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Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
yo tambien aceptaria todo lo que me dijeran con tal de estar con el ..........y me da igual que sea un principe ..................me ha encantado Esme y Carlisle el dever es el dever pero eso no implica que no puedas casrte por amor .....
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 10: Besos furtivos.
EDWARD PVO
Hacía apenas un mes que las clases habían empezado... y casi dos meses desde que Bella estaba en mi vida, y me sentía feliz. Cada día iba descubriendo un poquito de las manías y los gustos de mi novia, al igual que ella los míos.
Estábamos a principios de noviembre y tuve que viajar, junto con mi padre a Estrasburgo, a una de las sesiones extraordinarias del Parlamento Europeo. También se celebraban unas jornadas sobre economía de recuperación en países desarrollados, en la misma ciudad, por lo que nos fuimos el domingo por la noche, quedando fijado el regreso para el viernes por la tarde. No me hizo ninguna gracia despedirme de mi niña... pero no me quedaba más remedio; era el primer viaje que hacía desde que estábamos juntos... y en un mes y medio ella regresaba a Forks para pasar las navidades con su padre y Sue.
Se despidió de mi intentando poner buena cara... pero la tristeza de sus ojos no la pudo disimular. Le prometí que la llamaría todos los días, y ella esbozó una sonrisa, diciéndome que estuviese tranquilo, que era algo a lo que se tenía que acostumbrar y que estaría en palacio esperándome el viernes. Le pedí por favor a Jasper y Emmet que la cuidaran en silencio. Desde que ella estaba conmigo era vigilada, sin ella saberlo, por Emmet, que cuidaba de ella y de Rosalie.
Ellos dos se habían acercado mucho estos meses; si yo iba a casa de Bella después de las clases él, obviamente, iba conmigo. Aunque había días que ellos dos se iban a dar una vuelta... y de paso dejarnos intimidad a nosotros dos. Los fines de semana apenas salía de palacio, por lo que Emmet no trabajaba y se podía dedicar a la conquista de su rubia despampanante, cómo el decía.
Mañana por la tarde regresábamos a Londres. Me despedí de mi padre, y me retiré a mi habitación. Me di una ducha para relajarme y despejarme, ya que la cena fue un auténtico aburrimiento, con el embajador de Inglaterra en Francia y su señora.
La cena fue en un salón privado del hotel; y la buena señora no dejaba de contar anécdotas acerca de sus seis nietos, que la debían de llevar loca perdida.
Me tiré en la cama en cuánto me puse el pijama, y llamé a mi niña, que respondió al primer tono.
-Hola pequeño- me saludó, había tomado la costumbre de llamarme así.
-Hola cariño, ¿cómo está la chica más guapa de Londres?- le pregunté para picarla un poco, ya que seguro se pondría más roja que un tomate. Su risa dejaba entrever sus nervios y vergüenza por el piropo, se lo dijera a la cara o por teléfono.
-Ahora que te escucho muy bien; pensé que ya no me llamarías, cómo me dijiste que tenías la cena con el embajador creí que terminarías mas tarde- me dijo a modo de pregunta.
-Bueno... digamos que en cuánto he tomado el postre me he escaqueado- le respondí mientras buscaba el mando de la televisión.
-¿Muy aburrida?- interrogó interesada.
-Cuándo conozcas a nuestros embajadores en Francia lo entenderás; me sé las travesuras de los nietos de la señora McFarley de memoria- repliqué.
-Mummm... no sé si quiero conocerla- respondió divertida, para después guardar silencio.
-¿Qué piensas?- le interrogué preocupado.
-Te echo de menos... las clases sin ti se me han echo muy cuesta arriba- dijo en un suspiro.
-Y a mi también se me ha hecho la semana larga cariño... pero a partir de mañana prometo compensarte; todo el fin de semana para mi niña... y sabes que, en principio, ya no tengo más viajes hasta después de Navidades- le conté con una sonrisa, intentando animarla.
-Ya lo sé, no te preocupes por eso... además te he visto en las noticias, estás muy guapo con traje- me susurró algo insinuante.
¿Ah, si?- le repliqué en el mismo tono.
-Si... por algo eres, según una encuesta de The Sun, el príncipe más atractivo de Europa- replicó divertida, mientras yo rodaba mis ojos.
-Quién tiene que decidir y opinar sobre eso eres tú- acoté en aclaración.
-Te daré mi opinión en persona- respondió inmediatamente, y no pude más que esbozar una sonrisa un poco... traviesa.
-¿Me contarás algo de las conferencias de economía?; hoy hemos hablado acerca de eso en clase de Análisis financiero con el señor Litterman- me preguntó, cambiando de tema.
-Claro que sí, te pondré al corriente de cómo va la recuperación económica mundial- respondí cómo un niño bueno, y también cambié de tema -¿cómo está Rose?-.
-Creo que está en su habitación, tiene planes con cierto chico que conoces muy bien para este fin de semana. Mañana después de las clases nos vamos con Alice de compras, después iremos directamente a tu casa- me explicó.
-Bien, pero dile a Alice que no os vuelva locas... llegaremos a la hora de cenar, más o menos- le recordé.
-Estaré esperándote... por cierto, ¿quiénes son Garret y Kate Cullen?- me preguntó curiosa.
-Es el hijo de Lord Archibald; era un primo de mi padre que falleció hace algunos años. Para mi padre era lo más parecido a un hermano, ya que es hijo único. Garret y Kate se fueron a vivir a París cuándo se casaron hace unos años... ¿por qué lo preguntas?- interrogué sin entender.
-Alice me dijo que han venido de visita, y están en tu casa. Creo que se van el sábado por la mañana temprano; le dije que si había algún problema Rose y yo podíamos quedarnos en casa hasta ese día- me contó... vaya por dios, que oportunos.
-No cariño, quiero verte y no voy a esperar hasta el sábado- murmuré.
-Me dijo que no había ningún problema, y a mi no me importa fingir durante la cena que sólo soy amiga de Alice- me dijo con comprensión.
-No te preocupes, en cuánto acabe la cena te raptaré con alguna excusa- contraataqué divertido.
-Espero que lo hagas pequeño- contestó simplemente.
-Bueno cariño- le dije mirando el reloj- es tarde, y quiero que descanses, mañana nos vemos- me despedí.
-Buenas noches mi amor... te quiero- me susurró.
-Y yo a ti, hasta mañana- me terminé de despedir, para después colgar el teléfono con una tonta sonrisa de enamorado.
El día siguiente, antes de nuestra vuelta, pasó sin grandes complicaciones. Los últimos actos cumplieron el horario previsto, y por fin embarcamos rumbo a casa. Nada más entrar en el avión, me aflojé el nudo de la corbata en un acto reflejo, al igual que mi padre. Por fin, después de casi tres horas de viaje, llegamos a casa. Lo primero que hice fue ir a saludar a mi madre; estaba en el salón con Garret y Kate. Antes de acercarme a ellos le pregunté disimuladamente por Bella, y por lo que me dijo no habían llegado todavía.
Mi padre se unió a nosotros; estuve un poco con ellos, comentado las impresiones del viaje y a quién habíamos visto por allí, mientras que Garret y Kate nos explicaron que mañana partían hacia París, después de haber pasado unos días en Escocia con la familia de ella.
Al acercarse la hora de la cena me disculpé, para ir a cambiarme. Después de desenterrar del armario mis vaqueros y mis inseparables converse negras, me dirigí al comedor... y una suave risa, tímida, cómo el tintineo de un hada, llegó a mis oídos. Mi corazón aceleró de impaciencia por tenerla enfrente mío. Me quedé en el marco de la puerta, mientras Emmet y Jasper me saludaban. Emmet no había venido a Estrasburgo, ya que tuvo una reunión con el jefe se seguridad. Le había echado de menos, ya que Nick y Morris, los escoltas que acompañan a mi padre, eran más aburridos que una marmota.
-¿Todo bien por aquí?- interrogué.
-Todo en orden... la princesa está sin un sólo rasguño, cómo puedes comprobar- me susurró Emmet, mientras Jasper y yo rodábamos los ojos.
-Emmet...- le advertí, para que se percatara de que no estábamos solos. Aunque Garret y Kate eran familia, cuánta menos gente lo supiera de momento, mejor.
-Si, si... discreción- contestó cansino, mientras se apartaba y se ponía junto a Rosalie, a quién saludé con dos besos, al igual que a mi alocada hermana.
Me giré hacia Bella, que me miraba fijamente, aunque con disimulo, con una leve sonrisa... y un leve rubor en las mejillas.
Se acercó a mi, mientras me saludaba.
-Hola Edward, ¿qué tal tu viaje?- me preguntó; si hubiera podido, me la hubiera comido a besos ahí mismo.
-Hola Bella, bien, cómo todos los viajes- encogí los hombros en un gesto despreocupado. Me incliné para darle dos besos. Pero en esos escasos segundos, pude susurrarle muy muy bajito, antes de besar su segunda mejilla -Hola mi vida-.
Ella tímidamente apoyó su manita en uno de mis brazos, mientras que el transcurso de los besos, mi mano rozó ligeramente su cintura. Esa corriente eléctrica invadió el espacio que había entre nosotros. La sonreía de vuelta mientras nos sentábamos a la mesa. La tenía justo enfrente mío, lo que me venía de perlas para poder mirarla.
La cena transcurrió rápida y animada. Garret y Kate se comportaron de forma muy amable con Bella y Rosalie, preguntándoles sobre su vida aquí y en América. Cuándo la tocaba hablar a ella, mi vista se clavaba inconscientemente en sus ojos. Una vez terminó la cena, mis padres se excusaron, ya que mañana tenían un compromiso en Liverpool y debían madrugar; nosotros nos dirigimos al salón, y yo rezaba para mis adentros que mis primos se marcharan a la cama pronto. Al de un rato, Emmet se despidió... y yo también.
-Si me disculpáis, me voy a la cama, estoy agotado del viaje- me despedí de Garret y su mujer, que tomaban muy temprano el avión, y salí de allí. Antes de salir de la sala, le hice un guiño a Bella, con disimulo, y ésta asintió imperceptiblemente, sabiendo a lo que me refería.
Me fui a mi dormitorio y me puse el pijama. Al de una media hora, la puerta se abrió y allí estaba mi niña, también en pijama. Cerró con cuidado y puso el cerrojo; le abrí los brazos con una sonrisa tierna en mi cara, y corrió hacia mi.
Atrapé su pequeña cintura, mientras que su carita se enterraba en mi pecho. Suspiré contra su pelo, dejando pequeños besos en él. La levanté para abrazarla más fuerte, mientras sus manos iban directas a mi pelo. Nos quedamos en esa posición unos minutos, en silencio y disfrutando de nuestro contacto. Su carita se acomodó en el hueco de mi cuello, y su aliento me hizo cosquillas cuándo ella habló.
-Te he echado de menos-.
-Y yo a ti cariño, se me ha hecho eterno- le contesté, mientras ella levantaba la cabeza para mirarme y decirme- bienvenido a casa-.
No pude hacer otra cosa que besarla, había extrañado mucho sus dulces besos esa semana. Capturé sus labios con ansias, que ella correspondió también. Su lengua rozó mis dientes, y yo le permití el paso. Nuestras lenguas iniciaron un baile tierno y a la vez ardiente. Una de mis manos se posó en su nuca, pegándola más a mi, si era posible. Besarla era adictivo; mis labios acariciaban los suyos con anhelo... cada día se me hacía más difícil vivir sin sus besos.
Una vez nuestros pies volvieron a la tierra, la tomé de la mano para guiarla hasta mi cama. Apoyé mi espalda en el cabecero, y ella se aovilló entre mis piernas, con su rostro de mármol apoyado en mi pecho. Sus manos descansaban en su regazo, jugueteando con mis dedos. Aspiré de nuevo su particular aroma de frutas, mientras empezábamos a conversar.
-Bien, cuéntame... ¿qué tal las clases?-.
-Bueno, de todo un poco... por cierto, tienes un montón de apuntes para pasar la limpio... y tenemos que hacer un ensayo sobre el amparo en materia fiscal, para la asignatura de derecho procesal - me ordenó divertida. No pude menos que dejar escapar una leve risita.
-Está bien mamá, te prometo que haré los deberes- repliqué cual niño bueno. Ella me miró, negando con la cabeza y con una sonrisa divertida.
No pude resistirme a enterrar mis labios en su cuello; sabía que le volvía loca que besara esa parte de su anatomía. Pude sentir cómo se aceleraba el pulso en su yugular, mientras que sus manos se movían hasta la parte de atrás de mi cabeza. Pude notar que apartaba su cuello; levanté la cabeza enojado, pero ella atacó mi mentón, dándole sensuales y pequeños besos, hasta llegar de nuevo a mis labios.
Sus pequeños y dulces besos, aunque inocentes y tiernos, provocaban que partes de mi cuerpo, hasta ahora dormidas en mi, reaccionaran. No pude evitar invadir su boca con mi lengua, y el beso se volvió más apasionado. Con un ligero movimiento, dado su mínimo peso, la puse a horcajadas sobre mí. Mis manos se afianzaron en su espalda, apretándola contra mi cuerpo. Pude sentir el calor que su cuerpo emanaba, y al darme cuenta de su dificultosa respiración, muy a mi pesar, la liberé para que respirara, mientras ella me miraba con el ceño fruncido.
-Un día me dará un paro cardíaco- musitó, todavía roja.
-Bueno... si yo soy el causante de eso, debería sentirme halagado- balbuceé mientras me acercaba de nuevo a su boca. Ella correspondió de nuevo al beso, para separarse al de unos pocos segundos.
-Un día nos pillarán- murmuró.
-¿No has echado el cerrojo?- ella asintió- entonces tranquila, no pasa nada- me volví a posicionar para besarla, pero ella apartó la cara, mirándome.
-¿Y si hay una puerta secreta, camuflada en la pared?- saltó de repente.
No pude menos que echarme a reír, mientras ella se colocaba de nuevo entre mis piernas, acurrucada contra mi pecho. La besé suavemente en el pelo, mientras ella siguió con su teoría.
-En todos las películas que he visto en los castillos y palacios hay puertas secretas y pasadizos que comunican habitaciones- me explicó.
-Ya, y aquí también hay; se les llama puertas de servicio o privadas... pero lamento informarte que en mi habitación no hay ninguna- le expliqué divertido, mientras le retiraba un mechón de pelo de sus ojos.
Se quedó meditando, para después volver a preguntarme.
-¿Y para qué se utilizaban?-.
-Pues... normalmente eran de uso privado para los reyes y el personal de confianza... y para ir a las habitaciones de las amantes- le expliqué, esperando su reacción. Ella me miró fijamente, para después asentir.
-Menos mal que hoy en día no se usan- replicó con una sonrisa traviesa, para seguirla yo, riéndome.
-No...- me acerqué a su oído- pero me encantaría tener una puerta así que diera directamente a tu cuarto- le susurré seductoramente.
-¿Para ver a tu amante?- replicó, arqueando las cejas.
-Es que resulta que mi amante y mi novia son la misma persona- aclaré en broma. Ella rodó los ojos, sonriendo satisfecha.
-Todavía no hemos llegado a ese punto- añadió coqueta.
-Y llegaremos cariño... cuándo tú quieras... y tengamos un poco de intimidad- le respondí. Por dios, era humano, y estaba deseando tener relaciones a ese nivel de intimidad con ella; pero ella era virgen, al igual que yo, y quería que ella se sintiera cómoda y preparada.
Ella asintió, mientras sonreía levemente; continué con ella en mis brazos hasta que se quedó dormida. La tumbé en mi cama y la arropé, no quería moverla. Iba a marcharme a su habitación para dormir, pero ella enseguida notó mi ausencia, ya que la oí murmurar.
-No te vayas- dijo extendiendo su mano hacia mi, cogiéndome del brazo.
-¿Estas segura?, a mi no me importa- le dije, aunque me moría de ganas de dormir a su lado.
Ella asintió, mientras yo me metía con ella a la cama y nos tapaba. Se dio la vuelta y se acurrucó contra mi, con su carita en el hueco de mi cuello y uno de sus brazos alrededor de mi cintura. Pude sentir su respiración pausada al de unos pocos minutos. La observé unos momentos mientras dormía, acaricié la suave piel de sus párpados con la yema de mis dedos. Ella al notar contacto, arrugó la nariz en un gracioso gesto, mientras se movía ligeramente. Le di un pequeño beso en la frente, para rodearla con mis brazos y caer en un profundo sueño.
El fin de semana pasó sin mayores novedades, y junto a ella. Dimos varios paseos por el jardín, era agradable poder salir al aire libre con ella, abrazados o de la mano; apenas estuvimos con los chicos, ya que no nos habíamos visto en toda la semana. Le expliqué los actos y las conferencias a las que asistí en Estrasburgo. Ella me escuchaba con atención, haciéndome montones de preguntas, a las que yo respondía encantado. También conversaba mucho con mi madre, que la iba explicando poco a poco el protocolo y las costumbres de palacio.
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Sin apenas darme cuenta llegó diciembre, y con ello llegaban las temidas navidades. Ahora la que viajaba era ella; era lógico y normal, tenía que ir a ver a su padre y a Sue; además dijo que les iba a contar sobre nuestra relación, ya que prefirió esperar para decírselo en persona.
Ese viernes llegué a clase temprano, y me senté en nuestro sitio habitual, esperando a que llegara. Entró justo antes de que el señor Delamore cerrara la puerta. La miré divertido, mientras la saludaba.
-Buenos días dormilona-.
-Buenos días- dijo ella jadeante por la carrera.
-¿Rose se ha vuelto a dormir?- pregunté interesado, mientras sacábamos los libros.
-Peor que eso... adivina a quién me he encontrado haciendo el café esta mañana- me cuchicheó. No podía ser...
-¿Emmet?- pregunté arqueando una ceja. Ella asintió, para después proseguir.
-En calzoncillos- añadió escuetamente, rodando los ojos.
Tuve que reprimir la risotada que se quería escapar de mi garganta. Una vez me repuse, me giré a mi novia, para seguir comentando la exclusiva.
-Ayer me dijo que se iba a tomar algo, mira lo que tenía entre manos- murmuré bajito, para que nadie nos oyera.
Ella rió por mi comentario, mientras me hacía un gesto para que atendiera a la clase. Disimuladamente y por debajo de la mesa llevé mi mano a su pierna; ella me miró cómplice, mientras su mano se unía a la mía y se entrelazaban nuestros dedos. La mañana pasó como de costumbre, y por fin el timbre de la última clase sonó.
Me despedí de ella sólo durante unos minutos, ya que comíamos los seis en casa de Bella y Rose.
Ellas dos se iban en el coche de Japer, y Emmet y yo en el mío. Nada más montarme empecé mi ataque.
-¿Así qué... dormiste bien ayer?- pregunté con una sonrisa malévola.
-Si... ¿por qué lo preguntas?- dijo distraído y concentrado en la carretera.
-Por nada, es que esta mañana ya estabas esperándome en el coche- comenté cómo si tal cosa.
-Ah, eso... es que me he levantado...- no lo dejé continuar.
-Em, Bella me lo ha contado-. Al ver su silencio, seguí.
-¿Pensabas que mi novia no me iba a contar el notición?-.
-No hay quién tenga intimidad...- bufó molesto, y no pude hacer otra cosa que reírme.
-Me alegro Em... y ya era hora- le felicité, dándole un codazo.
-Habló el que tardó un año en declararse a una chica- me la devolvió con una gran sonrisa malévola. Los dos reímos, hasta que el volvió a hablar.
-Rose me gusta mucho... no es como Lauren o todas esas chicas con las que salido; ella es especial- dijo serio.
-Espero que todo vaya muy bien entre vosotros- le deseé de corazón.
Seguimos la animada charla hasta la casa de nuestras novias. Vimos el coche de Jasper aparcado dos calles más abajo. Emmet bajó primero, mirando que no hubiera mucho transeúnte. Me hizo una seña para que bajara; con la capucha de mi sudadera por encima de la cabeza, como solía hacer siempre, llegamos al portal.
Nada más abrir la puerta de su casa, Bella se tiró a mis brazos. La levanté del suelo mientras la besaba. Verla tantas horas y no poderla ni tocar se me hacía insoportable. Al de un pequeño rato, un carraspeo nos hizo volver al mundo real.
-¿Podríais dejar las intimidades para más tarde?; me muero de hambre- protestó Emmet con los brazos en jarras.
Le miré mosqueado, y mi niña habló.
-¿Por qué no te sirves lo que quieras?; además, ya conoces dónde están las cosas- sonreía inocente y pícara mientras lo decía. Pude escuchar un ¡Oh!, por parte de mi hermana, y una risotada de Jasper. Rosalie se quedó blanca de la impresión.
-Vale, vale...lo confieso; esta bella señorita -empezó a decir, abrazando a Rose por los hombros- es mi novia-.
Alice se puso a aplaudir mientras le daba un abrazo a la pobre Rose, que seguía mortificada. Bella habló, para explicar la situación.
-Rosalie, no pasa nada... y no me hubiera enterado si no fuera porque esta mañana me he levantado temprano y me he encontrado al señor preparando el café- relató al resto.
-¿Así que le viste?- preguntó Rose, sonrojada de vergüenza.
-Por eso me he enterado; si es por ti no nos cuentas nada- aclaró divertida.
-¿Así que por eso no has desayunado en casa, eh picarón?- le pinchó Jasper mientras reía, y se volteó hacia Bella ¿qué calzoncillos llevaba, los de Superman o los de Spiderman?-. Al escuchar esa pregunta casi nos morimos de la risa, incluida Rosalie, mientras el nos miraba incrédulo y rojo como un tomate.
-Los de Superman- confirmó entre risas.
Una vez se nos pasó el ataque de risa nos dispusimos a comer. Después esperaba poder estar un rato a solas con mi novia. Una vez terminamos, a mi hermana le vino la inspiración divina. Bella estaba sentada encima mío en un lado del sofá, y en el otro lado Emmet y Rose en la misma postura. Mi hermana estaba entre las piernas de Jasper, en el suelo rodeados de cojines. Literalmente pegó un salto.
-Tengo una idea- exclamó cual descubrimiento científico.
Bella me miró con terror, mientras que Rose gemía débilmente.
-¿De qué se trata?- pregunté escéptico, mientras jugaba con un mechón del cabello de mi novia.
-Bella, Rose... ¿os importaría volver antes a Londres... para pasar el fin de año los seis solos?- preguntó con misterio.
Los cinco giramos nuestras cabezas, de repente muy interesados por la situación... por una vez, sería interesante escuchar a la pequeña duende.
Capítulo 11: Norfolk Park
Llevaba tres meses viviendo mi particular sueño. Edward y yo seguíamos juntos en prácticamente todas las clases; a nadie le extrañó que nos sentáramos juntos, dado que éramos los mismos compañeros del curso anterior. Las cosas entre nosotros iban muy bien... aunque cuándo se ausentaba por actos y viajes le echaba mucho de menos. Siempre que podía, el venía a mi apartamento, muy discretamente, después de las clases, o yo iba a palacio. Los fines de semana los solía pasar allí; en ese inmenso caserón podíamos ser libres y pasear de la mano o abrazados libremente, sin miradas indiscretas... incluso teníamos un rincón secreto en los jardines.
Cada vez que se iba me llamaba todos los días, aunque sólo fuera un segundo. Me contaba cómo le iba en cada viaje que hacía... y siempre me relataba sus impresiones, tanto de los actos a los que asistía cómo de los viajes. Le escuchaba atentamente, poniendo atención, y por qué no decirlo, intentado aprender el oficio. Me explicaba todo con mucho cariño y paciencia, incluso a veces me pedía consejo.
Llevaba en Forks unos cuántos días, pasando las vacaciones de Navidad. Hacía más de dos semanas que no le veía... y no podía más, lo añoraba muchísimo. Las clases no empezaban hasta el 4 de enero, pero yo volvía mañana, día 30; la razón, íbamos a pasar la Nochevieja con nuestros amigos. Jasper tenía en Nottingham, a una hora y media de Londres, la mansión familiar, Norfolk Park, heredada de sus padres. Era la típica mansión inglesa que describen en sus libros Emily Brönte o Jane Austen, que no tiene nada que envidiar a los palacios... y en dónde las medidas de seguridad eran extremas.
Me moría por verle, y de avanzar algo en nuestra relación. Ninguno tenía experiencia previa... pero últimamente, cada vez que los besos y la caricias se hacían más íntimas, una extraña sensación se apoderaba de mi bajo vientre... y notaba que el pequeño principito se hacía más grande. Era la última noche con mi familia, antes de volver a verles hasta las vacaciones de Pascua; ellos irían a Londres, ya que Esme habló personalmente con Sue para invitarles esa semana a Windsor. En mi cara se formó una sonrisa, recordando el día que le dije a mi padre que tenía novio.
Flash- back
Días después de que pasara el día de Navidad, decidí que era hora de hablar con mi padre y Sue y explicarles la situación. Había hablado con Edward un rato antes, y ya me notaba nerviosa por tener que tener esa charla con ellos. Me dio ánimos y me recordó llamarle nada más habérselo dicho.
Después de preparar la cena con Sue en la cocina, nos sentamos a cenar los tres.
Me aclaré la garganta, para empezar a hablar.
-Veréis... tengo algo que deciros- empecé. Ambos me miraron, esperando a que hablara... pero Sue se adelantó.
-No me digas más... has conocido a un chico- dijo expectante. Asentí con una sonrisa, mientras mi padre me miraba fijamente.
-Bien, cuéntanos... deduzco que es inglés- siguió elucubrando Sue, totalmente ansiosa y emocionada.
-Se llama Edward, y tiene veintiún años... es mi compañero de clases- expliqué pausadamente, vigilando por el rabillo del ojo las caras de mi padre, que seguía sumido en silencio.
-¿Ha repetido algún curso?- preguntó Sue extrañada.
-No...veréis... es un poco complicado- tomé aire, lo necesitaba – después de terminar el bachillerato hizo dos años de formación militar- expliqué con cautela.
-¿Formación militar?- repitió mi padre, con la sorpresa en su cara.
-Ajá...- dije simplemente.
-¿Por qué?, ¿iba para soldado?- inquirió Sue.
-No... es una tradición y a la vez obligación en su familia- me estaba liando yo sola, y no sabía cómo iba a terminar ésto.
-¿Es de familia acomodada?; lo digo por lo de la tradición militar- preguntó Sue.
-Ehmmm... pues si, es una familia acomodada- respondí.
Ambos guardaron silencio, mientras yo jugueteaba con la comida. Decidí soltarlo de golpe, sino no iba a atreverme.
-Es un príncipe- dije muy muy bajito... pero Sue me oyó.
-¿Un príncipe?, ¿cómo que un príncipe?- preguntó extrañada.
-¿Hay muchos príncipes en Inglaterra?- saltó mi padre con una sonrisa de suficiencia.
-Bella...- empezó a decir Sue, que se olía el pastel.
-Es el hijo de los reyes... y el heredero- respondí escuetamente.
Mi padre se atragantó con la hoja de lechuga, mientras Sue le daba palmaditas en la espalda. Una vez se le pasó el mal trago, Sue se dirigió a mi.
-Bella... ¿nos estás diciendo lo qué creo que estás diciendo?- interrogó estupefacta.
-Ehhh...si-.
Ambos se miraron, sin saber qué decir. Mi padre me miraba fijamente, mientras que Sue cavilaba para si misma. Al cabo de unos minutos de tenso silencio, al fin hablé.
-Sé que puede parecer extraño... pero es un chico normal y corriente, bueno y cariñoso. Llevamos juntos tres meses, y conozco a su familia; me han acogido muy bien. Rosalie es la novia de su guardaespaldas- les empecé a relatar.
Me escuchaban atentamente, hasta que mi padre habló.
-¿Estás diciendo que los padres de tu novio son los mismísimos reyes de Inglaterra?- preguntó dejando caer el tenedor al plato.
Asentí con la cabeza, mientras empezaban a temblarme las piernas... en ese momento sólo quería esconderme debajo de la tarima de madera del suelo. Decidí seguir contándoles.
-Estuve todo el primer año convenciéndome de qué era imposible nuestra relación; pero no podía negarlo más, y al volver a Inglaterra ambos nos confesamos- sonreí recordando la noche en que se me declaró, y seguí -incluso le dije que yo no era buena para él y que debía encontrar a alguien más apropiado... pero le quiero, y el me quiere, os lo prometo- les aseguré.
Guardaron silencio, hasta que Sue tomó la palabra.
-Es decir... que si sigues con él en el futuro... serás la reina de Inglaterra- exclamó.
-Más o menos- añadí.
Ellos se miraron. Mi padre, al de unos minutos, se recuperó del shock.
-Bella, ¿sabes dónde te has metido?- preguntó serio.
-Claro que lo sé papá; nadie sabe nuestra relación, excepto sus padres, su hermana y su cuñado, y Rose y Emmet, y la gente de confianza que trabaja en palacio... es por los periodistas- les aclaré.
-¿Y eso hasta cuándo será?- volvió a preguntar.
-La Casa Real sólo anuncia compromisos matrimoniales; no comenta los temas privados. Ellos me ayudan mucho, me van enseñando el protocolo, y sobre temas diplomáticos no necesito ayuda- les seguí explicando.
-No sé Bella... ¿y si no sale bien?; saldrías muy malherida... empezó a decir mi padre, pero lo corté.
-Sé a lo qué me enfrento; incluso el mismo me dijo que no podía pedirme ese sacrificio... pero yo acepté; nos vemos a escondidas, por lo que os he explicado de la prensa; tenía que darle una oportunidad papá. Quiero que confíes en mi, en nosotros... por favor- le rogué.
Pareció meditarlo unos instantes, hasta que por fin habló.
-Está bien hija, yo... sólo quiero que seas feliz, y se nota a la legua que estás enamorada; nunca te había visto así- concluyó.
-Gracias papá, de verdad... sólo un pequeño detalle- tomé aire -no puede enterarse nadie, al menos por un tiempo; cuánta menos gente lo sepa, peor lo tendrán los periodistas si se enteran- les expliqué.
-Lo comprendemos Bella... cuéntanos algo sobre él- me pidió Sue con una sonrisa.
Les relaté su infancia, sus gustos y los viajes y actos institucionales que preside la familia real. Les hablé de Carlisle y Esme, explicándoles que Esme tampoco tenía sangre real, y lo buenos que eran conmigo. Ellos me escuchaban atentamente, haciendo diferentes preguntas y asombrándose cada dos por tres. Bajé mi portátil y les enseñé diversas fotos, de él y de su familia, y de dónde vivía. A mi padre se le iluminaron los ojos cuándo le dije que Carlisle era un apasionado de la caza y pesca.
-¿Podremos conocerle?- me preguntó Sue.
-Claro, además tenemos planes de venir aquí en verano... si os parece bien; vendría de incógnito, por supuesto- aclaré sobre todo a mi padre, que ya se imaginaba la casa rodeada de guardaespaldas.
-Me parece estupendo Bella- apuntó Sue – y nos encanta verte tan feliz- terminó de decirme.
Al dar por finalizada la conversación llamé a Edward, que respiró tranquilo, al igual que yo. Él estaba muy preocupado por la reacción de mis padres; aunque había ocho horas de diferencia, el contestó mi llamada ansioso y preocupado. Le tranquilicé, diciendo que le caería muy bien a mi padre, el tema le traía de cabeza.
Fin flash-back
La reacción de ellos me sorprendió... y entendía la preocupación de mi padre si Edward y yo rompíamos en un futuro... pero eso no se podía saber; mi madre decía que era mejor no saber lo que la vida nos depara, y que era mejor dejar que las cosas vivieran por si solas.
Me despedí de ellos en el aeropuerto de Seattle, prometiéndoles que estaría bien y que les iría informando de las cosas. Ángela también me pregunto durante esos días cómo iba el tema, pero decidí no decirle nada; me dolió hacerlo, era una de mis mejores amigas, pero de momento era mejor así.
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Después del largo vuelo, por afín aterricé en Londres; eran las cinco y media de la tarde. Nada más pasar el control, distinguí a Rosalie saludándome con la mano y a Emmet a su lado.
La abracé fuertemente, al igual que a Emmet,
-Pensaba que llegabas más tarde que yo- le dije una vez nos dirigíamos al coche.
-Al final pude tomar el vuelo anterior; he llegado hace apenas una hora- me explicaba cogida de mi brazo, mientras Em empujaba el carrito con el equipaje de ambas.
-¿Ya están todos allí?- le pregunté a Emmet, volviéndome hacia el.
-Sip; desde esta mañana. Os va a encantar el sitio... además es una fortaleza- me explicó mientras me guiñaba un ojo.
El viaje hasta Nottingham se me hizo larguísimo. Rosalie me daba conversación para tratar de relajarme, adivinando los nervios que tenía por verle otra vez.
Después de atravesar el pueblo, a las afueras llegamos a una verja gris. Emmet la abrió mediante un pequeño control remoto; todavía andamos unos tres kilómetros por un camino estrecho, hasta que unos enormes arbusto prácticamente escondían la fachada de la casa. Era un edificio de dos plantas, de color marrón oscuro. Enfrente de la puerta principal una pequeña fuente servía de rotonda para acceder a la puerta principal, franqueada por tres enormes columnas. Antes de que Emmet detuviera del todo el coche, le pregunté.
-¿Estaremos los seis solos?-.
-En principio si; sólo la señora Brown, el ama de llaves, sabe quiénes hemos venido- me tensé un poco, pero Emmet se encargó de aclararme el resto -Jasper ha dado días libres al personal que trabaja aquí; y por la señora Brown no te preocupes, no se va a quedar y es de total confianza, lleva en la casa desde antes de que Jasper naciera-.
Asentí con la cabeza mientras paraba el coche. Alice y Jasper nos esperaban en el umbral... junto a él.
Mi corazón latió desbordado mientras me lanzaba a sus brazos, enroscando las piernas en torno a su cadera mientras el me abrazaba fuertemente. Escondí la cara en su cuello, aspirando de nuevo su peculiar y característico aroma.
-Hola cariño- me saludó al cabo de unos minutos. Levantando la cabeza, pegué mi frente a la suya.
-Hola... te he extrañado- balbuceé bajito, cerrando los ojos y disfrutando de su cercanía.
-y yo a ti- contestó, mientras nuestras bocas se acercaban peligrosamente. Éstas se unieron en un beso ansioso; mis dedos se entrelazaron en su pelo y una de sus manos recorrió mi columna, provocándome un escalofrío. Nuestros labios apenas se separaban unos segundos para después volver a retomar su tarea, parecía que nuestros besos no tenían fin. Una vez terminamos el beso y me dejó en el suelo, nos giramos con una sonrisa hacia el resto.
-¡Bellie... bienvenida cuñadita!- me dijo Alice, que me atrapó en un gran abrazo.
-Te he echado de menos terremoto- le dije en bromas.
-Y yo a ti... bueno a vosotras... soportar a estos dos sola- me explicó señalando a nuestros novios -ha sido inaguantable- me confesó rodando los ojos. Rosalie rió por el comentario, mientras Edward siseó entre dientes.
-También te quiero hermanita-.
Saludé a Jasper con un pequeño abrazo, mientras me daba la bienvenida a su casa. Alice enseguida se dispuso a mandar.
-Bien, subiremos a los dormitorios; después Jasper y yo os mostraremos un poco todo ésto- dijo señalando a su alrededor.
-A sus órdenes pequeña duende- masculló Rosalie realizando el típico saludo militar. No pude hacer otra cosa que echarme a reír, mientras subíamos la gran escalera de madera, cubierta por una moqueta de color verde oscuro. Por las paredes había cientos de cuadros, y las lámparas que colgaban del techo no tenían nada que envidiar a las de la casa de Edward y Alice.
Mi novio me rodeó los hombros mientras subíamos hacia los dormitorios.
-¿Cómo ha ido todo por Forks?- me preguntó.
-Bueno... poco más de lo qué te contado estos días; todo bien- le respondí con una sonrisa.
-¿Y tú padre y Sue?- reprimí una pequeña carcajada; nunca había visto a Edward tan preocupado. El asunto de su suegro le traía de los nervios.
-Todo bien, tranquilo pequeño- apreté su mano, que descansaba en mi hombro, cariñosamente, en señal de ánimo –si vieras la cara de Sue cuándo le pasé el teléfono para que hablara con tu madre... decía que le parecía imposible que estuviera hablando al teléfono con la mismísima reina- recordé entre risas, a las que el se sumó.
La voz de Alice nos distrajo al llegar al pasillo en el que encontraban las habitaciones.
-Bien; hay seis habitaciones, aparte de la principal. Esa es para Jasper y para mi. Podéis elegir la que queráis- nos dijo mirándonos a los cuatro.
-En la otra punta que ellos- dijo Edward, mirando a Emmet con una sonrisa malévola.
-¿Por qué?- preguntó alzando una ceja.
-Para no tener que soportar el vaivén del cabecero...- empecé a insinuar, mientras que Em me lanzaba una mirada furibunda.
Emmet iba a protestar, pero Rose le silenció con un beso, diciéndole.
-Mejor, tendremos todos más intimidad- replicó devolviéndome la jugada. Rodé los ojos, mientras cogía a Edward y le arrastré hasta la habitación del fondo del pasillo. Al abrirla, una estancia luminosa y grande apareció ante nosotros. La enorme cama, con un cabezal inmenso de madera y cubierta con una colcha en tonos azules, presidía la estancia. Las paredes estaban forradas con un papel a rayas azul y blanco, acorde con la ropa de cama y el tapizado de las sillas. Una puerta al lado del armario daba a un cuarto de baño completamente equipado. Me asomé a la ventana, que tenía una vista preciosa de los jardines, y al fondo, los árboles desnudos y las colinas de la campiña inglesa. Me quedé absorta contemplándolo, hasta que Edward me rodeó con sus brazos, dándome un suave beso en la sien.
-¿Te gusta?- me preguntó.
-Es precioso; la casa es muy bonita, y por fin estaremos unos días seguidos sin separarnos- suspiré aliviada. El rió suavemente, mientras me volvía a besar.
-Entonces me has echado de menos de verdad, ¿eh?- me dijo en broma, me giré lentamente, para encararle, aunque él tuvo que bajar su cabeza para mirarme fijamente a los ojos.
-Siempre te echo de menos, desde que te vas a tu casa por la noche y te veo hasta el día siguiente en clase- le respondí suavemente. Su reacción no fue otra que besarme, pero era un beso distinto a todos los que nos habíamos dado... era como un anuncio de lo que pasaría esos días.
Un golpe en la puerta nos hizo separar nuestros labios; Alice nos miraba con una sonrisa cómplice.
-Edward, hay que subir el equipaje- mi novio asintió, dándome un besito en la nariz y saliendo de la habitación.
Alice se acercó hasta dónde yo estaba.
-¿Qué te parece?- me preguntó con una sonrisa.
-Es precioso- le respondí admirada.
-Jasper y yo viviremos aquí cuándo nos casemos- me contó, y me sorprendí.
-Pensaba que viviríais en Londres, en palacio- le dije a modo de pregunta.
-El quiere volver, lleva muchos años fuera; no está muy lejos de Londres, podremos asistir a los compromisos, y ambos podremos trabajar desde aquí- me explicó.
Asentí con la cabeza, y Alice cambió totalmente de tema.
-Bien Bellie... espero que mi hermano esté siendo un buen novio- me lanzó la indirecta.
-Claro que lo es, no tengo queja alguna... pero estoy un poco nerviosa... por dar ese paso- le confesé, roja de vergüenza.
-Bellie, esas cosas surgen, no hay que planearlas... pero voy a darte un consejo, aprovechad estos días de intimidad. Sé que en casa dormís juntos muchas veces -al decir esto último, mi cara ardió -¿creías que no me había dado cuenta?; sé que es complicado tener intimidad allí, con todo el servicio rondando el palacio- me explicó pícara.
-¿Cómo fue tu primera vez?- me atreví a preguntarle.
-Bueno, quitando las molestias típicas de la primera vez...fue maravilloso- sonrió al recordarlo -y verás cómo para ti lo será también, para ambos... sabes que Edward nunca ha tenido novia- me contó, a lo que yo asentí con la cabeza.
-Pero... ya sabes cómo es Edward, tendrás que darle alguna pista para que se lance- dijo divertida, mientras salía de la habitación.
Después de que Edward subiera el equipaje de ambos a la habitación, me dispuse a ordenarlo. Me quedé sorprendida, doblaba las camisas mejor que Sue, y era mucho decir.
Le miraba divertida, mientras el decía con falso tono de indignación.
-Sé valerme algo por mi mismo, ¿sabes señorita?- apuntó.
Rodeé su cuello con mis brazos, besándole profundamente. Lentamente le fui empujando hasta que se tumbó en la cama... y yo le seguí, colocándome encima suyo. Una de mis manos bajó hasta el borde de su camiseta, y se metió por allí. Sin despegar mis labios de los suyos, acaricié la piel de su estómago; pude notar cómo los músculos de su abdomen se contraían.
Al sentir ese contacto, reprimió un gemido, y una de sus manos copió a la mía; un escalofrío me recorrió entera cuándo sentí su mano posarse en uno de mis costados, acariciado toda esa zona de abajo hacia arriba. No sé qué hubiera pasado si no nos hubieran interrumpido unos golpes en la puerta.
-¿Os falta mucho?- preguntó Emmet desde el otro lado.
-No, enseguida bajamos- suspiró Edwrad, que seguía con su mano en mi costado. Escondí mi cara en su cuello, haciendo un puchero.
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EDWARD PVO
La reacción de Bella me sorprendió gratamente. Me moría por estar con ella, pero no sabía si ella estaba preparada. Mis sospechas de que sí lo estaba se confirmaron en el momento en el que ella, en un tímido y a la vez sexual gesto, metió la mano por debajo de mi camiseta. Ese pequeño contacto provocó que esa extraña electricidad que surgía cada vez que nos tocábamos se hiciera aún más intensa, y que cierta zona creciera y se endureciera de manera considerable.
Estaba a punto de girarla para que quedara debajo mío... pero como siempre, en el momento más oportuno, Emmet nos interrumpió tocando la puerta. Le respondí que bajábamos ahora, y pude sentir en mi cuello el dulce puchero que Bella hizo.
Le giré la cara con una de mis manos.
-Parece que no podemos estar solos unos minutos- le dije divertido. Ella puso ojitos de pena; reí suavemente, mientras le daba un pequeño beso en los labios.
-Pero los habrá, te lo prometo- susurré. Ella asintió, mientras ambos nos levantábamos y nos dirigíamos al encuentro de los chicos. Jasper iba explicando la historia de la casa a Rose y Bella, ya que nosotros ya la conocíamos. Mi novia observaba todo con curiosidad, ella y Rosalie estaban encantadas, inspeccionando cada rincón. Hubo un momento en que me quedé un poco más atrás, pensando en el episodio de hace unos minutos.
-¿En qué piensas?- me giré para encontrarme cara a cara con Emmet.
-En nada interesante- le repliqué, negando con la cabeza, a la vez que reanudamos la marcha, siguiendo al resto.
-Espero no haber interrumpido nada antes- soltó con indiferencia y una sonrisa malévola.
Me puse más rojo que un tomate, mientras le miraba; éste, al ver mi expresión, afirmó para sí mismo.
-De modo que si no llego a entrar allí...- masculló en tono insinuante, mientras me miraba divertido.
Suspiré frustrado.
-Emmet... bastante nervioso estoy ya, así que déjalo- le pedí escuetamente.
-¿Por qué?, ¿por ser la primera vez?; Edward yo estaba hecho un flan. A ver, dime, ¿la quieres no?- me empezó a interrogar. ¿Qué clase de pregunta era esa?.
-La amo, tanto que hasta duele- susurré mirándola, mientras ella iba cogida del brazo de Rosalie. Emmet me palmeó el hombro.
-¿Entonces cual es el problema?; os queréis, eso no lo duda nadie... - se paró a meditar durante unos minutos, para después seguir -ya entiendo, no sabes cómo... digámoslo así, empezar- cuestionó serio.
-Emmet... puede que sea virgen, pero algo sé del tema, es solo que no sé explicarlo- suspiré con cansancio.
-Eso se llaman nervios previos a la primera vez, ¿quieres un consejo?- me terminó por preguntar, a lo que yo asentí.
-Relájate y deja que surja, y créeme amigo, cuándo llegue el momento, sabrás que hacer- me aconsejó dándome una palmadita en la espalda, para ir a reunirse con Rosalie.
Bella se acercó a mi sonriendo, mientras la rodeaba la cintura con un brazo y recorríamos la casa mientras tanto.
*****
Una vez vimos los jardines, entramos para preparar la cena. Las chicas dijeron que cocinarían esos días, incluida la cena de fin de año. Después de cenar nos sentamos un poco a ver la tele; a eso de las once de la noche noté que a mi niña se le cerraban los ojitos, a consecuencia del viaje y del cambio de horario. Con cuidado la cogí en brazos, ella se acurrucó en mi pecho, mientras pasaba las manos por mi cuello. Dirigí una mirada a Alice, para que subiera conmigo y la pusiera el pijama. Después de depositarla en la cama fui al baño, a ponerme el pantalón del pijama. Al salir di las buenas noches a mi hermana, que ya salía de la habitación. Me metí a su lado y ella automáticamente se dio la vuelta, apoyando su cabeza en el hueco de mi cuello, cómo solía hacer siempre.
-Buenas noches cariño- le dije bajito, mientras le daba un beso en la frente.
-Buenas noches Edward... te quiero mucho- murmuró adormilada apretándose más contra mí.
Sonreí mientras la observaba en silencio, hasta que me uní a ella en su sueño.
EDWARD PVO
Hacía apenas un mes que las clases habían empezado... y casi dos meses desde que Bella estaba en mi vida, y me sentía feliz. Cada día iba descubriendo un poquito de las manías y los gustos de mi novia, al igual que ella los míos.
Estábamos a principios de noviembre y tuve que viajar, junto con mi padre a Estrasburgo, a una de las sesiones extraordinarias del Parlamento Europeo. También se celebraban unas jornadas sobre economía de recuperación en países desarrollados, en la misma ciudad, por lo que nos fuimos el domingo por la noche, quedando fijado el regreso para el viernes por la tarde. No me hizo ninguna gracia despedirme de mi niña... pero no me quedaba más remedio; era el primer viaje que hacía desde que estábamos juntos... y en un mes y medio ella regresaba a Forks para pasar las navidades con su padre y Sue.
Se despidió de mi intentando poner buena cara... pero la tristeza de sus ojos no la pudo disimular. Le prometí que la llamaría todos los días, y ella esbozó una sonrisa, diciéndome que estuviese tranquilo, que era algo a lo que se tenía que acostumbrar y que estaría en palacio esperándome el viernes. Le pedí por favor a Jasper y Emmet que la cuidaran en silencio. Desde que ella estaba conmigo era vigilada, sin ella saberlo, por Emmet, que cuidaba de ella y de Rosalie.
Ellos dos se habían acercado mucho estos meses; si yo iba a casa de Bella después de las clases él, obviamente, iba conmigo. Aunque había días que ellos dos se iban a dar una vuelta... y de paso dejarnos intimidad a nosotros dos. Los fines de semana apenas salía de palacio, por lo que Emmet no trabajaba y se podía dedicar a la conquista de su rubia despampanante, cómo el decía.
Mañana por la tarde regresábamos a Londres. Me despedí de mi padre, y me retiré a mi habitación. Me di una ducha para relajarme y despejarme, ya que la cena fue un auténtico aburrimiento, con el embajador de Inglaterra en Francia y su señora.
La cena fue en un salón privado del hotel; y la buena señora no dejaba de contar anécdotas acerca de sus seis nietos, que la debían de llevar loca perdida.
Me tiré en la cama en cuánto me puse el pijama, y llamé a mi niña, que respondió al primer tono.
-Hola pequeño- me saludó, había tomado la costumbre de llamarme así.
-Hola cariño, ¿cómo está la chica más guapa de Londres?- le pregunté para picarla un poco, ya que seguro se pondría más roja que un tomate. Su risa dejaba entrever sus nervios y vergüenza por el piropo, se lo dijera a la cara o por teléfono.
-Ahora que te escucho muy bien; pensé que ya no me llamarías, cómo me dijiste que tenías la cena con el embajador creí que terminarías mas tarde- me dijo a modo de pregunta.
-Bueno... digamos que en cuánto he tomado el postre me he escaqueado- le respondí mientras buscaba el mando de la televisión.
-¿Muy aburrida?- interrogó interesada.
-Cuándo conozcas a nuestros embajadores en Francia lo entenderás; me sé las travesuras de los nietos de la señora McFarley de memoria- repliqué.
-Mummm... no sé si quiero conocerla- respondió divertida, para después guardar silencio.
-¿Qué piensas?- le interrogué preocupado.
-Te echo de menos... las clases sin ti se me han echo muy cuesta arriba- dijo en un suspiro.
-Y a mi también se me ha hecho la semana larga cariño... pero a partir de mañana prometo compensarte; todo el fin de semana para mi niña... y sabes que, en principio, ya no tengo más viajes hasta después de Navidades- le conté con una sonrisa, intentando animarla.
-Ya lo sé, no te preocupes por eso... además te he visto en las noticias, estás muy guapo con traje- me susurró algo insinuante.
¿Ah, si?- le repliqué en el mismo tono.
-Si... por algo eres, según una encuesta de The Sun, el príncipe más atractivo de Europa- replicó divertida, mientras yo rodaba mis ojos.
-Quién tiene que decidir y opinar sobre eso eres tú- acoté en aclaración.
-Te daré mi opinión en persona- respondió inmediatamente, y no pude más que esbozar una sonrisa un poco... traviesa.
-¿Me contarás algo de las conferencias de economía?; hoy hemos hablado acerca de eso en clase de Análisis financiero con el señor Litterman- me preguntó, cambiando de tema.
-Claro que sí, te pondré al corriente de cómo va la recuperación económica mundial- respondí cómo un niño bueno, y también cambié de tema -¿cómo está Rose?-.
-Creo que está en su habitación, tiene planes con cierto chico que conoces muy bien para este fin de semana. Mañana después de las clases nos vamos con Alice de compras, después iremos directamente a tu casa- me explicó.
-Bien, pero dile a Alice que no os vuelva locas... llegaremos a la hora de cenar, más o menos- le recordé.
-Estaré esperándote... por cierto, ¿quiénes son Garret y Kate Cullen?- me preguntó curiosa.
-Es el hijo de Lord Archibald; era un primo de mi padre que falleció hace algunos años. Para mi padre era lo más parecido a un hermano, ya que es hijo único. Garret y Kate se fueron a vivir a París cuándo se casaron hace unos años... ¿por qué lo preguntas?- interrogué sin entender.
-Alice me dijo que han venido de visita, y están en tu casa. Creo que se van el sábado por la mañana temprano; le dije que si había algún problema Rose y yo podíamos quedarnos en casa hasta ese día- me contó... vaya por dios, que oportunos.
-No cariño, quiero verte y no voy a esperar hasta el sábado- murmuré.
-Me dijo que no había ningún problema, y a mi no me importa fingir durante la cena que sólo soy amiga de Alice- me dijo con comprensión.
-No te preocupes, en cuánto acabe la cena te raptaré con alguna excusa- contraataqué divertido.
-Espero que lo hagas pequeño- contestó simplemente.
-Bueno cariño- le dije mirando el reloj- es tarde, y quiero que descanses, mañana nos vemos- me despedí.
-Buenas noches mi amor... te quiero- me susurró.
-Y yo a ti, hasta mañana- me terminé de despedir, para después colgar el teléfono con una tonta sonrisa de enamorado.
El día siguiente, antes de nuestra vuelta, pasó sin grandes complicaciones. Los últimos actos cumplieron el horario previsto, y por fin embarcamos rumbo a casa. Nada más entrar en el avión, me aflojé el nudo de la corbata en un acto reflejo, al igual que mi padre. Por fin, después de casi tres horas de viaje, llegamos a casa. Lo primero que hice fue ir a saludar a mi madre; estaba en el salón con Garret y Kate. Antes de acercarme a ellos le pregunté disimuladamente por Bella, y por lo que me dijo no habían llegado todavía.
Mi padre se unió a nosotros; estuve un poco con ellos, comentado las impresiones del viaje y a quién habíamos visto por allí, mientras que Garret y Kate nos explicaron que mañana partían hacia París, después de haber pasado unos días en Escocia con la familia de ella.
Al acercarse la hora de la cena me disculpé, para ir a cambiarme. Después de desenterrar del armario mis vaqueros y mis inseparables converse negras, me dirigí al comedor... y una suave risa, tímida, cómo el tintineo de un hada, llegó a mis oídos. Mi corazón aceleró de impaciencia por tenerla enfrente mío. Me quedé en el marco de la puerta, mientras Emmet y Jasper me saludaban. Emmet no había venido a Estrasburgo, ya que tuvo una reunión con el jefe se seguridad. Le había echado de menos, ya que Nick y Morris, los escoltas que acompañan a mi padre, eran más aburridos que una marmota.
-¿Todo bien por aquí?- interrogué.
-Todo en orden... la princesa está sin un sólo rasguño, cómo puedes comprobar- me susurró Emmet, mientras Jasper y yo rodábamos los ojos.
-Emmet...- le advertí, para que se percatara de que no estábamos solos. Aunque Garret y Kate eran familia, cuánta menos gente lo supiera de momento, mejor.
-Si, si... discreción- contestó cansino, mientras se apartaba y se ponía junto a Rosalie, a quién saludé con dos besos, al igual que a mi alocada hermana.
Me giré hacia Bella, que me miraba fijamente, aunque con disimulo, con una leve sonrisa... y un leve rubor en las mejillas.
Se acercó a mi, mientras me saludaba.
-Hola Edward, ¿qué tal tu viaje?- me preguntó; si hubiera podido, me la hubiera comido a besos ahí mismo.
-Hola Bella, bien, cómo todos los viajes- encogí los hombros en un gesto despreocupado. Me incliné para darle dos besos. Pero en esos escasos segundos, pude susurrarle muy muy bajito, antes de besar su segunda mejilla -Hola mi vida-.
Ella tímidamente apoyó su manita en uno de mis brazos, mientras que el transcurso de los besos, mi mano rozó ligeramente su cintura. Esa corriente eléctrica invadió el espacio que había entre nosotros. La sonreía de vuelta mientras nos sentábamos a la mesa. La tenía justo enfrente mío, lo que me venía de perlas para poder mirarla.
La cena transcurrió rápida y animada. Garret y Kate se comportaron de forma muy amable con Bella y Rosalie, preguntándoles sobre su vida aquí y en América. Cuándo la tocaba hablar a ella, mi vista se clavaba inconscientemente en sus ojos. Una vez terminó la cena, mis padres se excusaron, ya que mañana tenían un compromiso en Liverpool y debían madrugar; nosotros nos dirigimos al salón, y yo rezaba para mis adentros que mis primos se marcharan a la cama pronto. Al de un rato, Emmet se despidió... y yo también.
-Si me disculpáis, me voy a la cama, estoy agotado del viaje- me despedí de Garret y su mujer, que tomaban muy temprano el avión, y salí de allí. Antes de salir de la sala, le hice un guiño a Bella, con disimulo, y ésta asintió imperceptiblemente, sabiendo a lo que me refería.
Me fui a mi dormitorio y me puse el pijama. Al de una media hora, la puerta se abrió y allí estaba mi niña, también en pijama. Cerró con cuidado y puso el cerrojo; le abrí los brazos con una sonrisa tierna en mi cara, y corrió hacia mi.
Atrapé su pequeña cintura, mientras que su carita se enterraba en mi pecho. Suspiré contra su pelo, dejando pequeños besos en él. La levanté para abrazarla más fuerte, mientras sus manos iban directas a mi pelo. Nos quedamos en esa posición unos minutos, en silencio y disfrutando de nuestro contacto. Su carita se acomodó en el hueco de mi cuello, y su aliento me hizo cosquillas cuándo ella habló.
-Te he echado de menos-.
-Y yo a ti cariño, se me ha hecho eterno- le contesté, mientras ella levantaba la cabeza para mirarme y decirme- bienvenido a casa-.
No pude hacer otra cosa que besarla, había extrañado mucho sus dulces besos esa semana. Capturé sus labios con ansias, que ella correspondió también. Su lengua rozó mis dientes, y yo le permití el paso. Nuestras lenguas iniciaron un baile tierno y a la vez ardiente. Una de mis manos se posó en su nuca, pegándola más a mi, si era posible. Besarla era adictivo; mis labios acariciaban los suyos con anhelo... cada día se me hacía más difícil vivir sin sus besos.
Una vez nuestros pies volvieron a la tierra, la tomé de la mano para guiarla hasta mi cama. Apoyé mi espalda en el cabecero, y ella se aovilló entre mis piernas, con su rostro de mármol apoyado en mi pecho. Sus manos descansaban en su regazo, jugueteando con mis dedos. Aspiré de nuevo su particular aroma de frutas, mientras empezábamos a conversar.
-Bien, cuéntame... ¿qué tal las clases?-.
-Bueno, de todo un poco... por cierto, tienes un montón de apuntes para pasar la limpio... y tenemos que hacer un ensayo sobre el amparo en materia fiscal, para la asignatura de derecho procesal - me ordenó divertida. No pude menos que dejar escapar una leve risita.
-Está bien mamá, te prometo que haré los deberes- repliqué cual niño bueno. Ella me miró, negando con la cabeza y con una sonrisa divertida.
No pude resistirme a enterrar mis labios en su cuello; sabía que le volvía loca que besara esa parte de su anatomía. Pude sentir cómo se aceleraba el pulso en su yugular, mientras que sus manos se movían hasta la parte de atrás de mi cabeza. Pude notar que apartaba su cuello; levanté la cabeza enojado, pero ella atacó mi mentón, dándole sensuales y pequeños besos, hasta llegar de nuevo a mis labios.
Sus pequeños y dulces besos, aunque inocentes y tiernos, provocaban que partes de mi cuerpo, hasta ahora dormidas en mi, reaccionaran. No pude evitar invadir su boca con mi lengua, y el beso se volvió más apasionado. Con un ligero movimiento, dado su mínimo peso, la puse a horcajadas sobre mí. Mis manos se afianzaron en su espalda, apretándola contra mi cuerpo. Pude sentir el calor que su cuerpo emanaba, y al darme cuenta de su dificultosa respiración, muy a mi pesar, la liberé para que respirara, mientras ella me miraba con el ceño fruncido.
-Un día me dará un paro cardíaco- musitó, todavía roja.
-Bueno... si yo soy el causante de eso, debería sentirme halagado- balbuceé mientras me acercaba de nuevo a su boca. Ella correspondió de nuevo al beso, para separarse al de unos pocos segundos.
-Un día nos pillarán- murmuró.
-¿No has echado el cerrojo?- ella asintió- entonces tranquila, no pasa nada- me volví a posicionar para besarla, pero ella apartó la cara, mirándome.
-¿Y si hay una puerta secreta, camuflada en la pared?- saltó de repente.
No pude menos que echarme a reír, mientras ella se colocaba de nuevo entre mis piernas, acurrucada contra mi pecho. La besé suavemente en el pelo, mientras ella siguió con su teoría.
-En todos las películas que he visto en los castillos y palacios hay puertas secretas y pasadizos que comunican habitaciones- me explicó.
-Ya, y aquí también hay; se les llama puertas de servicio o privadas... pero lamento informarte que en mi habitación no hay ninguna- le expliqué divertido, mientras le retiraba un mechón de pelo de sus ojos.
Se quedó meditando, para después volver a preguntarme.
-¿Y para qué se utilizaban?-.
-Pues... normalmente eran de uso privado para los reyes y el personal de confianza... y para ir a las habitaciones de las amantes- le expliqué, esperando su reacción. Ella me miró fijamente, para después asentir.
-Menos mal que hoy en día no se usan- replicó con una sonrisa traviesa, para seguirla yo, riéndome.
-No...- me acerqué a su oído- pero me encantaría tener una puerta así que diera directamente a tu cuarto- le susurré seductoramente.
-¿Para ver a tu amante?- replicó, arqueando las cejas.
-Es que resulta que mi amante y mi novia son la misma persona- aclaré en broma. Ella rodó los ojos, sonriendo satisfecha.
-Todavía no hemos llegado a ese punto- añadió coqueta.
-Y llegaremos cariño... cuándo tú quieras... y tengamos un poco de intimidad- le respondí. Por dios, era humano, y estaba deseando tener relaciones a ese nivel de intimidad con ella; pero ella era virgen, al igual que yo, y quería que ella se sintiera cómoda y preparada.
Ella asintió, mientras sonreía levemente; continué con ella en mis brazos hasta que se quedó dormida. La tumbé en mi cama y la arropé, no quería moverla. Iba a marcharme a su habitación para dormir, pero ella enseguida notó mi ausencia, ya que la oí murmurar.
-No te vayas- dijo extendiendo su mano hacia mi, cogiéndome del brazo.
-¿Estas segura?, a mi no me importa- le dije, aunque me moría de ganas de dormir a su lado.
Ella asintió, mientras yo me metía con ella a la cama y nos tapaba. Se dio la vuelta y se acurrucó contra mi, con su carita en el hueco de mi cuello y uno de sus brazos alrededor de mi cintura. Pude sentir su respiración pausada al de unos pocos minutos. La observé unos momentos mientras dormía, acaricié la suave piel de sus párpados con la yema de mis dedos. Ella al notar contacto, arrugó la nariz en un gracioso gesto, mientras se movía ligeramente. Le di un pequeño beso en la frente, para rodearla con mis brazos y caer en un profundo sueño.
El fin de semana pasó sin mayores novedades, y junto a ella. Dimos varios paseos por el jardín, era agradable poder salir al aire libre con ella, abrazados o de la mano; apenas estuvimos con los chicos, ya que no nos habíamos visto en toda la semana. Le expliqué los actos y las conferencias a las que asistí en Estrasburgo. Ella me escuchaba con atención, haciéndome montones de preguntas, a las que yo respondía encantado. También conversaba mucho con mi madre, que la iba explicando poco a poco el protocolo y las costumbres de palacio.
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Sin apenas darme cuenta llegó diciembre, y con ello llegaban las temidas navidades. Ahora la que viajaba era ella; era lógico y normal, tenía que ir a ver a su padre y a Sue; además dijo que les iba a contar sobre nuestra relación, ya que prefirió esperar para decírselo en persona.
Ese viernes llegué a clase temprano, y me senté en nuestro sitio habitual, esperando a que llegara. Entró justo antes de que el señor Delamore cerrara la puerta. La miré divertido, mientras la saludaba.
-Buenos días dormilona-.
-Buenos días- dijo ella jadeante por la carrera.
-¿Rose se ha vuelto a dormir?- pregunté interesado, mientras sacábamos los libros.
-Peor que eso... adivina a quién me he encontrado haciendo el café esta mañana- me cuchicheó. No podía ser...
-¿Emmet?- pregunté arqueando una ceja. Ella asintió, para después proseguir.
-En calzoncillos- añadió escuetamente, rodando los ojos.
Tuve que reprimir la risotada que se quería escapar de mi garganta. Una vez me repuse, me giré a mi novia, para seguir comentando la exclusiva.
-Ayer me dijo que se iba a tomar algo, mira lo que tenía entre manos- murmuré bajito, para que nadie nos oyera.
