo la hora de coger el coche y marcharnos a nuestra noche de bodas- me dijo en voz baja, dejando un suave beso en mi oreja. La piel se me puso de gallina... esperaba que le gustara el pequeño regalo que tenía para él. Los acordes de la marcha nupcial de Mendelssonh llegaron a nuestros oídos; era la señal para que entráramos en el comedor.

Cogidos de la mano, nuestros invitados estallaron en aplausos en cuánto nos vieron aparecer por la puerta. Me sonrojé un poco, ante la divertida mirada de Edward, que me condujo a nuestra mesa, dónde estaban mis padres, los suyos, la abuela y los reyes europeos. El resto estaban repartidos en mesas redondas, en total ocupábamos dos salas.

El menú, rediseñado una y mil veces por Emily, pareció gustarle a todo el mundo... pero yo no tenía hambre. Apenas probé la carne y un pequeño trozo de pescado.

-¿No te gusta?- me sondeó mi marido, señalando el plato.

-Claro que sí; además te recuerdo que lo elegimos nosotros- le recordé -simplemente no tengo mucha hambre- dije con un pequeño suspiro.

-Apuesto a que apenas has probado bocado en todo el día- arqueé una ceja, me conocía demasiado bien.

-Quiero hacer sitio para la tarta- le volví a decir, con una risa. Pareció quedarse conforme, y cambió de tema. En verdad si que tenía hambre, pero los nervios, todavía presentes aunque con menor intensidad, me la quitaban.

Al finalizar la tarta, de frambuesas con cava y chocolate blanco, llegó el momento de los discursos. Edward y yo fijamos la vista en mi padre, que se puso de pie, delante de un pequeño micrófono que un empleado colocó. Se aclaró la voz, y empezó la locución.

-Majestades, altezas, excelencias, amigos, familiares... hija mía- su mirada se posó en mi, sonriéndome tímidamente -no tengo palabras para expresar la alegría que siento en este día. Mi pequeña se ha casado- agaché la mirada, conteniendo una mueca de emoción. -Recuerdo la noche en la que me explicó quién era su novio... me atraganté con una hoja de lechuga- los presentes rieron ante la anécdota -y aun así, no pude evitar preocuparme; cómo todo padre, quiero lo mejor para mi hija, y este no era un noviazgo normal- Edward y yo nos miramos, sin duda, recordando aquellos tiempos, que parecían tan lejanos.

-También recuerdo el nerviosismo del príncipe el día que me conoció- añadió divertido -Edward negaba con la cabeza, sonriendo a su vez -desde esos primeros tiempos de su noviazgo, ninguno de los dos tuvieron dudas de que estaban destinados el uno para el otro... aunque, cómo sabiamente dice mi madre -la abuela sonrió complacida -las historias de amor tienen momentos buenos... y también malos. La presión les pudo a ambos, y en contra de sus sentimientos, se separaron varios meses- cerré los ojos, ahuyentando esas imágenes de mi recuerdo. Mi marido me cogió de la mano, dejando un pequeño beso en ella.

-Pero el amor ganó la batalla- añadió cómplice -aunque éste se viera opacado por el miedo y el respeto que infunden la responsabilidad de convertirse en Princesa de Gales. Dos personas que se aman de esa manera no pueden ni deben estar separadas, y si ello implica dedicarse por entero a ese deber, bien merece que lo afronten juntos, cómo es el caso- nos miró. Edward le sonrió, mientras yo le miraba alucinada... a mi padre le preocupaba y le aterraba este momento desde el momento en el que le dije que, por protocolo, el padre de la novia, el rey anfitrión y el novio daban un discurso al terminar la cena... después le preguntaría cómo se había preparado.

-Ambos son muy jóvenes, y tanto mi familia y yo queremos que sepan que siempre estaremos ahí, apoyándoles y escuchándoles cuándo lo necesiten- mi padre me miraba fijamente -estamos muy orgullosos de los dos... al igual que tu madre lo estaría- quité con un movimiento rápido la lágrima que asomaba por mi cara, ante las sonrisas de ánimo de los presentes.

-Sólo quiero desearles fuerza y ánimo para todo lo que tendrán que superar... y toda la felicidad del mundo, sin duda merecida. También quiero agradecer a sus majestades- miró a Esme y Carlisle -el habernos acogido, tanto a mi hija cómo a mi familia con los brazos abiertos desde el primer momento- mi padre alzó la copa, y todos nos pusimos de pie.

-Por sus altezas reales, los Príncipes de Gales... por mis hijos... salud-.

-¡Salud!- corearon los asistentes; brindé con mi familia, dejando a Edward el último.

-Ha sido increíble- le confesé a mi marido en voz baja.

-Lo ha hecho muy bien- me dio la razón, una vez sentados de nuevo -reconozco que me ha emocionado escucharle- asentí con la cabeza. Carlisle se puso de pie, era su turno.

-Majestades, altezas, excelencias, queridos amigos, familia... solamente unas palabras de agradecimiento, por estar aquí con nosotros, compartiendo la felicidad de dos familias, por ver a dos de sus miembros unirse en matrimonio- Esme le miraba orgullosa, al igual que Alice y mi familia.

-Desde que nuestros hijos tienen uso de razón, mi esposa y yo les intentamos educar lo mejor que hemos podido... y lo hemos conseguido. Cierto que son Príncipes de Gran Bretaña, y eso implica un compromiso de por vida con nuestro país- hizo una pausa, mirando a Edward y buscando a Alice, en una mesa cercana -pero también son jóvenes de su tiempo, que deben disfrutar y vivir esa parte importante de la vida... y entre una de esas cosas, está el amor- su vista se fijó en nosotros, mientras siguió con su discurso -no puedo añadir nada más a lo que ha dicho mi consuegro, porque son los mismos deseos y esperanzas que los nuestros. Gracias Isabella, por encontrar a mi hijo y amarle y apoyarle cómo lo haces. La reina Esme y yo estamos tranquilos, ya que estamos seguros de que, cuándo la responsabilidad de la corona recaiga sobre vosotros, tendremos unos dignos sucesores- Edward apretó mi mano, volviendo su mirada hacia mi... esa responsabilidad aun estaba muy lejana para nosotros, pero algún día llegaría.

-Alzo mi copa por este día feliz, por la felicidad y el orgullo de dos familias, que ahora son una sola- mi padre y el se miraron cómplices -por nuestros hijos... los Príncipes de Gales, salud.

-¡Salud!- coreó de nuevo la multitud. Después del brindis, y de agradecer a Carlisle sus palabras, le tocaba el turno a Edward, que me miró divertido mientras se levantaba. Respiró profundamente con la mirada en el suelo, pero enseguida la levantó.

-Sus majestades, altezas, excelencias, amigos, familia, Isabella... Bella- me miró fijamente un momento, esbozando su sonrisa torcida.

-Ante todo, mi esposa y yo queremos darles las gracias, por estar aquí, compartiendo el que, es, sin duda alguna, uno de los días más felices de nuestra vida- esbocé una tímida sonrisa, agachando la mirada, escuchando las palabras que me dedicaba Edward -no voy a darles una charla acerca de las responsabilidades a las que mi mujer y yo tendremos que hacer frente... me van a permitir que dedique estas palabras a mi mujer- mi respiración se colapsó... ese no era el discurso que ambos habíamos releído y retocado una y mil veces estos últimos días.

-Bella- me tomó de las manos, y tuve que levantarme -gracias por aparecer en mi vida, en un momento en el que pensaba que nunca podría estar a la altura de los que los ingleses esperaban de mi- mi respiración se agitó, y los nervios volvieron a instalarse a lo largo de todo el cuerpo -gracias por apoyarme, por animarme... ahora se que a tu lado, podré enfrentarme a lo que estoy destinado desde el día en que nací- hizo una pequeña pausa, apretándome una de las manos que teníamos unidas, para que alzara la vista hacia él.

-Cómo dije el día que se anunció nuestro compromiso, has hecho un gran sacrificio; todo este mundo es difícil y complicado, con perdón- los príncipes y reyes rieron con complicidad, apoyando sus palabras -pero lo has hecho muy bien, te has ganado el cariño de los ingleses, de mi familia... y mi corazón, que te perteneció desde el primer instante en que tuve frente a mis ojos- no podía sostenerle la mirada, estaba sonrojada cómo un tomate, y con los ojos llenos de lágrimas. Edward volvió su vista a la multitud, soltando una de mis manos y alzando la copa por tercera vez

-Por eso, les pido un brindis por Isabella Marie Cullen- entrelazó nuestros dedos -Gran Bretaña ya tiene a su princesa... y yo también- concluyó, mirándome fijamente, diciéndome tantas cosas con su mirada color topacio.

-¡Bravo!- los aplausos en la sala me hicieron poner de nuevo los pies en el suelo; mientras la gente seguía a lo suyo, Edward me acercó a su cuerpo, rodeándome la cintura.

-Edward...- no sabía ni qué decirle, estaba alucinada.

-Era una sorpresa que quería darte- se excusó, por una vez tímido y avergonzado – y ya sé que lo pasas un poco mal, por la vergüenza y esas cosas, per...- pasé las manos por su nuca, bajando un poco su cabeza y dándole un beso, agradeciéndole cada una de sus palabras. Se sorprendió por mi gesto, pero al de unos segundos me devolvió el beso cómo él sabía hacerlo... nunca me acostumbraría a las sensaciones que me dejaban. Me separé de él, volviendo a la realidad y escuchando de nuevos los aplausos y silbidos de nuestros amigos.

-Te amo- sabía que con esas dos palabras, le agradecía todo lo que había dicho, y le recordaba, una vez más, que siempre estaría a su lado.

-Cómo yo a ti, mi niña- me abracé a él, apoyando mi mejilla en su pecho; rodeó mi tembloroso cuerpo, en un gesto protector, mientras que sonreíamos a la gente, que seguía con los aplausos, sobre todos las mesas de la tercera fila, dónde estaban nuestros amigos.

Pasados los discursos, y después de tomar el café, apoyé la cola y el velo en mi brazo, y de la mano de Edward, volvimos a saltarnos el protocolo, pasando por las mesas de nuestros invitados y charlando unos segundos con ellos.

-Eddie, eres todo un poeta- le piropeó divertido Chris, ante la divertida mirada del resto.

-Gracias, principito danés- le devolvió mi novio con sorna -¿quieres qué te recuerde el discurso del día de tu boda?- le interrogó malicioso.

-Cierto- apoyó Fred, el marido de Ingrid -sólo te faltó ponerte de rodillas. Carlos estalló en carcajadas, lo mismo que el marido de Desireé y Eloise, la princesa holandesa.

-Pues os recuerdo que todos lanzasteis suspiros de enamorados- les reprochó, ante la mirada de Madde, que negaba con la cabeza -Emmet, amigo, nadie me comprende -se giró a su espalda, ya que las mesas estaban pegadas. Eran tal para cual.

-No les hagas caso Chris- le contestó Emmet -no saben apreciar la buena oratoria-.

-No te referirás a la tuya, ¿verdad, cariño?- el sarcasmo de Rosalie hizo que la zona estallara en carcajadas, incluidos nosotros.

La gente empezó a levantarse de las mesas, y el salón de baile abrió sus puertas. Me mordí el labio, nerviosa... a ver qué tal salía el bailecito de marras. La gente nos rodeó, haciendo un círculo. Mi marido me condujo al centro; iba a tomarme de la cintura, pensando que bailaríamos una balada. Su cara mostró sorpresa total al escuchar los primeros acordes del vals.

-Vaya... ¿te vas a atrever?- me susurró divertido. Afirmé con la cabeza, cogiendo la mano que me ofrecía. La tomé dubitativa, pero su sonrisa de ánimo hizo que recordara las pacientes lecciones de mi suegro, que se había ganado en estos días unos cuántos pisotones por mi parte. Rodeando mi cintura con su otra mano, empezamos a girar pausadamente, sin prisas.

-Lo haces muy bien- me felicitó, guiñándome un ojo.

-No se lo digas a tu padre... pero bailas mejor que él- le confesé; soltó una carcajada, atrayéndome más hacia él.

-Ha sido un día increíble- le confesé, agachando la cabeza -me siento cenicienta, en su cuento de hadas- confesé, un poco roja de vergüenza.

-Y tú eres la protagonista del cuento- me recordó.

-Sólo espero que éste no acabe nunca- murmuré en voz baja, pero me oyó.

-Por eso no te preocupes, dejámelo a mi- sonreí divertida, negando con la cabeza, bailando nuestro primer baile cómo marido y mujer.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por xole 24/10/2010, 4:31 am

que emocionante Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 410318 ......muy tierno el capi me he emocionado mucho en ciertos momentos ..........igual que Bella que no tubo a su madre en su boda yo no tube a mi padre y me lo ha recordado Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 54995
me ha encantado ha sido precioso Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 240478
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Mensaje por Pandy_Cullen 25/10/2010, 1:27 pm

Que lindo cap! en serio que me emocione demasiado! sobre todo en el discurso de Charlie y Edward Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 984394
Gracias Atal por subir el capi!
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por patty 29/10/2010, 5:29 pm

atai sigue o termina asi?

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Mensaje por Atal 30/10/2010, 5:55 pm

nooo sigue pero falta poco para el final segun la autora...solo esperen besitos y gracias por dejar sus huellas
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Pandy_Cullen 17/11/2010, 6:13 pm

No pude evitar relacionar este fic con la noticia del principe William! en verdad que tiene muchas cosas parecidas Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 240478
Les dejo aca la noticia, espero no te moleste Atal....

Se aproxima una nueva boda real. El príncipe William, segundo en la línea de sucesión de la corona británica, se casará el próximo año con Kate Middleton, su novia desde hace unos ocho años, anunció este martes Clarence House, la residencia oficial del príncipe Carlos y de sus hijos.

La Reina Isabel II de Inglaterra declaró estar "absolutamente encantada" con el compromiso de su nieto, señaló el Palacio de Buckingham poco después del anuncio de su boda para 2011.

Guillermo y Kate, ambos de 28 años, se comprometieron el pasado mes de octubre durante unas vacaciones en Kenia, precisó el comunicado."El Príncipe de Gales está encantado de anunciar el compromiso del príncipe Guillermo con la señorita Catherine Middleton. La boda se celebrará en la primavera o el verano de 2011 en Londres", agregó, precisando que los detalles se anunciarán más adelante.

La pareja, que se conoció cuando ambos estudiaban en la Universidad de Saint Andrews (Escocia), llevan juntos unos ocho años aunque se separaron brevemente en 2007.

Gran Bretaña especulaba desde hace varios meses con un inminente compromiso real, pero los rumores se dispararon recientemente después de que los padres de la joven acudieran como invitados de William a la residencia del príncipe Carlos en Escocia.


Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Principe-guillermo-se-casa-con-kate-middleton
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Mensaje por xole 19/11/2010, 3:53 pm

una muy bonita pareja Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 240478
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Mensaje por Atal 28/11/2010, 3:31 pm

Realmente nuestra amiga Sarah que es la autora, se ha basado mucho en lo real quisas no en el prinicpe williams pero en muchas cosas jejej y q mi me pasó lo mismo cuando vi la noticia, me acorde este fic jejeje

bueno aqui les dejo los últimos capítulos de esta hemosa historia...

Capítulo 44: Perdidos

EDWARD PVO

Los últimos compases del vals resonaron en el salón; nada más terminar éste, la multitud estalló en aplausos, mientras mi mujer escondía su carita en mi cuello, roja de la vergüenza. Reí suavemente mientras la refugiaba en mis brazos... verla bailar el vals así, con su vestido ondeándose suavemente por el vaivén, con la cola y el velo sobre su brazo, y con la tiara coronando su cabeza, era cómo un sueño para mi... era una auténtica princesa .Después de bailar con nuestros padres y familia cercana, la música pasó a un ritmo más moderno y actual; bailé hasta con la abuela, que por cierto, demostró que al contrario que su hijo, era una gran bailarina. Bella, que en ese momento bailaba con Jasper, se nos quedó mirando con una ceja arqueada... y le devolví la sonrisa divertida que asomaba por mi rostro... cuándo quería, la abuela no necesitaba ni silla de ruedas ni bastón.

La prensa salió de palacio, después de habernos tomado millones de fotografías a lo largo del día... mañana tendría a Bella en mis brazos, roja de la vergüenza, estaba seguro de ello, viendo las imágenes en la televisión.

La gente joven tomó la iniciativa, y el salón de baile se convirtió en una moderna e improvisada discoteca; vi que Bella salía un momento, en compañía de Jane, Rose y Ángela. Volvió al cabo de unos minutos, sin la cola ni el velo.

-Así estoy más cómoda- me dijo, abrazándose a mi y cómo ya estamos fuera de protocolo- se explicó contenta. Rodeé su cintura, mirando el ambiente que imperaba en el salón.

Mis padres y los de Bella se habían acomodado en uno de los sillones de la esquina, con el padre de Bella, Sue y varios de los invitados que habían venido desde Forks; no habían tenido mucha oportunidad de charlar con ellos hasta el momento. Observamos también que varios de los monarcas europeos estaban repartidos en diversos corrillos.

-¡Bellie, Edward!- Alice agitó una mano, para que nos acercáramos a ellos. Nuestros amigos, tanto los de Forks, los compañeros de la universidad, cómo los príncipes, estaban en la otra esquina, mezclados todos ellos, copas en mano y riendo sin parar. Mi mujer y yo nos acercamos a ellos.

-Bien, por fin empieza la verdadera fiesta- Emmet nos tendió dos copas de champange, a la vez que nos hacían sitio en el corrillo.

-¿Ya se te han pasado los nervios?- le interrogó Valeria a mi mujer, con una mirada cómplice. Por fin podía llamarla mi mujer, con todas las letras.

-Ha sido un día increíble- le respondió, sin soltarse de mi agarre por su cintura -pero ya ha pasado todo- objetó con una melancólica mueca.

-Recuero el día de mi boda cómo si hubiese sido ayer... y ya hace ocho años- recordó con una pequeña sonrisa -mi boda fue por la mañana... y estaba hecha un flan- rememoraba la princesa española, ante la sonrisa de Bella -además, mi tiara pesaba muchísimo, y era incomodíma- las chicas se enfrascaron en una divertida charla acerca de vestidos y joyas.

-Deja que las mujeres cotilleen- Emmet me tomó de los hombros, acercándome al grupillo de los chicos.

-Bien Eddie, has llegado a un punto cumbre en la vida de un hombre- me giré para encarar a mi amigo, sin saber de qué me estaba hablando. Chris se puso a su lado, mirándome malicioso.

-Tranquilo Príncipes de Gales; sólo queremos darte unas recomendaciones para la noche de bodas- resoplé, conteniendo una mueca de fastidio.

-Te recuerdo que llevan viviendo juntos casi un año- explicó Jazz, conteniendo la risa. Carlos reía divertido, junto con Fred y el príncipe holandés, que seguían muy atentos la conversación -dudo mucho que le vayas a contar algo que no sepa ya-.

-Eso da igual- añadió Chris, haciendo un gesto despreocupado con la mano- Eddie, el instinto de una mujer en su noche de bodas es sensual, atrevido...- empezó a enumerar con una sonrisa maliciosa... diabólica, diría yo.

-Felino, agresivo...- siguió enumerando Emmet -sino están muy cansadas por el ajetreo del día y esos andamios que se ponen en los pies, será una noche memorable- Jasper y yo nos mirábamos sin saber si reír o rodar los ojos; Fred contenía la carcajada, al igual que Carlos y el resto de los presentes.

-¿Dé dónde habéis sacado esa teoría?- pregunté con una mueca.

-Está científicamente comprobado- siguió relatando Chris muy serio -esta noche puede ser la mejor de tu vida-.

-O la peor- añadió Emmet, cruzándose de brazos. Incluso con el uniforme de la Guardia Real, no parecía serio en absoluto -por si acaso, llévate aspirinas, dale un masaje en los pies...- mi amigo iba enumerando con los dedos las diferentes opciones para espabilar a una novia agotada para su noche de bodas.

-Emmet, Chris- suspiré teatralmente, poniéndome una mano en el corazón- si alguna vez quiero hacer cosas íntimas con mi mujer... estad seguro de que no -enfaticé la pequeña palabra -os pediré consejo- el resto se echó a reír por la ocurrencia.

-Bien señores, dejemos las charlas para otro momento, y vamos a divertirnos- menos mal que la propuesta de Carlos hizo que dejaran a un lado el dichoso tema, por fin.

Las chicas dejaron el mundo de las joyas, y también se unieron al baile. Observé las risas de mi mujer al ver bailar a Emmet, ante la resignación de su chica... después de un pequeño rato, los jóvenes bailaban sin parar, pero Bella y yo éramos interrumpidos a menudo, ya que la gente mayor empezaba a retirarse. Dos horas después de que Bella y yo nos despidiéramos de algunos invitados, nos quedamos justo a lado de la puerta, observando cómo bailaban la conga nuestros amigos; era muy cómico ver a Emmet y Chris disfrutar y reír haciendo el trenecito.

-Parece que alguien tendrá un poco de resaca mañana- me dijo Bella; asentí sonriendo mirando el reloj; eran casi las cuatro de la mañana.

-Cariño- me agaché a la altura de su cabeza, hablándole al oído -¿no crees que va siendo hora de retirarnos?- le sugerí, dejando un pequeño beso en el lóbulo de su oreja; la sentí sonrojarse y estremecerse. Me miró con ojos pícaros.

-Me parece una idea estupenda y... ¡Edward!- rió divertida. No la dejé acabar la frase, ya que sin decir ni pío, la cargué en brazos, saliendo de allí.

-No nos hemos despedido de nadie- me recordó, pasando sus manos por mi cuello.

-Ni falta que hace- repliqué divertido – a nuestros padres los volvemos a ver mañana a la noche, antes de tomar el avión- le recordé. Ella se sumó a mis risas, hasta que llegamos a nuestra antigua habitación. Avisé a Preston por teléfono, para que sigilosamente preparara el coche. Ella se cambió en otra habitación contigua, para que le pudieran quitar la tiara con cuidado.

Veinte minutos después, ya fuera del uniforme de gala y enfundado en unos vaqueros y una camisa de manga corta, por fin mi mujer hizo acto de presencia. También iba en vaqueros, con una camiseta y unos zapatos planos.

-El coche ya está listo, altezas- nos indicó Preston -cuándo quieran-. Tomé a mi mujer de la mano, escabulléndonos por una puerta de servicio y montando en el enorme BMW, con las lunas tintadas. Bella soltó un suspiro satisfecho, acurrucándose contra mi mientras el coche atravesaba la verja de palacio.

-Por fin solos- murmuré, mirando a mi niña con una sonrisa.

-Es increíble... tantos meses preparando cada detalle, y se ha pasado volando- murmuró en voz alta.

-Si, parece mentira- le di la razón, acomodándome contra el asiento -por lo menos, dentro de unas horas descansaremos a nuestras anchas- le recordé.

-Las Maldivas nos esperan- exclamó con una sonrisa -y ahora que ya nos hemos casado ¿tendrías la amabilidad de contarme el resto del viaje?- sonreí con fingida inocencia, negando con la cabeza.

-Te dije que eso era una sorpresa- le indiqué; después de mucho rogarle, Bella me había dejado que me ocupara del tour que vendría después de la semana en las Maldivas. Al ver mi negativa, y aprovechando que la luna interior del coche impedía al chófer ver que hacíamos, se puso a horcajadas sobre mi, rodeándome el cuello con los brazos y apretándose contra mi.

-¿Sabes que tengo mis maneras para sonsacarte, verdad?- su tono de voz, bajo y con un toque perverso, hizo que mi pequeño amigo despertara en todo su esplendor. Mi niña se percató de ello, e intencionadamente, empezó a mover sus caderas, provocando que nuestros sexos se rozaran; a pesar de la tela vaquera que los separaba, esa placentera fricción mandó descargas enloquecedoras por todo mi cuerpo, haciendo que mis manos apretaran las caderas de Bella, acercándola más a mi cuerpo y recorriendo su cuello con mis labios.

-Edward- jadeó, agitada y con la respiración irregular -bésame de una vez- demandó ansiosa. Mis labios atacaron los suyos sin tregua alguna, saboreando el dulce néctar que emanaba de su boca, con su toque afrutado, al igual que su característico aroma. El gemido que se escapó de sus labios murió en mi garganta, y eso tuvo para mi unas consecuencias nefastas; deseaba hacerle el amor aquí mismo, en el asiento trasero del coche. Mis manos agarraron el dobladillo de su camiseta, levantándola un poco; la suavidad de su piel me seguía asombrando día tras día. Cuándo estaba a punto de rozar sus pechos, ella se apartó de mi, esbozando una sonrisa traviesa.

-No, no, no- canturreó maliciosa, apartándose de mi -¿qué pensarán el chófer... y los escoltas?- me recordó, haciendo un movimiento con su cabeza a las personas que iban en la parte delantera, y al coche que nos seguía, con la seguridad.

-Bella... no creo que pueda aguantar- siseé con voz ronca -te aseguro que seremos lo más silenciosos posible- puse cara de pena e inocencia... pero no funcionó, ya que se bajó de encima mío, volviéndose a sentar en el asiento.

-Ten un poco de paciencia- me dijo, reprimiendo una risa al ver mi cara de súplica -además... tengo un regalo para ti- susurró con voz insinuante.

-¿Un regalo?- arqué las cejas, sorprendido -¿y de qué se trata?- le pregunté, mientras rozaba con mis labios el lóbulo de su oreja.

-Cuándo estemos solos, lo averiguarás- susurró contra mis labios, dejando ahí un pequeño beso.

-¿Ni una pista?- interrogué curioso. Mi niña meneó la cabeza, sonriendo.

-Eres mala- susurré de nuevo contra su oreja, lamiéndola con suavidad; ella se estremeció ante ese pequeño contacto, pero por más que la incité y piqué para que hablara, no soltó prensa.

El viaje hasta Norfolk Park se me hizo interminable; eran casi las seis de la mañana cuándo llegamos allí. Jasper nos cedió su casa, ya que por supuesto, no, podíamos ir a un hotel sin que la gente se revolucionara por reconocernos. El coche se metió por una de las entradas de servicio, y accedimos a la casa por dónde entraban los empleados. La mansión estaba vacía, pero la señora Bronw, el ama de llaves, había dejado todo preparado, incluso comida para el desayuno y el almuerzo.

Una vez despedimos al chófer, y los escoltas nos indicaron que estarían alojados en una de las casas de servicio, dentro de la propia finca, tomé a mi mujer en brazos, subiendo las escaleras hacia el dormitorio.

-¿Y la maleta?- preguntó Bella, imprimiendo dulces besos en mi cuello y mandíbula.

-No creo que vayamos a necesitar ropa- murmuré malicioso, pero ella se quedó mirándome con el ceño fruncido.

-Pues mi regalo está ahí dentro- me informó con un tierno puchero -anda, por favor...- me suplicó, pasando un dedo por mi pecho. Resoplando un poco, la dejé encima de la cama, y bajé a buscar la ropa, y de paso a asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada. Al volver allí, mi niña había apagado casi todas las luces, dejando apenas dos lámparas pequeñas, que daban al sitio un aire íntimo. Se volvió hacia mi con una pequeña sonrisa, tomando la maleta y empujándome para que me sentara en el borde de la cama.

-Esperame aquí, y cuándo yo te lo pida, enciende la música- la miré sin entender, pero hice lo que me ordenó.

Al cabo de unos pocos minutos, oí su voz.

-¿Preparado?- me gritó desde el baño; al conectar el equipo, una suave e insinuante música resonó en las paredes. La puerta se abrió lentamente, pero en vez de aparecer mi mujer de cuerpo entero, simplemente asomó una de sus piernas, doblándola lentamente, una y otra vez... esbocé una sonrisa, negando con la cabeza... ¿sería posible que Bella me fuera a hacer un streptease?

Mis sospechas se confirmaron al instante, cuándo la imagen de mi esposa, enfundada en un salto de cama de raso azul oscuro, que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, apareció ante mis narices. Se había desecho el recogido, y su pelo le caía por los hombros y la espalda, enmarcando su precioso rostro. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, con la espalda descansando en éste; su mirada provocativa e insinuante hacía que sus ojos brillaran de una forma que pocas veces había visto.

Lentamente se fue acercando a mi, quedando parada a menos de un metro de mi posición;me la comía con la mirada mientras me deleitaba con sus estilizadas piernas, blancas y suaves, que el pequeño salto de cama apenas cubría mas allá de sus muslos. Mi pequeño amigo despertó de nuevo en todo su esplendor, y en un impulso la atraje hacia mí, quedando de pie entre mis piernas.

-¿Qué te parece?- me susurró, llevando las manos a mi pelo y enredando sus dedos en él.

-Estás... ufffsss... demasiado sexy- acerté a decir, subiendo mis manos una y otra vez por sus muslos y nalgas -¿vas a hacer lo que yo creo que vas a hacer?- le pregunté, dejando un pequeño beso en medio de la hendidura de sus senos, por encima del pequeño camisón.

-Um hum...- dijo en un suspiro, levantando mi cabeza de su cuerpo y acercándose a mi boca -ya qué tu no quieres hacerme un streptease con la faldita escocesa...- dejó la frase inconclusa, separándose de mi lentamente y alejándose unos pasos.

-Ponte cómodo, cariño- nada más decir eso, empezó a mover su cuerpo. Me quedé patidifuso, observando cómo sus caderas empezaban a moverse con un suave y erótico baile, haciendo que mi amigo ya despertarse en todo su esplendor.

Bella se movía al son de la música, marcando el ritmo con el vaivén de sus caderas, pasando sus manos una y otra vez a lo largo de su cuerpo, en una caricia ardiente. Moviendo su dedo índice, me invitó a unirme a ella, cosa que me alegró sobremanera. Se posicionó de espaldas a mi, tomando mis manos y haciendo que éstas repitieran lo que las suyas habían hecho anteriormente. Al principio ellas misma las guiaba a lo largo de sus costados, pero pronto tomaron vida propia, acariciando por encima del salto de cama sus pechos y su estómago.

No pude ahogar el jadeo que salió de mi garganta cuándo mis manos agarraron sus pezones, que se marcaban a través de la fina tela. Los retorcí y pellizqué sin piedad, y eso hizo que sus caderas se aplastasen en torno a mi miembro, completamente ya erguido y listo para atacar. Bella, todavía de espaldas, giró su cabeza hacia mi, al igual que sus manos volaron a mi cuello, bajando mi cabeza y plantándome un beso que me dejó sin aliento.

-¿Sabes que me encanta cómo te mueves?- ronroneé sobre su hombro, mordiéndolo con delicadeza. Ella esbozó una lánguida y sensual sonrisa, sin dejar de moverse.

-Eso me dijiste una vez, cuándo me atacaste en la ducha- recordó con una sonrisa traviesa. Se giró, todavía en mis brazos, y lentamente fue desabrochándome la camisa, que enseguida reposó en el suelo. Sin dejar de moverse un instante, sus manos pasaron a mi pecho, recorriéndolo de arriba abajo, produciéndome un abrasador cosquilleo por la parte dónde pasaban; mis jadeos no aguantaron más en mi garganta cuándo éstas bajaron hacia mi ombligo, y más aun cuándo siguieron bajando, despacio y torturándome. Hice ademán de encerrar a mi mujer entre mis brazos, para que no se apartara de mi, pero ella los esquivó fácilmente, y siguiendo el ritmo de la música, se fue agachando, hasta quedar a la altura del cierre de mis vaqueros.

-Bella.. -solté en un jadeo impaciente cuándo sentí sus pequeños deditos jugar con los botones, sin acabar de soltarlos.

-Tranquilo pequeño- murmuró en voz baja -¿acaso tienes prisa?- preguntó maliciosa... dios mío, claro que tenía prisa.

-No creo que pueda resistir por más tiempo ese baile de caderas... me has puesto a mil, señorita- siseé en voz baja, mordiendo suavemente su cuello, una vez vez estuvo de nuevo de pie y se había desecho de toda mi ropa.

-Señora- corrigió con una sonrisa -señora Cullen-. Reí encantado por la corrección, mientras sentí sus manitas en mi pecho, invitándome a que me sentara de nuevo en el borde de la cama.

Me mordí el labio de impaciencia mientras ella agarraba uno de los tirantes de su minúsculo camisón, pero decidió torturarme un poco más, ya que hacía amagos de quitárselo, pero lo volvía a subir mientras posaba su mirada en mi.

-Bella... te lo voy a terminar arrancando yo mismo- siseé frustrado e impaciente. Ella se dio la vuelta, y poco a poco fue bajándose los tirantes.

El salto de cama aterrizó en el suelo, dejando a mi esposa completamente desnuda. Mientras me levantaba y acercaba a ella lentamente, mis ojos engulleron cada centímetro de su pálida y perfecta piel. La rodeé con mis brazos, acercándola a mi, pegándola a mi pecho. Mis manos recorrieron su vientre, subiendo lentamente hacia sus senos.

-Mi pequeño príncipe está muy despierto- murmuró, pegando sus nalgas a mis caderas, y mi excitación quedó reflejada en todo sus esplendor.

-¿Has acabado ya?- ella rió divertida, pero el jueguecito de marras me había sacado de mis casillas, y no podía esperar para empezar yo el mío. Mis manos rodearon sus pechos, apretándolos dulcemente. Ella gimió por respuesta, de modo que en un rápido movimiento la giré, alzándola en brazos y encaminándome a la cama.

-Ahora me toca jugar a mi- susurré, tumbándome encima de ella y atrapando sus labios en un beso desenfrenado, que ella correspondió con ganas, arqueándose y ofreciéndome su cuerpo. Aprisioné sus manos por encima de su cabeza, y mi boca empezó su exquisito recorrido por su cuerpo. Al llegar a sus pechos, mis labios y mi lengua se detuvieron ahí un buen rato. Succioné sus dulces pezones con ansia, dejando que mi lengua recorriese la punta una y otra vez y escuchando los gemidos de mi mujer, que se retorcía de placer debajo de mi, cerrando sus ojos y echando la cabeza hacia atrás una y otra vez.

-Me... me estás... ahhhh- se revolvió de nuevo -me estás matando- dijo con un jadeo desesperado. Sentí que rodeaba mis caderas con sus piernas, pero ignoré el gesto y seguí acariciando cada parte de su cuerpo, marcando cada trozo de piel que mis labios o mis manos descubrían. Después de torturarla un buen rato, volví a ponerme a su altura, besando sus labios.

-¿Te ha gustado mi juego?- murmuré contra su cuello.

-Demasiado- dijo con una sonrisa traviesa -me has torturado de placer-. Sonreí malicioso... esto no se había acabado en absoluto.

Me levanté, quedando de rodillas y le hice un gesto para que se incorporara ella también. La hice ponerse de espaldas a mi, apoyando sus manos en el cabecero de la cama; me miró con un gran interrogante mientras dirigía mi mimbro a su entrada.

-Pues no ha terminado- susurré en su oreja, mordiéndola suavemente y adentrándome en ella despacio. Dio un pequeño respingo, debido a la sorpresa.

-Edward...- susurró con voz entrecortada.

-Sshhhh- la silencié mientras acariciaba sus caderas y empezaba a entrar y salir de su cuerpo.

-Dios- jadeé mientras apretaba los dientes, era una postura que nunca habíamos probado, y me gustaba. Pude oír un pequeño gemido que provenía de la garganta de mi mujer, a la vez que observé sus manos, que se agarraban al inmenso cabezal de la cama cómo si quisiera partirlo en dos.

-Ed... Edward- mi nombre salió de sus labios, cómo si estuviera implorando algo.

-¿No te gusta?- le pregunté con voz sensual.

-Si... ohh... si... - echó la cabeza para atrás, soltando pequeños jadeos. La incorporé para que, aun íntimamente unidos, su espalda quedara pegada en mi pecho. Sin dejar ese frenético vaivén de nuestros cuerpos, mis manos comenzaron a acariciarla por todo el cuerpo, deteniéndose largo rato de nuevo en sus pechos. Echó sus brazos por encima de su cabeza, agarrando el cabello de mi nuca y guiándome hacia sus labios, introduciendo su lengua en mi boca sin tregua alguna. Noté que se estremecía cuándo mis dedos tiraron de uno de sus pezones.

-¿Así te gusta más?- le pregunté al sentir el intenso gemido que se escapó de sus labios.

-Ahhh... sí... si así...- su angustiosa súplica me aminó a incrementar el ritmo, entrando y saliendo de su dulce y cálida estrechez cada vez más deprisa, mientras sentía en mis manos la firmeza de su pezones, que ya retorcía y estiraba con mis dedos sin piedad alguna.

Sentí que una espiral de placer empezaba a arremolinarse en mi vientre, y mis brazos se tensaron el torno al cuerpo de mi mujer, enterrando mi cara en su cuello. Noté que las partes íntimas de mi mujer cada vez se contraían cada vez con más fuerza en torno a mi miembro, pero decidí alargar la tortura un tiempo más. Con un movimiento repentino, salí de su interior, y sin darle tiempo a rechistar, nos tumbé a ambos en la cama, agarrando una de sus piernas, dejándola encima de mis hombro. Lentamente volví a introducirme en ella, y pude ver cómo cerraba los ojos y echaba la cabeza para atrás.

-Ahhh... Bella- sentí que explotaba; la postura hacia que me hundiera más en ella, si eso era ya posible, y que el placer fuera aún más intenso. Mis caderas encontraron un ritmo enloquecedor para ambos, y cuándo Bella levantó un poco su cabeza, mis labios volvieron a estrellarse en los suyos, todavía hambrientos del dulce sabor de mi mujer.

-Ed... Edward... me voy a correr... ¡me voy a correr!- sus jadeos se mezclaron con esos últimos gritos, y sacando fuerzas de dónde no las tenía, empujé más fuerte todavía, arqueando mi espalda. Bella echó su cabeza para atrás, empezando a convulsionarse.

-Bella...- su nombre abandonó mis labios a la vez que cientos de escalofríos sacudieron mi cuerpo de arriba abajo.

Caí desplomado sobre el cuerpo de mi mujer, que todavía tenía la respiración entrecortada. Intenté recomponerme, cerrando los ojos. Al de pocos minutos pude sentir cómo Bella pasaba sus manos por mi sudoroso pelo, peinándolo suavemente con los dedos. Sin decir una sola palabra, me tumbé en la cama, llevándome a mi mujer conmigo, quedando apoyada en mi pecho. Cuándo conseguí recuperar un poco el aliento, giré mi cabeza para decirle algo a ni niña, pero su respiración ya era acompasada y suave, y sus ojitos se habían cerrado. Esbozando una pequeña sonrisa, besé el tope de su cabeza, cerrando los ojos... y también cerrando un día inolvidable.

0o0o0oo0o0o0o0

Me giré, buscando la cintura de mi mujer para acurrucarme contra ella y seguir durmiendo, pero después de tantear la cama, descubrí que no estaba. Abrí los ojos lentamente, estirándome en ella e intentando despejar mi mente. Al mirar el reloj descubrí que era casi la una del mediodía. No era de extrañar, ya que llegamos a Norfolk Park casi a las seis de la mañana... y después de nuestra particular celebración del matrimonio, debimos dormirnos pasadas las ocho de la mañana.

Me levanté buscando mi ropa, y sólo encontré mis boxers y mis vaqueros, así que de esa guisa bajé las escaleras. Encontré a mi esposa en la cocina, descalza y con mi camisa puesta; me quedé apoyado en el marco de la puerta, oyéndola caturrear alegremente mientras trasteaba con la comida.

-Buenos días- le dije en una de la pausa de su peculiar canción. Se giró para mirarme, mientras su preciosa sonrisa aparecía en su cara.

-Buenos días- se acercó a mi lentamente -¿has descansado?- me preguntó cuándo llegó a mi altura.

-Algo sí- le informé mientras me agachaba y le daba un pequeño beso -¿y su alteza ha descansado?- interrogué malicioso, estrechándola entre mis brazos. Sentí un pequeño golpe en mi nuca.

-No me llames alteza- me reprochó divertida -o te haré llamármelo de verdad- reí mientras la apretaba contra mi, sintiendo su pequeño y cálido cuerpo.

-Era una broma- susurré contra su pelo -es que me gusta ver tu cara cuándo te lo recuerdan-.

-Me imagino- respondió cómo si fuera obvio, pero pude entrever su sonrisa, mezclada con sus palabras -estaba haciendo unos sadwiches para comer, y un poco de café para después- me dijo.

-¿Quieres qué te ayude?- le ofrecí. Me señaló la bandeja, con las bebidas preparadas. La llevé al salón, y diez minutos después ambos estábamos en el sillón, devorando la comida y comentando las anécdotas del día anterior.

-¿Crees que Chris y Emmet se habrán podido levantar de la cama?- me preguntó, conteniendo la risa.

-Pues no lo sé... cuándo se pusieron a bailar la conga ya iban bastante perjudicados- repliqué, evitando soltar la carcajada al recordar la imagen -Chris y Madde volvían hoy a Coppenhague, así que se habrá tenido que levantar- le informé. Cuándo terminamos de comer y Bella fue a por el café, me levanté del sillón y puse la tele. Las imágenes de la boda estaban en todos los canales. Miré atentamente la que estaban pasando en esos instantes; estábamos dando el sí quiero. Yo miraba obnubilado a mi niña, y ella me devolvía una mirada emocionada, agarrando fuertemente mis manos.

Cuándo Bella entró por la puerta, cambiaba de canal, y en ese mismo instante estaban poniendo el momento en el que salíamos al balcón, a saludar a los ingleses. Mi mujer se sentó a mi lado, acurrucándose contra mi. Mirábamos las imágenes con una sonrisa, pero en el momento del beso, Bella escondió su cara en mi pecho, roja de la vergüenza.

-Increíble- decía una periodista -nunca pensé que se atreverían... ha sido precioso-.

-Evidentemente, se han saltado el protocolo... pero bien por ellos- decía Masthide Umman, la experta en protocolo, que colaboraba en el programa Sociedad Inglesa -a pesar de lo que diga el señor Zimman, ha sido una boda magnífica-.

-Y romántica hasta la médula -se oyó la voz de la presentadora -definitivamente, vamos a recordar este enlace durante mucho tiempo-.

-¿Qué opináis de la princesa?; ¿qué os ha parecido el vestido, la tiara...?- interrogó la presentadora.

-Por una vez, reconozco que he juzgado a Jane O´Cadagan antes de tiempo- la voz del señor Zimman apareció en el aparato, mientras que mostraban un primer plano de mi mujer -un vestido digno de una princesa; discreto y elegante. Me ha sorprendido la elección de la tiara, y en mi modesta opinión, debería haber llevado la que llevó la reina Esme en su boda- mi novia rodó los ojos, mientras yo fruncía el ceño.

-La tiara que llevaba la princesa es una de las tiaras más valiosas de la Casa real- acotó otra periodista -y en mi opinión, no la veo con el aderezo de esmeraldas; es muy grande-.

-Vaya, alguien me da la razón- murmuró mi mujer entre dientes, mientras yo sonreía divertido.

-¿Qué creéis que estarán haciendo los príncipes en estos instantes?; ¿estarán ya perdidos en su luna de miel?- preguntó la presentadora, con una sonrisa divertida.

-Cualquier cosa menos escucharnos a nosotros, eso seguro- murmuró el señor Zimman, resoplando y mirando sus apuntes. Mi esposa y yo nos miramos, sin poder contener las carcajadas... si ellos supieran. Seguimos viendo imágenes de los distintos momentos de la boda y de los invitados un buen rato, riendo con algunos comentarios.

-Ahí tenías cara de terror- le dije a Bella.

-El carruaje se tambaleaba- me aclaró burlona, mientras ella misma observaba cómo se subió al coche de caballos, para volver a palacio -mira la cara de Carlos y Chris- me volví al televisor, dónde aparecía la imagen de la foto que nos sacamos con los representantes de las Casas reales. Chris le murmuraba algo a Carlos, y éste contenía la risa, ante la severa mirada de Valeria y Madde -no quiero ni pensar qué le estaría diciendo- dije con una graciosa mueca. Por suerte, no mencionaron nada malo de la familia de Bella, y suspiré internamente. Mi niña sobrellevaba bien las críticas hacia su persona, pero le dolía cuándo mencionaban a su familia.

-Bueno- dijo Bella, apagando el televisor y volviéndose hacia mi -¿Vas a decirme a dónde nos vamos de luna de miel?-.

-No sé, no sé...- me hice un poco el interesante, y ella se sentó en mi regazo, poniendo cara de pena.

-¿Ayer no me lo gané?- susurró contra mis labios; mi mente evocó las ardientes imágenes de mi esposa, con ese camisón tan sexy y ese meneo de caderas, que me volvió loco.

-Puede... definitivamente, bailas demasiado bien... ayer me sacaste de mis casillas- le dije, antes de besarla suavemente.

-Y lo que vino después... fue increíble- al decir ésto último, se puso roja como una amapola, mordiéndose el labio inferior. Volví a darle un pequeño beso, y por fin le revelé el secreto.

-Pues... primero vamos a Forks, para que le lleves el ramo a tu madre- ella asintió con la cabeza -después nos vamos una semana a las Maldivas, para descansar a nuestras anchas- me miró, arqueando una ceja.

-Esa parte ya me la sé- dijo con un gracioso puchero.

-Y después... vamos a ir a recorrer varios países europeos- le informé. En su cara apareció una inmensa sonrisa de felicidad.

-¿De verdad?- inquirió ansiosa. Asentí, mientras ella se acomodaba en mis brazos, dispuesta a escucharme.

-Primera escala... Dubrovnik- empecé a explicarle -seguiremos a Praga, después Budapest- sus ojos se abrían, encantados y felices -Viena... y terminamos en París-.

-¿En serio?- ¿cuántos días estaremos en cada ciudad?- me preguntó.

-Seis días en cada una- le desvelé- y contando la semana en las Maldivas...- ella terminó la frase por mi.

-Casi dos meses de luna de miel- susurró incrédula. Asentí con la cabeza.

-No volvemos a Londres hasta mediados-finales de agosto- concluí -a partir de que regresemos, a trabajar-.

-Cierto- afirmó mi niña- el treinta de agosto tenemos que estar en la ceremonia de entrega de doctorados en la universidad de Oxford- recordó con un suspiro -y el cuatro de septiembre, en Woolwich, en un acto de la Escuela de infantería civil- recordó, frunciendo el ceño.

-¿Ya te sabes la agenda?- interrogué divertido.

-Zafrina me la estuvo comentando por encima hace una semana... pero no quise escuchar más- rió divertida -ayer fue el día más emocionante de toda mi vida... y el más feliz- susurró emocionada.

-También el mío, mi vida- le respondí, pasando una mano por su espalda -por fin eres mi mujer- ella me miró emocionada, acercándose a mi y besándome en los labios.

-Te quiero- murmuró en voz baja.

-Y yo a ti cariño, y yo a ti- permanecimos abrazados, en uno de nuestros acostumbrados y gratificantes silencios, hasta que me dio por mirar el reloj de la pared. Debíamos volver a palacio, ya que esa misma noche, a las nueve, cogíamos el avión para nuestro viaje. Cómo primero parábamos en Forks, sus padres y la abuela venían con nosotros.

-Cariño, tenemos que empezar a movernos- susurré. Asintió con un suspiro, levantándose y recogiendo los platos.

Una hora después salíamos rumbo a Londres, después de cambiarnos y de recoger la habitación y la cocina. Al llegar a palacio, ya teníamos las maletas preparadas, de modo que apenas nos despedimos de mis padres, mi hermana y Jasper, y por supuesto de Casper e Isolda. Rose y Emmet estaban en su apartamento, sin duda descansando, de modo que también subimos, ya que Emmet no nos acompañaba al viaje, viajarían con nosotros Quil y Embry.

Por fin, a las nueve y diez minutos, salía el avión privado que habíamos alquilado, rumbo a su primera parada, el aeropuerto de Seattle. La abuela se acostó en el pequeño dormitorio que tenía el avión, una vez que cenamos. Bella y Sue charlaban y comentaban todo lo acontecido el día anterior, y yo me enfrasqué con Charlie en un juego de cartas, hasta que me dí por vencido; a este hombre no se le podía ganar a ese tipo de juegos. M suegro fue a sentarse con Sue, que ya dormía plácidamente en uno de los anchos sillones, y Bella se acercó a mi, acurrucándose a mi lado y tapándonos con una manta.

Mildred nos despertó cuándo llegó la hora de abrocharnos los cinturones, para tomar tierra. Mientras estábamos en Forks, repostarían el avión para las largas horas de vuelo hasta las Maldivas.

Con el cambio de horario, eran las nueve y media de la noche cuándo desembarcamos en una de las pistas privadas, y casi una hora después llegábamos a Forks. Por suerte, el pueblo estaba bastante tranquilo, ya que la mayoría de la gente no había vuelto todavía de Londres. Nos dirigimos directamente al cementerio, incluidos Charlie, Sue y la abuela. Al ser de noche, nuestra presencia pasó desapercibida, y dejé que Bella se acercara ella sola ante la tumba de su madre. Me sorprendí de que el cementerio estuviera iluminado con bastantes farolas; en Londres no era habitual.

-Mamá- murmuró mi mujer mientras se agachaba y dejaba con cuidado su ramo de novia -te dije qué te lo traería- susurró, levantando su vista y mirando la lápida.

Charlie se acercó a ella, pasándole un brazo por los hombros. Sue, la abuela y yo permanecimos en nuestras posiciones, sin querer interrumpir esa pequeña e íntima reunión familiar. Nunca había visto a mi suegro acudir al cementerio, pero Bella me había contado que lo hacía, solo y durante los crepúsculos de Forks, ya que a su madre le gustaba pasear a esa hora del día.

Observé los espasmos de Bella, provocados por el llanto. Su padre la intentaba consolar, y por el tono de su voz, supe que también estaba llorando. Charlie se giró y se acercó a nosotros; me fijé en sus ojos brillantes e hinchados. Me hizo un gesto para que me acercara, e inmediatamente rodeé a mi niña, que se abrazó a mi, hipando desconsolada.

-No llores, cariño- besé su frente con cuidado, y ella esbozó una imperceptible sonrisa, a través de las lágrimas.

-Sé que ella estuvo conmigo- musitó en voz baja -sobre todo cuándo escuché el Canon... a ella le encantaba esa pieza musical- me explicó entre sollozos -pero no puedo evitar apenarme...- su voz se ahogó en un pequeño gemido de dolor.

-Ya sé que no es lo mismo, cariño- la consolé -pero no podemos luchar contra el destino- me mataba verla así, y no sabía que podía decirle para poder mitigar su dolor; yo mismo no podría imaginarme qué habría sido si alguien muy querido, o de mi propia familia, no hubiese podido estar presente ayer. Unos minutos después, Bella se giró hacia su familia, esbozando una pequeña sonrisa de ánimo; por lo menos estaba más tranquila.

-¿Preparada?- la sondeé, tomando su mano -tenemos que volver al avión. Asintió, y nos dirigimos hacia su padre, Sue y la abuela para despedirnos de ellos en la puerta, al lado de los coches.

-Parecemos fugitivos, huyendo en mitad de la noche- dijo, ya más animada -nos da pena no poder pasar por casa- siseó con fastidio, a lo que yo asentí.

-Es mejor que os vayáis ahora mismo- nos recordó mi suegro- si os quedáis, los periodistas os encontrarán; y cuándo vayáis a Europa tendréis que lidiar con ellos-.

-Cierto- le di la razón-.

-Por lo menos, que os dejen tranquilos esta semana en las Maldivas- dijo Sue -necesitáis un descanso con urgencia-. Abrazamos a Sue y a la abuela, dejando a Charlie el último.

-Pasadlo muy bien y cuidaos- me dijo mi suegro, una vez lo abracé.

-Tranquilos; si todo va bien, cuándo lleguemos a Dubrovnik os llamaremos- le recordé. Asintió, y se volvió hacia Bella.

-Hija, disfruta de tu luna de miel- mi mujer se abrazó a mi padre.

-Gracias por todo papá- susurró.

-Vais a ser muy felices, estoy seguro de ello; espero que podáis venir en Acción de Gracias- nos recordó -pero si no podéis, no pasa nada. No quiero que descuidéis vuestro trabajo- nos reprochó entre risas afectuosas.

-Eso seguro- afirmé, rodeando a Bella por los hombros.

-Altezas, debemos irnos- nos recordó Quil amablemente; ambos se habían quedado en el coche. Nos despedimos de ellos una vez más, y nos pusimos en camino, rumbo al aeropuerto de nuevo.

-Por fin de camino a las Maldivas- suspiró mi niña, acomodándose en el asiento del avión.

-Sí- suspiré satisfecho -señora Cullen, bienvenida a su luna de miel- ella rió, negando con la cabeza, quitándose las converse y poniéndose cómoda.

-¿Cuántas horas de vuelo tenemos desde aquí?- me interrogó -me imagino qué más de veinticuatro horas- adivinó.

-Más o menos unas treinta y cinco horas- le aclaré -de modo que ponte cómoda-.

-Eso está hecho- se acurrucó contra mi pecho, cerrando los ojos y suspirando satisfecha.

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La semana en Maldivas pasó relajada y tranquila. El hotel elegido, el One and Only, preparó la pequeña y coqueta villa privada dónde nos alojamos. Teníamos hasta una pequeña cocina, pero apenas hicimos uso de ella, ya que desayunábamos, comíamos y cenábamos en la terraza de la villa, gracias al impecable servicio de habitaciones. Nos hubiera gustado acercarnos a uno de los numerosos restaurantes que tenía el complejo hotelero, pero no queríamos levantar revuelo y que nos reconocieran. No vimos a Quil y Embry más que un momento por las mañanas, pero sabíamos que siempre estaban alrededor de la villa, que por suerte, tenía una pequeña piscina y una cala privada, similar a cuándo estuvimos en la Sheychelles.

Esa semana no hicimos otra cosa que dormir y descansar a nuestra anchas, disfrutar del agua y el sol, sin prisas y sin agobios. Las últimas semanas habían sido una locura; en realidad todo este año había sido una locura en si. Hacer dos cursos en uno, los compromisos y los viajes había sido agotador... pero había valido la pena. Sonreí mientras desde mi tumbona miraba a Bella, que nadaba en la piscina, bajo el atardecer de la isla de Male.

-¿En qué piensas?- me preguntó, apoyando los brazos en el borde de la piscina e incorporándose un poco. Llevaba un biquini negro con el borde dorado; parecía una sirena.

-En nada en particular- contesté, poniéndome de pie y acercándome a la orilla. Me senté, sumergiendo los pies, y bella se apoyó en una de mis piernas, mirándome con una pequeña sonrisa.