Ella rió por mi comentario, mientras me hacía un gesto para que atendiera a la clase. Disimuladamente y por debajo de la mesa llevé mi mano a su pierna; ella me miró cómplice, mientras su mano se unía a la mía y se entrelazaban nuestros dedos. La mañana pasó como de costumbre, y por fin el timbre de la última clase sonó.
Me despedí de ella sólo durante unos minutos, ya que comíamos los seis en casa de Bella y Rose.
Ellas dos se iban en el coche de Japer, y Emmet y yo en el mío. Nada más montarme empecé mi ataque.
-¿Así qué... dormiste bien ayer?- pregunté con una sonrisa malévola.
-Si... ¿por qué lo preguntas?- dijo distraído y concentrado en la carretera.
-Por nada, es que esta mañana ya estabas esperándome en el coche- comenté cómo si tal cosa.
-Ah, eso... es que me he levantado...- no lo dejé continuar.
-Em, Bella me lo ha contado-. Al ver su silencio, seguí.
-¿Pensabas que mi novia no me iba a contar el notición?-.
-No hay quién tenga intimidad...- bufó molesto, y no pude hacer otra cosa que reírme.
-Me alegro Em... y ya era hora- le felicité, dándole un codazo.
-Habló el que tardó un año en declararse a una chica- me la devolvió con una gran sonrisa malévola. Los dos reímos, hasta que el volvió a hablar.
-Rose me gusta mucho... no es como Lauren o todas esas chicas con las que salido; ella es especial- dijo serio.
-Espero que todo vaya muy bien entre vosotros- le deseé de corazón.
Seguimos la animada charla hasta la casa de nuestras novias. Vimos el coche de Jasper aparcado dos calles más abajo. Emmet bajó primero, mirando que no hubiera mucho transeúnte. Me hizo una seña para que bajara; con la capucha de mi sudadera por encima de la cabeza, como solía hacer siempre, llegamos al portal.
Nada más abrir la puerta de su casa, Bella se tiró a mis brazos. La levanté del suelo mientras la besaba. Verla tantas horas y no poderla ni tocar se me hacía insoportable. Al de un pequeño rato, un carraspeo nos hizo volver al mundo real.
-¿Podríais dejar las intimidades para más tarde?; me muero de hambre- protestó Emmet con los brazos en jarras.
Le miré mosqueado, y mi niña habló.
-¿Por qué no te sirves lo que quieras?; además, ya conoces dónde están las cosas- sonreía inocente y pícara mientras lo decía. Pude escuchar un ¡Oh!, por parte de mi hermana, y una risotada de Jasper. Rosalie se quedó blanca de la impresión.
-Vale, vale...lo confieso; esta bella señorita -empezó a decir, abrazando a Rose por los hombros- es mi novia-.
Alice se puso a aplaudir mientras le daba un abrazo a la pobre Rose, que seguía mortificada. Bella habló, para explicar la situación.
-Rosalie, no pasa nada... y no me hubiera enterado si no fuera porque esta mañana me he levantado temprano y me he encontrado al señor preparando el café- relató al resto.
-¿Así que le viste?- preguntó Rose, sonrojada de vergüenza.
-Por eso me he enterado; si es por ti no nos cuentas nada- aclaró divertida.
-¿Así que por eso no has desayunado en casa, eh picarón?- le pinchó Jasper mientras reía, y se volteó hacia Bella ¿qué calzoncillos llevaba, los de Superman o los de Spiderman?-. Al escuchar esa pregunta casi nos morimos de la risa, incluida Rosalie, mientras el nos miraba incrédulo y rojo como un tomate.
-Los de Superman- confirmó entre risas.
Una vez se nos pasó el ataque de risa nos dispusimos a comer. Después esperaba poder estar un rato a solas con mi novia. Una vez terminamos, a mi hermana le vino la inspiración divina. Bella estaba sentada encima mío en un lado del sofá, y en el otro lado Emmet y Rose en la misma postura. Mi hermana estaba entre las piernas de Jasper, en el suelo rodeados de cojines. Literalmente pegó un salto.
-Tengo una idea- exclamó cual descubrimiento científico.
Bella me miró con terror, mientras que Rose gemía débilmente.
-¿De qué se trata?- pregunté escéptico, mientras jugaba con un mechón del cabello de mi novia.
-Bella, Rose... ¿os importaría volver antes a Londres... para pasar el fin de año los seis solos?- preguntó con misterio.
Los cinco giramos nuestras cabezas, de repente muy interesados por la situación... por una vez, sería interesante escuchar a la pequeña duende.
Capítulo 11: Norfolk Park
Llevaba tres meses viviendo mi particular sueño. Edward y yo seguíamos juntos en prácticamente todas las clases; a nadie le extrañó que nos sentáramos juntos, dado que éramos los mismos compañeros del curso anterior. Las cosas entre nosotros iban muy bien... aunque cuándo se ausentaba por actos y viajes le echaba mucho de menos. Siempre que podía, el venía a mi apartamento, muy discretamente, después de las clases, o yo iba a palacio. Los fines de semana los solía pasar allí; en ese inmenso caserón podíamos ser libres y pasear de la mano o abrazados libremente, sin miradas indiscretas... incluso teníamos un rincón secreto en los jardines.
Cada vez que se iba me llamaba todos los días, aunque sólo fuera un segundo. Me contaba cómo le iba en cada viaje que hacía... y siempre me relataba sus impresiones, tanto de los actos a los que asistía cómo de los viajes. Le escuchaba atentamente, poniendo atención, y por qué no decirlo, intentado aprender el oficio. Me explicaba todo con mucho cariño y paciencia, incluso a veces me pedía consejo.
Llevaba en Forks unos cuántos días, pasando las vacaciones de Navidad. Hacía más de dos semanas que no le veía... y no podía más, lo añoraba muchísimo. Las clases no empezaban hasta el 4 de enero, pero yo volvía mañana, día 30; la razón, íbamos a pasar la Nochevieja con nuestros amigos. Jasper tenía en Nottingham, a una hora y media de Londres, la mansión familiar, Norfolk Park, heredada de sus padres. Era la típica mansión inglesa que describen en sus libros Emily Brönte o Jane Austen, que no tiene nada que envidiar a los palacios... y en dónde las medidas de seguridad eran extremas.
Me moría por verle, y de avanzar algo en nuestra relación. Ninguno tenía experiencia previa... pero últimamente, cada vez que los besos y la caricias se hacían más íntimas, una extraña sensación se apoderaba de mi bajo vientre... y notaba que el pequeño principito se hacía más grande. Era la última noche con mi familia, antes de volver a verles hasta las vacaciones de Pascua; ellos irían a Londres, ya que Esme habló personalmente con Sue para invitarles esa semana a Windsor. En mi cara se formó una sonrisa, recordando el día que le dije a mi padre que tenía novio.
Flash- back
Días después de que pasara el día de Navidad, decidí que era hora de hablar con mi padre y Sue y explicarles la situación. Había hablado con Edward un rato antes, y ya me notaba nerviosa por tener que tener esa charla con ellos. Me dio ánimos y me recordó llamarle nada más habérselo dicho.
Después de preparar la cena con Sue en la cocina, nos sentamos a cenar los tres.
Me aclaré la garganta, para empezar a hablar.
-Veréis... tengo algo que deciros- empecé. Ambos me miraron, esperando a que hablara... pero Sue se adelantó.
-No me digas más... has conocido a un chico- dijo expectante. Asentí con una sonrisa, mientras mi padre me miraba fijamente.
-Bien, cuéntanos... deduzco que es inglés- siguió elucubrando Sue, totalmente ansiosa y emocionada.
-Se llama Edward, y tiene veintiún años... es mi compañero de clases- expliqué pausadamente, vigilando por el rabillo del ojo las caras de mi padre, que seguía sumido en silencio.
-¿Ha repetido algún curso?- preguntó Sue extrañada.
-No...veréis... es un poco complicado- tomé aire, lo necesitaba – después de terminar el bachillerato hizo dos años de formación militar- expliqué con cautela.
-¿Formación militar?- repitió mi padre, con la sorpresa en su cara.
-Ajá...- dije simplemente.
-¿Por qué?, ¿iba para soldado?- inquirió Sue.
-No... es una tradición y a la vez obligación en su familia- me estaba liando yo sola, y no sabía cómo iba a terminar ésto.
-¿Es de familia acomodada?; lo digo por lo de la tradición militar- preguntó Sue.
-Ehmmm... pues si, es una familia acomodada- respondí.
Ambos guardaron silencio, mientras yo jugueteaba con la comida. Decidí soltarlo de golpe, sino no iba a atreverme.
-Es un príncipe- dije muy muy bajito... pero Sue me oyó.
-¿Un príncipe?, ¿cómo que un príncipe?- preguntó extrañada.
-¿Hay muchos príncipes en Inglaterra?- saltó mi padre con una sonrisa de suficiencia.
-Bella...- empezó a decir Sue, que se olía el pastel.
-Es el hijo de los reyes... y el heredero- respondí escuetamente.
Mi padre se atragantó con la hoja de lechuga, mientras Sue le daba palmaditas en la espalda. Una vez se le pasó el mal trago, Sue se dirigió a mi.
-Bella... ¿nos estás diciendo lo qué creo que estás diciendo?- interrogó estupefacta.
-Ehhh...si-.
Ambos se miraron, sin saber qué decir. Mi padre me miraba fijamente, mientras que Sue cavilaba para si misma. Al cabo de unos minutos de tenso silencio, al fin hablé.
-Sé que puede parecer extraño... pero es un chico normal y corriente, bueno y cariñoso. Llevamos juntos tres meses, y conozco a su familia; me han acogido muy bien. Rosalie es la novia de su guardaespaldas- les empecé a relatar.
Me escuchaban atentamente, hasta que mi padre habló.
-¿Estás diciendo que los padres de tu novio son los mismísimos reyes de Inglaterra?- preguntó dejando caer el tenedor al plato.
Asentí con la cabeza, mientras empezaban a temblarme las piernas... en ese momento sólo quería esconderme debajo de la tarima de madera del suelo. Decidí seguir contándoles.
-Estuve todo el primer año convenciéndome de qué era imposible nuestra relación; pero no podía negarlo más, y al volver a Inglaterra ambos nos confesamos- sonreí recordando la noche en que se me declaró, y seguí -incluso le dije que yo no era buena para él y que debía encontrar a alguien más apropiado... pero le quiero, y el me quiere, os lo prometo- les aseguré.
Guardaron silencio, hasta que Sue tomó la palabra.
-Es decir... que si sigues con él en el futuro... serás la reina de Inglaterra- exclamó.
-Más o menos- añadí.
Ellos se miraron. Mi padre, al de unos minutos, se recuperó del shock.
-Bella, ¿sabes dónde te has metido?- preguntó serio.
-Claro que lo sé papá; nadie sabe nuestra relación, excepto sus padres, su hermana y su cuñado, y Rose y Emmet, y la gente de confianza que trabaja en palacio... es por los periodistas- les aclaré.
-¿Y eso hasta cuándo será?- volvió a preguntar.
-La Casa Real sólo anuncia compromisos matrimoniales; no comenta los temas privados. Ellos me ayudan mucho, me van enseñando el protocolo, y sobre temas diplomáticos no necesito ayuda- les seguí explicando.
-No sé Bella... ¿y si no sale bien?; saldrías muy malherida... empezó a decir mi padre, pero lo corté.
-Sé a lo qué me enfrento; incluso el mismo me dijo que no podía pedirme ese sacrificio... pero yo acepté; nos vemos a escondidas, por lo que os he explicado de la prensa; tenía que darle una oportunidad papá. Quiero que confíes en mi, en nosotros... por favor- le rogué.
Pareció meditarlo unos instantes, hasta que por fin habló.
-Está bien hija, yo... sólo quiero que seas feliz, y se nota a la legua que estás enamorada; nunca te había visto así- concluyó.
-Gracias papá, de verdad... sólo un pequeño detalle- tomé aire -no puede enterarse nadie, al menos por un tiempo; cuánta menos gente lo sepa, peor lo tendrán los periodistas si se enteran- les expliqué.
-Lo comprendemos Bella... cuéntanos algo sobre él- me pidió Sue con una sonrisa.
Les relaté su infancia, sus gustos y los viajes y actos institucionales que preside la familia real. Les hablé de Carlisle y Esme, explicándoles que Esme tampoco tenía sangre real, y lo buenos que eran conmigo. Ellos me escuchaban atentamente, haciendo diferentes preguntas y asombrándose cada dos por tres. Bajé mi portátil y les enseñé diversas fotos, de él y de su familia, y de dónde vivía. A mi padre se le iluminaron los ojos cuándo le dije que Carlisle era un apasionado de la caza y pesca.
-¿Podremos conocerle?- me preguntó Sue.
-Claro, además tenemos planes de venir aquí en verano... si os parece bien; vendría de incógnito, por supuesto- aclaré sobre todo a mi padre, que ya se imaginaba la casa rodeada de guardaespaldas.
-Me parece estupendo Bella- apuntó Sue – y nos encanta verte tan feliz- terminó de decirme.
Al dar por finalizada la conversación llamé a Edward, que respiró tranquilo, al igual que yo. Él estaba muy preocupado por la reacción de mis padres; aunque había ocho horas de diferencia, el contestó mi llamada ansioso y preocupado. Le tranquilicé, diciendo que le caería muy bien a mi padre, el tema le traía de cabeza.
Fin flash-back
La reacción de ellos me sorprendió... y entendía la preocupación de mi padre si Edward y yo rompíamos en un futuro... pero eso no se podía saber; mi madre decía que era mejor no saber lo que la vida nos depara, y que era mejor dejar que las cosas vivieran por si solas.
Me despedí de ellos en el aeropuerto de Seattle, prometiéndoles que estaría bien y que les iría informando de las cosas. Ángela también me pregunto durante esos días cómo iba el tema, pero decidí no decirle nada; me dolió hacerlo, era una de mis mejores amigas, pero de momento era mejor así.
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Después del largo vuelo, por afín aterricé en Londres; eran las cinco y media de la tarde. Nada más pasar el control, distinguí a Rosalie saludándome con la mano y a Emmet a su lado.
La abracé fuertemente, al igual que a Emmet,
-Pensaba que llegabas más tarde que yo- le dije una vez nos dirigíamos al coche.
-Al final pude tomar el vuelo anterior; he llegado hace apenas una hora- me explicaba cogida de mi brazo, mientras Em empujaba el carrito con el equipaje de ambas.
-¿Ya están todos allí?- le pregunté a Emmet, volviéndome hacia el.
-Sip; desde esta mañana. Os va a encantar el sitio... además es una fortaleza- me explicó mientras me guiñaba un ojo.
El viaje hasta Nottingham se me hizo larguísimo. Rosalie me daba conversación para tratar de relajarme, adivinando los nervios que tenía por verle otra vez.
Después de atravesar el pueblo, a las afueras llegamos a una verja gris. Emmet la abrió mediante un pequeño control remoto; todavía andamos unos tres kilómetros por un camino estrecho, hasta que unos enormes arbusto prácticamente escondían la fachada de la casa. Era un edificio de dos plantas, de color marrón oscuro. Enfrente de la puerta principal una pequeña fuente servía de rotonda para acceder a la puerta principal, franqueada por tres enormes columnas. Antes de que Emmet detuviera del todo el coche, le pregunté.
-¿Estaremos los seis solos?-.
-En principio si; sólo la señora Brown, el ama de llaves, sabe quiénes hemos venido- me tensé un poco, pero Emmet se encargó de aclararme el resto -Jasper ha dado días libres al personal que trabaja aquí; y por la señora Brown no te preocupes, no se va a quedar y es de total confianza, lleva en la casa desde antes de que Jasper naciera-.
Asentí con la cabeza mientras paraba el coche. Alice y Jasper nos esperaban en el umbral... junto a él.
Mi corazón latió desbordado mientras me lanzaba a sus brazos, enroscando las piernas en torno a su cadera mientras el me abrazaba fuertemente. Escondí la cara en su cuello, aspirando de nuevo su peculiar y característico aroma.
-Hola cariño- me saludó al cabo de unos minutos. Levantando la cabeza, pegué mi frente a la suya.
-Hola... te he extrañado- balbuceé bajito, cerrando los ojos y disfrutando de su cercanía.
-y yo a ti- contestó, mientras nuestras bocas se acercaban peligrosamente. Éstas se unieron en un beso ansioso; mis dedos se entrelazaron en su pelo y una de sus manos recorrió mi columna, provocándome un escalofrío. Nuestros labios apenas se separaban unos segundos para después volver a retomar su tarea, parecía que nuestros besos no tenían fin. Una vez terminamos el beso y me dejó en el suelo, nos giramos con una sonrisa hacia el resto.
-¡Bellie... bienvenida cuñadita!- me dijo Alice, que me atrapó en un gran abrazo.
-Te he echado de menos terremoto- le dije en bromas.
-Y yo a ti... bueno a vosotras... soportar a estos dos sola- me explicó señalando a nuestros novios -ha sido inaguantable- me confesó rodando los ojos. Rosalie rió por el comentario, mientras Edward siseó entre dientes.
-También te quiero hermanita-.
Saludé a Jasper con un pequeño abrazo, mientras me daba la bienvenida a su casa. Alice enseguida se dispuso a mandar.
-Bien, subiremos a los dormitorios; después Jasper y yo os mostraremos un poco todo ésto- dijo señalando a su alrededor.
-A sus órdenes pequeña duende- masculló Rosalie realizando el típico saludo militar. No pude hacer otra cosa que echarme a reír, mientras subíamos la gran escalera de madera, cubierta por una moqueta de color verde oscuro. Por las paredes había cientos de cuadros, y las lámparas que colgaban del techo no tenían nada que envidiar a las de la casa de Edward y Alice.
Mi novio me rodeó los hombros mientras subíamos hacia los dormitorios.
-¿Cómo ha ido todo por Forks?- me preguntó.
-Bueno... poco más de lo qué te contado estos días; todo bien- le respondí con una sonrisa.
-¿Y tú padre y Sue?- reprimí una pequeña carcajada; nunca había visto a Edward tan preocupado. El asunto de su suegro le traía de los nervios.
-Todo bien, tranquilo pequeño- apreté su mano, que descansaba en mi hombro, cariñosamente, en señal de ánimo –si vieras la cara de Sue cuándo le pasé el teléfono para que hablara con tu madre... decía que le parecía imposible que estuviera hablando al teléfono con la mismísima reina- recordé entre risas, a las que el se sumó.
La voz de Alice nos distrajo al llegar al pasillo en el que encontraban las habitaciones.
-Bien; hay seis habitaciones, aparte de la principal. Esa es para Jasper y para mi. Podéis elegir la que queráis- nos dijo mirándonos a los cuatro.
-En la otra punta que ellos- dijo Edward, mirando a Emmet con una sonrisa malévola.
-¿Por qué?- preguntó alzando una ceja.
-Para no tener que soportar el vaivén del cabecero...- empecé a insinuar, mientras que Em me lanzaba una mirada furibunda.
Emmet iba a protestar, pero Rose le silenció con un beso, diciéndole.
-Mejor, tendremos todos más intimidad- replicó devolviéndome la jugada. Rodé los ojos, mientras cogía a Edward y le arrastré hasta la habitación del fondo del pasillo. Al abrirla, una estancia luminosa y grande apareció ante nosotros. La enorme cama, con un cabezal inmenso de madera y cubierta con una colcha en tonos azules, presidía la estancia. Las paredes estaban forradas con un papel a rayas azul y blanco, acorde con la ropa de cama y el tapizado de las sillas. Una puerta al lado del armario daba a un cuarto de baño completamente equipado. Me asomé a la ventana, que tenía una vista preciosa de los jardines, y al fondo, los árboles desnudos y las colinas de la campiña inglesa. Me quedé absorta contemplándolo, hasta que Edward me rodeó con sus brazos, dándome un suave beso en la sien.
-¿Te gusta?- me preguntó.
-Es precioso; la casa es muy bonita, y por fin estaremos unos días seguidos sin separarnos- suspiré aliviada. El rió suavemente, mientras me volvía a besar.
-Entonces me has echado de menos de verdad, ¿eh?- me dijo en broma, me giré lentamente, para encararle, aunque él tuvo que bajar su cabeza para mirarme fijamente a los ojos.
-Siempre te echo de menos, desde que te vas a tu casa por la noche y te veo hasta el día siguiente en clase- le respondí suavemente. Su reacción no fue otra que besarme, pero era un beso distinto a todos los que nos habíamos dado... era como un anuncio de lo que pasaría esos días.
Un golpe en la puerta nos hizo separar nuestros labios; Alice nos miraba con una sonrisa cómplice.
-Edward, hay que subir el equipaje- mi novio asintió, dándome un besito en la nariz y saliendo de la habitación.
Alice se acercó hasta dónde yo estaba.
-¿Qué te parece?- me preguntó con una sonrisa.
-Es precioso- le respondí admirada.
-Jasper y yo viviremos aquí cuándo nos casemos- me contó, y me sorprendí.
-Pensaba que viviríais en Londres, en palacio- le dije a modo de pregunta.
-El quiere volver, lleva muchos años fuera; no está muy lejos de Londres, podremos asistir a los compromisos, y ambos podremos trabajar desde aquí- me explicó.
Asentí con la cabeza, y Alice cambió totalmente de tema.
-Bien Bellie... espero que mi hermano esté siendo un buen novio- me lanzó la indirecta.
-Claro que lo es, no tengo queja alguna... pero estoy un poco nerviosa... por dar ese paso- le confesé, roja de vergüenza.
-Bellie, esas cosas surgen, no hay que planearlas... pero voy a darte un consejo, aprovechad estos días de intimidad. Sé que en casa dormís juntos muchas veces -al decir esto último, mi cara ardió -¿creías que no me había dado cuenta?; sé que es complicado tener intimidad allí, con todo el servicio rondando el palacio- me explicó pícara.
-¿Cómo fue tu primera vez?- me atreví a preguntarle.
-Bueno, quitando las molestias típicas de la primera vez...fue maravilloso- sonrió al recordarlo -y verás cómo para ti lo será también, para ambos... sabes que Edward nunca ha tenido novia- me contó, a lo que yo asentí con la cabeza.
-Pero... ya sabes cómo es Edward, tendrás que darle alguna pista para que se lance- dijo divertida, mientras salía de la habitación.
Después de que Edward subiera el equipaje de ambos a la habitación, me dispuse a ordenarlo. Me quedé sorprendida, doblaba las camisas mejor que Sue, y era mucho decir.
Le miraba divertida, mientras el decía con falso tono de indignación.
-Sé valerme algo por mi mismo, ¿sabes señorita?- apuntó.
Rodeé su cuello con mis brazos, besándole profundamente. Lentamente le fui empujando hasta que se tumbó en la cama... y yo le seguí, colocándome encima suyo. Una de mis manos bajó hasta el borde de su camiseta, y se metió por allí. Sin despegar mis labios de los suyos, acaricié la piel de su estómago; pude notar cómo los músculos de su abdomen se contraían.
Al sentir ese contacto, reprimió un gemido, y una de sus manos copió a la mía; un escalofrío me recorrió entera cuándo sentí su mano posarse en uno de mis costados, acariciado toda esa zona de abajo hacia arriba. No sé qué hubiera pasado si no nos hubieran interrumpido unos golpes en la puerta.
-¿Os falta mucho?- preguntó Emmet desde el otro lado.
-No, enseguida bajamos- suspiró Edwrad, que seguía con su mano en mi costado. Escondí mi cara en su cuello, haciendo un puchero.
*****************
EDWARD PVO
La reacción de Bella me sorprendió gratamente. Me moría por estar con ella, pero no sabía si ella estaba preparada. Mis sospechas de que sí lo estaba se confirmaron en el momento en el que ella, en un tímido y a la vez sexual gesto, metió la mano por debajo de mi camiseta. Ese pequeño contacto provocó que esa extraña electricidad que surgía cada vez que nos tocábamos se hiciera aún más intensa, y que cierta zona creciera y se endureciera de manera considerable.
Estaba a punto de girarla para que quedara debajo mío... pero como siempre, en el momento más oportuno, Emmet nos interrumpió tocando la puerta. Le respondí que bajábamos ahora, y pude sentir en mi cuello el dulce puchero que Bella hizo.
Le giré la cara con una de mis manos.
-Parece que no podemos estar solos unos minutos- le dije divertido. Ella puso ojitos de pena; reí suavemente, mientras le daba un pequeño beso en los labios.
-Pero los habrá, te lo prometo- susurré. Ella asintió, mientras ambos nos levantábamos y nos dirigíamos al encuentro de los chicos. Jasper iba explicando la historia de la casa a Rose y Bella, ya que nosotros ya la conocíamos. Mi novia observaba todo con curiosidad, ella y Rosalie estaban encantadas, inspeccionando cada rincón. Hubo un momento en que me quedé un poco más atrás, pensando en el episodio de hace unos minutos.
-¿En qué piensas?- me giré para encontrarme cara a cara con Emmet.
-En nada interesante- le repliqué, negando con la cabeza, a la vez que reanudamos la marcha, siguiendo al resto.
-Espero no haber interrumpido nada antes- soltó con indiferencia y una sonrisa malévola.
Me puse más rojo que un tomate, mientras le miraba; éste, al ver mi expresión, afirmó para sí mismo.
-De modo que si no llego a entrar allí...- masculló en tono insinuante, mientras me miraba divertido.
Suspiré frustrado.
-Emmet... bastante nervioso estoy ya, así que déjalo- le pedí escuetamente.
-¿Por qué?, ¿por ser la primera vez?; Edward yo estaba hecho un flan. A ver, dime, ¿la quieres no?- me empezó a interrogar. ¿Qué clase de pregunta era esa?.
-La amo, tanto que hasta duele- susurré mirándola, mientras ella iba cogida del brazo de Rosalie. Emmet me palmeó el hombro.
-¿Entonces cual es el problema?; os queréis, eso no lo duda nadie... - se paró a meditar durante unos minutos, para después seguir -ya entiendo, no sabes cómo... digámoslo así, empezar- cuestionó serio.
-Emmet... puede que sea virgen, pero algo sé del tema, es solo que no sé explicarlo- suspiré con cansancio.
-Eso se llaman nervios previos a la primera vez, ¿quieres un consejo?- me terminó por preguntar, a lo que yo asentí.
-Relájate y deja que surja, y créeme amigo, cuándo llegue el momento, sabrás que hacer- me aconsejó dándome una palmadita en la espalda, para ir a reunirse con Rosalie.
Bella se acercó a mi sonriendo, mientras la rodeaba la cintura con un brazo y recorríamos la casa mientras tanto.
*****
Una vez vimos los jardines, entramos para preparar la cena. Las chicas dijeron que cocinarían esos días, incluida la cena de fin de año. Después de cenar nos sentamos un poco a ver la tele; a eso de las once de la noche noté que a mi niña se le cerraban los ojitos, a consecuencia del viaje y del cambio de horario. Con cuidado la cogí en brazos, ella se acurrucó en mi pecho, mientras pasaba las manos por mi cuello. Dirigí una mirada a Alice, para que subiera conmigo y la pusiera el pijama. Después de depositarla en la cama fui al baño, a ponerme el pantalón del pijama. Al salir di las buenas noches a mi hermana, que ya salía de la habitación. Me metí a su lado y ella automáticamente se dio la vuelta, apoyando su cabeza en el hueco de mi cuello, cómo solía hacer siempre.
-Buenas noches cariño- le dije bajito, mientras le daba un beso en la frente.
-Buenas noches Edward... te quiero mucho- murmuró adormilada apretándose más contra mí.
Sonreí mientras la observaba en silencio, hasta que me uní a ella en su sueño.
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
solo de imaginarme las caras de Charlie y Sue me da risa pobres como se han quedado con el noticion ............ uyuyuyuyuyyyyyyyy casi solios y con las hormonas disparadas yo creo que de esa casa no salen vivas las viginidades de cierta pareja
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 12: Simplemente amor
Lentamente abrí mis ojos, estaba desorientada mirando hacia todos los lados, hasta que por fin me ubiqué. Estiré los músculos, con cuidado de no despertar a Edward, que seguía dormido como un bebé. Me volví a apoyar en la almohada, observándole con una sonrisa en mi cara. Todavía se me hacía difícil creer que estuviéramos juntos, y que él se hubiera fijado en mi. A veces me sentía tan inferior a su lado.
Mi estómago se quejó, sacándome de mis pensamientos. Me levanté con cuidado, y aún en pijama, bajé a la cocina. La casa estaba sumida en un completo silencio, por lo que supuse nadie estaba despierto. Preparé café y zumo de naranja, y me dispuse a elaborar las famosas tortitas que hacía mi madre. Estaba tan ensimismada con la sartén y la espátula, que no escuché llegar a Edward hasta que me rodeó la cintura con sus fuertes brazos. Una sonrisa apareció en mi cara, mientras me giraba para encararle.
-Buenos días mi niña- me dijo mientras me cogía en brazos y me daba un beso.
-Buenos días, ¿has dormido bien?- le pregunté pasando mis brazos alrededor de su cuello, mirándole con cariño.
-Mejor que nunca- contestó con una sonrisa satisfecha, sin bajarme aún de sus brazos. Le di un pequeño besito en la mejilla, mientras me decía con cariño.
-Pensaba que dormirías más, ayer estaba agotada-.
-Tenía hambre... iba a llamarte, pero me daba pena despertarte- le dije.
-Tú puedes despertarme cuando quieras- me respondió con otra sonrisa de lo más dulce.
-Ahhhhh, bueno saberlo- le dije riéndome.
-Además, me han dicho que mi novia cocina de maravilla...venía a ver si me invitabas a desayunar- me preguntó con otra sonrisa, esta vez un poco traviesa.
-Claro que sí... te enseñaré las maravillas de la cocina de Renne Swan- le respondí.
-Estaré encantado de probarlas... seguro que serán mejores que la comida inglesa, me vas a mal acostumbrar -me susurró sensualmente, me miró y siguió hablando -por cierto, estás preciosa hasta en pijama-.
Me moría de la vergüenza, no caí en que continuaba con mi viejo pijama puesto, y una especie de moño que me recogía el pelo.
-Estás en lo cierto en lo de la comida...en lo del pijama no sé que decirte- le dije mientras me bajaba de sus brazos -anda, ayúdame- pero me cogió en brazos y me dio otro beso...lento, pero intenso...pero un ruido nos hizo separarnos.
Enfrente teníamos a Jasper y Alice, con una sonrisa en la cara.
-¡¡¡ BUENOS DÍAS!!!- cantaron los dos a coro. Me puse más roja que un tomate, mientras que Edward me dejaba en el suelo, pero sin soltar su amarre de mi cintura. Estaban en pijama, al igual que nosotros.
-Hola chicos, ¿tenéis hambre?- les pregunté intentando recuperar la compostura. Asintieron, mientras Edward vino a ayudarme, ellos ponían la mesa.
Estábamos a punto de sentarnos a desayunar, cuándo Rosalie apareció por allí.
-Que madrugadores estamos... y eso que estamos de vacaciones- dijo casi para si misma, después de darnos los buenos días.
Nos sentamos los cinco a la mesa. Edward se metió un trozo de tortita a la boca, y lo saboreó con paciencia.
-¿Te gusta?- le pregunté, el asintió enérgicamente, mientras se metía otro trozo. Estábamos los cinco en animada charla, cuándo apareció Emmet en la cocina, en camiseta... y en calzoncillos.
-Buenos días familia- dijo mientras se estiraba. Rosalie le miraba con un cabreo impresionante, y nosotros cuatro intentábamos contener las risas.
-Emmet, por el amor de dios, ¿no tienes pantalones?- le recriminó su novia, ligeramente enfadada.
-La costumbre- dijo él, encogiéndose despreocupadamente de hombros y encaminándose hacia ella para darle un beso. Rosalie negaba con la cabeza, suspirando en derrota.
Una vez terminamos de desayunar, y ellos dos se quedaron recogiendo la cocina, subimos a vestirnos. Mientras Edward se duchaba, arreglé y recogí un poco la habitación. Salió del baño con una simple toalla rodeando su cadera. Las gotitas de agua caían por su pecho, bien formado y musculado. Me mordí el labio, apartando la vista, mientras un hormigueo extraño me recorrió el cuerpo. En ese momento sonó su móvil.
-Hola papá- oí que decía. Decidí meterme a la ducha, quizá fuera algo importante y no quería molestarle. Salí al de diez minutos, con unos vaqueros y una sudadera azul, y zapatillas deportivas; él ya se había vestido, también de sport.
Me acerqué a él, que me miró tiernamente.
-¿Va todo bien?... ¿no tienes que irte a ningún sitio, verdad?- le pregunté asustada; para una vez que pasaríamos unos días juntos, sería un fastidio.
-No cariño, sólo querían saludarnos y ver cómo habíais llegado Rose y tú; además, hasta finales de enero no tengo que viajar, y serán sólo dos días- me explicó mientras me abrazaba.
Adoraba sus abrazos, me sentía tan bien en ellos. Me quedé así en silencio, disfrutando de su compañía; pasaron unos pocos minutos, hasta que caí en la cuenta.
-No te he dado tu regalo de navidades- le dije, alzando mi cabeza de repente. El me miró extrañado.
-Pensaba que habías dicho que nada de regalos- exclamó divertido.
-Ya... pero lo vi y no pude evitar pensar en ti...- le dije mientras me dirigía a un cajón de mi armario. Volví al su lado, tendiéndole el paquete.
Lo cogió con una sonrisa, mientras empezaba a abrirlo. Miró la camiseta de su jugador favorito de la NBA con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sé que no es mucho, per...- no pude seguir explicándome porque me dio un gran beso.
-Gracias cariño, me encanta... ¿y qué es eso de que no es mucho?, para mi es más que eso- me regañó con dulzura. Le sonreí tímidamente, mientras él se probaba la camiseta.
-Te queda bien- respiré aliviada, no sabía si había acertado con la talla.
-Gracias, de verdad, me encanta- me volvió a agradecer rodeándome la cintura.
-Me alegro que te guste- respondí; Edward era un fanático del fútbol y del baloncesto. En Europa, y sobre todo en Inglaterra, el fútbol es uno de los deportes nacionales... pero el baloncesto no es muy popular. Siempre que había algún partido de la NBA se quedaba a verlo por los canales de deportes.
-Y ahora... te tengo que dar el tuyo- dijo resuelto y mirándome fijamente.
Iba a protestar... pero me interrumpió.
-¿Pensabas que no le iba a hacer un regalo a mi princesa?- me explicó arqueando una ceja, y haciéndome recordar la conversación que tuvimos cuándo me dio mi regalo de cumpleaños. Sonreí en señal de derrota, mientras me ofrecía una cajita pequeña. Unos pendientes, a juego con la pulsera que me regaló por mi cumpleaños, aparecieron. Eran muy sencillos, tan sólo las redondas piedras azules, no muy grandes; he de reconocer que me encantaban.
-Gracias Edward; son preciosos- le dije después de darle un beso; me los puse y me miré al espejo. Por éste, vi que Edward se acercaba y me rodeaba con sus brazos.
-Te quedan bien, y no son muy llamativos, podrás llevarlos a diario- me explicó. Asentí mirando las pequeñas piedras azules.
-Bien, ¿quieres ir a dar un paseo?, no hace mucho frío- me propuso.
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Salimos a los jardines, y tomados de la mano, empecé a preguntarle.
-¿A donde irás a finales de enero?- le interrogué curiosa.
-A Dublín; cada año se reunen mi padre y la presidenta de Irlanda... y ya sabes qué Irlanda perteneció a Gran Bretaña hasta 1919- me explicó, a lo que yo asentí.
-En esas reuniones se hablan de acuerdos de exportaciones e importaciones, pactos para seguridad... normalmente mi padre va acompañado del ministro de economía y del de asuntos exteriores... y este año es la primera vez que voy yo- me explicó con una sonrisa.
-¿Se habla del problema del Ulster?- interrogué preocupada.
-Si... siempre sale a relucir; poco a poco se va progresando en el acuerdo de paz... lleva su tiempo de transición- me siguió explicando.
-¿Y aparte de reuniros... no vais a hacer nada más esta vez?- interrogué.
-No, es una visita privada, se le puede llamar así; no hay cena oficial ni actos programados ni nada de eso- me aclaró.
Me miró mientras me decía con una sonrisa.
-Algún día tu vendrás conmigo- me animó. Sonreí, para mi eso aún estaba un poco lejano.
-Ojalá- murmuré bajito, mientras seguíamos nuestro paseo.
Continuamos con nuestra animada charla un rato más, hasta que Edward miró su reloj.
-Es la hora de comer cariño, tenemos que volver- me dijo rodeándome los hombros. Asentí con un suspiro. Al entrar en la casa nos encontramos con Jasper y Alice, que venían de dar su paseo en otra dirección.
-¿Qué tal parejita?- nos saludó Jasper con una sonrisa.
-Bien...¿Rose y Emmet?- pregunté curiosa. Jasper se encogió de hombros, y Alice contestó.
-Pues... no les hemos visto desde el desayuno- apuntó.
-Vete a saber lo que están haciendo- masculló Jazz entre dientes, mientras el resto reíamos.
Alice y yo nos metimos en la cocina, decidimos que haríamos algo sencillo para comer, ya que teníamos pensado hacer comida abundante para la cena de Fin de año.
-Edward, ¿puedes alcanzarme esa olla?- le pregunté; los armarios era muy altos, casi no llegaba ni la primer estante. Mi novio se acercó, dándome lo que le había pedido, y un beso de propina.
-¿Algo más?- inquirió juguetón. Estuve tentada a contestarle, pero me mordí el labio, ya que no estábamos solos. Le di una palmada juguetona en el hombro, mientras que se iba a ayudar a Jasper.
Ayudada por Alice empecé a hacer la ensalada; en eso estábamos, cuándo apareció Rosalie por la cocina. Mi cuñada sonrió malévola, mientras ella se acercaba a nosotras.
-¿Todo bien?- preguntó con inocencia. Rose se puso colorada, mientras desviaba la mirada.
-Eso se llama recuperar el tiempo perdido- concluyó Alice tan pancha. Me reí suavemente, mientras Rose, en un gesto infantil, le sacó la lengua.
Una vez que la pasta y la ensalada estuvieron preparadas, por fin nos sentamos a la mesa. Después de comer los chicos recogieron, y Jasper propuso ver una película. Las chicas queríamos ver una romántica, Edward y Jasper querían una de intriga y Emmet quería acción. Después de mucho discutir, y sobre todo por no oír protestar a los chicos, decidimos ver "Asesinato en el Orient Express".
Me acomodé en el sofá, con las piernas encima del regazo de Edward. Al final todos terminamos enganchados a la película, menos Emmet, que se pasó un buen rato haciendo comentarios y quejándose. No se calló hasta que Rose le dio una colleja y Jasper casi le lanza uno de los cojines.
Nada más aparecer los créditos, se levantó estirándose.
-¿Veis?, os dije que la asesina era la chica con cara de buena... si es que no me hacéis caso- refunfuñó.
-Gracias por aguarnos el final- le respondió mi novio, rodando los ojos.
Seguimos conversando un buen rato, hasta que Alice miró el reloj, levantándose del susto.
-¡Dios... son las seis y media de la tarde!- tenemos que empezar a preparar la cena, y después arreglarnos- ya estaba frenética, pensé para mis adentros.
Nos dirigimos a la cocina, con los chicos detrás nuestro. Alice se giró hacia ellos.
-No, vosotros fuera- les ordenó Nada más pronunciar esas palabras, los chicos huyeron despavoridos, sin decir ni pío. Oímos que encendían la consola de los videojuegos.
-Bien, tu mandas Bella... eres la que mejor cocina de las tres- me dijo Rosalie.
Suspiré, nunca había hecho cena para tanta gente.
-Bien, Alice prepara todo para hacer la tarta de queso y frambuesa; Rose, prepara el pudding de castañas- ordené mientras yo me dirigía a preparar el aliño que se hornearía con la carne.
Estuvimos un buen rato entretenidas en la cocina, hasta que Jasper entró.
-¿Cómo vais por aquí?- preguntó.
-Bien, ya está casi todo preparado, sólo falta que se haga en el horno- le expliqué mientras me pasaba la mano por la frente, estaba sudando a mares.
-¿Queréis que pongamos la mesa?- le preguntó a Alice. Ésta asintió, mientras se sentaba a beber agua en una silla.
-Buffff... ha sido agotador- masculló entre dientes.
-Espero que les guste- dijo Rose.
-Bien, hora de arreglarse, son casi las ocho- dijo la pequeña duende.
Una vez en mi habitación, me duche, olía a ajo y perejil que apestaba. Con cuidado saqué el vestido para la cena. Era azul oscuro, palabra de honor. Debajo del pecho tenía una cinta de raso negro, que se ataba a un costado formando un gracioso lazo, y me llegaba a la altura de la rodilla. Estaba mirándolo, cuándo Alice entró como un huracán en mi habitación.
-Me gusta mucho el vestido- dijo admirándolo, para después hablarme -vengo a maquillarte un poco- hice una pequeña mueca -te prometo que apenas se notará- aclaró divertida. No solía maquillarme mucho, salvo en contadas ocasiones.
Y estaba en lo cierto, hizo un trabajo estupendo. Mis ojos se veían más grandes y expresivos gracias a la sombra y al rímel que me aplicó. La base de maquillaje iba a tono con mi piel, y no me dio colorete, ya que según ella, no lo necesitaba.
Me aconsejó que me hiciera un moño bajo, para resaltar el escote del vestido. Una vez me vi con el conjunto entero, sonreí satisfecha, no estaba nada mal.
Al salir del baño casi me da un colapso. Edward estaba esperándome; llevaba una camisa negra, con unos vaqueros negros también, la llevaba por fuera, y con los dos primeros botones desabrochados. Estaba muy guapo. Se quedó observándome unos momentos, mientras se acercaba a mi y me cogía una mano, dándome una vuelta.
-Estas preciosa cariño- dijo dándome un suave beso. Me reí, mientras me ponía unas bailarinas negras, ya que no salíamos por ahí, preferí llevar algo cómodo en los pies.
-Eres poco objetivo- contraataqué divertida, mientras me acercaba a el y le pasaba mis brazos por su cuello -y tú estás muy guapo- le susurré.
El rodó los ojos, mientras me apretaba en torno a su cuerpo.
-Tú tampoco eres muy objetiva, que digamos- repuso con una mueca burlona. Sonreí, mientras me ponía de puntillas para besarle. Atrapó mis labios en un beso que cada vez se volvió más desenfrenado. Sus manos paseaban por mi espalda, atrayéndome más hacia él.
Mis jadeos hicieron acto de presencia en la habitación, y Edward se fue separando de mi poco a poco. Pegó su frente a la mía, intentando también tomar aire.
-Bella... tenemos que bajar a cenar- asentí suspirando, mientras íbamos al encuentro de nuestros amigos. Los chicos estaban muy elegantes. Rose llevaba un ceñidísimo vestido rojo hasta los pies, que acentuaban sus curvas al límite, y Alice un gracioso vestido lila de tirantes, corto al igual que el mío.
Saqué la carne del horno, y la llevé a la mesa, con cuidado de no mancharme el vestido. Cenamos animadamente; los chicos nos felicitaron por la cena.
-Estaba todo delicioso cariño- me dijo Edward entrando a la cocina, cargado de platos. Decidimos recoger la mesa antes de enchufar la tele para ver las campanadas. A eso de las once y media, nos sentamos en el salón. El Big Ben apareció en pantalla. Las zonas colindantes estaban llenas de gente.
Por fin el momento llegó, cerré los ojos por un momento, pensando en todo lo que me había sucedido aquel año.
Bang
Bang
Bang
Sonreí mirando a mis amigos; a la pequeña duende y a Jasper, tan distintos pero a la vez perfectos el uno para el otro.
Bang
Bang
Bang
Rosalie, mi compañera del alma... Emmet, tan loco y a la vez cariñoso, cómo un oso de peluche gigante. Angela y Ben... la echaba tanto de menos.
Bang
Bang
Bang
Sonreí pensando en mi padre, en Sue... en Esme y Carlisle, que también los consideraba mis padres... en mi madre, en cómo me gustaría que estuviese aquí conmigo, compartiendo todo lo que me estaba pasando.
Bang
Bang
Bang
Abrí los ojos, cayendo en la cuenta en que Edward me estaba mirando, con una mirada de amor que hacía que sus ojos dorados brillase aún más, si era posible. Se acercó lentamente a mí.
-Feliz Año nuevo mi niña-.
-Feliz Año nuevo- respondí mientras nos besábamos suavemente.
Después de felicitarnos todos, y de brindar, dejamos puesta la televisión, ya que daban un programa de música, con viodeoclips de diferentes canciones.
Un poco animada por el champán, bailé como nunca había bailado. Bailé con las chicas, con Jasper, con Emmet... y con mi novio.
Al de un rato, pude advertir cómo Rose y Emmet empezaban a dar rienda suelta su pasión, y se perdieron en algún lugar de la casa.
Una canción que conocía muy bien y que me encantaba, "Lie to me", de Bon Jovi, empezó a sonar.
Edward se aceró a mí, lentamente, y cogiéndome de la cintura, suavemente, empezamos a bailar, yo pasé sus manos por su cuello y me abracé a él, apoyando mi cabeza en su pecho.
No sé el tiempo que pasamos callados, disfrutando de la canción; no nos dimos cuenta de cuándo terminó; sólo escuchábamos el bombeo desenfrenado de nuestros corazones. De pronto una voz me sacó de mis pensamientos.
-¿En qué piensas mi vida?-preguntó muy bajito,mientras me besaba el pelo.
-En todo lo que ha pasado estos meses- le susurré.
-¿Todavía no te lo crees?-me preguntó con una sonrisa.
-Aún lo estoy asimilando- le dije con otra.
-Ahhhh, eso está bien...-dijo medio riéndose.
-Gracias-le dije, parando y mirándole a los ojos.
-¿Por qué?-me cuestionó.
-Por hacerme tan feliz, por haberme creer que todo es posible- le respondí emocionada.
-Gracias a ti por aparecer en mi vida... y por existir-me dijo abrazándome más.
No supe qué responder a eso... me tiré a su cuello...no podía más, le deseaba tanto...y supe que había llegado el momento.
Me devolvió el beso apasionadamente, acariciándome la espalda con una mano y con la otra sujetando mi nuca, atrayéndome hacia él.
Cuándo tuvimos que separarnos, por la falta de oxígeno, pegó su frente a la mía, y mirándome con una mezcla de amor y deseo, me susurró -Bella, ¿estás segura?-.
-Si...ya no puedo esperar más...y tú tampoco- le dije.
-Bella, yo te deseo hace mucho tiempo...pero te dije que esperaría lo que hiciera falta, eres lo primero para mi, quiero que estés segura y cómoda, quiero que sea especial- me dijo apartándose un poco de mí y cogiéndome las manos.
-Todos los momentos que paso a tu lado son especiales para mí...y quiero demostrarte mi amor...-empecé a decirle, pero me cortó porque volvió a besarme, fue un beso largo e intenso, preludio de lo que iba a suceder esa noche...
Me tomó de la mano y me condujo con paso lento hacia nuestra habitación. No hacía falta decir nada...sabíamos lo que iba a pasar. Una vez de cerrar la puerta con el seguro, se acercó a mi lentamente.
Tomándome de nuevo por la cintura me volvió a besar, mientras mis manos paseaban por su espalda, en una caricia infinita.
Me sobresalté cuando una de sus manos viajó por mi clavícula, lo notó, ya que paró al momento.
-Bella...no vamos a hacer nada que no quieras...el en momento que digas pararé...-me dijo preocupado.
Pero el no se había dado cuenta que mi sobresalto se debía al escalofrío que provocaba su mano en mi piel.
-Shhhhhhh...calla- le dije mientras nuestras bocas se volvían a juntar... y nuestras lenguas se mezclaban apasionadamente.
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EDWARD PVO
Me costaba respirar...pero no quería parar...llevaba tanto tiempo deseándolo, imaginando su cuerpo junto al mío...quería hacerla mía para siempre.
Lentamente empecé a acariciar la piel que dejaba libre su vestido...su piel era suave y tersa...noté cómo se le ponía la carne de gallina por mi contacto, empezaba a respirar más fuerte de lo normal.
Ella también empezó a explorar mi piel, dejando mi espalda e introduciendo su mano, tímidamente al principio, por debajo de mi camisa, para acariciar mi cintura e ir subiendo poco a poco por todo mi cuerpo, aprendiéndose cada pliegue. Volvió a bajar, desabrochándola por el camino, y le ayudé para quitarla y arrojarla hacia algún rincón de aquella habitación.
Se quedó contemplando mi pecho desnudo, mientras una sonrisa tímida aparecía en mis labios.
De repente empezó a darme pequeños besos desde la clavícula hasta la mitad de mi pecho, empecé a jadear...sus labios, suaves y ardientes, dejaban una sensación increíble en mi cuerpo. Mis manos se fueron hacia la cremallera de su vestido, bajándola lentamente para poder quitarlo; ella sólo abrió un poco los brazos, hasta que el vestido cayó al suelo. Me quedé contemplando la perfección de su cuerpo; su suave y clara piel era perfecta, sin un sólo defecto, la acaricié la cintura, para después ir subiendo por su liso estómago, y terminar dónde empezaban sus pechos, a cada paso de mi dedo la piel se le erizaba. La besé en el cuello, y de ahí fui bajando, mientras mi dedo seguía la forma de sus clavículas, del antebrazo, del codo, del brazo... Su respiración ya no era tal, ahora eran pequeños jadeos, las yemas de sus dedos seguían dibujando las formas de mi espalda. Su boca buscó la mía, y no la hice esperar, nuestros labios chocaron, ardientes de deseo, mientras oí cómo en su garganta se ahogaba un gemido.
Sin dejar de besarla, la cogí en brazos y la deposité en la cama, con el mayor cuidado que pude, mientras me tumbaba a su lado y la cogía por la cintura, profundizando así ese largo beso. Mis manos empezaban a recorrer su espalda, mientras ellas se entretenía en mi cuello, regalándome pequeños pero excitantes besos. La volteé, quedando encima de ella, buscando de nuevo sus labios, mientras ella iba hacia los botones de mi pantalón. Me separé y me los quité, quedándonos en ropa interior y mirando nuestros cuerpos con expectación y deseo.
Llevaba un sujetador y unos culotes de color azul, que contrastaban de maravilla con su no muy morena piel. Sus pechos, redondos y perfectos, me llamaban a gritos, así que lentamente llevé mis manos a su espalda para quitarle la prenda. Cuándo arrojé el sujetador fuera de mi vista, su primera reacción fue taparse los pechos con los brazos y desviar la mirada de mi cara... pero poniéndole suavemente las manos por encima de su cabeza, le susurré tiernamente al oído.
-No Bella, estás conmigo, no sientas vergüenza alguna...- le dije para que se tranquilizara.
Ella no habló, sólo de abrazó más a mí, arqueando su espalda, de modo que su cuerpo se junto totalmente con el mío, lo cual hizo que mis nervios explotaran.
-Eres preciosa...-le dije al oído, mientras una de mis manos empezaba a descender por su hombro, para acabar en uno de sus pechos, el cual acaricié y besé con ternura, mientras ella me agarraba de los hombros y empezaba a gemir descontroladamente. Pasé la mano al otro pecho, mientras en el otro se quedaba mi lengua jugueteando con su pezón, el cual se ponía duro, y dándole pequeños mordisquitos en él; arqueaba su cuerpo mientras sus manos agarraban mi pelo y de su boca salían puros gemidos de placer.
-Ed...Ed...ward- decía, con la voz entrecortada.
Oír aquello me excitó muchísimo, pero de pronto nuestras manos chocaron, intentando arrancar la única prenda del otro que nos quedaba a cada uno.
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No podía más, respiraba entrecortadamente, estaba mareada por todas las emociones que estaba viviendo; de mi garganta salían unos gemidos que nunca pensé que diría. Sus caricias sobre mis pechos fueron excitantes y placenteras, pero a la vez tan dulces...me trataba cómo si me fuera a romper, con un cariño y una devoción absoluta. Sin pensármelo agarré sus boxers negros, mientras el hacía lo mismo con mis braguitas, haciéndolos desaparecer y maravillándome de aquella visión de su cuerpo; era absolutamente perfecto y proporcionado.
Le conseguí dar la vuelta, para sentarme encima de él; nuestros sexos se rozaron, libres ya de ropa, y un escalofrío recorrió mi columna, mientras él, en un angustioso jadeo provocado por lo mismo, volvió a buscar mis labios lo que hizo que se incorporara y me abrazara y besara con fuerza; mientras su boca dejaba mis labios, para entretenerse en mi cuello, mis manos pasaban desde su nuca a su espalda.
Sus manos empezaron un paseo a lo largo de mis costillas, mientras mi boca pasó a su oreja, para seguir hacia el cuello, recorriéndolo y besándolo, lo que provocó que empezara a decir ni nombre entre susurros de pasión.
-Bella...Bella...te quiero tanto...-me dijo con la boca pegada a mi oreja.
-Y yo cariño...- no pude seguir, porque sus labios acallaron mis palabras, mientras enredaba sus dedos en mi pelo.
Ahora quería demostrárselo, así que le empujé suavemente hacia atrás, haciendo que se tumbara.
Mis manos y mis labios empezaron a proporcionarle las mejores caricias que podía darle, no sabía si lo estaba haciendo bien, pero parecía disfrutar. Bajé por sus perfectos pectorales, parando en sus pezones y besándolos con suavidad, a la vez que mi lengua jugaba con ellos, seguí bajando hasta toparme con su abdomen, duro como una piedra, mientras él decía mi nombre una y otra vez.
Acaricié sus caderas, hasta que llegué a su miembro, completamente excitado. Dudé al principio, pero acabé tomándolo entre mis manos para intentar que disfrutara aún más. Su cara fue de sorpresa al principio, pero al final terminó agarrando las sábanas con tanta fuerza que parecía que las iba a a hacer pedazos. De repente me subió hacia él, y dándome la vuelta, empezó a jugar con sus dedos en mi sexo, acariciándolo despacio; cerré los ojos, el corazón me iba a estallar, jamás había pensado que se podía sentir tanto placer. Noté que un pequeño estremecimiento se hacía dueño de mi cuerpo.
Al abrir los ojos me encontré con una mirada llena de amor, y sin poder resistirme, volví a buscar sus labios.
Se colocó encima mío, y juntando nuestras frentes empezó a hablar.
-Bella...- susurró, pero le corté al segundo.
-Edward...no pares, hazlo-le dije yo, abrazándome más a él.
-¿Seguro...?- preguntó; le corté de nuevo, y vi que me miraba con preocupación.
-Por favor...-le supliqué jadeante.
Seguía dudando , pero conseguí decirle al oído.
-No hay otra persona con la quisiera hacer ésto... te amo-.
Eso pareció convencerlo, ya que fue tanteando mi sexo con su miembro; emití un pequeño quejido, por la molestia; me miró con preocupación. Con un pequeño asentimiento por mi parte, me besó de una manera que debería estar prohibida, para entrar de una sola vez.
Pude contener el grito que quería salir de mi garganta, mientras cerraba los ojos. Se quedó quieto, mientras me daba tiernos besos por todo el rostro. Una vez pasó un poco la molestia, alcé las caderas y escondí mi cara en su cuello. Empezó a moverse muy despacito, pero en vez de aquella desagradable molestia empezaba a sentir un calor y una sensación dentro de mí, inexplicable... y maravillosa.
Empecé a pasear mi manos por su espalda, clavando un poco mis uñas, eso pareció excitarlo más aún, ya que cada vez se movía un poco más rápido. El roce de nuestros cuerpos, acompañados de promesas cargadas de amor y cariño, hicieron que mi boca buscase la suya, para devorarnos mutuamente. Hubo un momento que con sus ojos cerrados buscó mis manos, y entrelazándolas con las suyas, devoró mi cuello y mi boca, mientras empezábamos a llegar a un éxtasis total y absoluto.
Mi cuerpo sufrió una fuerte sacudida, mientras apreté más mis manos, cerradas en torno a las suyas, y mi cuerpo de volvió a arquear, a la vez que él temblaba encima mío y casi rompiéndome la mano.
Mi respiración iba a mil por hora, al igual que la suya... pegamos de nuevo nuestras sudorosas frentes y mirando mis ojos, arrasados en lágrimas por la felicidad, me recitó las más bonitas palabras.
-Yo también te amo...eres mi vida-.
Volvimos a besarnos, mas despacio, intentando calmar nuestras respiraciones, y nos acomodábamos para dormir, amoldando nuestros cuerpos como un puzzle perfecto.
Capítulo 13: Desahogo
EDWARD PVO
Abrí lentamente los ojos, estirándome un poco en la cama. Una sonrisa se apoderó de mi cara, recordando lo acontecido la noche anterior. Bella dormía plácidamente a mi lado. Con cuidado de no despertarla, salí de la cama para dirigirme un momento al baño.
Una vez me espabilé un poco mojándome la cara, regresé a la habitación. La imagen más bonita y con la que había soñado tantas veces apareció ante mis ojos: mi novia dormida en la cama, enredada entre las sábanas, que dejaban al descubierto algunas partes de su cuerpo. Estaba de espaldas, y su larga melena extendida por su espalda y la almohada, como un abanico.
Con cuidado me volví a acomodar en la cama, mientras me apoyaba en mi codo, girado hacia su lado, observándola dormir.
Miles de sensaciones pasaron por mi mente en aquel momento; aquel primer día en la universidad, en el que vi a mi niña por primera vez; en todo lo que había cambiado mi vida desde que Bella estaba en ella cómo mi novia. Ella era la razón por la que me levantaba con una sonrisa en la cara.
Adoraba escuchar su voz mientras hablábamos de cualquier cosa, las salidas tan graciosas que a veces tenía... escuchándome y animándome cuándo lo necesitaba, contándole mis preocupaciones y mis temores.
En el fondo de mi corazón sólo tenía una esperanza... esperanza de que estos tres años de universidad pasaran rápido, y por fin pedirle de que fuera mi mujer, y no tener que separarme de ella ni andar escondidos.
Todavía no estaba preparada, eso era obvio... pero estaba seguro de que poco a poco, y con nuestra ayuda, se haría sin ningún problema al protocolo y al ritmo de palacio. Sabía que en un futuro, se cuestionaría su papel y valía cómo princesa de Gales y futura reina de Inglaterra... pero no me importaba nada. Estaba seguro de que con su dulzura y su determinación se ganaría a los más escépticos y reticentes.
Con cuidado pasé la mano que me quedaba libre entre su pelo, peinándolo delicadamente con los dedos. Se movió un poco, haciendo un pequeño ruido, y no pude hacer otra cosa que reír suavemente. Giró su cara hacia dónde yo estaba, mientras que una pequeña sonrisa aparecía en su cara y abría sus ojos.
-Lo siento, no pretendía despertarte- le susurré suavemente. Ella negó con la cabeza, mientras que se acercaba más a mi cuerpo, quedando poca arriba.
-Me gusta que me despiertes- dijo en voz baja, mientras que una de sus manos iba directa a mi nuca, dándole suaves caricias. Siempre que me tocaba esa zona, me daban pequeños escalofríos.
-Buenos días pequeño- me dijo, me incliné sobre ella para besarla suavemente.
-Buenos días mi vida, ¿has dormido bien?- le pregunté mientras ella se estiraba un poco.
-Si... demasiado bien- contestó con una pequeña sonrisa.
Me tumbé poca arriba en la cama, arrastrándola a ella y poniéndola encima mío. Sus piernas y las mías se enredaron, al igual que la sábana, que quedó entre nuestros cuerpos.
-¿Así que demasiado bien, eh?- le pregunté con una sonrisa pícara. Ella se apoyó sobre mí, con sus brazos encima de mi pecho, y su cara a pocos centímetros de la mía, se estaba poniendo roja de la vergüenza. Suavemente acaricié su pómulo, mientras le decía.
-Bella cielo, no tienes porque tener vergüenza... - le dije para tranquilizarla. Ella tímidamente asintió. Su melena cayó como una cascada por su hombro izquierdo, y un brillo especial adornaba sus ojos.
-¿Qué te pareció?- soltó de repente. Apoyé mis manos en el final de su espalda, mirándola extrañado por la pregunta.
-Quiero decir... ya sabes que nunca había hecho esto antes y...me preguntaba si habías disfrut...- estaba alucinado, yo preocupado por si la había hecho demasiado daño, y ella sólo se preguntaba si yo había disfrutado... si ella supiera.
-Cariño... yo tampoco había hecho esto antes, y además estaba un poco preocupado por si te había hecho demasiado daño- le aclaré y pregunté sin rodeos al mismo tiempo.
-Bueno... ya tenía más que claro que la primera vez era un poco molesto... pero no imaginaba que sería así... tan especial- dijo ella con una sonrisa entre tímida y avergonzada.
-Fue especial... y perfecto- le susurré tiernamente -y deja de pensar que yo no disfruté, porque no es así... además, ¿no sabes que la práctica hace la perfección?- le susurré sensualmente, mientras una de mis manos iba subiendo por su espalda, de camino hacia su cuello.
-Entonces habrá que seguir practicando pequeño- respondió sobre mis labios. Acerqué su cabeza a la mía, y la otra mano se posó en su cintura, para besarla. Ella agarró mi pelo, y en un momento la volteé, quedando mi mano atrapada debajo de su cuerpo, mientras que la otra seguí apostada en su cuello, atrayéndola más hacia mi, si era posible. La sábana que la envolvía se movió, dejando su cuerpo desnudo hasta la altura de su cintura. Mis labios dejaron los suyos, mientras le besaba el cuello y la parte superior de sus pechos. Un gemido se escapó de sus labios, mientras que los míos dejaba un camino de besos y caricias hasta la altura de su ombligo.
Noté como arañaba con cuidado mi espalda, presa del placer. Adoraba verla sí, era una faceta suya que no conocía, y me volvía loco.
-Ed...Edward... tenemos que bajar... aahhh... a desayunar- me dijo entre jadeos. Suspiré contra su ombligo, haciendo que la piel se le erizara. Ella rió acariciándome el pelo, notando el puchero que hice contra su piel.
-Está bien, mi niña manda- dije incorporándome y tendiéndole una mano, ayudando que se levantara, ganándome un tierno beso por su parte.
Entre susurros y caricias íntimas conseguimos arreglarnos y bajar hacia la cocina. Alice y Jasper ya terminaban de desayunar y estaban recogiendo sus platos.
-Buenos días chicos- saludé con una sonrisa demasiado reveladora.
-Buenos días dormilones, pensábamos que no os moveríais de la cama- dijo mi hermana mirándonos con una pequeña sonrisa. Bella se puso roja, mientras bajaba la vista. La rodeé la cintura, mientras mentalmente rodaba los ojos.
-Bien, os dejamos desayunar tranquilos, luego nos vemos- dijo Jasper, sacando a mi hermana de la mano.
Miré a Bella, que se reía de los nervios, presa de la vergüenza.
Nos servimos café y unas tostadas. Bella me miró divertida.
-¿Qué?- interrogué alzando una ceja. Ella me regaló una de sus preciosas sonrisas, para decirme después.
-Se te nota demasiado la alegría en tu cara- me dijo.