-Esta semana se ha pasado muy rápido- dijo con un suspiro, mirando hacia el horizonte. Mañana a la tarde nos íbamos a Dubrovnik, la capital de Croacia, para empezar nuestro periplo por Europa.

-Es verdad- le di la razón -ahora nos toca hacer turismo, de forma relajada- ella asintió contenta, tirando de mi pierna para que me metiera con ella en el agua.

-Si no te metes, te tiraré- me amenazó divertida. Reí mientras ella tiraba de mi pierna; apenas me dio tiempo a quitarme la camiseta, ya que consiguió que me metiera de golpe.

-Eso ha sido una jugarreta- le reproché, conteniendo la carcajada y atrapándola entre mis brazos.

-¿Ah sí?; pues que sepas que no te tengo miedo- susurró divertida, mientras me sacaba graciosamente la lengua, cómo una niña pequeña y qué sepas qu...- no le di tiempo a terminar la frase, ya que aprovechando que estaba abrazada a mi, nos hundí a ambos en el agua. Cuándo salí a la superficie, Bella intentaba echarse para atrás el pelo, que se le había venido a la cara. Tosía un poco, y se acercó a mi, con gesto amenazador, mientras yo ahogaba las carcajadas.

-Eso es juego sucio- me reprochó, pero al soltar yo la carcajada, se le pasó en enfado, acompañándome en mis risas. Volví a abrazarla, y ella pasó sus piernas por mis caderas y los brazos por mi cuello, quedándose relajada. Miró el atardecer, esbozando una pequeña sonrisa.

-¿Es cierto que la puesta de sol de Dubrovnik es una de las más hermosas de Europa?- me preguntó en voz baja.

-Eso dicen- me encogí levemente de hombros -a mi me gustó mucho- recordé la última vez que estuve allí, con mi madre y mi hermana, antes de conocer a Bella -desde la muralla antigua que rodea la ciudad, la vista con el atardecer impresiona-.

-Es un sueño- dijo mi niña, volviendo su cara y juntando su frente con la mía -nunca pensé que podría visitar todos esos lugares- me explicó -y menos aun, que pudiera hacerlo contigo- se abrazó a mi con fuerza, enterrando su cara en mi cuello.

-¿Sabes una cosa?-.

-¿Qué?- le pregunté en voz baja, pasando las manos por su espalda.

-Me da igual que nos reconozcan los periodistas- me confesó divertida -en Roma y en Venecia intentamos pasar desapercibidos, y aun así nos reconoció la gente y la prensa-.

-Eso es verdad- le di la razón -por eso, si los periodistas nos acosan mucho, y espero que no sea así, es preferible pararse con ellos unos minutos, y después ya nos dejan en paz- Sam nos lo había advertido, y en el fondo tanto Bella cómo yo pensábamos que era la mejor solución.

-Si... pero no puedo esperar a ver Dubrovnik, Praga, Budapest, París... y Viena- dijo con aire soñador -me muero por sacarme una foto en las escalinatas del palacio de Shönbrunn- expresó contenta.

-¿En el palacio de Sissí?- ella afirmó enérgica con la cabeza.

-Cómo un auténtica princesa- resolvió, pagada de si misma. Acaricié su carita, y ella la apoyó en la palma de mi mano.

-Pues... te recuerdo que eres una princesa- dije en voz baja, mirando sus rosados labios, húmedos al igual que el resto de su cuerpo.

-Tú princesa- murmuró emocionada, recordando las palabras que le dediqué en la celebración de nuestra boda.

-Mi princesa- asentí, mientras acercaba mi boca a la suya, dándole un beso, que desembocó en una noche de pasión, cariño... y amor.

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Abrí la puerta de la habitación con la chaqueta en la mano, y con mi mujer quitándose los tacones según entraba por ella. Habíamos ido a cenar a uno de los restaurantes más exclusivos de París. Llevábamos un mes de turné por distintos países europeos, y pasado mañana regresábamos a Londres. Estaba siendo un viaje inolvidable, y disfrutaba observando las caras y expresiones de mi niña, maravillada y fascinada, recorriendo de mi mano ciudades de ensueño, y disfrutando de nuestros primeras semanas de casados. Recorrimos Dubrovnik de cabo a rabo, y Bella pudo comprobar de primera mano su maravilloso anochecer; también hubo un par de días que alquilamos un coche y recorrimos los alrededores, llegando a visitar diversos pueblos pasando la frontera de Bosnia. Lo mismo hicimos en Budapest, y en Praga, dónde unos turistas ingleses nos reconocieron y se sacaron una foto con nosotros, en el puente Carlos; en la plaza dónde estaba la famosa Catedral de San Vito y la famosa torre del reloj, todavía recordaba con una risa cómo alguien se dirigió a Bella por su título, y le tuve que decir que la estaban hablando a ella; mi mujer por fin se giró hacia el matrimonio escocés, roja de la vergüenza.

En Viena nos topamos de bruces con Jake y Seth, que nos iban siguiendo ciudad por ciudad con infinita paciencia. Definitivamente, ya parecían personal de palacio, y habían hecho muy buenas migas con Quil y Embry, que ya tenían ganas de volver a casa, los pobres. Nosotros habíamos estado de vacaciones, por así decirlo, pero ellos estaban trabajando, y se merecían unas buenas vacaciones, según ellos, en su casa con su familia, y en verdad era así.

Bella cumplió su sueño, y se sacó la foto en la escalinata de palacio austriaco, y disfrutó cómo nunca recorriendo el Práter y comiendo tarta Sacher todos los días de postre.

Oí que que estaba hablando con mis padres, ya que su móvil había sonado cuándo estaba cambiándose. Me asomé a la ventana de nuestra suite del hotel Ritz, en plena Plaza Vendome de París; todavía hacía calor, y el cielo estaba despejado. Habíamos recorrido la cuidad francesa con ahínco estos días, al igual que hicimos con las otras. Mañana sería un día tranquilo, para realizar las últimas compras y por la noche, ir a ver una función de ballet, cómo colofón de nuestro largo viaje. La sentí acercarse a mi, y me giré, abriéndola los brazos.

-¿Todo bien por Windsor?- interrogué. Asintió con un suspiro, apoyándose en mi.

-Ya nos están esperando- me informó divertida -tu hermana está ansiosa por ver las fotos-.

-Pues tenéis para tres días, por lo menos- objeté con una risa, ya que aparte de Quil y Embry, la cámara de fotos había trabajado sin descanso este mes y medio... y también el servicio de paquetería especial, ya que según íbamos haciendo compras, las mandábamos a Londres. Compramos regalos para todo el mundo, familia y amigos, y muchos recuerdos y objetos de decoración para nuestra casa.

-¿Te da pena que se acabe?- me preguntó en voz baja.

-Sí- dije sin dudarlo -pensar qué tenemos que volver al trabajo enseguida... me da pereza... pero tengo ganas de ver a mis padres, a Rose y Emmet, a Casper e Isolda- enumeré.

-Piensa que en un mes sólo tenemos compromisos cerca, de modo que no habrá que viajar en avión- me consoló divertida. Reí divertido, cogiéndola en brazos y encaminándome con ella a la cama.

-Todavía no te he visto usar aquí ese salto de cama que te pusiste en nuestra noche de bodas- murmuré malicioso, tumbándome a su lado y atraiéndola hacia mi cuerpo.

-Te estás aficionando a que te haga un bailecito cada vez que hacemos el amor- dijo con una ceja arqueada -¿para cuándo un streptease tuyo con la faldita escocesa... y sin nada debajo?- me preguntó con voz sensual, mientras yo me acercaba a besar sus dulces labios. Rodé los ojos mentalmente... no se le olvidaba el tema.

-Algún día... te lo prometo-.

-Eso espero... y ahora... cállate y ven aquí- entrelazó sus brazos en torno a mi cuello; sonreí para mis adentros... esta sería una buena y estupenda noche.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 28/11/2010, 3:35 pm

Capítulo 45: Cumpliendo un papel

Londres, pista privada del aeropuerto de Heatrow; mediados de noviembre.

Ninguno lo podíamos creer; mi marido y mi suegro, al igual que nosotras tres, intentábamos mantener el tipo delante de los soldados, políticos y periodistas que estaban allí, esperando estoicamente al avión que traía a nuestros invitados a Londres.

El vuelo militar que traía a la familia real noruega de visita de estado se retrasaba casi veinticinco minutos sobre la hora prevista; en un principio, su viaje estaba programado para el mes de febrero, pero unos problemas de organización de la corte nórdica hicieron que se adelantara el viaje, ya que la visita no se podía posponer por más tiempo.

De modo que no quedó otro remedio que adelantaran el viaje, así que ahora nos esperaban cuatro días ajetreados... y para Alice, mi marido, y para mi, serían largos y fastidiosos, ya que no teníamos gana alguna de ver a Sven y a Anne Louise, y sobre todo, soportar sus aires de grandeza y altanería.

Suspiré con resignación y paciencia; los tacones empezaban a pasarme factura, y eso que apenas había andado, pero el estar allí de pie, con cara de póquer y aguantando el tipo no ayudaba a mis pies en absoluto. Hacía tres meses que nuestra luna de miel concluyó, y salvo cuatro días en Windsor, con la familia, apenas habíamos parado. Habíamos asistido a multitud de compromisos a lo largo y ancho del país, desde inauguraciones de instalaciones y edificios públicos hasta visitar una granja ecológica en el condado de Cornualles. Cada día iba aprendiendo cosas nuevas, y siempre de la mano o del brazo de Edward, al que se le notaba mucho más feliz y distendido en esos actos. Antes de cada compromiso, nos informábamos acerca de todo lo referente al acto, e intercambiábamos comentarios cómplices de cada cosa que nos llamaba la atención.

Este era la primera vez que ejercía cómo princesa de Gales en la visita de un mandatario extranjero. Dentro de quince días nosotros partíamos hacia Holanda, en viaje de estado, y quería hacerlo bien, sobre todo en la cena de gala, que se celebraría en palacio la última noche.

-Increíble- la voz de Edward me devolvió a la tierra -media hora de retraso... y eso que vienen en un avión militar privado- siseó cabreado. Por protocolo, era de muy mala educación hacer esperar a los anfitriones, y sobre todo al rey Carlisle II de Inglaterra, que era la puntualidad en persona.

-¿Les habrá ocurrido algo?- le pregunté a mi marido, preocupándome por unas milésimas de segundo.

-Si hubiera sucedido algo, ya nos habrían avisado- me aclaró Edward, y a lo que yo asentí con la cabeza, dándole la razón -¿tienes frío?- preguntó mientras tomaba con disimulo una de mis manos, frotándola para que entrara en calor.

-Un poco- asentí -esperemos que estos días pasen tranquilos- suspiré.

-Y yo espero que Sven sepa comportarse- murmuró entre dientes.

-Yo también- dije para mis adentros. Diez minutos después, el avión de nuestros invitados tomaba tierra por fin. Carlisle y el rey noruego se saludaron afectuosamente, al igual que Esme y la reina. Después de saludarles cómo tocaba, me volví hacia la esposa de Sven.

-Es un placer teneros aquí de nuevo; espero que hayáis tenido un buen viaje- le hablé despacio, ya que apenas hablaba inglés, pero ella pareció entenderme.

-Muchas gracias- me dedicó en un precario inglés y con una pequeña sonrisa, que yo devolví.

-Un gusto verte de nuevo, Isabella- la voz de Sven hizo que me volviera hacia él, para darle la bienvenida. Todavía no había olvidado el incidente de Madrid, y seguía sin sentirme cómoda en su presencia.

-Sven- nos dimos la mano educadamente, y lo mismo hice con Anne Louise y su marido, bajo la tormenta de flashes fotográficos que inmortalizaron el momento. Después de los saludos de rigor, sonó el himno noruego, en honor de los ilustres invitados, y después mi suegro y su homónimo pasaron revista a la formación militar. Una vez en el coche, de vuelta a palacio, Alice rodaba los ojos, en un gesto de resignación.

-¿Os habéis fijado que Anne Louise y su marido están muy raros?-.

-¿Por qué dices eso?- le interrogó mi marido, mientras jugueteaba con mi alianza de matrimonio.

-No sé... pero da la sensación de que están muy distantes- nos explicó.

-No me extrañaría en absoluto- contestó Edward con una mueca -Sven es un mujeriego... pero su hermana no se queda atrás-

-¿Recuerdas las bodas de plata de sus padres?- le preguntó con una risa -solo le faltó coquetear con las estatuas de palacio-.

-¿En serio?- pregunté, conteniendo la carcajada.

-En aquella época todavía no conocía al que hoy es su marido- me contó Edward -y un poco antes del aniversario de sus padres, salió un artículo sobre ella, y la calificaban cómo la princesa más irritante de Europa-.

-Pero en vez de guardar silencio, concedió una entrevista para hacer ver que no era así en absoluto... pero no funcionó- me siguió relatando la pequeña duende. Al ver mi curiosa expresión, Edward me sacó de dudas.

-Digamos que fueron una declaraciones poco afortunadas, o que le malinterpretaron sus palabras... el caso es que la cosa no quedó muy bien-.

-¿No quedó muy bien, dices?- la voz de Emmet sonó desde la parte delantera del coche -venga ya, con eso que dijo acerca de la gente que trabajaba en su casa terminó de arreglarlo; sólo le faltó llamarlos esclavos-.

-Viniendo de ella, no sé por qué no me sorprende- murmuré, negando con la cabeza y cambiando de tema -¿cómo está Rosalie?- ella y Emmet habían abandonado el apartamento que compartían en palacio, mudándose a un ático en el centro de Londres.

-En clase- me explicó -me ha dicho que os diga que os llamará en cuánto pase la visita, para quedar con vosotras- nos dijo a Alice y a mi.

-Dale muchos besos de nuestra parte; dile que la echamos de menos- le dijo mi cuñada, con un pequeño puchero.

Nuestros invitados se dirigieron a su hotel, para cambiarse y almorzar en privado en palacio. Nosotros fuimos a cambiarnos también, para recibirlos allí de nuevo. Edward y yo nos dirigimos al que ahora era nuestro hogar, y aunque estaba dentro del mismo palacio, teníamos nuestra intimidad.

Nada más aparecer por allí, Casper e Isolda salieron a recibirnos. Habían crecido mucho, y según Edward, cada día estaban más gordos. Fuimos a nuestro dormitorio, y me dispuse a cambiarme. Finalmente opté por unos pantalones grises de vestir, de cintura alta, con una blusa de gasa en rosa pálido. Edward ya me estaba esperando, jugueteando con Casper, ya que él no se había cambiado.

En cuánto puse el pie en el salón, Casper vino hacia mi, acurrucándose contra mi pierna.

-No entiendo por qué te quiere más a ti, si yo me paso el día jugando con él- repuso mi esposo en tono de burla, pero a la vez cariñoso. Reí divertida, mientras el se acercaba a mi y me estrechaba entre sus brazos.

-Me encantaría quedarme aquí, y que me hicieras uno de tus platos- rezongó cual niño pequeño. Negué divertida; teníamos una pequeña cocina en nuestra propia ala de palacio, y cuándo no teníamos compromisos, hacíamos vida de pareja en nuestra casa; me gustaba cocinar, y siempre que tenía oportunidad de hacerlo, aprovechaba.

-Te prometo que el próximo sábado hago cena especial; además, cumplimos cinco meses de casados- recordé.

-¿No quieres salir a cenar fuera?- me ofreció. Negué con la cabeza.

-Prefiero quedarme aquí, cenar tranquilos y ver una peli tumbados en el sofá, sin agobios-.

-Yo también quiero estar un fin de semana tranquilo en casa- me dio la razón -y disfrutar de mi niña- susurró contra mis labios, para después dejar un suave beso en ellos.

-Eso suena bien- murmuré, pasando las manos por su cuello y besándole de nuevo... pero el teléfono sonó, haciendo que nos separáramos a regañadientes. Edward lo cogió mientras yo me encaminaba hacia la puerta.

-Nos esperan- me informó. Suspiré mientras le tomaba de la mano y nos dirigíamos al salón amarillo, dónde nos reuniríamos con el resto. Antes de llegar allí, ya estaba Preston esperándonos.

-¿Ya han llegado?- le preguntó Edward.

-Los invitados ya han salido de su hotel, así que no tardarán mucho en llegar, altezas- nos dijo -sus majestades y la princesa Alice están ya allí-.

-¿Jasper no ha llegado?- interrogué curiosa.

-Le han surgido unas complicaciones en la reunión de trabajo, y no podrá regresar hasta esta tarde- me aclaró -por cierto, Zafrina les espera antes de la cena, para comentar la agenda de la semana que viene, alteza- me recordó.

-Gracias Preston- agradeció Edward.

-Si me disculpan- se giró con paso apresurado, ya que estarían dando los toques finales al comedor. Todavía me sonaba un poco raro eso de que se dirigieran a mi cómo alteza real... Esme tenía razón, costaba hacerse a la idea; pero por lo menos Edward ya no me tenía que avisar que me hablaban a mi.

Justo en el momento en el que llegábamos al salón, se anunciaba la llegada de el rey noruego y su familia; a todos nos extrañó que no viniera el marido de Anne Louise, pero no hicimos ningún comentario al respecto. Después de volver a saludarlos, Edward, Carlisle, Sven y su padre se reunieron en otro de los salones, para hablar de diversos temas políticos; entre ellos estaba el acuerdo de establecer una base miliar inglesa en uno de los puntos estratégicos de la costa de Noruega. Mientras tanto, Esme, Alice y yo nos quedamos con la reina, Anne Louise y Olga, tomando un café y conversando con ellas.

Alice y yo observábamos de reojo a la princesa nórdica, estaba muy callada... demasiado, tal y cómo era ella. Esme sugirió dar una vuelta por el jardín; Alice y Olga se adelantaron, y yo caminé a la altura de Esme y la reina noruega, pero observé que Anne Louise se quedaba rezagada.

-Hola- saludé con una pequeña sonrisa, poniéndome a su altura. Ella me sonrió tímida, con un movimiento de cabeza. Paseamos unos momentos sumidas en el silencio, y ya empecé a preocuparme; no era normal en ella... normalmente, estaría sacándole pegas a todo. Decidí atreverme.

-Perdona si me meto en dónde no me llaman, ¿pero te encuentras bien?- interrogué. Ella giró su cabeza hacia mi, sorprendida por la pregunta, pero al cabo de unos segundos apartó su rostro, conteniendo una mueca de tristeza. En verdad se veía mal, y bastante deprimida.

-Sé que no hemos empezado con buen pie- le dije con cautela -pero si quieres hablar...- le ofrecí.

-Eres muy amable, después de cómo te hemos tratado- parecía sorprendida por mi ofrecimiento. Me encogí levemente de hombros, esbozando una pequeña sonrisa.

-Bueno... ehhmmm... creo que todo el mundo merece una segunda oportunidad- le contesté, observando su reacción. Ella pareció dudar, pero al final respondió.

-¿No os preguntáis por qué no ha venido mi marido a la comida?-. Me pilló tan de sorpresa, que no supe por dónde salir.

-Es un almuerzo privado, no pasa nada- le resté importancia al asunto -si hubiera sido un acto oficial o una cena de estado, otro gallo cantaría.

-Mi marido y yo estamos pasando una pequeña crisis- me dijo, al cabo de unos minutos.

-¿Tenéis problemas entre vosotros?- pensé que me mandaría a freír espárragos, pero no fue así.

-Cuándo vinimos a vuestra boda ya no estábamos bien- empezó a explicarse -ambos tenemos un carácter muy fuerte, y somos muy maniáticos-.

-Todos tenemos nuestras manías- le dije, a modo de ánimo -y todos los matrimonios discutimos a veces-.

-Ojalá fuera solo eso- susurró apenada -sé que te habrán hablado de qué flirteé con algunos hombres antes de casarme- al ver ella que no decía nada, continuó hablando.

-Puede que antes de mi matrimonio fuera así, pero no desde que me casé; a Harold le costó mucho adaptarse a todo este mundo, y yo reconozco que muchas veces no estuve a su lado-.

-Pero tu padre dio el consentimiento; además, se lleva muy bien con tu marido- contesté.

-No soy la heredera, aunque esté en la línea de sucesión- me recordó; le di la razón con la cabeza.

-Reconozco que debería haber estado a su lado, y haberle apoyado más; desde hace un año, se empezó a ausentar con frecuencia, siempre por motivos de trabajo- me explicó -o al menos esa es la excusa que me da a mi... pero sé que hay otra mujer- sus ojos empezaron a aguarse.

-¿Estás segura de eso?- Anne Louise asintió, girando la cara para que no le viera las lágrimas.

-¿Sabes una cosa?; puede que en el fondo me lo merezca; nos casamos muy enamorados... pero yo he cometido muchos errores en mi matrimonio, pero te juro que no le he sido infiel- las lágrimas ya rodaban por sus mejillas; realmente no sabía que decirle. La agarré por los hombros, intentando consolarla.

-No sé qué decirte, no te puedes meter en un matrimonio- opiné en voz alta -pero si de verdad os queréis, podríais intentar arreglar las cosas; ¿qué opina tu familia?, ¿sabe algo de ésto?- interrogué.

-Mis padres no quieren ni oír hablar de separación, para eso son muy tradicionales- me relató -Y no quiero agobiar a Olga con mis problemas, ya tiene bastante con mi hermano- rodé los ojos para mis adentros, no me extrañaba en absoluto.

-Siempre quise ser madre- dijo, esbozando una pequeña sonrisa -pero tal y cómo están las cosas...-.

-Un hijo no arregla un matrimonio- le medio advertí -pero puede que si intentáis arreglar las cosas, quién sabe, a lo mejor en el futuro...- ella me miraba sorprendida.

-Comprendo a Harold; a mi me cuesta mucho acostumbrarme a todo esto todavía- le seguí contando, en plan confidencia.

-Pero te estás adaptando muy bien- me animó con sinceridad -vuestra boda fue preciosa; y el discurso de Edward- sonreí, recordando las palabras que me dedicó mi marido.

-En verdad eres alguien muy especial; Edward no se enamoraría de cualquiera- dijo con una risilla amistosa -lamento mucho cómo nos conocimos; espero que podamos llegar a ser amigas, aunque yo no sea muy querida en otras cortes europeas- suspiró con pena.

-Eso no importa; siempre se puede volver a empezar-. Seguimos caminando unos minutos en silencio, hasta que Edward vino a nuestro encuentro.

-Tú príncipe viene por ahí- señaló a Edward con la cabeza -gracias por escucharme Bella, necesitaba hablar-.

-De nada- me dio un pequeño apretón en la mano, disculpándose cuándo mi marido llegó a nuestra posición.

-Hola, ¿cómo ha ido la reunión?- le pregunté, pasando mi brazo por su cintura y empezando a hablar.

-Bueno... Sven le saca pegas a todo; no quiere ni oír hablar de la base militar inglesa en su país- me explicó -pero su padre está de acuerdo- suspiró mientras tomaba mi cintura -ni que fuèramos a invadirlos-.

-¿De modo que no hay nada decidido?-. Meneó la cabeza.

-Todavía no; aún falta hablar con las fuerzas militares de cada país, y con los respectivos ministerios de defensa- me explicó -¿y tú?-.

-Bien; hablando un poco con Anne Louise- le expliqué escuetamente.

-Tiene problemas con Harold- adivinó -no ha venido a la comida- asentí con la cabeza.

-Mal asunto- vaticinó.

-Sip, eso parece; en el fondo me da pena-.

-A mi también... será lo que sea, pero vivir en un matrimonio en la que ninguna de las partes es feliz... eso no es vida- dijo con un suspiro, volviendo su vista hacia mi y dejando un pequeño beso en mi frente.

-¿Ya están ambos en la rueda de prensa?- pregunté por ambos reyes, cambiando de tema.

-Si; y eso me recuerda que tenemos que entrar, para posar en la foto- dijo contento, tirando de mi y adentrándonos en palacio.

Tuvimos que esperar aun diez minutos en la antesala del salón de la Reina Alejandra, a que terminara la conferencia. Cuándo Sam nos indicó que podíamos salir, tomé a mi marido del brazo, siguiendo a nuestros invitados. Nada más aparecer, las cámaras nos apuntaron a Edward y a mi, hasta que nos colocamos para la foto. Después de unos minutos, la rueda de prensa se dio por finalizada, de modo que por fin pasamos al comedor.

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Por fortuna, los siguientes días pasaron sin complicaciones relevantes. Al día siguiente de la comida oficial, los hombres visitaron una de las bases navales que había al sur del país; no volverían hasta la tarde, de modo que Esme, Alice y yo ejercimos de anfitrionas. Junto con las mujeres de la familia real noruega, acudimos a la National Gallery, para visitar una exposición itinerante, y otras obras expuestas de forma permanente en el museo.

Al día siguiente, los reyes se quedaron para recibir en audiencia a los embajadores y diplomáticos noruegos afincados en Londres, y los jóvenes nos dirigimos a Dover, un pueblo de la costa inglesa. Junto con Southampton, el pueblo tenía uno de los puertos más importantes de Inglaterra, y durante siglos fue el nexo de unión con el resto de Europa y los países nórdicos. Acompañados por las autoridades locales, almorzamos en un típico restaurante del puerto, y por la tarde seguimos recorriendo la zona, bajo la mirada y saludos de los habitantes. Al día siguiente, hasta la cena de gala, no había ningún acto programado, de modo que nuestros invitados se quedaron en su hotel, y nosotros en casa; aparte de una reunión por la mañana, con una de las fundaciones que presidía Edward, aprovechamos para descansar un poco.

-¿Me has grabado el capítulo del martes de Crónicas vampíricas?- pregunté a Edward desde la cocina. Edward se encargaba de programar el DVD cuándo no podíamos ver los capítulos el día que los emitían.

-Sí, tranquila- suspiró resignado- no sé qué le ves a las historias de vampiros- murmuró rodando los ojos y entrando por la puerta.

-Yo no me meto con tus series, no te metas con las mías- repliqué divertida, buscando el café

-Tengo ganas de que llegue esta noche- dijo mientras se apoyaba en la encimera.

-Por fin el último acto- agradecí -por lo menos, Anne Loiuse se ha comportado-.

-Reconozco que me ha sorprendido, ha estado muy amable con todos nosotros- me dio la razón mi marido -a Sven le hubiera dicho cuatro cosas el día que fuimos a Dover- siseó cabreado. Recordé con una mueca cómo el principito noruego puso pegas a todo, desde que nos montamos en los coches, hasta que regresamos a Londres. El alcalde de Dover tuvo que tragarse el enfado, cuándo criticó el lugar al que fuimos a comer. Incluso la función de teatro que vimos ayer, un musical, no fue de su agrado.

-Si el niño no come con cubiertos de oro todos los días no está contento- murmuró Edward, sarcástico.

-No te des mal; mañana por la mañana se marchan muy temprano- le recordé.

-Cierto- repuso -pero tengo ganas de que llegue esta noche por otro asunto- dijo misterioso. Le miré con el ceño fruncido, esperando una respuesta.

-Por fin voy a verte con bandas y placas... cómo una princesa de verdad- expresó con una inmensa sonrisa. Negué divertida, acercándome a él.

-Pues si que tenías ganas-.

-No sabes cuántas- me rodeó con sus brazos -la banda noruega te quedará muy bien- durante el almuerzo privado del primer día, los reyes noruegos trajeron regalos para todos... y el mío no fue otro que la banda y la placa de la Orden de San Olav, la distinción noruega más alta; el resto de la familia ya la tenía, sólo faltaba yo.

-¿Y qué tiara te vas a poner?- me siguió interrogando.

-Sorpresa- me encogí inocentemente de hombros, aunque ya tenía todo pensado.

-Nunca me cuentas nada- refunfuñó. Reí divertida, dejando un casto beso en sus labios y volviéndome para hacer el café.

Después de una tranquila sobremesa, a las seis tuve que ir a peinarme; le pedí a Zafrina que preparara las joyas que iba a lucir esa noche. Allí me reuní con Esme y con Alice, que ya estaban a medio peinar cuándo llegué.

Maud me maquilló cómo solía hacerlo, muy discretamente, y Marian me propuso hacerme un semirrecogido, dejando parte de mi cabello suelto. Después de casi dos horas, entré a mi habitación. Edward estaba poniéndose el uniforme que llevó en nuestra boda, sólo que en esta ocasión la banda y una de las placas era distinta.

-Veo que por esta vez te has librado del frac- observé.

-Gracias a dios- resopló, intentando abrocharse uno de los pesados botones del uniforme. Me acerqué para ayudarle.

-Gracias; ¿no te vistes ya?- me interrogó.

-Sip... va a venir Marian dentro de unos minutos, a colocarme la tiara- le dije -y Zafrina me ayudará con la banda y las placas-.

-Está bien; yo tengo que adelantarme, para hablar con mi padre unos minutos. Te veré allí- me dio un pequeño beso, que correspondí gustosa.

-Hasta ahora- me dirigí al inmenso vestidor, y saqué de la funda el vestido que usaría esa noche. Era un vestido negro de dos piezas; la falda era de seda, completamente lisa, y el cuerpo era una especia de corpiño. La seda del corsé era drapeada, haciendo un bonito efecto, y de tirantes, dado que no saldríamos de palacio. La falda incluso tenía un poquito de vuelo... mirándome al espejo, me recordaba a las damas de época.

Justo en ese momento llegaron Zafrina y Marian. La primera, muy amablemente, me ayudó a abrocharme el corpiño. Una vez bien vestida, con los zapatos incluidos, eché un vistazo a las joyas, que Zafrina había traído, y las condecoraciones.

-Bien alteza; primero colocaremos la banda y las condecoraciones; así es menos engorroso- me dijo con una risa cómplice. Pasó la banda, más estrecha que las que le había visto antes a Edward, por mi hombro derecho, de modo que caía hacia el otro lado. Me miré al espejo, estudiándome detenidamente; justo en ese momento, entró la pequeña duende por la puerta. Llevaba un vestido de fiesta color cobre, de tirantes, y guantes del mismo tono, hasta más arriba de los codos. Llevaba su aderezo de diamantes, y la banda y las condecoraciones perfectamente colocadas.

-Hola Bellie- me saludó contenta.

-Hola duende saltarín- la saludé de vuelta.

-He venido a ayudart;, aunque ya tengas ayuda, me hacía ilusión- Zafrina y Marina rieron por su entusiasmo, mientras yo volvía mi vista al espejo. Me coloqué la banda recta en el hombro, pero Alice se me adelantó.

-Las bandas no se llevan pegadas al cuello, sino en la parte del hombro más cercana al brazo- me explicó con cariño, recolocándola ella misma.

-¿Pero no se cae?- interrogué confusa. Ella negó con la cabeza, mientas Zafrina se acercaba a nosotras con dos broches.

-¿Las aguamarinas?- me sondeó Alice, viendo el resto del aderezo. Afirmé, aparte de la tiara que lucí en mi boda, era el que más me gustaba.

-Mira, se sujetan por delante y por detrás con los broches- me explicó Alice; Zafrina colocó uno en mitad de mi espalda, y el de delante justo pegando al hombro. Eran dos aguamarinas de forma rectangular, rodeadas de pequeños brillantes. Y en efecto, la banda quedó perfectamente sujeta en el extremo de mi hombro, sin moverse un milímetro. En el omóplato opuesto, Alice me colocó la Orden de la Familia real; era el lacito de raso amarillo, con la imagen de mi suegro en un camafeo, y un poco más abajo, a altura de mis costillas, las placas; la inglesa y la noruega.

Después de eso, me senté con cuidado, y Marian me puso la diadema. Era muy ligera, y al igual que los broches, las aguamarinas de forma rectangular, aunque más pequeñas, descansaban entre dos hilera de diamantes, una en la base y otra en la parte superior. Me puse los pendientes a juego, y por último la pulsera. Los pendientes eran rectangulares y pequeños. Me miré al espejo, intentando asimilar que esa era yo... siempre había temido este momento; no era muy dada a llevar joyas, y lucir esas piezas, de un gran valor, me intimidaba.

-Perfecta- expresó Alice, con una sonrisa satisfecha, mirándome -es la hora, nos esperan- me indicó, tendiéndome el pequeño bolso de mano. Nos despedimos de Zafrina y de Marian, y nos encaminamos a la antesala del salón del trono, charlando unos momentos.

-Anne Louise habló conmigo ayer- me dijo mi cuñada -no sabía que lo estuviera pasando tan mal; es una situación difícil- le di la razón con un gesto -espero que puedan solucionar las cosas-.

-Yo también- deseé, esperanzada. El día anterior le había dado mi dirección de correo electrónico y mi teléfono, por si necesitaba hablar con alguien.

Al entrar en el salón, nos esperaban todos menos Sven, Edward y sus padres, que todavía estaban reunidos. Esme me sonrió mientras me acercaba a ella.

-Qué guapa- me sonrojé un poco, pero conseguí darle las gracias. Saludé a la reina noruega con una pequeña reverencia, y nos acercamos hacia Anne Louise y su marido, que charlaban con Jasper y Olga. Todos iban de gala, y las princesas noruegas lucían una diademas preciosas.

-Wau... ahora sí que de verdad, eres una princesa- me piropeó mi cuñado, ante la divertida mirada del resto.

-Todavía me veo muy rara- le aclaré, pasando mis dedos por la banda, quitando una inexistente arruga.

-Te terminas acostumbrando- me dijo Anne Louise; el peinado es muy bonito-. Estuvimos charlando unos minutos, esperando a que llegara el resto. Por fin, la puerta se abrió, dando paso a mi suegro, el rey noruego, Sven y Edward. Mi marido venía un poco serio, y deduje que habría tenido algún encontronazo con el príncipe noruego. Cuándo su vista se posó en mi, sus topacios dorados se iluminaron, apareciendo una sonrisa de aprobación en su cara.

-¿Y bien?- le sondeé, una vez estuvo a mi lado.

-Preciosa- me contestó con una de sus sonrisas -tenía muchas ganas de verte vestida así- me recordó.

-Todavía me veo un poco rara- repetí por enésima vez esa noche.

-No estás rara- me dijo serio -en mis sueños te había imaginado así muchas veces- susurró, sólo para nosotros dos -pero cómo te dije el día de nuestra boda, la realidad supera a los sueños- agaché la cara, queriendo ocultar mi sonrojo; nunca me acostumbraría a los halagos, y menos a los de Edward. Levantó mi barbilla con su dedo, para darme un beso en la mejilla.

-¿Estás lista?- afirmé mientras cogía el brazo que me ofrecía. Las notas del himno empezaron a sonar, de modo que nos tocaba entrar, para los saludos de rigor. Nada más entrar en el salón del trono, me percaté de que todas las miradas estaban puestas sobre nosotros; era la primera vez que me veían así vestida, y según una de las periodistas de Sociedad Inglesa, era algo que mucha gente esperaba con curiosidad.

Después de posar para las fotos oficiales, y saludar a los más de quinientos invitados que acudían a la cena, por fin entramos en el comedor. La mesa alargada era inmensa, y adornada con centros de plata y con flores. Carlisle y Esme la presidían sentándose en medio de ella, enfrentados. Yo tomé asiento entre Sven y el marido de Anne Louise, cómo mandaban las normas, quedando mi marido enfrente mío, rodeado de las princesas noruegas. Después de los discursos, la cena dio comienzo. Me dediqué a charlar con Harold, mientras que Sven no hacía otra cosa que sacar pegas a la comida.

-Odio la comida inglesa- siseó con fastidio, mientras que revolvía la ensalada con su tenedor. Su cuñado y yo lo dejamos pasar, y seguimos con la charla que nos traíamos entre manos. El colmo de la mala educación de Sven llegó cuándo se dirigió con palabras nada agradables a Barry, uno de los empleados de palacio.

-Te he dicho que no quiero vino blanco, y tú vuelves a rellenarme la copa- le reprendió con voz acerada -no sirves para nada, viejo inútil-.

-Disculpad alteza, enseguida os la cambio- susurró el pobre hombre, avergonzado y humillado.

-¿A qué esperas?; ¿no me has oído?- la gente empezaba a mirar, curiosa por lo que pasaba. Miré a Sven enfadada; Barry era uno de los empleados más antiguos de palacio, y le teníamos mucho cariño toda la familia.

-Esta gente no vale para nada- seguía protestando. Me giré hacia él, enfadada.

-No puedes tratar así a la gente... y menos en una casa que no es tuya- le reproché con discreción.

-Son criados- se encogió de hombros, con gesto despreocupado.

-Pero también son personas, que desempeñan su trabajo lo mejor que pueden- le contesté, desafiándole un poco. Rió, divertido, limpiándose con la servilleta.

-De modo que la flamante princesa de Gales es una defensora de los pobres asalariados; vaya, vaya...-.

-Todos somos iguales, independientemente de los títulos que llevemos encima- le respondí, rodando los ojos.

-Ellos están a nuestras órdenes, y les hablaré cómo me parezca, y no me parece de recibo que tú me des lecciones a mi; ¿quién te crees que eres?- apreté el tenedor, conteniendo el cabreo. Al mirar al frente, Edward miraba fijamente a Sven, quieréndolo matar con la mirada. Su mujer y su hermana le miraban de manera reprobatoria. Por fortuna, ni su padre ni el de Edward se percataron de la situación, pero Esme si. No volví a dirigirle la palabra, y en cuánto terminó la cena, Edward se acercó a mi asiento mientras me levantaba.

-¿Estás bien?- me tomó de la mano, preocupado.

-Tranquilo- le calmé -es inaguantable, ¿cómo puede tratar así a a gente, y más en una casa ajena?- me pregunté para mi misma -¿Edward, me escuchas?- pero me fijé que sus ojos brillaban de ira y cabreo. Se adelantó unos pasos, cogiendo a Sven por el brazo.

-Te lo voy a decir sólo una vez; no vuelvas a tratar así a nadie que trabaje en mi casa -hizo una pausa -y muchos menos, hablarle a mi mujer de la manera que lo has hecho-.

-Bueno... es lo que tiene el casarse con alguien que no pertenece a este mundo- Edward iba a contestarle de muy malas maneras, pero la voz de mi suegra resonó, enfadada cómo pocas veces la había visto.

-Con esas palabras has ofendido a tu cuñado, a Isabella y a mi- le recordó -nadie ofende en mi propia casa a ninguno de mis empleados, y muchos menos a mi familia, ¿queda claro?- Sven la miró incómodo, pero se inclinó hacia delante, haciendo una protocolaria reverencia.

-Ruego me disculpe majestad, no quise ofenderos-.

-Espero que no se vuelva a repetir nada semejante, o se lo diré a tu padre- Sven asintió, se disculpó del resto con un gesto de cabeza y se fue.

-Ruego disculpéis a mi hermano, yo...- Anne Louise se había acercado a nuestro lado, y estaba muerta de vergüenza, sin saber dónde meterse.

-Tranquila, no es tu culpa- le tranquilizó Jasper, que también se había acercado, junto con Alice. Mi marido se calmó, de modo que los seis nos dirigimos al salón, para tomar el café e intentar relajarnos un poco. Sven y su esposa se habían disculpado, y habían abandonado el baile, lo que ocasionó que su padre se enfadara.

-Nunca aprenderá- murmuraba Edward mientras bailábamos, ya después de un buen rato.

-Olvídalo, por favor; no le des vueltas- la familia real noruega se despedía de nosotros esa noche, ya que mañana por la mañana regresaban a Oslo, y Sven ni siquiera se había despedido.

-Mañana por fin, libres hasta el lunes- dijo contento, cambiando de tema.

-Cierto- en verdad necesitábamos un poco de relax -mañana es nuestro aniversario, ¿quieres qué cocine algo especial?-.

-Todo lo que haces está muy bueno, así que puedes sorprenderme- negué con la cabeza, riendo divertida, mientras apoyaba mi cabeza y su pecho y me acurrucaba contra él, bailando una de nuestras canciones favoritas. Después de un buen rato, los invitados empezaron a marcharse. Al despedirme de Anne Louise, la abracé con afecto, acción que ella me devolvió.

-Espero que todo se arregle- le deseé de corazón.

-Te llamaré, no te preocupes- me prometió -y gracias por todo-.

-No se merecen; cuidaros-.

-Vosotros también- nos quedamos en la puerta, observando cómo se alejaban los coches. Apoyé mi cabeza en el hombro de Edward, cansada pero contenta. Mi primera experiencia cómo princesa de Gales en una visita oficial, no había estado tan mal... pese a todo.

0o0o0o0o0o0o0

Un mes después de la visita de los reyes de Noruega, y después de haber viajado a Amsterdam, de viaje de estado, los compromisos se hicieron más espaciados, debido a la llegada de las Navidades. Faltaban apenas trece días para nochebuena, y diez para que vinieran mis padres y la abuela, a pasarlas con nosotros. Al final no habíamos podido ir en Acción de Gracias, debido a la apretada agenda que teníamos.

Emmet y Rosalie se marchaban a Boston en un par de días, para pasar las fiestas con la familia de ella. El sábado pasado, por fin, inauguramos oficialmente su nueva casa con una cena los seis. El ático se encontraba en Nothing Hill, una de las zonas residenciales más exclusivas de Londres. Me alegraba mucho por ellos, pero echábamos de menos tenerlos en el piso superior, pero era lógico que quisieran tener su propia casa. De paso también celebramos el primer proyecto importante de Jasper, que desde septiembre, ya ejercía de arquitecto profesional.

Esa mañana Edward estaba con su padre en Downing Street, en una reunión con el Primer Ministro y otros miembros del gobierno. Yo había acudido, en palacio, a una reunión de una de las fundaciones benéficas que presidía Esme, y que gestionaban varias mujeres de la aristocracia. Trataba acerca de la investigación acerca del cáncer de mama. En la fundación también se desarrollaban, entre otros proyectos, campañas de prevención, para concienciar a las mujeres. Cuándo me ofrecieron colaborar con ellas, no lo dudé un instante, dado la experiencia que viví en carne y hueso, con mi madre. Era mi particular homenaje a ella.

Zafrina iba conmigo, de camino a nuestras dependencias; tenía que firmar un par de cosas, y por hoy habría terminado. Nada más entrar por allí, sonó el teléfono del salón. Le pedí a Zafrina que contestara, mientras iba a buscar algo para entregarle. Al volver, vi que hablaba animadamente con quién quiera que fuese, al verme, se despidió.

-Alteza, es Sue- me informó, tendiéndome el auricular -la espero en el despacho-.

-Gracias- al salir por la puerta, me llevé el aparato a la oreja.

-Hola- saludé animada.

-Hola hija, ¿cómo estáis?- me preguntó. Estuve charlando unos minutos con ella; hablaba con ellos todas las semanas. Después de preguntar por todos y por nuestro trabajo, me estuvo poniendo al día de los últimos cotilleos del pueblo. En verdad me reía mucho cada vez que me contaba las novedades de nuestros vecinos. Al despedirme de ella, me dirigí al despacho, y después de firmar lo que tenía pendiente, me despedí de Zafrina hasta el día siguiente. Justo salía ella por la puerta, cuándo Edward entraba.

-Hola mi amor- me acerqué a el, que me recibió con una pequeña sonrisa.

-Hola cariño- me abrazó suavemente, y yo me apoyé en él, cerrando los ojos, relajándome.

-¿Cómo ha ido la mañana?- me interrogó, dirigiéndonos al dormitorio, para cambiarnos. Le conté los puntos básicos de la reunión, y después hizo lo mismo con la suya.

-¿De modo que se va a firmar ese acuerdo con Quatar, para el abastecimiento de gas natural?- le pregunté.

-Todavía hay que aclarar varios puntos, pero la negociación va por buen camino- me informó, animado y contento -todavía es pronto para comer, ¿quieres dar un paseo?; podemos llevarnos a Casper e Isolda- me propuso. Acepté sin dudarlo, de modo que una vez nos cambiamos de ropa, salimos a los jardines, con nuestros pequeños amigos correteando a nuestro alrededor. Con nuestras manos entrelazadas, y bien abrigados, nos dirigimos a nuestro lugar secreto.

-He hablado con Sue antes de que llegaras; te manda muchos besos, y la abuela también- le conté.

-¿La abuela ya se ha recuperado del catarro que pasó?- me interrogó.

-Según Sue, está cómo una rosa; ayer se peleó con papá- dije con una risa.

-¿Por qué no me sorprende?- exclamó divertido -¿qué ha hecho Charlie esta vez?-.

-Se pelearon por el árbol de navidad- le expliqué entre risas -la abuela quería poner un pino natural, y ya sabes que mi padre es alérgico- Edward se rió también, mientras le seguía contando.

-Total, que por no oír a la abuela, puso un abeto natural, y ahora no puede estar en el salón; se pasa el día en la cocina, con la tele pequeña- Edward reía divertido, escuchando la historia.

-Tengo ganas de verles; ya falta poco para que vengan- dijo animado.

-No es época de caza, de modo que no podrán ir a Windsor- dije con fingida pena.

-Eso es cierto... echaremos nuestras timbas de póquer- respondió mi marido, pagado de si mismo -por cierto, ¿cómo vamos con los regalos?-.

-El de Sue y la abuela ya están, y los de tus padres- le expliqué -el de tu hermana y Jazz se los encargué ayer a Zafrina-.

-Y la pregunta del millón; ¿qué le compramos a tu padre este año?- me encogí de hombros, resoplando.

-Pues eso mismo iba a preguntarte; si le compramos algún objeto para pescar o cazar, Sue nos terminará por echar de casa- mi esposo rió divertido, pero Sue estaba más que harta de los cachivaches de mi padre, cómo decía ella.

-Algo se nos ocurrirá, no te preocupes- me animó ¿y mi regalo?- preguntó , poniendo cara de inocente.

-Ya lo tengo pensado- le piqué -pero no pienso adelantarte nada; tendrás que esperar al día de navidad, cómo todos- le advertí.

-Pues vaya- rezongó con fastidio -yo ya tengo el tuyo- me tentó, a ver si colaba.

-¿Recuerdas la discusión que tuvimos la semana pasada, verdad?- le recfrequé la memoria -nada de joyas-. Era una de las discusiones más fuertes que habíamos tenido; me halagaba que me quisiera regalar algo tan valioso, pero no me gustaba que se gastaran mucho dinero en mi, y me seguía sin gustar.

-Supón que te la encuentras el día de navidad, ¿te enfadarías mucho?- tanteó, sonriendo con malicia. Suspiré fastidiada; después de la famosa discusión, se pasó el resto del día sin hablarme. Definitivamente, en ese tema, era cómo discutir con la pared.

-Te la pueden regalar Casper e Isolda- añadió, encogiéndonos inocentemente de hombros. Le miré con una ceja arqueada, mientras el me daba un beso en la mejilla, riendo divertido y continuando con el paseo.
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 28/11/2010, 3:36 pm

Capítulo 47: Primeras navidades de casados

EDWARD PVO

Por fin habían llegado las navidades, y con ellas más tranquilidad en cuanto a compromisos oficiales se refieren; y con ellas también llegaron a Londres mis suegros y la abuela Swan. Mi mujer estaba contenta de tenerlos aquí, ya que no les veíamos desde nuestra boda. Parecía increíble que ya hubieran pasado seis meses, y a cada cual, más feliz. Bella seguía aprendiendo día a día el oficio, cómo nos referíamos ella y yo a nuestra labor, y reconozco que desde que ella me acompañaba, no me sentía tan intimidado y agobiado. Había días que nos despedíamos a las ocho de la mañana y no nos veíamos hasta la noche, o incluso alguno tenía que viajar por separado y no nos veíamos en varios días... pero era lo que había.

Por lo menos, durante las fiestas navideñas el número de compromisos bajaba en picado; eran unos días en los que a mis padres les gustaba pasar tranquilos y en la intimidad, de modo que siempre se despejaba bastante la agenda, de no ser que fuese algo importante o alguna urgencia.

Hoy era el día de nochebuena; por la noche, cenaríamos en familia mis padres, mi hermana y Jazz y la familia de Bella. Emily había dejado casi todo preparado para hoy y la comida de mañana, y mi madre y Sue se encargarían de terminar de prepararlo; se hacía así todas las navidades, para que los empleados pudieran cenar con sus familias.

La suave voz de mi esposa me devolvió a la tierra; estábamos en el salón privado de mis padres, al lado del árbol de navidad, ordenando los regalos para todos.

-¿Y el mío?- inquirió con las cejas alzada.

-Ahí- le señalé una caja de tamaño medio, envuelta en un papel plateado y con una cinta roja. Sonrió satisfecha.

-Por el tamaño, no parece una joya; por una vez, me has hecho caso- expresó contenta. Afirmé vagamente con la cabeza, disimulando la carcajada y enterrando entre el resto de regalos una pequeña caja; esperaba que no se enfadara mucho.

Cuándo terminamos de organizar el follón de paquetes, nos sentamos enfrente de la televisión; en el salón amarillo, mi padre se disponía a empezar el tradicional discurso de navidad, y este año, se hacía en directo. Charlie, Sue, la abuela y mi madre estaban acomodados en los sillones grandes; Bella estaba acomodada en mis brazos, aovillada cómo un bebé y mi hermana sentada entre las piernas de Jazz, ambos en el suelo y rodeados de cojines.

-Es increíble que esté en la otra punta de palacio- decía divertida la abuela, con las gafas en medio del puente de su nariz y mirando fijamente al televisor. Bella sonreía divertida, negando con la cabeza.

-Ya empieza- dijo mi hermana, para que guardáramos silencio. La imagen de mi padre apareció en el televisor, y el mensaje de navidad, comenzó. Habló, entre otras cosas, de los problemas que habían preocupado a la mayoría de los ingleses, así cómo la crisis económica que en la que vivía sumergida la mayoría de los países europeos. También hubo referencias a nuestra boda, y a mi esposa.

"También quiero agradecer al pueblo inglés todas las muestras de cariño que toda mi familia recibió el veintitrés de junio, con motivo del matrimonio de mi hijo, el Príncipe de Gales. Ellos mismos y nosotros nos sentimos inmensamente arropados ese día; y me consta que tanto el Príncipe cómo la Princesa de Gales se sentirán agradecidos al pueblo ingles de por vida. Así mismo, quiero destacar el trabajo que realizan ambos, sin descuidar un sólo instante sus deberes cómo herederos de la corona, comprometiéndose con y para todo lo que se les requiere".

Mi mujer escuchaba las palabras de mi padre con una tímida mueca, y estaba roja cómo una amapola. Su padre la miraba orgulloso.

-Eso es cierto; habéis hecho un buen trabajo estos meses- expresó satisfecho.

-Bella por aquí, Bella por allá...me voy a terminar por poner celosa, Bellie- dijo mi hermana en bromas, con un divertido puchero. Mi mujer rió divertida.

-Créeme que a veces te cambiaría el sitio... a ver si el señor Zimman me deja un poco en paz- expreso Bella, con una mueca de fastidio.

-¿Cual ha sido la última ocurrencia de ese tarambana?- inquirió curiosa la abuela.

-Hace tres semanas fui con Esme y Alice a la inauguración de una exposición de arte- les empezó a explicar mi niña -y sin darme cuenta, me puse a la altura de Esme, para admirar uno de los cuadros, y ya me quedé a su lado durante todo el recorrido- explicó escuetamente -pues el señor Zimman me estuvo recriminando que no sabía guardar las formas, y que seguía sin saber ni gota de protocolo-.

-Bella y yo debemos debemos ir unos pasos por detrás de ellos- les expliqué, ante las estupefacta mirada de mis suegros -pero a veces es normal que pasen estas cosas-.

-Y por supuesto, no pasa absolutamente nada- añadió mi madre, rodando los ojos.

-Pues desde ahí, mal- siguió contando Bella -el otro día me puse unas botas altas con una falda...-.

-Que por cierto, te quedaban muy bien- acotó la gurú de la moda en la familia.

-Pues el buen señor dijo qué solo me faltaba el caballo, para ir al rodeo-.

-Este hombre es idiota; ¿acaso se cree Armani?- dijo Sue, rodando los ojos.

-Algo parecido dije yo- añadí entre dientes.

-Y por supuesto, todos los días se pregunta cuándo vamos a dar continuidad a la dinastía- seguía relatando mi esposa.

-Cómo si un niño se hiciera en un chasquido- murmuré entre dientes; ya sabíamos que después de nuestra boda ese sería el tema estrella.

-Eso tenéis que tomarlo con calma- nos dijo Sue -sois jóvenes, y no tendréis ningún problema- nos animó. Bella y yo sonreímos cómplices, con disimulo. Hacía un par de meses que Bella había dejado los anticonceptivos, y lo estábamos intentando. Queríamos esperar un poco más, pero teníamos ganas de tener familia, independientemente del asunto de la sucesión. Cada vez que mi niña o yo acudíamos a un compromiso en el que había niños, a mi mujer se le transformaba la cara... y a mi también, no lo podía negar.

-Bah- mi esposa se encogió de hombros -no le hacemos mucho caso y punto; me gustaría verle a él teniendo que guardar el tipo y las formas, y que sienta cómo te miran con lupa todo el tiempo- sugirió con una sonrisa maliciosa. La familia reía divertida ante este último comentario, imaginándose al señor Zimman en un acto oficial.

Al fin mi padre dio por finalizado el discurso, deseando una feliz navidad y un próspero año nuevo cargado de alegrías e ilusiones. Se reunió con nosotros al cabo de unos minutos, después de haberse quitado el traje.

-¿Qué tal?- interrogó en general.

-Has hablado muy bien- le alabó la abuela -Charles, podrías pedirle que te enseñara un poco- le dijo a mi suegro.

-Te recuerdo, mamá -enfatizó la palabra -que en la boda de los chicos hasta tú me felicitaste- le espetó, medio gruñendo.

-Es verdad- le dio la razón mi madre -lo hizo estupendamente-.

-Para una vez que hacía algo medianamente bien, había que reconocérselo- la buena mujer se encogió inocentemente de hombros, ante las risas mal disimuladas del resto. Seguimos con la animada charla un buen rato, hasta que llegó la hora de la cena, que pasó sin sobresaltos y con mi padre y Charlie intentando trinchar el pavo, que este año era enorme.

-La cena estaba deliciosa- alabó satisfecho Charlie, una vez nos acomodamos en el salón, para tomar el café.

-Cierto- concordó mi padre.

-Emily se supera cada día- reconoció mi hermana, dando vueltas a su café -¿no podemos repartir ya los regalos?- preguntó con una mirada suplicante.

-Eso, eso- apoyó mi padre; mi madre los miró a ambos, alzando una ceja.

-Son las once de la noche; ¿no podéis esperar, aunque sea una hora?- mi padre y Alice resoplaron cual niños pequeños, hasta que Sue intercedió por ambos.