-Bueno... pues tienes que saber que eso lo provocas tu- le dije suavemente, mientras tiraba de su mano para que se levantara. Ella automáticamente se sentó en mi regazo, rodeándome con el cuello y escondiendo su carita en el hueco de éste.
Estábamos sumidos en uno de nuestros cómodos silencios, cuándo alguien nos saludó a voz en grito.
-Buenos días chicos... os veo demasiado pegajosos para ser primera hora de la mañana- nos dijo, mirándonos con una sonrisa malévola.
Le fulminé con la mirada, mientras Rose rodaba los ojos por detrás de él.
-¿Y bien... debo suponer que el pequeño Eddie ya se ha hecho adulto?- siguió relatando. Le miré estupefacto, mientras Bella soltó una carcajada. No sabía que responderle, pero mi niña se adelantó.
-¿Sabes una cosa Emmet?;... eso no lo pueden escuchar las mentes sensibles... sino te escandalizarías- dijo en tono misterioso... y con una sonrisa lasciva en su rostro -¿damos un paseo cariño?- se volvió para preguntarme.
Asentí con la carcajada conteniéndose en mi garganta, la cara de Emmet no tenía precio. Nos levantamos y salimos de la cocina, mientras oímos a Rosalie decirle.
-Eso te pasa por querer hacer la gracia- le decía entre risas.
Nada más salir de allí, solté la carcajada que había estado aguantando, mientras Bella se ponía colorada. La rodeé con mis brazos, mientras le decía.
-No puedo creer que te avergüences aquí, y no delante de ellos, después de lo que has dicho-.
-Bueno... me ha costado decirlo... pero así no se meterá con nosotros... ni con el pequeño Eddie- me dijo divertida.
-Traviesa- murmuré mientras me acercaba a besarla. Ella abrió sus labios, invitándome a entrar. Su lengua y la mía se juntaban en una peligrosa danza.
-Bella...- le dije en tono advertencia, entre beso y beso -a este paso vamos a tener que hacer el paseo hacia nuestro dormitorio- ella pareció pensarlo un momento, hasta que al final asintió con una de sus preciosas caras. La guié hasta los garajes, y allí cogí las llaves de uno de los jeeps que Jasper tenía allí.
-¿A dónde vamos?- me preguntó curiosa.
-Al pequeño lago que está cerca de aquí... está dentro de las propiedades de Jasper; tranquila, no nos verá nadie- la aclaré, ya que se había tensado al decirle que nos íbamos un poco lejos.
Conduje con tranquilidad, mientras Bella observaba curiosa el paisaje por la ventanilla. Al llegar a nuestro destino, la tomé de la mano, para guiarla. El pequeño lago apareció ante nuestras narices. Estaba rodeado por un valle de pequeñas colinas, rodeado de frondosos árboles.
Bella se quedó maravillada, cerrando los ojos y aspirando el olor a tierra mojada, ya que por la noche debía haber llovido un poco.
-Es precioso Edward- me dijo volviéndose hacia mi, con una de sus preciosas sonrisas. Lentamente me acerqué a ella, rodeando su cintura y pegando su espalda a mi pecho. Era asombroso lo bien que encajaba Bella entre mis brazos. Ella pasó sus manos por mis brazos, pegándome aun más a ella.
-Pero no más que tú- le susurré mientras le besaba el pelo. Ella simplemente se acurrucó más contra mi cuerpo.
-No sabes lo que daría por tenerte así siempre... quisiera que estos días no terminaran nunca- susurró despacio y con pena.
-Y yo también cariño, créeme- le dije, intentando consolarla, pero al momento ella se separó de mi, para adelantarse unos pasos.
-Sé que debemos hacerlo así, al menos por un tiempo... lo comprendo y yo acepté ésto Edward... sólo que a veces me gustaría que fuera de otra forma- me explicó.
Volví a rodearla con mis brazos, mirándola fijamente.
-Bella... a mi también me pasa lo mismo; si supieras lo difícil que se me hace marcharme de viaje y dejarte unos días... cada vez más... y no poder llevarte al cine, salir a cenar...- suspiré frustrado, bajando la cabeza. Ella me levantó la cara cariñosamente, mientras me acariciaba la mejilla.
-Eso no me importa Edward... me conformo con saber que estarás a mi lado cuándo puedas... y ya lo haces- me explicó cariñosamente.
-Eres demasiado buena... no todo el mundo podría aguantarlo- le dije bajito. Ella simplemente sonrió, mientras se ponía de puntillas y me besaba. Era un beso dulce y tierno, cargado de amor y de futuro... futuro en el que ella estaba conmigo... para siempre.
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El tiempo pasaba muy rápido, y los días que pasamos en Norfolk Park también pasaron. Nunca podría olvidar aquellos días, dónde por fin Edward y yo terminamos de dar ese paso que nos faltaba en nuestra relación. Recordar esas caricias y esos besos, que se repitieron todas las noches, hasta que volvimos a Londres, me hacían soñar despierta. Edward sólo se había ausentado dos días, para viajar a Dublín con su padre. Ahora estábamos a principios de febrero... y los exámenes se acercaban.
Y se acercaba esa fecha que odiaba con todas mis fuerzas, que me traía dolorosos recuerdos. El diez de ese mes se cumplirían siete años de la muerte de mi madre. Esa noche me revolví inquieta en la cama, y no me desperté mejor. Tenía ojeras y estaba pálida, y mis ojos rojos me delataban.
Todavía en pijama saludé a Rosalie, que ya había preparado el desayuno.
-Buenos días- saludé, sentándome en la silla.
-Buenos días Bella... ¿estás bien?- me preguntó en cuánto se giró y me vio.
.Si... solo me duele un poco la cabeza- mentí lo mejor que pude.
-¿Seguro?- me preguntó, muy poco convencida -¿quieres que me quede aquí contigo?- se ofreció.
-No tranquila, me quedaré una hora más a dormir, iré a segunda hora- le dije.
Pareció meditarlo, hasta que por fin asintió.
-Está bien, ¿quieres que le diga algo a Edward?- me preguntó mientras recogía su taza y la ponía en el fregadero.
-No.. sólo dile que iré a segunda hora- le dije, mientras despedazaba una magdalena.
Ella asintió y se marchó. No fui capaz más que de beberme unos sorbos de café. Volví a tumbarme en la cama, mirando al techo y pensando en mi madre. Tenía un cúmulo de sentimientos que, aún habiendo pasado siete años desde aquello, no había sacado a la luz.
Las tímidas lágrimas que empezaron a aparecer, pronto se convirtieron en un llanto sin fin. Lloraba por su recuerdo, lloraba porque le destino le tuviese guardando a mi madre esa maldita enfermedad... lloraba porque me gustaría que estuviese aquí, conmigo, que conociera mi vida, a Edward... había veces que necesitaba tanto hablar con ella...
Me levanté torpemente de la cama, cogiendo el retrato que descansaba en mi mesilla. Era una de las últimas fotos de mi madre. Estaba en el jardín de casa; el pañuelo que le cubría la cabeza era el único signo de que ella estaba enferma. Su ojos y su sonrisa dejaban entrever a una persona optimista, alegre, luchadora y fuerte. Nunca tuvo miedo a su enfermedad... ella era enfermera, y desde que le dijeron después de la operación que debía tomar sesiones de quimioterapia, ella ya sabía que era demasiado tarde.
Me quedé sentada en el suelo, con las rodillas pegadas a mi pecho, y entre ellos, el retrato de mi madre.
No sabría decir las horas que pasé en esa postura, simplemente mirando hacia el infinito y llorando a mares. No oí que abrían la puerta de mi casa, y los pasos frenéticos que se dirigían a mi habitación. No vi a Edward hasta que se agachó a mi lado, muy nervioso.
-¡Bella!, ¿cariño qué te pasa?- levanté la vista lentamente, bajo las lágrimas distinguí a mi novio, con los ojos muy abiertos y la preocupación escrita en su rostro.
-Edward...- no pude seguir hablando, mi voz se quebró... solté el agarre de mis rodillas y me lancé a sus brazos. Enseguida me acogió en su pecho, apretándome contra él y dándome tiernos besitos en el pelo.
-Ya está mi niña... tranquila, no pasa nada- me decía tiernamente e intentando tranquilizarme.
-Ella no está Edward... y yo la necesito- balbuceaba en su pecho.
Edward no dijo nada más, me soltó un momento y nos puso a ambos de pie. Me cogió en brazos y se dirigió hacia el salón. Se sentó conmigo encima, y yo sólo pude acurrucarme y esconder mi cara en su pecho. Las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos, me aferré con mis puños a su sudadera, mientras el simplemente me acariciaba el cuello y me mecía. Dejó que me desahogara, hasta que por fin mi respiración se volvió tranquila.
Levanté la cabeza, me miraba con cariño.
-¿Estás mejor?- susurró mientras me besaba la frente. Asentí lentamente, mientras mis ojos se posaban en el manchurrón que habían dejado mis lágrimas.
-Lo siento... te he manchado la chaqueta- le dije, todavía un poco llorosa, intentando inútilmente quitar la mancha con mi mano. Edward negó con la cabeza, mientras apartaba mi mano del lamparón y se la llevaba a sus labios.
-Bella, me importa un cuerno la chaqueta... me tenías muy preocupado; Rose me dijo que irías a segunda hora, y a la cuarta ya me asusté y me vine- me contó.
-¿Qué hora es?- pregunté desorientada.
-Las dos y media... no cogías el móvil, y Rose dijo que estabas enferma- me explicó. De repente, me asusté.
-¿Has venido solo?-.
-Ehmmm...si... Rosalie me dio las llaves... le prometí a Emmet que no me movería de aquí- me contó con una sonrisa.
Se la devolví, mientras me volvía a abrazar a su cuerpo; sus brazos, tan fuertes y musculosos, se habían convertido en mi refugio. Tenía la sensación de que nada me podía pasar rodeada por ellos.
-¿Quieres hablar de ello?- me preguntó suavemente. Tomé aire, para empezar a explicarle.
-Hoy... se... se cumplen siete años desde que...- no pude seguir hablando, pero el me entendió a la primera.
-Cuéntamelo cariño- me instó mientras me apretaba más en torno a su cuerpo.
-Apenas recuerdo nada del día en que murió... recuerdo el funeral, y después recuerdo estar en el jardín de mi casa... alejada de la multitud- le conté despacio. El me escuchaba en silencio, por lo que seguí.
-Ese día no pude derramar una lágrima... creo que estaba en shock... entonces mi padre vino a decirme que varias personas se iban, y debía entrar a despedirme-.
Levanté la cabeza de su hombro, me dio una sonrisa de ánimo y continué, tomando su mano y jugueteando con sus dedos.
-Recuerdo la mirada de mi padre, perdida en sus recuerdos junto a ella... le pregunté si estaba bien... y lo único que me dijo era que sí... pero desde aquel momento supe que nada volvería a ser igual- suspiré con pena, y proseguí -la echo tanto de menos Edward... si pudiera verla, aunque solo fuera un minuto... y que me diera uno de sus abrazos... me gustaría que viese lo feliz que soy- terminé de decir.
Edward simplemente me besó la frente, mientras seguía acunándome. Permanecimos así unos minutos, y su cara giró hacia el retrato de mi madre, que estaba a nuestro lado en el sofá.
-Era muy guapa- susurró con una sonrisa -te pareces mucho a ella... tienes sus ojos- me confesó bajito.
-Si.. eso dice todo el mundo- afirmé, mirando con añoranza la foto.
-Me hubiera gustado mucho conocerla- dijo.
-Seguro qué le habrías gustado mucho... incluso te habría dicho lo guapo y sexy que eres- recordé con una sonrisa la alegría y desparpajo que tenía mi madre.
-¿Guapo y sexy?- preguntó arqueando una ceja y con una sonrrisilla malvada. Le di juguetonamente en el hombro.
-Gracias por escucharme... lamento que hayas perdido las clases...- empecé a decirle.
-Bella... todos tenemos nuestros momentos de bajón... y hace unos meses prometí que cuidaría a mi princesa... y quiero que me cuentes lo que te pasa siempre, ¿me oyes?- me explicaba con cariño. Asentí lentamente, mientras mi estómago se quejó de hambre.
-Hora de comer- dijo mi novio, haciéndome una señal para que me levantara. Le miré confusa.
-¿Pero tú no tenías una entrevista en palacio con tus padres y el embajador?- pregunté de repente.
-Si... pero hablé antes con ellos, y me han dado permiso... no te quiero dejar sola hoy Bella... además, mañana es viernes y te vienes a mi casa- me recordó.
-Edward... no quiero que descuides tus tareas por mi... tus padres se van a terminar de enfadar conmigo- exclamé preocupada.
Se acercó a mi, y tomando mi cara entre sus manos, empezó a decirme.
-Bella... sabía que día era hoy... y Rose también lo sabía... no te preocupes por eso... si realmente hubiera sido importante, mis padres me habrían hecho asistir... además he pedido permiso, y hoy me quedo a dormir aquí contigo; Emmet me traerá ropa, y se quedará también- me contó.
-¿De verdad?- pregunté haciendo un puchero. El asintió, mientras me seguía explicando.
-Bella... ¿recuerdas lo que de dije esa noche, cuándo te confesé mis sentimientos?... eres lo más bonito que tengo alrededor Bella... y no puedo permitir que mi niña esté sola en un momento así- me terminó de decir.
Mis ojos estaban anegados en lágrimas... ¿cómo podía este hombre quererme así?.
-¿Por qué lloras cariño?- me preguntó preocupado, quitando mis lágrimas con sus dedos.
Negué con la cabeza, mientras le contestaba.
-Nunca pensé que podría querer así... cómo te quiero a ti... como te amo a ti- susurré, pegando su frente a la mía.
-Y yo jamás pensé que podría amar así... pero eso sólo tiene una respuesta... y es porque eres tu, simplemente tu- susurró, para unir mis labios a los suyos, en un beso infinito.
Lentamente abrí mis ojos, estaba desorientada mirando hacia todos los lados, hasta que por fin me ubiqué. Estiré los músculos, con cuidado de no despertar a Edward, que seguía dormido como un bebé. Me volví a apoyar en la almohada, observándole con una sonrisa en mi cara. Todavía se me hacía difícil creer que estuviéramos juntos, y que él se hubiera fijado en mi. A veces me sentía tan inferior a su lado.
Mi estómago se quejó, sacándome de mis pensamientos. Me levanté con cuidado, y aún en pijama, bajé a la cocina. La casa estaba sumida en un completo silencio, por lo que supuse nadie estaba despierto. Preparé café y zumo de naranja, y me dispuse a elaborar las famosas tortitas que hacía mi madre. Estaba tan ensimismada con la sartén y la espátula, que no escuché llegar a Edward hasta que me rodeó la cintura con sus fuertes brazos. Una sonrisa apareció en mi cara, mientras me giraba para encararle.
-Buenos días mi niña- me dijo mientras me cogía en brazos y me daba un beso.
-Buenos días, ¿has dormido bien?- le pregunté pasando mis brazos alrededor de su cuello, mirándole con cariño.
-Mejor que nunca- contestó con una sonrisa satisfecha, sin bajarme aún de sus brazos. Le di un pequeño besito en la mejilla, mientras me decía con cariño.
-Pensaba que dormirías más, ayer estaba agotada-.
-Tenía hambre... iba a llamarte, pero me daba pena despertarte- le dije.
-Tú puedes despertarme cuando quieras- me respondió con otra sonrisa de lo más dulce.
-Ahhhhh, bueno saberlo- le dije riéndome.
-Además, me han dicho que mi novia cocina de maravilla...venía a ver si me invitabas a desayunar- me preguntó con otra sonrisa, esta vez un poco traviesa.
-Claro que sí... te enseñaré las maravillas de la cocina de Renne Swan- le respondí.
-Estaré encantado de probarlas... seguro que serán mejores que la comida inglesa, me vas a mal acostumbrar -me susurró sensualmente, me miró y siguió hablando -por cierto, estás preciosa hasta en pijama-.
Me moría de la vergüenza, no caí en que continuaba con mi viejo pijama puesto, y una especie de moño que me recogía el pelo.
-Estás en lo cierto en lo de la comida...en lo del pijama no sé que decirte- le dije mientras me bajaba de sus brazos -anda, ayúdame- pero me cogió en brazos y me dio otro beso...lento, pero intenso...pero un ruido nos hizo separarnos.
Enfrente teníamos a Jasper y Alice, con una sonrisa en la cara.
-¡¡¡ BUENOS DÍAS!!!- cantaron los dos a coro. Me puse más roja que un tomate, mientras que Edward me dejaba en el suelo, pero sin soltar su amarre de mi cintura. Estaban en pijama, al igual que nosotros.
-Hola chicos, ¿tenéis hambre?- les pregunté intentando recuperar la compostura. Asintieron, mientras Edward vino a ayudarme, ellos ponían la mesa.
Estábamos a punto de sentarnos a desayunar, cuándo Rosalie apareció por allí.
-Que madrugadores estamos... y eso que estamos de vacaciones- dijo casi para si misma, después de darnos los buenos días.
Nos sentamos los cinco a la mesa. Edward se metió un trozo de tortita a la boca, y lo saboreó con paciencia.
-¿Te gusta?- le pregunté, el asintió enérgicamente, mientras se metía otro trozo. Estábamos los cinco en animada charla, cuándo apareció Emmet en la cocina, en camiseta... y en calzoncillos.
-Buenos días familia- dijo mientras se estiraba. Rosalie le miraba con un cabreo impresionante, y nosotros cuatro intentábamos contener las risas.
-Emmet, por el amor de dios, ¿no tienes pantalones?- le recriminó su novia, ligeramente enfadada.
-La costumbre- dijo él, encogiéndose despreocupadamente de hombros y encaminándose hacia ella para darle un beso. Rosalie negaba con la cabeza, suspirando en derrota.
Una vez terminamos de desayunar, y ellos dos se quedaron recogiendo la cocina, subimos a vestirnos. Mientras Edward se duchaba, arreglé y recogí un poco la habitación. Salió del baño con una simple toalla rodeando su cadera. Las gotitas de agua caían por su pecho, bien formado y musculado. Me mordí el labio, apartando la vista, mientras un hormigueo extraño me recorrió el cuerpo. En ese momento sonó su móvil.
-Hola papá- oí que decía. Decidí meterme a la ducha, quizá fuera algo importante y no quería molestarle. Salí al de diez minutos, con unos vaqueros y una sudadera azul, y zapatillas deportivas; él ya se había vestido, también de sport.
Me acerqué a él, que me miró tiernamente.
-¿Va todo bien?... ¿no tienes que irte a ningún sitio, verdad?- le pregunté asustada; para una vez que pasaríamos unos días juntos, sería un fastidio.
-No cariño, sólo querían saludarnos y ver cómo habíais llegado Rose y tú; además, hasta finales de enero no tengo que viajar, y serán sólo dos días- me explicó mientras me abrazaba.
Adoraba sus abrazos, me sentía tan bien en ellos. Me quedé así en silencio, disfrutando de su compañía; pasaron unos pocos minutos, hasta que caí en la cuenta.
-No te he dado tu regalo de navidades- le dije, alzando mi cabeza de repente. El me miró extrañado.
-Pensaba que habías dicho que nada de regalos- exclamó divertido.
-Ya... pero lo vi y no pude evitar pensar en ti...- le dije mientras me dirigía a un cajón de mi armario. Volví al su lado, tendiéndole el paquete.
Lo cogió con una sonrisa, mientras empezaba a abrirlo. Miró la camiseta de su jugador favorito de la NBA con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sé que no es mucho, per...- no pude seguir explicándome porque me dio un gran beso.
-Gracias cariño, me encanta... ¿y qué es eso de que no es mucho?, para mi es más que eso- me regañó con dulzura. Le sonreí tímidamente, mientras él se probaba la camiseta.
-Te queda bien- respiré aliviada, no sabía si había acertado con la talla.
-Gracias, de verdad, me encanta- me volvió a agradecer rodeándome la cintura.
-Me alegro que te guste- respondí; Edward era un fanático del fútbol y del baloncesto. En Europa, y sobre todo en Inglaterra, el fútbol es uno de los deportes nacionales... pero el baloncesto no es muy popular. Siempre que había algún partido de la NBA se quedaba a verlo por los canales de deportes.
-Y ahora... te tengo que dar el tuyo- dijo resuelto y mirándome fijamente.
Iba a protestar... pero me interrumpió.
-¿Pensabas que no le iba a hacer un regalo a mi princesa?- me explicó arqueando una ceja, y haciéndome recordar la conversación que tuvimos cuándo me dio mi regalo de cumpleaños. Sonreí en señal de derrota, mientras me ofrecía una cajita pequeña. Unos pendientes, a juego con la pulsera que me regaló por mi cumpleaños, aparecieron. Eran muy sencillos, tan sólo las redondas piedras azules, no muy grandes; he de reconocer que me encantaban.
-Gracias Edward; son preciosos- le dije después de darle un beso; me los puse y me miré al espejo. Por éste, vi que Edward se acercaba y me rodeaba con sus brazos.
-Te quedan bien, y no son muy llamativos, podrás llevarlos a diario- me explicó. Asentí mirando las pequeñas piedras azules.
-Bien, ¿quieres ir a dar un paseo?, no hace mucho frío- me propuso.
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Salimos a los jardines, y tomados de la mano, empecé a preguntarle.
-¿A donde irás a finales de enero?- le interrogué curiosa.
-A Dublín; cada año se reunen mi padre y la presidenta de Irlanda... y ya sabes qué Irlanda perteneció a Gran Bretaña hasta 1919- me explicó, a lo que yo asentí.
-En esas reuniones se hablan de acuerdos de exportaciones e importaciones, pactos para seguridad... normalmente mi padre va acompañado del ministro de economía y del de asuntos exteriores... y este año es la primera vez que voy yo- me explicó con una sonrisa.
-¿Se habla del problema del Ulster?- interrogué preocupada.
-Si... siempre sale a relucir; poco a poco se va progresando en el acuerdo de paz... lleva su tiempo de transición- me siguió explicando.
-¿Y aparte de reuniros... no vais a hacer nada más esta vez?- interrogué.
-No, es una visita privada, se le puede llamar así; no hay cena oficial ni actos programados ni nada de eso- me aclaró.
Me miró mientras me decía con una sonrisa.
-Algún día tu vendrás conmigo- me animó. Sonreí, para mi eso aún estaba un poco lejano.
-Ojalá- murmuré bajito, mientras seguíamos nuestro paseo.
Continuamos con nuestra animada charla un rato más, hasta que Edward miró su reloj.
-Es la hora de comer cariño, tenemos que volver- me dijo rodeándome los hombros. Asentí con un suspiro. Al entrar en la casa nos encontramos con Jasper y Alice, que venían de dar su paseo en otra dirección.
-¿Qué tal parejita?- nos saludó Jasper con una sonrisa.
-Bien...¿Rose y Emmet?- pregunté curiosa. Jasper se encogió de hombros, y Alice contestó.
-Pues... no les hemos visto desde el desayuno- apuntó.
-Vete a saber lo que están haciendo- masculló Jazz entre dientes, mientras el resto reíamos.
Alice y yo nos metimos en la cocina, decidimos que haríamos algo sencillo para comer, ya que teníamos pensado hacer comida abundante para la cena de Fin de año.
-Edward, ¿puedes alcanzarme esa olla?- le pregunté; los armarios era muy altos, casi no llegaba ni la primer estante. Mi novio se acercó, dándome lo que le había pedido, y un beso de propina.
-¿Algo más?- inquirió juguetón. Estuve tentada a contestarle, pero me mordí el labio, ya que no estábamos solos. Le di una palmada juguetona en el hombro, mientras que se iba a ayudar a Jasper.
Ayudada por Alice empecé a hacer la ensalada; en eso estábamos, cuándo apareció Rosalie por la cocina. Mi cuñada sonrió malévola, mientras ella se acercaba a nosotras.
-¿Todo bien?- preguntó con inocencia. Rose se puso colorada, mientras desviaba la mirada.
-Eso se llama recuperar el tiempo perdido- concluyó Alice tan pancha. Me reí suavemente, mientras Rose, en un gesto infantil, le sacó la lengua.
Una vez que la pasta y la ensalada estuvieron preparadas, por fin nos sentamos a la mesa. Después de comer los chicos recogieron, y Jasper propuso ver una película. Las chicas queríamos ver una romántica, Edward y Jasper querían una de intriga y Emmet quería acción. Después de mucho discutir, y sobre todo por no oír protestar a los chicos, decidimos ver "Asesinato en el Orient Express".
Me acomodé en el sofá, con las piernas encima del regazo de Edward. Al final todos terminamos enganchados a la película, menos Emmet, que se pasó un buen rato haciendo comentarios y quejándose. No se calló hasta que Rose le dio una colleja y Jasper casi le lanza uno de los cojines.
Nada más aparecer los créditos, se levantó estirándose.
-¿Veis?, os dije que la asesina era la chica con cara de buena... si es que no me hacéis caso- refunfuñó.
-Gracias por aguarnos el final- le respondió mi novio, rodando los ojos.
Seguimos conversando un buen rato, hasta que Alice miró el reloj, levantándose del susto.
-¡Dios... son las seis y media de la tarde!- tenemos que empezar a preparar la cena, y después arreglarnos- ya estaba frenética, pensé para mis adentros.
Nos dirigimos a la cocina, con los chicos detrás nuestro. Alice se giró hacia ellos.
-No, vosotros fuera- les ordenó Nada más pronunciar esas palabras, los chicos huyeron despavoridos, sin decir ni pío. Oímos que encendían la consola de los videojuegos.
-Bien, tu mandas Bella... eres la que mejor cocina de las tres- me dijo Rosalie.
Suspiré, nunca había hecho cena para tanta gente.
-Bien, Alice prepara todo para hacer la tarta de queso y frambuesa; Rose, prepara el pudding de castañas- ordené mientras yo me dirigía a preparar el aliño que se hornearía con la carne.
Estuvimos un buen rato entretenidas en la cocina, hasta que Jasper entró.
-¿Cómo vais por aquí?- preguntó.
-Bien, ya está casi todo preparado, sólo falta que se haga en el horno- le expliqué mientras me pasaba la mano por la frente, estaba sudando a mares.
-¿Queréis que pongamos la mesa?- le preguntó a Alice. Ésta asintió, mientras se sentaba a beber agua en una silla.
-Buffff... ha sido agotador- masculló entre dientes.
-Espero que les guste- dijo Rose.
-Bien, hora de arreglarse, son casi las ocho- dijo la pequeña duende.
Una vez en mi habitación, me duche, olía a ajo y perejil que apestaba. Con cuidado saqué el vestido para la cena. Era azul oscuro, palabra de honor. Debajo del pecho tenía una cinta de raso negro, que se ataba a un costado formando un gracioso lazo, y me llegaba a la altura de la rodilla. Estaba mirándolo, cuándo Alice entró como un huracán en mi habitación.
-Me gusta mucho el vestido- dijo admirándolo, para después hablarme -vengo a maquillarte un poco- hice una pequeña mueca -te prometo que apenas se notará- aclaró divertida. No solía maquillarme mucho, salvo en contadas ocasiones.
Y estaba en lo cierto, hizo un trabajo estupendo. Mis ojos se veían más grandes y expresivos gracias a la sombra y al rímel que me aplicó. La base de maquillaje iba a tono con mi piel, y no me dio colorete, ya que según ella, no lo necesitaba.
Me aconsejó que me hiciera un moño bajo, para resaltar el escote del vestido. Una vez me vi con el conjunto entero, sonreí satisfecha, no estaba nada mal.
Al salir del baño casi me da un colapso. Edward estaba esperándome; llevaba una camisa negra, con unos vaqueros negros también, la llevaba por fuera, y con los dos primeros botones desabrochados. Estaba muy guapo. Se quedó observándome unos momentos, mientras se acercaba a mi y me cogía una mano, dándome una vuelta.
-Estas preciosa cariño- dijo dándome un suave beso. Me reí, mientras me ponía unas bailarinas negras, ya que no salíamos por ahí, preferí llevar algo cómodo en los pies.
-Eres poco objetivo- contraataqué divertida, mientras me acercaba a el y le pasaba mis brazos por su cuello -y tú estás muy guapo- le susurré.
El rodó los ojos, mientras me apretaba en torno a su cuerpo.
-Tú tampoco eres muy objetiva, que digamos- repuso con una mueca burlona. Sonreí, mientras me ponía de puntillas para besarle. Atrapó mis labios en un beso que cada vez se volvió más desenfrenado. Sus manos paseaban por mi espalda, atrayéndome más hacia él.
Mis jadeos hicieron acto de presencia en la habitación, y Edward se fue separando de mi poco a poco. Pegó su frente a la mía, intentando también tomar aire.
-Bella... tenemos que bajar a cenar- asentí suspirando, mientras íbamos al encuentro de nuestros amigos. Los chicos estaban muy elegantes. Rose llevaba un ceñidísimo vestido rojo hasta los pies, que acentuaban sus curvas al límite, y Alice un gracioso vestido lila de tirantes, corto al igual que el mío.
Saqué la carne del horno, y la llevé a la mesa, con cuidado de no mancharme el vestido. Cenamos animadamente; los chicos nos felicitaron por la cena.
-Estaba todo delicioso cariño- me dijo Edward entrando a la cocina, cargado de platos. Decidimos recoger la mesa antes de enchufar la tele para ver las campanadas. A eso de las once y media, nos sentamos en el salón. El Big Ben apareció en pantalla. Las zonas colindantes estaban llenas de gente.
Por fin el momento llegó, cerré los ojos por un momento, pensando en todo lo que me había sucedido aquel año.
Bang
Bang
Bang
Sonreí mirando a mis amigos; a la pequeña duende y a Jasper, tan distintos pero a la vez perfectos el uno para el otro.
Bang
Bang
Bang
Rosalie, mi compañera del alma... Emmet, tan loco y a la vez cariñoso, cómo un oso de peluche gigante. Angela y Ben... la echaba tanto de menos.
Bang
Bang
Bang
Sonreí pensando en mi padre, en Sue... en Esme y Carlisle, que también los consideraba mis padres... en mi madre, en cómo me gustaría que estuviese aquí conmigo, compartiendo todo lo que me estaba pasando.
Bang
Bang
Bang
Abrí los ojos, cayendo en la cuenta en que Edward me estaba mirando, con una mirada de amor que hacía que sus ojos dorados brillase aún más, si era posible. Se acercó lentamente a mí.
-Feliz Año nuevo mi niña-.
-Feliz Año nuevo- respondí mientras nos besábamos suavemente.
Después de felicitarnos todos, y de brindar, dejamos puesta la televisión, ya que daban un programa de música, con viodeoclips de diferentes canciones.
Un poco animada por el champán, bailé como nunca había bailado. Bailé con las chicas, con Jasper, con Emmet... y con mi novio.
Al de un rato, pude advertir cómo Rose y Emmet empezaban a dar rienda suelta su pasión, y se perdieron en algún lugar de la casa.
Una canción que conocía muy bien y que me encantaba, "Lie to me", de Bon Jovi, empezó a sonar.
Edward se aceró a mí, lentamente, y cogiéndome de la cintura, suavemente, empezamos a bailar, yo pasé sus manos por su cuello y me abracé a él, apoyando mi cabeza en su pecho.
No sé el tiempo que pasamos callados, disfrutando de la canción; no nos dimos cuenta de cuándo terminó; sólo escuchábamos el bombeo desenfrenado de nuestros corazones. De pronto una voz me sacó de mis pensamientos.
-¿En qué piensas mi vida?-preguntó muy bajito,mientras me besaba el pelo.
-En todo lo que ha pasado estos meses- le susurré.
-¿Todavía no te lo crees?-me preguntó con una sonrisa.
-Aún lo estoy asimilando- le dije con otra.
-Ahhhh, eso está bien...-dijo medio riéndose.
-Gracias-le dije, parando y mirándole a los ojos.
-¿Por qué?-me cuestionó.
-Por hacerme tan feliz, por haberme creer que todo es posible- le respondí emocionada.
-Gracias a ti por aparecer en mi vida... y por existir-me dijo abrazándome más.
No supe qué responder a eso... me tiré a su cuello...no podía más, le deseaba tanto...y supe que había llegado el momento.
Me devolvió el beso apasionadamente, acariciándome la espalda con una mano y con la otra sujetando mi nuca, atrayéndome hacia él.
Cuándo tuvimos que separarnos, por la falta de oxígeno, pegó su frente a la mía, y mirándome con una mezcla de amor y deseo, me susurró -Bella, ¿estás segura?-.
-Si...ya no puedo esperar más...y tú tampoco- le dije.
-Bella, yo te deseo hace mucho tiempo...pero te dije que esperaría lo que hiciera falta, eres lo primero para mi, quiero que estés segura y cómoda, quiero que sea especial- me dijo apartándose un poco de mí y cogiéndome las manos.
-Todos los momentos que paso a tu lado son especiales para mí...y quiero demostrarte mi amor...-empecé a decirle, pero me cortó porque volvió a besarme, fue un beso largo e intenso, preludio de lo que iba a suceder esa noche...
Me tomó de la mano y me condujo con paso lento hacia nuestra habitación. No hacía falta decir nada...sabíamos lo que iba a pasar. Una vez de cerrar la puerta con el seguro, se acercó a mi lentamente.
Tomándome de nuevo por la cintura me volvió a besar, mientras mis manos paseaban por su espalda, en una caricia infinita.
Me sobresalté cuando una de sus manos viajó por mi clavícula, lo notó, ya que paró al momento.
-Bella...no vamos a hacer nada que no quieras...el en momento que digas pararé...-me dijo preocupado.
Pero el no se había dado cuenta que mi sobresalto se debía al escalofrío que provocaba su mano en mi piel.
-Shhhhhhh...calla- le dije mientras nuestras bocas se volvían a juntar... y nuestras lenguas se mezclaban apasionadamente.
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EDWARD PVO
Me costaba respirar...pero no quería parar...llevaba tanto tiempo deseándolo, imaginando su cuerpo junto al mío...quería hacerla mía para siempre.
Lentamente empecé a acariciar la piel que dejaba libre su vestido...su piel era suave y tersa...noté cómo se le ponía la carne de gallina por mi contacto, empezaba a respirar más fuerte de lo normal.
Ella también empezó a explorar mi piel, dejando mi espalda e introduciendo su mano, tímidamente al principio, por debajo de mi camisa, para acariciar mi cintura e ir subiendo poco a poco por todo mi cuerpo, aprendiéndose cada pliegue. Volvió a bajar, desabrochándola por el camino, y le ayudé para quitarla y arrojarla hacia algún rincón de aquella habitación.
Se quedó contemplando mi pecho desnudo, mientras una sonrisa tímida aparecía en mis labios.
De repente empezó a darme pequeños besos desde la clavícula hasta la mitad de mi pecho, empecé a jadear...sus labios, suaves y ardientes, dejaban una sensación increíble en mi cuerpo. Mis manos se fueron hacia la cremallera de su vestido, bajándola lentamente para poder quitarlo; ella sólo abrió un poco los brazos, hasta que el vestido cayó al suelo. Me quedé contemplando la perfección de su cuerpo; su suave y clara piel era perfecta, sin un sólo defecto, la acaricié la cintura, para después ir subiendo por su liso estómago, y terminar dónde empezaban sus pechos, a cada paso de mi dedo la piel se le erizaba. La besé en el cuello, y de ahí fui bajando, mientras mi dedo seguía la forma de sus clavículas, del antebrazo, del codo, del brazo... Su respiración ya no era tal, ahora eran pequeños jadeos, las yemas de sus dedos seguían dibujando las formas de mi espalda. Su boca buscó la mía, y no la hice esperar, nuestros labios chocaron, ardientes de deseo, mientras oí cómo en su garganta se ahogaba un gemido.
Sin dejar de besarla, la cogí en brazos y la deposité en la cama, con el mayor cuidado que pude, mientras me tumbaba a su lado y la cogía por la cintura, profundizando así ese largo beso. Mis manos empezaban a recorrer su espalda, mientras ellas se entretenía en mi cuello, regalándome pequeños pero excitantes besos. La volteé, quedando encima de ella, buscando de nuevo sus labios, mientras ella iba hacia los botones de mi pantalón. Me separé y me los quité, quedándonos en ropa interior y mirando nuestros cuerpos con expectación y deseo.
Llevaba un sujetador y unos culotes de color azul, que contrastaban de maravilla con su no muy morena piel. Sus pechos, redondos y perfectos, me llamaban a gritos, así que lentamente llevé mis manos a su espalda para quitarle la prenda. Cuándo arrojé el sujetador fuera de mi vista, su primera reacción fue taparse los pechos con los brazos y desviar la mirada de mi cara... pero poniéndole suavemente las manos por encima de su cabeza, le susurré tiernamente al oído.
-No Bella, estás conmigo, no sientas vergüenza alguna...- le dije para que se tranquilizara.
Ella no habló, sólo de abrazó más a mí, arqueando su espalda, de modo que su cuerpo se junto totalmente con el mío, lo cual hizo que mis nervios explotaran.
-Eres preciosa...-le dije al oído, mientras una de mis manos empezaba a descender por su hombro, para acabar en uno de sus pechos, el cual acaricié y besé con ternura, mientras ella me agarraba de los hombros y empezaba a gemir descontroladamente. Pasé la mano al otro pecho, mientras en el otro se quedaba mi lengua jugueteando con su pezón, el cual se ponía duro, y dándole pequeños mordisquitos en él; arqueaba su cuerpo mientras sus manos agarraban mi pelo y de su boca salían puros gemidos de placer.
-Ed...Ed...ward- decía, con la voz entrecortada.
Oír aquello me excitó muchísimo, pero de pronto nuestras manos chocaron, intentando arrancar la única prenda del otro que nos quedaba a cada uno.
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No podía más, respiraba entrecortadamente, estaba mareada por todas las emociones que estaba viviendo; de mi garganta salían unos gemidos que nunca pensé que diría. Sus caricias sobre mis pechos fueron excitantes y placenteras, pero a la vez tan dulces...me trataba cómo si me fuera a romper, con un cariño y una devoción absoluta. Sin pensármelo agarré sus boxers negros, mientras el hacía lo mismo con mis braguitas, haciéndolos desaparecer y maravillándome de aquella visión de su cuerpo; era absolutamente perfecto y proporcionado.
Le conseguí dar la vuelta, para sentarme encima de él; nuestros sexos se rozaron, libres ya de ropa, y un escalofrío recorrió mi columna, mientras él, en un angustioso jadeo provocado por lo mismo, volvió a buscar mis labios lo que hizo que se incorporara y me abrazara y besara con fuerza; mientras su boca dejaba mis labios, para entretenerse en mi cuello, mis manos pasaban desde su nuca a su espalda.
Sus manos empezaron un paseo a lo largo de mis costillas, mientras mi boca pasó a su oreja, para seguir hacia el cuello, recorriéndolo y besándolo, lo que provocó que empezara a decir ni nombre entre susurros de pasión.
-Bella...Bella...te quiero tanto...-me dijo con la boca pegada a mi oreja.
-Y yo cariño...- no pude seguir, porque sus labios acallaron mis palabras, mientras enredaba sus dedos en mi pelo.
Ahora quería demostrárselo, así que le empujé suavemente hacia atrás, haciendo que se tumbara.
Mis manos y mis labios empezaron a proporcionarle las mejores caricias que podía darle, no sabía si lo estaba haciendo bien, pero parecía disfrutar. Bajé por sus perfectos pectorales, parando en sus pezones y besándolos con suavidad, a la vez que mi lengua jugaba con ellos, seguí bajando hasta toparme con su abdomen, duro como una piedra, mientras él decía mi nombre una y otra vez.
Acaricié sus caderas, hasta que llegué a su miembro, completamente excitado. Dudé al principio, pero acabé tomándolo entre mis manos para intentar que disfrutara aún más. Su cara fue de sorpresa al principio, pero al final terminó agarrando las sábanas con tanta fuerza que parecía que las iba a a hacer pedazos. De repente me subió hacia él, y dándome la vuelta, empezó a jugar con sus dedos en mi sexo, acariciándolo despacio; cerré los ojos, el corazón me iba a estallar, jamás había pensado que se podía sentir tanto placer. Noté que un pequeño estremecimiento se hacía dueño de mi cuerpo.
Al abrir los ojos me encontré con una mirada llena de amor, y sin poder resistirme, volví a buscar sus labios.
Se colocó encima mío, y juntando nuestras frentes empezó a hablar.
-Bella...- susurró, pero le corté al segundo.
-Edward...no pares, hazlo-le dije yo, abrazándome más a él.
-¿Seguro...?- preguntó; le corté de nuevo, y vi que me miraba con preocupación.
-Por favor...-le supliqué jadeante.
Seguía dudando , pero conseguí decirle al oído.
-No hay otra persona con la quisiera hacer ésto... te amo-.
Eso pareció convencerlo, ya que fue tanteando mi sexo con su miembro; emití un pequeño quejido, por la molestia; me miró con preocupación. Con un pequeño asentimiento por mi parte, me besó de una manera que debería estar prohibida, para entrar de una sola vez.
Pude contener el grito que quería salir de mi garganta, mientras cerraba los ojos. Se quedó quieto, mientras me daba tiernos besos por todo el rostro. Una vez pasó un poco la molestia, alcé las caderas y escondí mi cara en su cuello. Empezó a moverse muy despacito, pero en vez de aquella desagradable molestia empezaba a sentir un calor y una sensación dentro de mí, inexplicable... y maravillosa.
Empecé a pasear mi manos por su espalda, clavando un poco mis uñas, eso pareció excitarlo más aún, ya que cada vez se movía un poco más rápido. El roce de nuestros cuerpos, acompañados de promesas cargadas de amor y cariño, hicieron que mi boca buscase la suya, para devorarnos mutuamente. Hubo un momento que con sus ojos cerrados buscó mis manos, y entrelazándolas con las suyas, devoró mi cuello y mi boca, mientras empezábamos a llegar a un éxtasis total y absoluto.
Mi cuerpo sufrió una fuerte sacudida, mientras apreté más mis manos, cerradas en torno a las suyas, y mi cuerpo de volvió a arquear, a la vez que él temblaba encima mío y casi rompiéndome la mano.
Mi respiración iba a mil por hora, al igual que la suya... pegamos de nuevo nuestras sudorosas frentes y mirando mis ojos, arrasados en lágrimas por la felicidad, me recitó las más bonitas palabras.
-Yo también te amo...eres mi vida-.
Volvimos a besarnos, mas despacio, intentando calmar nuestras respiraciones, y nos acomodábamos para dormir, amoldando nuestros cuerpos como un puzzle perfecto.
Capítulo 13: Desahogo
EDWARD PVO
Abrí lentamente los ojos, estirándome un poco en la cama. Una sonrisa se apoderó de mi cara, recordando lo acontecido la noche anterior. Bella dormía plácidamente a mi lado. Con cuidado de no despertarla, salí de la cama para dirigirme un momento al baño.
Una vez me espabilé un poco mojándome la cara, regresé a la habitación. La imagen más bonita y con la que había soñado tantas veces apareció ante mis ojos: mi novia dormida en la cama, enredada entre las sábanas, que dejaban al descubierto algunas partes de su cuerpo. Estaba de espaldas, y su larga melena extendida por su espalda y la almohada, como un abanico.
Con cuidado me volví a acomodar en la cama, mientras me apoyaba en mi codo, girado hacia su lado, observándola dormir.
Miles de sensaciones pasaron por mi mente en aquel momento; aquel primer día en la universidad, en el que vi a mi niña por primera vez; en todo lo que había cambiado mi vida desde que Bella estaba en ella cómo mi novia. Ella era la razón por la que me levantaba con una sonrisa en la cara.
Adoraba escuchar su voz mientras hablábamos de cualquier cosa, las salidas tan graciosas que a veces tenía... escuchándome y animándome cuándo lo necesitaba, contándole mis preocupaciones y mis temores.
En el fondo de mi corazón sólo tenía una esperanza... esperanza de que estos tres años de universidad pasaran rápido, y por fin pedirle de que fuera mi mujer, y no tener que separarme de ella ni andar escondidos.
Todavía no estaba preparada, eso era obvio... pero estaba seguro de que poco a poco, y con nuestra ayuda, se haría sin ningún problema al protocolo y al ritmo de palacio. Sabía que en un futuro, se cuestionaría su papel y valía cómo princesa de Gales y futura reina de Inglaterra... pero no me importaba nada. Estaba seguro de que con su dulzura y su determinación se ganaría a los más escépticos y reticentes.
Con cuidado pasé la mano que me quedaba libre entre su pelo, peinándolo delicadamente con los dedos. Se movió un poco, haciendo un pequeño ruido, y no pude hacer otra cosa que reír suavemente. Giró su cara hacia dónde yo estaba, mientras que una pequeña sonrisa aparecía en su cara y abría sus ojos.
-Lo siento, no pretendía despertarte- le susurré suavemente. Ella negó con la cabeza, mientras que se acercaba más a mi cuerpo, quedando poca arriba.
-Me gusta que me despiertes- dijo en voz baja, mientras que una de sus manos iba directa a mi nuca, dándole suaves caricias. Siempre que me tocaba esa zona, me daban pequeños escalofríos.
-Buenos días pequeño- me dijo, me incliné sobre ella para besarla suavemente.
-Buenos días mi vida, ¿has dormido bien?- le pregunté mientras ella se estiraba un poco.
-Si... demasiado bien- contestó con una pequeña sonrisa.
Me tumbé poca arriba en la cama, arrastrándola a ella y poniéndola encima mío. Sus piernas y las mías se enredaron, al igual que la sábana, que quedó entre nuestros cuerpos.
-¿Así que demasiado bien, eh?- le pregunté con una sonrisa pícara. Ella se apoyó sobre mí, con sus brazos encima de mi pecho, y su cara a pocos centímetros de la mía, se estaba poniendo roja de la vergüenza. Suavemente acaricié su pómulo, mientras le decía.
-Bella cielo, no tienes porque tener vergüenza... - le dije para tranquilizarla. Ella tímidamente asintió. Su melena cayó como una cascada por su hombro izquierdo, y un brillo especial adornaba sus ojos.
-¿Qué te pareció?- soltó de repente. Apoyé mis manos en el final de su espalda, mirándola extrañado por la pregunta.
-Quiero decir... ya sabes que nunca había hecho esto antes y...me preguntaba si habías disfrut...- estaba alucinado, yo preocupado por si la había hecho demasiado daño, y ella sólo se preguntaba si yo había disfrutado... si ella supiera.
-Cariño... yo tampoco había hecho esto antes, y además estaba un poco preocupado por si te había hecho demasiado daño- le aclaré y pregunté sin rodeos al mismo tiempo.
-Bueno... ya tenía más que claro que la primera vez era un poco molesto... pero no imaginaba que sería así... tan especial- dijo ella con una sonrisa entre tímida y avergonzada.
-Fue especial... y perfecto- le susurré tiernamente -y deja de pensar que yo no disfruté, porque no es así... además, ¿no sabes que la práctica hace la perfección?- le susurré sensualmente, mientras una de mis manos iba subiendo por su espalda, de camino hacia su cuello.
-Entonces habrá que seguir practicando pequeño- respondió sobre mis labios. Acerqué su cabeza a la mía, y la otra mano se posó en su cintura, para besarla. Ella agarró mi pelo, y en un momento la volteé, quedando mi mano atrapada debajo de su cuerpo, mientras que la otra seguí apostada en su cuello, atrayéndola más hacia mi, si era posible. La sábana que la envolvía se movió, dejando su cuerpo desnudo hasta la altura de su cintura. Mis labios dejaron los suyos, mientras le besaba el cuello y la parte superior de sus pechos. Un gemido se escapó de sus labios, mientras que los míos dejaba un camino de besos y caricias hasta la altura de su ombligo.
Noté como arañaba con cuidado mi espalda, presa del placer. Adoraba verla sí, era una faceta suya que no conocía, y me volvía loco.
-Ed...Edward... tenemos que bajar... aahhh... a desayunar- me dijo entre jadeos. Suspiré contra su ombligo, haciendo que la piel se le erizara. Ella rió acariciándome el pelo, notando el puchero que hice contra su piel.
-Está bien, mi niña manda- dije incorporándome y tendiéndole una mano, ayudando que se levantara, ganándome un tierno beso por su parte.
Entre susurros y caricias íntimas conseguimos arreglarnos y bajar hacia la cocina. Alice y Jasper ya terminaban de desayunar y estaban recogiendo sus platos.
-Buenos días chicos- saludé con una sonrisa demasiado reveladora.
-Buenos días dormilones, pensábamos que no os moveríais de la cama- dijo mi hermana mirándonos con una pequeña sonrisa. Bella se puso roja, mientras bajaba la vista. La rodeé la cintura, mientras mentalmente rodaba los ojos.
-Bien, os dejamos desayunar tranquilos, luego nos vemos- dijo Jasper, sacando a mi hermana de la mano.
Miré a Bella, que se reía de los nervios, presa de la vergüenza.
Nos servimos café y unas tostadas. Bella me miró divertida.
-¿Qué?- interrogué alzando una ceja. Ella me regaló una de sus preciosas sonrisas, para decirme después.
-Se te nota demasiado la alegría en tu cara- me dijo.
-Bueno... pues tienes que saber que eso lo provocas tu- le dije suavemente, mientras tiraba de su mano para que se levantara. Ella automáticamente se sentó en mi regazo, rodeándome con el cuello y escondiendo su carita en el hueco de éste.
Estábamos sumidos en uno de nuestros cómodos silencios, cuándo alguien nos saludó a voz en grito.
-Buenos días chicos... os veo demasiado pegajosos para ser primera hora de la mañana- nos dijo, mirándonos con una sonrisa malévola.
Le fulminé con la mirada, mientras Rose rodaba los ojos por detrás de él.
-¿Y bien... debo suponer que el pequeño Eddie ya se ha hecho adulto?- siguió relatando. Le miré estupefacto, mientras Bella soltó una carcajada. No sabía que responderle, pero mi niña se adelantó.
-¿Sabes una cosa Emmet?;... eso no lo pueden escuchar las mentes sensibles... sino te escandalizarías- dijo en tono misterioso... y con una sonrisa lasciva en su rostro -¿damos un paseo cariño?- se volvió para preguntarme.
Asentí con la carcajada conteniéndose en mi garganta, la cara de Emmet no tenía precio. Nos levantamos y salimos de la cocina, mientras oímos a Rosalie decirle.
-Eso te pasa por querer hacer la gracia- le decía entre risas.
Nada más salir de allí, solté la carcajada que había estado aguantando, mientras Bella se ponía colorada. La rodeé con mis brazos, mientras le decía.
-No puedo creer que te avergüences aquí, y no delante de ellos, después de lo que has dicho-.
-Bueno... me ha costado decirlo... pero así no se meterá con nosotros... ni con el pequeño Eddie- me dijo divertida.
-Traviesa- murmuré mientras me acercaba a besarla. Ella abrió sus labios, invitándome a entrar. Su lengua y la mía se juntaban en una peligrosa danza.
-Bella...- le dije en tono advertencia, entre beso y beso -a este paso vamos a tener que hacer el paseo hacia nuestro dormitorio- ella pareció pensarlo un momento, hasta que al final asintió con una de sus preciosas caras. La guié hasta los garajes, y allí cogí las llaves de uno de los jeeps que Jasper tenía allí.
-¿A dónde vamos?- me preguntó curiosa.
-Al pequeño lago que está cerca de aquí... está dentro de las propiedades de Jasper; tranquila, no nos verá nadie- la aclaré, ya que se había tensado al decirle que nos íbamos un poco lejos.
Conduje con tranquilidad, mientras Bella observaba curiosa el paisaje por la ventanilla. Al llegar a nuestro destino, la tomé de la mano, para guiarla. El pequeño lago apareció ante nuestras narices. Estaba rodeado por un valle de pequeñas colinas, rodeado de frondosos árboles.
Bella se quedó maravillada, cerrando los ojos y aspirando el olor a tierra mojada, ya que por la noche debía haber llovido un poco.
-Es precioso Edward- me dijo volviéndose hacia mi, con una de sus preciosas sonrisas. Lentamente me acerqué a ella, rodeando su cintura y pegando su espalda a mi pecho. Era asombroso lo bien que encajaba Bella entre mis brazos. Ella pasó sus manos por mis brazos, pegándome aun más a ella.
-Pero no más que tú- le susurré mientras le besaba el pelo. Ella simplemente se acurrucó más contra mi cuerpo.
-No sabes lo que daría por tenerte así siempre... quisiera que estos días no terminaran nunca- susurró despacio y con pena.
-Y yo también cariño, créeme- le dije, intentando consolarla, pero al momento ella se separó de mi, para adelantarse unos pasos.
-Sé que debemos hacerlo así, al menos por un tiempo... lo comprendo y yo acepté ésto Edward... sólo que a veces me gustaría que fuera de otra forma- me explicó.
Volví a rodearla con mis brazos, mirándola fijamente.
-Bella... a mi también me pasa lo mismo; si supieras lo difícil que se me hace marcharme de viaje y dejarte unos días... cada vez más... y no poder llevarte al cine, salir a cenar...- suspiré frustrado, bajando la cabeza. Ella me levantó la cara cariñosamente, mientras me acariciaba la mejilla.
-Eso no me importa Edward... me conformo con saber que estarás a mi lado cuándo puedas... y ya lo haces- me explicó cariñosamente.
-Eres demasiado buena... no todo el mundo podría aguantarlo- le dije bajito. Ella simplemente sonrió, mientras se ponía de puntillas y me besaba. Era un beso dulce y tierno, cargado de amor y de futuro... futuro en el que ella estaba conmigo... para siempre.
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El tiempo pasaba muy rápido, y los días que pasamos en Norfolk Park también pasaron. Nunca podría olvidar aquellos días, dónde por fin Edward y yo terminamos de dar ese paso que nos faltaba en nuestra relación. Recordar esas caricias y esos besos, que se repitieron todas las noches, hasta que volvimos a Londres, me hacían soñar despierta. Edward sólo se había ausentado dos días, para viajar a Dublín con su padre. Ahora estábamos a principios de febrero... y los exámenes se acercaban.
Y se acercaba esa fecha que odiaba con todas mis fuerzas, que me traía dolorosos recuerdos. El diez de ese mes se cumplirían siete años de la muerte de mi madre. Esa noche me revolví inquieta en la cama, y no me desperté mejor. Tenía ojeras y estaba pálida, y mis ojos rojos me delataban.
Todavía en pijama saludé a Rosalie, que ya había preparado el desayuno.
-Buenos días- saludé, sentándome en la silla.
-Buenos días Bella... ¿estás bien?- me preguntó en cuánto se giró y me vio.
.Si... solo me duele un poco la cabeza- mentí lo mejor que pude.
-¿Seguro?- me preguntó, muy poco convencida -¿quieres que me quede aquí contigo?- se ofreció.
-No tranquila, me quedaré una hora más a dormir, iré a segunda hora- le dije.
Pareció meditarlo, hasta que por fin asintió.
-Está bien, ¿quieres que le diga algo a Edward?- me preguntó mientras recogía su taza y la ponía en el fregadero.
-No.. sólo dile que iré a segunda hora- le dije, mientras despedazaba una magdalena.
Ella asintió y se marchó. No fui capaz más que de beberme unos sorbos de café. Volví a tumbarme en la cama, mirando al techo y pensando en mi madre. Tenía un cúmulo de sentimientos que, aún habiendo pasado siete años desde aquello, no había sacado a la luz.
Las tímidas lágrimas que empezaron a aparecer, pronto se convirtieron en un llanto sin fin. Lloraba por su recuerdo, lloraba porque le destino le tuviese guardando a mi madre esa maldita enfermedad... lloraba porque me gustaría que estuviese aquí, conmigo, que conociera mi vida, a Edward... había veces que necesitaba tanto hablar con ella...
Me levanté torpemente de la cama, cogiendo el retrato que descansaba en mi mesilla. Era una de las últimas fotos de mi madre. Estaba en el jardín de casa; el pañuelo que le cubría la cabeza era el único signo de que ella estaba enferma. Su ojos y su sonrisa dejaban entrever a una persona optimista, alegre, luchadora y fuerte. Nunca tuvo miedo a su enfermedad... ella era enfermera, y desde que le dijeron después de la operación que debía tomar sesiones de quimioterapia, ella ya sabía que era demasiado tarde.
Me quedé sentada en el suelo, con las rodillas pegadas a mi pecho, y entre ellos, el retrato de mi madre.
No sabría decir las horas que pasé en esa postura, simplemente mirando hacia el infinito y llorando a mares. No oí que abrían la puerta de mi casa, y los pasos frenéticos que se dirigían a mi habitación. No vi a Edward hasta que se agachó a mi lado, muy nervioso.
-¡Bella!, ¿cariño qué te pasa?- levanté la vista lentamente, bajo las lágrimas distinguí a mi novio, con los ojos muy abiertos y la preocupación escrita en su rostro.
-Edward...- no pude seguir hablando, mi voz se quebró... solté el agarre de mis rodillas y me lancé a sus brazos. Enseguida me acogió en su pecho, apretándome contra él y dándome tiernos besitos en el pelo.
-Ya está mi niña... tranquila, no pasa nada- me decía tiernamente e intentando tranquilizarme.
-Ella no está Edward... y yo la necesito- balbuceaba en su pecho.
Edward no dijo nada más, me soltó un momento y nos puso a ambos de pie. Me cogió en brazos y se dirigió hacia el salón. Se sentó conmigo encima, y yo sólo pude acurrucarme y esconder mi cara en su pecho. Las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos, me aferré con mis puños a su sudadera, mientras el simplemente me acariciaba el cuello y me mecía. Dejó que me desahogara, hasta que por fin mi respiración se volvió tranquila.
Levanté la cabeza, me miraba con cariño.
-¿Estás mejor?- susurró mientras me besaba la frente. Asentí lentamente, mientras mis ojos se posaban en el manchurrón que habían dejado mis lágrimas.
-Lo siento... te he manchado la chaqueta- le dije, todavía un poco llorosa, intentando inútilmente quitar la mancha con mi mano. Edward negó con la cabeza, mientras apartaba mi mano del lamparón y se la llevaba a sus labios.
-Bella, me importa un cuerno la chaqueta... me tenías muy preocupado; Rose me dijo que irías a segunda hora, y a la cuarta ya me asusté y me vine- me contó.
-¿Qué hora es?- pregunté desorientada.
-Las dos y media... no cogías el móvil, y Rose dijo que estabas enferma- me explicó. De repente, me asusté.
-¿Has venido solo?-.
-Ehmmm...si... Rosalie me dio las llaves... le prometí a Emmet que no me movería de aquí- me contó con una sonrisa.
Se la devolví, mientras me volvía a abrazar a su cuerpo; sus brazos, tan fuertes y musculosos, se habían convertido en mi refugio. Tenía la sensación de que nada me podía pasar rodeada por ellos.
-¿Quieres hablar de ello?- me preguntó suavemente. Tomé aire, para empezar a explicarle.
-Hoy... se... se cumplen siete años desde que...- no pude seguir hablando, pero el me entendió a la primera.
-Cuéntamelo cariño- me instó mientras me apretaba más en torno a su cuerpo.
-Apenas recuerdo nada del día en que murió... recuerdo el funeral, y después recuerdo estar en el jardín de mi casa... alejada de la multitud- le conté despacio. El me escuchaba en silencio, por lo que seguí.
-Ese día no pude derramar una lágrima... creo que estaba en shock... entonces mi padre vino a decirme que varias personas se iban, y debía entrar a despedirme-.
Levanté la cabeza de su hombro, me dio una sonrisa de ánimo y continué, tomando su mano y jugueteando con sus dedos.
-Recuerdo la mirada de mi padre, perdida en sus recuerdos junto a ella... le pregunté si estaba bien... y lo único que me dijo era que sí... pero desde aquel momento supe que nada volvería a ser igual- suspiré con pena, y proseguí -la echo tanto de menos Edward... si pudiera verla, aunque solo fuera un minuto... y que me diera uno de sus abrazos... me gustaría que viese lo feliz que soy- terminé de decir.
Edward simplemente me besó la frente, mientras seguía acunándome. Permanecimos así unos minutos, y su cara giró hacia el retrato de mi madre, que estaba a nuestro lado en el sofá.
-Era muy guapa- susurró con una sonrisa -te pareces mucho a ella... tienes sus ojos- me confesó bajito.
-Si.. eso dice todo el mundo- afirmé, mirando con añoranza la foto.
-Me hubiera gustado mucho conocerla- dijo.
-Seguro qué le habrías gustado mucho... incluso te habría dicho lo guapo y sexy que eres- recordé con una sonrisa la alegría y desparpajo que tenía mi madre.
-¿Guapo y sexy?- preguntó arqueando una ceja y con una sonrrisilla malvada. Le di juguetonamente en el hombro.
-Gracias por escucharme... lamento que hayas perdido las clases...- empecé a decirle.
-Bella... todos tenemos nuestros momentos de bajón... y hace unos meses prometí que cuidaría a mi princesa... y quiero que me cuentes lo que te pasa siempre, ¿me oyes?- me explicaba con cariño. Asentí lentamente, mientras mi estómago se quejó de hambre.
-Hora de comer- dijo mi novio, haciéndome una señal para que me levantara. Le miré confusa.
-¿Pero tú no tenías una entrevista en palacio con tus padres y el embajador?- pregunté de repente.
-Si... pero hablé antes con ellos, y me han dado permiso... no te quiero dejar sola hoy Bella... además, mañana es viernes y te vienes a mi casa- me recordó.
-Edward... no quiero que descuides tus tareas por mi... tus padres se van a terminar de enfadar conmigo- exclamé preocupada.
Se acercó a mi, y tomando mi cara entre sus manos, empezó a decirme.
-Bella... sabía que día era hoy... y Rose también lo sabía... no te preocupes por eso... si realmente hubiera sido importante, mis padres me habrían hecho asistir... además he pedido permiso, y hoy me quedo a dormir aquí contigo; Emmet me traerá ropa, y se quedará también- me contó.
-¿De verdad?- pregunté haciendo un puchero. El asintió, mientras me seguía explicando.
-Bella... ¿recuerdas lo que de dije esa noche, cuándo te confesé mis sentimientos?... eres lo más bonito que tengo alrededor Bella... y no puedo permitir que mi niña esté sola en un momento así- me terminó de decir.
Mis ojos estaban anegados en lágrimas... ¿cómo podía este hombre quererme así?.
-¿Por qué lloras cariño?- me preguntó preocupado, quitando mis lágrimas con sus dedos.
Negué con la cabeza, mientras le contestaba.
-Nunca pensé que podría querer así... cómo te quiero a ti... como te amo a ti- susurré, pegando su frente a la mía.
-Y yo jamás pensé que podría amar así... pero eso sólo tiene una respuesta... y es porque eres tu, simplemente tu- susurró, para unir mis labios a los suyos, en un beso infinito.
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
me encantaria tener una nochevieja solo de amigos como esta .........
lo sabiaaaaaa siiiiiiiii su primera vez ....me ha encantado como Bella ha puesto a Emmett en su sitio
y bueno solo decir que entiendo a Bella con lo de su mama perder a alguien tan cercano es muy duro ..........que bien tener a alguien cerca que te ama para cuidarte
lo sabiaaaaaa siiiiiiiii su primera vez ....me ha encantado como Bella ha puesto a Emmett en su sitio
y bueno solo decir que entiendo a Bella con lo de su mama perder a alguien tan cercano es muy duro ..........que bien tener a alguien cerca que te ama para cuidarte
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Espero les guste estos capítulos...