-Podríamos hacer una excepción este año; pero en el momento en el que haya niños pequeños, hasta el día de navidad por la mañana, nada de nada-.

-Me parece justo- dijo Charlie, frotándose las manos. Mi hermana se levantó de un brinco, posicionándose al lado del árbol.

-Yo reparto- dijo ante nuestras risas por su entusiasmo; en unos pocos minutos, convertimos el salón en una jungla de cajas, paquetes y cintas.

-¿Otro rifle de caza?- preguntó Sue con resignación, al ver el regalo que mis padres le habían hecho al padre de Bella.

-Vamos a tener que alquilar una casa sólo para meter tus bártulos- refunfuñaba la abuela, estudiando el regalo que había recibido por parte mía y de Bella -me encanta hijos, muchas gracias- expresó contenta, probándose el pañuelo de seda para el cuello.

Miré al mi alrededor, esperando que Alice descubriera la segunda parte del regalo de mi mujer, que estaba feliz con los DVDs de una de sus serie favoritas entre sus manos. Jasper y yo comparábamos los videojuegos y la nueva videoconsola que ambos habíamos recibido por parte de Alice y de Bella.

-Opsss... Bellie, aquí hay otra caja para ti- le indicó mi hermana. Mi mujer arqueó una ceja mientras la cogía y me lanzaba una mirada furibunda.

-Para Bella, de parte de... ¿Casper e Isolda?- me preguntó alucinada, rememorando la conversación que mantuvimos una mañana en los jardines.

-A mi no me mires- levanté ambas manos, en señal de protección, intentando sofocar las risas. Mi niña seguía refunfuñando mientras lo abría, pero pude ver cómo su cara cambiaba cuándo descubrió el contenido.

-Qué bonito- expresó mi hermana en su suspiro, admirando la cadena de platino, del que pendía una aguamarina redonda, no muy grande.

-Así ya tienes el pack completo; me faltaba regalarte el colgante- le expliqué, esbozando una pequeña sonrisa; ella no dijo nada, simplemente se acercó a mi, abrazándome por la cintura.

-Es precioso... pero te has pasado- me susurró en plan regañina cariñosa -ya tengo un aderezo completo de aguamarinas- me recordó.

-Pero esas pertenecen a las joyas oficiales- le volví a remarcar -y estas son las tuyas personales- le señalé los pendientes y la pulsera que le regalé el primer año -¿te gusta?- ella me miró, sonriendo por fin.

-Claro que me gusta mi amor; es precioso- me agradeció -¿y tú regalo, te gusta?- interrogó dudosa.

-Por supuesto; tengo videoconsola nueva- exclamé cómo un niño pequeño -y videojuegos nuevos- acabé satisfecho.

-Eso es para que no nos deis la murga y nos dejéis tranquilas un rato- aclaró mi hermana, admirando el nuevo bolso de piel que le habían regalado mis padres. Jasper y yo miraros a nuestras parejas seriamente. Bella se encogió ligeramente de hombros, sonriendo con malicia.

-Gracias, cariño- agradeció Jasper a mi hermana, con tono sacástico.

-Ahora los hombres se entretienen con cualquier cosa- la abuela meneaba la cabeza -si esos cacharros hubieran existido hace cuarenta años...- se lamentaba.

-¿Le habría comprado uno a su marido?- le preguntó mi padre, admirando los libros de historia contemporánea de Ámerica, regalados por Charlie y Sue.

-Ya lo creo... así no me hubiera tanto la murga- replicó tal normal -por cierto, ¿no viene tu tío Alfred?-.

-Vendrá mañana por la tarde, a merendar- contestó mi madre, admirando el perfume que había recibido cómo regalo. La buena mujer sonrió pícara.

-Qué hombre tan encantador- dijo con cara soñadora. Bella soltó la carcajada, ante la estupefacta mirada de Charlie.

-No puedo creer que ligues a tus años, mamá- ese fue el detonante para otra batalla dialéctica entre madre e hijo.

-¿Me estás llamando vieja?- le reclamó seria -será que tú estás muy joven- le picó -cada día estás más calvo, y se te están formando unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos, y...- mi suegro la cortó.

-Gracias por llamarme viejo, mamá-.

-Es la realidad- la sala entera estallamos en carcajadas ante la tranquilidad de la abuela al contestar; definitivamente, nunca cambiarían.

0o0o0o0o0o0o0

Desgraciadamente, las navidades pasaron muy deprisa, y mis padres y la abuela regresaron a Forks después de Año Nuevo. Los compromisos y reuniones volvieron a ocupar la primera plana de nuestra vida cotidiana.

Había pasado dos meses desde las navidades; estábamos a finales de febrero, Edward y sus padres partieron ayer mismo a Sudáfrica y Mozambique, en visita de estado. Yo no pude acompañarles en esta ocasión, ya que tenía varios compromisos que no podía eludir. Estaba con Zafrina, Maguie y Sam, repasando el discurso que iba a dar en una hora escasa, en la inauguración de un nuevo centro de acogida para madres adolescentes. Demetri se había ido al viaje con Edward y sus padres, de modo que Zafrina me acompañaría, ya que Alice estaba en otro acto en Dorchester.

Me revolví inquieta en ella silla, ya que la cinturilla de la falda me apretaba mucho; llevaba días muy hinchada y con un humor de perros... en conclusión, síndrome pre menstrual en toda regla.

-Aquí tiene el discurso, alteza- Sam me tendió un folio, con los cambios finales que realicé ayer en el último momento.

-El centro también va a colaborar en varios programas para madres solteras, que no tienen trabajo ni hogar, aunque no sean adolescentes- me explicó Zafrina, pasándome un informe detallado.

-¿Algo así cómo ayudas y cursos?- pregunté.

-Eso es, alteza- contestó ésta -el centro también ofrecerá apoyo y ayuda psicológica, y dará a las jóvenes la posibilidad de estudiar y poder compaginarlo con la maternidad- terminó de explicar -eso se lo explicará el señor Jenson, el director del centro. También va al acto el Ministro de Sanidad y Asuntos sociales y el alcalde- enumeró.

-Bien; entonces, ya podemos irnos-.

-Por supuesto; mandaré preparar el coche- Maguie salió de la sala para alertar nuestra salida, y yo fui un momento a mi habitación, para buscar el abrigo y el bolso; miré la cama cómo una niña que miraba un dulce, estaba agotada, y deseando terminar y acostarme.

-Portaos bien- me despedí de Casper e Isolda, que dormitaban perezosamente en el salón, yendo hacia la puerta. A medio camino me esperaba Zafrina, que portaba una pequeña carpeta con documentos. Al llegar al coche, Quil ya estaba montado en el coche que nos precedía, y Emmet, trajeado y con el pinganillo en la oreja, me sostenía la puerta en el que iría yo.

-Maguie va a degollarnos con la mirada- me advirtió, señalando a la buena mujer -llegamos tarde- me previno.

-Hola Emmet, yo también me alegro de verte- le respondí en un tono no muy simpático, y al momento me di cuenta -perdona Em, es que estoy agotada y...-.

-Tranquila Bella, no pasa nada- le di una sonrisa de disculpa mientras me metía en el coche. Por fin arrancamos, y Emmet, acomodado en el asiento delantero, se giró para hablarme.

-¿Qué te ocurre?; te veo cansada- observó.

-Estoy reventada- musité en un suspiro -y muy nerviosa; tengo que dar un discurso-.

-Verás cómo lo haces muy bien- me animó -Edward me ha llamado hace un rato y me dijo lo del discurso- me contó -y Rosalie te manda muchos ánimos-.

-Dale muchos besos de mi parte... oye, ¿queréis venir mañana a comer?; mañana por la mañana tengo una reunión, y el resto del día libre- le propuse.

-Yo no puedo Bella, pero creo que Rose mañana no tiene clase; puedo traerla y recogerla por la tarde- me ofreció -se lo consultaré, y le digo que te llame-.

-Hecho- suspiré satisfecha. El camino se hizo un poco lago, pero por fin llegamos a nuestro destino.

-¿Preparada?- interrogó mi amigo; asentí mientras el se bajaba y se dirigía a abrirme la puerta. Al poner el pie en la calle, ya tenía al señor Jenson y al alcalde enfrente mío.

-Es un honor que esté aquí, alteza- estreché la mano del alcalde, respondiéndole.

-El placer es mío, señor Alcord; señor Jenson- saludé con el mismo gesto al gerente del centro.

-Bienvenida al centro Histic Falls, alteza; es un placer que haya podido venir; las jóvenes esperan ansiosas verla-.

-No podía faltar- le devolví en respuesta, y con una sonrisa afectuosa -y tengo ganas de conocer a las chicas-.

Me condujeron hacia dentro del edificio, al que accedí seguida por Zafrina, Quil y Emmet. El vestíbulo era grande y espacioso, iluminado gracias a los grandes ventanales. Me posicioné en un pequeño atril que había en la pared derecha, al lado de la placa que descubriría después del discurso. Busqué a algunos de nuestros amigos periodistas entre la marea de reporteros, y efectivamente, allí estaban Jake y Leah, a los que sonreí con disimulo, ganándome otra sonrisa de vuelta por su parte. Zafrina me tendió un pequeño papel, e intentando respirar tranquila, empecé la pequeña locución.

-Estamos hoy aquí- empecé a recitar, casi de memoria -en la inauguración del que será el primer centro social dedicado íntegramente a proteger a madres adolescentes y solteras. El centro Histic Falls, pionero en lanzar programas de apoyo y orientación para estas jóvenes madres, abre hoy sus puertas con esperanzas e ilusiones, para ayudar a estas jóvenes madres, para darles una oportunidad y un apoyo fundamental en sus vidas; un apoyo que ahora más que nunca, necesitan.

Mis mejores deseos y mucha fuerzas para todos los trabajadores y voluntarios que se embarcan en esta excepcional tarea; y mi mas sincero ánimo y cariño para todas las chicas que pasarán por aquí; gracias a todos- me temblaban un poco las manos cuándo solté el papel con el texto, que estaba un poco arrugado, debido a mis nervios. Pude notar los colores de mis mejillas cuándo la sala estalló en aplausos, y el director Jenson y el ministro agradecieron mis palabras.

-Gracias por sus buenos deseos, alteza- el ministro de adelantó un paso, estrechándome la mano.

.No se merecen- respondí, todavía un poco avergonzada; en algunos aspectos, seguía siendo muy tímida. Entre aplausos, descubrí la placa que tenía a mi espalda, que sería el recordatorio de este día. Leí el texto en voz baja un momento.

"En recuerdo de la inaguración del centro para madres adolescentes y solteras Histic Falls, con la presencia de su alteza real la Princesa de Gales. Londres, 27 de febrero del 2011".

-¿Le gusta el recordatorio?- me sondeó el señor Jenson; asentí con la cabeza, volviéndome hacia la multitud. Un niño de unos seis años se acercó con desparpajo hacia mi, con un pequeño ramo de flores. Me agaché a su altura.

-Muchas gracias- el pequeño, rubio y de ojos azules, me dedicó una pequeña sonrisa, pero cuándo fui a preguntarle algo, corrió al lado de su madre, escondiéndose detrás de ella. Me quedé con la palabra en al boca, ante la diversión del resto, y no pude menos que echarme a reír yo también.

-Nos gustaría que recorriera las instalaciones; si es tan amable, alteza- acompañada del director, del alcalde y del ministro, y con Zafrina, Quil y Emmet pisándome los talones, recorrí las distintas dependencias. Había una guardería, perfectamente equipada, y diversas aulas; un espacioso comedor y un salón dónde las jóvenes se reunían para un rato de asueto. Estudié con detenimiento cada sala, saludando a los trabajadores y las chicas que estaban allí; la mayoría de ellas estaban embarazadas, y algunas ya tenían a sus bebés con ellas.

Subimos a la segunda planta, dónde se ubicaban los dormitorios de las jóvenes; alguna de ellas estaban allí. Al adentrarme en uno, una chica de no más de diecisiete años, embarazada, me observaba con timidez; una pequeña de dos años revoloteaba a su alrededor.

-Hola- saludé con una sonrisa tranquilizadora, ya que la chica estaba un poco sorprendida de verme allí.

-Hola- contestó simplemente; alcé mi mano, y la pobre titubeó un poco antes de cogerla, pero al final lo hizo.

-Me llamo Pamela- se presentó -aunque todos me llaman Pam-.

-Es un placer conocerte; yo me llamo Isabella.. aunque creo que ya lo sabes- ella rió conmigo, y me invitó a pasar hacia el interior.

-Perdón por el desorden -se excusó -llegué ayer y todavía estoy deshaciendo las maletas-.

-No pasa nada; tranquila por eso; ¿es tu hija?- señalé a la pequeña.

-Si, se llama Mary- me explicó -mira Mary, es la princesa- la pequeña me miró fijamente unos segundos, y aleccionada por su madre, se acercó a mi.

-Es preciosa- le dije a Pam, acariciando los rizos rubios de la pequeña -hola Mary, ¿me das un beso?- me agaché a su altura, y la niña dejó un gracioso pa en mi mejilla, rodeándome el cuello con los bracitos. Me giré un segundo, para darle el ramo y el bolso a Zafrina y alcé a la pequeña, que se acomodó satisfecha en mis brazos. Reí por su naturalidad, y seguí hablando con su madre.

-¿De cuánto estás?- me interesé por su estado.

-De seis meses, casi siete- aclaró -es otra niña-.

-Vaya; quiero decir, eres muy joven- medité en voz alta.

-Al quedarme embarazada por segunda vez, mi novio dijo que no se haría cargo de otra niña- me explicó, con un deje de tristeza en su voz -tuve que dejar el instituto y ponerme a trabajar; pero con mi embarazo, ya no puedo hacerlo-.

-¿Por qué no?-.

-Trabajaba en una fábrica de envasado de alimentos, y estaba muchas horas de pie -me explicó -y no me quisieron trasladar a otro puesto más adecuado y...- el señor Jenson la interrumpió.

-Pam, eso no es relevante, y no creo que sea apropiado contarle a su alteza eso- me volví hacia el director, extrañada por sus palabras.

-Déjela hablar- le pedí, con una mirada un poco seria.

-Pero alteza; ya sabe que estas jóvenes están aquí porque han cometido errores, y ese punto en concreto- señaló a Pam -es fruto de las consecuencias que trae un embarazo no deseado- miré incrédula a este hombre... ¿éste señor iba a dirigir este centro?, ¿con esos pensamientos?.

-Señor Jenson, pueden que no pensaran en las consecuencias de quedarse en estado sin esperarlo; pero ese no es motivo para que no le adaptaran el puesto de trabajo- respondí con un poco de enojo -y los niños no tienen la culpa de nada, y seguro que para Pam- señalé a la joven -sus hijas no son un error-.

-Por supuesto que no; ellas me dan fuerzas para seguir adelante- apoyó mis palabras. El señor Jenson me dirigió una incómoda mirada, pero hice caso omiso y seguí de charla con ella.

-Cuándo nazca la pequeña me gustaría retomar mis estudios-me confesó, un poco más tranquila y alegre.

-Por supuesto que podrías- la animé -tendrías más posibilidades de conseguir un puesto de trabajo-.

-Eso creo yo también; ojalá pueda hacerlo- suspiró.

-Claro que podrás, ya lo verás- seguí hablando unos minutos con ella, con Mary en mis brazos, hasta que me despedí para proseguir con la visita.

Al finalizar el recorrido, noté que el director del centro se despidió de mi de manera fría, pero no le di importancia. Al llegar a palacio, me despedí de Emmet, Quil y Zafrina hasta el día siguiente, y después de cambiarme de ropa, salí en busca de Alice y Jasper, para cenar con ellos y con Emily. Estuvimos comentando los diferentes actos a los que habíamos asistido, y me despedí de ellos enseguida, ya que estaba agotada. Estaba poniéndome el pijama, cuándo sonó mi móvil.

-Hola cariño- saludé a mi marido -¿cómo va todo por allí?-.

-Hola mi niña- su voz de terciopelo me animó un poco; todavía les faltaba diez días para volver, y lo echaba mucho de menos -todo va bien, mañana por la mañana salimos hacia Pretoria- me contó -pero es agotador y estresante, y eso que no hay cenas de estado hasta la última noche- me indicó.

-Yo también estoy muy cansada- le respondí -hoy he estado en la inauguración del centro ese para madres solteras- le recordé -y ha sido agotador-.

-De eso quería hablarte- su voz sonaba un poco seria -Bella, Maguie ha llamado a mis padres; al parecer, nada más irte el señor Jenson ha llamado a palacio, quejándose de que le has cortado de muy malas maneras... incluso dice que le has humillado delante de una de las jóvenes de allí-.

Me quedé petrificada, sin poder encajar lo que Edward me contaba.

-Yo no he hecho nada de eso- me defendí -sólo le dije que quería escuchar la historia de la chica; además, hizo un comentario sobre las jóvenes de allí que me pareció fuera de lugar-.

-Bella; yo te creo... pero hay veces que tenemos que callar, aunque los comentarios no nos gusten en absoluto y...-.

-Pero te lo repito una vez más; no era mi intención... pero ese comentario me pareció muy cruel, y más delante de la chica- estaba empezando a cabrearme de verdad -definitivamente, no sirvo para ésto- murmuré con la voz rota.

-No digas tonterías; sabes que eso no es cierto y...- no le dejé continuar, ya que inexplicablemente, mi cara estaba cubierta de lágrimas.

-Nunca aprenderé; siempre meto la pata, algo se me escapa... sé que no soy perfecta, pero no he nacido con el manual del protocolo debajo del brazo- sollocé.

-¿Quieres dejarme hablar?- el tono enfadado de Edward me dolió -yo no he insinuado nada de eso... sólo te digo que a veces, hay que dejar pasar ciertos comentarios, aunque no sean muy correctos- me reprendió, serio.

-Lo tendré en cuenta para la siguiente ocasión- respondí con tristeza y rabia -y supongo que cuándo vengas me echarás la bronca... y me la echará tu padre... el señor Zimman se frotará las manos si ésto llega a oídos de la prensa-.

-Bella... yo no voy a echarte la bronca, y mi padre menos; ¿quieres dejar de ser tan cabezota y decirte cosas tu sola?; sólo te lo he comentado, nada más- por el tono que utilizó, sabía que estaba perdiendo la paciencia... pero la palabra cabezota me dolió.

-¡Yo no soy cabezota!- le respondí, medio chillando -quizá tenga razón el señor Zimman y otros monárquicos, y no sirva para ésto -volví a la carga -ni siquiera sirvo para quedarme embarazada- susurré con voz rota.

-¡¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte?- ahora el también gritaba -¡deja de montarte la película y escúchame!- me pidió, un poco desesperado.

-¡No me chilles!- rompí a llorar en cuánto dije esas palabras.

-Bella, por favor cariño...- me pidió, un poco más calmado.

-Edward, estoy muy cansada- dije entre hipidos -hablaremos mañana- no le di tiempo ni a despedirse, ya que colgué el teléfono rompiendo a llorar encima de la cama. Lloré un buen rato, descargando mis nervios... y sin entender muy bien qué me pasaba; sabía que me ponía un poco insoportable cuándo me iba a venir la regla, pero nunca me había afectado tanto.

-A ver si me baja de una vez y se me va el mal humor- murmuré para mi misma, después de calmarme un poco. Un rato después, acomodada en la cama con Casper e Isolda, sentí mi móvil vibrar; era un mensaje de Edward, preguntándome si estaba mejor. Estuve tentada a llamarle, pero viendo lo tarde que era, le mandé otro de vuelta, disculpándome y deseándole buenas noches. Su respuesta llegó a momento.

"Buenas noches cariño; y no me he enfadado contigo en ningún momento, que te quede claro. Te llamaré mañana al mediodía. Te amo".

Suspiré aliviada, respondiendo al escueto mensaje.

"Yo también te amo; hasta mañana".

0o0o0o0o0o0o0

Pero mi mal humor no se fue; al contrario, empeoró según avanzaban los días... y empecé a atar cabos cuándo vomité el desayuno dos días, y mi periodo se declaró desparecido en combate. Cuándo me percaté de ello, sentí un pellizco en el corazón... ¿estaría embarazada?.

Edward regresaba mañana por la noche; por suerte, al día siguiente hablamos largo y tendido acerca del encontronazo que tuvimos, y ambos nos disculpamos y hablamos con calma; riñas de casados, decía mi marido, de seguro esbozando su sonrisa torcida. Esos tres días no tenía ningún compromiso que atender, y le pedí a Zafrina que llamara al doctor Libss, sin decirle para qué. Una le expliqué lo que me ocurría, me citó en el hospital dónde me operaron de apendicitis, para hacerme el pertinente reconocimiento y confirmar mis sospechas.

Le pedí a Zafrina que preparara todo, bajo el más absoluto de los secretos; por suerte, el hospital tenía a buen recaudo los historiales médicos de la Familia real, y todos los que colaboraban con el doctor de cabecera de la Familia eran la discreción en persona. Escoltadas por Embry, y en el volvo plateado de Edward, llegamos al hospital accediendo por la puerta trasera. Una vez allí, y después de explicarle lo que me ocurría, el doctor esbozó una sonrisa cómplice.

-Por lo que me está contando, es muy probable que esté en estado; y los diez días de retraso que tiene son muy significativos- me dijo -pero saldremos de dudas realizándole un análisis de sangre; son mucho más fiables que los test de orina- después de hacerme las pruebas y de que doctor Libss me asegurara que me llamaría mañana a primera hora, para los resultados, me despedí de él.

Con el mismo sigilo que entré, salí del centro hospitalario; Zafrina me había esperado fuera, y Embry también. No dijeron una palabra, pero pude observar su expectación y su curiosidad por lo que pasaba.

-Alteza...- me abordó impaciente Zafrina, pero la detuve.

-Mañana me lo confirmarán; no diga nada, por favor- le rogué.

-Por supuesto alteza, nadie sabrá que hemos estado aquí- me tranquilizó; por suerte, todos nuestros empleados eran de una discreción absoluta, requisito imprescindible para trabajar el palacio. Pasé el resto del día echa un mar de nervios; hasta Alice me preguntó qué me pasaba, pero simplemente le dije que estaba nerviosa por la vuelta de Edward y sus padres, y no le dio más importancia.

A la mañana siguiente, después de una noche larga e impaciente, el teléfono sonó; lo cogí temblorosa.

-Alteza, soy el doctor Libss- mi respiración se congeló por un instante, hasta que me dio los resultados.

-Le escucho-.

-Enhorabuena alteza; Gran Bretaña tendrá un nuevo heredero al trono- lágrimas de nervios y felicidad inundaron mis mejillas... estaba embarazada... Edward y yo íbamos a ser padres.

-¿De verdad?- no se me ocurrió otra cosa que preguntarle.

-De verdad- afirmó el buen hombre, conteniendo una risa afectuosa -está embarazada de casi seis semanas, según su analítica, y todos los parámetros hormonales están bien; felicidades alteza-. Mi mente intentaba asimilaba las palabras del doctor Libss... no podía creerlo, llevaba a una pequeña personita en mi interior.

-Obviamente; tendrá que volver a la consulta, y someterse a un exhaustivo examen, para constatar que todo marcha bien- me explicó -debe empezar a tomar vitaminas prenatales, y a tomarse el trabajo con más calma- me advirtió -supongo que vendrá acompañada del príncipe- adivinó.

-Se lo diré esta noche- respondí, entusiasmada -ésto... ya sabe que no se hará anuncio oficial hasta que cumpla tres meses de embarazo, y...- el buen hombre me interrumpió.

-Por eso puede estar tranquila; ya lo viví con la reina Esme- me recordó -le aseguro que no se sabrá nada; además, si pasa algo, que dios no quiera, es mejor que no haya revolución mediática-.

-Si, en eso tiene razón- aprobé.

-Entonces les espero el lunes, a las cuatro de la tarde, en mi consulta; le llevaré personalmente las vitaminas esta misma tarde- después de hablar unos minutos más, la conversación terminó.

Me senté en el sillón, todavía con el teléfono en la mano... un hijo... no podía creerlo; un pedacito mío y de Edward... un niño querido y deseado, y muy importante, con un destino marcado desde ese mismo instante, al igual que su padre. Por instinto, llevé la mano a mi vientre... ¿cómo sería?... ¿sería un pequeño de cabello cobrizo ensortijado y ojos topacio, cómo su padre?... apenas sabía que existía hasta hace unos minutos, pero ya le quería con toda mi alma.

Pasé el resto del día con una sonrisa tonta en mi cara; por suerte, lo pasé descansando hasta que llegaran Edward y sus padres. Íbamos a cenar con ellos, para que nos contasen su viaje, y Rose y Emmet también estarían, al igual que la pequeña duende y Jazz. A eso de las seis de la tarde, unos pasos presurosos hicieron que Casper e Isolda se posicionaran al lado de la puerta, avisándome de la llegada de Edward.

-Hola, pequeños diablillos- se agachó para acariciarlos, ya que no reparó en mi presencia, hasta que carraspeé.

-¿Y a tu princesa no le dices nada?- le pregunté, con un cómico puchero. Sonrió divertido, caminando hacia mi.

-Por supuesto que sí- dijo abriéndome los brazos; inmediatamente me acurruqué dentro de ellos, cerrando los ojos y sintiendo de nuevo su cercanía.

-Te he echado de menos- susurré, alzando la cabeza y mirándole.

-Y yo también cariño, no sabes cuánto- me besó lentamente, sin prisas, disfrutando de nuestro reencuentro. Sonreí satisfecha, escondiendo la cara en el hueco de su cuello, dejando ahí un pequeño besito y soltándole la noticia.

-A partir de ahora, vas a tener a dos princesas que saludar... o a un pequeño príncipe- sentí que sus brazos se tensaban a mi alrededor. Al levantar la cabeza, pude ver la expresión patidifusa de su rostro.

-Estoy embarazada- le dije, acariciando su mejilla. Su cara cambió a otra distinta; me miraba cómo si fuese un descubrimiento asombroso.

-Bella... ¿vamos a ser padres?- me preguntó en un hilo de voz, pero el mismo se respondió -¡vamos a ser padres!- asentí emocionada mientras me levantaba del suelo en un intenso abrazo y me besaba cómo si no hubiera otra oportunidad para hacerlo.

-¿Desde cuándo lo sabes?- me preguntó impaciente, una vez me posó de nuevo en tierra firme.

-Tenía un retraso de diez días, y vomité por las mañanas un par de veces... y por eso tengo tan mal humor- rodé los ojos, mientras el me observaba sonriendo -de modo que ayer el doctor Libss me hizo un análisis, y esta mañana me ha confirmado el resultado; tengo casi seis semanas de embarazo- le expliqué con una sonrisa -y nadie lo sabe, excepto Zafrina, que me acompañó al hospital, el doctor y yo- asintió feliz mientras me volvía a abrazar.

-Soy tan feliz cariño... es increíble, un hijo- murmuró emocionado -es el mejor regalo que podríamos recibir-.

-Habrá que decírselo a la familia...- expresé contenta.

-Y sólo ellos lo podrán saber, hasta que lo comuniquemos oficialmente- siguió la frase mi esposo -y Emmet y Rose; y Ang y Ben, por supuesto; son muy buenos guardando secretos- terminó de decir con una risa, que yo acompañé.

-Es todo tan... no sé ni qué decir- susurré con voz trémula -no puedo creer que dentro de mi haya una personita- la mano de mi marido se dirigió a mi vientre, acariciándolo con suavidad.

-Os quiero tanto a los dos- me abracé a él, llorando emocionada... a partir de ahora éramos tres... una verdadera familia.
Atal
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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Empty Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO

Mensaje por Atal 28/11/2010, 3:38 pm

Capítulo 47: Apuestas

EDWARD PVO

En mi vida había estado tan nervioso; durante estos nueve meses de espera había lidiado con las hormonas de mi mujer, con su cansancio, con la alegría desbordada de nuestras familias por la noticia, con los preparativos para recibir al nuevo miembro de la familia, con los extraños antojos que tenía Bella, con la prensa siguiendo el día el día del embarazo... pero ahora estaba que me moría de los nervios; hacía ya dos semanas que no salía de Londres, sin separarme de Bella y de nuestro garbancito, cómo le bautizó mi hermana Alice cuándo dimos la noticia a la familia.

Bella tuvo que reducir mucho la agenda de compromisos durante los tres primeros meses, ya que los pasó con muchas molestias; incluso llegó a perder peso, ya que su estómago no admitía nada sólido. Yo tuve que ausentarme a causa de diversos viajes que no podían ser pospuestos por más tiempo, pero sólo fui a los imprescindibles; no quería separarme mucho tiempo de ellos. El doctor Kulman, el ginecólogo que llevó todo el embarazo, le recomendó viajar lo menos posible, y eso hizo.

Bella y yo vivimos el desarrollo del embarazo juntos; sólo falté a una de las citas médicas, y fue porque estaba de viaje oficial en Singapur. Cada mes veíamos a nuestro pequeño en la pequeña pantalla del ecógrafo; era increíble que ese ser tan pequeñín tuviera un corazón, y que cada día creciera más y más.

Un ligero apretón en mi mano hizo que me volviera, para fijar la vista en mi mujer, tumbada en la cama del hospital y con un rictus de dolor y cansancio en su cara. Llevaba más de seis horas con contracciones, y todavía tenía que dilatar unos centímetros más para poder administrarle la epidural. Cuándo pasó la contracción, su sudoroso rostro se relajó, apoyándose en las almohadas.

-Ya pasó cariño, ya está- la reconforté, pasando un paño húmedo por su cara y frente; su preciosa sonrisa apareció en su cara.

-Todo sea por verle enseguida la carita- susurró -¿en qué andaba tu mente?- inquirió curiosa. Me senté en la silla de nuevo, con una de mis manos en su enorme e hinchadísimo vientre y la otra entre las suyas. Cómo sonido de fondo, escuchábamos el corazón de nuestro bebé, gracias al monitor que estaba al lado de la cama.

-Pensaba en todo lo que hemos vivido en estos nueve meses- le expliqué.

-¿Recuerdas el día que dimos la noticia a la familia?- me recordó con una pequeña risa.

-Cómo olvidarlo...- murmuré, suspirando resignado...

…...

Después de que Bella me diese la noticia; decidimos esperar unos días, hasta pasar la primera consulta con el doctor Kulman. Allí fue la primera vez que vimos a ese ser tan pequeñito, con su corazón repiqueteando sano y fuerte. Debo reconocer que inflé a preguntas al pobre doctor, pero éste nos atendió con paciencia, diciéndonos que era normal todo ese interrogatorio en los padres primerizos. Le recordó a mi niña que bajase el ritmo de los actos oficiales, y sobre todo, los viajes; y después de recetarle más vitaminas y algo para aplacar las naúseas, regresamos a nuestra casa. Pensábamos reunir a la familia ese mismo sábado y decírselo, y también hablar con Charlie y Sue ese día... pero la indiscreción palatina se nos adelantó. Esa misma tarde, mientras dábamos un paseo por los jardines con Casper e Isolda, mi hermana salió a nuestro encuentro.

-Hola pequeña duende- saludó mi mujer con una sonrisa; ésta se agachó para acariciar a los perritos un momento, y al levantarse, observé su sonrisilla malévola.

-Hola Bellie; hola hermanito- canturreó, poniéndose al lado de mi mujer y cogiéndola de un brazo. Arqueé una ceja; conocía demasiado bien a mi hermana, y esa sonrisa no me era en absoluto desconocida; algo tramaba.

-¿Qué tal vuestra mañana libre?- nos preguntó, echando a andar de nuevo.

-Bien; muy tranquila- se encogió mi mujer de hombros, en un gesto despreocupado -hemos salido a hacer algunas compras, y a dar un paseo- le explicó inocentemente.

-Ya...- murmuró distraída -¿habéis ido con Quil y Nick, verdad?- la miré extrañado; ¿a qué venía preguntar por los escoltas?.

-Emmet no podía venir, tenía una reunión con el coronel Sommerland- le expliqué.

-Vaya- arrugó el ceño -es curioso...- musitó pensativa -al bajar a buscaros he oído hablar a Quil y Nick- Bella se puso roja cómo un tomate; definitivamente, mi mujer no sabía mentir.

-¿Espiando conversaciones ajenas?- interrogué con el ceño fruncido -eso no está bien- le reproché intentando parecer serio.

-Pues lo que decían era muy interesante- rebatió ella -¿qué hacíais en el hospital?, ¿estáis alguno enfermo?- preguntó sin paños calientes. Bella se mordió el labio, interrogándome con la mirada si decírselo o no.

-Está bien- accedí -verás Alice... vas a ser tía- nada más decir eso, mi hermana rodeó con sus brazos a mi mujer, saltando cómo una loca.

-¡Lo sabía!- chilló, emocionada y feliz -además, llevas unos días un poco pálida y muy cansada- exclamó, sonriendo divertida -ayer, en la conferencia del museo, casi te quedas dormida- Bella rió, negando con la cabeza.

-Intenté disimular- se excusó inocentemente mi mujer. Alice la volvió a abrazar un momento, y después se giró para hacer lo mismo conmigo.

-Qué noticia tan estupenda- me dijo emocionada, una vez me soltó -por fin tendremos a un pequeño principito correteando por los pasillos de palacio- sonreí mientras veía la imagen en mi cabeza.

-¿Un pequeño principito?- la voz de Emmet hizo que nos giráramos de repente -¿es cierto eso?- nos interrogó con una sonrisa de oreja a oreja.

-O princesita- añadí, mientras mi amigo me abría los brazos.

-No sabéis lo que me alegro por vosotros, enhorabuena- exclamó contento -verás cuándo Rosalie se entere- dijo una vez me liberó de su abrazo, cogió a Bella en volandas, levantándola de suelo.

-Con cuidado- le advertí; mi hermana me miraba divertida.

-Lo digo por su bien- me encogí de hombros -sino quiere terminar con el desayuno de Bella en su camisa- Emmet captó el mensaje, dejando a mi niña en el suelo.

-¿Cuándo lo vais a decir al resto de la familia?- nos interrogó de nuevo Alice.

-Íbamos a hacerlo el sábado- les expliqué -pero dado los acontecimientos, creo que lo haremos hoy mismo; y ya sabéis...-.

-Secreto de estado hasta el anuncio oficial- terminó la frase Emmet, rodando los ojos. Bella rió al ver la expresión de nuestro amigo.

Esa misma noche anunciamos a mis padres la noticia; mi madre se emocionó, abrazándonos con fuerza, al igual que mi padre, feliz y orgulloso por partida doble; la dinastía continuaba creciendo... e iba a ser abuelo. Jasper y Rosalie también estaban, y nos felicitaron emocionados. Después de cenar y de celebrarlo en familia, llamamos a Forks. Todos estaban alrededor del teléfono, expectantes por la reacción de la familia de Bella.

-¿Sí?- contestó Sue al otro lado.

-Hola- le dijo bella, con una sonrisa.

-¡Bella, cariño!; ¿cómo estáis?- exclamó contenta.

-Estamos bien; Edward está aquí- le indicó.

-¿Cómo os va?; os vimos el otro día en la tele, en el acto del Royal Albert Hall- nos explicó.

-Todo está bien, Sue- le dijo Bella -¿está papá por ahí?- le interrogó -¿y la abuela?-.

-¿Quieres que los llame?; pondré el altavoz- se oyeron pasos y murmullos por el otro lado de la línea; después de apenas un minuto, volvió la comunicación.

-Hola hija, Edward; ¿cómo estáis?-nos preguntó mi suegro.

-Muy bien papá- respondió Bella -verás... tenemos algo que deciros...- el chillido de la abuela Swan por poco nos taladra los tímpanos.

-¡Estás embarazada!- adivinó la buena mujer; Bella rodó los ojos, ante la risa de mi familia.

-Sí- respondió escuetamente -vais a ser abuelos-.

-Y bisabuela- añadí con una sonrisa.

-¡Charlie, seremos abuelos!- exclamó Sue, con la voz trémula.

-Hija mía, que estupenda noticia... wau... un nieto... no puedo creerlo- decía Charlie, impresionado -me alegra ser abuelo tan joven, para poder jugar con él y...- la abuela le interrumpió.

-¿Joven?; te recuerdo, Charles- recalcó su nombre -que tu hija acaba de decirte que va a tener un hijo... así que eso de joven es muy discutible- Bella miraba alucinada al teléfono, al igual que yo; mi familia seguía la batalla dialéctica entre madre e hijo con carcajadas contenidas.

-¿Me estás llamando viejo?; mamá, por el amor de dios- resoplo furioso.

-Tómalo cómo quieras- resolvió satisfecha la buena mujer. Ese comentario desató una auténtica guerra entre madre e hijo... y con mi familia y nosotros de testigos, con el océano de por medio.

…...

-¿Recuerdas la pelea de papá y la abuela?- mi mujer rió divertida y yo reí con ella, rememorando la divertida conversación.

-Claro que sí... fue una forma curiosa de dar la noticia, y... -paré al observar que Bella contraía su cara, apretando mi mano.

-Respira cariño... eso es-.

-Me duele- gimió, intentando acordarse de lo que aprendimos en las clases de preparación al parto. Bella me apretó la mano con fuerza, llegó incluso a hacerme un poco de daño; de mientras yo miraba el monitor que medía la intensidad de las contracciones, y suspiré aliviado cúando empezaron a bajar.

-Ya está pasando- la animé; en poco más de un minuto, su cara de relajó de nuevo, y suspiró agotada, acostándose de nuevo en las almohadas.

-¿Quieres un poco de agua?- mi mujer asintió, y una vez me devolvió el vaso, nos relajamos unos minutos, hasta la siguiente contracción.

-Se está haciendo de rogar- musitó mi niña con el ceño fruncido, pasando la manos por su vientre.

-Está muy a gusto y no quiere salir- me encogí de hombros, sonriendo divertido. Justo en ese momento, la puerta se abrió, pasando a la habitación mi madre y Sue.

-¿Cómo va todo?- interrogó mi madre, acercándose a la cama.

-Según los médicos, va por buen camino aunque despacio; le está costando mucho dilatar- le expliqué.

-¿Hay mucha gente abajo?- preguntó mi mujer, incorporándose un poco.

-La prensa ya está haciendo guardia en la puerta principal- nos informó Sue, acercando una silla y sentándose a mi lado. Desde que palacio informó que Bella había ingresado, el ajetreo de periodistas era constante.

-¿Alice y Jasper?- pregunté a mi madre.

-Vendrán dentro de un rato, junto con Rosalie; Emmet ha ido a por unos cafés- nuestro amigo había venido con nosotros al hospital, cumpliendo con su trabajo, junto con Quil y Embry. Cómo ocurrió cuándo operaron de apendicitis a Bella, primero examinaron las instalaciones, y desalojaron parte de la planta dónde estaba la habitación.

-¿Papá ya está de regreso?- pregunté.

-El avión ha salido de Helsinki a la hora prevista; no puede tardar mucho- me siguió relatando mi madre.

Miré por la ventana; eran apenas las cuatro de la tarde, pero el cielo estaba oscuro, lleno de nubarrones, y hacía mucho frío. Miré a Bella, que también miraba por la ventana.

-¿En qué piensas?-.

-Me estaba acordando de Jake, de Seth, de Leah... cómo tarde mucho en nacer- señaló su tripa -se van a congelar, debe hacer un frío tremendo-.

La prensa... si de normal ya los teníamos bastante encima, desde que anunció oficialmente que esperábamos un hijo, la locura fue en aumento...

…...

"Sus altezas reales, los Príncipes de Gales, tienen la alegría de anunciar que esperan el nacimiento de su primer hijo para el próximo mes de noviembre. La Princesa se encuentra en perfecto estado de salud, y tanto la Familia Real cómo la familia Swan están felices con el próximo nacimiento.

Palacio de Buckingham, 4 de mayo de 2011".

Con este escueto comunicado se dio a conocer la noticia de forma oficial. Las felicitaciones no se hicieron esperar; Bella y yo estuvimos varios días pegados al teléfono, hablando con todo el mundo. Medio Forks se pasó por casa de Charlie, dejando pequeños regalos y felicitando al abuelo del futuro rey o reina de Inglaterra.

Nuestros amigos, tanto miembros de las Casas reales cómo compañeros de universidad, y los chicos de Forks, a excepción de Ang y Ben, que ya lo sabían, también nos felicitaron. Además, Madde también estaba embarazada, pero su hijo nacía en septiembre, dos meses antes que el nuestro. Chris se pasó dos horas conmigo al teléfono, dándome consejos, sobre todo con el tema de los antojos.

Esa noche había cena oficial en palacio; el Presidente de Brasil y su esposa estaban de viaje oficial en Londres; por suerte, las molestias de Bella remitieron en su mayoría cuándo pasó el primer trimestre del embarazo, y había insistido en acudir a todos los actos. Estaba sentado en nuestro salón, esperando a Bella; Casper e Isolda dormitaban plácidamente en la alfombra, a mis pies. El teléfono sonó, y lo cogí, deduciendo que nos estaban esperando; efectivamente.

-Alteza, el Presidente y su esposa están llegando- me informó Preston.

-Gracias; vamos enseguida- colgué y fui a buscar a Bella a la habitación. Me la encontré delante del espejo, de costado y estudiando la forma de su tripita, que ya estaba levemente redondeada, aunque había que fijarse mucho.

Me apoyé en el marco de la puerta, observando a mi princesa, preciosa con un vestido de corte imperio en tonos lilas, su pelo recogido y la tiara que llevó el día de nuestra boda, aparte de los pendientes y la pulsera a juego. Movió la cabeza, quitándose algo de la mente, y se ajustó la banda y las placas, con el ceño fruncido. Rodé los ojos, acercándome a ella por detrás y rodeándola con mis brazos.

-Estás preciosa, así que no pongas esa cara- le susurré al oído, dejando un pequeño beso detrás de la oreja.

-Sigues sin ser objetivo- se encogió de hombros; hice caso omiso del comentario, dejando un pequeño beso en su sien y llevando una de mis manos a su vientre.

-¿Cómo estás?; hoy no te ha dado mucha guerra- le indiqué.

-Cierto; espero poder disfrutar de la cena; Emily me ha contado el menú, y no hay nada que me de asco- confesó con una risa. Se dio al vuelta entre mis brazos, echando una mirada a mi uniforme y poniendo bien una de las placas.

-Listo- exclamó con una sonrisa satisfecha -por cierto, ¿has visto la cesta que nos ha mandado la Asociación de Pediatría inglesa?- negué con la cabeza; Bella me tomó de la mano, tirando de mi y acercándome a la habitación que ocuparía nuestro bebé. En una mesa en el centro, había una cesta gigante de color marrón, con un enorme lazo blanco. Dentro de ella había dos ositos de peluche, también blancos; botes con cremas, geles, colonias... y un gracioso pijamita con una jirafa bordada; tenía hasta una manoplas y un gorrito a juego.

Tomé una de las manoplas; apenas me cabían dos dedos dentro de ella.

-Que pequeñitas- musitó mi mujer con una sonrisa -es increíble; nuestro bebé todavía no ha nacido, y ya tiene cositas- decía, admirando el diminuto pijamita.

-Y más que tendrá- repliqué contento -creo que vamos a tener que poner el freno a los abuelos, o lo malcriarán demasiado-.

-Por no hablar de la tita Alice, cómo ya se ha auto proclamando- dijo mi niña, rodando los ojos -el tito Jasper, la tita Rose, la tita Ang, el tito Ben... el tito Emmet- hizo una graciosa mueca -aunque los últimos cuatro sean postizos-.

Ambos reímos; en verdad la familia estaba encantada y feliz con la noticia, y qué decir nuestros amigos más íntimos... según Ben, era el primer niño de la pandilla. Dejamos los regalos para ordenarlos al día siguiente, y fuimos hacia la antesala del salón del trono. Mis padres y mi hermana ya nos estaban esperando, junto con Jasper y nuestros invitados.

-Bellie- mi hermana se posicionó al lado de Bella, tocándole la tripa -garbancito- canturreó divertida -¿cómo está hoy?-.

-Bastante tranquilo, no he vomitado nada... todavía- mi mujer rodó los ojos.

-Eso es que protesta cuándo comes algo que no le gusta- dijo Jasper, sonriendo divertido.

-¿Cómo se encuentra hoy, alteza?- la mujer del presidente brasileño se acercó, junto con mi madre.

-Mucho mejor... pero si por mi fuera, me iría a la cama ya- confesó un poco sonrojada -estoy agotada-.

-Nos retiraremos pronto- le aseguré.

-Aprovechad, que estos meses tenéis excusa- observó mi padre; el Presidente rió, dándole la razón.

-Imagino que los periodistas estarán encima de ustedes... sobre todo debatiendo si será niño o niña- observó el buen hombre, mirando a mi padre.

-Constantemente- resopló -y eso que nuestra ley de sucesión no hace distinciones; el primogénito es el heredero, independientemente de su sexo- le explicó.

-Pero siempre hay algún monárquico empedernido que piensan que es mejor que sea varón- protestó Jasper con un mohín.

-A nosotros nos da igual, sea lo que sea -aclaré, rodeando la cintura de mi mujer -queremos que nazca sano y bien-.

-Yo quiero una futura reina; moderna y de su tiempo- confesó mi hermana, sonriendo divertida.

-No estaría mal- aprobó mi madre -ya son demasiados años con herederos varones-.

La divertida conversación se vio interrumpida por el himno; mi mujer me tomó de brazo, para entrar en la sala a saludar a los invitados. Nada más cruzamos las puertas, los periodistas pidieron que nos acercáramos.

-¿Vamos?- le pregunté a Bella; mi esposa asintió con una sonrisa, y nos acercamos a ellos.

-Muchas felicidades, altezas- nos felicitó Jake, mientras posábamos ante las cámaras.

-Gracias- agradeció mi mujer.

-Supongo que es un bebé muy deseado- nos interrogó una chica rubia.

-Muchísimo- contesté -teníamos muchas ganas de ser padres-.

-Alteza, ¿cómo se encuentra?- le interrogó Leah.

-Me encuentro bien; obviamente, me canso mucho y tengo molestias de vez en cuándo, cómo cualquier mujer embrazada- explicó mi niña, agarrada fuertemente de mi brazo.

-Sus familias estarán felices con la noticia- inquirió Seth. Esta vez mis padres también se acercaron.

-Siempre es una alegría la llegada de un niño- respondió mi padre, con una sonrisa de oreja a oreja -y tanto mi familia cómo la familia de la Princesa están felices por la noticia-.

-Felicidades majestades; su primer nieto- les recordó Jake.

-Y el primero de muchos, esperemos- replicó mi padre de nuevo.

-Muchas gracias por sus buenos deseos- agradeció mi madre, para después retirarnos los cuatro y ocupar nuestro lugar, saludando a los invitados...

…...

Desde ese instante, los debates y apuestas sobre si sería niño o niña acapararon la atención de la prensa rosa durante los meses siguientes; por norma general, no se suele hacer público. Incluso una vez, viendo Sociedad Inglesa, estuvimos a punto de llamar para opinar y proponer un nombre, tanto de niño cómo de niña.

Viendo que Bella estaba tranquila, y que Emmet había traído el café, salí un momento hacia la salita; justo en ese instante, entraron Rose y mi hermana por la puerta.

-¿Cómo va todo?- me preguntó Rosalie, después de saludar a ambas.

-Lento, pero bien- les expliqué -le está costando mucho- mi hermana me cogió del brazo, animándome.

-Todo irá bien, Edward- me tranquilizó Alice -no creo que haya un embarazo más vigilado que éste en todo Londres-.

-Cierto- apoyó Rose las palabras de mi hermana -¿podemos quedarnos un rato con ella?-.

-Claro, así aprovecho para tomar un café y comer algo- les agradecí; entraron en la habitación, y enseguida empecé a oír risas... ya estaban cotilleando, seguro.

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El dolor de una contracción hizo que la espalda se me arqueara... ¿y yo me quejaba por los dolores menstruales?; a partir de ahora, eso serían cosquillas para mi.

-Tranquila hija, respira- me decía Esme, pasándome un paño por la frente.

-Me duele- gemí, cerrando los ojos y respirando cómo me enseñaron.

-Ya está pasando- Sue me dio un apretón en la mano; eché una ojeada al monitor, y vi cómo bajaba de intensidad.

-Wow, Bellie... eres una campeona- en la puerta estaban Rose y Alice; les hice un gesto con la mano para que entraran.

-Venimos a hacerte compañía- explicó Rose, después de saludar a Esme y Sue.

-Entonces nosotras también vamos a comer algo con Edward- dijo mi suegra; salieron de la habitación, dejándome con las chicas.

-¿Cómo estás?- me preguntó Rosalie -Ang me ha llamado, está preocupada-.

-Creo que tenemos para rato- murmuré resignada -esta pequeña cosita no quiere salir-.

-Ainssss- suspiró cómicamente mi cuñada -no puedo creer que prácticamente ya esté aquí-.

-Cierto- concordé con ella; habían sido tantos días... Rose y Alice habían estado a mi lado prácticamente todo el embarazo, bien saliendo a comprar cositas, haciéndome compañía, reuniéndonos todos en nuestra casa para comer...

…...

-La comida estaba deliciosa, Bella- suspiró Emmet satisfecho, apoltronándose en nuestro salón. Edward sirvió el café para todos, y después se sentó a mi lado. Ya estaba de cinco meses y medio, y había empezado a usar ropa premamá.

-Bien- Jasper tomó la palabra -¿cuándo vais a saber qué es?; muero por ganarle ciento cincuenta libras a Emmet- exclamó burlón. Me reí mientras Edward se sentaba a mi lado, rodando los ojos.

-Apostando por causa de nuestro bebé- murmuró cansinamente, apoyando su mano en mi vientre.

-Vamos Eddie, no te quejes; te recuerdo que tenéis a toda Inglaterra apostando- le explicó Emmet.

-Además, nosotros también tenemos nuestras apuestas-murmuré maliciosa; Edward me miró alzando una ceja.

-¿Ah, sí?- interrogó Rosalie, dando vueltas a su café.

-Sip... pero eso queda para nosotros dos- piqué a mi marido, que al acordarse de su promesa se removió incómodo. Sonreí divertida, pensando en la noche que me esperaba.

-Hum... esa sonrisita- nos dijo mi cuñada. Edward carraspeó, aligerando el ambiente.

-Si no dejáis de picarnos... no os decimos qué es- los ojos de nuestros amigos se abrieron como platos.

-¿Lo sabéis ya?- preguntó Jasper, sorprendido.

-Y no habéis soltado prenda en toda la comida... traidores- nos acusó Emmet.

-¿Y bien?- a mi cuñada estaba punto de darle un ataque de ansiedad -estoy harta de comprar ropita unisex- se quejó.

-Es un niño- anunció Edward, dedicándome una pequeña sonrisa.

-¡Si!- Emmet se puso en pie de un salto, sólo le faltó hacer el baile de la victoria -Jazz, creo que me debes algo- replicó con cara de niño bueno.

-Tendrá suerte el muy... mejor me callo- murmuró mi cuñado, con una mueca de fastidio, levantándose y sacando la cartera del bolsillo trasero de sus pantalones. Emmet estaba esperando, con la palma de la mano extendida.

-De momento te conformas con cincuenta; me dejas sin liquidez ahora mismo- le dijo Jazz, dejando los billetes en la palma de su mano.

-Un pequeño principito- exclamó Rosalie, contenta -¿ya habéis pensado el nombre?-.

-Todavía no- le contó mi marido.

-A mi me gustaría llamarle Edward- sugerí, a ver si por fin mi esposo cedía -un mini Eddie-.

-Ni hablar- se negó en redondo -me niego a que le fustiguen cómo a mi y le llamen Eddie-.

-Edward...- intenté poner cara de cordero degollado, pero la risa me delataba.

-Nop; y no me valen pucheros- replicó satisfecho.

-Tenéis que ponerle un nombre histórico, vinculado al trono de Gran Bretaña- pensó Rose en voz alta -¿qué tal Arthur?- sugirió.

-Sí... y yo el mago Merlín- protestó su novio -ni se os ocurra- nos advirtió, con una mirada inquisidora.

-¿William?- propuso Jasper.

-No me gusta- hice un mohín.

-¿Henry?- dijo la pequeña duende.

-No, que después se casa seis veces...- se burló Rosalie. Edward y yo seguíamos atónitos el debate que se había formado, hasta que a mi esposo se le acabó la paciencia.

-A ver señores- viendo que no le hacían ni caso, elevó el tono de voz -¡señores!- los ojos de nuestros amigos se giraron hacia él.

-Gracias; vamos a ver... ¿de quién es el niño?- interrogó cual maestro de escuela.

-¿Tuyo?- murmuró sarcástica mi cuñada.

-¿Y de Bella?- Emmet se cruzó de brazos.

-Pues eso mismo; el niño es nuestro y nosotros lo decidiremos-.

-Per...- la pequeña duende iba a protestar, pero Edward le interrumpió.

-Pero nada- apoyé mi cabeza en el hombro de Edward, reprimiendo las carcajadas ante el mosqueo de los chicos. Por suerte, la conversación tomó otros derroteros... pero yo esperaba impaciente a la noche, para cobrarme mi apuesta...

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-Bella... por favor, no puedes hacerme ésto- se quejó mi marido desde el cuarto de baño; ahogué una risa, apagando la mayoría de las luces y creando un ambiente íntimo. Me posicioné en la cama, cómodamente apoyada en las almohadas.

-Me lo prometiste- le respondí, intentando poner voz lastimosa -venga, no es para tanto... sal ya-. Oí resoplar a Edward mientras salía del baño; se plantó delante mío, con una camisa blanca... y la faldita escocesa.

Mi primera impresión fue soltar una carcajada al verle allí, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

-No tiene gracia- se quejó -¿no podemos hacer apuestas normales?.

-Tú estabas muy convencido de que llevaba a una princesita aquí dentro- señalé mi vientre con una sonrisa inocente -además, también es un antojo que tenía desde hace tiempo- murmuré, pasando los ojos por sus desnudas piernas y mordiéndome el labio inferior... tenía las hormonas demasiado revueltas, definitivamente.

-Un helado a las cuatro de la mañana es un antojo normal- me explicó, con los brazos en jarras -no que tu esposo te haga un streptease- mi cara cambió a una mueca de pena.

-Por favor- le rogué; suspiró resignado -hazlo por tu princesa- le chantajeé. Pareció meditarlo unos instantes, hasta que por fin habló.

-La primera y la última vez- moví la cabeza, contenta y feliz; sólo me faltó dar palmaditas. Encendí el equipo de música con el mando a distancia... y el espectáculo comenzó.