Capítulo 14: Confesiones suegra-nuera
Después de que superáramos con éxito los parciales de mitad de curso, ahora tocaba tranquilidad hasta mayo, estábamos a finales de marzo.
Era viernes, y último día de clases; teníamos por delante diez días por las vacaciones de Pascua. Edward volvía mañana por la noche, estaba de visita oficial en la India, llevaba diez días fuera. Era un país con el que las relaciones diplomáticas debían ser buenas. Desde la época victoriana hasta 1947, fecha en que se proclamó su independencia, la India había pasado por muchos cambios, tanto políticos como sociales; y a la vez, las zonas musulmanas se separaron, para formar un estado independiente, Pakistán.
Por lo qué me iba contando Edward por teléfono, la visita iba viento en popa. Ningún mandatario británico había visitado la India desde que Edward II, padre de Carlisle y abuelo de Edward, lo había hecho en 1969.
Había ido siguiendo las noticias... veía a mi novio con una sonrisa, admirando los monumentos y escuchando atentamente las explicaciones y conversaciones con altos cargos y ministros de ambos países.
Este era el viaje más largo que había hecho desde que estábamos juntos... ya habían pasado más de seis meses desde aquella noche de septiembre... era increíble cómo pasaba el tiempo.
Muy discretamente, ya que Alice y Jasper se iban a pasar el fin de semana a Norfolk Park, un coche de palacio me recogió en una de las puertas traseras de la universidad, para llevarme allí. Llevaba una pequeña maleta, ya que el domingo nos íbamos a Windsor a pasar éstos días. .. y el martes llegaban mi padre y Sue. Edward estaba de los nervios... incluso una vez nos enfadamos porque le regañé por el tema, diciendo que mi padre no se comía a las personas... pero no nos duró mucho el cabreo... y, sin yo admitirlo en voz alta, también temía la reacción de mi padre, menos mal que Sue me prometió que lo tendría a raya.
Rosalie y Emmet se habían ido hace dos días a Boston, para presentar a su novio a la familia. Dado que estaríamos en Windsor, Edward no necesitaría escolta... y podríamos pasear a nuestras anchas por allí...aquel sitio estaba más vigilado que la Casa Blanca. Adoraba nuestros paseos por los jardines, poder respirar aire puro y hablar de nuestras cosas.
Nada más llegar a palacio, Maguie vino a recibirme.
-Bella, ¿cómo estás?- dijo dándome un beso en la mejilla.
-Muy bien Maguie, ¿ y tú?- la pregunté de regreso, cogiéndola del brazo mientras me guiaba al comedor.
-Bien querida, enhorabuena por tus notas, Edward me lo ha contado... espero no te enfades por el viaje... te prometo que tiene la agenda libre hasta junio- me dijo guiñándome un ojo. Le di una sonrisa, mientras le decía.
-Tranquila... sé que es su trabajo, y el tuyo- .
-Algún día espero organizar la vuestra- me confesó cómplice. Al llegar al comedor, Esme se levantó de inmediato para abrazarme.
-Bella cielo, bienvenida- me saludó mientras me besaba. Aparte de Sue, era lo más parecido que tenía a una madre.
-Hola Esme... uhmmm... qué bien huele- dije sentándome a la mesa, sólo había tomado un mísero café a media mañana.
Maguie se sentó con nosotras, mientras me preguntaban qué tal las clases. La comida transcurrió en una animada charla, y después de despedirnos de Maguie, que se iba de vacaciones a visitar a su hermana, Esme y yos nos dirigimos hacia el salón.
Una vez nos sentamos y nos trajeron el café, y a Esme un té, cómo buena inglesa, proseguimos la conversación.
-¿Tienes ganas de conocer Windsor?- me preguntó con una sonrisa.
-Sí... Edward me ha hablado mucho... y gracias por invitarme... e invitar a mi padre y a Sue- le agradecí.
-No tienes que agradecer nada cielo... a Carlisle y a mi nos gustaría haber ido a Forks... pero nuestra visita no sería muy discreta; además, tenemos muchas ganas de conocerles... Carlisle ya ha planeado las monterías de caza- me dijo con una sonrisa divertida.
Me reí de vuelta, mientras mi vista se posaba en una fotografía de Esme. Llevaba in vestido largo de fiesta, color burdeos. Una banda amarilla clarita, con una pequeña franja blanca en medio cruzaba su pecho. En uno de los laterales del vestido, dos placas no muy grandes, y en el omóplato izquierdo un pequeño broche, que era un lacito amarillo, y encima de éste, un pequeño camafeo, con la imagen del rey Carlisle, rodeado de pequeños diamantes. Sobre su cabeza, una preciosa diadema de piedras preciosas.
Siempre había sentido curiosidad, tomando el valioso marco de plata entre las manos, me senté a su lado, para preguntarle.
-¿Pesa mucho?- le interrogué, señalándole la diadema. Ella la observó unos segundos, y me respondió.
-No, suelen ser muy ligeras... algunas sí que pesan, pero por lo general no- me respondió.
-¿Y la banda, qué significado tiene?; lleváis muchas- le pregunté, señalando el trozo de tela amarillo y blanco. Ella me miró con una sonrisa cómplice, y yo me puse cómoda en le sofá... sabía que significaba esa sonrisa... tocaba clase de protocolo.
-Las bandas que nos ves lucir, las que nos cruzan el pecho, son órdenes y distinciones de distintos países. Cuándo vamos de visita a un país extranjero, o alguien viene a Londres,en las cenas de estado, se intercambian las bandas; es decir, nosotros lucimos las del otro país, y ellos las nuestras. Es un signo de institución y de respeto hacia el visitante o anfitrión. Las placas lo mismo. Una es la nuestra, y otra la del país . Por ejemplo, esta es una banda de la orden de Isabel la Católica, orden española. Cada país tiene sus órdenes y colores de las bandas -me contó amablemente, asentí en silencio, meditando lo que me estaba diciendo.
-¿Qué placa es la inglesa?- le pregunté señalándolas en la foto. Ella dirigió su dedo a la primera que llevaba; estaban colocadas una debajo de la otra.
-Es la Orden de la Jarretera, la distinción inglesa más alta. Se conceden poquísimas, en su mayoría a reyes y jefes de Estado. Alice no la tiene; sólo la llevamos nosotros y el príncipe de Gales, o sea Edward; la de abajo es la correspondiente al país visitante o anfitrión- me explicaba con calma. No me podía imaginar a mi misma así vestida, con todas esas joyas y distinciones encima.
-Y el pequeño lacito amarillo, es la Orden de la Familia Real, las concede el rey a título personal a las mujeres pertenecientes a la familia real- me terminó de explicar con una sonrisa.
Me quedé meditabunda unos instantes, mientras que miles de preguntas se arremolinaban en mi cabeza.
-¿No es un poco extraño que la gente haga una pequeña reverencia para saludarte?, es decir, ¿cuesta acostumbrarse a todo ésto?- pregunté con un hilo de voz.
Esme suspiró, mirando hacia otro lado. De repente se levantó.
-Ven, vamos a dar un paseo por el jardín- me invitó. La seguí, y una vez allí, cogiéndome del brazo, empezamos a caminar.
-Verás Bella... el que pases de ser una persona anónima a un miembro de la familia real por supuesto que intimida. Una vez que se anunció mi compromiso matrimonial con Carlisle, pasé de poder ir a comprar el pan tranquilamente a tener que llevar escolta a todos los lados. La gente te reconoce allá donde vayas. Cómo iba diciendo, una vez se hizo público el compromiso empecé a acompañar a Carlisle a diferentes actos y viajes por Europa. Es extraño... -recordaba con melancolía- cómo vigilan cada paso que das, cada gesto qué haces, qué ropa llevas... pero debes aprender a aceptar las críticas buenas y no tan buenas, y esforzarte por ir aprendiendo un poco cada día- me decía con una pequeña sonrisa.
Me quedé callada unos minutos, hasta que Esme rompió el hielo.
-¿Qué piensas cielo?-.
-Es que... verás, soy tan tímida... y me sonrojo enseguida, y me asusta ser el centro de atención- le confesé con una triste sonrisa. Ella palmeó mi mano, mientras me decía.
-Lo sé Bella; incluso si has nacido príncipe o princesa, es complicado. Yo lo veo en mi hijo- sonreí a la mención de mi novio -antes de conocerte, era muy serio y tímido. En los viajes de estado y en los actos le costaba un esfuerzo tremendo sonreír... ahora se desenvuelve mejor, es más natural y cercano... y eso debo agradecértelo a ti- me dijo.
Roja de vergüenza, no supe qué contestar, por lo que ella siguió hablando.
-Ahora es diferente, y sé que eso es porque un día sabe que estarás a su lado, compartiendo todo eso... y tú no debes tener miedo al protocolo y normas, es muy fácil. Simplemente hay que sonreír con educación, y estar un poco informada de lo qué se va a visitar, o las razones políticas y sociales por las que se hace tal viaje al extranjero. Nunca debes temer qué te suceda nada, la seguridad es extrema- me explicaba.
La miré, esperando que siguiera hablando. Según ella lo contaba, parecía todo tan fácil.
-Por ejemplo, en los banquetes y cenas oficiales; aquí el protocolo sienta hombre- mujer-hombre-mujer, y así sucesivamente. La mesa de banquetes es alargada, y las parejas quedan enfrentadas. Ponte en el caso, hay una visita ofical de los reyes de Dinamarca, y también vienen el príncipe heredero y su esposa. El centro de la mesa es la cabecera. La preside Carlisle, y justo enfrente yo, a mi lado estarán: a mi derecha el rey de Dinamarca, y a la izquierda el príncipe heredero; al lado de Carlisle, enfrente del rey danés, la reina y al otro la princesa. Tú, debido a que estarías ya casada con Edward, estarías enfrente de él, a un lado tendrías al príncipe danés y al otro al primer ministro. Edward quedaría entre la reina y la mujer del primer ministro... y así a lo largo de la mesa- terminó de explicarme.
-Vaya...- musité asombrada.
-Ambos reyes, antes de la cena, dan un pequeño discurso, y después ya comienza la cena. La costumbre es guardar un equilibrio, y charlar con ambos invitados de manera educada, pero a la vez distendida. Después, en las copas y el baile, el ambiente se relaja- me contaba.
-Esme... ¿es muy incómodo que te llamen Alteza o Majestad?- pregunté de repente.
-Bueno... obviamente, en la intimidad no te tratan así... pero en actos oficiales si; yo al principio, pensaba que muchas veces no se dirigían a mi, sino que le hablaban a otra persona- me dijo entre risas, a las que yo me sumé. Una vez paramos de reír, volvió a hablarme.
-Serás una gran princesa Bella, lo presiento... y no debes dejar que las críticas mellen tu estado de ánimo; habrá gente a la que le gustes, y a otras no, y eso ocurrirá siempre. A quién tienes que gustarle es a cierto chico... y eso ya lo damos por sentado- dio ella guiñándome un ojo.
-Gracias Esme, por enseñarme y animarme, haces que todo sea muy fácil...- le agradecí de corazón. Ella negó con la cabeza.
-No Bella... ¿sabes?, la madre de Carlisle falleció siendo él muy joven; ojalá ella hubiera estado a mi lado para ayudarme. Cierto que tuve ayuda de muchas personas, pero siempre eché en falta a la reina Elizabeth. La recuerdo mucho, cuándo era pequeña la veía en las revistas y en la tele, ¿nunca has visto un retrato suyo?- me preguntó.
-Creo que Edward me enseñó una foto de ella, hace tiempo- pensé en voz alta.
Sin decir nada más, Esme me llevó adentro, y nos dirigimos a una de las salas reservadas para actos y audiencias. Me señaló un gran retrato; una mujer con el pelo del mismo color que el de Edward, apareció ante nuestras narices. Su mirada inspiraba confianza, y a la vez, fuerza y valentía. Sus ojos eran de color miel, iguales a los de Carlisle.
-Era muy guapa- susurré. Esme asintió con una sonrisa, pero fuimos interrumpidas por un ligero carraspeo. Un chico alto y fuerte, yo diría que más que Emmet, me miraba con interrogante, preguntándose quién era yo.
-Majestad, la cena va a servirse en diez minutos- le dijo.
-Gracias Félix. Ella es la señorita Isabella Swan, la novia del príncipe. Bella, el es Félix, acaba de empezar a trabajar en palacio- nos presentó. El chico no pudo disimular su cara de sorpresa la decirle Esme quién era yo.
-Es un placer conocerla- me dijo educadamente, pero un poco frío.
-Igualmente- esbocé una sonrisa de nervios... este hombre tenía algo raro.
-Espero sabrás ser discreto Félix. Aquí todo el mundo conoce a Isabella- le dijo Esme con educación, pero dejando entrever que no debía decir nada.
Éste simplemente asintió, saludándonos con un leve inclinamiento de cabeza y marchándose por la puerta.
Esme y yo nos dirigimos hacia el comedor; allí me presentó a Demetri, otro joven que había entrado a trabajar en palacio, al igual que Félix. Era alto y rubio, y tenía pinta de ser simpático. Esme y yo cenamos enseguida, para después irnos al salón a ver una película. Me despedí de ella casi a la una de la madrugada, para ir a la cama. Me estaba cambiando el pijama, cuándo mi móvil sonó, era un mensaje de texto. Una sonrisa cruzó mi cara mientras lo leía.
Riéndome le di al botón de llamar, según mis cálculos en la India eran las seis y media de la mañana, pero por el mensaje sabía que estaba despierto. Al segundo tono contestó.
-Hola cariño, ¿qué haces despierta?- me preguntó extrañado.
-Hola pequeño... pues me he quedado con tu madre a ver una película, y ahora mismo me estaba metiendo en la cama- le conté mientras me tapaba.
-¿Qué has hecho hoy?- me preguntó interesado.
-Pues... por la mañana en clases, no te has perdido mucho, la verdad, y después he venido aquí, y he pasado el día con tu madre; hemos tenido otra de nuestras clases de protocolo- le conté con una sonrisa.
-¿Y qué ha tocado esta vez?- siguió preguntando.
-Pues me ha explicado cómo organizan los banquetes, y los lugares asignados a cada comensal; ya me he enterado que no te pondrás sentar a mi lado- dije con un falso puchero de pena.
-Pero te tendré en frente- contraatacó divertido.
-Y también me ha contado el tema de las bandas y condecoraciones que se lucen, y un poco la historia de la Orden de la Jarretera- seguí contándole.
-Veo que la clase ha sido intensa- contestó riéndose.
-Sí... no me puedo quejar, tengo la mejor maestra- suspiré con alegría.
-Y eres una buena alumna... apostaría a que casi te lo sabes mejor que yo- me contestó.
-¿Y tú?, ¿cómo van las cosas por allí?- pregunté interesada.
-Pues bien, pero ha sido un viaje muy largo y agotador, apenas hemos parado, tengo muchas cosas que contarte- me relataba.
-Te extraño mucho- le dije.
-Y yo cariño, créeme... tengo unas ganas de abrazarte... ufffsss... y de pasar estas vacaciones juntos, sin tener que separarnos- me dijo.
-Ya lo sé... mañana te esperaré despierta- le recordé. El rió por mi impaciencia, mientras me decía.
-Cuándo llegue ten por seguro que te enterarás... no te vas a escapar de mis brazos- susurró con misterio.
-Tampoco pensaba escaparme... ¿ya te levantas allí?- dije para cambiar de tema.
-Enseguida, tenemos una visita y una comida y después de comer cogemos el avión... llegaremos a medianoche, hora de Londres- me dijo.
-Te estaré esperando pequeño- le dije. El iba a decir algo, pero sonó el teléfono de su habitación. Habló unos minutos y colgó. Apenas le entendía nada.
-Bella cariño, me tengo que ir, te veo esta noche, cuídate mucho- me dijo a modo de despedida.
-Hasta la noche, te quiero- me despedí.
-Te quiero preciosa, hasta luego- contestó antes de colgar.
Me metí con una sonrisa en la cama, y muchos nervios en la boca de mi estómago. Esos diez días se me habían hecho eternos.
El día siguiente pasó sin grandes sobresaltos. Por la mañana, después del desayuno, mientras Esme atendía una reunión con una de las fundaciones caritativas que ella presidía, me escaqueé disimuladamente y me fui a nuestro rincón secreto del jardín. Era un diminuto jardín, rodeados por parterres altísimos de césped, podados exquisitamente trazando elegantes formas. Dentro de ellos se extendía el diminuto jardín, en verano lleno de flores silvestres. En medio había un centenario sauce llorón, sus ramas casi llegaban al suelo. Me recosté en el tronco, mientras leía la novela que había empezado hace una semana. El día era templado y hacía sol; perdí la noción del tiempo hasta que se hizo la hora de comer. Esme me contó acerca de su reunión, y me preguntó que había hecho todo ese rato.
Después de tomarnos el café, reanudé la lectura de mi libro mientras ella releía una y otra vez los documentos y cartas que le había dejado Maguie. Así pasamos el día, y después de cenar se retiró a descansar, ya que le dolía un poco la cabeza, según ella por culpa de tanto informe. Me puse el pijama y me asomé por la puerta de mi dormitorio. Al ver vía libre, me deslicé en silencio hasta la habitación de Edward, decidiendo que le esperaría allí. Me tumbé en sofá que había en el pequeño salón de la habitación, poniendo la tele en bajito... pero me quedé dormida.
Sentí que unos brazos me estrechaban con suavidad, abrí los ojos y allí estaba él, tan guapo cómo siempre, mientras me miraba con cariño. Sonreí, enroscando mis brazos alrededor de su cuello y juntando nuestros labios, sedientos después de esos diez días.
Cuándo nos separamos, me levanto del sofá y me cogió en brazos, mientras yo le rodeaba la cintura con mis piernas; por fin habló.
-Te he echado de menos mi niña- me dijo con la cabeza apoyada en mi hombro.
-Y yo cariño... se me ha hecho eterno- le contesté de vuelta, con mi cara escondida en su cuello, aspirando su aroma. No sé qué me pasó, pero la emoción pudo conmigo, ya que empecé a sollozar.
-No llores, ahora estás aquí, conmigo... por favor, no soporto verte llorar- me consoló, acariciándome el pelo.
Una necesidad se apoderó de mi, y busqué sus labios de nuevo, dándole un profundo beso y enredando mis dedos entre su pelo. Conmigo todavía en brazos se dirigió hacia su cama, para saciar el deseo que ambos llevábamos aguantando desde hace días.
Una vez nos tumbamos en ella, sin dejar de besarnos, nuestras ropas empezaron a volar para perderse por la habitación; mis manos recorrían su cuerpo de arriba abajo, y las suyas ascendían desde mis piernas hasta mis pechos, que esperaban sus caricias con ansiedad.
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EDWARD PVO
No podía parar de besarla, habían sido unos días larguísimos, y yo na no sabía vivir sin ella. Era el hombre más feliz del mundo en ese momento, la tenía debajo de mi, tan bonita como siempre; sólo quería amarla en ese momento.
Sus pechos, redondos y perfectos, me incitaban una y otra vez, así que dejé sobre ellos un torrente de caricias y besos, mientras ella pasaba sus manos desde mis nalgas hasta mi espalda, en un recorrido infinito, como si quisiera aprenderse cada recoveco de mi piel.
Empezaba a descontrolarse, a gemir mi nombre mientras me decía lo mucho que me había echado de menos; cuándo bajé para besar su ombligo, un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Ella disfrutaba, sin duda alguna, pero quería que llegara al cielo, así que mi cabeza siguió bajando, donde el rincón que escondía la feminidad de mi novia me llamaba con una fuerza poderosa.
Miré hacia arriba y descubrí que tenía los ojos cerrados, con las manos a ambos lado de su cara, mientras no hacía mas que moverse, debido a la excitación que la embargaba en ese momento.
Mi lengua buscó ese punto de excitación en su intimidad, y acariciándolo y jugando con él, parecía que llegaba al punto cumbre, a la vez que me agarraba del pelo y empujaba mi cabeza hacia ella, en un intento de que no me alejara ni un milímetro. Sentí que su cuerpo se convulsionaba, así que subí hasta quedar cara con cara. Nuestros labios se unieron de nuevo , en un beso excitante y pasional.
Con un movimiento brusco, me giró para ponerse encima mía, y devolverme todas y cada una de las caricias que yo le había regalado. Fue bajando lentamente, y sus pequeñas manos y su lengua dejaban mil y una sensaciones en mi piel, poniéndola de gallina. Su boca estaba a la altura de mi abdomen, cuándo agarró mi miembro entre sus suaves manos.
Empezó a acariciarlo de arriba hacia abajo, con movimientos suaves y constantes; me estaba volviendo loco, cuándo sentí que algo húmedo y suave también me acariciaba. Ese contacto con su boca hizo que ya perdiera completamente el control y agarrara su pelo, mientras sólo podía decir entre jadeos, cuánto la quería y cómo se sentían sus caricias. Ella, al notar que me estremecía, se apartó y buscó mis labios, que yo enseguida uní a los suyos; nuestras lenguas se perdieron en la boca del otro, en una lucha encarnizada.
Sin dejar que me diera la vuelta, se puso encima mío de nuevo, mientras su sexo se acoplaba a la perfección con el mío, y acariciando mi torso, empezó a moverse, despacio pero placenteramente; nuestros jadeos llenaron el silencio de la habitación. Agarré sus caderas, y ella ejecutó lo que eso significaba, dando más rapidez a sus movimientos, haciendo que empezáramos un viaje a través de nuestras reprimidas sensaciones.
En un segundo que ella bajó la guardia, pude darme la vuelta, con ella conmigo dentro; agarré una de sus manos, entrelazando nuestros dedos, mientras que la otra se posicionaba en la parte baja de su espalda, haciendo que se arqueara ligeramente.
Seguimos nuestro viaje de sensaciones, a la vez que mi niña agarraba mi pelo y yo jugaba con mi boca en su cuello y oreja, besando y mordiendo todo pedazo de piel que aún no había tocado. Al llegar al clímax de nuestra unión, su cuerpo se arqueó, haciendo que nuestras caderas se rozaran, más si cabe, y nuestras bocas acallaron los gritos del otro con un beso lleno de amor. Caí rendido a su lado, intentando relajar mi respiración, mientras ella buscaba su sitio habitual entre mis brazos, para caer rendida en un profundo sueño, y no tardé en seguirla.
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Unos tiernos y pequeños besitos por mi pecho me despertaron a la mañana siguiente. Sonreí mientras una de mis manos acariciaba las mejilla de Bella. Me sonrió de vuelta, para acomodarse encima mío.
-Buenos días- me dijo.
-Buenos días mi niña- le dije mientras incorporaba un poco la cabeza, buscando sus labios. Ella captó la indirecta, ya que apoyó sus manos en mis hombros, para subir su cabeza a la altura de la mía y darme mi beso de buenos días, que yo saboreé con ansias.
Al separarnos, me miró con una de sus bellas sonrisas, mientras me preguntaba.
-¿Qué planes tenemos para hoy?-. Hice gesto pensativo, mientras levantaba una ceja.
-Pues... descansar, que para algo estamos de vacaciones- repuse divertido, mientras ella rodaba los ojos y apoyaba su barbilla en mi pecho.
-Vale... ¿algo más?- respondió juguetona.
-Pues... yo había pensado... que podríamos quedarnos aquí todo el día... y....- le respondí con picardía, mientras me daba la vuelta y la aprisionaba debajo de mi. Apoyé mis manos a ambos lado de su cabeza, mientras que la besaba el cuello.
-Eres malo... ¿lo sabes, verdad?- jadeó ella en un suspiro. La miré divertido, mientras besaba su nariz.
-Puedo ser mucho más malo- susurré contra sus labios; ella me miraba con una sensual sonrisa, mientras volvíamos a besarnos.... y habríamos seguido el asunto, pero ella era la sensata.
-Cariño... me encantaría seguir con ésto... pero tus padres nos esperan a desayunar- susurró en mi oído.
Suspiré, mientras le daba la razón y la ayudaba a levantarse, ella recogió su pijama del suelo y se lo puso. Me dio un pequeño besito, diciéndome que en quince minutos estaría preparada. Sonreí como un tonto viéndola mirar a un lado y al otro del pasillo, para volver a su habitación.
Capítulo 15: Un americano en Londres I
Al acabar de prepararme, salí de mi cuarto. Edward ya estaba esperándome para ir a desayunar. No me entraba en la cabeza cómo le quedaban tan bien tanto los trajes como los vaqueros y camisetas...
-Estás preciosa cariño- me dijo acercándose a mi y dándome un casto beso en los labios. Llevaba un vestido azul de punto de manga larga, con unos legguins negros y mis inseparables bailarinas.
-¿Sabes una cosa?- negó con la cabeza -creo que no eres nada imparcial pequeño- le dije con una mueca de desaprobación. El rió, mientras me aprisionaba entre sus brazos.
-Bueno... creo que soy el único para poder opinar sobre eso- me susurró al oído.
-¿Así que eres el único...?... celoso- murmuré.
-En lo que respecta a mi novia... sí- dijo muy convencido, mientras se inclinaba para besarme. Mis manos, como siempre, se fueron hacia su suave pelo, todavía un poco húmedo por la ducha. En esos mismos instantes hubiera mandado al garete el desayuno... pero una voz nos hizo separarnos.
-Alteza, sus majestades lo esperan para desayunar- me separé de él asustada por la fuerte voz. Félix nos miraba, mejor dicho, me miraba como si fuera un bicho raro... alguien a quién quitar del medio. Un escalofrío me sacudió entera... y Edward lo notó, ya que me escondió detrás suyo, literalmente hablando.
-Gracias, enseguida iremos- respondió con voz monocorde y fría. Una vez el hombre desapareció por los pasillos, Edward se giró.
-¿Qué le he hecho yo a este hombre?- susurré incrédula. Edward me frotaba los brazos, en un intento por calmarme.
-Tranquila cariño... apenas lo conozco, acaba de entrar a trabajar aquí... es un poco serio y cortante- me explicó.
-Ayer estaba con tu madre y me lo presentó... bueno, le dijo quién era y eso... creo que se sorprendió bastante- le expliqué.
-No le des vueltas cariño... aquí nadie va a hacerte nada, eso tenlo por seguro- me dijo mientras me besaba la frente -vamos a desayunar- me dijo tomándome de la mano. Nos dirigimos hacia el comedor, donde ya estaba Carlisle y Esme.
Ambos se levantaron para saludarnos.
-¿Como estás Bella?- me dijo Carlisle mientras me abrazaba.
-Muy bien, hace mucho que no te veía- le dije cariñosamente.
-Cierto... debería tomarme unas vacaciones... pero ya conoces este trabajo y sus inconvenientes- me dijo con una sonrisa. Asentí, mientras Edward apartaba la silla para que me sentara.
Edward y su padre nos pusieron al tanto de su viaje a la India, contándonos a Esme y a mi, los lugares que habían visitado y con quién se habían entrevistado.
-Entonces... ¿se va a llevar a cabo el acuerdo de exportación?- le pregunté.
-Bueno... de eso charlamos con el ministro de economía y con la presidenta... al menos no se han cerrado en banda, y han prometido que lo estudiarán- nos contaba Carlisle.
-¿Y las relaciones con los estados pakistaníes?- interrogó Esme preocupada.
-Supongo que en ese asunto sólo podemos mediar... es un tema complicado- suspiró Edward con resignación.
Asentí con la cabeza, el tema era demasiado delicado. Carlisle enseguida cambió de tema.
-Bien Bella... ¿preparada para conocer Windsor?- me preguntó con una sonrisa. Asentí contenta, mientras miraba a Edward con una sonrisa.
-Tengo muchas ganas, la verdad, he oído hablar mucho del sitio... mi padre y Sue también están muy nerviosos- recordé medio riéndome.
-¿Por qué?- preguntó Esme.
-Bueno... supongo que nerviosos por conoceros... no todos los días unos reyes te invitan a uno de sus palacios- murmuré agachando la cabeza.
-Tranquila, verás que todo sale muy bien... además aquí es la época del año para cazar... por fin alguien que le gusta la caza y pesca- dijo Carlisle frotándose las manos. Esme rodó los ojos.
Edward se había quedado muy callado, le miré ahogando una sonrisa.
-Edward... mi padre no te va a comer- le intenté consolar. Suspiró, mientras me dedicaba una pequeña sonrisa.
-Ya lo sé... pero estoy nervioso- hizo un gracioso puchero, que no hizo otra cosa que sacarles las risas a Carlisle y Esme.
-Hijo... hay que conocer al suegro- dijo éste entre risas. Todos lo acompañamos en ellas, menos mi novio, que no hacía mas que protestar y refunfuñar.
Una vez terminamos el desayuno, nos dirigimos hacia nuestro lugar en los jardines. Me senté en el regazo de Edward, mientras intentaba tranquilizarle.
-Cariño... mi padre no se come a nadie- le dije con una pequeña risa, a la vez que le pasaba los dedos por su pelo.
Resopló, mirando para otro lado.
-Edward... tranquilo, de verdad- le dije, poniéndole un dedo bajo la barbilla, para que me mirase.
-Es que... estoy muy nervioso... ¿crees que le caeré bien?- me preguntó ansioso.
-Claro que sí, ¿por qué piensas lo contrario?- le pregunté extrañada.
-Es que... los padres suelen ser muy severos con los novios de las hijas... y el que yo te tenga escondida... no se si le hará mucha gracia- me dijo confuso. Negué con la cabeza, cogiendo su cara entre mis manos.
-Edward; tanto mi padre como Sue saben lo que pasa... y lo entienden. Créeme, prefieren ésto a que me persigan los periodistas... además Sue me ha prometido que lo mantendrá a raya... y yo también, te lo prometo- intenté tranquilizarle.
-Está bien... prometido- dijo no muy convencido.
-Ese es mi chico- le respondí con una sonrisa, para besarle.
Hablamos durante horas de lo que habíamos hecho esos diez días. Me contó todo lo que había visto. Puse una mueca de envidia cuándo me contó la visita al Taj Mahal. Estuvimos charlando hasta que se hizo la hora de comer, y después fui a preparar la maleta, ya que a media tarde nos íbamos a Windsor.
Los coches ya estaban esperando en la puerta. En el primero montaron Carlisle y Esme, y en el segundo nosotros. A través de los cristales tintados, iba observando el paisaje, mientras Edward, poco a poco, iba contándome la historia del castillo y de los alrededores. Se encontraba en el condado de Berkshire, al oeste de la ciudad de Londres.
-Fue construido en el año 1070, por el rey Guillermo el conquistador, servía de muralla de defensa para la ciudad; después, en 1348, se construyó la Capilla de San Jorge- me iba explicando Edward.
-Lugar dónde se celebran las ceremonias de la Orden de la Jarretera- añadí con una sonrisa.
-Eso es... eres una buena estudiante- susurró besándome en la mejilla.
-También está la Bilblioteca, y parte de las Colecciones Reales... guardan dibujos de Miguel Ángel y de Leonardo da Vinci- me contaba; estaba asombrada... tenían más obras de arte que los museos.
Íbamos en animada charla, cuándo me indicó con el dedo que nos acercábamos. La imponente fachada de piedra gris, se alzó ante nuestros ojos.
-Todo lo que ves aquí- me dijo señalando un extenso bosque- son los jardines y el parque de Windsor, siempre están abiertos al público, hasta un límite; evidentemente, a la parte trasera del jardín, no puede entrar la gente, esas son las dependencias privadas- me explicaba.
El coche paró en un pequeño recibidor, presidido por una puerta de madera con cristales. Carlisle y Esme ya estaban dentro. Edward me tomó de la mano para bajar del coche y adentrarnos. Era un recibidor no tan lujoso como en el palacio de Londres, cubierto por una moqueta roja, aunque los elegantes y antiguos muebles lucían en todo su esplendor.
Varias personas, deduje que eran personal de servicio, se encontraban allí para recibirnos.
Un hombre de unos sesenta años, de pelo canoso y mirada amable, hablaba con el rey, que se volvió para hablarme.
-Bella, te presento a Sir Angus Felton, mayordomo mayor del castillo. Ella es la señorita Isabella Swan, novia del príncipe Edward- me presentó en general a la gente que estaba allí. Me adelanté, para estrecharle la mano.
-Es un placer conocerle- murmuré tímidamente.
-El gusto es mío, señorita Isabella- me dijo con una gran sonrisa – espero que usted y sus padres disfruten de su estancia- me dijo amablemente, para después volverse a Edward -Bienvenido Alteza- saludó con un apretón de manos e inclinando levemente la cabeza.
Una vez hechas las presentaciones, Edward me condujo escaleras arriba, a lo que supuse serían las habitaciones privadas. Pasamos por inmensas galerías, llenas de arte y valiosos muebles, hasta que paró en una puerta.
-Esta es tu habitación, la mía es ésta- dijo señalando la puerta que estaba justo enfrente. Asentí con una sonrisa, para preguntarle después.
-¿Dónde van a dormir mi padre y Sue?-.
-Me imagino que en las habitaciones del otro pasillo, están cerca de aquí- me señaló con la mano el acceso a esa galería.
-¿Quieres que te ayude a ordenar las cosas?- le pregunté.
Asintió con una sonrisa, pero primero me mostró mi habitación. Era más grande que la que solía ocupar en Londres, y las vistas a los jardines eran preciosas. La enorme cama de madera, con un pequeño dosel de gasa blanca, presidía la habitación. La tapicería y las paredes iban perfectamente coordinados, en diferentes tonos de azules y blancos.
La habitación de Edward era enorme, pero muy similar a la de Londres, con un pequeño salón, separado de la zona de dormitorios por unas puertas correderas. Cada habitación tenía su propio cuarto de baño... me daba pena pensar en la gente que se ocupaba de la limpieza del lugar...
Una vez subieron el equipaje, me dispuse a ordenarlo poco a poco, ayudada por Edward. Me gustaba esa intimidad que teníamos, parecíamos una pareja normal ordenando nuestra casa. Después de un buen rato, por fin pudimos ir a recorrer un poco el castillo.
Si el palacio de Buckingham era lujoso, éste no se quedaba atrás. Casi todas las cortinas de las salas de estar eran de terciopelo rojo, a juego con los sillones y sillas. De la mano de Edward, recorrí las inmensas salas y galerías. Había una sala con las paredes llenas de trofeos de caza.
-Mi padre va a adorar este sitio- musité rodando los ojos. Mi novio rió por mi comentario, para después añadir.
-Sólo espero que no quiera colgarme aquí una vez me conozca- resopló. Le di un suave manotazo en el brazo, pero era caso inútil.
Llegamos a la biblioteca de palacio. Normalmente estaba abierta al público, excepto los días que la familia pasa aquí. Por las innumerables mesas y vitrinas expuestas, admiré manuscritos con siglos de antigüedad, así cómo los famosos bocetos de da Vinci y Miguel Ángel.
Íbamos de la mano, pasando por las vitrinas, hasta que llegamos a un documento bastante antiguo, escrito con una elegante caligrafía. Sin querer, empecé a leerlo en voz alta.
-Por la presente, juro y declaro...- iba a seguir leyendo, pero la voz de Edward me interrumpió.
-Como Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester, cumplir con humildad y dedicación los menesteres que cómo heredero de la Corona Inglesa...- iba a seguir, pero volvió su vista hacia mí, que le miraba alucinada. Se encogió ligeramente de hombros.
-Es el juramento de los Príncipes herederos- me contó -lo hice cuándo cumplí los dieciocho años- me contó con una sonrisa.
-Ya... ¿y te pusieron la corona de los príncipes de Gales, la que se guarda en la Torres de Londres?- le pregunté.
-Si- me respondió, divertido por mi curiosidad -esa pesa menos, la corona real pesa bastante más... eso dice mi padre- me confirmó en plan secreto.
Asentí mientras procesaba la información.
-¿Y todos esos títulos?, nunca te había oído mencionarlos-.
-Bueno... normalmente sólo se conoce el primero, que es el de Príncipe de Gales... pero los otros van unidos al heredero también- me explicó, rodeándome los hombros -por ejemplo, el ducado de Rothesay es mi título oficial en Escocia- me contó mientras salíamos de la biblioteca.
-¿Y la chica con la que te cases será todo eso también?- pregunté. Me miró divertido, mientras me besaba la frente.
-Si,también serás Duquesa de Cornualles y todo lo que sigue- me explicó, con una mirada que no admitía réplica.
-¿Seguro que quieres soportarme toda la vida?- pregunté bromeando. Edward se paró, y me puso enfrente de él.
-Hummm.... soportaré el sacrificio- me respondió tan pancho, mirándome con una sonrisa malvada. Iba a replicarle, pero al momento me cogió entre sus brazos, besándome con intensidad. No pude resistirme a su beso, perdía la noción de todo lo que ocurría a mi alrededor. Una vez nos separamos, sin dejar de abrazarme por la cintura, me habló.
-Bella, si por mi fuera te aseguro que ya estaríamos casados -me susurró bajito -sólo espero que estos años de universidad pasen rápido- añadió con una pequeña sonrisa. No pude decir palabra alguna, más que asentir despacio con la cabeza. Sabía que era muy joven para casarme, jamás me lo había planteado... hasta que le conocí a él.
Un ligero carraspeo nos sacó de nuestra burbuja particular.
-Hoolaaa- dijo una voz cantarina, que reconocería en cualquier parte.
-¡Alice!- exclamé contenta, mientras nos abrazábamos con fuerza.
-Bellie... veo que no me has echado mucho de menos- dijo en broma, mirando a su hermano con picardía.
-No seas tonta... te vi el viernes en el recreo- le recordé.
Me acerqué a saludar a Jasper, mientras Alice se colgaba del cuello de su hermano, para darle un abrazo.
Una vez nos saludamos todos, proseguimos el animado paseo, hasta que se hizo la hora de cenar.
Después de cenar, nos sentamos en el salón, mientras nos servían el café. Esme nos miró para preguntarnos.
-¿Qué planes tenéis para mañana?-.
-Podríamos ir a montar a caballo- saltó la pequeña duende emocionada. Jasper asintió con una sonrisa... pero yo agaché la mirada.
-¿No quieres ir cariño?- me preguntó Edward.
-Es que... nunca he montado a caballo... y con lo pato que soy seguro que me caigo- balbuceé con vergüenza.
-No te preocupes, no te vas a caer... irás conmigo- dijo muy convencido Edward.
-Vamos Bellie... pasearemos por el coto privado, no nos verá nadie, no se puede pasar- me animó Alice.
Suspiré rodando los ojos.
-¡Por favor, por favor, por favor!- me rogó de nuevo, poniendo carita de niña buena. Miré a Edward, que me animaba con una pequeña sonrisa.
-Está bien- resoplé -espero no me dejéis sola y os pongáis a hacer carreras- siseé con una mirada de advertencia.
-Bella, ya te he dicho que irás conmigo, así que no te preocupes- me volvió a repetir mi novio con una sonrisa.
Después de charlar un rato más los seis, nos retiramos a nuestras habitaciones. Me puse el pijama y me asomé por la puerta; parecía no haber nadie por allí, además Carlisle y Esme dormían en el piso de arriba.
Sigilosamente me deslicé hasta la habitación de Edward, que prácticamente estaba en frente de la mía... y al girar la vista me encontré con Alice, caminando de puntillas hasta donde se suponía estaba la habitación de Jasper. Me acerqué a ella de puntillas, y la toqué ligeramente el hombro.
-¡AAAGGGGHHHHHH!- chilló, dándose la vuelta. No podía parar de reír.
-Buenas noches, cuñadita- me despedí con una sonrisa malvada, mientras abría la puerta de la habitación de Edward.
-Buenas noches Bellie- me dijo medio enfadada, medio riéndose.
-¿Qué es tan divertido?- me preguntó Edward, acercándose a mi.
-Acabo de darle un susto de muerte a tu hermana... iba a visitar a Jasper- le confesé con una risilla.
-Y después dice de nosotros...- sacudió su cabeza, frustrado.
-Bueno... en parte la entiendo- dije sensualmente, acariciando con un dedo el pecho de Edward, que no dijo palabra alguna. Simplemente me dio una de sus sonrisas torcidas, cogiéndome en brazos y ahogando nuestras risas con pequeños besos... camino de la cama.
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EDWARD PVO
Cuándo desperté a la mañana siguiente, Bella ya no estaba a mi lado en la cama. Me dejó una nota, diciendo que se iba a duchar y a vestir. Me desperecé lentamente, mientras recordaba con una sonrisa las caras de placer de mi niña hace apenas unas horas.
Después de ducharme y de cambiarme, fui a su cuarto a buscarla... allí me la encontré con Alice.
-Buenos días- dije para las dos, dándole un pequeño beso a mi novia.
-Buenos días hermanito... ¿noche de pasión, eh?- me preguntó pícara. Pude ver cómo Bella maldecía por lo bajo, mientras yo rodaba los ojos.
-Pues... no creo que fuera muy distinta a la tuya- contesté sarcástico.
-Ja, jaj, ja...os veo ahora...amantes- dijo mientras salía por la puerta... demonio de chica.
-¿Esto está bien para ir a montar a caballo?- me preguntó. Llevaba unos vaqueros ajustados, con una botas negras de montar y un jersey lila de pico... y un pañuelo atado al cuello.
-Bien, si... ¿por qué llevas el pañuelo?, ¿te duele la garganta?- pregunté confuso.
Bella me miró con cara de póker, mientras se apartaba un poco el pañuelo... y palidecí.
-¿Comprendes ahora las insinuaciones de tu hermana?; por cierto... no me enteré del momento en que me lo hiciste- dijo confusa. El pequeño pero visible chupetón estaba de un color morado oscuro, que encima resaltaba en la blanca piel de Bella.
-Creo que estabas ocupada en otros menesteres...- dije con picardía. Ella se sonrojó... pero yo caí en la cuenta, horrorizado.
-Tu padre me mata- murmuré. Ella rió suavemente.
-No me hace gracia, va a pensar que el novio de su hija es un vampiro- añadí.
-Tranquilo... el maquillaje hace milagros; te prometo que no se dará cuenta- me tranquilizó, dándome un besito en la mejilla.
Suspiré resignado, mientras le cogía de la mano y nos fuimos a desayunar. Después del desayuno, mi padre, cual niño emocionado en Navidades, se fue a supervisar las jornadas de caza y pesca que tanto llevaba esperando. Mamá se fue a pintar a su estudio, una de sus aficiones, y nosotros nos dirigimos a los establos.
Bella miraba embobada a los caballo y yeguas; sabía que le encantaban los animales.
-¿Cuál es el tuyo?- me preguntó. La cogí de la mano, guiándola hasta el final del establo. Allí estaba uno de mis más secretos amigos.
-Bella, te presento a Scout- le dije mientras abría la puerta y la animaba a acercarse. Se acercó tímida, sin atreverse a tocarlo.
-No hace nada- la animé mientras acariciaba el lomo negro del animal. Ella pareció dudar, hasta que por fin lo tocó.
-Hola Scout, eres muy hermoso- le acarició el hocico, mientras yo me dispuse a enganchar la silla. El animal estaba muy a gusto con las caricias.
-Le caes bien- le dije a Bella con una sonrisa.
-¿Qué raza es?- preguntó curiosa.
-Es un pura sangre española; los que suelen montar Alice y Jasper son pura sangre inglesa, y el resto son caballos para carruajes- le expliqué, mientras recorría el establo con la mirada. Una vez tuve a Scout ensillado, ayudé a Bella a subir, y después subí yo, colocándome detrás de ella, rodeándola con mis brazos. Lentamente salimos, para ir a reunirnos con Jasper y Alice, que ya nos esperaban fuera.
Iba un poco tensa, aunque íbamos despacio.
-Tranquila mi niña- le susurré al oído -¿crees que te dejaría caer?- le terminé de decir, besando su cabeza.
Ella negó con una sonrisa, aflojando su agarre. El paseo transcurrió tranquilo, hasta que llegamos a una pequeña colina. Paré el caballo, mientras Bella miraba el paisaje.
-¿Te gusta?- le pregunté. Ella asintió, apoyando su cabeza en mi pecho.
-Me encanta este paisaje... la tranquilidad... el olor de la tierra mojada me recuerda mucho a Forks- dijo suavemente.
-A mi también me gusta... me alegra poder compartirlo contigo- le dije con una sonrisa.
Permanecimos abrazados un rato en uno de nuestros cómodos silencios. Tener a mi niña entre mis brazos sin tener que estar escondidos en alguna de nuestras casas era estupendo. Observé su carita, tenía los ojos cerrados, estaba muy graciosa. Me reí suavemente, mientras la apartaba un mechón de pelo sus ojos.
-¿De qué te ríes pequeño?- me preguntó girándose para verme a los ojos.
-De tu expresión... no me burlaba... me gusta verte tan relajada y tranquila- le expliqué.
-Eso es porque estoy contigo... ¿sabes una cosa?- negué con la cabeza -no hay sitio dónde quiera estar más que aquí... abrazada a ti- me dijo sonrojándose.
La besé suavemente en la mejilla, sintiendo el calor que desprendía su carita.
Proseguimos el paseo, reuniéndonos de nuevo con mi hermana y con Jasper, mostrándole a Bella la extensión del castillo.
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Una vez dejamos los caballos en el establos, casi era la hora de comer. Después de ducharnos y de quitarnos el olor a cuadra, nos reunimos de nuevo con mis padres. Por la tarde le enseñamos a Bella la capilla de San Jorge, y algunos salones más del palacio. La cena y la noche transcurrieron tranquilas... y llegó el temido día.
-Tranquilo pequeño, volveré en una hora- me dijo dándome un beso en los labios. Bella se iba con Jasper a buscar a su padre y a Sue al aeropuerto; me hubiera gustado ir con ella, pero evidentemente no podía. Paseé de un lado a otro del alón, con los nervios carcomiéndome... hasta que oí un coche parar.
Bajamos al recibidor. Bella venía del brazo de una mujer de unos cuarenta años, con el pelo corto moreno y cara amable. Jasper venía hablando con Charlie, lo reconocí por las fotografías.
Mis padres se acercaron para darles la bienvenida.
-Esme, Carlisle, el es mi padre Charlie, y Sue- los presentó Bella.
-Es un placer conocerles- dijo mi madre, abrazando suavemente a Sue y dándole dos besos a Charlie.
-El placer el nuestro Majestad, muchas gracias por invitarnos- le dijo Sue.
-No, por favor, simplemente Esme y Carlisle; teníamos muchas ganas de conoceros, Bella nos habla mucho de vosotros- dijo mi padre mientras estrechaba gentilmente la mano de Charlie, después de saludar a Sue.
-Es un honor... nunca imaginé que estaría aquí- añadió el padre de Bella, admirando a su alrededor.
Mi hermana se autopresentó ella sola.
-Yo soy Alice, la hermana de Edward y la novia de Jasper- dijo adelantándose un paso y dándoles dos besos.
-Es un placer conocerte... Bella nos ha hablado mucho de ti... bueno, de todos- le dijo Sue. Era muy amble y cariñosa, tal y cómo me había contado Bella.
Yo no me moví de mi sitio... y Bella vino a por mi, agarrándome de la mano y dándome una de sus preciosas sonrisas. Lentamente nos acercamos a ellos.
-Papá, Sue... el es Edward, mi novio- dijo suavemente.
Los ojos de Charlie me escaneaban de arriba abajo, mientras que Sue se adelantaba para saludarme.
-Por fin puedo verte en persona- me saludó guiñándome un ojo -Bella tiene razón, eres mucho mas guapo y alto que en las fotos- dijo mientras me abrazaba ligeramente... pude sentir el sonrijo de mi cara.
-Es un placer conocerla- respondí educadamente. Mi mano no soltaba la de Bella.
-Llámame Sue, por favor... o te llamaré Alteza sino lo haces- me reprendió en broma.
Asentí con una sonrisa... y me giré para extender mi mano a mi suegro.
-Es un placer conocerle... jefe Swan- murmuré un poco nervioso.
-Edward- dijo simplemente, aceptando la mano que le tendía con una pequeña sonrisa.
Oí a Bella respirar aliviada a mi lado, mientras que mi padre y Jasper mostraban una sonrisa divertida. Iban a ser cinco días muuuyyy largos...
Capítulo 14: Confesiones suegra-nuera
Después de que superáramos con éxito los parciales de mitad de curso, ahora tocaba tranquilidad hasta mayo, estábamos a finales de marzo.
Era viernes, y último día de clases; teníamos por delante diez días por las vacaciones de Pascua. Edward volvía mañana por la noche, estaba de visita oficial en la India, llevaba diez días fuera. Era un país con el que las relaciones diplomáticas debían ser buenas. Desde la época victoriana hasta 1947, fecha en que se proclamó su independencia, la India había pasado por muchos cambios, tanto políticos como sociales; y a la vez, las zonas musulmanas se separaron, para formar un estado independiente, Pakistán.
Por lo qué me iba contando Edward por teléfono, la visita iba viento en popa. Ningún mandatario británico había visitado la India desde que Edward II, padre de Carlisle y abuelo de Edward, lo había hecho en 1969.
Había ido siguiendo las noticias... veía a mi novio con una sonrisa, admirando los monumentos y escuchando atentamente las explicaciones y conversaciones con altos cargos y ministros de ambos países.
Este era el viaje más largo que había hecho desde que estábamos juntos... ya habían pasado más de seis meses desde aquella noche de septiembre... era increíble cómo pasaba el tiempo.
Muy discretamente, ya que Alice y Jasper se iban a pasar el fin de semana a Norfolk Park, un coche de palacio me recogió en una de las puertas traseras de la universidad, para llevarme allí. Llevaba una pequeña maleta, ya que el domingo nos íbamos a Windsor a pasar éstos días. .. y el martes llegaban mi padre y Sue. Edward estaba de los nervios... incluso una vez nos enfadamos porque le regañé por el tema, diciendo que mi padre no se comía a las personas... pero no nos duró mucho el cabreo... y, sin yo admitirlo en voz alta, también temía la reacción de mi padre, menos mal que Sue me prometió que lo tendría a raya.
Rosalie y Emmet se habían ido hace dos días a Boston, para presentar a su novio a la familia. Dado que estaríamos en Windsor, Edward no necesitaría escolta... y podríamos pasear a nuestras anchas por allí...aquel sitio estaba más vigilado que la Casa Blanca. Adoraba nuestros paseos por los jardines, poder respirar aire puro y hablar de nuestras cosas.
Nada más llegar a palacio, Maguie vino a recibirme.
-Bella, ¿cómo estás?- dijo dándome un beso en la mejilla.
-Muy bien Maguie, ¿ y tú?- la pregunté de regreso, cogiéndola del brazo mientras me guiaba al comedor.
-Bien querida, enhorabuena por tus notas, Edward me lo ha contado... espero no te enfades por el viaje... te prometo que tiene la agenda libre hasta junio- me dijo guiñándome un ojo. Le di una sonrisa, mientras le decía.
-Tranquila... sé que es su trabajo, y el tuyo- .
-Algún día espero organizar la vuestra- me confesó cómplice. Al llegar al comedor, Esme se levantó de inmediato para abrazarme.
-Bella cielo, bienvenida- me saludó mientras me besaba. Aparte de Sue, era lo más parecido que tenía a una madre.
-Hola Esme... uhmmm... qué bien huele- dije sentándome a la mesa, sólo había tomado un mísero café a media mañana.
Maguie se sentó con nosotras, mientras me preguntaban qué tal las clases. La comida transcurrió en una animada charla, y después de despedirnos de Maguie, que se iba de vacaciones a visitar a su hermana, Esme y yos nos dirigimos hacia el salón.
Una vez nos sentamos y nos trajeron el café, y a Esme un té, cómo buena inglesa, proseguimos la conversación.
-¿Tienes ganas de conocer Windsor?- me preguntó con una sonrisa.
-Sí... Edward me ha hablado mucho... y gracias por invitarme... e invitar a mi padre y a Sue- le agradecí.
-No tienes que agradecer nada cielo... a Carlisle y a mi nos gustaría haber ido a Forks... pero nuestra visita no sería muy discreta; además, tenemos muchas ganas de conocerles... Carlisle ya ha planeado las monterías de caza- me dijo con una sonrisa divertida.
Me reí de vuelta, mientras mi vista se posaba en una fotografía de Esme. Llevaba in vestido largo de fiesta, color burdeos. Una banda amarilla clarita, con una pequeña franja blanca en medio cruzaba su pecho. En uno de los laterales del vestido, dos placas no muy grandes, y en el omóplato izquierdo un pequeño broche, que era un lacito amarillo, y encima de éste, un pequeño camafeo, con la imagen del rey Carlisle, rodeado de pequeños diamantes. Sobre su cabeza, una preciosa diadema de piedras preciosas.
Siempre había sentido curiosidad, tomando el valioso marco de plata entre las manos, me senté a su lado, para preguntarle.
-¿Pesa mucho?- le interrogué, señalándole la diadema. Ella la observó unos segundos, y me respondió.
-No, suelen ser muy ligeras... algunas sí que pesan, pero por lo general no- me respondió.
-¿Y la banda, qué significado tiene?; lleváis muchas- le pregunté, señalando el trozo de tela amarillo y blanco. Ella me miró con una sonrisa cómplice, y yo me puse cómoda en le sofá... sabía que significaba esa sonrisa... tocaba clase de protocolo.
-Las bandas que nos ves lucir, las que nos cruzan el pecho, son órdenes y distinciones de distintos países. Cuándo vamos de visita a un país extranjero, o alguien viene a Londres,en las cenas de estado, se intercambian las bandas; es decir, nosotros lucimos las del otro país, y ellos las nuestras. Es un signo de institución y de respeto hacia el visitante o anfitrión. Las placas lo mismo. Una es la nuestra, y otra la del país . Por ejemplo, esta es una banda de la orden de Isabel la Católica, orden española. Cada país tiene sus órdenes y colores de las bandas -me contó amablemente, asentí en silencio, meditando lo que me estaba diciendo.
-¿Qué placa es la inglesa?- le pregunté señalándolas en la foto. Ella dirigió su dedo a la primera que llevaba; estaban colocadas una debajo de la otra.
-Es la Orden de la Jarretera, la distinción inglesa más alta. Se conceden poquísimas, en su mayoría a reyes y jefes de Estado. Alice no la tiene; sólo la llevamos nosotros y el príncipe de Gales, o sea Edward; la de abajo es la correspondiente al país visitante o anfitrión- me explicaba con calma. No me podía imaginar a mi misma así vestida, con todas esas joyas y distinciones encima.
-Y el pequeño lacito amarillo, es la Orden de la Familia Real, las concede el rey a título personal a las mujeres pertenecientes a la familia real- me terminó de explicar con una sonrisa.
Me quedé meditabunda unos instantes, mientras que miles de preguntas se arremolinaban en mi cabeza.
-¿No es un poco extraño que la gente haga una pequeña reverencia para saludarte?, es decir, ¿cuesta acostumbrarse a todo ésto?- pregunté con un hilo de voz.
Esme suspiró, mirando hacia otro lado. De repente se levantó.
-Ven, vamos a dar un paseo por el jardín- me invitó. La seguí, y una vez allí, cogiéndome del brazo, empezamos a caminar.
-Verás Bella... el que pases de ser una persona anónima a un miembro de la familia real por supuesto que intimida. Una vez que se anunció mi compromiso matrimonial con Carlisle, pasé de poder ir a comprar el pan tranquilamente a tener que llevar escolta a todos los lados. La gente te reconoce allá donde vayas. Cómo iba diciendo, una vez se hizo público el compromiso empecé a acompañar a Carlisle a diferentes actos y viajes por Europa. Es extraño... -recordaba con melancolía- cómo vigilan cada paso que das, cada gesto qué haces, qué ropa llevas... pero debes aprender a aceptar las críticas buenas y no tan buenas, y esforzarte por ir aprendiendo un poco cada día- me decía con una pequeña sonrisa.
Me quedé callada unos minutos, hasta que Esme rompió el hielo.
-¿Qué piensas cielo?-.
-Es que... verás, soy tan tímida... y me sonrojo enseguida, y me asusta ser el centro de atención- le confesé con una triste sonrisa. Ella palmeó mi mano, mientras me decía.
-Lo sé Bella; incluso si has nacido príncipe o princesa, es complicado. Yo lo veo en mi hijo- sonreí a la mención de mi novio -antes de conocerte, era muy serio y tímido. En los viajes de estado y en los actos le costaba un esfuerzo tremendo sonreír... ahora se desenvuelve mejor, es más natural y cercano... y eso debo agradecértelo a ti- me dijo.
Roja de vergüenza, no supe qué contestar, por lo que ella siguió hablando.
-Ahora es diferente, y sé que eso es porque un día sabe que estarás a su lado, compartiendo todo eso... y tú no debes tener miedo al protocolo y normas, es muy fácil. Simplemente hay que sonreír con educación, y estar un poco informada de lo qué se va a visitar, o las razones políticas y sociales por las que se hace tal viaje al extranjero. Nunca debes temer qué te suceda nada, la seguridad es extrema- me explicaba.
La miré, esperando que siguiera hablando. Según ella lo contaba, parecía todo tan fácil.
-Por ejemplo, en los banquetes y cenas oficiales; aquí el protocolo sienta hombre- mujer-hombre-mujer, y así sucesivamente. La mesa de banquetes es alargada, y las parejas quedan enfrentadas. Ponte en el caso, hay una visita ofical de los reyes de Dinamarca, y también vienen el príncipe heredero y su esposa. El centro de la mesa es la cabecera. La preside Carlisle, y justo enfrente yo, a mi lado estarán: a mi derecha el rey de Dinamarca, y a la izquierda el príncipe heredero; al lado de Carlisle, enfrente del rey danés, la reina y al otro la princesa. Tú, debido a que estarías ya casada con Edward, estarías enfrente de él, a un lado tendrías al príncipe danés y al otro al primer ministro. Edward quedaría entre la reina y la mujer del primer ministro... y así a lo largo de la mesa- terminó de explicarme.
-Vaya...- musité asombrada.
-Ambos reyes, antes de la cena, dan un pequeño discurso, y después ya comienza la cena. La costumbre es guardar un equilibrio, y charlar con ambos invitados de manera educada, pero a la vez distendida. Después, en las copas y el baile, el ambiente se relaja- me contaba.
-Esme... ¿es muy incómodo que te llamen Alteza o Majestad?- pregunté de repente.
-Bueno... obviamente, en la intimidad no te tratan así... pero en actos oficiales si; yo al principio, pensaba que muchas veces no se dirigían a mi, sino que le hablaban a otra persona- me dijo entre risas, a las que yo me sumé. Una vez paramos de reír, volvió a hablarme.
-Serás una gran princesa Bella, lo presiento... y no debes dejar que las críticas mellen tu estado de ánimo; habrá gente a la que le gustes, y a otras no, y eso ocurrirá siempre. A quién tienes que gustarle es a cierto chico... y eso ya lo damos por sentado- dio ella guiñándome un ojo.
-Gracias Esme, por enseñarme y animarme, haces que todo sea muy fácil...- le agradecí de corazón. Ella negó con la cabeza.
-No Bella... ¿sabes?, la madre de Carlisle falleció siendo él muy joven; ojalá ella hubiera estado a mi lado para ayudarme. Cierto que tuve ayuda de muchas personas, pero siempre eché en falta a la reina Elizabeth. La recuerdo mucho, cuándo era pequeña la veía en las revistas y en la tele, ¿nunca has visto un retrato suyo?- me preguntó.
-Creo que Edward me enseñó una foto de ella, hace tiempo- pensé en voz alta.
Sin decir nada más, Esme me llevó adentro, y nos dirigimos a una de las salas reservadas para actos y audiencias. Me señaló un gran retrato; una mujer con el pelo del mismo color que el de Edward, apareció ante nuestras narices. Su mirada inspiraba confianza, y a la vez, fuerza y valentía. Sus ojos eran de color miel, iguales a los de Carlisle.
-Era muy guapa- susurré. Esme asintió con una sonrisa, pero fuimos interrumpidas por un ligero carraspeo. Un chico alto y fuerte, yo diría que más que Emmet, me miraba con interrogante, preguntándose quién era yo.
-Majestad, la cena va a servirse en diez minutos- le dijo.
-Gracias Félix. Ella es la señorita Isabella Swan, la novia del príncipe. Bella, el es Félix, acaba de empezar a trabajar en palacio- nos presentó. El chico no pudo disimular su cara de sorpresa la decirle Esme quién era yo.
-Es un placer conocerla- me dijo educadamente, pero un poco frío.
-Igualmente- esbocé una sonrisa de nervios... este hombre tenía algo raro.
-Espero sabrás ser discreto Félix. Aquí todo el mundo conoce a Isabella- le dijo Esme con educación, pero dejando entrever que no debía decir nada.
Éste simplemente asintió, saludándonos con un leve inclinamiento de cabeza y marchándose por la puerta.
Esme y yo nos dirigimos hacia el comedor; allí me presentó a Demetri, otro joven que había entrado a trabajar en palacio, al igual que Félix. Era alto y rubio, y tenía pinta de ser simpático. Esme y yo cenamos enseguida, para después irnos al salón a ver una película. Me despedí de ella casi a la una de la madrugada, para ir a la cama. Me estaba cambiando el pijama, cuándo mi móvil sonó, era un mensaje de texto. Una sonrisa cruzó mi cara mientras lo leía.
"Hola mi niña, supongo que estarás dormida, así que no me atrevo a despertarte. Un beso y hasta mañana, te amo".
Riéndome le di al botón de llamar, según mis cálculos en la India eran las seis y media de la mañana, pero por el mensaje sabía que estaba despierto. Al segundo tono contestó.
-Hola cariño, ¿qué haces despierta?- me preguntó extrañado.
-Hola pequeño... pues me he quedado con tu madre a ver una película, y ahora mismo me estaba metiendo en la cama- le conté mientras me tapaba.
-¿Qué has hecho hoy?- me preguntó interesado.
-Pues... por la mañana en clases, no te has perdido mucho, la verdad, y después he venido aquí, y he pasado el día con tu madre; hemos tenido otra de nuestras clases de protocolo- le conté con una sonrisa.
-¿Y qué ha tocado esta vez?- siguió preguntando.
-Pues me ha explicado cómo organizan los banquetes, y los lugares asignados a cada comensal; ya me he enterado que no te pondrás sentar a mi lado- dije con un falso puchero de pena.
-Pero te tendré en frente- contraatacó divertido.
-Y también me ha contado el tema de las bandas y condecoraciones que se lucen, y un poco la historia de la Orden de la Jarretera- seguí contándole.
-Veo que la clase ha sido intensa- contestó riéndose.
-Sí... no me puedo quejar, tengo la mejor maestra- suspiré con alegría.
-Y eres una buena alumna... apostaría a que casi te lo sabes mejor que yo- me contestó.
-¿Y tú?, ¿cómo van las cosas por allí?- pregunté interesada.
-Pues bien, pero ha sido un viaje muy largo y agotador, apenas hemos parado, tengo muchas cosas que contarte- me relataba.
-Te extraño mucho- le dije.
-Y yo cariño, créeme... tengo unas ganas de abrazarte... ufffsss... y de pasar estas vacaciones juntos, sin tener que separarnos- me dijo.