Las manos de Edward empezaron a pasearse por su pecho, a través de la fina camisa que llevaba, se podían entrever esos cuadraditos que tenía por músculos; sus caderas hacía un gracioso pero a la vez sexy movimiento, haciendo que la faldita se meneara de un lado a otro... en uno de esos movimientos, en el que la falda se levantó un poco, pude averiguar que no llevaba nada debajo. Con movimientos lentos, sus manos se dirigieron a los puños de su camisa, desabrochando los botones, después pasó a los botones frontales... la camisa iba dejando, poco a poco, al descubierto su torso cincelado... tan fuerte, tan amplio...

-¿Te gusta lo que ves?- murmuró malicioso, lanzándome la camisa. Mi mirada recorría cada parte de su ya expuesta piel; mis dedos picaban ansiosas por recorrer su pecho una y otra vez.

Se dio la vuelta con un sugerente movimiento, y mi vista se recreó en su espalda, en sus marcados omóplatos... mis ojos se posaron en sus caderas, en las que reposaba la cinturilla de la falda; no pude evitar esbozar una sonrisa traviesa mientras veía cómo su perfecto y redondeado trasero se movía al son de la música.

Sin poder evitarlo, me levanté, yendo a su encuentro; necesitaba pasar mis manos por esa vasta superficie de piel, suave cómo la seda. Al sentir mi tacto, lentamente se dio la vuelta, y sin dejar su sensual baile, atrapó mis labios en un apasionado beso; sentí que la cabeza me daba vueltas, y que algo explotaba en mi interior... le necesitaba dentro de mi ya...

Cuándo llevé mis manos a los botones laterales de la falda, Edward las atrapó, apartándolas con un pequeño gesto.

-Siempre cumplo mis promesas- murmuró con voz ronca sobre mis labios. Me empujó suavemente, para que me sentara en la cama y poder seguir disfrutando.

Sus manos bajaron lentamente, desde su cuello hasta su caderas, pasando por esa uve de su bajo vientre que asomaba y que tan loca me volvía. Estaba tan ensimismada, recréandome en esa parte de su anatomía, que no me di cuenta que sus manos ya habían desabrochado los botones y las tiras que unían la dichosa prenda. Se alejó unos centímetros de mi, haciendo un amago de tirarla al suelo... pero no lo hizo.

Con un sensual movimiento, se dio la vuelta, volviendo a mis ojos la perfección de su espalda... de nuevo hizo amago de quitarse la faldita, pero no lo hizo... aunque esta vez, la volvió lentamente a recolocar en su sitio, dejando asomar parte de su redondeado trasero.

Finalmente se giró; mi respiración se quedó atorada en mi garganta, viendo cómo los músculos de su vientre se contraían de una manera tortuosa y condenadamente sensual, a causa del baile... en un gesto involuntario, pasé la lengua por mis labios, haciéndole entender que necesitaba sus caricias urgentemente, ya, en ese mismo instante... Meneando sus caderas de un lado a otro, sus dedos soltaron la última prenda que le quedaba, quedando expuesto ante mi... con mi pequeño Eddie listo para atacar...

Sonriendo con malicia, mi marido me hizo tumbarme en la cama, para poder tumbarse él después; con mucho cuidado, sin dañar mi vientre, buscó mis labios de manera desesperada, y yo se los concedí, atacándolos sin piedad; sus manos se fueron a la parte de arriba de mi pijama, agarrando los extremos...

-¿Y bien?- preguntó sobre mi boca, haciendo que mis labios cosquillaran por su cálido aliento -¿he cumplido con sus expectativas, señora Cullen?-.

-Siempre las cumples- murmuré, dejando pequeños besos en su cuello -ahora es mi turno- susurré en su oreja.

Juntó su frente con la mía, sonriendo torcidamente y dejándonos perder en un mar de besos, caricias y pasión... toda la noche.

…...

-¿En qué piensas?- salí de mis excitantes recuerdos, volviendo la vista hacia Rose.

-En nada- meneé la cabeza en un gesto despreocupado -si ellas supieran- murmuré maliciosa para mis adentros.

-Estás sonrojada- observó la pequeña duende, arqueando una ceja.

-Lo que estoy es agotada- exclamé frustrada -el día que deis a luz, ya me lo contaréis- les advertí. Mi cuñada iba a replicar, pero justo en ese momento entró el doctor Kulman, acompañado de un hombre y tres mujeres.

-Alteza, señorita- saludó a mis acompañantes -si nos permiten un minuto-. Me guiñaron un ojo, saliendo por la puerta.

Después de eso, me revisaron de arriba abajo; gemí de dolor cuándo me hicieron el tacto... el doctor Kulman se apartó con dos de sus residentes, evaluando la situación. En ese momento, entró Edward, acercándose directamente a mi lado y dejando un pequeño beso en mi frente. Las enfermeras alzaron las comisuras de sus labios, no era muy normal vernos así. Por fin, al cabo de unos minutos, el facultativo nos puso al corriente de la situación.

-Todo sigue su curso, altezas; ha conseguido dilatar un centímetro más... pero no es suficiente todavía- nos relató el doctor Kulman. Dejé caer mi cabeza hacia atrás, dándome paciencia a mi misma. Mi marido entrelazó nuestros dedos, asintiendo lentamente con la cabeza.

-Volveremos en una hora- se despidieron de nosotros, dejándonos a solas.

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PVO EDWARD

-Tranquila mi vida- sin soltar la mano de Bella, tomé asiento de nuevo a su lado.

-No nos queda otra- me encogí de hombros -¿tu padre ya ha llegado?- me preguntó.

-Todavía no- le aclaré- pero el tuyo y la abuela si; están en la salita-.

-Creo que mi padre va a terminar por mudarse aquí- me confesó mi mujer, ahogando una carcajada -menuda temporada de avión que llevan, adem... - su cara se contrajo de nuevo... otra contracción; y esta vez, mucho más larga que las anteriores. No me gustaba verla así, y no poder nada más que reconfortarla y animarla; la ayudé a incorporarse cuándo ella lo intentó, ya no tenía fuerzas.

-Me duele mucho- dijo, cerrando un momento los ojos e intentando respirar compasadamente.

-Vamos cariño, que enseguida pasará- poco a poco, su respiración se fue relajando, y la contracción cesó.

-Lo estás haciendo muy bien- la animé, besando su mano con cuidado.

-Dice la abuela que es el dolor más bonito del mundo- sonrió cansada- y tiene razón-.

La abuela... no había duda que si mi hijo heredaba el sarcasmo de la abuela Swan, íbamos a divertirnos mucho... o a desesperarnos mucho...

…...

Miraba embobado y con una sonrisa el redondeado vientre de mi mujer; apenas faltaban dos meses para verle la carita a nuestro pequeño. Bella dormitaba en nuestra cama, respirando pausadamente. Había sido un verano largo y caluroso, cosa que no había sentado muy bien a mi esposa, ya que se hinchaba mucho y se cansaba más, si eso era posible. Desde que pasó el primer trimestre del embarazo, la tripa de Bella crecía a pasos agigantados, y eso que vez en cuándo, había días que tenía el estómago tan revuelto que apenas podía comer nada sólido. Podría hacer una lista de diez folios con las noches que ambos nos pasamos en el servicio, ella vomitando y yo aguantado su pelo y frotándole la espalda.

Me tumbé a su lado, con cuidado y sin despertarla, posando una de mis manos en su tripa. Sonreí satisfecho al recibir el saludo de mi hijo, que ese día estaba de lo más revoltoso.

-Hola pequeño- le dije en un murmullo, pasando mi mano por dónde notaba movimiento -mamá está cansada, déjala dormir un rato- pero no debía estar por la labor, ya que Bella se despertó.

-Hola- me incliné, dejando un pequeño beso en sus labios.

-¿No te deja dormir?- interrogué sonriendo; Bella meneó la cabeza, tumbándose boca arriba.

_No tiene sueño- se encogió de hombros -además, cuándo llevo mucho rato quieta y tumbada de lado, no le debe de gustar- me contó rodando los ojos -porque empieza a moverse y no hay quién lo pare- me explicó -mira- movió mi mano, posándola a un costado; allí el movimiento era más notable -según el doctor Kulman, aquí están los pies-.

Apoyé mi cabeza en su tripa, con cuidado, oyendo los graciosos ruidos que provenían del vientre de mi mujer. Bella me acarició el pelo, y yo cerré los ojos, ronroneando satisfecho.

-Te voy a echar de menos en los actos oficiales- musité con los ojos cerrados.

-Sólo serán los primeros cuatro meses- me recordó -además, la señora Hiddick parece de total confianza- me dijo. La señora Hiddick sería la encargada de cuidar a nuestro hijo cuándo nosotros debiéramos ausentarnos; era una mujer de unos cincuenta años, acostumbrada toda su vida a cuidar niños.

-Me recuerda mucho a Betty- dije; Bella me miró sonriendo; sabía el cariño que le tenía a Betty; fue mi nana, y la de mi hermana, durante muchos años; falleció cuándo yo estaba en el último año del colegio. Nos cuidó cómo si fuéramos sus hijos, y era alguien a quién todos recordaban en palacio con inmenso cariño.

-Espero que nuestro niño le de menos quebraderos de cabeza que tú- me picó Bella -no pongas esa cara- me regañó dulcemente al ver mi expresión desaprobadora -tu madre dice que eras muy travieso-.

-Exagera- me excusé inocentemente -simplemente era un poco inquieto, después me fui haciendo más formal-.

-Me preocupa mucho su educación- suspiró Bella -técnicamente, no será cómo la de un niño normal- musitó, preocupada. Eso era cierto... mi hijo, al igual que yo, nacía con un destino ya escrito, y su educación estaba marcada por el papel sucesorio que tendría en el futuro. Pero mi mujer y yo teníamos claro una cosa; había que educarle cómo a un niño cómo otro cualquiera, y debía disfrutar de su infancia; se podían conjugar ambas cosas. Iría a un colegio normal, y estaría con compañeros de su edad, haciendo las cosas que hacen los niños.

-Lo haremos bien, cariño- la animé -nadie nace sabiendo ser padres- le recordé -no podemos afirmar que no cometeremos errores... pero intentaremos ponerles solución-.

-Eso es cierto- me dio la razón; noté que estaba incómoda, y me levanté de la cama.

-¿Quieres salir a dar un paseo?- le propuse -ya no hace tanto calor-.

-Me vendrá bien- aceptó; salimos a los jardines, seguidos por Casper e Isolda; aunque eran principios de septiembre, todavía estábamos en Windsor, y hasta dentro de una semana no volvíamos a Londres. Mi hermana y Jasper se habían ido de vacaciones románticas, de modo que estábamos con mis padres, Charlie, Sue y la abuela Swan, que justo se acercaban a nosotros. LA familia de Bella llevaba aquí dos semanas, y ya se quedarían hasta que naciese nuestro hijo.

Casper e Isolda se pusieron a ladrar cómo locos en cuánto vieron a mi suegro... no les caía bien, y el sentimiento era mutuo.

-Malditas bolas peludas- refunfuñó Charlie, intentando que Isolda soltara su pantalón.

-Papá- le regañó Bella -no la llames así, pobrecita-.

-Ya conoces a tu padre, hija mía- suspiró la abuela -siempre tan amigable... desde que sabe qué se va a convertir en abuelo, está más insoportable- mi padre ahogó la carcajada, para poder preguntarle.

-¿Es cierto eso, consuegro?; pero si eres muy joven- le animó -¿te imaginás cómo será cuándo nos llevemos al pequeño de pesca?- a mi padre se le iluminaron los ojos con la idea.

-Ya que con Edward fue misión imposible... ahora se resarcirá con el nieto- le explicó mi madre a Sue, sonriendo divertida.

-Ya están mareando al niño, y todavía no ha nacido... pobrecito mío- suspiró cómicamente la abuela -he hecho tres pares más de patucos- nos contó, volviéndose a nosotros.

-¿Dónde vamos a meter tanta ropa?- inquirió mi mujer -entre los regalos, lo que nosotros hemos comprado, lo que tú le has hecho...- le explicó a la abuela.

-Lo que le han comprado Ang, Rose y Alice...- seguí enumerando; la habitación de nuestro pequeño, en Londres, estaba ya perfectamente preparada y esperando al nuevo miembro de la familia... y ya no entrabna más cosas en los armarios y en los cajones.

-Bueno, es un seguro- miramos a la abuela sin entender -cuándo se vea públicamente al niño, no es bueno que repita modelito- Sue y mi madre rieron divertidas, al igual que mi padre.

-Ahora te pareces al señor Zimman, abuela- le reprochó mi esposa, sonriendo divertida.

-Mamá, no agobies a los chicos- le reprendió Charlie, rodando los ojos.

-Calla mendrugo- le amenazó con el bastón en alto -¿y qué me dices del disfraz de sheriff que le has comprado expresamente?- mi padre no podía aguantar la risa, ni el resto tampoco -ni se os ocurra ponerle eso- nos dijo por lo bajini.

Seguimos el divertido paseo, animados por la conversación entre madre e hijo...

…...

Desde que regresamos de Windsor, se podía decir que la cuenta atrás había comenzado; toda la familia estábamos pegados a Bella, saltando a la mínima. Mi mujer rodaba los ojos, llamándonos alarmistas, explicándonos una y otra vez que cuándo se pusiera de parto, realmente nos enteraríamos... y así fue esta misma mañana, cuándo se empezó a encontrar incómoda.

Llevábamos casi diez horas en el hospital, y todo iba muy lento... demasiado; empezaba a preocuparme, y justo cuándo iba a avisar al doctor Kulman, para consultarle una cosa, el monitor del ritmo cardíaco del bebé se alteró.

-¿Qué está pasando?, ¡Edward!- sollozó Bella, agarrándose el vientre.

-No pasa nada, tranquila- salí deprisa de la habitación, cruzando la sala dónde estaban todos y dirigiéndome a Emmet.

-Avisa a una enfermera- mi amigo salió apresuradamente, y al volver a la habitación, Sue, mi madre y la abuela rodeaban la cama. Me cedieron el paso, y me acerqué a mi mujer, que ya se retorcía, literalmente, de dolor. Por suerte, en menos de un minuto el ginecólogo ya estaba allí. Pidió a todos que salieran, incluido yo.

-Tranquilo hijo- Charlie me dio una palmada en la espalda mientras esperábamos en la salita; iba de un lado a otro, pasándome las manos por el pelo y resoplando histérico.

-Alteza- la voz del doctor Kulman hizo que mi corazón se alterara.

-¿Algo va mal?- inquirí, preocupado y angustiado.

-La Princesa no está llevando bien el trabajo de parto- me explicó -y eso está causando sufrimiento fetal- tomé aire, intentando calmarme.

-¿Qué sugieren?- inquirió Sue.

-Las contracciones son muy seguidas... pero no ha dilatado lo suficiente- nos explicó el problema -de modo que lo mejor es hacer una cesárea- me dijo, esperando mi aprobación -la Princesa está de acuerdo-.

-Está bien- nos hubiera gustado que fuera un parto natural, pero mi mujer ya no podía más, y no quería que sufriera y que sus vidas corrieran peligro. Entré un momento, para despedirme de mi mujer; al ser una cesárea, no me dejaban entrar al quirófano. Besé suavemente sus labios.

-Todo irá bien cariño- mi esposa esbozó una triste sonrisa, mezclada con lágrimas y angustia.

-Alteza, tenemos que irnos- me quedé apoyado en el marco de la puerta, viendo cómo se llevaban la cama y a mi mujer.

Durante casi una hora, fui el hombre más nervioso de la faz de la tierra; mi padre había llegado, directo desde el aeropuerto, y también Jasper. Todos intentaban animarme, diciendo que ya pronto acabaría. Charlie fue un par de veces al control de enfermería, pero no tenían noticias.

-Tranquilo Edward- Jasper se acercó a mi, parándose al lado de la ventana.

-Si les pasa algo a alguno de los dos..- musité, cerrando los ojos, incapaz de seguir pronunciando palabra alguna... no podría soportarlo. Mi cuñado iba a responder, pero se quedó con la palabra en la boca, ya que en ese momento entró el doctor Kulman, seguido de sus ayudantes.

En dos zancadas me planté delante suyo, con la familia rodeándome.

-Enhorabuena alteza- me felicitó con una sonrisa -tres kilos seiscientos gramos, y cincuenta centímetros- me contó -es un niño sanísimo, y con unos buenos pulmones- solté todo el aire que había estado conteniendo durante esa hora, ante los gritos de felicidad de nuestras familias.

-¿Y la Princesa?-.

-Su alteza está estupendamente; lo ha hecho muy bien- me explicó. Por fin pude respirar tranquilo, esbozando una sonrisa inmensa.

-Eres padre- mi madre se abrazó a mi, llorando emocionada, lo mismo que Sue y la abuela; mi hermana y Rose también lo hicieron, y pude oír a mi padre, riendo feliz con Charlie y Jasper.

Me entregó el acta de nacimiento y otros papeles que tenía que firmar, para que fueran llevados a palacio y entregados al Secretario de justicia, que se encargaría de todos los trámites.

-¿Cuándo podré verlos?- inquirí, ansioso.

-Los están subiendo ya... mire- abrieron la puerta, y primero entraron la cama de Bella; tenía buen aspecto, aunque se notaba el cansancio acumulado de las horas anteriores, y aún estaba dormida; seguidamente una enfermera se acercó a mi, con un bultito en sus manos.

-Felicidades alteza- me tendió a mi hijo... dios... era tan pequeño; estaba vestido con un pijama azul y blanco, y con un gracioso gorrito a juego. Tenía los ojitos abiertos, y movía lentamente sus manitas. Tenía el color de pelo de Bella, y su misma piel pálida.

-Oh, por dios- murmuré, con los ojos aguados por las lágrimas... era perfecto, y muy guapo; era algo que habíamos creado Bella y yo... era increíble. Dejé un besito en su mejilla, y en un minuto tenía a toda la familia alrededor, y a Rose y Emmet. Mi padre se puso a mi lado, rodeándome los hombros. Charlie, Sue y mi madre miraban al pequeño emocionados; también me agaché a la altura de la abuela, que sonrió satisfecha y feliz al ver a su bisnieto.

-Qué chiquitín es- dijo mi hermana, acariciando una de sus manitas. Después de unos minutos admirando al nuevo miembro de la familia, les dije que iba a llevar al niño con Bella. Decidieron dejarnos un poco de intimidad, y se fueron a palacio a descansar. Entré sin hacer ruido, ya que Bella seguía dormida, pero un pequeño sollozo hizo que abriera los ojos; mi pequeño tenía el ceño fruncido, y lloriqueaba suavemente.

-Hola- la saludé, acercándome a la cama -creo que hay alguien que quiere conocerte- después de posar al niño en sus brazos, quité con mi pulgar una lágrima que resbalaba por la mejilla de mi mujer.

-Edward- murmuró, sin despegar la vista de nuestro pequeño; le acarició la mejilla con un dedo, mirándole emocionada. Me senté a su lado, y ella apoyó su cabeza en mi hombro.

-Es precioso- susurró emocionada -ha valido la pena todo el dolor-; asentí sonriendo. acercando mi dedo a la manita de mi hijo, que lo agarró firmemente.

-Bienvenido a la familia, Charles Anthony Mansen Cullen- le saludó mi mujer con una sonrisa; habíamos decidido que el pequeño llevara el nombre de su abuelo materno, era una sorpresa para Charlie.

-Te quiero mi niña, y lo has hecho muy bien- mi esposa giró su cabeza, para darme un pequeño beso.

-Yo también te quiero- me devolvió en respuesta; nuestro hijo protestó, y ambos nos reímos divertidos.

-Y a ti también te queremos- le aclaró mi mujer, acariciándole la cabecita, miré a mi familia con una sonrisa... no podía ser más feliz.

solo queda un solo capítulo de esta hermosa historia, espero que la autora lo publique pronto...en todo caso habrá un nuevo estreno de ella que se ve muy interesante...espero les guste..

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Mensaje por xole 1/12/2010, 1:16 pm

que emocionnnnnnn !!!!!!!!!!!! que intensos los capis han estado genial Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 240478
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Mensaje por Pandy_Cullen 8/12/2010, 10:04 pm

Por fin pude ponerme al diaaaa!, la verdad es que he amado este fanfiction!!! me ha hecho tener todas las emociooones!, pense que el hijo serie mujer ;) una nessie :D
La parte en la que mas me rei fue esta:

-¿Me has grabado el capítulo del martes de Crónicas vampíricas?- pregunté a Edward desde la cocina. Edward se encargaba de programar el DVD cuándo no podíamos ver los capítulos el día que los emitían.

-Sí, tranquila- suspiró resignado- no sé qué le ves a las historias de vampiros- murmuró rodando los ojos y entrando por la puerta.


Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 71157 Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 71157 mori de la risa!!
Gracias Atal y a la escritoraaaa...
Ahora a esperar el lindo final!
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Mensaje por Atal 26/6/2011, 11:07 pm

Aquí les dejo los dos últimos capítulos de esta hermosa historia, besos...

Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO - Página 5 Uncuentodehadasmoderno

Capítulo 49: Nueva vida en palacio

Suspiré cansada, recostándome en la cama y cerrando los ojos. Había pasado un mes desde el nacimiento de nuestro pequeño, y desde que regresamos a casa, una semana después de mi cesárea, llevábamos un desajuste de horas tremendo. Había noches que Charlie no hacía más que llorar y no conseguía dormir, de modo que tanto Edward cómo yo nos turnábamos y pasábamos las noches en vela, acunándole y meciéndole. Otras, gracias a dios, las pasaba medianamente bien.

La salida del hospital fue una auténtica locura; ya que la prensa nos retuvo un buen rato todavía, sacando fotos a nuestro pequeño. Los tres posamos pacientemente, y aunque Edward y yo estábamos agotados, nuestras sonrisas de felicidad estaban instaladas permanentemente en nuestras caras; nuestro hijo se portó muy bien en su primera rueda de prensa, ya que permaneció plácidamente dormido en mis brazos y ni los flashes de las cámaras consiguieron que se despertara.

La familia estaba que no cabía de gozo con el nuevo miembro, sobre todo los abuelos; cuándo desvelamos el nombre, ya que nadie sabía nada, la cara de emoción de mi padre fue digna de recordar... y las quejas de la abuela acerca de la elección, también.

El sonido del teléfono hizo que abriera los ojos y que, de un salto, me levantara corriendo. Después de que Charlie pasara parte de la noche en vela, había decidido por fin dormirse, después de desayunar, por supuesto. Esa noche me tocó a mi, ya que Edward tenía una reunión con su padre y el Primer ministro, en uno de los salones de palacio.

-¿Sí?- murmuré, bajando el tono de voz y echando un vistazo al moisés, dónde mi hijo dormía plácidamente.

-Alteza, perdone la interrupción- se disculpó Preston.

-No pasa nada- le quité importancia, cerrando un poco la puerta nuestro dormitorio; aunque Charlie tenía su propia habitación, de momento dormía con nosotros en un pequeño moisés.

-Zafrina quiere saber si sería posible comentar unos asuntos con usted- me informó. Aunque los primeros cuatro meses apenas tendría actos oficiales y viajes, el resto de mis actividades se mantenían.

-Claro; el pequeño se acaba de dormir; dígale que venga por favor- respondí.

Después de colgar, fui a cambiarme de ropa, y en unos pocos minutos, ya estaba Zafrina en el despacho que compartíamos Edward y yo. Decidí salir a su encuentro, y pedirle que nos reuniéramos en el salón, para poder estar pendiente del niño. La señora Hiddick no empezaría a trabajar hasta dentro de dos meses; Edward y yo lo decidimos así; y aunque Sue, Esme y la abuela no paraban de darme consejos y recomendaciones, queríamos ser nosotros los que nos ocupáramos los primeros meses y aprender a ser padres.

Una vez nos sentamos en el sofá, Zafrina y yo repasamos los documentos que se habían amontonado durante el resto del mes. Estampé mi firma un millar de veces, y casi una hora después, ya habíamos terminado.

-Tiene mucho mejor aspecto, alteza- observó Zafrina, dejando la carpeta encima de la mesa.

-De la cesárea prácticamente estoy recuperada- le conté -y poco a poco nos vamos defendiendo en la tarea-.

-Un hijo siempre es un cambio muy grande, y más el primero- me relató ella -a veces llora y te desesperas, porqué no sabes qué le pasa-.

-Cierto- le di totalmente la razón -aunque ya nos vamos entendiendo los tres; mi marido es un experto en cambiar pañales- ella rió divertida por mi comentario, y seguimos charlando un rato más, hasta media mañana.

Después de la reunión y de la charla con Zafrina, me fijé que el día estaba soleado, de modo que decidí dar un paseo por los jardines. Abrigué bien a mi niño, que no se inmutó mientras le vestía y le metía en el carrito, tapándole bien. Mi padre y Sue habían salido esa mañana, para dar un paseo y hacer las compras de navidad; cómo el pequeño nació a mediados de noviembre, ya decidieron quedarse y pasar de nuevo las navidades aquí. Esme estaba en otra reunión, y Alice y Jasper en Norfolk Park, pasando unos días. Tanto Alice cómo Rose se habían graduado en verano, y Rose ya había empezado a trabajar en un buffete de Londres, en calidad de becaria.

Seguida de Casper e Isolda, que miraban a Charlie con cierta curiosidad siempre que Edward y yo lo teníamos en brazos, me encaminé hacia los jardines, parando cada vez que me cruzaba con alguien del servicio, que observaban al pequeño con una sonrisa.

Aunque hacía sol, el tiempo era un poco frío... pero realmente necesitaba respirar aire fresco. Me pasé una hora paseando a lo largo y ancho del jardín, recorriendo las distintas partes y rincones. Charlie se había despertado a mitad del camino, pero estaba muy tranquilo con su chupete en la boca y moviendo sus manitas cada poco rato.

-Ya es casi la hora de comer- le hablé a mi pequeño, acariciándole la mejilla con mi dedo -¿quieres ir a ver a papá y al abuelo Carlisle?- le propuse -seguro que ya habrán terminado-. Mi pequeño esbozó una sonrisa inconsciente por debajo de su chupete, y sus ojos topacio, del mismo color que los de Edward, miraban a su alrededor con curiosidad, o movía su cabecita cada vez que se producía un ruido un poco fuerte. Tenía el pelo castaño, igual que el mío, y mi nariz, pequeña y respingona... pero la forma de sus rasgos y sus ojos eran iguales que los de Edward... hasta sus rizos rebeldes.

Me adentré en palacio, topándome con Preston de camino al despacho de mi suegro.

-Alteza- me saludó, parándose a mi lado e inclinándose hacia el carro -¿cómo está el pequeño príncipe?- canturreó con una sonrisa, haciéndole cosquillas en la tripa.

-Está estupendamente, después de la siesta matutina- le informé con una sonrisa; el hombre rió divertido por mi comentario, sin despegar la vista de mi niño.

-¿Han terminado ya?- le pregunté.

-El Primer Ministro se ha ido hace media hora, alteza- me contó Preston -su majestad y el príncipe están en el despacho- me despedí de él, dándole las gracias y encaminándome hacia allí. Casper e Isolda se fueron con él, siguiéndole hasta la cocina. Una vez en la puerta, le saqué del carro, quitándole la ropa de abrigo y cogiéndolo en brazos. Se acurrucó en mi pecho, con sus manos a cada lado de su cabecita, cómo siempre hacía, y toqué a la puerta antes de abrirla.

-Hola- saludé con una sonrisa a Carlisle y a Edward, que ya sin corbata y sentados en uno de los sofás, revisaban varios documentos.

-Pero mira quién ha venido a vernos- mi suegro se levantó cómo un resorte, acercándose a mi y cogiendo al niño en brazos. Era increíble ver a Carlisle y Esme con su nieto, se les caía la baba. Mi marido también se acercó, dejando un pequeño beso en mi mejilla.

-¿Has dormido algo?- me interrogó, después de hacerle una carantoña a Charlie y pasando un brazo por mi cintura.

-Muy poco; he tenido una reunión con Zafrina, y después hemos salido a pasear- le conté -por lo menos, se ha portado muy bien- señalé a nuestro hijo con la cabeza.

-Igual que su padre- añadió mi suegro -tampoco nos dejaste dormir mucho los primeros meses, hijo- le explicó a mi marido, riendo divertido.

-Es todo un Cullen- expresó Edward, con una sonrisa orgullosa -y con el carácter de la abuela Swan-.

-En eso tienes razón- suspiré, rodando un poco los ojos -¿cómo ha ido la reunión?- le pregunté a Edward.

-Bien, cómo siempre- se encogió despreocupadamente de hombros -por cierto, el presidente de Australia y señora vienen de visita oficial en abril- me contó.

-Pensé que la vista se aplazaba hasta después del verano- le devolví en respuesta, con el ceño fruncido.

-Reajustes de agenda- me aclaró mi suegro, sin dejar de mirar al pequeño y haciéndole monerías. Justo en ese momento, Esme entraba por la puerta.

-Con cuidado- le reprendió a su marido -sujétale bien la cabecita- le recordó, posicionándose a su lado y dedicándole una sonrisa a Charlie.

-No se me ha olvidado, querida- le contestó con falso reproche -todavía recuerdo cuándo cogía a mis hijos en brazos-.

-¿Ves?- me dijo mi marido, poniendo un lamentable puchero de pena -ya ni nos saludan- Esme rió divertida ante el comentario, al igual que yo.

-Hola hijos- rodó levemente los ojos, pero enseguida su vista se posó de nuevo en el niño, quitandóselo a Carlisle de los brazos y acomodándolo en los suyos.

-¿Cómo esta el rey de la casa?- le preguntó a mi hijo, ante el falso enfado de Carlisle.

-Estoy muy bien querida, gracias por preguntar- Edward y yo los mirábamos divertidos.

-Creo que te han destronado en tu propia casa, papá- comentó Edward, con una sonrisa perversa.

-Eso parece- se lamentó cómicamente... pero Charlie frunció el ceño, empezando a llorar suavemente.

-Tiene hambre, ya es su hora- musité, mirando a Edward, que me dio la razón.

-Sí; vamos a darle de comer, y después vendremos para almorzar con vosotros- les explicó a sus padres. Esme y Carlisle se despidieron de nosotros, y Edward cogió al niño en brazos, para irnos a nuestras habitaciones; mientras caminábamos hacia allí, Edward iba hablándole para que calmara, a la vez que hacía círculos en su pequeña espalda y dándole pequeños besos en su cabecita... era muy tierno ver así a padre e hijo.

Nada más llegar, me acomodé en la cama, y mientras Edward se cambiaba de ropa, acomodé al pequeño en mis brazos, preparándome para darle le pecho. Una vez tuvo vía libre, se agarró a él, comiendo con avidez.

-Pues sí que tenías hambre- le dije con una sonrisa y quitándole la manita de la nariz, ya que él mismo se estorbaba. Edward se reunió con nosotros, ya en vaqueros y camiseta, y se sentó al otro lado de la cama, viendo al pequeño con una sonrisa.

-¿Crees que esta noche dormiremos algo?- le pregunté con un suspiro a mi marido.

-Veremos qué decide el rey de la casa- repitió con una risa las palabras de su madre, cogiendo con cuidado una de las manitas de Charlie y pasando el dedo por ella.

-Es tan pequeño- musitó extasiado -todavía me cuesta hacerme a la idea- giré la cabeza, observando a mi marido con una pequeña sonrisa.

-Pues vete haciéndote a ella- le recordé, apoyando mi cabeza en su hombro y cerrando los ojos -porque los dos hemos creado a este pequeño milagro-.

Dejó un pequeño beso en mi coronilla, para después apoyar su mejilla en ella.

-Quién nos lo iba a decir, aquel primer día en la universidad...- reí cómplice a su comentario, observando ambos a nuestro hijo.. o cómo decía Edward, nuestro pedacito de cielo.

0o0o0o0o0o0o0

El día de Nochebuena llegó sin apenas darnos cuenta, al menos para Edward y para mi. Estábamos todos acomodados en el salón privado, viendo el discurso de navidad, que este año se había grabado una semana antes, debido a la apretada agenda de mi suegro. Con nosotros estaban mi padre, Sue, la abuela, Jasper y Alice, obviamente... y este año se nos habían unido Rosalie y Emmet, ya que el trabajo de Rose no les permitía viajar con tranquilidad a Boston.

Miré de reojo a nuestros amigos; Rose tenía a Charlie en brazos, y Emmet jugueteaba con el pequeño, arrancándole imperceptibles sonrisillas. Hacia pocos días que les habíamos pedido que fueran los padrinos de bautismo de Charlie, celebración que tendría lugar en la capilla de palacio, a mediados de enero.

Ellos eran muy importantes para nosotros, y nunca olvidaríamos cómo nos ayudaron y apoyaron en los primeros tiempos de nuestro noviazgo, cómo guardaron el secreto, junto con la pequeña duende y Jasper, y Ang y Ben... ellos también vendrían al bautizo, ya que aun no conocían a Charlie en persona. Edward y yo soportamos los pucheros de mi cuñada, ya que también quería ser madrina del pequeño... así que para nuestro próximo hijo o hija, ya teníamos padrinos. Rosalie y Emmet aceptaron de inmediato, emocionados con la petición... y dándonos a su vez otra estupenda noticia... en septiembre se casaban en un pequeño pueblo en Gales.

-Bravo- alabó la abuela, una vez que el discurso terminó -qué capacidad de transmitir-.

-Gracias abuela- le agradeció mi suegro, inclinándose cortesmente hacia ella.

-No es por nada Edward- se metió Emmet en la conversación -espero que cuándo te toque a ti, que será dentro de mil años- añadió, ante la mirada atónita y divertida de Carlisle -cambies un poco el guión, que nos lo sabemos de memoria-.

-Grandullón- refunfuñó la abuela, mirando por encima de sus gafas.

-Tranquilo, Emmet- enfatizó mi marido su nombre- te llamaré para que lo escribas personalmente- todos nos echamos a reír, debido al puchero que puso nuestro escolta y amigo.

-Será por mi falta de oratoria- nos contestó, alzando una ceja.

-No me hagas hablar- masculló Rosalie entre dientes, levantándose y pasándole nuestro pequeño a Sue; nuestro hijo era el juguete de la familia, e iba pasando de unos brazos a otros.

-Déjame ver a mi campeón- reclamó mi padre, Sue le dio la vuelta, quedando el niño cara a cara con mi padre, que sonreía orgulloso al ver a su nieto.

-Creo que nos vamos a tener que mudar aquí- exclamó Sue, divertida.

-Por mi encantada- respondí riendo y acurrucándome al lado de Edward.

-Y por mi también, consuegro- añadió Carlisle, divertido -tenemos que enseñarle al pequeño Charlie el arte de la caza y pesca-.

-Ya estamos- Esme rodó los ojos, al igual que Sue y yo misma.

-Déjalos que sean felices ahora- me dijo Edward -cómo a Charlie no le guste cuándo sea mayor, vendrán las lamentaciones- todos reímos ante el comentario.

-Pobre pequeño mío- la abuela sacudió la cabeza, en señal de desaprobación -apenas tiene dos meses y ya lo están mareando- fulminó a mi padre con la mirada.

-Todos los Swan hemos sido cazadores... papá lo fue también- le recordó.

-Tu padre no le daba a un jabalí aunque se lo pusieran a cinco metros- resopló la buena mujer.

-¿Es eso cierto?- preguntó Jasper, conteniendo la carcajada.

-Por supuesto que no- contestó al segundo mi padre, cogiendo al niño en brazos.

-Ten cuidado... no es un paquete del supermercado- le regañó la abuela. Mi padre rodó los ojos, suspirando con paciencia.

-Ya lo sé mamá; te recuerdo que he cogido a mi hija en brazos muchas veces y...- la abuela le interrumpió.

-Pues no lo parece... alcornoque- la risotada se escapó de la garganta de mi suegro, que luchaba por mantener la compostura, al igual que el resto de los presentes.

Estuvimos charlando un buen rato, ya que aun faltaba un poco para que la cena estuviera preparada. De repente, sentí un ligero cosquilleo en mi oreja, y una cálida voz susurrándome al oído.

-Ya que tenemos niñeras y niñeros por un largo rato... ¿quieres perderte unos minutos conmigo?- me giré y estudié la sonrisa pícara de mi marido. Asentí levemente con la cabeza, y ambos nos disculpamos.

-Enseguida regresamos- dijo Edward, tomándome de la mano y saliendo a la galería principal de palacio.

-¿A dónde me llevas?- indagué curiosa. Al llegar a la sala de música, cerró la puerta tras nosotros, acercándose a mi y rodeando mi cintura.

-Sólo quería darle un beso de verdad a mi mujer- murmuró contra mis labios -y poder estar unos segundos a solas tú y yo-.

-Me gusta la idea- acorté la distancia que nos separaban enredando mis dedos en su pelo y acercando su cabeza a la mía.

Sus labios recibieron gustosos los míos, besándolos con ternura y cariño. Jamás me cansaría de sentir ese escalofrío que se adueñaba de mi cuerpo cada vez que nuestras bocas se fundían en una sola; era exactamente igual a cómo me sentí cuándo me besó por primera vez... a sólo unos metros de aquí, bajo el atardecer de Londres, con el jardín de palacio cómo mudo testigo de nuestro recién estrenado noviazgo.

Cunado tuvimos que separarnos para tomar aire, Edward juntó su frente con la mía, mirándome embobado. Sus ojos color topacio reflejaban ese amor que siempre me ofrecía, y que yo tomaba gustosa.

-Ha sido un año increíble- me susurró, con la voz un poco quebrada por la emoción -me has dado el mejor regalo que podría recibir- sonreí a la mención de nuestro hijo.

-¿Sabes una cosa?- le pregunté; al ver su mirada expectante, proseguí hablando -tu me diste el mejor regalo hace unos cuantos años... enseñándome que a veces... los cuentos de hadas existen; y no me refiero al hecho de que seas un príncipe de verdad-.

-¿Ah, no?- me preguntó con una sonrisa, estrechándome aún más, si era posible, entre sus brazos.

-Me has dado lo más valioso para cualquier persona... apoyo, cariño... amor; nos hemos casado, hemos sido padres...- me interrumpió con una sonrisa pícara.

-Esa tarea todavía no la hemos terminado- replicó inocentemente; reí divertida, acariciando su mejilla.

-Pues todo eso... nuestra familia, nuestros amigos siempre apoyándonos, los obstáculos y preocupaciones que vendrán en el futuro, nuestros padres apoyándonos... nuestras charlas y discusiones, nuestra complicidad... nuestro amor... ese es mi verdadero cuento de hadas- musité, sonriendo emocionada.

-Y yo haré que se cumpla todos los días; lo prometí hace un año y medio, en la catedral de St. Paul, y lo seguiré haciendo... mi niña-.

Mi niña... todavía suspiraba cómo una tonta cuándo me llamaba así.

-Y yo también lo seguiré haciendo- le respondí -escribiremos cada día una página más de nuestro cuento de hadas... siempre que sigas llamándome mi niña, aunque llegue un día en que esté llena de arrugas y con el pelo lleno de canas- le aclaré con una sonrisa. Rió divertido por mi comentario, juntado de nuevo nuestras fuentes.

-Te lo prometo... mi niña- susurró contra mis labios, para volver a acariciarlos con los suyos.

De nuevo nos envolvió esa burbuja que parecía aislarnos del mundo... un mundo en el que no cabía nadie más... un mundo en el que no éramos los Príncipes de Gales... un mundo en el que simplemente éramos dos personas que se amaban de manera incondicional... y lo harían por siempre.

...

...

...

FIN
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Mensaje por Atal 26/6/2011, 11:08 pm

Capítulo 50: Epílogo

EDWARD PVO

-Este es el último, alteza- Demetri me tendió el último informe; no sabía cuántas veces había estampado mi firma aquella tarde, creo que podría entrar perfectamente en el libro Guinness de los récords. Justo cuándo le pasaba el informe a Demetri, el teléfono de mi despacho sonó; nuestro secretario lo cogió, hablando unos instantes para después colgar.

-Alteza; la princesa pregunta si nos queda mucho- sonreí a la mención de mi esposa -le he dicho que por hoy habíamos terminado- me siguió relatando. Miré el reloj que me regalaron los padres y la abuela de Bella por nuestro compromiso; aunque ya habían pasado casi veinte años, nunca se había separado de mi muñeca desde entonces.

-Terminaré de echar una ojeada a ésto- levanté la carpeta -y ya habré terminado por hoy; puedes retirarte Demetri, son casi las ocho de la tarde- mi secretario me lo agradeció con una sonrisa, recogiendo sus efectos personales y despidiéndose de mi hasta el día siguiente.

-Oh, alteza- se volvió hacia mi desde el marco de la puerta -recuerde que mañana, después del acto en la universidad de Cambridge, tienen una reunión con Maguie y Zafrina- era increíble cómo veinte años después, la mayoría de los empleados seguían trabajando en palacio; Maguie, Zafrina, Sam, Emily... menos Preston, que se jubiló hace unos años, y que ahora disfrutaba de su retiro en su hogar natal.

-Gracias por recordámelo- le agradecí con una sonrisa -buenas noches-.

-Hasta mañana, alteza- me quedé en mi despacho una rato más, intentando ponerme al día y adelantar trabajo para el fin de semana, hasta que mi móvil interrumpió la tarea.

-Dime Alice- la siempre cantarina voz de mi hermana llegó a mi tímpanos, casi perforándolos.

-¡Hermanito!- saludó alborozada -¿cómo estáis?-.

-Muy bien Alice, agotados- le confesé, apoyándome en el respaldo de la silla -mañana tenemos un compromiso en la universidad de Cambridge, y el lunes Bella y yo cogemos un avión hacia Quatar- le conté.

-Cierto; espero me traigas algo de por allí- dejó caer, de seguro sonriendo maliciosa.

-Todavía estoy esperando mi regalo de tu último viaje oficial- le respondí, mordaz.

-Vale vale- se dio por vencida -¿cómo está Bella?-.

-Bien, aunque agotada- le conté -esta semana ha sido muy ajetreada-.

-¿Y mis sobrinos?-.

-Estudiando- me encogí de hombros -al menos, eso nos dicen a su madre y a mi- rodé los ojos, pero esbozando una sonrisa, acordándome de mis hijos.

-Ya sabes, la adolescencia es un periodo difícil- rió mientras me decía.

-Gracias por tu advertencia, ya me he dado cuenta- rezongué- ¿Jasper está bien?, ¿y Elizabeth y Mary?- mi hermana y Jasper se casaron tres años después de nosotros, y eran padres de dos niñas de catorce y doce años. Desde entonces vivían en Norfolk Park, Jasper dedicado a su profesión de arquitecto y cumpliendo ambos con su trabajo dentro de la Familia real.

-Todos bien; Jasper tiene mucho trabajo; y las niñas estudiando- le relató -hablando de las niñas, Mary me reclama con el libro de historia en la mano- Edward rió, imaginando a mi pequeña sobrina resoplando, con el libro entre las manos y esperando a que su madre la ayudara.

-Está bien Alice- le dije -dale recuerdos a Jasper y un beso a las niñas-.

-Y tú a Bella y a los chicos- me devolvió -por cierto, ¿sabes algo de papá y mamá?-.

-El viaje va bien, ayer hablé con ellos- le expliqué -si todo va bien, regresarán el próximo jueves- mis padres estaban de visita oficial en México y otros países centroamericanos; y aunque pasaban los años, seguían tan activos cómo en sus años de juventud.

-Está bien- se dio por satisfecha mi hermana -el próximo fin de semana iremos a comer allí- me recordó. Después de unos minutos despidiéndonos, se cortó la comunicación; no me había dado cuenta de que mi esposa estaba en la puerta, mirándome con una sonrisa.

-Hola- se acercó a mi posición -no quería interrumpirte- me levanté para quedar a su altura, y automáticamente, ella envolvió mi cuello con sus brazos, abrazándome con fuerza y enterrando su carita en mi cuello, costumbre que a pesar de los años, nunca cambiaba.

-Hola mi niña- le susurré de vuelta, dejando un pequeño beso en el lóbulo de su oreja. Mi mujer no dijo nada, simplemente acercó su boca a la mía, dejando un pequeño beso. Iba a apartarse después de aquel pequeño contacto, pero no la dejé, y rápidamente nuestras bocas se unieron en una sola, sentí cómo Bella se estremecía, a la vez que un gemido suyo murió en mi garganta. No sé los minutos que permanecimos así, hasta que lentamente fui deshaciendo el beso, pero sin dejar de acariciar en ningún momento su boca con suaves y pequeños toques.

-Me vas a ahogar- rió divertida entre mis besos.

-Has estado fuera todo el día, y te he echado de menos- le expliqué con un gracioso mohín.

Ella rió suavemente, juntando su frente con la mía. -yo también- dijo en un suspiro -el acto en el Instituto de Lengua y Literatura se me ha hecho eterno-.

-¿Cómo ha ido?- le interrogué, agarrando su pequeña cintura con las manos. Después de haber pasado dos embarazos, apenas se notaba el paso de ellos por su cuerpo. Seguía estando muy delgada, y aunque alrededor de sus ojos se empezaban a formar unas pequeñas arrugitas, seguía siendo la misma Bella que conocí en la universidad.

-Te lo cuento por el camino- me ofreció – la señora Hiddick y Mariane ya han preparado la cena- me informó.

La señora Hiddick y Mariane eran las dos personas que se encargaban de nuestros hijos cuándo nosotros no estábamos, y las que estaban con ellos hasta que nosotros regresábamos. La señora Hiddick llevaba dieciocho años con nosotros, desde que nació Charlie, y Mariane se unió tres años después.

Agarrados por la cintura, nos dirigimos hacia nuestro comedor. Allí nos esperaban Mariane y la señora Hiddick, que después de ponernos al día con lo que habían hecho nuestros hijos, se despidieron hasta mañana. Nada más salir ella por la puerta, Bella se dirigió a la cocina, echando un último vistazo a lo que había en el horno. Dejé la chaqueta en el sofá me adentré allí, acercándome a ella y rodeándole con mis brazos.

-¿Qué tenemos de cena?- interrogué, mirando por encima de su hombro.

-Ensalada y pescado- me informó; aunque Mariane cocinaba muy bien, prefería mil veces la comida que hacía Bella; cuándo nuestras obligaciones nos lo permitían, no permitíamos que el servicio anduviera por allí. Nos gustaba ocuparnos de nuestra casa y de nuestros hijos.

-¿El sábado cocinarás tú?- le pregunté con una sonrisa inocente -podrías hacer ese pollo relleno que tanto me gusta-.

-Me lo pensaré- respondió, dándose la vuelta y quedando frente a mi- pero tendrás que convencerme- la visión de sus sonrojadas mejillas mientras decía esas palabras, unido a su típico e involuntario gesto de mordiese el labio inferior, era superior a mis fuerzas.

-Creo que podré convencerte... dentro de un rato- le susurré con voz baja y ronca; justo cuándo nuestras bocas iban a juntarse de nuevo, una voz muy parecida a la mía nos hizo separarnos de repente.

-El tío Jasper y el tío Emmet, tiene razón, parece que estáis pegados con pegamento- ahogué una carcajada, mientras Bella observaba con una ceja arqueada a nuestro hijo, que se acercaba a nosotros riéndose sin disimulo.

-Hola papá, mamá- levantó en brazos a Bella, dándole un gran abrazo. Charlie era casi tan alto cómo yo, de modo que Bella parecía perderse en sus brazos. Su facciones eran iguales a las mías, al igual que los ojos... hasta el rebelde pelo ensortijado.

-Hola hijo- saludé, palmeándole el hombro una vez que liberó a su madre, no sin antes de que ésta le diera un beso en la mejilla -¿qué tal el colegio?-.

-Cómo siempre- se encogió de hombros -tengo ganas de acabar- refunfuñó, cogiendo una galleta del armario.

-Dentro de tres meses te graduas- le recordó mi mujer.

-Y después del verano, a la academia militar- exclamó contento; miré a Bella, que contuvo una mueca de preocupación. Cómo futuro Príncipe de Gales y heredero, debía iniciar la formación militar en una academia, al igual que yo hice. Charlie estaba mas que entusiasmado con la idea, y si no fuera en un futuro, el próximo Príncipe de Gales, estábamos seguros de que a eso dedicaría su vida. Bella lo llevaba un poco mal, cómo era lógico; cómo le había ocurrido a mi madre, no podía evitar preocuparse.

-Tranquila- la reconforté en un susurro, cuándo Charlie salió hacia el comedor- ella dio un largo suspiro, pero apareció una pequeña sonrisa en su cara.

-¡Papá!- dos vocecitas a coro hicieron que me diera la vuelta; mis hijas Renne y Catherine corrieron hacia mi, todavía con el uniforme del colegio. Las abracé a cada una con un brazo, mientras la saludaba.

-¿Cómo están mis pequeñas?- ellas me miraron con el ceño fruncido y una mirada desaprobatoria.

-Tus pequeñas tienen ya quince años, papá... casi dieciseís- me aclaró Renne, ante la divertida mirada de Bella.

-Ya sabéis que vuestro padre todavía no se hace a la idea- se acercó a ellas, besando a ambas y saludándolas.

Dado que el embarazo de Charlie no fue para nada tranquilo, esperamos un tiempo para darle un hermanito o hermanita a Charlie. El resultado de aquello fueron dos gemelas idénticas a su madre. Renne tenía el mismo cabello castaño que Bella y Charlie, y era muy tímida, herencia de mi mujer. La llamamos así en honor a la madre de Bella. Catherine era un poco más rubia. Sus facciones eran exactas, iguales a las de su madre, y era mucho más extrovertida que su hermana... y las dos con los ojos color chocolate.

El día que el doctor Kulman nos anunció que eran dos, y además, dos niñas, no podía estar más feliz; tendría a dos pequeñas princesitas, que encima, resultaron ser dos mini Bellas.

-A la mesa- ordenó mi esposa, portando el bol con la ensalada. Una vez sentados, la divertida conversación entre nuestros hijos ocupó la mayor parte de la cena.

-El sábado vamos al cumpleaños de Chelsea- nos recordó Renne.

-Nos acordamos- le devolvió por respuesta mi mujer -recordad que Quil y Embry os acompañarán- las advirtió. Ellas rodaron los ojos, suspirando con paciencia.

-Tengo unas ganas terribles de que llegue el verano, y marcharnos a Forks- protestó Catherine -allí tenemos más libertad-.

-Ya sabéis que no podéis salir sin seguridad- les advirtió Bella.

-Inconvenientes de nacer príncipes de Gran Bretaña- protestó Catherine.

-Y con tratamiento de alteza real- apostillo Charlie entre risas -yo también voy a la fiesta; Nathan me ha invitado- miró a Renne con una sonrisa malévola.

Nathan era el hermano de Chelsea; era el mejor amigo de mi hijo... y el chico por el que suspiraba mi pequeña. Tenía diecisiete años, y era alto y fuerte, con el pelo moreno, los ojos azules y los mismos gestos que Emmet... su padre.

Natahn y Chelsea eran los hijos de Rosalie y Emmet; Chelsea y mis hijas eran muy amigas, al igual que su hermano y Charlie. Mentalmente rodé los ojos... mis princesitas eran muy pequeñas para andar con líos de chicos; aunque Emmet y Rose eran nuestros mejores amigos, y obviamente quería mucho a Nathan, no en vano Bella y yo éramos sus padrinos, no me gustaba ese tonteo que ambos se traían. Iba a replicar, hasta que mi mujer me interrumpió.

-Edward- me advirtió Bella, señalando a Renne con la cabeza; fulminaba a su hermano con la mirada, ante las risas de Catherine, que aligeró el ambiente cambiando de tema. Después de cenar, Bella carraspeó, llamando la atención de nuestros hijos.

-¿A quién le toca recoger y poner el lavavajillas?- nuestro hijo se levantó, de repente, con demasiada prisa.

-Tengo que terminar un trabajo- se excusó, pero la voz de su hermana interrumpió su camino.

-Esta semana le tocaba a Charlie- miró a su hermano con una sonrisa inocente y cándida.

-Pero mamá...- se quejó.

-Charlie, las reglas son las reglas, y te toca recoger- le habló seria mi mujer, arqueando una ceja. Me reí mientras mi hijo iba y venía de la cocina; por suerte, Catherine se apiadó de su hermano, y se levantó para ayudarle. Renne se acomodó en el salón, encendiendo la tele, y Bella y yo nos quedamos en la mesa, tomando el café.

-Nathan por aquí, Nathan por allá- siseé entre dientes... pero Bella me dio un pequeño golpe en el brazo.

-Edward, tienen casi dieciséis años- me recordó -es normal que les gusten los chicos-.

-Ya lo sé- suspiré -pero es que parece que fue ayer cuándo nacieron- medité en voz alta, recordando aquellos años -además, cómo dice tu padre, lo que me faltaba... tener a Emmet de consuegro- rodé los ojos. Mi mujer rió divertida, levantándose y rodeando mis hombros.

-Siempre serán tus niñas- me explicó -pero están creciendo Edward; Charlie, Catherine y Renne se hacen mayores- suspiró ella también, con melancolía.

-Ya lo sé- le di la razón -pero no puedo evitarlo; ahora comprendo a tu padre cuándo empezamos a salir-.

-Y eso que tú tenías aliados- me explicó -Sue, la abuela...- la cara de mi mujer esbozó una sonrisa de tristeza, al recordar a la abuela Swan, que falleció cuándo las niñas tenían cuatro años. Iba a responderle, pero unos gritos en el salón hicieron que nuestra vista volara a la puerta.

-Esta noche dan una peli buenísima, y quiero verla- protestaba Charlie.

-No te lo crees ni tú- le contestó Renne en voz alta -queremos ver el concierto, vete a tu cuarto y las ves allí-.

-Mi tele está estropeada, iros vosotras- le contestó su hermano -además, para ver a cinco tíos cantando cusiladas...- los gritos y protestas de sus hermanas resonaron por medio palacio.

-Santo dios, dame paciencia- murmuré, mirando a mi mujer.

-Vamos, antes de que hagan volar el mando y aterrice en la pantalla- reprimí una risa ante el comentario de mi mujer, encaminándonos ambos hacia el salón, para poder poner un poco de paz en esta familia de locos.
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Mensaje por Karnnlizz 27/6/2011, 4:04 pm

Wowwwwww simplemente el final perfecto para un fic tan maravilloso!!!!!!!!!!! Ame cada capitulo y cada obstaculo que tenían que enfrentar hacia que me enamorara mas de la historia!!!! Me encanto, estoy tan feliz por el fin tan lindo pero triste por la abuela Swan :( aun asi me declaro fan del fic y espero seguirte viendo en algun otro tan maravilloso como este. Estoy enamorada mas de mi principe azul Edward Cullen, lo amo!!!! Gracias por compartir esta historia de hadas :D
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