-Ya lo sé... mañana te esperaré despierta- le recordé. El rió por mi impaciencia, mientras me decía.
-Cuándo llegue ten por seguro que te enterarás... no te vas a escapar de mis brazos- susurró con misterio.
-Tampoco pensaba escaparme... ¿ya te levantas allí?- dije para cambiar de tema.
-Enseguida, tenemos una visita y una comida y después de comer cogemos el avión... llegaremos a medianoche, hora de Londres- me dijo.
-Te estaré esperando pequeño- le dije. El iba a decir algo, pero sonó el teléfono de su habitación. Habló unos minutos y colgó. Apenas le entendía nada.
-Bella cariño, me tengo que ir, te veo esta noche, cuídate mucho- me dijo a modo de despedida.
-Hasta la noche, te quiero- me despedí.
-Te quiero preciosa, hasta luego- contestó antes de colgar.
Me metí con una sonrisa en la cama, y muchos nervios en la boca de mi estómago. Esos diez días se me habían hecho eternos.
El día siguiente pasó sin grandes sobresaltos. Por la mañana, después del desayuno, mientras Esme atendía una reunión con una de las fundaciones caritativas que ella presidía, me escaqueé disimuladamente y me fui a nuestro rincón secreto del jardín. Era un diminuto jardín, rodeados por parterres altísimos de césped, podados exquisitamente trazando elegantes formas. Dentro de ellos se extendía el diminuto jardín, en verano lleno de flores silvestres. En medio había un centenario sauce llorón, sus ramas casi llegaban al suelo. Me recosté en el tronco, mientras leía la novela que había empezado hace una semana. El día era templado y hacía sol; perdí la noción del tiempo hasta que se hizo la hora de comer. Esme me contó acerca de su reunión, y me preguntó que había hecho todo ese rato.
Después de tomarnos el café, reanudé la lectura de mi libro mientras ella releía una y otra vez los documentos y cartas que le había dejado Maguie. Así pasamos el día, y después de cenar se retiró a descansar, ya que le dolía un poco la cabeza, según ella por culpa de tanto informe. Me puse el pijama y me asomé por la puerta de mi dormitorio. Al ver vía libre, me deslicé en silencio hasta la habitación de Edward, decidiendo que le esperaría allí. Me tumbé en sofá que había en el pequeño salón de la habitación, poniendo la tele en bajito... pero me quedé dormida.
Sentí que unos brazos me estrechaban con suavidad, abrí los ojos y allí estaba él, tan guapo cómo siempre, mientras me miraba con cariño. Sonreí, enroscando mis brazos alrededor de su cuello y juntando nuestros labios, sedientos después de esos diez días.
Cuándo nos separamos, me levanto del sofá y me cogió en brazos, mientras yo le rodeaba la cintura con mis piernas; por fin habló.
-Te he echado de menos mi niña- me dijo con la cabeza apoyada en mi hombro.
-Y yo cariño... se me ha hecho eterno- le contesté de vuelta, con mi cara escondida en su cuello, aspirando su aroma. No sé qué me pasó, pero la emoción pudo conmigo, ya que empecé a sollozar.
-No llores, ahora estás aquí, conmigo... por favor, no soporto verte llorar- me consoló, acariciándome el pelo.
Una necesidad se apoderó de mi, y busqué sus labios de nuevo, dándole un profundo beso y enredando mis dedos entre su pelo. Conmigo todavía en brazos se dirigió hacia su cama, para saciar el deseo que ambos llevábamos aguantando desde hace días.
Una vez nos tumbamos en ella, sin dejar de besarnos, nuestras ropas empezaron a volar para perderse por la habitación; mis manos recorrían su cuerpo de arriba abajo, y las suyas ascendían desde mis piernas hasta mis pechos, que esperaban sus caricias con ansiedad.
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EDWARD PVO
No podía parar de besarla, habían sido unos días larguísimos, y yo na no sabía vivir sin ella. Era el hombre más feliz del mundo en ese momento, la tenía debajo de mi, tan bonita como siempre; sólo quería amarla en ese momento.
Sus pechos, redondos y perfectos, me incitaban una y otra vez, así que dejé sobre ellos un torrente de caricias y besos, mientras ella pasaba sus manos desde mis nalgas hasta mi espalda, en un recorrido infinito, como si quisiera aprenderse cada recoveco de mi piel.
Empezaba a descontrolarse, a gemir mi nombre mientras me decía lo mucho que me había echado de menos; cuándo bajé para besar su ombligo, un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Ella disfrutaba, sin duda alguna, pero quería que llegara al cielo, así que mi cabeza siguió bajando, donde el rincón que escondía la feminidad de mi novia me llamaba con una fuerza poderosa.
Miré hacia arriba y descubrí que tenía los ojos cerrados, con las manos a ambos lado de su cara, mientras no hacía mas que moverse, debido a la excitación que la embargaba en ese momento.
Mi lengua buscó ese punto de excitación en su intimidad, y acariciándolo y jugando con él, parecía que llegaba al punto cumbre, a la vez que me agarraba del pelo y empujaba mi cabeza hacia ella, en un intento de que no me alejara ni un milímetro. Sentí que su cuerpo se convulsionaba, así que subí hasta quedar cara con cara. Nuestros labios se unieron de nuevo , en un beso excitante y pasional.
Con un movimiento brusco, me giró para ponerse encima mía, y devolverme todas y cada una de las caricias que yo le había regalado. Fue bajando lentamente, y sus pequeñas manos y su lengua dejaban mil y una sensaciones en mi piel, poniéndola de gallina. Su boca estaba a la altura de mi abdomen, cuándo agarró mi miembro entre sus suaves manos.
Empezó a acariciarlo de arriba hacia abajo, con movimientos suaves y constantes; me estaba volviendo loco, cuándo sentí que algo húmedo y suave también me acariciaba. Ese contacto con su boca hizo que ya perdiera completamente el control y agarrara su pelo, mientras sólo podía decir entre jadeos, cuánto la quería y cómo se sentían sus caricias. Ella, al notar que me estremecía, se apartó y buscó mis labios, que yo enseguida uní a los suyos; nuestras lenguas se perdieron en la boca del otro, en una lucha encarnizada.
Sin dejar que me diera la vuelta, se puso encima mío de nuevo, mientras su sexo se acoplaba a la perfección con el mío, y acariciando mi torso, empezó a moverse, despacio pero placenteramente; nuestros jadeos llenaron el silencio de la habitación. Agarré sus caderas, y ella ejecutó lo que eso significaba, dando más rapidez a sus movimientos, haciendo que empezáramos un viaje a través de nuestras reprimidas sensaciones.
En un segundo que ella bajó la guardia, pude darme la vuelta, con ella conmigo dentro; agarré una de sus manos, entrelazando nuestros dedos, mientras que la otra se posicionaba en la parte baja de su espalda, haciendo que se arqueara ligeramente.
Seguimos nuestro viaje de sensaciones, a la vez que mi niña agarraba mi pelo y yo jugaba con mi boca en su cuello y oreja, besando y mordiendo todo pedazo de piel que aún no había tocado. Al llegar al clímax de nuestra unión, su cuerpo se arqueó, haciendo que nuestras caderas se rozaran, más si cabe, y nuestras bocas acallaron los gritos del otro con un beso lleno de amor. Caí rendido a su lado, intentando relajar mi respiración, mientras ella buscaba su sitio habitual entre mis brazos, para caer rendida en un profundo sueño, y no tardé en seguirla.
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Unos tiernos y pequeños besitos por mi pecho me despertaron a la mañana siguiente. Sonreí mientras una de mis manos acariciaba las mejilla de Bella. Me sonrió de vuelta, para acomodarse encima mío.
-Buenos días- me dijo.
-Buenos días mi niña- le dije mientras incorporaba un poco la cabeza, buscando sus labios. Ella captó la indirecta, ya que apoyó sus manos en mis hombros, para subir su cabeza a la altura de la mía y darme mi beso de buenos días, que yo saboreé con ansias.
Al separarnos, me miró con una de sus bellas sonrisas, mientras me preguntaba.
-¿Qué planes tenemos para hoy?-. Hice gesto pensativo, mientras levantaba una ceja.
-Pues... descansar, que para algo estamos de vacaciones- repuse divertido, mientras ella rodaba los ojos y apoyaba su barbilla en mi pecho.
-Vale... ¿algo más?- respondió juguetona.
-Pues... yo había pensado... que podríamos quedarnos aquí todo el día... y....- le respondí con picardía, mientras me daba la vuelta y la aprisionaba debajo de mi. Apoyé mis manos a ambos lado de su cabeza, mientras que la besaba el cuello.
-Eres malo... ¿lo sabes, verdad?- jadeó ella en un suspiro. La miré divertido, mientras besaba su nariz.
-Puedo ser mucho más malo- susurré contra sus labios; ella me miraba con una sensual sonrisa, mientras volvíamos a besarnos.... y habríamos seguido el asunto, pero ella era la sensata.
-Cariño... me encantaría seguir con ésto... pero tus padres nos esperan a desayunar- susurró en mi oído.
Suspiré, mientras le daba la razón y la ayudaba a levantarse, ella recogió su pijama del suelo y se lo puso. Me dio un pequeño besito, diciéndome que en quince minutos estaría preparada. Sonreí como un tonto viéndola mirar a un lado y al otro del pasillo, para volver a su habitación.
Capítulo 15: Un americano en Londres I
Al acabar de prepararme, salí de mi cuarto. Edward ya estaba esperándome para ir a desayunar. No me entraba en la cabeza cómo le quedaban tan bien tanto los trajes como los vaqueros y camisetas...
-Estás preciosa cariño- me dijo acercándose a mi y dándome un casto beso en los labios. Llevaba un vestido azul de punto de manga larga, con unos legguins negros y mis inseparables bailarinas.
-¿Sabes una cosa?- negó con la cabeza -creo que no eres nada imparcial pequeño- le dije con una mueca de desaprobación. El rió, mientras me aprisionaba entre sus brazos.
-Bueno... creo que soy el único para poder opinar sobre eso- me susurró al oído.
-¿Así que eres el único...?... celoso- murmuré.
-En lo que respecta a mi novia... sí- dijo muy convencido, mientras se inclinaba para besarme. Mis manos, como siempre, se fueron hacia su suave pelo, todavía un poco húmedo por la ducha. En esos mismos instantes hubiera mandado al garete el desayuno... pero una voz nos hizo separarnos.
-Alteza, sus majestades lo esperan para desayunar- me separé de él asustada por la fuerte voz. Félix nos miraba, mejor dicho, me miraba como si fuera un bicho raro... alguien a quién quitar del medio. Un escalofrío me sacudió entera... y Edward lo notó, ya que me escondió detrás suyo, literalmente hablando.
-Gracias, enseguida iremos- respondió con voz monocorde y fría. Una vez el hombre desapareció por los pasillos, Edward se giró.
-¿Qué le he hecho yo a este hombre?- susurré incrédula. Edward me frotaba los brazos, en un intento por calmarme.
-Tranquila cariño... apenas lo conozco, acaba de entrar a trabajar aquí... es un poco serio y cortante- me explicó.
-Ayer estaba con tu madre y me lo presentó... bueno, le dijo quién era y eso... creo que se sorprendió bastante- le expliqué.
-No le des vueltas cariño... aquí nadie va a hacerte nada, eso tenlo por seguro- me dijo mientras me besaba la frente -vamos a desayunar- me dijo tomándome de la mano. Nos dirigimos hacia el comedor, donde ya estaba Carlisle y Esme.
Ambos se levantaron para saludarnos.
-¿Como estás Bella?- me dijo Carlisle mientras me abrazaba.
-Muy bien, hace mucho que no te veía- le dije cariñosamente.
-Cierto... debería tomarme unas vacaciones... pero ya conoces este trabajo y sus inconvenientes- me dijo con una sonrisa. Asentí, mientras Edward apartaba la silla para que me sentara.
Edward y su padre nos pusieron al tanto de su viaje a la India, contándonos a Esme y a mi, los lugares que habían visitado y con quién se habían entrevistado.
-Entonces... ¿se va a llevar a cabo el acuerdo de exportación?- le pregunté.
-Bueno... de eso charlamos con el ministro de economía y con la presidenta... al menos no se han cerrado en banda, y han prometido que lo estudiarán- nos contaba Carlisle.
-¿Y las relaciones con los estados pakistaníes?- interrogó Esme preocupada.
-Supongo que en ese asunto sólo podemos mediar... es un tema complicado- suspiró Edward con resignación.
Asentí con la cabeza, el tema era demasiado delicado. Carlisle enseguida cambió de tema.
-Bien Bella... ¿preparada para conocer Windsor?- me preguntó con una sonrisa. Asentí contenta, mientras miraba a Edward con una sonrisa.
-Tengo muchas ganas, la verdad, he oído hablar mucho del sitio... mi padre y Sue también están muy nerviosos- recordé medio riéndome.
-¿Por qué?- preguntó Esme.
-Bueno... supongo que nerviosos por conoceros... no todos los días unos reyes te invitan a uno de sus palacios- murmuré agachando la cabeza.
-Tranquila, verás que todo sale muy bien... además aquí es la época del año para cazar... por fin alguien que le gusta la caza y pesca- dijo Carlisle frotándose las manos. Esme rodó los ojos.
Edward se había quedado muy callado, le miré ahogando una sonrisa.
-Edward... mi padre no te va a comer- le intenté consolar. Suspiró, mientras me dedicaba una pequeña sonrisa.
-Ya lo sé... pero estoy nervioso- hizo un gracioso puchero, que no hizo otra cosa que sacarles las risas a Carlisle y Esme.
-Hijo... hay que conocer al suegro- dijo éste entre risas. Todos lo acompañamos en ellas, menos mi novio, que no hacía mas que protestar y refunfuñar.
Una vez terminamos el desayuno, nos dirigimos hacia nuestro lugar en los jardines. Me senté en el regazo de Edward, mientras intentaba tranquilizarle.
-Cariño... mi padre no se come a nadie- le dije con una pequeña risa, a la vez que le pasaba los dedos por su pelo.
Resopló, mirando para otro lado.
-Edward... tranquilo, de verdad- le dije, poniéndole un dedo bajo la barbilla, para que me mirase.
-Es que... estoy muy nervioso... ¿crees que le caeré bien?- me preguntó ansioso.
-Claro que sí, ¿por qué piensas lo contrario?- le pregunté extrañada.
-Es que... los padres suelen ser muy severos con los novios de las hijas... y el que yo te tenga escondida... no se si le hará mucha gracia- me dijo confuso. Negué con la cabeza, cogiendo su cara entre mis manos.
-Edward; tanto mi padre como Sue saben lo que pasa... y lo entienden. Créeme, prefieren ésto a que me persigan los periodistas... además Sue me ha prometido que lo mantendrá a raya... y yo también, te lo prometo- intenté tranquilizarle.
-Está bien... prometido- dijo no muy convencido.
-Ese es mi chico- le respondí con una sonrisa, para besarle.
Hablamos durante horas de lo que habíamos hecho esos diez días. Me contó todo lo que había visto. Puse una mueca de envidia cuándo me contó la visita al Taj Mahal. Estuvimos charlando hasta que se hizo la hora de comer, y después fui a preparar la maleta, ya que a media tarde nos íbamos a Windsor.
Los coches ya estaban esperando en la puerta. En el primero montaron Carlisle y Esme, y en el segundo nosotros. A través de los cristales tintados, iba observando el paisaje, mientras Edward, poco a poco, iba contándome la historia del castillo y de los alrededores. Se encontraba en el condado de Berkshire, al oeste de la ciudad de Londres.
-Fue construido en el año 1070, por el rey Guillermo el conquistador, servía de muralla de defensa para la ciudad; después, en 1348, se construyó la Capilla de San Jorge- me iba explicando Edward.
-Lugar dónde se celebran las ceremonias de la Orden de la Jarretera- añadí con una sonrisa.
-Eso es... eres una buena estudiante- susurró besándome en la mejilla.
-También está la Bilblioteca, y parte de las Colecciones Reales... guardan dibujos de Miguel Ángel y de Leonardo da Vinci- me contaba; estaba asombrada... tenían más obras de arte que los museos.
Íbamos en animada charla, cuándo me indicó con el dedo que nos acercábamos. La imponente fachada de piedra gris, se alzó ante nuestros ojos.
-Todo lo que ves aquí- me dijo señalando un extenso bosque- son los jardines y el parque de Windsor, siempre están abiertos al público, hasta un límite; evidentemente, a la parte trasera del jardín, no puede entrar la gente, esas son las dependencias privadas- me explicaba.
El coche paró en un pequeño recibidor, presidido por una puerta de madera con cristales. Carlisle y Esme ya estaban dentro. Edward me tomó de la mano para bajar del coche y adentrarnos. Era un recibidor no tan lujoso como en el palacio de Londres, cubierto por una moqueta roja, aunque los elegantes y antiguos muebles lucían en todo su esplendor.
Varias personas, deduje que eran personal de servicio, se encontraban allí para recibirnos.
Un hombre de unos sesenta años, de pelo canoso y mirada amable, hablaba con el rey, que se volvió para hablarme.
-Bella, te presento a Sir Angus Felton, mayordomo mayor del castillo. Ella es la señorita Isabella Swan, novia del príncipe Edward- me presentó en general a la gente que estaba allí. Me adelanté, para estrecharle la mano.
-Es un placer conocerle- murmuré tímidamente.
-El gusto es mío, señorita Isabella- me dijo con una gran sonrisa – espero que usted y sus padres disfruten de su estancia- me dijo amablemente, para después volverse a Edward -Bienvenido Alteza- saludó con un apretón de manos e inclinando levemente la cabeza.
Una vez hechas las presentaciones, Edward me condujo escaleras arriba, a lo que supuse serían las habitaciones privadas. Pasamos por inmensas galerías, llenas de arte y valiosos muebles, hasta que paró en una puerta.
-Esta es tu habitación, la mía es ésta- dijo señalando la puerta que estaba justo enfrente. Asentí con una sonrisa, para preguntarle después.
-¿Dónde van a dormir mi padre y Sue?-.
-Me imagino que en las habitaciones del otro pasillo, están cerca de aquí- me señaló con la mano el acceso a esa galería.
-¿Quieres que te ayude a ordenar las cosas?- le pregunté.
Asintió con una sonrisa, pero primero me mostró mi habitación. Era más grande que la que solía ocupar en Londres, y las vistas a los jardines eran preciosas. La enorme cama de madera, con un pequeño dosel de gasa blanca, presidía la habitación. La tapicería y las paredes iban perfectamente coordinados, en diferentes tonos de azules y blancos.
La habitación de Edward era enorme, pero muy similar a la de Londres, con un pequeño salón, separado de la zona de dormitorios por unas puertas correderas. Cada habitación tenía su propio cuarto de baño... me daba pena pensar en la gente que se ocupaba de la limpieza del lugar...
Una vez subieron el equipaje, me dispuse a ordenarlo poco a poco, ayudada por Edward. Me gustaba esa intimidad que teníamos, parecíamos una pareja normal ordenando nuestra casa. Después de un buen rato, por fin pudimos ir a recorrer un poco el castillo.
Si el palacio de Buckingham era lujoso, éste no se quedaba atrás. Casi todas las cortinas de las salas de estar eran de terciopelo rojo, a juego con los sillones y sillas. De la mano de Edward, recorrí las inmensas salas y galerías. Había una sala con las paredes llenas de trofeos de caza.
-Mi padre va a adorar este sitio- musité rodando los ojos. Mi novio rió por mi comentario, para después añadir.
-Sólo espero que no quiera colgarme aquí una vez me conozca- resopló. Le di un suave manotazo en el brazo, pero era caso inútil.
Llegamos a la biblioteca de palacio. Normalmente estaba abierta al público, excepto los días que la familia pasa aquí. Por las innumerables mesas y vitrinas expuestas, admiré manuscritos con siglos de antigüedad, así cómo los famosos bocetos de da Vinci y Miguel Ángel.
Íbamos de la mano, pasando por las vitrinas, hasta que llegamos a un documento bastante antiguo, escrito con una elegante caligrafía. Sin querer, empecé a leerlo en voz alta.
-Por la presente, juro y declaro...- iba a seguir leyendo, pero la voz de Edward me interrumpió.
-Como Príncipe de Gales, Duque de Cornualles, Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Conde de Chester, cumplir con humildad y dedicación los menesteres que cómo heredero de la Corona Inglesa...- iba a seguir, pero volvió su vista hacia mí, que le miraba alucinada. Se encogió ligeramente de hombros.
-Es el juramento de los Príncipes herederos- me contó -lo hice cuándo cumplí los dieciocho años- me contó con una sonrisa.
-Ya... ¿y te pusieron la corona de los príncipes de Gales, la que se guarda en la Torres de Londres?- le pregunté.
-Si- me respondió, divertido por mi curiosidad -esa pesa menos, la corona real pesa bastante más... eso dice mi padre- me confirmó en plan secreto.
Asentí mientras procesaba la información.
-¿Y todos esos títulos?, nunca te había oído mencionarlos-.
-Bueno... normalmente sólo se conoce el primero, que es el de Príncipe de Gales... pero los otros van unidos al heredero también- me explicó, rodeándome los hombros -por ejemplo, el ducado de Rothesay es mi título oficial en Escocia- me contó mientras salíamos de la biblioteca.
-¿Y la chica con la que te cases será todo eso también?- pregunté. Me miró divertido, mientras me besaba la frente.
-Si,también serás Duquesa de Cornualles y todo lo que sigue- me explicó, con una mirada que no admitía réplica.
-¿Seguro que quieres soportarme toda la vida?- pregunté bromeando. Edward se paró, y me puso enfrente de él.
-Hummm.... soportaré el sacrificio- me respondió tan pancho, mirándome con una sonrisa malvada. Iba a replicarle, pero al momento me cogió entre sus brazos, besándome con intensidad. No pude resistirme a su beso, perdía la noción de todo lo que ocurría a mi alrededor. Una vez nos separamos, sin dejar de abrazarme por la cintura, me habló.
-Bella, si por mi fuera te aseguro que ya estaríamos casados -me susurró bajito -sólo espero que estos años de universidad pasen rápido- añadió con una pequeña sonrisa. No pude decir palabra alguna, más que asentir despacio con la cabeza. Sabía que era muy joven para casarme, jamás me lo había planteado... hasta que le conocí a él.
Un ligero carraspeo nos sacó de nuestra burbuja particular.
-Hoolaaa- dijo una voz cantarina, que reconocería en cualquier parte.
-¡Alice!- exclamé contenta, mientras nos abrazábamos con fuerza.
-Bellie... veo que no me has echado mucho de menos- dijo en broma, mirando a su hermano con picardía.
-No seas tonta... te vi el viernes en el recreo- le recordé.
Me acerqué a saludar a Jasper, mientras Alice se colgaba del cuello de su hermano, para darle un abrazo.
Una vez nos saludamos todos, proseguimos el animado paseo, hasta que se hizo la hora de cenar.
Después de cenar, nos sentamos en el salón, mientras nos servían el café. Esme nos miró para preguntarnos.
-¿Qué planes tenéis para mañana?-.
-Podríamos ir a montar a caballo- saltó la pequeña duende emocionada. Jasper asintió con una sonrisa... pero yo agaché la mirada.
-¿No quieres ir cariño?- me preguntó Edward.
-Es que... nunca he montado a caballo... y con lo pato que soy seguro que me caigo- balbuceé con vergüenza.
-No te preocupes, no te vas a caer... irás conmigo- dijo muy convencido Edward.
-Vamos Bellie... pasearemos por el coto privado, no nos verá nadie, no se puede pasar- me animó Alice.
Suspiré rodando los ojos.
-¡Por favor, por favor, por favor!- me rogó de nuevo, poniendo carita de niña buena. Miré a Edward, que me animaba con una pequeña sonrisa.
-Está bien- resoplé -espero no me dejéis sola y os pongáis a hacer carreras- siseé con una mirada de advertencia.
-Bella, ya te he dicho que irás conmigo, así que no te preocupes- me volvió a repetir mi novio con una sonrisa.
Después de charlar un rato más los seis, nos retiramos a nuestras habitaciones. Me puse el pijama y me asomé por la puerta; parecía no haber nadie por allí, además Carlisle y Esme dormían en el piso de arriba.
Sigilosamente me deslicé hasta la habitación de Edward, que prácticamente estaba en frente de la mía... y al girar la vista me encontré con Alice, caminando de puntillas hasta donde se suponía estaba la habitación de Jasper. Me acerqué a ella de puntillas, y la toqué ligeramente el hombro.
-¡AAAGGGGHHHHHH!- chilló, dándose la vuelta. No podía parar de reír.
-Buenas noches, cuñadita- me despedí con una sonrisa malvada, mientras abría la puerta de la habitación de Edward.
-Buenas noches Bellie- me dijo medio enfadada, medio riéndose.
-¿Qué es tan divertido?- me preguntó Edward, acercándose a mi.
-Acabo de darle un susto de muerte a tu hermana... iba a visitar a Jasper- le confesé con una risilla.
-Y después dice de nosotros...- sacudió su cabeza, frustrado.
-Bueno... en parte la entiendo- dije sensualmente, acariciando con un dedo el pecho de Edward, que no dijo palabra alguna. Simplemente me dio una de sus sonrisas torcidas, cogiéndome en brazos y ahogando nuestras risas con pequeños besos... camino de la cama.
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EDWARD PVO
Cuándo desperté a la mañana siguiente, Bella ya no estaba a mi lado en la cama. Me dejó una nota, diciendo que se iba a duchar y a vestir. Me desperecé lentamente, mientras recordaba con una sonrisa las caras de placer de mi niña hace apenas unas horas.
Después de ducharme y de cambiarme, fui a su cuarto a buscarla... allí me la encontré con Alice.
-Buenos días- dije para las dos, dándole un pequeño beso a mi novia.
-Buenos días hermanito... ¿noche de pasión, eh?- me preguntó pícara. Pude ver cómo Bella maldecía por lo bajo, mientras yo rodaba los ojos.
-Pues... no creo que fuera muy distinta a la tuya- contesté sarcástico.
-Ja, jaj, ja...os veo ahora...amantes- dijo mientras salía por la puerta... demonio de chica.
-¿Esto está bien para ir a montar a caballo?- me preguntó. Llevaba unos vaqueros ajustados, con una botas negras de montar y un jersey lila de pico... y un pañuelo atado al cuello.
-Bien, si... ¿por qué llevas el pañuelo?, ¿te duele la garganta?- pregunté confuso.
Bella me miró con cara de póker, mientras se apartaba un poco el pañuelo... y palidecí.
-¿Comprendes ahora las insinuaciones de tu hermana?; por cierto... no me enteré del momento en que me lo hiciste- dijo confusa. El pequeño pero visible chupetón estaba de un color morado oscuro, que encima resaltaba en la blanca piel de Bella.
-Creo que estabas ocupada en otros menesteres...- dije con picardía. Ella se sonrojó... pero yo caí en la cuenta, horrorizado.
-Tu padre me mata- murmuré. Ella rió suavemente.
-No me hace gracia, va a pensar que el novio de su hija es un vampiro- añadí.
-Tranquilo... el maquillaje hace milagros; te prometo que no se dará cuenta- me tranquilizó, dándome un besito en la mejilla.
Suspiré resignado, mientras le cogía de la mano y nos fuimos a desayunar. Después del desayuno, mi padre, cual niño emocionado en Navidades, se fue a supervisar las jornadas de caza y pesca que tanto llevaba esperando. Mamá se fue a pintar a su estudio, una de sus aficiones, y nosotros nos dirigimos a los establos.
Bella miraba embobada a los caballo y yeguas; sabía que le encantaban los animales.
-¿Cuál es el tuyo?- me preguntó. La cogí de la mano, guiándola hasta el final del establo. Allí estaba uno de mis más secretos amigos.
-Bella, te presento a Scout- le dije mientras abría la puerta y la animaba a acercarse. Se acercó tímida, sin atreverse a tocarlo.
-No hace nada- la animé mientras acariciaba el lomo negro del animal. Ella pareció dudar, hasta que por fin lo tocó.
-Hola Scout, eres muy hermoso- le acarició el hocico, mientras yo me dispuse a enganchar la silla. El animal estaba muy a gusto con las caricias.
-Le caes bien- le dije a Bella con una sonrisa.
-¿Qué raza es?- preguntó curiosa.
-Es un pura sangre española; los que suelen montar Alice y Jasper son pura sangre inglesa, y el resto son caballos para carruajes- le expliqué, mientras recorría el establo con la mirada. Una vez tuve a Scout ensillado, ayudé a Bella a subir, y después subí yo, colocándome detrás de ella, rodeándola con mis brazos. Lentamente salimos, para ir a reunirnos con Jasper y Alice, que ya nos esperaban fuera.
Iba un poco tensa, aunque íbamos despacio.
-Tranquila mi niña- le susurré al oído -¿crees que te dejaría caer?- le terminé de decir, besando su cabeza.
Ella negó con una sonrisa, aflojando su agarre. El paseo transcurrió tranquilo, hasta que llegamos a una pequeña colina. Paré el caballo, mientras Bella miraba el paisaje.
-¿Te gusta?- le pregunté. Ella asintió, apoyando su cabeza en mi pecho.
-Me encanta este paisaje... la tranquilidad... el olor de la tierra mojada me recuerda mucho a Forks- dijo suavemente.
-A mi también me gusta... me alegra poder compartirlo contigo- le dije con una sonrisa.
Permanecimos abrazados un rato en uno de nuestros cómodos silencios. Tener a mi niña entre mis brazos sin tener que estar escondidos en alguna de nuestras casas era estupendo. Observé su carita, tenía los ojos cerrados, estaba muy graciosa. Me reí suavemente, mientras la apartaba un mechón de pelo sus ojos.
-¿De qué te ríes pequeño?- me preguntó girándose para verme a los ojos.
-De tu expresión... no me burlaba... me gusta verte tan relajada y tranquila- le expliqué.
-Eso es porque estoy contigo... ¿sabes una cosa?- negué con la cabeza -no hay sitio dónde quiera estar más que aquí... abrazada a ti- me dijo sonrojándose.
La besé suavemente en la mejilla, sintiendo el calor que desprendía su carita.
Proseguimos el paseo, reuniéndonos de nuevo con mi hermana y con Jasper, mostrándole a Bella la extensión del castillo.
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Una vez dejamos los caballos en el establos, casi era la hora de comer. Después de ducharnos y de quitarnos el olor a cuadra, nos reunimos de nuevo con mis padres. Por la tarde le enseñamos a Bella la capilla de San Jorge, y algunos salones más del palacio. La cena y la noche transcurrieron tranquilas... y llegó el temido día.
-Tranquilo pequeño, volveré en una hora- me dijo dándome un beso en los labios. Bella se iba con Jasper a buscar a su padre y a Sue al aeropuerto; me hubiera gustado ir con ella, pero evidentemente no podía. Paseé de un lado a otro del alón, con los nervios carcomiéndome... hasta que oí un coche parar.
Bajamos al recibidor. Bella venía del brazo de una mujer de unos cuarenta años, con el pelo corto moreno y cara amable. Jasper venía hablando con Charlie, lo reconocí por las fotografías.
Mis padres se acercaron para darles la bienvenida.
-Esme, Carlisle, el es mi padre Charlie, y Sue- los presentó Bella.
-Es un placer conocerles- dijo mi madre, abrazando suavemente a Sue y dándole dos besos a Charlie.
-El placer el nuestro Majestad, muchas gracias por invitarnos- le dijo Sue.
-No, por favor, simplemente Esme y Carlisle; teníamos muchas ganas de conoceros, Bella nos habla mucho de vosotros- dijo mi padre mientras estrechaba gentilmente la mano de Charlie, después de saludar a Sue.
-Es un honor... nunca imaginé que estaría aquí- añadió el padre de Bella, admirando a su alrededor.
Mi hermana se autopresentó ella sola.
-Yo soy Alice, la hermana de Edward y la novia de Jasper- dijo adelantándose un paso y dándoles dos besos.
-Es un placer conocerte... Bella nos ha hablado mucho de ti... bueno, de todos- le dijo Sue. Era muy amble y cariñosa, tal y cómo me había contado Bella.
Yo no me moví de mi sitio... y Bella vino a por mi, agarrándome de la mano y dándome una de sus preciosas sonrisas. Lentamente nos acercamos a ellos.
-Papá, Sue... el es Edward, mi novio- dijo suavemente.
Los ojos de Charlie me escaneaban de arriba abajo, mientras que Sue se adelantaba para saludarme.
-Por fin puedo verte en persona- me saludó guiñándome un ojo -Bella tiene razón, eres mucho mas guapo y alto que en las fotos- dijo mientras me abrazaba ligeramente... pude sentir el sonrijo de mi cara.
-Es un placer conocerla- respondí educadamente. Mi mano no soltaba la de Bella.
-Llámame Sue, por favor... o te llamaré Alteza sino lo haces- me reprendió en broma.
Asentí con una sonrisa... y me giré para extender mi mano a mi suegro.
-Es un placer conocerle... jefe Swan- murmuré un poco nervioso.
-Edward- dijo simplemente, aceptando la mano que le tendía con una pequeña sonrisa.
Oí a Bella respirar aliviada a mi lado, mientras que mi padre y Jasper mostraban una sonrisa divertida. Iban a ser cinco días muuuyyy largos...
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
todo es como un sueño .......que ganas de leer un poco mas de Edward con el suegro .
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
falta algunos capitulos donde no todo es color de rosas...
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
me lo esperaba .............digamos que siempre hace falta una parte dura en la historia ......
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
esta increible
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 16: Un americano en Londres II
Nunca había visto a Edward tan nervioso, no sabía que mi padre intimidara tanto. Una vez hechas las presentaciones, la propia Esme, Edward yo les mostramos su habitación, ubicada en el primer piso, pero alejada de las nuestras.
Les dejamos un rato descansar, ya que todavía no se habían acostumbrado al horario y le propuse a Edward ir a la sala de música un rato, a ver si se le pasaban los nervios.
-¿Estás bien?- empezaba a preocuparme de verdad.
-Si... parece que todo va por buen camino- me confesó con una pequeña sonrisa.
-¿Lo ves?, y tu tan asustado- repliqué.
Una vez en la sala, nos sentamos en el banquillo del piano.
-Tu dirás- me dijo Edward con una sonrisa, esperando a que eligiera.
-Para Elisa- respondí. Las notas fluyeron suavemente por la habitación. Mi cabeza se apoyó en el hombro de Edward, cerrando mis ojos. No recuerdo en qué momento terminó la melodía, al abrir los ojos Edward tocaba Claro de Luna.
Le miré enternecida, sabía que me recordaba a mi madre, y la tocaba siempre que podía, por una parte me ponía triste, pero por otra parte me gustaba escucharla de nuevo.
Al terminar se giró, mirándome. Me abracé a su cuello, y el me rodeó con sus brazos.
-Gracias- le susurré con una pequeña sonrisa.
-Siempre que quieras, mi niña- respondió.
Al girarnos mis padres y los suyos nos estaban mirando. Pude ver un halo de emoción en el rostro de mi padre, recordando también a mi madre, estaba segura de ello. Nos levantamos, para ir a su encuentro.
-Qué bien tocas- exclamó Sue admirada.
-Gracias- respondió avergonzado. Me reí para mis adentros, rara vez Edward se sonrojaba.
-¿Alice y Jasper?- pregunté, extrañada de no ver a la pequeña duende saltando alrededor.
-Se han ido a dar un paseo, estábamos enseñándoles el castillo a tus padres- me explicó Carlisle.
Los seguimos para acompañarlos. Las caras de mi padre y Sue eran de película, admirando cada una de las salas, los muebles, las obras de arte. Sue estaba emocionada, para eso era igual que yo.
Después de recorrer el castillo, enseguida se hizo la hora de comer. Comimos con tranquilidad, para después sentarnos en el salón.
-Espero que mañana no te importe madrugar, tenemos una larga jornada por delante- le dijo Carlisle a mi padre.
-En absoluto, estoy impaciente- dijo él tan tranquilo. Sue, Esme y yo rodamos los ojos a la vez, que pesados eran con el tema de la caza.
-Iremos en jeep, acompañados de dos ojeadores, que se encargarán de los perros- le explicaba.
-¿Qué especies se cazan aquí?- preguntó de nuevo mi padre.
-Pues corzos, venados, ciervos, jabalíes... así como un gran número de aves; el coto de caza de Windsor es muy amplio- le relataba.
Edward y yo escuchábamos la conversación atentos, hasta que mi padre se giró para dirigirse a Edward.
-¿Vendrás con nosotros?- le interrogó.
-Oh... yo no soy muy aficionado a la caza, apenas he ido un par de veces- explicó con tranquilidad.
-Pero podemos acercarnos un rato, ¿verdad?- le pregunté. El asintió con una sonrisa.
-Llevaremos a Sue, y a mi madre también- me prometió.
Estuvimos hablando de diferentes cosas, tanto de mi vida en Londres como de Forks.
-Es evidente que Bella se ha adaptado muy bien al cambio- dijo mi padre con una sonrisa.
-Es un encanto, en palacio todo el mundo la conoce y la adora- dijo Esme guiñándome un ojo.
-¿Os sorprendió la noticia?- preguntó Carlisle curioso.
-Bueno... el día que nos lo dijo nos quedamos de piedra- hizo una pausa -sabía que pensaba en algún chico, pero nunca nos dijo el nombre- relataba Sue.
-Papá se atragantó- recordé con una sonrisa.
-Tienes que entenderme hija- dijo en falso tono de reproche – no todos los días viene tu hija y te dije que su novio es el futuro rey de Inglaterra -dijo divertido. Mi padre estaba de demasiado buen humor, cosa que me aliviaba bastante.
Todos reímos ante el comentario de mi padre, incluido Edward.
-Al principio estaba un poco preocupado- confesó -no me malinterpretes Edward, pero debes entenderme, cuándo Bells nos explicó que os veíais en secreto, por todo el tema de la prensa y eso; no sabía si ella podría soportarlo, y no sé qué pasaría en el caso de que saliera a la luz- explicó.
-Le entiendo perfectamente jefe Swan; yo soy el primero que se preocupa por ese tema... y mi principal preocupación es protegerla todo lo que pueda- respondió Edward.
-Casa Real sólo anuncia compromisos oficiales; no se comentan los temas privados. Por eso, queremos ambos estén tranquilos un tiempo, disfrutando de su noviazgo y centrándose en sus carreras- explicó Esme.
-¿Qué pasaría si la prensa se enterara?- preguntó Sue a Esme.
-Pues cómo un día le expliqué a Bella, tomarlo con la mayor tranquilidad que fuese posible. Los periodistas hablan mucho; no te voy a negar que es un poco agobiante, a mi me ocurrió un poco antes de que se anunciara nuestra boda. Tenía días que me levantaba muy animada, y otros que no quería salir de casa- empezó a contarle, pero yo la interrumpí.
-Pero sé que no puedo gustarle a todo el mundo, y tendré que acostumbrarme. La prensa sensacionalista, cada semana saca una lista con las posibles novias de Edward, princesas europeas y muchachas inglesas de familias ricas... al principio me dolía un poco- confesé agachando la cabeza -pero he aprendido a hacer oídos sordos a todos esos rumores- respondí mirando a mi novio con cariño.
-Además es muy buena alumna... casi sabe de protocolo más que yo- dijo Edward con una sonrisa.
-Esme me va enseñando poco a poco- añadí.
-De modo que pensáis casaros- interrogó mi padre.
-Dentro de un tiempo, si todo va bien si- le dijo Edward.
-Pensaba que los príncipes se casaban con princesas- contestó mi padre.
-Los tiempos cambian y avanzan... y las monarquías también; cómo ya le explicamos a Bella en su día, nunca le hemos puesto condiciones a Edward sobre a quién elegir, lo primordial es que ellos se quieran. Yo misma no he nacido con sangre real, y se lo que ella siente- intervino Esme.
-Y se quieren, eso está a la vista- dijo Sue, mirándome con una sonrisa.
La conversación tomó otro rumbo, y Edward y yo decidimos escaquearnos un rato. Una vez en el jardín, nos relajamos y pudimos charlar.
-Creo que le has caído bien a mi padre- dije tomando su mano.
-Eso creo... espero no hacerlo enojar mucho- exclamó divertido.
-¿Eso quiere decir que vendrás a Forks en verano?- le pregunté ansiosa -quiero que conozcas mi casa y todo lo de allí- le pedí.
-Claro que sí cariño, tengo mucha curiosidad por conocer todo aquello, conocer a Angela y Ben, y al resto... ¿les has hablado de mi?, es decir, ¿saben quién soy?- me preguntó.
-No les he contado nada, decidí que por el momento era mejor así, pero Angela sabe quién eres, estudia periodismo y te ha visto en periódicos y revistas- le conté -pero ellos seguro que no dirán nada- le tranquilicé.
-Bella, no pasa nada cielo, de verdad- ahora el me tranquilizaba a mi, dándome un pequeño beso.
-¿Y después qué haremos?- pregunté curiosa.
-Me gustaría que estuvieras conmigo aquí, en Windsor... podríamos dividir el verano entre Forks y ésto- dijo señalando a su alrededor -no tengo viajes programados, y no quiero pasarme tres meses sin verte- me susurró.
-Yo tampoco- afirmé.
-Además, en tu cumpleaños podríamos estar con tu padre y Sue... y tienes que presentarme a la abuela Swan- me recordó con una sonrisa.
-Iremos a verla, no te preocupes- le tranquilicé riéndome.
Proseguimos nuestro paseo, hablando de nuestras cosas.
-¿Vendrás a hacerme una visita esta noche?... nadie se enterará- murmuré en tono sensual.
-Bella, me encantaría, pero no quiero que tu padre me decapite- contestó burlón.
Puse un puchero, mostrando mi desconformidad.
-Te prometo portarme bien... además tus casa tienen una ventaja... son enormes y nadie duerme muy pegado a otro- exclamé con cara de niña buena.
-¿Y a qué le llamas tu portase bien?- me preguntó, rodeándome con sus brazos.
-Te lo demostraré si vienes...- dejé la frase inconclusa, ya que sus labios chocaron con los míos, en un tierno beso... hasta que un carraspeo nos devolvió al mundo.
-Edward, ¿te importa que te robemos a Bella un rato?- preguntó Sue con una sonrisa. Mi padre me guiñó un ojo con simpatía.
-Claro que no, por supuesto; hasta luego preciosa- se despidió de mi besándome en la frente.
Los tres estuvimos paseando un rato.
-¿Y bien?- les pregunté sin rodeos -¿qué os parece?-.
-Es encantador Bella-me dijo emocionada.
-Y su familia también, son tan amables y sencillos... no me los esperaba así- confesó mi padre.
-Si lo son, todos ellos- admití.
-Tenía mis dudas; entiéndeme hija, no es un noviazgo normal... no has nacido en este mundo, que tendrá sus cosas buenas y malas; además os veo muy seguros con el tema de querer casaros- me medio preguntó. Tomé aire, para hablar.
-Sé que debe resultar extraño, y nunca sabemos que puede pasar a día de mañana... pero a día de hoy esa es nuestra intención... porque no concibo mi vida con otro que no sea él- murmuré -y jamás le pediré que renuncie- aclaré a ambos.
-Te convertirás en princesa... y reina en un futuro- dijo Sue.
-Ya lo sé, se que puede parecer extraño, o asustar la idea; a mi me aterraba al principio. Recuerdo la noche en que se me declaró, le dije que debía encontrar a otra chica más apropiada, o a una princesa... pero al final ganó el corazón- terminé de contarles.
-No cabe duda alguna, estáis hechos el uno para el otro... tu padre me lo ha comentado antes- dijo Sue.
-Bells, ese chico se desvive por ti, sólo hace falta veros, tenéis complicidad, química, cariño...- empezó a enumerar mi padre. Lo miré sorprendida.
-¿No pensabas que era tan observador, cierto?; a decir verdad,me siento halagado de que cuide tan bien de ti, ahora que ya no estás en casa, y ya te lo dije, me importa tu felicidad, y nunca te había visto así- me explicó.
-Desde que estás con el eres otra, tus ojos te delatan... y los suyos; nunca he visto a nadie mirar con tanta devoción- decía Sue.
-Sólo queremos que seas feliz... y te apoyaremos en todo... creo que viajaremos mucho aquí, ¿verdad Sue?- exclamó mi padre divertido.
Nos reímos los tres, continuando nuestro paseo. Me contaron cómo estaba la abuela, y todo lo acontecido en Forks. Escuchaba atentamente, hasta que Edward regresó a nuestro encuentro.
-Hola- le saludé con una sonrisa, tomándole de la mano.
-Espero no molestar, mi padre me ha entretenido con unos asuntos de última hora- nos explicó. En mi cara se formó una mueca de horror.
-¿Tienes que irte?- pregunté temerosa.
-No cariño, tranquila; sólo me ha estado comentando unas audiencias que habrá dentro de dos semanas- me tranquilizó.
-¿Mucho trabajo?- preguntó Sue con una sonrisa.
-Bueno... esto es así, viajes, actos... mi padre dice que un rey nunca descansa- les explicó. Tomados de la mano, seguimos paseando en compañía de ellos.
-Cuéntanos algo más de ti Edward; Bella nos explicó que recibiste formación militar- le preguntó mi padre.
-Así es, en una academia en Alemania- respondió.
-¿Fue muy duro?- preguntó Sue.
-Un poco... la formación militar es muy dura y disciplinada... pero es un requisito que todo príncipe heredero debe pasar, al menos una vez en la vida- les explicó amablemente.
-¿Qué rangos posees?- preguntó muy interesado mi padre.
-Soy Almirante de la Armada Real, General del Ejército y Mariscal jefe del Aire de la Real fuerza aérea- enumeró.
-La Armada Real equivale a los marines en Estados Unidos- expliqué.
-Pero el verdadero Capitán General de los Ejércitos ingleses es mi padre; el ejército está muy vinculado a la Case Real- le explicó amablemente.
-¿No te agota este ritmo de vida?; bueno, tus padres nos han comentado que ahora sólo viajas lo imprescindible, debido a los estudios- le cuestionó Sue.
-No niego que es agotador... a veces incluso intimidante conocer a tantas personas importantes, también soy tímido- dijo bajando la vista. Le di un tierno apretón en la mano,animándole un poco.
-Bells me dijo que me temías un poco- dijo mi padre con una sonrisa.
Sue le echó una mirada seria y enojada, pero Edward tomó aire para hablar.
-Un poco si, no lo niego... sólo quiero que sepa que quiero a su hija jefe Swan, y que jamás haré nada que la pueda dañar- le dijo muy serio.
-Espero que lo hagas muchacho, ahora que ya no estoy yo para cuidarla, esta tarea te toca a ti- contestó mi padre.
-¿Cómo lleváis el hecho de veros así, a escondidas?- nos preguntó Sue.
-Ya estamos acostumbrados, a veces me gustaría llevarla de viaje, a cenar, al cine, como cualquier pareja de novios... pero de momento es mejor así- respondió pensativo.
Mi padre asintió, también pensativo, mientras Sue se dirigía a Edward.
-Bien, supongo que ya te lo habrá dicho Bella, nos gustaría que vinieras a Forks en verano-.
-Por supuesto, tengo ganas de conocer todo aquello; si no os molesta, le he pedido a Bella pasar parte del verano en Forks y parte aquí- le explicó.
-No queremos separarnos, en ese tiempo no tiene viajes- añadí.
-Por supuesto, ¿cuándo vendríais?- nos preguntó Sue.
-Desde agosto hasta pasar mi cumpleaños- respondí, a lo que Edward asintió.
-Sólo una cosa... por supuesto iré de incógnito, pero Emmet debe venir conmigo- explicó con cautela.
-Es el novio de Rosalie, no puede salir sin escolta- aclaré.
-Tranquilo, eso ya nos lo imaginábamos; no hay problema, en casa hay sitio de sobra- dijo Sue, feliz de tener visita.
Continuamos paseando y hablando tranquilamente; Edward iba explicándoles hechos y lugares del castillo y los alrededores. Sue estaba encantada, y mi padre y Edward parecían llevarse bastante bien.
Después de cenar, nuestros padres se quedaron charlando en una de las salas, y nosotros, junto con Alice y Jasper, estuvimos viendo una película.
Al acabar nos depedimos para irnos a dormir. Me retiré a mi habitación, y justo quince minutos después Edward entró, cerrando la puerta. Nos acurrucamos en mi cama.
-¿Ves cómo todo ha ido bien?- le medio regañé, intentando poner en orden su rebelde pelo.
-Si... mejor de lo que creía; son muy amables y simpáticos, se han portado muy bien conmigo; y parece que con mis padres han hecho buenas migas- repuso contento.
-Si, es un alivio; si te digo la verdad, yo también estaba un poco nerviosa- le confesé.
El rió, besándome el pelo y jugando con un mechón de éste.
-Me lo imaginaba... además, tengo muchas ganas de ir a Forks- me dijo con una mirada cómplice.
-Estoy segura de que te gustará todo aquello... pero allí no podremos tentar a la suerte, mi casa no tan grande... tendrás que dormir con Emmet- le dije. El rió por mi advertencia.
-Me lo imaginaba, no quiero hacer enfadar al jefe Swan- respondió, todavía riendo.
-Lo único... mi casa es muy humilde... me da un poco de vergüenza- le confesé. En contadas ocasiones, me seguía sintiendo muy inferior a él. El negó con la cabeza, en desacuerdo con mis palabras.
-No quiero que digas esas cosas... seguro que tu casa es mucho más acogedora y hogareña que las mías... y te he dicho muchas veces que no me importan los lujos, porque lo más valioso para mi está entre mis brazos- me dijo apretándome contra él.
Todavía, aun llevando meses con él, me costaba digerir las palabras que me decía... a veces pensaba que era irreal.
-Eres un sueño- susurré casi para mi misma, pero me oyó.
-Tu eres un sueño, mi niña... y por cierto... creo que ibas a demostrarme lo bien que te ibas a portar...- dejó la frase inconclusa, mirándome con esa sonrisa sexy.
-Huuummm.... deja que piense la manera- dije, acercando mis labios a los suyos.
EDWARD PVO
Tal y como quedaron nuestros padres, a la mañana siguiente se levantaron muy temprano para ir a cazar. En el desayuno nos reunimos con mi madre y Sue, ya que Alice y Jasper habían salido muy temprano y no volverían hasta la noche.
Después del desayuno, mi madre mandó preparar una cesta, para llevar un pequeño refrigerio a mi padre y a Charlie. Una vez tuvimos todo, nos dirigimos a uno de los todoterrenos. Bella y yo nos pusimos delante, mientras que mamá y Sue iban en animada conversación detrás, con una enorme cesta de picnic entre ellas.
-¿Falta mucho?- me preguntó mi niña.
-Pues según sus indicaciones, deberían estar por esta zona- dije; de pronto un disparo se oyó en el aire.
-Bingo- exclamé triunfante.
Bajamos del coche y no andamos ni cinco minutos, cuándo divisamos a mi padre con el rifle al hombro, mientras le comentaba algo a Charlie. Bella no pudo reprimir las risas al ver a éste con una gorra de cuadros escocesa.
-Charlie, pareces todo un caballero inglés- le dijo Sue.
-¿A qué si?; y tu no te rías tanto señorita- le regañó en tono burlón.
-Os hemos traído el almuerzo- les dijo mi madre.
-Estupendo, pensábamos en hacer un descanso- exclamó mi padre.
Saqué del coche una mesa de picnic, y Bella me ayudó a montarla. Esme y Sue dispusieron sobre ella un termo con café y diferentes cosas para comer.
Nuestros padres se acercaron, prácticamente atacando a las pobres vituallas.
-¿Cómo va el día?- pregunté a Charlie.
-Esto es fantástico, ya llevamos dos venados y un corzo- respondió feliz cual niño.
-Si, la temporada promete; me da rabia que te tengas que ir, nunca había estado tan entretenido cazando- dijo mi padre poniendo una mueca. Todo empezamos a reír, pero de repente Charlie pidió silencio.
Mi padre y el se miraron, y automáticamente cogieron los rifles. Se adelantaron unos metros, cargando las armas.
-¿Qué hacen?- preguntó Bella en voz baja.
-Han debido oír a una presa... los cazadores tienen el oído muy fino- le dije rodeándola con mis brazos, ya que noté qué tenía un poco de frío.
Efectivamente, nada más decirle eso a Bella un enorme ciervo apareció a unos metros de nosotros. Mi padre se adelantó, y en un rápido movimiento disparó.
-¿Le he dado?- preguntó confuso, volviéndose hacia Charlie, ya que el ciervo estaba bastante oculto entre la maleza.
-No lo se, vamos a averiguarlo- contestó. Decidí adelantarme junto a él. Recorrimos durante unos cinco minutos el perímetro.
-Me parece que mi padre ha fallado esta vez- le dije, después de rastrear inútilmente la zona.
El asintió en silencio, cuándo vimos un pequeño grupo de perdices.
-¿Quieres tirar?- me ofreció, al ver mi titubeo, prosiguió -vamos- me animó.
Cogí el arma y la cargué. En el ejército no se me daban muy bien las prácticas de tiro, la puntería no era uno de mis fuertes.
Enfoqué al pequeño grupo de aves, y disparé. La mayoría salieron volando, y ambos nos acercamos.
Efectivamente, no le di a ninguna. Le devolví el arma a Charlie.
-La caza no es lo mío- dije divertido.
-Ya veo... ésto... yo quería hablar contigo, a solas- me dijo. Me tensé, ya me parecía a mi que todo era demasiado bonito.
-Usted dirá jefe Swan- le insté para que hablara.
-Verás... se que puedo sonar como un padre sobreprotector- empezó su discurso -pero Bella es lo que más quiero en el mundo- dijo con una sonrisa, pero tono serio de voz.
-Entonces tenemos algo en común- le respondí con otra.
-Edward, me caes bien; me siento halagado de cómo quieres a Bella, y de cómo la quiere tu familia... pero si la haces daño... -dejó la frase sin terminar, poniendo la cara de jefe que Bella me había contado muchas veces... y tenía razón, era bastante intimidadora. Tragué saliva, para responderle.
-Si alguna vez le hago daño, tiene mi permiso para dispararme- respondí.
-¿Aunque deje a Inglaterra sin príncipe heredero?- preguntó con una sonrisa burlona.
-Seguro que Alice sería una buena reina- repuse riendo.
-No quiero mi pensarlo- dijo con fingido terror, rodando los ojos. Ambos nos echamos a reír a carcajadas, mientras volvíamos con el grupo.
-¿Qué es tan divertido?- preguntó Bella.
-Nada... tu padre me ha dado unas recomendaciones- le contesté aun riéndome.
-Papá- le miró entrecerrando los ojos, pero le aclaré enseguida.
-Tranquila, no me ha amenazado ni nada, ¿verdad, jefe Swan?- le pregunté. El asintió con una sonrisa, pero mi novia no parecía muy convencida de ello.
-Cariño, no tienes nada de qué preocuparte, son cosas nuestras- la tranquilicé, agarrándola suavemente de la cintura.
Ella pareció quedarse conforme, devolviéndome la sonrisa.
*******
El resto de los días que Charlie y Sue pasaron con nosotros transcurrieron sin ningún sobresalto. Sue y Esme se habían hecho muy amigas, ya que ambas tenían gustos similares por el arte y la historia.
Papá y mi suegro descubrieron que eran el uno para el otro, en el sentido de la compañía para la caza y pesca. Después de dos intensos días cazando, al tercero decidieron ir a pescar, prometiéndonos que esa noche cenaríamos el pescado que supuestamente, habían pescado. Pero según ellos, las truchas desaparecieron misteriosamente del río, y terminamos cenando unas tortillas y ensaladas, hechas por mi madre y Sue. Hubo cachondeo un día entero.
Bella disfrutó mucho de estos días, ella no me lo decía, pero sabía de sobra que echaba mucho de menos a su familia, cosa completamente lógica. Al final, el día que ellos partían llegó, y después de despedirse de mis padres y de Alice, se giraron para despedirse de mi.
-Ha sido un placer haber estado aquí Edward, y sobre todo haberte conocido- me dijo Sue abrazándome.
-Os echaremos de menos- le respondí, y tendí mi mano a su padre.
-Jefe Swan, me alegro mucho de haberle conocido- le dije; aunque tenía una fachada seria e imponente, era simpático y bromista, me caía muy bien.
-Lo mismo digo Edward... y recuerda lo que hablamos, cuida a mi hija- dijo muy muy bajito.
-Con mi vida, no se preocupe- le respondí serio.
-Y llámame de tu- añadió. Asentí, mientras Sue tomaba la palabra -os esperamos en verano- nos dijo a Bella a mi.
-Allí estaré... no me perdería las barbacoas veraniegas del jefe Swan- le respondí con una sonrisa.
Salimos a despedirles a la puerta, mientras Bella me daba un pequeño beso, ya que se iba con Jasper a llevarles al aeropuerto.
El resto de las vacaciones las pasamos en Windsor. Todavía teníamos una semana antes de que iniciaran de nuevo las clases. Bella estaba un poco triste por la marcha de su padre y Sue, de modo que la tenía distraída haciendo mil y una cosas, no me gustaba verla deprimida.
Las vacaciones pasaron, y volvimos al ajetreo de las clases, y enseguida llegó mayo, sumiéndonos en los exámenes finales y casi sin poder tener un poco de intimidad con mi niña... pero nos consolábamos pensando que teníamos todo el verano por delante... hasta que por fin, llegó el último día de clases.
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
que gracioso es Charlie me recuerda muchisimo al de la peli
juntos todo el verano estoy deseando que lleguen a Forks a ver que tal Edward de incognito
juntos todo el verano estoy deseando que lleguen a Forks a ver que tal Edward de incognito
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 17: Un verano inolvidable I
Nada más llegar a casa, me tiré en el sofá, exhausta después de casi un mes sin levantar la vista de los apuntes. Hoy por fin, viernes doce de junio, acababa de realizar el último examen del curso. Edward estaba aún en el suyo, y ya terminaba también. Habíamos quedado en vernos en casa y reunirnos aquí los seis, como era la costumbre. Me cambié de ropa, desterré los libros y apuntes lanzándolos al escritorio, y bajé a por la comida. Decidí encargar comida italiana, así no tenía que cocinar.
Al volver a casa, estaba preparando la mesa, cuándo sonó en timbre. Al abrir la puerta, la pequeña duende se tiró a mis brazos. Con el lío de los exámenes casi no la había visto.
-Se acabó, somos libres Bells- dijo emocionada. Después de saludar a Jasper, los hice pasar. Estábamos terminando de poner la mesa, cuándo la puerta se abrió, entrando Rose, Emmet y Edward. Me lancé a sus brazos, que me recogieron de inmediato.
-Por fin- suspiré contra su pecho.
-¿Cómo te ha ido cariño?- me preguntó.
-Bien, mejor de lo que esperaba, ¿y el tuyo?- pregunté de vuelta.
-Creo y espero que bien; por fin libres- susurró contra mis labios, para después darme un gran beso. Lo recibí gustosa, ya que casi no habíamos tenido momentos de intimidad desde que empezaron los exámenes. Un carraspeo nos hizo separarnos.
-Chicos, me encanta que sean tan fogosos... ¡pero me muero de hambre!- dramatizó Emmet, poniéndose una mano en el corazón.
Todos reímos ante su comentario, mientras Rose le daba una colleja, diciéndole que no tenía paciencia alguna.
Comimos en animada charla, en un ambiente relajado y bromeando los unos con los otros.
-¿Cuándo os marcháis?- le pregunté a Rosalie. Ya que Emmet y ella nos iban a acompañar a Foks durante un mes y medio, el cogía las vacaciones en tres días.
-El martes nos vamos a Cardiff tres semanas, y julio lo pasaremos en Boston- explicó, ya que aun no conocía a los padres de Emmet.
-Tendremos que recoger el apartamento- musité pensativa, ya que hasta que nos fuéramos a Forks, me quedaba todo el verano con Edward en su casa. Miré a Alice, preguntándole con la mirada.
-Nosotros nos vamos en dos semanas a Norfolk Park, y desde mediados de julio a Windsor- nos explicó. Estaba claro que cada pareja se iba por su cuenta. Miré a Edward con algo de pena. Me apetecía mucho estar en Windsor, y nos íbamos el domingo de la próxima semana, pero no estaríamos a nuestro aire. Me devolvió una mirada divertida y traviesa... algo se traía entre manos.
-¿Qué me he perdido?- pregunté alzando una ceja.
-Nada- respondió, disimulando una sonrisilla maliciosa, que compartía con Alice.
-Sabes que no me van mucho las sorpresas- le advertí un poco seria.
-Tranquila- me sentó en su regazo -creo que te va a gustar... pero lo sabrás un poco más tarde- repuso divertido.
Por mas que puse los pucheros más lastimeros que se me ocurrieron, no me dijo nada.
Una vez que Jasper y Alice se marcharon, y Emmet y Rose se encerraron en el cuarto de ella, dirigí mi vista a mi principesco novio... ¿qué diantres se le habrá ocurrido esta vez?.
-¿Y bien?- pregunté cual niña pequeña esperando el regalo de navidad. El rió, mientras me sentaba en su regazo y me rodeaba la cintura.
-Digamos que te he comprado un pequeño regalo, por ser buena estudiante- me dijo burlón. Puse cara de circunstancias, me encantaban los regalos que me hacía... pero no quería que se gastara tanto dinero. Además, en ocho días cumplía veintidós años, y no sabía qué regalarle. Sabía que lo celebraría en la intimidad, y comeríamos con sus padres y Alice y Jasper en palacio.
-Bueno... en realidad es para disfrutarlo los dos- me explicó. Fruncí el entrecejo, pensando... pero no se me ocurría nada.
-Cierra los ojos- me dijo muy bajito. Obedecí, y posó algo ligero y plano en mi mano. Era un sobre. Le miré con un interrogante en mi cara.
-Vamos, ábrelo cariño- me animó.
Lentamente saqué el contenido; eran dos pasajes de avión, y al leer el destino casi me desmayo de la impresión.
-¿Isla de Mahe?- pregunté alucinada. Edward asintió con una sonrisa.
-Per... pero eso está en las Seychelles- murmuré en voz baja.
-Así es... al día siguiente de mi cumpleaños nos vamos dos semanas de vacaciones... solos tu y yo- me anunció.
No podía creer lo que estaba diciendo... ¿era una broma?.
-Pero... ¿no tienes que llevar seguridad?- pregunté confusa. El negó con la cabeza, explicándome.
-El hotel al que vamos, el Maia Luxury, es un resort privado. Está formado por una decena de casas individuales, con una cala exclusiva en cada una de ellas. Cada casa cuenta con servicio propio de habitaciones... y créeme, por las cantidades que se pagan, son muy, muy discretos. Jasper y Alice fueron hace un par de años, y nadie se enteró. También varios príncipes amigos míos han ido de incógnito, con sus novias... me lo han recomendado- me explicó.
Le miraba patidifusa; no sabía cómo lo hacía, pero siempre lograba sorprenderme.
-Sabía que te daba un poco de envidia que ellos cuatro se fueran solos un tiempo... y también nos merecemos intimidad, necesito abrazarte y besarte sin que tenga que mirar a mi alrededor- me explicó -y me gustaría que nuestras primeras vacaciones juntos fueran inolvidables, dado que todavía no te puedo llevar a hacer turismo por ahí... y me gustaría enseñarte tantos lugares- me contó con un poso de tristeza en su voz.
Las lágrimas caían por mi cara, no podía creerlo. Me abracé fuertemente a su cuello, besándole la cara.
-Gracias, gracias, gracias.... es demasiado, pero me encanta; no puedo esperar a pasear por la playa, sin nadie que nos moleste- sonreí ante esas palabras.
Por internet me mostró el hotel... y no tenía palabras. Eran casas de un dormitorio, equipadas con una pequeña cocina y un coqueto salón, con una televisión de plasma enorme, y ordenador con conexión a internet.
Muy bien amueblado y lujoso, una cama enorme de matrimonio, que desembocaba en una terraza, mirando al mar. En la terraza, mesas y sillas, para poder comer ahí mismo. El baño estaba abierto también al mar, con la bañera redonda pegada al cristal, y la pequeña piscina de la casa parecía fundirse con las azules aguas del Océano Índico.
Las calas, de arena blanca, y el asombroso atardecer que mostraban las fotografías me dejaron enamorada del sitio.
-Iremos en un vuelo privado desde aquí, el hotel tiene su propio heliopuerto; debes darme tu pasaporte para dárselo a Maguie, para que haga todos los trámites- me siguió contando.
-¿Cuántas horas de vuelo son?- pregunté curiosa.
-Son unas doce horas, diez desde París; allí hay una diferencia horaria de tres horas, ahora allí son -miró su reloj, haciendo cálculos -las siete y media de la tarde- me explicó. Aquí eran las cuatro y media.
Le miré emocionada, no podía creérmelo todavía.
-Gracias de nuevo Edward, es un sueño- le dije, escondiendo mi cara en su cuello.
-Gracias a ti, por aceptarlo y compartirlo conmigo-, me dijo con ternura.
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Esa noche Emmet y él se quedaron a dormir con nosotras. Llegó el día que Rose y Emmet se iban; ya estábamos en casa de Edward, y habíamos cerrado y recogido el apartamento. Me despedí de ellos con un gran abrazo hasta agosto.
-Espero lo paséis muy bien por allí- le deseé a Rose.
-Y tú disfruta ese pedazo de viaje que vas a hacer- me guiñó un ojo divertida. Le devolví una sonrisa cómplice, observando cómo se montaban en el coche, camino de la ciudad natal de Emmet.
Esa semana descansamos y dormimos a nuestras anchas. Una tarde me fui con Alice de compras, alegando ella que necesitaba ropa de playa para el viaje. De paso, aproveché para comprar el regalo de Edward.
Volví con cinco bikinis, varios pareos, sandalias y chancletas, pantalones cortos, camisetas y vestidos playeros.
Recogí el regalo de Edward; después de mucho pensarlo, me decidí por una partitura de una obra de Shubert, que estaba agotada desde hace años, pero finalmente, pude conseguir.
El veinte de junio, día de su cumpleaños, Edward debía dar una rueda de prensa en una de las salas de palacio. Sólo sería media hora, y después comeríamos en familia. Estiré los músculos, y lentamente me incliné sobre su cara, dándole pequeños besitos.
-Arriba dormilón- susurré en voz baja. Lentamente abrió los ojos, mirándome con una pequeña sonrisa.
-Felicidades cariño- susurré para darle un beso en los labios. Una de sus manos fue hacia mi melena, enredando los dedos en ella.
-Gracias, buenos días mi niña- dijo estirándose. Me reí, mientras me estiraba hacia la mesilla para coger mi regalo. Se lo tendí con una pequeña sonrisa.
-Espero que te guste- balbuceé jugueteando con mis dedos. Lentamente lo abrió, y en su cara se dibujó una sonrisa.
-No sabía qué comprarte, y me acordé de la partitura que no conseguías encontrar- le expliqué con una sonrisa tímida.
-Gracias cariño, me encanta- dijo contra mis labios -aunque tu eres mi mejor regalo- susurró contra mi cuello, para empezar a recorrerlo con su boca. Ahogué varios gemidos, mientras me tumbaba en la cama, sin dejar de besarme, pero unos golpes en la puerta nos separaron abruptamente. Pegué un salto, escondiéndome en el baño, por suerte ambos estábamos vestidos. Oí voces, y finalmente la puerta se cerró de nuevo.
-Bella, puedes salir- me dijo Edward desde el otro lado. Lentamente abrí la puerta, estaba roja de vergüenza. Mi novio no podía disimular la risa. Al final terminé por reírme con él.
-Era Demetri, la conferencia es dentro de una hora- me dijo. Asentí con la cabeza, y me despedí de él, para ir a mi habitación a cambiarme.
Me duché y me puse unos vaqueros piratas, con una camiseta blanca y unas sandalias blancas y planas, ya que hacía mucho calor.
Al salir de mi habitación entré de nuevo en la de Edward, estaba peleándose con el nudo de la corbata.
-Espera- le dije. Me acerqué y en un momento lo arreglé. Estaba muy guapo, con un traje gris, camisa azul claro y una corbata de rayas amarillas y azules.
-Listo- exclamé contenta, dejando un pequeño beso en sus labios.
-Gracias, se te da bien- me alabó mirando el nudo por el espejo.
-Siempre le hago el nudo de las corbatas a mi padre, nunca consigue aprender- dije con una pequeña sonrisa.
Agarrados de la mano nos dirigimos hacia el comedor; por el camino todo el mundo felicitaba a Edward, que daba las gracias con amabilidad. Sus padres, Alice y Jasper ya estaban allí. Recibió las felicitaciones de toda la familia, y desayunamos tranquilos.
-Edward, la prensa está preparada- le dijo Sam. Suspiró lentamente, y se volvió hacia mi.
-Te prometo que terminaré enseguida- dijo cogiéndome de una mano.
-Tranquilo, buena suerte- le guiñé un ojo.
Salió con Sam, y Maguie se volvió para hablarme.
-Ven conmigo querida... supongo que querrás verlo- me dijo. Asentí curiosa, y me fui con Maguie, Carlisle y Esme hacia una sala contigua. Había más gente allí, y me puse en una esquina, desde dónde le veía. Los flashes de las cámaras disparaban a toda velocidad, pero el parecía tranquilo.
-Alteza, ¿cómo celebrará su cumpleaños?- interrogó un periodista.
-Tranquilamente, con mi familia y amigos más cercanos- respondió con esa voz aterciopelada que le caracterizaba.
-Acaba de terminar su segundo año de universidad, ¿cómo le ha ido?- preguntó otro.
-Bastante bien, de momento he aprobado todas las asignaturas, a falta de dos por saber la nota. Estoy muy satisfecho con la carrera y lo que trata- explicó.
Sam señaló a aun chico moreno y musculoso, para cederle la palabra.
-Príncipe Edward, la mayoría de los herederos europeos están ya casados o comprometidos; ¿no ha pensado en que debe dar continuidad a la dinastía?- preguntó con mala intención.
Noté que Edward se tensaba un poco, pero consiguió mantener la compostura para responder.
-Verá, señor Black- empezó su discurso, y yo gemí para mis adentros, a Edward no le caía nada bien este periodista- el tema de si tengo novia o no es un asunto privado, que nos concierne a mi y a ella, en el caso de que la tenga -hizo una pausa, para después seguir -por supuesto que sé que la sucesión debe asegurarse con un heredero, y cuándo decida contraer matrimonio todos lo sabrán- terminó de decir, dando por zanjada la pregunta.
-¿Qué hay de los rumores que lo emparejan con la princesa Anne Louise de Noruega?- siguió preguntando Black. Rodé los ojos, mientras Esme me daba una mirada tranquilizadora.
-Con todo mis respetos hacia la princesa, son totalmente falsos- afirmó rotundamente.
Sam dio la palabra a una chica morena, de cara amable.
-Leah Clearwater, del London Daily -se presentó, por lo menos esta y el otro chico del London Daily son amables, según lo que me contaba Edward - ¿cómo se le presentan las vacaciones, Alteza?-.
-Pues descansando y disfrutando con mi familia; hasta octubre no tengo ningún viaje programado- respondió con una pequeña sonrisa.
Sam observó al pequeño grupo de periodistas -bien, si no hay ninguna pregunta más, hemos terminado-.
-Gracias por atendernos alteza, y feliz cumpleaños- dijo uno de ellos, arrancando los aplausos del resto.
-Gracias señores, buenos días- se despidió y salió del salón, entrando a donde nosotros estábamos. Las puertas se cerraron tras él, y soltó un suspiro de alivio. De inmediato, se acercó a mi.
-¿No estás enfadada?- me preguntó con nervios.
-¿Por qué iba a enfadarme?, Edward, has estado muy bien... y recuerda que ya no hago caso a toda eso que saca el Daily Mirror- le dije acariciándole una mejilla e intentando tranquilizarle. Me besó la palma de mi mano, todavía en su cara.
-Perdona cariño, es que ese Black y su periódico me sacan de mis casillas- siseó cabreado.
-Ahora vámonos a dar un paseo, a ver si te tranquilizas- le dije.
-Antes déjame cambiarme de ropa, me estoy asando de calor- masculló, quitándose la corbata.
Pasamos el resto de la mañana solos, perdidos por el palacio y hablando de lo ocurrido en la rueda de prensa. A la hora de la comida ya se le había olvidado, y volvía a estar relajado y feliz.
-¿A qué hora os vais?- preguntó Carlisle.
-El avión sale a las seis de la mañana, nos toca madrugar- dijo Edward.
-Espero lo paséis bien y disfrutéis, es un auténtico paraíso- nos dijo Esme, mirándonos con complicidad.
-¿Habéis estado?- le pregunté.
-Tres veces, dos de visita oficial y una de turismo, así como vosotros- nos explicó.
-En 1756, las islas pasaron a dominio francés; desde 1794 pasaron a ocupación inglesa, y después de las Guerras napoleónicas, en 1814, pasaron exclusivamente a ser territorio inglés- me explicó Carlisle.
-Hasta que en 1976 la Commonwealth le concedió la independencia- terminó de añadir Edward.
Estaba asombrada, ese dato no lo sabía. El resto de la comida pasó tranquilamente, charlando y recibiendo recomendaciones.
-No te preocupes Bella, el resort está a prueba de periodistas; no os pillarían ni por asomo- nos dijo Alice.
-La seguridad allí es extrema; los clientes que van allí son gente muy rica e importante- dijo Esme, que también conocía el hotel.
-Habéis pasado una época estresante con los exámenes... os vendrá bien desconectar del mundo y descansar- nos dijo Carlisle.
Jasper volvió a hacer alusión a la rueda de prensa un rato después.
-Ese Black- siseó con rabia -siempre sacándote el mismo tema- le dijo Jazz.
-Y pensar que la novia del príncipe estaba en la habitación de al lado, si lo supieran- dijo Alice con una sonrisa malvada.
-Alice, deja el tema, por favor- le suplicó Edward cansado.
Lo miré preocupada.
-Edward, cariño, no pasa nada... yo soy la primera que no hago caso de todas las mentiras que sacan, así que estate tranquilo, ¿me has oído?- le advertí.
-No puedo evitar preocuparme Bella... no quiero que te hagan daño- murmuró en voz baja.
Una vez cambiamos de tema, seguimos charlando tranquilamente, hasta que Carlisle se fue a su despacho a trabajar y Esme a despachar el correo que tenía pendiente.
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Decidí llevarme a Edward a la sala de música. Una vez en el piano, tomé aire para aclarar las cosas. Sentados en la banca del piano, hablé.
-Edward... nunca te han afectado esos rumores, ¿qué te pasa?- estaba muy preocupada, no era normal en él.
-Bella -tomó aire para seguir -temo que esos rumores terminen por afectarte, y que nos afecten a nosotros- dijo desviando su mirada de mi cara.
-Edward... en este año que llevamos juntos, o casi, te han casado con media Inglaterra y parte de Europa... ¿crees que si no me fiara de ti, o me dejara llevar por las habladurías, estaría aquí?- pregunté.
-Ya lo sé... a veces pienso que es muy egoísta por mi parte por haber accedido a ésto- exclamó con frustración.
Me estaba asustando de verdad... ¿dudaba de haberme pedido que fuera su novia, a estas alturas?; decidí respirar tranquila.
-Edward, cariño... yo misma te lo dije aquella noche, no me importa, siempre que estés a mi lado; y lo has hecho, créeme- le tranquilicé, tomando una de sus manos y jugando con sus dedos.
El me miró más relajado, esbozando una media sonrisa.
-¿Sabes que me han dado ganas de volverme y decirte que salieras conmigo?, ¿te imaginas lo que hubiera pasado?- me preguntó casi riéndose.
-No quiero ni pensarlo- rodé los ojos, divertida -tendrías que ponerme varios escoltas- añadí sarcástica.
-Casi tendrías que llevar más seguridad que yo- rebatió burlón. Le di un suave golpe en el brazo, en señal de protesta. El rió por mi acción, y llevó su mano hacia mi cara, acariciándola con cariño. Me apoyé en ella, mirándole a los ojos.
-No quiero que discutamos, y menos por este tema- le supliqué.
-Lo siento cariño, y quiero que tengas clara una cosa; no estaba cuestionando nuestra relación, eres lo mejor que me ha pasado... y admiro cómo lo estás llevando de bien- me explicó con ternura. Solté un suspiro de alivio para mis adentros.
-Espero hacerlo bien, ahora y el futuro- dije casi para mis adentros.
-Y lo harás muy bien, y yo estaré siempre a tu lado- me respondió.
-Con eso me basta- terminé de decir.
Sonreí levemente, mientras nuestras caras se acercaban la una a la otra.
-Te amo-susurró contra mi cara. Su aliento me dejó levemente aturdida.
-Y yo a ti- le devolví en respuesta. Nuestros labios se juntaron en un beso lleno de cariño. Su aliento casi en mi garganta hizo que gimiera en voz no muy fuerte, mientras mis dedos peinaban sus cabellos, tan finos como las hebras de seda.
Una vez necesité aire para respirar, le devolví una mirada cariñosa.
-Y ahora... ¿estrenarás tu regalo?- le propuse, señalando la partitura.
Me guiñó un ojo, mientras sus dedos empezaron a pasear por el teclado.
La tarde transcurrió tranquila y sin novedad alguna. Antes de la cena, Edward fue a hablar con Maguie, para ésta darle los pasajes y pasaportes, y confirmar la reserva del hotel y la hora de salida del vuelo. De mientras, estaba en mi cuarto con Alice, haciendo la maleta mía y la de Edward, mientras la pequeña duende iba sacando las cosas y tachando la lista que había hecho. Una vez cenamos, nos despedimos de la familia, ya que salíamos muy temprano hacia el aeropuerto. Llamé también a mis padre y a Sue, quedando en que si no pasaba nada los llamaría al regresar. Me costó conciliar el sueño, estaba muy nerviosa.
A las cinco menos cuarto, sonó la alarma del móvil de Edward. Apenas había dormido unas pocas horas, pero conseguí levantarme enseguida. Me puse unos vaqueros, una camiseta y una sudadera, ya que por las mañanas hacía un poco de fresco. Edward ya estaba esperándome en la puerta de mi cuarto. Mientras tomábamos un café rápido, bajaron el equipaje al coche.
Salimos hacia el aeropuerto, el tráfico era mínimo a esas horas, por lo que en veinte minutos escasos llegamos. Giraron para llevar el coche hasta una de las pistas oficiales, dónde un pequeño avión, similar a los que usaba la familia en sus viajes de estado, nos esperaba.
El interior era todo lujo y comodidad. Después de acomodarnos y de despegar, una señora de unos cuarenta años se presentó.
-Bienvenido a bordo alteza; señorita Isabella, mi nombre es Mary, espero tengan un feliz vuelo; llegaremos a Mahe a las nueve de la noche, hora de destino- nos explicó.
-Gracias- dijo Edward. Mary se volvió para traernos el desayuno. Mi novio se volvió para hablarme.
-Mary lleva muchos años trabajando para nosotros, ella y Mildred, que está de vacaciones, nos acompañan en todos los viajes. Después te presentaré al comandante y al resto- me explicó.
-¿Sabe quién soy?- pregunté con cautela. Edward asintió.
-Sabe que eres mi novia, Maguie tuvo que advertirlo; no te preocupes- me dijo calmándome.
Mary apareció en ese momento con las bandejas del desayuno. Una vez desayunamos en condiciones, me acomodé en el confortable asiento, sacando el libro que estaba leyendo. Edward iba ojeando el periódico.
Después de comer, se tumbó, con la cabeza en mi regazo, quedándose dormido. Suavemente acariciaba su pelo, mientras la música de mi Ipod iba adormilándome a mi también.
Dormimos una buena siesta; desperté tumbada en el regazo de Edward, no recuerdo en que momento habíamos cambiado de posiciones. Peinaba suavemente mi pelo.
-¿Hemos dormido mucho?- pregunté, todavía atontada.
-Unas dos horas o algo así, todavía tenenos tres horas de viaje. ¿Quieres un café?-. Asentí mientras me estiraba para desperezarme.
Una vez merendamos, pasamos a la cabina de control, presentándome al comandante jefe y al resto. Me mostró y me explicó los funcionamientos del avión.
Por fin llegó el momento de aterrizar. Mary nos indicó que nos abrocháramos los cinturones, ya que en diez minutos tomábamos tierra en el heliopuerto del hotel.
Al descender del avión, un aire caluroso y húmedo me sacudió el rostro. Dos personas nos esperaban al lado de un jeep con las lunas tintadas.
-Bienvenidos al Maia Luxury; soy Robert Lifs, el gerente. Espero disfruten de su estancia en Mahe.
-Gracias- respondió Edward.
-Si tienen la amabilidad de seguirnos, les llevaremos hasta su villa- nos dijo señalándonos el coche. Una vez cargaron el equipaje, nos montamos en el asiento trasero. La noche estaba iluminada por una preciosa luna llena, e iba mirando ansiosa por la ventanilla. La costa se extendía a nuestros pies.
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Una vez pararon el coche, descendimos y el gerente abrió la puerta. Estaba impresionada. Exquisitamente amueblada, como en las mejores suites de los hoteles de lujo, era impresionante. El suelo de madera oscuro, y las paredes pintadas de blanco. Una vez dejaron el equipaje, se acercó a nosotros un señor de unos cincuenta años.
-Soy Marcus, seré su mayordomo durante estas dos semanas. Cualquier cosa que necesiten, no tienen más que pedírmelo, marcando en el teléfono el 011; en una media hora les servirán la cena- nos tendió la carta para que eligiéramos. El hombre era simpático y amable, y muy eficiente. Mientras elegimos iba organizando a los mozos que transportaban nuestro equipaje.
-¿Han elegido?- se volvió hacia nosotros.
Una vez pedimos la cena, a base de pescado y marisco, nos dejó la llave y salió por la puerta. Todavía miraba a mi alrededor, obnubilada.
El dormitorio era enorme. Una enorme cama de madera oscura, cubierta por una fina colcha blanca y cojines de plumas de diferentes tamaños. Las puertas de la terraza estaba entreabiertas. Había una mesa, sillas y dos enormes tumbonas blancas. La vista era de ensueño. El mar se abría paso por el horizonte. El baño, con la enorme bañera y jacuzzi, estaba todo cubierto por paredes de cristal , mirando también al mar.
En un lateral de la terraza, unas pequeñas escaleras daban paso al pequeño jardín y a la piscina, cuya orilla se fundía con el mar, igual que en las fotos.
Me quedé apoyada en la barandilla. El suave aire caliente me daba en la cara, y el olor a mar, mezclado con las exóticas flores del paisaje, era embriagador, pero sin llegar a ser agobiante y fuerte.
Edward me rodeó con sus brazos.
-¿Qué te parece?- preguntó en bajito.
-Es increíble, todavía no puedo creer que esté aquí- respondí mientras me daba la vuelta.
Rió mientras me besaba la frente.
-Y que estemos solos... sin carabinas- repuse divertida.
-Por fin algo de intimidad- dijo antes de besarme. Rodeó mi cintura con sus brazos, y el beso se hizo mucho más apasionado. Al separarme le abracé fuertemente, escondiendo mi cara en su pecho.
-Gracias- murmuré bajito.
-De nada- respondió -y ahora vamos a deshacer el equipaje, enseguida vendrá la cena- me indicó.
Una vez ordené la ropa, decidí cambiarme, ya que hacía mucho calor. Me puse un ligero vestido de playa, en tonos dorados, con una chancletas. Edward también se había cambiado, poniéndose unas bermudas beige y una camisa blanca, con chancletas también.
Cenamos tranquilamente en la terraza, únicamente con la luz de las velas y de la luna. Al terminar, se sentó en una de las tumbonas, conmigo entre sus brazos. Miraba fijamente al cielo, lleno de pequeñas y de brillantes estrellitas.
-Qué tranquilidad- suspiré relajada.
-Si... necesitábamos estas vacaciones- afirmó pagado de si mismo -aunque te confieso que tengo muchas ganas de ir a Forks, y que hagas de guía turística- añadió con una sonrisa.
-Allí no pasaremos tanto calor... por las noches hay que salir con chaqueta- apunté riéndome.
-No me importa, los veranos en Inglaterra tampoco suelen ser muy calurosos, ya lo verás. Además, no puedo esperar ver a tu padre con el delantal, organizando la barbacoa- dijo divertido.
Me reí, la verdad es que la imagen de mi padre, con su delantal que simulaba un traje de preso, era muy graciosa.
Permanecimos un buen rato allí, hasta que de mi boca se escapó un bostezo. Había sido un viaje muy largo, y estaba rendida.
Edward me miró, y sin decir una palabra, me cargó en brazos hasta la cama. Apagó las luces, dejando la cortina entreabierta, para que la habitación quedase un poco iluminada.
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EDWARD PVO
Bella estaba tan cansada, que tuve que cargarla en brazos hasta la cama. No se si serían imaginaciones mías, pero cada día daba la impresión de que pesaba menos. Al posarla, intenté dejarla su espacio, pero sus brazos siguieron rodeando mi cuello.
-No te vayas... te he echado de menos- dijo con voz baja y sensual, acercando sus labios a los míos. Era un beso demandante y urgente... demandante de sentir de nuevo nuestros cuerpos juntos, de ser solamente una misma persona.
Note que sus pequeñas manitas desabrochaban los botones de mi camisa con lentitud y paciencia. La quitó lentamente, empujándola por mis hombros y brazos, acariciando a la vez la piel que quedaba libre. Mis manos se dirigieron al borde de su corto vestido, y empecé a subirlo, para sacarlo por la cabeza. Quedó en ropa interior, con un sencillo pero a la vez sexy conjunto negro. Mis labios viajaron desde su cuello, bajando lentamente, besando, mordiendo y succionando cada trozo de su suave y pálida piel.
Bella gemía y respiraba con dificultad, mientras sus manos de dedicaban a recorrer mi pecho, suavemente, como el toque de una pluma.
No sé en que momento me quité los pantalones, si es que los quité yo, o Bella contribuyó a ello. Arqueando levemente su espalda, conseguí desabrochar el sostén. Sus pechos aparecieron ante mi, preparados para recibir mil y una caricias.
Mi lengua se posó en uno de los rosados montículos, endureciéndose, más si cabe, ante el contacto con mi aliento. Jugaba con ambos senos, provocando que Bella tirara de mi pelo, y nuestras caderas crearan una deliciosa y placentera fricción, notable aún con la ropa que llevábamos puesta todavía.
-Bella, eres tan bonita- murmuré contra su pecho. Ella tiró de mi cabeza, y al llegar a su altura, me besó impaciente. Su lengua jugaba a una peligrosa danza de erotismo y amor con la mía. Saboreé cada rincón de su boca y de sus labios, sabía dulce, con ese aroma de frutas tan característico de ella, que me volvía loco.
Besé su vientre, proporcionándole unas placenteras cosquillas, y mis dedos trazaron las formas de sus caderas, al la vez que agarraba sus diminutas braguitas y las hacía desaparecer de su cuerpo.
Me posicioné de nuevo sobre ella, una vez me liberé mis boxers, y ella enroscó sus piernas alrededor de mi cintura sin dejar de besar sus pequeños y carnosos labios. Ese contacto me hizo perder la poca cordura que me quedaba. Yo no estaba para muchos preliminares, y mi novia parecer ser que tampoco.
-Edward, hazlo, por favor, no lo soporto más- balbuceó con la respiración entrecortada.
Recargué mi frente en la suya, mientras poco a poco me iba introduciendo en ella. Estaba tan caliente, que no pude más que dejar salir un gemido de gozo.
Lentamente, empecé a moverme, mientras ella afianzaba el agarre de mis caderas entre sus piernas.
Escondí mi cara en el hueco de su cuello, llenándolo de besos. Ella acariciaba mis hombros y mis brazos, mientras murmuraba mi nombre una y otra vez.
-¿Sabes que me encanta oír mi nombre de tus labios?- le pregunté entre jadeos y dulces embestidas. Ella simplemente mordió su labio inferior, cerrando los ojos y echando su cabeza hacia atrás. Sus caderas se elevaron, y el ritmo lento dio paso a unas embestidas fuertes y cada vez más rápidas, haciendo que ella reprimiera gritos de placer.
-Chilla todo lo que quieras, nadie nos oye aquí- conseguí decirle. Fue decirle eso, y empezó a gemir y gritar en voz alta, dando rienda suelta a toda la pasión acumulada.
-Edward... ahhh, por favor, sigue- decía con los ojos cerrando y retorciéndose debajo de mi.
-Bella... dios cariño- decía yo entre beso y beso.
Sentí una fuerte punzada en mi bajo vientre, y supe que estaba apunto de explotar, al igual que ella. Se me puso la carne de gallina al dar la última estocada, que mandó escalofríos a todas las partes de mi cuerpo. Pude sentir cómo mi niña es estremecía entre mis brazos, para terminar gritando mi nombre.
Lentamente, sin aplastarla, aún dentro de ella, giré nuestros cuerpos. Ella reposaba encima mío, sudorosos y con la respiración entrecortada. Suavemente acaricié su largo pelo, tratando de que se su respiración se calmara. Pude sentir que se relajaba, y lentamente salió de mi, para acomodarse en la cama, escondiendo su carita en mi cuello, como era su costumbre.
-Buenas noches pequeño... te quiero- ésto último lo dijo casi dormida.
Sonreí, dándole un beso en la frente, y arropándola con la sábana.
A la mañana siguiente me giré, buscando a mi novia en la cama... pero no estaba. Me desperté extrañado... y me la encontré en la terraza, apoyada en la barandilla. Ya se había puesto el bikini, azul y blanco. Estaba muy sexy. Lentamente me levanté y me puse mi ropa interior. Me acerqué a ella sin hacer ruido, y la rodeé con mis brazos.
-Buenos días preciosa- le dije, dándole un pequeño beso en el lóbulo de la oreja.
-Hola, ¿has descansado?- me preguntó, volviéndose y dándome un pequeño beso. Asentí con una sonrisa, mientras ella se acurrucaba en mi pecho. Besé su cabeza, para después preguntarle.
-¿Quieres ir a la playa?- indagué.
-Por eso me he puesto el bikini- me aclaró con una graciosa mueca -estaba esperando que despertases, para pedir el desayuno- me dijo.
-Está bien, llama y pídelo, de mientras me pondré el bañador- le contesté, dándole un pequeño besito en la nariz.
Una vez disfrutamos del desayuno, Bella preparó una pequeña bolsa y bajamos los escalones que daban acceso a la pequeña cala. Pero antes de salir, me embadurnó de crema protectora de arriba a bajo, y yo hice lo mismo de vuelta.
-Es algo pegajosa- dije. Ella arqueó una ceja, mientras me miraba seria.
-Hay que dársela media hora antes para que haga efecto en el agua... además, también eres pálido de piel y no quiero que te pongas como un cangrejo- me dijo seria. Asentí a regañadientes. En medio de la pequeña playa, había dos tumbonas enormes y una sombrilla blanca en medio de ellas. Bella se quitó los pantalones cortos y se tumbó, y yo hice lo mismo en la hamaca de al lado.
-Que tranquilidad- musitó relajándose.
-Y que lo digas...- repuse medio adormilado, ya que el sol y el calor invitaban a ello. Una vez pasó la media hora, me puse de pie, para dirigirme al agua.
-¿Vienes?- le pregunté.
Nos acercamos hasta la orilla. Bella metió un pie, sacándolo de inmediato.
-Está un poco fría- dijo haciendo un tierno puchero.
-¿Fría?... pero si parece un jacuzzi, además es mejor que te metas de golpe- le dije acercándome a ella con una sonrisilla traviesa.
-Edward... ni se te ocurra- amenazó apartándose, pero hice caso omiso. Bella empezó a correr por la arena, pero al alcancé en unos segundos.
-¡Edward!, bájame ahora mismo- me decía entre risas, ya que me la cargué al hombro, cual saco de patatas.
-Ni lo sueñes- le contesté, divertido por verla enfurruñada. Con ella encima me metí en el agua, y cuándo el agua me llegaba casi a la cintura, me sumergí, hundiéndola a ella también.
En el agua la solté y nadé hasta la superficie. Ella apreció enfrente mío al de un momento. El pelo que se pegaba a la cara, pero hundiendo su cabeza hacia atrás se lo retiró. Se acercó a mi riéndose y dándome pequeños golpes.
-Me vengaré, lo juro- dijo muy convencida.
Miré su cuerpo, el bikini se le pegaba a los pechos, haciendo notar sus pezones, duros por el contraste del agua. Me mordí el labio inferior, esta mujer era mi perdición. Nadamos un poco más dentro.
-¿Está fría?- pregunté con sarcasmo.
-Ya no... esto es la gloria- dijo ella acercándose a mi. Agarré sus nalgas, pegándola a mi cuerpo. Ella rodeó mi cuello con sus brazos, y con sus piernas mi cintura.
Permanecimos en uno de nuestros cómodos silencios, abrazados y dejando que las olas nos mecieran suavemente. Acariciaba su espalda, trazando dibujos por ella.
-Me quedaría así siempre- dijo mi niña. La besé con ternura y delicadeza.
-Yo también- susurré en bajito.
Nada más llegar a casa, me tiré en el sofá, exhausta después de casi un mes sin levantar la vista de los apuntes. Hoy por fin, viernes doce de junio, acababa de realizar el último examen del curso. Edward estaba aún en el suyo, y ya terminaba también. Habíamos quedado en vernos en casa y reunirnos aquí los seis, como era la costumbre. Me cambié de ropa, desterré los libros y apuntes lanzándolos al escritorio, y bajé a por la comida. Decidí encargar comida italiana, así no tenía que cocinar.
Al volver a casa, estaba preparando la mesa, cuándo sonó en timbre. Al abrir la puerta, la pequeña duende se tiró a mis brazos. Con el lío de los exámenes casi no la había visto.
-Se acabó, somos libres Bells- dijo emocionada. Después de saludar a Jasper, los hice pasar. Estábamos terminando de poner la mesa, cuándo la puerta se abrió, entrando Rose, Emmet y Edward. Me lancé a sus brazos, que me recogieron de inmediato.
-Por fin- suspiré contra su pecho.
-¿Cómo te ha ido cariño?- me preguntó.
-Bien, mejor de lo que esperaba, ¿y el tuyo?- pregunté de vuelta.
-Creo y espero que bien; por fin libres- susurró contra mis labios, para después darme un gran beso. Lo recibí gustosa, ya que casi no habíamos tenido momentos de intimidad desde que empezaron los exámenes. Un carraspeo nos hizo separarnos.
-Chicos, me encanta que sean tan fogosos... ¡pero me muero de hambre!- dramatizó Emmet, poniéndose una mano en el corazón.
Todos reímos ante su comentario, mientras Rose le daba una colleja, diciéndole que no tenía paciencia alguna.
Comimos en animada charla, en un ambiente relajado y bromeando los unos con los otros.
-¿Cuándo os marcháis?- le pregunté a Rosalie. Ya que Emmet y ella nos iban a acompañar a Foks durante un mes y medio, el cogía las vacaciones en tres días.
-El martes nos vamos a Cardiff tres semanas, y julio lo pasaremos en Boston- explicó, ya que aun no conocía a los padres de Emmet.
-Tendremos que recoger el apartamento- musité pensativa, ya que hasta que nos fuéramos a Forks, me quedaba todo el verano con Edward en su casa. Miré a Alice, preguntándole con la mirada.
-Nosotros nos vamos en dos semanas a Norfolk Park, y desde mediados de julio a Windsor- nos explicó. Estaba claro que cada pareja se iba por su cuenta. Miré a Edward con algo de pena. Me apetecía mucho estar en Windsor, y nos íbamos el domingo de la próxima semana, pero no estaríamos a nuestro aire. Me devolvió una mirada divertida y traviesa... algo se traía entre manos.
-¿Qué me he perdido?- pregunté alzando una ceja.
-Nada- respondió, disimulando una sonrisilla maliciosa, que compartía con Alice.
-Sabes que no me van mucho las sorpresas- le advertí un poco seria.
-Tranquila- me sentó en su regazo -creo que te va a gustar... pero lo sabrás un poco más tarde- repuso divertido.
Por mas que puse los pucheros más lastimeros que se me ocurrieron, no me dijo nada.
Una vez que Jasper y Alice se marcharon, y Emmet y Rose se encerraron en el cuarto de ella, dirigí mi vista a mi principesco novio... ¿qué diantres se le habrá ocurrido esta vez?.
-¿Y bien?- pregunté cual niña pequeña esperando el regalo de navidad. El rió, mientras me sentaba en su regazo y me rodeaba la cintura.
-Digamos que te he comprado un pequeño regalo, por ser buena estudiante- me dijo burlón. Puse cara de circunstancias, me encantaban los regalos que me hacía... pero no quería que se gastara tanto dinero. Además, en ocho días cumplía veintidós años, y no sabía qué regalarle. Sabía que lo celebraría en la intimidad, y comeríamos con sus padres y Alice y Jasper en palacio.
-Bueno... en realidad es para disfrutarlo los dos- me explicó. Fruncí el entrecejo, pensando... pero no se me ocurría nada.
-Cierra los ojos- me dijo muy bajito. Obedecí, y posó algo ligero y plano en mi mano. Era un sobre. Le miré con un interrogante en mi cara.
-Vamos, ábrelo cariño- me animó.
Lentamente saqué el contenido; eran dos pasajes de avión, y al leer el destino casi me desmayo de la impresión.
-¿Isla de Mahe?- pregunté alucinada. Edward asintió con una sonrisa.
-Per... pero eso está en las Seychelles- murmuré en voz baja.
-Así es... al día siguiente de mi cumpleaños nos vamos dos semanas de vacaciones... solos tu y yo- me anunció.
No podía creer lo que estaba diciendo... ¿era una broma?.
-Pero... ¿no tienes que llevar seguridad?- pregunté confusa. El negó con la cabeza, explicándome.
-El hotel al que vamos, el Maia Luxury, es un resort privado. Está formado por una decena de casas individuales, con una cala exclusiva en cada una de ellas. Cada casa cuenta con servicio propio de habitaciones... y créeme, por las cantidades que se pagan, son muy, muy discretos. Jasper y Alice fueron hace un par de años, y nadie se enteró. También varios príncipes amigos míos han ido de incógnito, con sus novias... me lo han recomendado- me explicó.
Le miraba patidifusa; no sabía cómo lo hacía, pero siempre lograba sorprenderme.
-Sabía que te daba un poco de envidia que ellos cuatro se fueran solos un tiempo... y también nos merecemos intimidad, necesito abrazarte y besarte sin que tenga que mirar a mi alrededor- me explicó -y me gustaría que nuestras primeras vacaciones juntos fueran inolvidables, dado que todavía no te puedo llevar a hacer turismo por ahí... y me gustaría enseñarte tantos lugares- me contó con un poso de tristeza en su voz.
Las lágrimas caían por mi cara, no podía creerlo. Me abracé fuertemente a su cuello, besándole la cara.
-Gracias, gracias, gracias.... es demasiado, pero me encanta; no puedo esperar a pasear por la playa, sin nadie que nos moleste- sonreí ante esas palabras.
Por internet me mostró el hotel... y no tenía palabras. Eran casas de un dormitorio, equipadas con una pequeña cocina y un coqueto salón, con una televisión de plasma enorme, y ordenador con conexión a internet.
Muy bien amueblado y lujoso, una cama enorme de matrimonio, que desembocaba en una terraza, mirando al mar. En la terraza, mesas y sillas, para poder comer ahí mismo. El baño estaba abierto también al mar, con la bañera redonda pegada al cristal, y la pequeña piscina de la casa parecía fundirse con las azules aguas del Océano Índico.
Las calas, de arena blanca, y el asombroso atardecer que mostraban las fotografías me dejaron enamorada del sitio.
-Iremos en un vuelo privado desde aquí, el hotel tiene su propio heliopuerto; debes darme tu pasaporte para dárselo a Maguie, para que haga todos los trámites- me siguió contando.
-¿Cuántas horas de vuelo son?- pregunté curiosa.
-Son unas doce horas, diez desde París; allí hay una diferencia horaria de tres horas, ahora allí son -miró su reloj, haciendo cálculos -las siete y media de la tarde- me explicó. Aquí eran las cuatro y media.
Le miré emocionada, no podía creérmelo todavía.
-Gracias de nuevo Edward, es un sueño- le dije, escondiendo mi cara en su cuello.
-Gracias a ti, por aceptarlo y compartirlo conmigo-, me dijo con ternura.
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Esa noche Emmet y él se quedaron a dormir con nosotras. Llegó el día que Rose y Emmet se iban; ya estábamos en casa de Edward, y habíamos cerrado y recogido el apartamento. Me despedí de ellos con un gran abrazo hasta agosto.
-Espero lo paséis muy bien por allí- le deseé a Rose.
-Y tú disfruta ese pedazo de viaje que vas a hacer- me guiñó un ojo divertida. Le devolví una sonrisa cómplice, observando cómo se montaban en el coche, camino de la ciudad natal de Emmet.
Esa semana descansamos y dormimos a nuestras anchas. Una tarde me fui con Alice de compras, alegando ella que necesitaba ropa de playa para el viaje. De paso, aproveché para comprar el regalo de Edward.
Volví con cinco bikinis, varios pareos, sandalias y chancletas, pantalones cortos, camisetas y vestidos playeros.
Recogí el regalo de Edward; después de mucho pensarlo, me decidí por una partitura de una obra de Shubert, que estaba agotada desde hace años, pero finalmente, pude conseguir.
El veinte de junio, día de su cumpleaños, Edward debía dar una rueda de prensa en una de las salas de palacio. Sólo sería media hora, y después comeríamos en familia. Estiré los músculos, y lentamente me incliné sobre su cara, dándole pequeños besitos.
-Arriba dormilón- susurré en voz baja. Lentamente abrió los ojos, mirándome con una pequeña sonrisa.
-Felicidades cariño- susurré para darle un beso en los labios. Una de sus manos fue hacia mi melena, enredando los dedos en ella.
-Gracias, buenos días mi niña- dijo estirándose. Me reí, mientras me estiraba hacia la mesilla para coger mi regalo. Se lo tendí con una pequeña sonrisa.
-Espero que te guste- balbuceé jugueteando con mis dedos. Lentamente lo abrió, y en su cara se dibujó una sonrisa.
-No sabía qué comprarte, y me acordé de la partitura que no conseguías encontrar- le expliqué con una sonrisa tímida.
-Gracias cariño, me encanta- dijo contra mis labios -aunque tu eres mi mejor regalo- susurró contra mi cuello, para empezar a recorrerlo con su boca. Ahogué varios gemidos, mientras me tumbaba en la cama, sin dejar de besarme, pero unos golpes en la puerta nos separaron abruptamente. Pegué un salto, escondiéndome en el baño, por suerte ambos estábamos vestidos. Oí voces, y finalmente la puerta se cerró de nuevo.
-Bella, puedes salir- me dijo Edward desde el otro lado. Lentamente abrí la puerta, estaba roja de vergüenza. Mi novio no podía disimular la risa. Al final terminé por reírme con él.
-Era Demetri, la conferencia es dentro de una hora- me dijo. Asentí con la cabeza, y me despedí de él, para ir a mi habitación a cambiarme.
Me duché y me puse unos vaqueros piratas, con una camiseta blanca y unas sandalias blancas y planas, ya que hacía mucho calor.
Al salir de mi habitación entré de nuevo en la de Edward, estaba peleándose con el nudo de la corbata.
-Espera- le dije. Me acerqué y en un momento lo arreglé. Estaba muy guapo, con un traje gris, camisa azul claro y una corbata de rayas amarillas y azules.
-Listo- exclamé contenta, dejando un pequeño beso en sus labios.
-Gracias, se te da bien- me alabó mirando el nudo por el espejo.
-Siempre le hago el nudo de las corbatas a mi padre, nunca consigue aprender- dije con una pequeña sonrisa.
Agarrados de la mano nos dirigimos hacia el comedor; por el camino todo el mundo felicitaba a Edward, que daba las gracias con amabilidad. Sus padres, Alice y Jasper ya estaban allí. Recibió las felicitaciones de toda la familia, y desayunamos tranquilos.
-Edward, la prensa está preparada- le dijo Sam. Suspiró lentamente, y se volvió hacia mi.
-Te prometo que terminaré enseguida- dijo cogiéndome de una mano.
-Tranquilo, buena suerte- le guiñé un ojo.
Salió con Sam, y Maguie se volvió para hablarme.
-Ven conmigo querida... supongo que querrás verlo- me dijo. Asentí curiosa, y me fui con Maguie, Carlisle y Esme hacia una sala contigua. Había más gente allí, y me puse en una esquina, desde dónde le veía. Los flashes de las cámaras disparaban a toda velocidad, pero el parecía tranquilo.
-Alteza, ¿cómo celebrará su cumpleaños?- interrogó un periodista.
-Tranquilamente, con mi familia y amigos más cercanos- respondió con esa voz aterciopelada que le caracterizaba.
-Acaba de terminar su segundo año de universidad, ¿cómo le ha ido?- preguntó otro.
-Bastante bien, de momento he aprobado todas las asignaturas, a falta de dos por saber la nota. Estoy muy satisfecho con la carrera y lo que trata- explicó.
Sam señaló a aun chico moreno y musculoso, para cederle la palabra.
-Príncipe Edward, la mayoría de los herederos europeos están ya casados o comprometidos; ¿no ha pensado en que debe dar continuidad a la dinastía?- preguntó con mala intención.
Noté que Edward se tensaba un poco, pero consiguió mantener la compostura para responder.
-Verá, señor Black- empezó su discurso, y yo gemí para mis adentros, a Edward no le caía nada bien este periodista- el tema de si tengo novia o no es un asunto privado, que nos concierne a mi y a ella, en el caso de que la tenga -hizo una pausa, para después seguir -por supuesto que sé que la sucesión debe asegurarse con un heredero, y cuándo decida contraer matrimonio todos lo sabrán- terminó de decir, dando por zanjada la pregunta.
-¿Qué hay de los rumores que lo emparejan con la princesa Anne Louise de Noruega?- siguió preguntando Black. Rodé los ojos, mientras Esme me daba una mirada tranquilizadora.
-Con todo mis respetos hacia la princesa, son totalmente falsos- afirmó rotundamente.
Sam dio la palabra a una chica morena, de cara amable.
-Leah Clearwater, del London Daily -se presentó, por lo menos esta y el otro chico del London Daily son amables, según lo que me contaba Edward - ¿cómo se le presentan las vacaciones, Alteza?-.
-Pues descansando y disfrutando con mi familia; hasta octubre no tengo ningún viaje programado- respondió con una pequeña sonrisa.
Sam observó al pequeño grupo de periodistas -bien, si no hay ninguna pregunta más, hemos terminado-.
-Gracias por atendernos alteza, y feliz cumpleaños- dijo uno de ellos, arrancando los aplausos del resto.
-Gracias señores, buenos días- se despidió y salió del salón, entrando a donde nosotros estábamos. Las puertas se cerraron tras él, y soltó un suspiro de alivio. De inmediato, se acercó a mi.
-¿No estás enfadada?- me preguntó con nervios.
-¿Por qué iba a enfadarme?, Edward, has estado muy bien... y recuerda que ya no hago caso a toda eso que saca el Daily Mirror- le dije acariciándole una mejilla e intentando tranquilizarle. Me besó la palma de mi mano, todavía en su cara.
-Perdona cariño, es que ese Black y su periódico me sacan de mis casillas- siseó cabreado.
-Ahora vámonos a dar un paseo, a ver si te tranquilizas- le dije.
-Antes déjame cambiarme de ropa, me estoy asando de calor- masculló, quitándose la corbata.
Pasamos el resto de la mañana solos, perdidos por el palacio y hablando de lo ocurrido en la rueda de prensa. A la hora de la comida ya se le había olvidado, y volvía a estar relajado y feliz.
-¿A qué hora os vais?- preguntó Carlisle.
-El avión sale a las seis de la mañana, nos toca madrugar- dijo Edward.
-Espero lo paséis bien y disfrutéis, es un auténtico paraíso- nos dijo Esme, mirándonos con complicidad.
-¿Habéis estado?- le pregunté.
-Tres veces, dos de visita oficial y una de turismo, así como vosotros- nos explicó.
-En 1756, las islas pasaron a dominio francés; desde 1794 pasaron a ocupación inglesa, y después de las Guerras napoleónicas, en 1814, pasaron exclusivamente a ser territorio inglés- me explicó Carlisle.
-Hasta que en 1976 la Commonwealth le concedió la independencia- terminó de añadir Edward.
Estaba asombrada, ese dato no lo sabía. El resto de la comida pasó tranquilamente, charlando y recibiendo recomendaciones.
-No te preocupes Bella, el resort está a prueba de periodistas; no os pillarían ni por asomo- nos dijo Alice.
-La seguridad allí es extrema; los clientes que van allí son gente muy rica e importante- dijo Esme, que también conocía el hotel.
-Habéis pasado una época estresante con los exámenes... os vendrá bien desconectar del mundo y descansar- nos dijo Carlisle.
Jasper volvió a hacer alusión a la rueda de prensa un rato después.
-Ese Black- siseó con rabia -siempre sacándote el mismo tema- le dijo Jazz.
-Y pensar que la novia del príncipe estaba en la habitación de al lado, si lo supieran- dijo Alice con una sonrisa malvada.
-Alice, deja el tema, por favor- le suplicó Edward cansado.
Lo miré preocupada.
-Edward, cariño, no pasa nada... yo soy la primera que no hago caso de todas las mentiras que sacan, así que estate tranquilo, ¿me has oído?- le advertí.
-No puedo evitar preocuparme Bella... no quiero que te hagan daño- murmuró en voz baja.
Una vez cambiamos de tema, seguimos charlando tranquilamente, hasta que Carlisle se fue a su despacho a trabajar y Esme a despachar el correo que tenía pendiente.
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Decidí llevarme a Edward a la sala de música. Una vez en el piano, tomé aire para aclarar las cosas. Sentados en la banca del piano, hablé.
-Edward... nunca te han afectado esos rumores, ¿qué te pasa?- estaba muy preocupada, no era normal en él.
-Bella -tomó aire para seguir -temo que esos rumores terminen por afectarte, y que nos afecten a nosotros- dijo desviando su mirada de mi cara.
-Edward... en este año que llevamos juntos, o casi, te han casado con media Inglaterra y parte de Europa... ¿crees que si no me fiara de ti, o me dejara llevar por las habladurías, estaría aquí?- pregunté.
-Ya lo sé... a veces pienso que es muy egoísta por mi parte por haber accedido a ésto- exclamó con frustración.
Me estaba asustando de verdad... ¿dudaba de haberme pedido que fuera su novia, a estas alturas?; decidí respirar tranquila.
-Edward, cariño... yo misma te lo dije aquella noche, no me importa, siempre que estés a mi lado; y lo has hecho, créeme- le tranquilicé, tomando una de sus manos y jugando con sus dedos.
El me miró más relajado, esbozando una media sonrisa.
-¿Sabes que me han dado ganas de volverme y decirte que salieras conmigo?, ¿te imaginas lo que hubiera pasado?- me preguntó casi riéndose.
-No quiero ni pensarlo- rodé los ojos, divertida -tendrías que ponerme varios escoltas- añadí sarcástica.
-Casi tendrías que llevar más seguridad que yo- rebatió burlón. Le di un suave golpe en el brazo, en señal de protesta. El rió por mi acción, y llevó su mano hacia mi cara, acariciándola con cariño. Me apoyé en ella, mirándole a los ojos.
-No quiero que discutamos, y menos por este tema- le supliqué.
-Lo siento cariño, y quiero que tengas clara una cosa; no estaba cuestionando nuestra relación, eres lo mejor que me ha pasado... y admiro cómo lo estás llevando de bien- me explicó con ternura. Solté un suspiro de alivio para mis adentros.
-Espero hacerlo bien, ahora y el futuro- dije casi para mis adentros.
-Y lo harás muy bien, y yo estaré siempre a tu lado- me respondió.
-Con eso me basta- terminé de decir.
Sonreí levemente, mientras nuestras caras se acercaban la una a la otra.
-Te amo-susurró contra mi cara. Su aliento me dejó levemente aturdida.
-Y yo a ti- le devolví en respuesta. Nuestros labios se juntaron en un beso lleno de cariño. Su aliento casi en mi garganta hizo que gimiera en voz no muy fuerte, mientras mis dedos peinaban sus cabellos, tan finos como las hebras de seda.
Una vez necesité aire para respirar, le devolví una mirada cariñosa.
-Y ahora... ¿estrenarás tu regalo?- le propuse, señalando la partitura.
Me guiñó un ojo, mientras sus dedos empezaron a pasear por el teclado.
La tarde transcurrió tranquila y sin novedad alguna. Antes de la cena, Edward fue a hablar con Maguie, para ésta darle los pasajes y pasaportes, y confirmar la reserva del hotel y la hora de salida del vuelo. De mientras, estaba en mi cuarto con Alice, haciendo la maleta mía y la de Edward, mientras la pequeña duende iba sacando las cosas y tachando la lista que había hecho. Una vez cenamos, nos despedimos de la familia, ya que salíamos muy temprano hacia el aeropuerto. Llamé también a mis padre y a Sue, quedando en que si no pasaba nada los llamaría al regresar. Me costó conciliar el sueño, estaba muy nerviosa.
A las cinco menos cuarto, sonó la alarma del móvil de Edward. Apenas había dormido unas pocas horas, pero conseguí levantarme enseguida. Me puse unos vaqueros, una camiseta y una sudadera, ya que por las mañanas hacía un poco de fresco. Edward ya estaba esperándome en la puerta de mi cuarto. Mientras tomábamos un café rápido, bajaron el equipaje al coche.
Salimos hacia el aeropuerto, el tráfico era mínimo a esas horas, por lo que en veinte minutos escasos llegamos. Giraron para llevar el coche hasta una de las pistas oficiales, dónde un pequeño avión, similar a los que usaba la familia en sus viajes de estado, nos esperaba.
El interior era todo lujo y comodidad. Después de acomodarnos y de despegar, una señora de unos cuarenta años se presentó.
-Bienvenido a bordo alteza; señorita Isabella, mi nombre es Mary, espero tengan un feliz vuelo; llegaremos a Mahe a las nueve de la noche, hora de destino- nos explicó.
-Gracias- dijo Edward. Mary se volvió para traernos el desayuno. Mi novio se volvió para hablarme.
-Mary lleva muchos años trabajando para nosotros, ella y Mildred, que está de vacaciones, nos acompañan en todos los viajes. Después te presentaré al comandante y al resto- me explicó.
-¿Sabe quién soy?- pregunté con cautela. Edward asintió.
-Sabe que eres mi novia, Maguie tuvo que advertirlo; no te preocupes- me dijo calmándome.
Mary apareció en ese momento con las bandejas del desayuno. Una vez desayunamos en condiciones, me acomodé en el confortable asiento, sacando el libro que estaba leyendo. Edward iba ojeando el periódico.
Después de comer, se tumbó, con la cabeza en mi regazo, quedándose dormido. Suavemente acariciaba su pelo, mientras la música de mi Ipod iba adormilándome a mi también.
Dormimos una buena siesta; desperté tumbada en el regazo de Edward, no recuerdo en que momento habíamos cambiado de posiciones. Peinaba suavemente mi pelo.
-¿Hemos dormido mucho?- pregunté, todavía atontada.
-Unas dos horas o algo así, todavía tenenos tres horas de viaje. ¿Quieres un café?-. Asentí mientras me estiraba para desperezarme.
Una vez merendamos, pasamos a la cabina de control, presentándome al comandante jefe y al resto. Me mostró y me explicó los funcionamientos del avión.
Por fin llegó el momento de aterrizar. Mary nos indicó que nos abrocháramos los cinturones, ya que en diez minutos tomábamos tierra en el heliopuerto del hotel.
Al descender del avión, un aire caluroso y húmedo me sacudió el rostro. Dos personas nos esperaban al lado de un jeep con las lunas tintadas.
-Bienvenidos al Maia Luxury; soy Robert Lifs, el gerente. Espero disfruten de su estancia en Mahe.
-Gracias- respondió Edward.
-Si tienen la amabilidad de seguirnos, les llevaremos hasta su villa- nos dijo señalándonos el coche. Una vez cargaron el equipaje, nos montamos en el asiento trasero. La noche estaba iluminada por una preciosa luna llena, e iba mirando ansiosa por la ventanilla. La costa se extendía a nuestros pies.
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Una vez pararon el coche, descendimos y el gerente abrió la puerta. Estaba impresionada. Exquisitamente amueblada, como en las mejores suites de los hoteles de lujo, era impresionante. El suelo de madera oscuro, y las paredes pintadas de blanco. Una vez dejaron el equipaje, se acercó a nosotros un señor de unos cincuenta años.
-Soy Marcus, seré su mayordomo durante estas dos semanas. Cualquier cosa que necesiten, no tienen más que pedírmelo, marcando en el teléfono el 011; en una media hora les servirán la cena- nos tendió la carta para que eligiéramos. El hombre era simpático y amable, y muy eficiente. Mientras elegimos iba organizando a los mozos que transportaban nuestro equipaje.
-¿Han elegido?- se volvió hacia nosotros.
Una vez pedimos la cena, a base de pescado y marisco, nos dejó la llave y salió por la puerta. Todavía miraba a mi alrededor, obnubilada.
El dormitorio era enorme. Una enorme cama de madera oscura, cubierta por una fina colcha blanca y cojines de plumas de diferentes tamaños. Las puertas de la terraza estaba entreabiertas. Había una mesa, sillas y dos enormes tumbonas blancas. La vista era de ensueño. El mar se abría paso por el horizonte. El baño, con la enorme bañera y jacuzzi, estaba todo cubierto por paredes de cristal , mirando también al mar.
En un lateral de la terraza, unas pequeñas escaleras daban paso al pequeño jardín y a la piscina, cuya orilla se fundía con el mar, igual que en las fotos.
Me quedé apoyada en la barandilla. El suave aire caliente me daba en la cara, y el olor a mar, mezclado con las exóticas flores del paisaje, era embriagador, pero sin llegar a ser agobiante y fuerte.
Edward me rodeó con sus brazos.
-¿Qué te parece?- preguntó en bajito.
-Es increíble, todavía no puedo creer que esté aquí- respondí mientras me daba la vuelta.
Rió mientras me besaba la frente.
-Y que estemos solos... sin carabinas- repuse divertida.
-Por fin algo de intimidad- dijo antes de besarme. Rodeó mi cintura con sus brazos, y el beso se hizo mucho más apasionado. Al separarme le abracé fuertemente, escondiendo mi cara en su pecho.
-Gracias- murmuré bajito.
-De nada- respondió -y ahora vamos a deshacer el equipaje, enseguida vendrá la cena- me indicó.
Una vez ordené la ropa, decidí cambiarme, ya que hacía mucho calor. Me puse un ligero vestido de playa, en tonos dorados, con una chancletas. Edward también se había cambiado, poniéndose unas bermudas beige y una camisa blanca, con chancletas también.
Cenamos tranquilamente en la terraza, únicamente con la luz de las velas y de la luna. Al terminar, se sentó en una de las tumbonas, conmigo entre sus brazos. Miraba fijamente al cielo, lleno de pequeñas y de brillantes estrellitas.
-Qué tranquilidad- suspiré relajada.
-Si... necesitábamos estas vacaciones- afirmó pagado de si mismo -aunque te confieso que tengo muchas ganas de ir a Forks, y que hagas de guía turística- añadió con una sonrisa.
-Allí no pasaremos tanto calor... por las noches hay que salir con chaqueta- apunté riéndome.
-No me importa, los veranos en Inglaterra tampoco suelen ser muy calurosos, ya lo verás. Además, no puedo esperar ver a tu padre con el delantal, organizando la barbacoa- dijo divertido.
Me reí, la verdad es que la imagen de mi padre, con su delantal que simulaba un traje de preso, era muy graciosa.
Permanecimos un buen rato allí, hasta que de mi boca se escapó un bostezo. Había sido un viaje muy largo, y estaba rendida.
Edward me miró, y sin decir una palabra, me cargó en brazos hasta la cama. Apagó las luces, dejando la cortina entreabierta, para que la habitación quedase un poco iluminada.
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EDWARD PVO
Bella estaba tan cansada, que tuve que cargarla en brazos hasta la cama. No se si serían imaginaciones mías, pero cada día daba la impresión de que pesaba menos. Al posarla, intenté dejarla su espacio, pero sus brazos siguieron rodeando mi cuello.
-No te vayas... te he echado de menos- dijo con voz baja y sensual, acercando sus labios a los míos. Era un beso demandante y urgente... demandante de sentir de nuevo nuestros cuerpos juntos, de ser solamente una misma persona.
Note que sus pequeñas manitas desabrochaban los botones de mi camisa con lentitud y paciencia. La quitó lentamente, empujándola por mis hombros y brazos, acariciando a la vez la piel que quedaba libre. Mis manos se dirigieron al borde de su corto vestido, y empecé a subirlo, para sacarlo por la cabeza. Quedó en ropa interior, con un sencillo pero a la vez sexy conjunto negro. Mis labios viajaron desde su cuello, bajando lentamente, besando, mordiendo y succionando cada trozo de su suave y pálida piel.
Bella gemía y respiraba con dificultad, mientras sus manos de dedicaban a recorrer mi pecho, suavemente, como el toque de una pluma.
No sé en que momento me quité los pantalones, si es que los quité yo, o Bella contribuyó a ello. Arqueando levemente su espalda, conseguí desabrochar el sostén. Sus pechos aparecieron ante mi, preparados para recibir mil y una caricias.
Mi lengua se posó en uno de los rosados montículos, endureciéndose, más si cabe, ante el contacto con mi aliento. Jugaba con ambos senos, provocando que Bella tirara de mi pelo, y nuestras caderas crearan una deliciosa y placentera fricción, notable aún con la ropa que llevábamos puesta todavía.
-Bella, eres tan bonita- murmuré contra su pecho. Ella tiró de mi cabeza, y al llegar a su altura, me besó impaciente. Su lengua jugaba a una peligrosa danza de erotismo y amor con la mía. Saboreé cada rincón de su boca y de sus labios, sabía dulce, con ese aroma de frutas tan característico de ella, que me volvía loco.
Besé su vientre, proporcionándole unas placenteras cosquillas, y mis dedos trazaron las formas de sus caderas, al la vez que agarraba sus diminutas braguitas y las hacía desaparecer de su cuerpo.
Me posicioné de nuevo sobre ella, una vez me liberé mis boxers, y ella enroscó sus piernas alrededor de mi cintura sin dejar de besar sus pequeños y carnosos labios. Ese contacto me hizo perder la poca cordura que me quedaba. Yo no estaba para muchos preliminares, y mi novia parecer ser que tampoco.
-Edward, hazlo, por favor, no lo soporto más- balbuceó con la respiración entrecortada.
Recargué mi frente en la suya, mientras poco a poco me iba introduciendo en ella. Estaba tan caliente, que no pude más que dejar salir un gemido de gozo.
Lentamente, empecé a moverme, mientras ella afianzaba el agarre de mis caderas entre sus piernas.
Escondí mi cara en el hueco de su cuello, llenándolo de besos. Ella acariciaba mis hombros y mis brazos, mientras murmuraba mi nombre una y otra vez.
-¿Sabes que me encanta oír mi nombre de tus labios?- le pregunté entre jadeos y dulces embestidas. Ella simplemente mordió su labio inferior, cerrando los ojos y echando su cabeza hacia atrás. Sus caderas se elevaron, y el ritmo lento dio paso a unas embestidas fuertes y cada vez más rápidas, haciendo que ella reprimiera gritos de placer.
-Chilla todo lo que quieras, nadie nos oye aquí- conseguí decirle. Fue decirle eso, y empezó a gemir y gritar en voz alta, dando rienda suelta a toda la pasión acumulada.
-Edward... ahhh, por favor, sigue- decía con los ojos cerrando y retorciéndose debajo de mi.
-Bella... dios cariño- decía yo entre beso y beso.
Sentí una fuerte punzada en mi bajo vientre, y supe que estaba apunto de explotar, al igual que ella. Se me puso la carne de gallina al dar la última estocada, que mandó escalofríos a todas las partes de mi cuerpo. Pude sentir cómo mi niña es estremecía entre mis brazos, para terminar gritando mi nombre.
Lentamente, sin aplastarla, aún dentro de ella, giré nuestros cuerpos. Ella reposaba encima mío, sudorosos y con la respiración entrecortada. Suavemente acaricié su largo pelo, tratando de que se su respiración se calmara. Pude sentir que se relajaba, y lentamente salió de mi, para acomodarse en la cama, escondiendo su carita en mi cuello, como era su costumbre.
-Buenas noches pequeño... te quiero- ésto último lo dijo casi dormida.
Sonreí, dándole un beso en la frente, y arropándola con la sábana.
A la mañana siguiente me giré, buscando a mi novia en la cama... pero no estaba. Me desperté extrañado... y me la encontré en la terraza, apoyada en la barandilla. Ya se había puesto el bikini, azul y blanco. Estaba muy sexy. Lentamente me levanté y me puse mi ropa interior. Me acerqué a ella sin hacer ruido, y la rodeé con mis brazos.
-Buenos días preciosa- le dije, dándole un pequeño beso en el lóbulo de la oreja.
-Hola, ¿has descansado?- me preguntó, volviéndose y dándome un pequeño beso. Asentí con una sonrisa, mientras ella se acurrucaba en mi pecho. Besé su cabeza, para después preguntarle.
-¿Quieres ir a la playa?- indagué.
-Por eso me he puesto el bikini- me aclaró con una graciosa mueca -estaba esperando que despertases, para pedir el desayuno- me dijo.
-Está bien, llama y pídelo, de mientras me pondré el bañador- le contesté, dándole un pequeño besito en la nariz.
Una vez disfrutamos del desayuno, Bella preparó una pequeña bolsa y bajamos los escalones que daban acceso a la pequeña cala. Pero antes de salir, me embadurnó de crema protectora de arriba a bajo, y yo hice lo mismo de vuelta.
-Es algo pegajosa- dije. Ella arqueó una ceja, mientras me miraba seria.
-Hay que dársela media hora antes para que haga efecto en el agua... además, también eres pálido de piel y no quiero que te pongas como un cangrejo- me dijo seria. Asentí a regañadientes. En medio de la pequeña playa, había dos tumbonas enormes y una sombrilla blanca en medio de ellas. Bella se quitó los pantalones cortos y se tumbó, y yo hice lo mismo en la hamaca de al lado.
-Que tranquilidad- musitó relajándose.
-Y que lo digas...- repuse medio adormilado, ya que el sol y el calor invitaban a ello. Una vez pasó la media hora, me puse de pie, para dirigirme al agua.
-¿Vienes?- le pregunté.
Nos acercamos hasta la orilla. Bella metió un pie, sacándolo de inmediato.
-Está un poco fría- dijo haciendo un tierno puchero.
-¿Fría?... pero si parece un jacuzzi, además es mejor que te metas de golpe- le dije acercándome a ella con una sonrisilla traviesa.
-Edward... ni se te ocurra- amenazó apartándose, pero hice caso omiso. Bella empezó a correr por la arena, pero al alcancé en unos segundos.
-¡Edward!, bájame ahora mismo- me decía entre risas, ya que me la cargué al hombro, cual saco de patatas.
-Ni lo sueñes- le contesté, divertido por verla enfurruñada. Con ella encima me metí en el agua, y cuándo el agua me llegaba casi a la cintura, me sumergí, hundiéndola a ella también.
En el agua la solté y nadé hasta la superficie. Ella apreció enfrente mío al de un momento. El pelo que se pegaba a la cara, pero hundiendo su cabeza hacia atrás se lo retiró. Se acercó a mi riéndose y dándome pequeños golpes.
-Me vengaré, lo juro- dijo muy convencida.
Miré su cuerpo, el bikini se le pegaba a los pechos, haciendo notar sus pezones, duros por el contraste del agua. Me mordí el labio inferior, esta mujer era mi perdición. Nadamos un poco más dentro.
-¿Está fría?- pregunté con sarcasmo.
-Ya no... esto es la gloria- dijo ella acercándose a mi. Agarré sus nalgas, pegándola a mi cuerpo. Ella rodeó mi cuello con sus brazos, y con sus piernas mi cintura.
Permanecimos en uno de nuestros cómodos silencios, abrazados y dejando que las olas nos mecieran suavemente. Acariciaba su espalda, trazando dibujos por ella.
-Me quedaría así siempre- dijo mi niña. La besé con ternura y delicadeza.
-Yo también- susurré en bajito.
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
que sorpresita el viaje ..........seguro que sera divertido
Jacob siempre buscando es todo un perro
empezo el paraiso ...........es todo tan bonito .......me huele a trampa Atal cuando empieza lo malo no todo puede ser tan perfecto ........o si ??
Jacob siempre buscando es todo un perro
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 18: Un verano inolvidable II
Los días pasaban deprisa. Llevábamos una semana perdidos en nuestro paraíso privado, y fueron los días más felices de mi vida. Mi príncipe particular, nunca mejor dicho, hizo que nuestra pequeña escapada fuera romántica e inolvidable.
Mi piel había adquirido un ligero tono bronceado, el cual encantó a Edward. Éste se había puesto más moreno que yo, y ese tono tostadito de piel le quedaba fenomenal.
Todas las mañanas bajábamos a nuestra pequeña playa; después de comer y de descansar un poco, nos dábamos un pequeño chapuzón en la piscina o íbamos a dar un pequeño paseo.
Después de cenar en la terraza de nuestra habitación, me quedaba absorta mirando el atardecer, era tan bonito. En un par de ocasiones hicimos buceo, con un instructor privado. Maravillada, recorrí junto a Edward los asombrosos arrecifes de coral, y viendo peces de mil formas y colores diferentes.
La última semana pasó más rápido de lo que hubiera querido, y me apenaba pensar que pasado mañana regresábamos a Londres.
Esa noche cenamos algo ligero, ya que habíamos comido mucho al mediodía. Al acabar la cena, Edward se volvió hacia mi. Estaba apoyada en la barandilla, ya había anochecido, y una preciosa luna llena iluminaba el paisaje.
Sus labios trazaron un camino de besos por mi cuello, deteniéndose en el lóbulo de mi oreja.
-¿Qué piensas mi niña?- preguntó estrechándome entre sus brazos.
-Voy a añorar este sitio- suspiré con pena.
No dijo nada, simplemente me abrazó más fuerte todavía. De pronto, una maravillosa idea salió de sus labios.
-¿Quieres darte un baño?- me preguntó con voz sensual.
-¿Ahora?- pregunté confusa. Sonrió maliciosamente, esperando mi respuesta. Me mordí el labio... ¿quién en sus cabales rechazaría un baño nocturno, en una isla paradisíaca... con alguien como Edward?; desde luego, yo no.
-Hum...- hice como si meditara mi respuesta- me gusta la idea, voy a ponerme el bikini- le dije, dándome la media vuelta para entrar a la habitación, pero su mano me detuvo. Inclinándose de nuevo en mi oído y susurrándome con pasión.
-¿Quién ha dicho que vas a necesitar bikini?- esa preguntá hizo que mis piernas flaquearan; mi cuerpo se convertía en gelatina gradualmente mientras sus labios trazaban el camino desde mi nuca al comienzo de mi espalda, un poco descubierta gracias a la camiseta de tirantes y a la coleta que llevaba en esos instantes
Me giré lentamente, quedando cara a cara. Mis manos se apoyaron en su pecho, a la altura de su corazón; lo sentía latir con fuerza y velocidad.
-Eres la única persona que hace que mi corazón lata de esa manera- susurró contra mis labios, con su frente apoyada sobre la mía.
Esbocé una tímida sonrisa, sintiendo un repentino fuego en mis mejillas; aunque ya lleváramos casi un año de relación, me seguía sonrojando cuándo me decía cosas así.
-Me encantan tus sonrojos- murmuró suavemente, acariciando una de mis mejillas con sus manos. Lentamente nuestros labios se unieron en un beso dulce y tierno. Mis manos, en una pequeña caricia, volaron hasta su suave pelo, para entrelazar mis dedos en él, como era costumbre.
Sus brazos se convirtieron en una prisión infranqueable de mi cuerpo, estrechándome con suavidad; un estremecimiento recorrió cada célula de mi cuerpo. Sus manos acariciaban mi espalda, dibujando líneas y figuras infinitas, haciendo que pequeños escalofríos de placer sacudiesen mi columna.
Poco a poco ese beso pasó de ser tierno y delicado a un beso ansioso y pasional; su lengua y la mía iniciaron una lucha enzarzada. Lentamente mis manos, todavía ancladas en su cuello, bajaron lentamente por su costado, llegando al extremo de su camiseta. Con un poco de torpeza, la deslicé por su cabeza lo más rápido que pude. Ésta desapareció en algún rincón de la espaciosa terraza, y la mía no tardó en seguir el mismo camino, al igual que mi sostén.
Me estrechó, aún más si cabe, entre sus brazos, queriendo fundir nuestras pieles en una sola, ese pequeño contacto hizo que mis nervios cobraran vida propia. Separándome lentamente de él, me di la vuelta, caminando hacia la piscina. En el transcurso del camino me liberé del resto de la ropa. Pude sentir su mirada de deseo clavada en mi espalda. Me metí lentamente en el agua, y apenas pasaron unos minutos, sus brazos volvieron a estrecharme con suavidad.
Me di la vuelta, encontrándome con sus impresionantes ojos topacio, que brillaban con intensidad; me perdí en ellos, bebiendo todos y cada uno de los sentimientos que expresaban. Mis piernas rodearon sus caderas, y mis manos su esbelto cuello, mientras mis labios buscaron los suyos; éstos se unieron en un beso desesperado y pasional. Su característico sabor, dulce y varonil a la vez, invadió por completo mis sentidos, haciéndome enloquecer.
Sin saber cómo terminé con la espalda pegando al bordillo, aprisionada entre éste y su cuerpo. Nuestras bocas apenas se separaban unos segundos, para volver a unirse desesperadas y ansiosas.
-Bella...no te puedes hacer uno idea de cuánto te quiero- susurraba entre beso y beso.
-Hazme el amor- conseguí decir simplemente, apoyando mi frente en la suya, aún con mis ojos cerrados, pude sentir la sonrisa torcida que tan loca me volvía.
Me levantó un poco, para que su ya muy excitado miembro entrase en mi de forma lenta, torturándome de placer.
Mi espalda se arqueó, dejando mis pechos a la vista. Seguía entrando y saliendo de mi, cuándo pude sentir su boca en uno de ellos, tirando de él, mordiéndolo con suavidad y delicadeza. Depositó mil y una caricias sobre ellos, haciendo que mi cuerpo deseara más.
Necesité apoyarme, iba a desfallecer. Mis manos se posaron en sus hombros, ayudándome éstos en la tarea de subir a y bajar en torno a su miembro. Sus fuertes brazos en torno a mi cintura y a mis nalgas me apretaban cada vez más a su cuerpo.
-Bésame, por favor- supliqué casi desesperada. Sus magníficos besos, unidos a la situación en la que nos encontrábamos en ese momento, hicieron que un estremecimiento recorriera mi bajo vientre, enviando descargas a todas las partes de mi cuerpo.
-Bella...- beso -mi niña- de nuevo beso -te amo- balbuceó en mi oído, en un jadeo.
-Te amo- beso -ahhh... Edward- mi grito quedó ahogado por otro de sus besos. Pude sentir cómo segundos después el escondía su cara en el hueco de mi cuello, llegando a un intenso orgasmo.
Al cabo de unos minutos, lentamente se separó y se quedó mirándome fijamente; me parecía increíble como su mirada podía brillar de lujuria y amor al mismo tiempo. Apoyé mi frente en su hombro, todavía intentado que mi respiración volviera a su ritmo normal.
-Ha sido increíble- conseguí murmurar, todavía cansada.
Edward me miró con una sonrisa traviesa, nadando conmigo entre sus brazos hasta las escaleras. Su fuerza permitió que pudiera salir del agua conmigo encima. Me apoyó en el suelo y sin decir una palabra, cogió una toalla, secándome entre suaves caricias y besos. Intenté hacer lo mismo, pero me envolvió con la toalla, cogiéndome en brazos, y dirigiéndose al dormitorio.
-Edward...- no pude seguir hablando ya que me cortó con un pequeño beso.
-Y va a seguir siendo increíble- respondió al comentario que había hecho en la piscina, posándome con delicadeza en la cama, donde estuvimos amándonos hasta el amanecer.
EDWARD PVO
Siempre dicen que el tiempo pasa cómo un suspiro estando con la persona amada... y ahora lo confirmaba por mi mismo.
Entrábamos en la tercera semana de julio, llevábamos un mes en Windsor, descansando y disfrutando de la compañía mutua, sin tener que disimular en la facultad y sin ningún viaje que nos separara. Nuestra pequeña escapada terminó, para fastidio y resignación de los dos. Nunca olvidaría ese viaje, el primero que hicimos juntos, dónde hubo tiempo para poder relajarnos y vivir nuestro amor sin restricciones y encierros.
Observaba a Bella desde la ventana de mi habitación, estaba en los jardines con mi hermana y mi madre, reunidas en torno a la mesa, con un café entre sus manos, charlando y riendo; mi padre me había reclamado, para enseñarme algunos informes y comentar un poco la agenda de otoño, que ya empezaba a llenarse de actos institucionales y viajes de estado.
Después de más de una hora de reunión, subí un momento a mi habitación antes de bajar a su encuentro. Antes de salir una sonrisa cruzó mi cara, viendo la fotografía que descansaba en mi mesilla. Estábamos Bella y yo abrazados, y a nuestras espaldas el atardecer de la isla de Mahe; teníamos muchas fotos de nuestra estancia allí, que Bella había pasado a mi portátil.
Con una pequeña sonrisa surcando todavía mi cara, bajé a reunirme con ellas. Nada más puse un pie en el jardín, unos preciosos ojos chocolate me miraron con cariño, invitándome a acercarme a la mesa. Bella me tendió la mano con una sonrisa dulce. Mi madre y Alice me miraban divertidas.
-¿Me he perdido algo?- les pregunté mientras me sentaba, después de besar a mi novia suavemente en la frente.
-Nada hermanito- respondió mi hermana con una sonrisa maliciosa.
-Alice...- bufé en advertencia.
-Bella nos ha estado hablando de vuestro "pequeño incidente" de ayer- dijo maliciosa, mientras mi madre se reía.
Rodé los ojos mentalmente; le había pedido a Bella que me enseñase a cocinar... y en qué hora. Por suerte no nos pasó nada, pero la cocina pudo haber corrido peor suerte... y la sartén pasó a mejor vida.
-Edward, hijo, deja que te de un consejo... no te acerques a la cocina o dejarás a Inglaterra sin alguno de sus más valiosos palacios- dijo mi madre, sin poder contener las risas. Mi hermana se reía sin pudor alguno, y Bella me miraba divertida, pero con la disculpa escrita en su cara por haberlo contado.
-Es que estabas tan gracioso, corriendo de un lado a otro gritando "¡fuego, fuego!"- dijo ella, para terminar de soltar la carcajada.
Lentamente, y rojo de vergüenza, me incliné para decirle en voz baja.
-Chivata... no creas que no me vengaré- repuse divertido, dejando un beso detrás de su oreja. Ella jadeó bajito, mientras me dirigía una mirada de advertencia. Sonreí inocentemente, sabiendo la reacción que le provocaba que la besara en ese lugar.
Los días pasaron, y llegó la víspera de nuestro viaje a Forks. Bella estaba ansiosa y emocionada, deseando ver a su familia y de mostrarme todo aquello. Yo también estaba ansioso, por una vez el verano no se reducía a leer, pasear y montar a caballo por Windsor... aunque este año, al tener a mi niña conmigo, fue más llevadero. Rose y Emmet ya habían regresado hace una semana, y estábamos los cuatro listos para partir hacia Estados Unidos... pero lo bueno no podía durar.
La tarde anterior a nuestra partida, estábamos en uno de nuestro íntimos paseos por el jardín.
-¿Entonces me llevarás a Seattle?- iba preguntándome a mi niña.
-Si... aparte de Forks, recorreremos los alrededores- iba explicándome con una de sus preciosas sonrisas.
-No puedo esperar- le dije contento y animado, parándome para darle un beso. Estábamos perdidos en nuestro mundo, cuándo una voz estridente nos hizo separarnos de golpe.
-¿Quién te crees que eres para acosar de esa manera al Príncipe de Gales?-. Mis ojos y oídos no daban crédito a lo que tenía delante. Tanya estaba enfrente nuestro, con los brazos en jarras y una mirada altiva y arrogante.
Bella enarcó una ceja, mirándola con un deje de interrogación en su preciosa carita. Mi particular aversión hacia ella, dormida después de un año sin verla, ni a ella ni a su familia, volvió a salir a flote.
-Tanya... nadie me está acosando, haz el favor- respondí frío y distante. Bella me miró preocupada en cuánto escuchó el nombre, ya que alguna vez le había hablado de Tanya y sus irritantes padres.
Ella se acercó con paso decidido para abrazarme, pero di unos pasos para atrás, con Bella aún en mis brazos. Captó la indirecta, y su vista se posó en Bella. Sus ojos azules, fríos como el hielo, la escrutaron de arriba a abajo.
-Veo que has estado muy entretenido este tiempo- dijo con desdén. Rodé los ojos, mientras Bella la seguía mirando estupefacta.
-Tanya, te presento a Bella... mi novia- ya no podía ocultarlo más, era evidente; bastante suerte había sido que no se enteraran en todo un año. Al decir "mi novia", pude observar cómo sus ojos se abrían por la sorpresa.
-Es un placer conocerte- Bella intentó ser educada, tendiéndole una mano. Tanya ignoró el gesto. Por detrás de ella, mis padres y unos muy alucinados Eleazar y Victoria observaban la escena.
-¿Novia?- preguntó Victoria con una falsa sonrisa -vaya Edward... qué calladito lo tenías- un placer querida, soy Victoria, tía de Edward- dijo tendiéndole la mano. Mi novia se la estrechó, esbozando una educada sonrisa falsa.
-El es Eleazar, hermano de la reina Esme- presentó con suficiencia a su marido. Éste apenas hizo un gesto con la cabeza, que Bella correspondió.
-Hermanastro- aclaró Alice por detrás nuestro -cuánto tiempo sin saber de vosotros- dijo con malicia, mirando a Tanya, que estaba de un humor de perros.
-Alice, ¿por qué no te pierdes?- exclamó la rubia. Mi madre, en vista de que la situación se iba a descontrolar por momentos, tomó la palabra.
-Eleazar y Victoria han venido de visita tres días, no sabía que iban a venir- anunció y aclaró la situación. Si lo llego a saber, nos hubiéramos ido antes a Forks.
Decidí escaparme de allí con Bella, excusándonos por tener cosas que hacer. Alice vino con nosotros, muerta de indignación. Una vez en la seguridad de mi habitación, y con el resto de los chicos allí, explotó.
-¿Quién se creen que son para tener esas suficiencias?- dijo enfadada.
-Cielo, parece mentira que no los conozcas... ya me extrañaba que no los hubiéramos visto en un año- suspiró Jasper frustrado.
-Tu peor pesadilla ha vuelto, Edward- apuntó Emmet preocupado. Rodé los ojos, mientras Rose preguntaba.
-¿Esa es vuestra especie de prima lagarta que pretendía ser reina de Inglaterra?-.
-Sus queridos padres no han dejado de metérsela a Edward por los ojos desde que eran unos niños- aclaró Jasper.
Bella me miraba preocupada y un poco alarmada. Dejé de dar vueltas por la habitación, para agacharme enfrente de ella.
-¿Qué te ocurre cariño?- pregunté ansioso, tomando una se sus pequeñas manitas.
-¿Crees que ha sido una buena idea que les dijera que era tu novia?- interrogó con preocupación.
-Después de pillarnos besándonos no me quedaba otra... y tranquila, mis padres ya les advertirán que, por su propio, bien, más les valdrá no decir ni pío- le dije acariciando su mejilla.
-Aún así, no estaría de más andarnos con ojo; no me fío un pelo de ellos- dijo Emmet. Todos asentimos en acuerdo con él. Seguimos en mi habitación hasta que nos llamaron para cenar.
Al llegar al comedor, todos estaban esperándonos. Esme le susurró algo a Bella, que ni novia agradeció tiernamente.
-Gracias Esme- le respondió. Eleazar abrió los ojos como platos.
-¿Cómo te atreves a tutear a su Majestad?- le reprochó enojado. Bella se quedó muda de la impresión, agachando los ojos, sonrojada de vergüenza.
-Eleazar... tanto Bella como Rosalie- dijo señalando a la novia de Emmet- pueden llamarnos así. Ellas son dos miembros más de esta familia... y creo que no eres quién para decidir quién debe tratarnos por nuestro título- le replicó mi madre enfadada.
Bella y yo la miramos agradecidos; si hubiera hablado yo, no hubiera sido tan amable.
Nos sentamos a la mesa; Bella se sentó a mi lado, todavía un poco sorprendida por todo lo que estaba pasando.
-Cuéntanos algo sobre ti Bella- le pidió Victoria.
Bella dejó en tenedor, para responderle.
-Soy americana; vine con una beca para estudiar mi carrera, junto con Rosalie; Edward y yo nos conocimos el primer día de clases- le explicó escuetamente.
-¿Americana?- apuntó Tanya escéptica.
-¿Algún problema?- inquirí molesto. Ésta, la ver mi cara de enfado, negó rápido con la cabeza.
-¿A qué se dedican tus padres?- interrogó Eleazar.
-Mi padre es jefe de policía... y mi madre era enfermera- musitó con pena, agachando sus ojitos. Por debajo de la mesa tomé su mano, dándole un apretón, diciéndole en silencio que estuviera tranquila.
Después de un pequeño interrogatorio, Tanya exclamó contenta.
-Bien... parece ser que lo pasaremos muy bien estos tres días-. Me reí por lo bajo, mientras la respondía con fingida pena.
-Me temo que eso no va a ser posible; mañana salimos de viaje-. La cara de Tanya no tenía precio.
-Parece ser que vais en serio- siseó con fastidio.
-Bella estudia Relaciones Internacionales, al igual que que Edward... y poco a poco vamos enseñándole protocolo y otras cosas así- le informó mi padre, que se había mantenido en silencio.
-¿Protocolo?, ¿acaso me estás diciendo que estoy delante de la futura Princesa de Gales?- interrogó Eleazar a mi padre.
Mi padre asintió con una sonrisa, para seguir.
-Por supuesto, de momento deben acabar sus estudios... pero esa es la decisión de ellos- le dijo.
-Vaya querida... entonces debemos felicitarte; cierto es que nos sorprende la noticia... siempre pensé que Edward elegiría a alguien más... como decirlo... más apropiado y preparado- soltó con malicia.
-O por lo menos a una chica inglesa- añadió Tanya.
-¿Alguien cómo tu?- le devolvió la puya Alice, sonriendo con malicia.
Tanya la fulminó con la mirada, para responderle.
-Pues no sé que tengo de malo... además, seguro conozco mejor que ella las costumbres y el estilo de vida qu...- la corté, furioso.
-No se te ocurra seguir hablando; siempre dejé claro que me casaría por amor... y resulta, Tanya, que estoy enamorado de ella- enfaticé las cuatro últimas palabras.
-Qué romántico... pero... ¿has pensado qué pensará la gente?, ¿crees que un matrimonio así será del agrado de todos?; te lo dije hace un año, no antepongas tus sentimientos por encima del deber- acabó su discurso mi tío.
Bella se disculpó de la mesa, y pude ver lágrimas en sus ojos. Irritado y furioso, me volví amenazante.
-No se te ocurra volver a mencionar ese tema delante mío... y déjala en paz- murmuré furioso.
-Y te prevengo que si la prensa se entera de algo, antes de que Palacio se pronuncie al respecto, no seré tan amable con tu familia- dijo mi padre enfadado.
Victoria habló, en un intento de calmar los ánimos.
-Ruego nos disculpes Carlisle, Esme... no creíamos que era tan serio- sabía que intentaba arreglarlo, pero los conocía lo suficiente para saber que todo ésto era una simple fachada.
Mi madre asintió, para después volverse a mi.
-Ve con Bella... ella te necesita-.
Me levanté de la mesa, y busqué a mi niña por todo el palacio. La encontré en un banco del jardín, sus sollozos llegaron a mis oídos.
Me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos.
-Cariño, no llores; no merece la pena- le susurré. Ella se acurrucó en mi pecho, llorando a mares.
-Edward... puede que en el fondo tengan razón... ¿qué opinará el resto?; ¿les gustará que una simple chica americana sea su princesa?- murmuró con pena. Me aparté de ella, mirándola fijamente.
-Bella... cada día tengo más claro una cosa, y es que vas a ser mi mujer; y en cuánto la gente te conozca y vea cómo eres, te querrá... al igual que todos te quieren aquí... al igual que yo; te quiero con locura Bella... y te prometí que estaría siempre contigo- le dije, mirándola fijamente.
Ella se mordió el labio inferior, apartando su mirada de mi cara.
-Y no te preocupes por ellos, no te van hacer nada, te lo prometo; ya te he contado cómo son, no debes hacer el más mínimo caso a lo que digan- la seguí contando.
Parece ser que eso la relajó, ya que dejó de llorar.
La volví a rodear en un tierno abrazo, besando su frente. Ella me sonrió agradecida.
-Ven, vamos a despedirnos de mis padres, mañana nos vamos muy temprano- le dije.
-Menos mal que no vamos a tener que aguantarlos más estas vacaciones- dijo ella, suspirando un poco aliviada.
Nos encaminamos de nuevo al comedor, agarrados fuertemente de la mano. En ese momento me juré a mi mismo que nada, absolutamente nada, me apartaría de Bella... porque ya no sabía vivir sin ella.
A la mañana siguiente, muy temprano, los cuatro cogimos el avión, rumbo a Seattle, dispuestos a disfrutar del resto del verano.
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El mismo día, a la misma hora...
Sede central del periódico Daily Mirror, mediodía
Jacob Black se encontraba enfrente de su ordenador, con un lápiz detrás de la oreja y tamborileando sus dedos nerviosamente en la mesa. Los meses de verano eran monótonos y aburridos; los famosos del tres al cuarto estaban de vacaciones en el sur de Europa... y la familia real en Windsor, como era costumbre. Sólo esperaba que llegase el día diez, para marcharse de vacaciones de una buena vez.
No dejaba de dar vueltas a la rueda de prensa que tuvo lugar en palacio, el día del cumpleaños del príncipe; había vuelto a confirmar que no tenía novia y ninguna intención, por el momento, de contraer matrimonio... pero había algo raro. Lo había comentado con otros compañeros... antes habría contestado a la pregunta con naturalidad, pero en esa ocasión percibió cierto deje de tensión en su voz... y aquello era extraño. Llevaba siguiendo al príncipe y cubriendo las ruedas de prensa de palacio bastante tiempo, y había algo que no le cuadraba.
Pero no se podía jugar el cuello, las informaciones así debían contrastarse, sino se meterían en un buen follón. Una cosa es sacar una lista de las princesas casaderas y otras estupideces por el estilo, pero no podía hacer insinuaciones tan serias de ese tipo, echaría a perder su carrera.
En un último intento, y después de hablarlo con James, su redactor jefe, volvió a llamar al departamento de prensa de palacio, para obtener permiso para entrevistar al príncipe a solas.
-Palacio de Buckingham, centralita- respondió una operadora.
-Soy Jacob Black, del Daily Mirror, querría hablar con Sam Ulley, por favor-.
-Un momento, le paso con el departamento de prensa- una musiquilla de espera estuvo sonando durante unos minutos, hasta que al final alguien habló.
-Prensa, le habla Lorena Folding- respondió una mujer, que por cierto era nueva.
-Si, verá, soy Jacob black, trabajo para el Daily Mirror; me gustaría hablar con Sam Ulley sobre un artículo que queremos escribir del príncipe Edward- explicó de nuevo.
-Lo lamento, el señor Ulley está de vacaciones hasta principios de septiembre- informó la chica.
Juró para sus adentro su mala suerte, sin embargo, siguió insistiendo.
-Tengo entendido que la familia está en Windsor; podría acercarme allí una mañana, sólo queremos hacerle unas preguntas sobre su responsabilidades de heredero de la Corona- medio rogó.
-Lo lamento señor Black, pero sabe muy bien que toda entrevista directa con algún miembro de la familia debe estar autorizada por el señor Ulley; además, el príncipe no está en Inglaterra en estos momentos- dijo para asombro de Jake.
-¿Y dónde está?; tengo entendido que no tenía ningún viaje oficial- dijo extrañado.
-No puedo darle más datos, no estoy autorizada para eso; sólo decirle que es un viaje privado, efectivamente nada oficial. ¿Desea algo más?- preguntó la chica.
-No gracias, supongo que volveré a llamar en septiembre para lo de la entrevista, gracias de todos modos- dijo a modo de despedida.
-Que pase un buen verano, señor Black- dicho esto, la comunicación se cortó.
Jake colgó a su vez, reclinándose en su silla. No le cuadraba nada; una opción era que estuviese con el príncipe heredero de Dinamarca o de España, ya que los tres eran bastante amigos. Después de una llamada a prensa internacional, confirmó que ambos príncipes se encontraban cada uno en su lugar de veraneo, sin rastro de Edward.
Se pasó toda la mañana haciendo averiguaciones. Norfolk Park, la mansión de Jasper, estaba cerrada a cal y canto, de modo que no había ido allí, aparte de que Jasper estaba en Windsor. La familia de Kate, esposa del hijo del primo del rey, tampoco estaba en Escocia... ¿dónde diablos estaba el principito?.
Llamó al aeropuerto, deseando que Alec, un controlador aéreo que hacía de chivato para el periódico, supiese algo y que no se encontrara de vacaciones. Marcó su extensión directamente, y gracias a dios, el aludido contestó.
-¿Alec?- preguntó.
-¡Jake, amigo, qué sorpresa!, ¿cómo va el verano?- respondió alegre.
-Bien, en unos días me voy de vacaciones; ¿mucho trabajo?- preguntó.
-Si, es época de turistas... y ya sabes que todos los peces gordos que te dan de comer no pasan por aquí- respondió Alec burlón -¿qué puedo hacer por ti?-.
-Verás... quería que me confirmaras si el avión privado de la familia real ha tenido movimientos estos días- se dispuso a apuntar.
-Espera un momento- se oyó el tecleo del ordenador- no, lo siento; además no hay viajes programados hasta octubre- respondió resuelto. Jake suspiró con frustración.
-¿Y otro avión en calidad de vuelo privado, aunque no sea el oficial?- interrogó de nuevo.
-Déjame ver... vaya, es curioso...- dijo pensativo -no es precisamente el avión oficial, pero hoy a salido un vuelo privado, a las siete de la mañana; han alquilado el avión- me dijo.
-¿Tienes la lista de pasajeros?-.
-Veamos... Rosalie Hale, Emmet McArthy, Marie Swan y Albert Graham- a Jake se le iluminaron los ojos. No conocía a las mujeres ni al tal Albert... pero si a Emmet, era el guardaespaldas privado del príncipe.
-¿Destino?-.
-Espera... ya está... Seattle, Estados Unidos- dijo resuelto.
-Gracias Alec, te debo una- le agradeció Jake. Después de charlar unos minutos más, cortó la comunicación.
Decidió quedarse a comer en la redacción, atando cabos de toda la información que había recibido.
¿Y si el tal Albert Graham era Edward?; podía perfectamente viajar bajo un nombre falso para pasar desapercibido. Y además, con dos chicas... ¿y por qué a Estados Unidos?, encima Seattle; hay destinos y ciudades más atractivas en ese país... ¿qué había en Estados Unidos que a Edward le pudiera interesar?.
Así pasó toda la tarde; a última hora, mientras la mayoría de sus compañeros recogían y salían rumbo a sus casas, decidió ir a ver a James, su jefe. Le pidió a Paul que lo acompañara, contándole antes la historia.
Después de exponer sus teorías, James por fin habló.
-Ciertamente es raro... pero necesito pruebas reales de que efectivamente es el príncipe Edward; ya sabéis que con palacio no se puede jugar. No es la primera vez que nos metemos en líos y nos reprenden severamente- puntualizó James serio.
-Danos permiso para ir allí y hacer averiguaciones... puede que sea una pista falsa... pero el que esté Emmet allí me mosquea- dijo Jake resuelto.
Después de meditarlo unos minutos, James asintió.
-Está bien... pero cuándo me refiero a pruebas reales, me refiero a testimonio gráficos y claros, que no dejen lugar a dudas- aprobó por fin.
Después de recibir una cuantas indicaciones, ambos periodistas abandonaron el despacho, con una sonrisa en la cara, para arreglar el viaje... en una semana, partían para Seattle.
Los días pasaban deprisa. Llevábamos una semana perdidos en nuestro paraíso privado, y fueron los días más felices de mi vida. Mi príncipe particular, nunca mejor dicho, hizo que nuestra pequeña escapada fuera romántica e inolvidable.
Mi piel había adquirido un ligero tono bronceado, el cual encantó a Edward. Éste se había puesto más moreno que yo, y ese tono tostadito de piel le quedaba fenomenal.
Todas las mañanas bajábamos a nuestra pequeña playa; después de comer y de descansar un poco, nos dábamos un pequeño chapuzón en la piscina o íbamos a dar un pequeño paseo.
Después de cenar en la terraza de nuestra habitación, me quedaba absorta mirando el atardecer, era tan bonito. En un par de ocasiones hicimos buceo, con un instructor privado. Maravillada, recorrí junto a Edward los asombrosos arrecifes de coral, y viendo peces de mil formas y colores diferentes.
La última semana pasó más rápido de lo que hubiera querido, y me apenaba pensar que pasado mañana regresábamos a Londres.
Esa noche cenamos algo ligero, ya que habíamos comido mucho al mediodía. Al acabar la cena, Edward se volvió hacia mi. Estaba apoyada en la barandilla, ya había anochecido, y una preciosa luna llena iluminaba el paisaje.
Sus labios trazaron un camino de besos por mi cuello, deteniéndose en el lóbulo de mi oreja.
-¿Qué piensas mi niña?- preguntó estrechándome entre sus brazos.
-Voy a añorar este sitio- suspiré con pena.
No dijo nada, simplemente me abrazó más fuerte todavía. De pronto, una maravillosa idea salió de sus labios.
-¿Quieres darte un baño?- me preguntó con voz sensual.
-¿Ahora?- pregunté confusa. Sonrió maliciosamente, esperando mi respuesta. Me mordí el labio... ¿quién en sus cabales rechazaría un baño nocturno, en una isla paradisíaca... con alguien como Edward?; desde luego, yo no.
-Hum...- hice como si meditara mi respuesta- me gusta la idea, voy a ponerme el bikini- le dije, dándome la media vuelta para entrar a la habitación, pero su mano me detuvo. Inclinándose de nuevo en mi oído y susurrándome con pasión.
-¿Quién ha dicho que vas a necesitar bikini?- esa preguntá hizo que mis piernas flaquearan; mi cuerpo se convertía en gelatina gradualmente mientras sus labios trazaban el camino desde mi nuca al comienzo de mi espalda, un poco descubierta gracias a la camiseta de tirantes y a la coleta que llevaba en esos instantes
Me giré lentamente, quedando cara a cara. Mis manos se apoyaron en su pecho, a la altura de su corazón; lo sentía latir con fuerza y velocidad.
-Eres la única persona que hace que mi corazón lata de esa manera- susurró contra mis labios, con su frente apoyada sobre la mía.
Esbocé una tímida sonrisa, sintiendo un repentino fuego en mis mejillas; aunque ya lleváramos casi un año de relación, me seguía sonrojando cuándo me decía cosas así.
-Me encantan tus sonrojos- murmuró suavemente, acariciando una de mis mejillas con sus manos. Lentamente nuestros labios se unieron en un beso dulce y tierno. Mis manos, en una pequeña caricia, volaron hasta su suave pelo, para entrelazar mis dedos en él, como era costumbre.
Sus brazos se convirtieron en una prisión infranqueable de mi cuerpo, estrechándome con suavidad; un estremecimiento recorrió cada célula de mi cuerpo. Sus manos acariciaban mi espalda, dibujando líneas y figuras infinitas, haciendo que pequeños escalofríos de placer sacudiesen mi columna.
Poco a poco ese beso pasó de ser tierno y delicado a un beso ansioso y pasional; su lengua y la mía iniciaron una lucha enzarzada. Lentamente mis manos, todavía ancladas en su cuello, bajaron lentamente por su costado, llegando al extremo de su camiseta. Con un poco de torpeza, la deslicé por su cabeza lo más rápido que pude. Ésta desapareció en algún rincón de la espaciosa terraza, y la mía no tardó en seguir el mismo camino, al igual que mi sostén.
Me estrechó, aún más si cabe, entre sus brazos, queriendo fundir nuestras pieles en una sola, ese pequeño contacto hizo que mis nervios cobraran vida propia. Separándome lentamente de él, me di la vuelta, caminando hacia la piscina. En el transcurso del camino me liberé del resto de la ropa. Pude sentir su mirada de deseo clavada en mi espalda. Me metí lentamente en el agua, y apenas pasaron unos minutos, sus brazos volvieron a estrecharme con suavidad.
Me di la vuelta, encontrándome con sus impresionantes ojos topacio, que brillaban con intensidad; me perdí en ellos, bebiendo todos y cada uno de los sentimientos que expresaban. Mis piernas rodearon sus caderas, y mis manos su esbelto cuello, mientras mis labios buscaron los suyos; éstos se unieron en un beso desesperado y pasional. Su característico sabor, dulce y varonil a la vez, invadió por completo mis sentidos, haciéndome enloquecer.
Sin saber cómo terminé con la espalda pegando al bordillo, aprisionada entre éste y su cuerpo. Nuestras bocas apenas se separaban unos segundos, para volver a unirse desesperadas y ansiosas.
-Bella...no te puedes hacer uno idea de cuánto te quiero- susurraba entre beso y beso.
-Hazme el amor- conseguí decir simplemente, apoyando mi frente en la suya, aún con mis ojos cerrados, pude sentir la sonrisa torcida que tan loca me volvía.
Me levantó un poco, para que su ya muy excitado miembro entrase en mi de forma lenta, torturándome de placer.
Mi espalda se arqueó, dejando mis pechos a la vista. Seguía entrando y saliendo de mi, cuándo pude sentir su boca en uno de ellos, tirando de él, mordiéndolo con suavidad y delicadeza. Depositó mil y una caricias sobre ellos, haciendo que mi cuerpo deseara más.
Necesité apoyarme, iba a desfallecer. Mis manos se posaron en sus hombros, ayudándome éstos en la tarea de subir a y bajar en torno a su miembro. Sus fuertes brazos en torno a mi cintura y a mis nalgas me apretaban cada vez más a su cuerpo.
-Bésame, por favor- supliqué casi desesperada. Sus magníficos besos, unidos a la situación en la que nos encontrábamos en ese momento, hicieron que un estremecimiento recorriera mi bajo vientre, enviando descargas a todas las partes de mi cuerpo.
-Bella...- beso -mi niña- de nuevo beso -te amo- balbuceó en mi oído, en un jadeo.
-Te amo- beso -ahhh... Edward- mi grito quedó ahogado por otro de sus besos. Pude sentir cómo segundos después el escondía su cara en el hueco de mi cuello, llegando a un intenso orgasmo.
Al cabo de unos minutos, lentamente se separó y se quedó mirándome fijamente; me parecía increíble como su mirada podía brillar de lujuria y amor al mismo tiempo. Apoyé mi frente en su hombro, todavía intentado que mi respiración volviera a su ritmo normal.
-Ha sido increíble- conseguí murmurar, todavía cansada.
Edward me miró con una sonrisa traviesa, nadando conmigo entre sus brazos hasta las escaleras. Su fuerza permitió que pudiera salir del agua conmigo encima. Me apoyó en el suelo y sin decir una palabra, cogió una toalla, secándome entre suaves caricias y besos. Intenté hacer lo mismo, pero me envolvió con la toalla, cogiéndome en brazos, y dirigiéndose al dormitorio.
-Edward...- no pude seguir hablando ya que me cortó con un pequeño beso.
-Y va a seguir siendo increíble- respondió al comentario que había hecho en la piscina, posándome con delicadeza en la cama, donde estuvimos amándonos hasta el amanecer.
EDWARD PVO
Siempre dicen que el tiempo pasa cómo un suspiro estando con la persona amada... y ahora lo confirmaba por mi mismo.
Entrábamos en la tercera semana de julio, llevábamos un mes en Windsor, descansando y disfrutando de la compañía mutua, sin tener que disimular en la facultad y sin ningún viaje que nos separara. Nuestra pequeña escapada terminó, para fastidio y resignación de los dos. Nunca olvidaría ese viaje, el primero que hicimos juntos, dónde hubo tiempo para poder relajarnos y vivir nuestro amor sin restricciones y encierros.
Observaba a Bella desde la ventana de mi habitación, estaba en los jardines con mi hermana y mi madre, reunidas en torno a la mesa, con un café entre sus manos, charlando y riendo; mi padre me había reclamado, para enseñarme algunos informes y comentar un poco la agenda de otoño, que ya empezaba a llenarse de actos institucionales y viajes de estado.
Después de más de una hora de reunión, subí un momento a mi habitación antes de bajar a su encuentro. Antes de salir una sonrisa cruzó mi cara, viendo la fotografía que descansaba en mi mesilla. Estábamos Bella y yo abrazados, y a nuestras espaldas el atardecer de la isla de Mahe; teníamos muchas fotos de nuestra estancia allí, que Bella había pasado a mi portátil.
Con una pequeña sonrisa surcando todavía mi cara, bajé a reunirme con ellas. Nada más puse un pie en el jardín, unos preciosos ojos chocolate me miraron con cariño, invitándome a acercarme a la mesa. Bella me tendió la mano con una sonrisa dulce. Mi madre y Alice me miraban divertidas.
-¿Me he perdido algo?- les pregunté mientras me sentaba, después de besar a mi novia suavemente en la frente.
-Nada hermanito- respondió mi hermana con una sonrisa maliciosa.
-Alice...- bufé en advertencia.
-Bella nos ha estado hablando de vuestro "pequeño incidente" de ayer- dijo maliciosa, mientras mi madre se reía.
Rodé los ojos mentalmente; le había pedido a Bella que me enseñase a cocinar... y en qué hora. Por suerte no nos pasó nada, pero la cocina pudo haber corrido peor suerte... y la sartén pasó a mejor vida.
-Edward, hijo, deja que te de un consejo... no te acerques a la cocina o dejarás a Inglaterra sin alguno de sus más valiosos palacios- dijo mi madre, sin poder contener las risas. Mi hermana se reía sin pudor alguno, y Bella me miraba divertida, pero con la disculpa escrita en su cara por haberlo contado.
-Es que estabas tan gracioso, corriendo de un lado a otro gritando "¡fuego, fuego!"- dijo ella, para terminar de soltar la carcajada.
Lentamente, y rojo de vergüenza, me incliné para decirle en voz baja.
-Chivata... no creas que no me vengaré- repuse divertido, dejando un beso detrás de su oreja. Ella jadeó bajito, mientras me dirigía una mirada de advertencia. Sonreí inocentemente, sabiendo la reacción que le provocaba que la besara en ese lugar.
Los días pasaron, y llegó la víspera de nuestro viaje a Forks. Bella estaba ansiosa y emocionada, deseando ver a su familia y de mostrarme todo aquello. Yo también estaba ansioso, por una vez el verano no se reducía a leer, pasear y montar a caballo por Windsor... aunque este año, al tener a mi niña conmigo, fue más llevadero. Rose y Emmet ya habían regresado hace una semana, y estábamos los cuatro listos para partir hacia Estados Unidos... pero lo bueno no podía durar.
La tarde anterior a nuestra partida, estábamos en uno de nuestro íntimos paseos por el jardín.
-¿Entonces me llevarás a Seattle?- iba preguntándome a mi niña.
-Si... aparte de Forks, recorreremos los alrededores- iba explicándome con una de sus preciosas sonrisas.
-No puedo esperar- le dije contento y animado, parándome para darle un beso. Estábamos perdidos en nuestro mundo, cuándo una voz estridente nos hizo separarnos de golpe.
-¿Quién te crees que eres para acosar de esa manera al Príncipe de Gales?-. Mis ojos y oídos no daban crédito a lo que tenía delante. Tanya estaba enfrente nuestro, con los brazos en jarras y una mirada altiva y arrogante.
Bella enarcó una ceja, mirándola con un deje de interrogación en su preciosa carita. Mi particular aversión hacia ella, dormida después de un año sin verla, ni a ella ni a su familia, volvió a salir a flote.
-Tanya... nadie me está acosando, haz el favor- respondí frío y distante. Bella me miró preocupada en cuánto escuchó el nombre, ya que alguna vez le había hablado de Tanya y sus irritantes padres.
Ella se acercó con paso decidido para abrazarme, pero di unos pasos para atrás, con Bella aún en mis brazos. Captó la indirecta, y su vista se posó en Bella. Sus ojos azules, fríos como el hielo, la escrutaron de arriba a abajo.
-Veo que has estado muy entretenido este tiempo- dijo con desdén. Rodé los ojos, mientras Bella la seguía mirando estupefacta.
-Tanya, te presento a Bella... mi novia- ya no podía ocultarlo más, era evidente; bastante suerte había sido que no se enteraran en todo un año. Al decir "mi novia", pude observar cómo sus ojos se abrían por la sorpresa.
-Es un placer conocerte- Bella intentó ser educada, tendiéndole una mano. Tanya ignoró el gesto. Por detrás de ella, mis padres y unos muy alucinados Eleazar y Victoria observaban la escena.
-¿Novia?- preguntó Victoria con una falsa sonrisa -vaya Edward... qué calladito lo tenías- un placer querida, soy Victoria, tía de Edward- dijo tendiéndole la mano. Mi novia se la estrechó, esbozando una educada sonrisa falsa.
-El es Eleazar, hermano de la reina Esme- presentó con suficiencia a su marido. Éste apenas hizo un gesto con la cabeza, que Bella correspondió.
-Hermanastro- aclaró Alice por detrás nuestro -cuánto tiempo sin saber de vosotros- dijo con malicia, mirando a Tanya, que estaba de un humor de perros.
-Alice, ¿por qué no te pierdes?- exclamó la rubia. Mi madre, en vista de que la situación se iba a descontrolar por momentos, tomó la palabra.
-Eleazar y Victoria han venido de visita tres días, no sabía que iban a venir- anunció y aclaró la situación. Si lo llego a saber, nos hubiéramos ido antes a Forks.
Decidí escaparme de allí con Bella, excusándonos por tener cosas que hacer. Alice vino con nosotros, muerta de indignación. Una vez en la seguridad de mi habitación, y con el resto de los chicos allí, explotó.
-¿Quién se creen que son para tener esas suficiencias?- dijo enfadada.
-Cielo, parece mentira que no los conozcas... ya me extrañaba que no los hubiéramos visto en un año- suspiró Jasper frustrado.
-Tu peor pesadilla ha vuelto, Edward- apuntó Emmet preocupado. Rodé los ojos, mientras Rose preguntaba.
-¿Esa es vuestra especie de prima lagarta que pretendía ser reina de Inglaterra?-.
-Sus queridos padres no han dejado de metérsela a Edward por los ojos desde que eran unos niños- aclaró Jasper.
Bella me miraba preocupada y un poco alarmada. Dejé de dar vueltas por la habitación, para agacharme enfrente de ella.
-¿Qué te ocurre cariño?- pregunté ansioso, tomando una se sus pequeñas manitas.
-¿Crees que ha sido una buena idea que les dijera que era tu novia?- interrogó con preocupación.
-Después de pillarnos besándonos no me quedaba otra... y tranquila, mis padres ya les advertirán que, por su propio, bien, más les valdrá no decir ni pío- le dije acariciando su mejilla.
-Aún así, no estaría de más andarnos con ojo; no me fío un pelo de ellos- dijo Emmet. Todos asentimos en acuerdo con él. Seguimos en mi habitación hasta que nos llamaron para cenar.
Al llegar al comedor, todos estaban esperándonos. Esme le susurró algo a Bella, que ni novia agradeció tiernamente.
-Gracias Esme- le respondió. Eleazar abrió los ojos como platos.
-¿Cómo te atreves a tutear a su Majestad?- le reprochó enojado. Bella se quedó muda de la impresión, agachando los ojos, sonrojada de vergüenza.
-Eleazar... tanto Bella como Rosalie- dijo señalando a la novia de Emmet- pueden llamarnos así. Ellas son dos miembros más de esta familia... y creo que no eres quién para decidir quién debe tratarnos por nuestro título- le replicó mi madre enfadada.
Bella y yo la miramos agradecidos; si hubiera hablado yo, no hubiera sido tan amable.
Nos sentamos a la mesa; Bella se sentó a mi lado, todavía un poco sorprendida por todo lo que estaba pasando.
-Cuéntanos algo sobre ti Bella- le pidió Victoria.
Bella dejó en tenedor, para responderle.
-Soy americana; vine con una beca para estudiar mi carrera, junto con Rosalie; Edward y yo nos conocimos el primer día de clases- le explicó escuetamente.
-¿Americana?- apuntó Tanya escéptica.
-¿Algún problema?- inquirí molesto. Ésta, la ver mi cara de enfado, negó rápido con la cabeza.
-¿A qué se dedican tus padres?- interrogó Eleazar.
-Mi padre es jefe de policía... y mi madre era enfermera- musitó con pena, agachando sus ojitos. Por debajo de la mesa tomé su mano, dándole un apretón, diciéndole en silencio que estuviera tranquila.
Después de un pequeño interrogatorio, Tanya exclamó contenta.
-Bien... parece ser que lo pasaremos muy bien estos tres días-. Me reí por lo bajo, mientras la respondía con fingida pena.
-Me temo que eso no va a ser posible; mañana salimos de viaje-. La cara de Tanya no tenía precio.
-Parece ser que vais en serio- siseó con fastidio.
-Bella estudia Relaciones Internacionales, al igual que que Edward... y poco a poco vamos enseñándole protocolo y otras cosas así- le informó mi padre, que se había mantenido en silencio.
-¿Protocolo?, ¿acaso me estás diciendo que estoy delante de la futura Princesa de Gales?- interrogó Eleazar a mi padre.
Mi padre asintió con una sonrisa, para seguir.
-Por supuesto, de momento deben acabar sus estudios... pero esa es la decisión de ellos- le dijo.
-Vaya querida... entonces debemos felicitarte; cierto es que nos sorprende la noticia... siempre pensé que Edward elegiría a alguien más... como decirlo... más apropiado y preparado- soltó con malicia.
-O por lo menos a una chica inglesa- añadió Tanya.
-¿Alguien cómo tu?- le devolvió la puya Alice, sonriendo con malicia.
Tanya la fulminó con la mirada, para responderle.
-Pues no sé que tengo de malo... además, seguro conozco mejor que ella las costumbres y el estilo de vida qu...- la corté, furioso.
-No se te ocurra seguir hablando; siempre dejé claro que me casaría por amor... y resulta, Tanya, que estoy enamorado de ella- enfaticé las cuatro últimas palabras.
-Qué romántico... pero... ¿has pensado qué pensará la gente?, ¿crees que un matrimonio así será del agrado de todos?; te lo dije hace un año, no antepongas tus sentimientos por encima del deber- acabó su discurso mi tío.
Bella se disculpó de la mesa, y pude ver lágrimas en sus ojos. Irritado y furioso, me volví amenazante.
-No se te ocurra volver a mencionar ese tema delante mío... y déjala en paz- murmuré furioso.
-Y te prevengo que si la prensa se entera de algo, antes de que Palacio se pronuncie al respecto, no seré tan amable con tu familia- dijo mi padre enfadado.
Victoria habló, en un intento de calmar los ánimos.
-Ruego nos disculpes Carlisle, Esme... no creíamos que era tan serio- sabía que intentaba arreglarlo, pero los conocía lo suficiente para saber que todo ésto era una simple fachada.
Mi madre asintió, para después volverse a mi.
-Ve con Bella... ella te necesita-.
Me levanté de la mesa, y busqué a mi niña por todo el palacio. La encontré en un banco del jardín, sus sollozos llegaron a mis oídos.
Me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos.
-Cariño, no llores; no merece la pena- le susurré. Ella se acurrucó en mi pecho, llorando a mares.
-Edward... puede que en el fondo tengan razón... ¿qué opinará el resto?; ¿les gustará que una simple chica americana sea su princesa?- murmuró con pena. Me aparté de ella, mirándola fijamente.
-Bella... cada día tengo más claro una cosa, y es que vas a ser mi mujer; y en cuánto la gente te conozca y vea cómo eres, te querrá... al igual que todos te quieren aquí... al igual que yo; te quiero con locura Bella... y te prometí que estaría siempre contigo- le dije, mirándola fijamente.
Ella se mordió el labio inferior, apartando su mirada de mi cara.
-Y no te preocupes por ellos, no te van hacer nada, te lo prometo; ya te he contado cómo son, no debes hacer el más mínimo caso a lo que digan- la seguí contando.
Parece ser que eso la relajó, ya que dejó de llorar.
La volví a rodear en un tierno abrazo, besando su frente. Ella me sonrió agradecida.
-Ven, vamos a despedirnos de mis padres, mañana nos vamos muy temprano- le dije.
-Menos mal que no vamos a tener que aguantarlos más estas vacaciones- dijo ella, suspirando un poco aliviada.
Nos encaminamos de nuevo al comedor, agarrados fuertemente de la mano. En ese momento me juré a mi mismo que nada, absolutamente nada, me apartaría de Bella... porque ya no sabía vivir sin ella.
A la mañana siguiente, muy temprano, los cuatro cogimos el avión, rumbo a Seattle, dispuestos a disfrutar del resto del verano.
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El mismo día, a la misma hora...
Sede central del periódico Daily Mirror, mediodía
Jacob Black se encontraba enfrente de su ordenador, con un lápiz detrás de la oreja y tamborileando sus dedos nerviosamente en la mesa. Los meses de verano eran monótonos y aburridos; los famosos del tres al cuarto estaban de vacaciones en el sur de Europa... y la familia real en Windsor, como era costumbre. Sólo esperaba que llegase el día diez, para marcharse de vacaciones de una buena vez.
No dejaba de dar vueltas a la rueda de prensa que tuvo lugar en palacio, el día del cumpleaños del príncipe; había vuelto a confirmar que no tenía novia y ninguna intención, por el momento, de contraer matrimonio... pero había algo raro. Lo había comentado con otros compañeros... antes habría contestado a la pregunta con naturalidad, pero en esa ocasión percibió cierto deje de tensión en su voz... y aquello era extraño. Llevaba siguiendo al príncipe y cubriendo las ruedas de prensa de palacio bastante tiempo, y había algo que no le cuadraba.
Pero no se podía jugar el cuello, las informaciones así debían contrastarse, sino se meterían en un buen follón. Una cosa es sacar una lista de las princesas casaderas y otras estupideces por el estilo, pero no podía hacer insinuaciones tan serias de ese tipo, echaría a perder su carrera.
En un último intento, y después de hablarlo con James, su redactor jefe, volvió a llamar al departamento de prensa de palacio, para obtener permiso para entrevistar al príncipe a solas.
-Palacio de Buckingham, centralita- respondió una operadora.
-Soy Jacob Black, del Daily Mirror, querría hablar con Sam Ulley, por favor-.
-Un momento, le paso con el departamento de prensa- una musiquilla de espera estuvo sonando durante unos minutos, hasta que al final alguien habló.
-Prensa, le habla Lorena Folding- respondió una mujer, que por cierto era nueva.
-Si, verá, soy Jacob black, trabajo para el Daily Mirror; me gustaría hablar con Sam Ulley sobre un artículo que queremos escribir del príncipe Edward- explicó de nuevo.
-Lo lamento, el señor Ulley está de vacaciones hasta principios de septiembre- informó la chica.
Juró para sus adentro su mala suerte, sin embargo, siguió insistiendo.
-Tengo entendido que la familia está en Windsor; podría acercarme allí una mañana, sólo queremos hacerle unas preguntas sobre su responsabilidades de heredero de la Corona- medio rogó.
-Lo lamento señor Black, pero sabe muy bien que toda entrevista directa con algún miembro de la familia debe estar autorizada por el señor Ulley; además, el príncipe no está en Inglaterra en estos momentos- dijo para asombro de Jake.
-¿Y dónde está?; tengo entendido que no tenía ningún viaje oficial- dijo extrañado.
-No puedo darle más datos, no estoy autorizada para eso; sólo decirle que es un viaje privado, efectivamente nada oficial. ¿Desea algo más?- preguntó la chica.
-No gracias, supongo que volveré a llamar en septiembre para lo de la entrevista, gracias de todos modos- dijo a modo de despedida.
-Que pase un buen verano, señor Black- dicho esto, la comunicación se cortó.
Jake colgó a su vez, reclinándose en su silla. No le cuadraba nada; una opción era que estuviese con el príncipe heredero de Dinamarca o de España, ya que los tres eran bastante amigos. Después de una llamada a prensa internacional, confirmó que ambos príncipes se encontraban cada uno en su lugar de veraneo, sin rastro de Edward.
Se pasó toda la mañana haciendo averiguaciones. Norfolk Park, la mansión de Jasper, estaba cerrada a cal y canto, de modo que no había ido allí, aparte de que Jasper estaba en Windsor. La familia de Kate, esposa del hijo del primo del rey, tampoco estaba en Escocia... ¿dónde diablos estaba el principito?.
Llamó al aeropuerto, deseando que Alec, un controlador aéreo que hacía de chivato para el periódico, supiese algo y que no se encontrara de vacaciones. Marcó su extensión directamente, y gracias a dios, el aludido contestó.
-¿Alec?- preguntó.
-¡Jake, amigo, qué sorpresa!, ¿cómo va el verano?- respondió alegre.
-Bien, en unos días me voy de vacaciones; ¿mucho trabajo?- preguntó.
-Si, es época de turistas... y ya sabes que todos los peces gordos que te dan de comer no pasan por aquí- respondió Alec burlón -¿qué puedo hacer por ti?-.
-Verás... quería que me confirmaras si el avión privado de la familia real ha tenido movimientos estos días- se dispuso a apuntar.
-Espera un momento- se oyó el tecleo del ordenador- no, lo siento; además no hay viajes programados hasta octubre- respondió resuelto. Jake suspiró con frustración.
-¿Y otro avión en calidad de vuelo privado, aunque no sea el oficial?- interrogó de nuevo.
-Déjame ver... vaya, es curioso...- dijo pensativo -no es precisamente el avión oficial, pero hoy a salido un vuelo privado, a las siete de la mañana; han alquilado el avión- me dijo.
-¿Tienes la lista de pasajeros?-.
-Veamos... Rosalie Hale, Emmet McArthy, Marie Swan y Albert Graham- a Jake se le iluminaron los ojos. No conocía a las mujeres ni al tal Albert... pero si a Emmet, era el guardaespaldas privado del príncipe.
-¿Destino?-.
-Espera... ya está... Seattle, Estados Unidos- dijo resuelto.
-Gracias Alec, te debo una- le agradeció Jake. Después de charlar unos minutos más, cortó la comunicación.
Decidió quedarse a comer en la redacción, atando cabos de toda la información que había recibido.
¿Y si el tal Albert Graham era Edward?; podía perfectamente viajar bajo un nombre falso para pasar desapercibido. Y además, con dos chicas... ¿y por qué a Estados Unidos?, encima Seattle; hay destinos y ciudades más atractivas en ese país... ¿qué había en Estados Unidos que a Edward le pudiera interesar?.
Así pasó toda la tarde; a última hora, mientras la mayoría de sus compañeros recogían y salían rumbo a sus casas, decidió ir a ver a James, su jefe. Le pidió a Paul que lo acompañara, contándole antes la historia.
Después de exponer sus teorías, James por fin habló.
-Ciertamente es raro... pero necesito pruebas reales de que efectivamente es el príncipe Edward; ya sabéis que con palacio no se puede jugar. No es la primera vez que nos metemos en líos y nos reprenden severamente- puntualizó James serio.
-Danos permiso para ir allí y hacer averiguaciones... puede que sea una pista falsa... pero el que esté Emmet allí me mosquea- dijo Jake resuelto.
Después de meditarlo unos minutos, James asintió.
-Está bien... pero cuándo me refiero a pruebas reales, me refiero a testimonio gráficos y claros, que no dejen lugar a dudas- aprobó por fin.
Después de recibir una cuantas indicaciones, ambos periodistas abandonaron el despacho, con una sonrisa en la cara, para arreglar el viaje... en una semana, partían para Seattle.
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh
esta increible me quede pegada en la historia sigue plisssssss
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Elizabeth le françoise- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
ME A ACABAS DE DEJAR CON LA INTRIGA AMIGA ESPERO Q NO TARDES MUXO EN SUBIR LOS NUEVOS CAPITULOS GRACIAS
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
esa Tanya y su familia como los odio
y me parece que ya van ha empezar los problemas Jacob se esta acercando a su excusiva .........
y me parece que ya van ha empezar los problemas Jacob se esta acercando a su excusiva .........
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 19: Chantajes
Masión de los Platt; Surrey, este de Inglaterra
-No puedo creer que Edward tenga novia- murmuró Victoria, incrédula. Veía cómo sus planes de convertir en princesa a su sobrina Tanya se esfumaban de la noche a la mañana.
-Y nada menos que una aventurilla de mal gusto con una americana, que sueña con convertirse en la princesita del pueblo- siseó Tanya, ordenando su teñido cabello.
Eleazar no prestaba atención a la conversación, sumido en sus propios pensamientos. A su lado, Heidi, hermana de su mujer, los miraba a los tres cómo si les faltaran unas cuantas neuronas.
-Vamos, ésto es de locos- dijo fastidiada y enfadada a la vez -habéis intentando meterle a Tanya por los ojos, y lo único que habéis conseguido es que la deteste... además, cómo inglesa, me parece estupendo que nuestro príncipe se haya enamorado- hizo una pausa, tomando aire- que sea un príncipe, no quita que pueda casarse por amor... además tu hermanastra es el ejemplo perfecto- le dijo a Eleazar, mirándole con una ceja alzada.
Éste se revolvió inquieto a la mención de Esme. No podía evitar odiar a su hermanastra; la madre de Esme fue la causa de que su padre abandonara a su madre, para irse con ella y formar una familia... pero cuándo se supo la noticia de su compromiso con el entonces príncipe Carlisle, se convenció de que debían llevarse bien. Ser pariente de la reina de Inglaterra tiene sus ventajas y el las había aprovechado, haciendo una inmensa fortuna... y más que tendría si Tanya llegara a casarse con Edward.
-Querida Heidi, no hables de lo que no sabes; no todo el mundo vive en el mundo de los cuentos de hadas cómo tu... ¿crees que a los ingleses les gustará una princesa que ni siquiera ha nacido en Inglaterra?- le preguntó éste.
-No creo que el hecho de nacer o no nacer en Inglaterra sea relevante; además por lo que me habéis contado, es una chica inteligente, discreta y bien educada- contraatacó maliciosa, mirando a la hija de su fallecida hermana Gianna. Tanya la fulminó con la mirada
-Además, el corazón no atiende a razones... y no se puede obligar a nadie a amar a otra persona así por así... no estamos en la Edad Media, ya no se hacen matrimonios concertados- terminó Heidi, pero al alzar la vista, su especie de familia seguía sumida en sus planes.
-Debemos hacer algo ya- dijo Victoria.
-Por eso no os preocupéis, lo tengo todo calculado- canturreó Eleazar con una maliciosa sonrisa.
Heidi se sobresaltó, esa sonrisa de su cuñado no podía traer nada bueno.
-¿Estáis locos?, ¿habéis perdido el juicio?- hizo una pausa, mirando detenidamente a los tres personajes que tenía ante sus narices -si se enteran en palacio no quiero ni imaginar la que se puede organizar- dijo horrorizada.
-Entonces más vale que no te quedes a escuchar- invitó su cuñado, sutilmente, a que se marchara. Dejó la taza de té en la mesa, para levantarse.
-Estáis locos, habéis perdido el rumbo... no pensé que la ambición os llevara a caer tan bajo- se volvió a su hermana, mirándola fijamente -cuándo todo esto estalle, no vengáis con lamentaciones- dicho ésto, salió del salón.
Victoria dirigió una mirada interrogante a su marido, y lo mismo hizo Tanya.
-Y bien, ¿qué has pensado?- preguntó con curiosidad.
-Bueno, he estado cavilando, llegando a varias conclusiones. Si llevan casi un año de noviazgo, deben tener fotos de ellos dos juntos. Con la ayuda de alguien de palacio, filtraremos, de forma anónima, esas fotos a la prensa- concluyó satisfecho.
Victoria y su sobrina se miraron, no muy convencidas del asunto.
-¿Y si palacio no se pronuncia al respecto?, o peor aún, ¿y si confirman el noviazgo?- preguntó de nuevo Tanya.
-Eso es lo de menos... veréis, durante este año la han mantenido protegida, ajena a todo; el tema no es que la noticia llegue a los oídos de la prensa... el quid de la cuestión es si ella soportará el acoso tan de repente; pasó lo mismo con Esme, y le costó acostumbrarse- expuso Eleazar, que siguió tomando la palabra.
-Imaginaos el debate que conllevará, cuestionarán hasta la ropa que lleve; por no hablar de las reacciones de los monárquicos empedernidos; se cuestionará si será una buena princesa y reina en el futuro... y tanto Edward como Bella soportarán mucha presión... demasiada- dijo malicioso.
-Resumiendo, lo que se pretende es hacer que ambos exploten- concluyó Tanya. Éste asintió con un leve movimiento de cabeza.
-Puede que ocurra o no... pero sería un buen motivo para que rompan- dijo Victoria.
-¿Y cómo vas a conseguir esas pruebas, si es que existen?- dijo Tanya de repente.
-Sobornaremos a alguien del servicio- replicó satisfecho.
-Me temo que será una tarea muy complicada... allí todos conocen a la chica, y la adoran; por no hablar de la fidelidad hacia la familia- musitó Victoria pensativa.
-Ya he caído en eso... y he hecho mis investigaciones... tengo a alguien que puede estar dispuesto a ayudarnos; le he citado hoy mismo, debe estar al llegar-.
Siguieron hablando durante unos minutos, hasta que la esperada visita llegó. Un hombre alto, moreno y musculoso, y de mirada fría y calculadora apareció ante sus ojos.
-Siéntate Félix- le ofreció Eleazar. Tomó asiento, mirando de reojo a su alrededor. Se volvió hacia su mujer y su sobrina, para presentarles al individuo.
-Querida, Tanya; el es Félix, mayordomo de palacio, apenas lleva unos meses trabajando allí- el aludido saludó con un movimiento cortés de cabeza, que ambas mujeres devolvieron.
-¿Quiere tomar alguna cosa?- ofreció Victoria a la inesperada visita.
-Un café, si no es mucha molestia- reclamó el aludido.
-Por supuesto; Erin- se dirigió a la chica del servicio- trae un café para el señor- la muchacha salió a cumplir el encargo.
-Supongo que mi marido ya le ha explicado el asunto- interrogó Victoria a Félix.
-¿Por qué está dispuesto a prestarse a ésto?- preguntó Tanya.
-Verá señorita... la chica no es de mi simpatía, ni el príncipe Edward- contestó.
-¿Por algún motivo concreto?- interrogó Tanya curiosa.
-Siempre he creído que la futura reina debe ser alguien con clase... y por supuesto inglesa- dijo simplemente, encogiéndose de hombros.
-Además, mi madre es muy anciana; y la residencia en la que está internada cuesta mucho dinero- dijo sin tapujos.
-Así que lo hace por dinero... pensaba que Carlisle y Esme eran más generosos con el sueldo de sus empleados- dijo Victoria.
-Y lo son, no puedo quejarme en ese aspecto... pero una ayuda extra nunca viene nada mal- dijo el hombre, tomando la taza de café.
Después de un incómodo silencio, Eleazar tomó la palabra.
-Bien, este es el trato; necesito que alguien rebusque entre las cosas de Edward fotos de ellos dos juntos, me da igual que sean o no sean comprometidas. Eso no lo puede hacer nadie que no esté dentro del propio palacio- explicó Eleazar. Félix asintió.
-Las fotos existen, de muchos momentos... es más, en junio se fueron de vacaciones ellos dos solos a las Sheychelles- explicó Félix.
-¿A las Sheychelles?; vaya, vaya... Edward si que sabe tirar el dinero en su noviecita- siseó Tanya con rabia y envidia.
-¿Dónde pueden estar esas fotos?- siguió preguntándose Victoria.
-Rebuscarás en cajones, armarios, ordenadores... en cualquier sitio que se te ocurra- le dijo Eleazar.
-Descuide, tarde o temprano daré con ellas- le prometió Félix.
Éste se levantó, dirigiéndose a su despacho. Volvió unos minutos después, con un pequeño aparato con puerto USB y un abultado sobre blanco.
-Es un microchip de última tecnología; te servirá por si debes acceder a ordenadores y agendas electrónicas con clave; no lo utilices si no es estrictamente necesario- le advirtió, y le tendió el sobre- mi parte del trato, cinco mil libras. El resto cuándo nos des lo que buscamos- el hombre cogió rápidamente el sobre.
Ambos hombres se estrecharon las manos, mientras Victoria y su sobrina se miraban entre sí con una malévola sonrisa... el plan estaba en marcha.
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Llevábamos una semana en Forks, y nos estábamos divirtiendo de lo lindo. Mi padre y Sue decidieron retrasar sus vacaciones hasta agosto, para pasar con nosotros todo el tiempo que les fuera posible. Estaba en el jardín trasero de mi casa, ayudando a Sue a tender la ropa mientras Edward y mi padre montaban la inmensa barbacoa que íbamos a celebrar esa noche.
Había invitado a Ángela y Ben, que ya habían regresado de pasar unos días en Sacramento con los abuelos de ella. El resto de mi pandilla no regresaba hasta dentro de unos días, ya que cada uno estaba con sus respectivas familias en sus lugares de veraneo.
Sue y yo observábamos divertidas la escena. Rose y Emmet se habían ido al súper, a comprar todo lo que Charlie les había puesto en la lista para la cena de esta noche... y lo que se estaban perdiendo no tenía precio.
Mi padre, por fin, se había comprado la barbacoa de sus sueños; era enorme y muy moderna... y no se le ocurrió otra cosa que esperar a Edward para montarla. Estaban empezando a maldecir los dos por lo bajini, ya que o no encontraban los tornillos o no les encajaba una pieza. Mientras los miraba, seguí sumida en mis pensamientos.
A Edward y Emmet les encantó mi casa... lo que no les encantó tanto fue la advertencia que mi padre, muy sutilmente, nos hizo a los cuatro.
-"Bien, esta es vuestra habitación; Rosalie dormirá con Bella... y recordad que en esta casa se duerme con las puertas abiertas..." -dejó la frase inconclusa, mirando a Edward y Emmet con una ceja alzada.
Desde nuestra llegada, no habíamos tenido ningún problema. Edward estaba encantado de poder ir a tomarse un café o salir a pasear por la calle sin que le reconocieran. Le había enseñado mis lugares favoritos de Forks, así como mi antiguo instituto.
Emmet y mi novio también visitaron la comisaría donde trabajaba mi padre, el cual presentó orgulloso a su yerno, según me contó Edward esa misma noche. Emmet estaba emocionado, toquiteando todo sin parar; incluso se sacó una foto en el coche patrulla de mi padre, con la gorra incluida.
Los miraba con una sonrisa, hasta que Sue me sacó de mi trance.
-¿Crees que conseguiremos cenar esta noche?- me preguntó.
-Pues no lo sé... a este paso lo dudo- respondí burlona. Mi padre y Edward me miraron mosqueados.
-Bells... me ofendes; Edward y yo somos muy capaces de montar este cacharro, ¿verdad, hijo?- preguntó mi padre, a lo que Edward dio la razón.
-Charlie... no sé que decirte- respondió Sue riéndose -anda, ayúdame un momento en la cocina- mi padre la siguió a regañadientes. Edward se acercó a mi.
-Todavía no me has dado mi beso de buenos días- dijo juguetón, mientras me aprisionaba entre sus brazos.
-Creo que si te lo di- repuse divertida. Edward rodó los ojos.
-Ese me lo diste en la mejilla... no cuenta- respondió pagado de si mismo, esbozando su característica sonrisa.
Me mordí el labio inferior comicamente, mientras meditaba. No tuve tiempo para nada más, ya que su boca capturó mis labios, dándome un beso que me dejó sin aliento. Sentí sus manos pasear por mi espalda, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera ante su contacto... ¿cuándo tuviéramos sesenta años seguiría sintiendo esa sensación?; esperaba que sí.
Mis manos se apostaron en su cuello... y cómo ocurría cada vez que besaba a Edward, el tiempo y todo lo que sucedía a nuestro alrededor se evaporó... hasta que un carraspeo nos hizo separarnos.
-¿No podéis manteneros despegados el uno del otro ni dos horas?- preguntó Emmet en su peculiar tono burlón.
Arqueé una ceja a la vez que negaba con la cabeza. Edward le devolvía la sonrisa burlona.
-¿Y vosotros...?; porque que yo recuerde, habéis tardado tres horas en hacer la compra-.
-¿Y qué problema hay con eso?- devolvió la pregunta confuso.
-¿Qué el supermercado está a diez minutos en coche?- respondió Edward, a la vez que Rosalie se ponía más roja que un tomate.
-Es que estoy acostumbrado a dormir abraz... - se intentó intentar explicar Emmet, pero Edward lo cortó al instante.
-Nos entendemos Em, pero no podemos saltarnos las reglas del jefe Swan- exclamó divertido.
Decidimos dejar ahí la conversación, ya que mi padre volvió a jardín.
Unas cuántas horas después, la barbacoa ya estaba de pie, encendida y preparada para ser usada. La enorme mesa de madera también estaba lista...y mi padre se autoproclamó chef de la noche, con su característico delantal que simulaba un traje de preso. Emmet y Edward se reían por lo bajo, la verdad es que mi padre estaba muy cómico, dando la vuelta a las chuletas.
En ese momento entró Sue, acompañada de dos personas muy especiales.
-Bella... creo que alguien quiere saludarte-. Al girarme, Ángela y Ben estaban allí, con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Ang!- corrí a abrazarla, hacía muchos meses que no la veía.
-Que ganas tenía de verte- le dije.
-Y yo a ti... te has hecho demasiado inglesa- dijo en broma.
Después de saludar a Ben, Rose se acercó a saludarles, ya que se conocían del verano pasado.
Respiré profundamente, y me giré de nuevo para Ángela.
-Voy a presentaros a alguien- les dije mientras los guiaba al jardín. Al ver a Edward, los grandes ojos negros de Ángela se abrieron por la sorpresa, al igual que los de Ben.
-Bella... ¿por qué no me lo has contado?- siseó en mi oído.
-No podía hacerlo; apenas lo saben nuestras familias, y...- no pude seguir, ya que me interrumpió.
-¿Es quién yo creo que es?- era Ben el que preguntaba. Asentí con la cabeza, Ángela era mi mejor amiga, y me sentía un poco culpable de no habérselo contado.
-¿Desde cuándo?- preguntó ella escuetamente.
-Desde el pasado septiembre- musité en voz baja -no te enfades conmigo por favor- le pedí con carita de pena. Se quedó unos minutos en silencio, meditando la situación.
-¿Y a qué esperas para presentármelo?- me dijo divertida e ilusionada -luego tenenos que hablar, quiero detalles- me indicó, señalándome con el dedo. Suspiré aliviada, no quería que ella se enfadara conmigo. Nos acercamos hasta dónde estaba Edward.
-Ben, Ang, el es Edward, mi novio- éste estiró la mano para saludar a Ben, que seguía mudo de la impresión, y después le dio dos besos a Ángela.
-Es un placer conoceros por fin; Bella me ha hablado mucho de vosotros- les dijo mientras me pasaba el brazo por la cintura.
-Encantada alt...- Edward la cortó.
-Sólo Edward por favor- les dijo amablemente.
Una vez se les pasó el schock inicial, debido a que Edward empezó a hablar con ellos con naturalidad, y después de presentarles a Emmet, por fin pudimos sentarnos a la mesa a cenar.
Los chicos y Charlie estaban entretenidos, hablando de deportes, de modo que Ang empezó el extenso interrogatorio. Cada vez que me preguntaba algo, ni Sue ni Rose me dejaban contestar, ya que se me adelantaban. Por suerte y conociendo a Ang, los detalles más íntimos se los ahorró en presencia de Sue.
-Es increíble... y tan romántico- no dejaba de repetir esa frase. Una vez escuchó la historia completa, se volvió hacia mi, dándome un gran abrazo.
-Me alegro tanto por ti Bella, por fin te has enamorado... en el instituto creí que eras anti-hombres...- dijo algo seria.
-Simplemente pasaba que no eran Edward- respondí encogiéndome de hombros.
-Vas a ser una princesa... es... un cuento de hadas... en pleno siglo XXI- murmuró casi para si misma -espero que dentro de unos años me invites a tu boda- añadió divertida.
-Eso no se sabe todavía Ang- le reprendí con una sonrisa -vamos a por el postre- le pedí, levantándonos y entrando a la cocina. Saqué la tarta de queso de la nevera, mientras mi amiga buscaba los platos en la alacena.
Antes de salir, volvió a hablar.
-Me alegro mucho por ti amiga, de verdad- me dijo guiñándome un ojo. Sonreí mientras la abrazaba. Me separé de ella, para pedirle un gran favor.
-Sólo te pido una cosa- suspiré antes de volver a tomar la palabra -no digas nada, por favor, apenas lo sabe la familia y el círculo muy íntimo- mi amiga asintió.
-Lo suponía; habría sido el cotilleo más jugoso que nunca se hubiese oído en Forks; me hago una idea de lo que sería estar perseguida por los periodistas -dijo con una graciosa mueca, aludiendo a su futura profesión -no te preocupes Bella, tu secreto está a salvo con nosotros, y tranquila, hablaré con Ben- me aseguró.
Le agradecí sus palabras, era una chica estupenda.
-¿Al resto le vas a decir quién es realmente?- me preguntó de nuevo.
-No... creo que de momento es mejor así... no quiero ni pensar en lo que diría Jess al enterarse... además, ¿crees que guardaría el secreto, con lo bocazas que es?- interrogué con una ceja alzada.
-Cierto- resopló, dándome la razón. En ese momento entró Edward en la cocina.
-Venía a ver si os habíais perdido; a Emmet sólo le falta aporrear la mesa pidiendo el postre- me explicó divertido.
-Ahora vamos- respondí, negando con frustración. Emmet era igual que un niño pequeño.
Salí por la puerta trasera, mientras el y Ang se quedaban un momento hablando en la cocina. Podía escuchar sus risas al acercarse a la mesa.
-¿Qué es tan divertido?- indagué curiosa.
-Nada; Edward me estaba contando cómo te secuestraron el palacio la noche en que se te declaró- exclamó entre risas -y la verdad es que no me extraña... hicieron bien, conociéndote- añadió aún entre risas, a las que se sumaron Rose y Emmet.
-Gracias por burlaros de mi- dije con una mano en el corazón, haciéndome la ofendida de forma teatral. Edward me rodeó los hombros con su brazo, dándome un suave besito en la mejilla, y susurrándome al oído.
-Te lo he dicho mil veces, me encanta verte refunfuñar- su sensual tono de voz hizo que me pusiera más roja que un tomate. Le di un ligero golpe en el pecho, reprendiéndole con cariño.
La velada transcurrió sin sobresaltos; mi padre y Sue enseguida se retiraron a descansar, dejándonos a los seis en el jardín, sumidos en una divertida conversación. Edward, Emmet y Ben habían congeniado muy bien. Miraba el rostro de mi novio, contento por conocer a gente fuera de su mundo y poder hablar con tranquilidad.
El tiempo estival pasaba rápido y fugaz. Ya estábamos a finales de agosto, y habíamos hecho mil y una cosas y recorrido toda la zona y los alrededores. Los chicos habían conocido al resto de mis amigos; todavía tenía en mi retina el asombro de Jess al presentarle a Edward... y el evidente y descarado escaneo al que le sometió. Edward me confesó en casa que le recordaba un poco a Tanya.
También conoció a la abuela Swan... y fue una tarde memorable... cada vez que me acordaba, no podía parar de reír.
Edward y yo nos adentramos en los jardines de la residencia de Port Ángeles, seguidos por Charlie y Sue. Edward le había dado el día libre a Emmet, ya que Rose y él también merecían un poco de intimidad. Al lado de un banco, divisé a a mi abuelita, sentada en una silla de ruedas. Me volví a mi padre, muy preocupada.
-¿Ya no puede andar?- pregunté entristecida. Edward me observaba preocupado.
-Sí que puede Bells... lo que ocurre es que cada día está más torpe; de modo que consideraron que por aquí no hiciese esfuerzos... pero si te fijas, lleva el bastón en la mano- me dijo señalándola.
Asentí, respirando un poco más tranquila, mientras nos acercábamos a ella.
-Abuela- llamé su atención, agachándome a su lado. Sus ojos, cubiertos a su alrededor de pequeñas arrugitas, me observaron un breve momento, reconociéndome. Una sonrisa apareció en su rostro.
-Isabella... mi niña- literalmente me tiré en sus brazos, abrazándola conmovida. Una vez me soltó, me inspeccionó de arriba a bajo con una sonrisa permanente en su arrugada cara.
-Estás muy guapa... eres igual que tu madre... porque a mi hijo no te pareces mucho... gracias a Dios- masculló con el ceño fruncido. Edward, Sue y yo tuvimos que ahogar la carcajada, mientras mi padre rodaba los ojos.
-Mamá... no empecemos- le saludó y se acercó a ella, para darle un beso, seguido de Sue.
-Hola mamá Swan- saludó Sue.
-Hola hija... espero que me hayas traído mis bombones favoritos- exclamó contenta. Sue le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
-Sabes que no te convienen... ¡ouch!- se quejó mi padre, ya que le había dado un golpe en la espinilla con su bastón.
-Qué sabrás tu lo que me conviene- murmuró, mirándole con el ceño fruncido, para después volverse a mi -pero cuéntame hija, ¿qué tal por Londres?- .
-Muy bien abuela, y la universidad también- le respondí con una sonrisa. Ésta asintió, y su mirada se posó en Edward.
-¿No me presentas a este guapo muchacho?- preguntó pícara. Le tomé de la mano, acercándole.
-Abuela... es mi novio, Edward- le presenté.
-¡Por fin mi nieta se ha enamorado!; es un gusto conocerte- le dijo contenta.
-El gusto es mío señora Swan- le dijo Edward, mientras tomaba la mano que ella le alzaba, para besársela. La cara de mi abuela no tenía precio.
-Llámame abuela... qué modales tan exquisitos... eres todo un caballero... no como otros- respondió, mirando a mi padre con una ceja alzada. Mi novio y yo nos reímos con disimulo... pero Sue no pudo esconder la risotada. La cara de mi padre era todo un poema.
-Espero que mi hijo esté siendo buen suegro y te trate bien- interrogó a Edward seria -si te causa problemas o te agobia, dímelo y le haré entrar en razón- exclamó, alzando su bastón y apuntando a mi padre.
-Mamá... déjalo ya- masculló mi padre, ligeramente enfadado. Edward sonrió, antes de contestar.
-Tranquila abuela, tanto su hijo como Sue me tratan estupendamente- la guiñó un ojo cómplice.
Mi padre y Sue se ausentaron unos momentos, para ir a buscar unos cafés. La abuela nos señaló el banco con su bastón, invitándonos a tomar asiento a su lado.
-Bien... háblame de ti... eres inglés, ¿cierto?, tu acento te delata- interrogó a Edward con una gran sonrisa.
Mi novio asintió, contestando pacientemente a las preguntas que mi abuela le realizaba.
-Eres un muchacho encantador... y se nota que quieres a mi nieta, me siento halagada de que la quieras de esa forma- concluyó contenta la abuela Swan. Edward me tomó de la mano, regalándome una de sus encantadoras sonrisas, que yo devolví tímidamente.
-Pero... no me habéis dicho toda la verdad- dijo la anciana, con falso enojo. Edward y yo la miramos sin entender. Nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
-¿Cuándo me vais a contar que eres el príncipe heredero de Inglaterra?... ¿y qué mi nieta será la futura reina?- preguntó en voz baja. Me quedé pegada al asiento, mientras Edward la miraba alucinado. Ella nos miraba con una sonrisa de suficiencia.
-Abuelita, ¿cómo...?- dejé la frase inconclusa.
-Veréis... a tu padre y a Sue, alguna vez, se les escapaban comentarios y frases que me daban que pensar... sabía que tenías novio... y que se llamaba Edward; sólo necesité recordar ciertos comentarios... cómo por ejemplo tu apellido, Cullen... de modo que até cabos... mis piernas no funcionarán bien, pero ésto está estupendamente- nos explicó risueña y divertida, tocándose su canosa cabeza. Al ver nuestro asombro, nos indicó en voz baja.
-Ayudadme a levantar, necesito mover mis oxidadas piernas-. Edward y yo la ayudamos a levantarse, y agarrándola cada uno de un brazo, caminamos lentamente con ella. Mi abuela pareció meditar unos minutos, hasta que por fin habló.
-Sabía que el destino te tenía guardado un lugar especial y privilegiado, Isabella; no puedo sentirme más orgullosa de ti de lo que estoy ahora- contó mientras me miraba con cariño.
-Abuela...- suspiré un poco emocionada.
-Pero lo importante es que ambos os queráis... y que en el futuro os ayudéis y apoyéis mutuamente- hizo una pausa, para seguir hablando -pasaréis momentos buenos... pero también muy malos... es lo que tienen las grandes historias de amor- nos explicó con cariño y una mezcla de sabiduría en sus ojos -y tranquilos... mis labios están sellados- nos guiñó un ojo.
Seguimos paseando con ella un rato más, hasta que llegaron mi padre y Sue. La tarde transcurrió entre divertidas charlas y risas... y las regañinas que le echaba mi abuela a mi padre, cómo si siguiera siendo un niño.
-Espero volváis pronto a visitarme- nos dijo después de abrazarnos a Edward y a mi.
-Te recogeremos para comer todos juntos el día de mi cumpleaños- le dije.
-Espero vengáis vosotros dos -nos dijo señalándonos a Edward y a mi; tu padre conduce muy mal- refunfuñó.
-No conduzco mal mamá... simplemente respeto las reglas de tráfico- le respondió mi padre.
-Pamplinas... hasta las tortugas viajan más rápido que nosotros- musitó fastidiada -rodó los ojos, mientras se volvía a nosotros dos -bien hijos, nos vemos pronto-.
Íbamos paseando, acercándonos a los acantilados de la Push; la puesta de sol desde allí era muy bonita... y hacía mucho que no paseaba por allí. Edward estaba hablando por el móvil, aunque su otra mano en ningún momento soltó la mía. Iba recordando la divertida conversación con la abuela, cuándo mi teléfono vibró en mi bolsillo. Viendo quién era, respondí al instante.
-Hola Ang-.
-Hola Bella... os llamaba porque el sábado hay un mercadillo medieval en Port Ángeles... ¿os gustaría acercaros?- preguntó.
-Espera, que pongo el altavoz... repite el plan- le dije, observando que Edward ya había colgado el teléfono. Una vez volvió a hacer la pregunta, mi novio afirmó con la cabeza.
-Hecho, nos apuntamos; además a Rose también le gustará ir- confirmé.
-Vale... entonces el sábado pasamos por tu casa a recogeros; ¿os va bien a las diez?-.
-Perfecto- dijo Edward.
-Bien, me voy pitando a casa de Ben... tenemos cena familiar- se despidió.
-Portaos bien- le recomendó Edward con una pilla sonrisa.
-Lo mismo digo... principitos- susurró muy bajito, aguántándose la risa -hasta el sábado- cortó la comunicación.
Seguimos caminando, hasta que nos sentamos en una pequeña roca, desde donde se veía toda la playa y los acantilados de la Push. Contemplamos el paisaje en silencio, escuchando el ritmo de nuestra respiraciones. Cerré los ojos, mientras Edward me envolvía entre sus brazos.
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Hotel Lexintong; Seattle
Aquello era frustrante, desesperante... Jacob Black y Paul Simmons llevaban casi un mes por allí... y ni rastro del príncipe Edward. Había recorrido todas las ciudades importante del estado, incluso habían pasado la frontera, para ir a Vancouver... pero nada.
En el aeropuerto no averiguaron nada.. por allí no habían visto a nadie que coincidiera con la descripción de Edward, ni con la de Emmet... dedujeron que si estaban aquí, no habían alquilado ningún coche, ya se habían preocupado de preguntar al encargado del aeropuerto.
Jake colgó el teléfono bufando como un toro bravo; acababa de hablar con James, su jefe... y la conversación no había sido nada agradable. En una semana se les acababa el visado, y volvían a Londres con las manos vacías.
Enfrente suyo, Paul estudiaba un mapa de la zona.
-¿No ha sido muy amable, cierto?- interrogó sin levantar la vista.
-Cierto... puede que nos hayamos confundido, y hayamos seguido una pista falsa- suspiró frustrado.
Paul levantó la vista, mirando a su compañero.
-Nos queda una semana todavía... y hay zonas que aún no hemos visto...- Jake lo cortó.
-Paul, hemos mirado todas las ciudades y pueblos medianamente grandes... y ni rastro- le recordó.
-Mira... tenemos que aprovechar los días que nos quedan... aunque sea para hacer turismo... pasado mañana podríamos acercarnos a un pequeño pueblo llamado Port Ángeles... este fin de semana hay una feria y mercadillos- le propuso.
Jake aceptó a regañadientes mientras se disponía a tomar una ducha. Lo único que quería era regresar a Londres para poder descansar y estar con su mujer y su pequeño... pero no se podía ni imaginar que esa salida a Port Ángeles le iba a proporcionar la mayor exclusiva de su vida...
Masión de los Platt; Surrey, este de Inglaterra
-No puedo creer que Edward tenga novia- murmuró Victoria, incrédula. Veía cómo sus planes de convertir en princesa a su sobrina Tanya se esfumaban de la noche a la mañana.
-Y nada menos que una aventurilla de mal gusto con una americana, que sueña con convertirse en la princesita del pueblo- siseó Tanya, ordenando su teñido cabello.
Eleazar no prestaba atención a la conversación, sumido en sus propios pensamientos. A su lado, Heidi, hermana de su mujer, los miraba a los tres cómo si les faltaran unas cuantas neuronas.
-Vamos, ésto es de locos- dijo fastidiada y enfadada a la vez -habéis intentando meterle a Tanya por los ojos, y lo único que habéis conseguido es que la deteste... además, cómo inglesa, me parece estupendo que nuestro príncipe se haya enamorado- hizo una pausa, tomando aire- que sea un príncipe, no quita que pueda casarse por amor... además tu hermanastra es el ejemplo perfecto- le dijo a Eleazar, mirándole con una ceja alzada.
Éste se revolvió inquieto a la mención de Esme. No podía evitar odiar a su hermanastra; la madre de Esme fue la causa de que su padre abandonara a su madre, para irse con ella y formar una familia... pero cuándo se supo la noticia de su compromiso con el entonces príncipe Carlisle, se convenció de que debían llevarse bien. Ser pariente de la reina de Inglaterra tiene sus ventajas y el las había aprovechado, haciendo una inmensa fortuna... y más que tendría si Tanya llegara a casarse con Edward.
-Querida Heidi, no hables de lo que no sabes; no todo el mundo vive en el mundo de los cuentos de hadas cómo tu... ¿crees que a los ingleses les gustará una princesa que ni siquiera ha nacido en Inglaterra?- le preguntó éste.
-No creo que el hecho de nacer o no nacer en Inglaterra sea relevante; además por lo que me habéis contado, es una chica inteligente, discreta y bien educada- contraatacó maliciosa, mirando a la hija de su fallecida hermana Gianna. Tanya la fulminó con la mirada
-Además, el corazón no atiende a razones... y no se puede obligar a nadie a amar a otra persona así por así... no estamos en la Edad Media, ya no se hacen matrimonios concertados- terminó Heidi, pero al alzar la vista, su especie de familia seguía sumida en sus planes.
-Debemos hacer algo ya- dijo Victoria.
-Por eso no os preocupéis, lo tengo todo calculado- canturreó Eleazar con una maliciosa sonrisa.
Heidi se sobresaltó, esa sonrisa de su cuñado no podía traer nada bueno.
-¿Estáis locos?, ¿habéis perdido el juicio?- hizo una pausa, mirando detenidamente a los tres personajes que tenía ante sus narices -si se enteran en palacio no quiero ni imaginar la que se puede organizar- dijo horrorizada.
-Entonces más vale que no te quedes a escuchar- invitó su cuñado, sutilmente, a que se marchara. Dejó la taza de té en la mesa, para levantarse.
-Estáis locos, habéis perdido el rumbo... no pensé que la ambición os llevara a caer tan bajo- se volvió a su hermana, mirándola fijamente -cuándo todo esto estalle, no vengáis con lamentaciones- dicho ésto, salió del salón.
Victoria dirigió una mirada interrogante a su marido, y lo mismo hizo Tanya.
-Y bien, ¿qué has pensado?- preguntó con curiosidad.
-Bueno, he estado cavilando, llegando a varias conclusiones. Si llevan casi un año de noviazgo, deben tener fotos de ellos dos juntos. Con la ayuda de alguien de palacio, filtraremos, de forma anónima, esas fotos a la prensa- concluyó satisfecho.
Victoria y su sobrina se miraron, no muy convencidas del asunto.
-¿Y si palacio no se pronuncia al respecto?, o peor aún, ¿y si confirman el noviazgo?- preguntó de nuevo Tanya.
-Eso es lo de menos... veréis, durante este año la han mantenido protegida, ajena a todo; el tema no es que la noticia llegue a los oídos de la prensa... el quid de la cuestión es si ella soportará el acoso tan de repente; pasó lo mismo con Esme, y le costó acostumbrarse- expuso Eleazar, que siguió tomando la palabra.
-Imaginaos el debate que conllevará, cuestionarán hasta la ropa que lleve; por no hablar de las reacciones de los monárquicos empedernidos; se cuestionará si será una buena princesa y reina en el futuro... y tanto Edward como Bella soportarán mucha presión... demasiada- dijo malicioso.
-Resumiendo, lo que se pretende es hacer que ambos exploten- concluyó Tanya. Éste asintió con un leve movimiento de cabeza.
-Puede que ocurra o no... pero sería un buen motivo para que rompan- dijo Victoria.
-¿Y cómo vas a conseguir esas pruebas, si es que existen?- dijo Tanya de repente.
-Sobornaremos a alguien del servicio- replicó satisfecho.
-Me temo que será una tarea muy complicada... allí todos conocen a la chica, y la adoran; por no hablar de la fidelidad hacia la familia- musitó Victoria pensativa.
-Ya he caído en eso... y he hecho mis investigaciones... tengo a alguien que puede estar dispuesto a ayudarnos; le he citado hoy mismo, debe estar al llegar-.
Siguieron hablando durante unos minutos, hasta que la esperada visita llegó. Un hombre alto, moreno y musculoso, y de mirada fría y calculadora apareció ante sus ojos.
-Siéntate Félix- le ofreció Eleazar. Tomó asiento, mirando de reojo a su alrededor. Se volvió hacia su mujer y su sobrina, para presentarles al individuo.
-Querida, Tanya; el es Félix, mayordomo de palacio, apenas lleva unos meses trabajando allí- el aludido saludó con un movimiento cortés de cabeza, que ambas mujeres devolvieron.
-¿Quiere tomar alguna cosa?- ofreció Victoria a la inesperada visita.
-Un café, si no es mucha molestia- reclamó el aludido.
-Por supuesto; Erin- se dirigió a la chica del servicio- trae un café para el señor- la muchacha salió a cumplir el encargo.
-Supongo que mi marido ya le ha explicado el asunto- interrogó Victoria a Félix.
-¿Por qué está dispuesto a prestarse a ésto?- preguntó Tanya.
-Verá señorita... la chica no es de mi simpatía, ni el príncipe Edward- contestó.
-¿Por algún motivo concreto?- interrogó Tanya curiosa.
-Siempre he creído que la futura reina debe ser alguien con clase... y por supuesto inglesa- dijo simplemente, encogiéndose de hombros.
-Además, mi madre es muy anciana; y la residencia en la que está internada cuesta mucho dinero- dijo sin tapujos.
-Así que lo hace por dinero... pensaba que Carlisle y Esme eran más generosos con el sueldo de sus empleados- dijo Victoria.
-Y lo son, no puedo quejarme en ese aspecto... pero una ayuda extra nunca viene nada mal- dijo el hombre, tomando la taza de café.
Después de un incómodo silencio, Eleazar tomó la palabra.
-Bien, este es el trato; necesito que alguien rebusque entre las cosas de Edward fotos de ellos dos juntos, me da igual que sean o no sean comprometidas. Eso no lo puede hacer nadie que no esté dentro del propio palacio- explicó Eleazar. Félix asintió.
-Las fotos existen, de muchos momentos... es más, en junio se fueron de vacaciones ellos dos solos a las Sheychelles- explicó Félix.
-¿A las Sheychelles?; vaya, vaya... Edward si que sabe tirar el dinero en su noviecita- siseó Tanya con rabia y envidia.
-¿Dónde pueden estar esas fotos?- siguió preguntándose Victoria.
-Rebuscarás en cajones, armarios, ordenadores... en cualquier sitio que se te ocurra- le dijo Eleazar.
-Descuide, tarde o temprano daré con ellas- le prometió Félix.
Éste se levantó, dirigiéndose a su despacho. Volvió unos minutos después, con un pequeño aparato con puerto USB y un abultado sobre blanco.
-Es un microchip de última tecnología; te servirá por si debes acceder a ordenadores y agendas electrónicas con clave; no lo utilices si no es estrictamente necesario- le advirtió, y le tendió el sobre- mi parte del trato, cinco mil libras. El resto cuándo nos des lo que buscamos- el hombre cogió rápidamente el sobre.
Ambos hombres se estrecharon las manos, mientras Victoria y su sobrina se miraban entre sí con una malévola sonrisa... el plan estaba en marcha.
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Llevábamos una semana en Forks, y nos estábamos divirtiendo de lo lindo. Mi padre y Sue decidieron retrasar sus vacaciones hasta agosto, para pasar con nosotros todo el tiempo que les fuera posible. Estaba en el jardín trasero de mi casa, ayudando a Sue a tender la ropa mientras Edward y mi padre montaban la inmensa barbacoa que íbamos a celebrar esa noche.
Había invitado a Ángela y Ben, que ya habían regresado de pasar unos días en Sacramento con los abuelos de ella. El resto de mi pandilla no regresaba hasta dentro de unos días, ya que cada uno estaba con sus respectivas familias en sus lugares de veraneo.
Sue y yo observábamos divertidas la escena. Rose y Emmet se habían ido al súper, a comprar todo lo que Charlie les había puesto en la lista para la cena de esta noche... y lo que se estaban perdiendo no tenía precio.
Mi padre, por fin, se había comprado la barbacoa de sus sueños; era enorme y muy moderna... y no se le ocurrió otra cosa que esperar a Edward para montarla. Estaban empezando a maldecir los dos por lo bajini, ya que o no encontraban los tornillos o no les encajaba una pieza. Mientras los miraba, seguí sumida en mis pensamientos.
A Edward y Emmet les encantó mi casa... lo que no les encantó tanto fue la advertencia que mi padre, muy sutilmente, nos hizo a los cuatro.
-"Bien, esta es vuestra habitación; Rosalie dormirá con Bella... y recordad que en esta casa se duerme con las puertas abiertas..." -dejó la frase inconclusa, mirando a Edward y Emmet con una ceja alzada.
Desde nuestra llegada, no habíamos tenido ningún problema. Edward estaba encantado de poder ir a tomarse un café o salir a pasear por la calle sin que le reconocieran. Le había enseñado mis lugares favoritos de Forks, así como mi antiguo instituto.
Emmet y mi novio también visitaron la comisaría donde trabajaba mi padre, el cual presentó orgulloso a su yerno, según me contó Edward esa misma noche. Emmet estaba emocionado, toquiteando todo sin parar; incluso se sacó una foto en el coche patrulla de mi padre, con la gorra incluida.
Los miraba con una sonrisa, hasta que Sue me sacó de mi trance.
-¿Crees que conseguiremos cenar esta noche?- me preguntó.
-Pues no lo sé... a este paso lo dudo- respondí burlona. Mi padre y Edward me miraron mosqueados.
-Bells... me ofendes; Edward y yo somos muy capaces de montar este cacharro, ¿verdad, hijo?- preguntó mi padre, a lo que Edward dio la razón.
-Charlie... no sé que decirte- respondió Sue riéndose -anda, ayúdame un momento en la cocina- mi padre la siguió a regañadientes. Edward se acercó a mi.
-Todavía no me has dado mi beso de buenos días- dijo juguetón, mientras me aprisionaba entre sus brazos.
-Creo que si te lo di- repuse divertida. Edward rodó los ojos.
-Ese me lo diste en la mejilla... no cuenta- respondió pagado de si mismo, esbozando su característica sonrisa.
Me mordí el labio inferior comicamente, mientras meditaba. No tuve tiempo para nada más, ya que su boca capturó mis labios, dándome un beso que me dejó sin aliento. Sentí sus manos pasear por mi espalda, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera ante su contacto... ¿cuándo tuviéramos sesenta años seguiría sintiendo esa sensación?; esperaba que sí.
Mis manos se apostaron en su cuello... y cómo ocurría cada vez que besaba a Edward, el tiempo y todo lo que sucedía a nuestro alrededor se evaporó... hasta que un carraspeo nos hizo separarnos.
-¿No podéis manteneros despegados el uno del otro ni dos horas?- preguntó Emmet en su peculiar tono burlón.
Arqueé una ceja a la vez que negaba con la cabeza. Edward le devolvía la sonrisa burlona.
-¿Y vosotros...?; porque que yo recuerde, habéis tardado tres horas en hacer la compra-.
-¿Y qué problema hay con eso?- devolvió la pregunta confuso.
-¿Qué el supermercado está a diez minutos en coche?- respondió Edward, a la vez que Rosalie se ponía más roja que un tomate.
-Es que estoy acostumbrado a dormir abraz... - se intentó intentar explicar Emmet, pero Edward lo cortó al instante.
-Nos entendemos Em, pero no podemos saltarnos las reglas del jefe Swan- exclamó divertido.
Decidimos dejar ahí la conversación, ya que mi padre volvió a jardín.
Unas cuántas horas después, la barbacoa ya estaba de pie, encendida y preparada para ser usada. La enorme mesa de madera también estaba lista...y mi padre se autoproclamó chef de la noche, con su característico delantal que simulaba un traje de preso. Emmet y Edward se reían por lo bajo, la verdad es que mi padre estaba muy cómico, dando la vuelta a las chuletas.
En ese momento entró Sue, acompañada de dos personas muy especiales.
-Bella... creo que alguien quiere saludarte-. Al girarme, Ángela y Ben estaban allí, con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Ang!- corrí a abrazarla, hacía muchos meses que no la veía.
-Que ganas tenía de verte- le dije.
-Y yo a ti... te has hecho demasiado inglesa- dijo en broma.
Después de saludar a Ben, Rose se acercó a saludarles, ya que se conocían del verano pasado.
Respiré profundamente, y me giré de nuevo para Ángela.
-Voy a presentaros a alguien- les dije mientras los guiaba al jardín. Al ver a Edward, los grandes ojos negros de Ángela se abrieron por la sorpresa, al igual que los de Ben.
-Bella... ¿por qué no me lo has contado?- siseó en mi oído.
-No podía hacerlo; apenas lo saben nuestras familias, y...- no pude seguir, ya que me interrumpió.
-¿Es quién yo creo que es?- era Ben el que preguntaba. Asentí con la cabeza, Ángela era mi mejor amiga, y me sentía un poco culpable de no habérselo contado.
-¿Desde cuándo?- preguntó ella escuetamente.
-Desde el pasado septiembre- musité en voz baja -no te enfades conmigo por favor- le pedí con carita de pena. Se quedó unos minutos en silencio, meditando la situación.
-¿Y a qué esperas para presentármelo?- me dijo divertida e ilusionada -luego tenenos que hablar, quiero detalles- me indicó, señalándome con el dedo. Suspiré aliviada, no quería que ella se enfadara conmigo. Nos acercamos hasta dónde estaba Edward.
-Ben, Ang, el es Edward, mi novio- éste estiró la mano para saludar a Ben, que seguía mudo de la impresión, y después le dio dos besos a Ángela.
-Es un placer conoceros por fin; Bella me ha hablado mucho de vosotros- les dijo mientras me pasaba el brazo por la cintura.
-Encantada alt...- Edward la cortó.
-Sólo Edward por favor- les dijo amablemente.
Una vez se les pasó el schock inicial, debido a que Edward empezó a hablar con ellos con naturalidad, y después de presentarles a Emmet, por fin pudimos sentarnos a la mesa a cenar.
Los chicos y Charlie estaban entretenidos, hablando de deportes, de modo que Ang empezó el extenso interrogatorio. Cada vez que me preguntaba algo, ni Sue ni Rose me dejaban contestar, ya que se me adelantaban. Por suerte y conociendo a Ang, los detalles más íntimos se los ahorró en presencia de Sue.
-Es increíble... y tan romántico- no dejaba de repetir esa frase. Una vez escuchó la historia completa, se volvió hacia mi, dándome un gran abrazo.
-Me alegro tanto por ti Bella, por fin te has enamorado... en el instituto creí que eras anti-hombres...- dijo algo seria.
-Simplemente pasaba que no eran Edward- respondí encogiéndome de hombros.
-Vas a ser una princesa... es... un cuento de hadas... en pleno siglo XXI- murmuró casi para si misma -espero que dentro de unos años me invites a tu boda- añadió divertida.
-Eso no se sabe todavía Ang- le reprendí con una sonrisa -vamos a por el postre- le pedí, levantándonos y entrando a la cocina. Saqué la tarta de queso de la nevera, mientras mi amiga buscaba los platos en la alacena.
Antes de salir, volvió a hablar.
-Me alegro mucho por ti amiga, de verdad- me dijo guiñándome un ojo. Sonreí mientras la abrazaba. Me separé de ella, para pedirle un gran favor.
-Sólo te pido una cosa- suspiré antes de volver a tomar la palabra -no digas nada, por favor, apenas lo sabe la familia y el círculo muy íntimo- mi amiga asintió.
-Lo suponía; habría sido el cotilleo más jugoso que nunca se hubiese oído en Forks; me hago una idea de lo que sería estar perseguida por los periodistas -dijo con una graciosa mueca, aludiendo a su futura profesión -no te preocupes Bella, tu secreto está a salvo con nosotros, y tranquila, hablaré con Ben- me aseguró.
Le agradecí sus palabras, era una chica estupenda.
-¿Al resto le vas a decir quién es realmente?- me preguntó de nuevo.
-No... creo que de momento es mejor así... no quiero ni pensar en lo que diría Jess al enterarse... además, ¿crees que guardaría el secreto, con lo bocazas que es?- interrogué con una ceja alzada.
-Cierto- resopló, dándome la razón. En ese momento entró Edward en la cocina.
-Venía a ver si os habíais perdido; a Emmet sólo le falta aporrear la mesa pidiendo el postre- me explicó divertido.
-Ahora vamos- respondí, negando con frustración. Emmet era igual que un niño pequeño.
Salí por la puerta trasera, mientras el y Ang se quedaban un momento hablando en la cocina. Podía escuchar sus risas al acercarse a la mesa.
-¿Qué es tan divertido?- indagué curiosa.
-Nada; Edward me estaba contando cómo te secuestraron el palacio la noche en que se te declaró- exclamó entre risas -y la verdad es que no me extraña... hicieron bien, conociéndote- añadió aún entre risas, a las que se sumaron Rose y Emmet.
-Gracias por burlaros de mi- dije con una mano en el corazón, haciéndome la ofendida de forma teatral. Edward me rodeó los hombros con su brazo, dándome un suave besito en la mejilla, y susurrándome al oído.
-Te lo he dicho mil veces, me encanta verte refunfuñar- su sensual tono de voz hizo que me pusiera más roja que un tomate. Le di un ligero golpe en el pecho, reprendiéndole con cariño.
La velada transcurrió sin sobresaltos; mi padre y Sue enseguida se retiraron a descansar, dejándonos a los seis en el jardín, sumidos en una divertida conversación. Edward, Emmet y Ben habían congeniado muy bien. Miraba el rostro de mi novio, contento por conocer a gente fuera de su mundo y poder hablar con tranquilidad.
El tiempo estival pasaba rápido y fugaz. Ya estábamos a finales de agosto, y habíamos hecho mil y una cosas y recorrido toda la zona y los alrededores. Los chicos habían conocido al resto de mis amigos; todavía tenía en mi retina el asombro de Jess al presentarle a Edward... y el evidente y descarado escaneo al que le sometió. Edward me confesó en casa que le recordaba un poco a Tanya.
También conoció a la abuela Swan... y fue una tarde memorable... cada vez que me acordaba, no podía parar de reír.
Edward y yo nos adentramos en los jardines de la residencia de Port Ángeles, seguidos por Charlie y Sue. Edward le había dado el día libre a Emmet, ya que Rose y él también merecían un poco de intimidad. Al lado de un banco, divisé a a mi abuelita, sentada en una silla de ruedas. Me volví a mi padre, muy preocupada.
-¿Ya no puede andar?- pregunté entristecida. Edward me observaba preocupado.
-Sí que puede Bells... lo que ocurre es que cada día está más torpe; de modo que consideraron que por aquí no hiciese esfuerzos... pero si te fijas, lleva el bastón en la mano- me dijo señalándola.
Asentí, respirando un poco más tranquila, mientras nos acercábamos a ella.
-Abuela- llamé su atención, agachándome a su lado. Sus ojos, cubiertos a su alrededor de pequeñas arrugitas, me observaron un breve momento, reconociéndome. Una sonrisa apareció en su rostro.
-Isabella... mi niña- literalmente me tiré en sus brazos, abrazándola conmovida. Una vez me soltó, me inspeccionó de arriba a bajo con una sonrisa permanente en su arrugada cara.
-Estás muy guapa... eres igual que tu madre... porque a mi hijo no te pareces mucho... gracias a Dios- masculló con el ceño fruncido. Edward, Sue y yo tuvimos que ahogar la carcajada, mientras mi padre rodaba los ojos.
-Mamá... no empecemos- le saludó y se acercó a ella, para darle un beso, seguido de Sue.
-Hola mamá Swan- saludó Sue.
-Hola hija... espero que me hayas traído mis bombones favoritos- exclamó contenta. Sue le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
-Sabes que no te convienen... ¡ouch!- se quejó mi padre, ya que le había dado un golpe en la espinilla con su bastón.
-Qué sabrás tu lo que me conviene- murmuró, mirándole con el ceño fruncido, para después volverse a mi -pero cuéntame hija, ¿qué tal por Londres?- .
-Muy bien abuela, y la universidad también- le respondí con una sonrisa. Ésta asintió, y su mirada se posó en Edward.
-¿No me presentas a este guapo muchacho?- preguntó pícara. Le tomé de la mano, acercándole.
-Abuela... es mi novio, Edward- le presenté.
-¡Por fin mi nieta se ha enamorado!; es un gusto conocerte- le dijo contenta.
-El gusto es mío señora Swan- le dijo Edward, mientras tomaba la mano que ella le alzaba, para besársela. La cara de mi abuela no tenía precio.
-Llámame abuela... qué modales tan exquisitos... eres todo un caballero... no como otros- respondió, mirando a mi padre con una ceja alzada. Mi novio y yo nos reímos con disimulo... pero Sue no pudo esconder la risotada. La cara de mi padre era todo un poema.
-Espero que mi hijo esté siendo buen suegro y te trate bien- interrogó a Edward seria -si te causa problemas o te agobia, dímelo y le haré entrar en razón- exclamó, alzando su bastón y apuntando a mi padre.
-Mamá... déjalo ya- masculló mi padre, ligeramente enfadado. Edward sonrió, antes de contestar.
-Tranquila abuela, tanto su hijo como Sue me tratan estupendamente- la guiñó un ojo cómplice.
Mi padre y Sue se ausentaron unos momentos, para ir a buscar unos cafés. La abuela nos señaló el banco con su bastón, invitándonos a tomar asiento a su lado.
-Bien... háblame de ti... eres inglés, ¿cierto?, tu acento te delata- interrogó a Edward con una gran sonrisa.
Mi novio asintió, contestando pacientemente a las preguntas que mi abuela le realizaba.
-Eres un muchacho encantador... y se nota que quieres a mi nieta, me siento halagada de que la quieras de esa forma- concluyó contenta la abuela Swan. Edward me tomó de la mano, regalándome una de sus encantadoras sonrisas, que yo devolví tímidamente.
-Pero... no me habéis dicho toda la verdad- dijo la anciana, con falso enojo. Edward y yo la miramos sin entender. Nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
-¿Cuándo me vais a contar que eres el príncipe heredero de Inglaterra?... ¿y qué mi nieta será la futura reina?- preguntó en voz baja. Me quedé pegada al asiento, mientras Edward la miraba alucinado. Ella nos miraba con una sonrisa de suficiencia.
-Abuelita, ¿cómo...?- dejé la frase inconclusa.
-Veréis... a tu padre y a Sue, alguna vez, se les escapaban comentarios y frases que me daban que pensar... sabía que tenías novio... y que se llamaba Edward; sólo necesité recordar ciertos comentarios... cómo por ejemplo tu apellido, Cullen... de modo que até cabos... mis piernas no funcionarán bien, pero ésto está estupendamente- nos explicó risueña y divertida, tocándose su canosa cabeza. Al ver nuestro asombro, nos indicó en voz baja.
-Ayudadme a levantar, necesito mover mis oxidadas piernas-. Edward y yo la ayudamos a levantarse, y agarrándola cada uno de un brazo, caminamos lentamente con ella. Mi abuela pareció meditar unos minutos, hasta que por fin habló.
-Sabía que el destino te tenía guardado un lugar especial y privilegiado, Isabella; no puedo sentirme más orgullosa de ti de lo que estoy ahora- contó mientras me miraba con cariño.
-Abuela...- suspiré un poco emocionada.
-Pero lo importante es que ambos os queráis... y que en el futuro os ayudéis y apoyéis mutuamente- hizo una pausa, para seguir hablando -pasaréis momentos buenos... pero también muy malos... es lo que tienen las grandes historias de amor- nos explicó con cariño y una mezcla de sabiduría en sus ojos -y tranquilos... mis labios están sellados- nos guiñó un ojo.
Seguimos paseando con ella un rato más, hasta que llegaron mi padre y Sue. La tarde transcurrió entre divertidas charlas y risas... y las regañinas que le echaba mi abuela a mi padre, cómo si siguiera siendo un niño.
-Espero volváis pronto a visitarme- nos dijo después de abrazarnos a Edward y a mi.
-Te recogeremos para comer todos juntos el día de mi cumpleaños- le dije.
-Espero vengáis vosotros dos -nos dijo señalándonos a Edward y a mi; tu padre conduce muy mal- refunfuñó.
-No conduzco mal mamá... simplemente respeto las reglas de tráfico- le respondió mi padre.
-Pamplinas... hasta las tortugas viajan más rápido que nosotros- musitó fastidiada -rodó los ojos, mientras se volvía a nosotros dos -bien hijos, nos vemos pronto-.
Íbamos paseando, acercándonos a los acantilados de la Push; la puesta de sol desde allí era muy bonita... y hacía mucho que no paseaba por allí. Edward estaba hablando por el móvil, aunque su otra mano en ningún momento soltó la mía. Iba recordando la divertida conversación con la abuela, cuándo mi teléfono vibró en mi bolsillo. Viendo quién era, respondí al instante.
-Hola Ang-.
-Hola Bella... os llamaba porque el sábado hay un mercadillo medieval en Port Ángeles... ¿os gustaría acercaros?- preguntó.
-Espera, que pongo el altavoz... repite el plan- le dije, observando que Edward ya había colgado el teléfono. Una vez volvió a hacer la pregunta, mi novio afirmó con la cabeza.
-Hecho, nos apuntamos; además a Rose también le gustará ir- confirmé.
-Vale... entonces el sábado pasamos por tu casa a recogeros; ¿os va bien a las diez?-.
-Perfecto- dijo Edward.
-Bien, me voy pitando a casa de Ben... tenemos cena familiar- se despidió.
-Portaos bien- le recomendó Edward con una pilla sonrisa.
-Lo mismo digo... principitos- susurró muy bajito, aguántándose la risa -hasta el sábado- cortó la comunicación.
Seguimos caminando, hasta que nos sentamos en una pequeña roca, desde donde se veía toda la playa y los acantilados de la Push. Contemplamos el paisaje en silencio, escuchando el ritmo de nuestra respiraciones. Cerré los ojos, mientras Edward me envolvía entre sus brazos.
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Hotel Lexintong; Seattle
Aquello era frustrante, desesperante... Jacob Black y Paul Simmons llevaban casi un mes por allí... y ni rastro del príncipe Edward. Había recorrido todas las ciudades importante del estado, incluso habían pasado la frontera, para ir a Vancouver... pero nada.
En el aeropuerto no averiguaron nada.. por allí no habían visto a nadie que coincidiera con la descripción de Edward, ni con la de Emmet... dedujeron que si estaban aquí, no habían alquilado ningún coche, ya se habían preocupado de preguntar al encargado del aeropuerto.
Jake colgó el teléfono bufando como un toro bravo; acababa de hablar con James, su jefe... y la conversación no había sido nada agradable. En una semana se les acababa el visado, y volvían a Londres con las manos vacías.
Enfrente suyo, Paul estudiaba un mapa de la zona.
-¿No ha sido muy amable, cierto?- interrogó sin levantar la vista.
-Cierto... puede que nos hayamos confundido, y hayamos seguido una pista falsa- suspiró frustrado.
Paul levantó la vista, mirando a su compañero.
-Nos queda una semana todavía... y hay zonas que aún no hemos visto...- Jake lo cortó.
-Paul, hemos mirado todas las ciudades y pueblos medianamente grandes... y ni rastro- le recordó.
-Mira... tenemos que aprovechar los días que nos quedan... aunque sea para hacer turismo... pasado mañana podríamos acercarnos a un pequeño pueblo llamado Port Ángeles... este fin de semana hay una feria y mercadillos- le propuso.
Jake aceptó a regañadientes mientras se disponía a tomar una ducha. Lo único que quería era regresar a Londres para poder descansar y estar con su mujer y su pequeño... pero no se podía ni imaginar que esa salida a Port Ángeles le iba a proporcionar la mayor exclusiva de su vida...
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
me encanto la abuela Swan .....se ve que los Swan son todos igual de graciosos
oh dios se acerca el momento de la exclusiva .........y ya sabia yo que Felix era malo .....
oh dios se acerca el momento de la exclusiva .........y ya sabia yo que Felix era malo .....
xole- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
aaaaaaaaaaahhh
me encanto la hidtoria que ira a suceder en la feria
va a kedar la crema enorme
jake esta casado
????
me encanto la hidtoria que ira a suceder en la feria
va a kedar la crema enorme
jake esta casado
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Elizabeth le françoise- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
q burno el capitulo ya tengo ganas de saber como continua espero q no te retrases mucho beso
la_xika_89- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Les dejo dos capitulo de esta hermosa historia...y saludos de la autora para las lectoras del foro (Atal, mil besos amiga, para ti y mis lectoras del otro foro... a ver si algún día me paso por allí.) me hace muy feliz que nos tenga presente.
Capítulo 20: Descubrimientos
EDWARD PVO
-¡Bella, Rosalie!- alcé la voz para que me oyeran desde el piso superior -Ben y Ángela ya están aquí- les recordé, mientras metía mi cartera y el móvil en el bolsillo del pantalón. Me aseguré de coger las llaves del coche y mis gafas de sol y, por si acaso, una gorra. Íbamos a un mercadillo, lo que implicaba multitud de gente; cierto es que no había tenido ningún problema en todo el mes que llevábamos allí, nadie me había reconocido... pero mejor prevenir que curar.
Rose bajó las escaleras poniéndose los pendientes.
-Ya estoy lista... ¿y Emmet?- preguntó, buscándole con la mirada.
-Creo que está en la cocina, saqueando la nevera- repuse. Bufó mientras iba en su busca. Al momento, mi niña bajó. Estaba muy guapa con esa camiseta verde, y los vaqueros ajustados se pegaban a su cuerpo, sin dejar ni una curva para la imaginación. Le abrí los brazos, y ella, al llegar al último escalón, dio un gracioso saltito, aterrizando en ellos.
Después de darle un beso, sin bajarla aun de mis brazos, no pude resistir el susurrarle al oído.
-Estás muy guapa... esos vaqueros te hacen un trasero precioso- ella me miró con picardía, dándome a la vez un pequeño golpe en el brazo.
-Pervertido... - me susurra mientras se ríe, un poco roja de la vergüenza.
-¿Qué?- encogí los hombros inocentemente, mientras le daba un pequeño besito en la nariz -eres mi novia, tengo derecho a piropear cada parte de tu cuerpo- repuse con fingido enojo.
-¿Y si otro lo hace?- responde alzando una ceja, pero siempre con el tono bromista en su voz.
-De eso nada- repuse un poco serio. Ella se echó a reír, escondiendo su cara en mi cuello.
-Tampoco quiero eso, tranquilo... soy toda tuya- me murmuró al oído, con voz dulce. Se volvió a abrazar a mi, mientras yo acariciaba su espalda lentamente, como a ella le gustaba... pero poco duró el íntimo momento, ya que Emmet y Rosalie salían, por fin, de la cocina.
-No os despegáis ni con disolvente- dijo rodando los ojos. Mi novia le sacó la lengua, cual niña pequeña.
-Y tu no puedes vivir sin dejar de visitar el frigorífico cada dos horas... si yo fuera Rose, me empezaría a preocupar- le pinché. Bella y Rose se reían, y Emmet bufaba molesto.
-Muy gracioso, Alteza Real... y ahora vámonos- dijo saliendo por la puerta, seguido por todos nosotros.
Una vez llegamos a Port Ángeles, y después de dar mil vueltas, conseguimos aparcar. Nos reunimos con Ben y Ang y nos adentramos en el bullicio de gente. Debido a que cada pareja deseaba ver diferentes puestos, decidimos separarnos y quedamos una hora después en la cafetería que había a la entrada de la explanada, donde se celebraba el mercadillo. Ben y Ang se fueron hacia un lado, mientras que Rose tiraba de Emmet para ir a dónde se encontraban los puestos de ropa y bisutería.
-¿Por dónde quieres empezar?- interrogué a mi novia. Ella señaló la sección de libros antiguos. Afirmé mientras le cogía de la mano y tiraba de ella.
Al llegar a los puestos, rodeé su cintura, abrazándole por detrás. Ella miraba curiosa los títulos mientras yo observaba por encima de su hombro.
-Mira Edward- levantó un libro con las tapas de piel verde oscura y las hojas amarillentas- tiene que ser interesante- me dijo.
Me bajé un poco las gafas de sol, leyendo el título, escrito en letras góticas de color dorado.
-"El fantasma de Canterbury y otras leyendas inglesas"- sonreí por el título - ¿no te he contado alguna de estas leyendas?- le pregunté extrañado. Ella negó, dispuesta a escucharme.
-Bueno... hay mil y una historias de fantasmas ingleses... nuestra cultura popular está llena de ellos- le expliqué.
-¿En serio?- preguntó muy interesada, mientras dejaba el libro. Seguimos andando, uno detrás del otro, con su pequeño cuerpo pegado a mi pecho.
-Por ejemplo... sabes que Enrique VIII se casó seis veces -ella afirmó con la cabeza -al divorciarse de Catalina de Aragón, para poder casarse con Ana Bolena, se produjo la ruptura con la Iglesia de Roma – le iba contando.
-La creación de la Iglesia Anglicana- afirmó mi niña. Asentí mientras proseguía la historia.
-Pues después conoció a Jane Seymour, repudiando a Ana Bolena. Sus más allegados le convencieron de que Ana le había traicionado, y fue juzgada y condenada a morir decapitada en la Torre de Londres- seguí con mi relato. Ella me escuchaba atentamente, en silencio.
-Desde entonces, se dice que el mismo día que murió, su espíritu aparece en la torre, vagando por los pasillos y galerías; igual que el Catherine Howard, su quinta esposa, a la que también condenó a morir- concluí. Ella me miraba impresionada.
-Vaya- musitó -¿alguien los ha visto?-.
-Hay unos que dicen que sí, otros piensan que no... yo no se qué creer, la verdad. Hay quién jura y perjura haber visto al mismísimo Enrique VIII- me encogí de hombros, al ver que ella no decía nada, proseguí la historia.
-De todas formas, también se dice que fue un rey caprichoso, que se dejaba influenciar por malas compañías que tenía alrededor suyo- aclaré.
-Espero que todos los reyes no sean así- dijo divertida en voz baja. Reí con ella.
-Seré un buen marido y un buen rey, te lo prometo- murmuré contra sus labios, para después darle un pequeño besito -¿quieres un café?- asintió mientras tiraba hacia el puesto. Una vez con nuestros vasos en la mano, seguimos recorriendo el mercadillo. Llegamos a donde estaban Rose y Emmet, que casualmente estaban con Ben y Ángela.
Las chicas iban delante, observando los puestos, quedándonos los chicos detrás de ellas, charlando de deportes.
Observé que Bella miraba con atención un pequeño joyero de madera, con la tapa labrada. Me acerqué por detrás, acariciando su estómago.
-¿Te gusta?- ella afirmó con la cabeza, pero lo volvió a dejar en su sitio.
-Te lo compro... como regalo de cumpleaños- le aclaré rápidamente.
-Edward... ya te he dicho mil veces que no quier...- no la dejé terminar, ya que le di un beso para que no protestara. Ella paró un momento, quitándome las gafas.
-Me doy con ellas- dijo con una pequeña risita, para después volver a besarnos. Una vez me liberó de ese estupendo beso, le puse un puchero del estilo de los que hace mi hermana. Ella negaba con la cabeza mientras volvía a colocar mis gafas en su sitio.
-No te he comprado nada... y además... sabes que en ésto de los regalos es en la única cosa en la que no estamos de acuerdo... anda, por favor- le supliqué con cara de niño bueno... si mi niña supiera que su regalo de verdad lo traen mi hermana y Jasper, que van a venir a darle una sorpresa por su cumpleaños... esperaba que no se enfadase mucho ese día.
-Está bien... lo acepto por mi cumpleaños- suspiró con paciencia. Volvió a coger la caja mientras yo pagaba.
Después de un rato paseando, decidimos ir a una famosa pizzería de Port Ángeles. Al final nos liamos más de la cuenta, y no llegamos a casa hasta la hora de cenar.
_______________________________________________________________________________________________________________-
Mercadillo medieval de Port Ángeles, mismo día, unas horas antes.
Jake paseaba detrás de Paul con gesto resignado. Mientras su compañero iba parando en cada puesto que encontraba y compraba regalos para toda su familia, el iba metido en sus pensamientos.
Por un lado, las ganas de volver a su casa y disfrutar de sus vacaciones familiares en Dover, pueblo costero dónde su mujer había nacido.
Y por el otro, maldecía la hora en que se le ocurrió perseguir una teoría... pero era extraño. Según le dijeron al llamar a la redacción, en Londres, no había ni rastro del príncipe en todas las islas británicas... ¿dónde coño estaría?.
Llevaban ya un buen rato recorriendo aquel sitio, y su estómago clamaba por un poco de comida.
-Paul, tengo hambre, vamos a comer algo-.
-Ya voy... - se dio la vuelta, mirando a su amigo- eres un agonías, tío; no dejas a uno relajarse-.
Jacob se volvió para curiosear un puesto de dulces y pastas, pero la voz de Paul le interrumpió su tarea.
-Jake... no te lo vas a creer- la voz de su amigo era apenas un murmullo; extrañado se dio la vuelta. Parados en un puesto de ropa, estaban una chica rubia, desconocida para ellos, con un chico que era todo músculos, moreno de pelo, y una cara arrogante que habían visto demasiadas veces.
-Emmet- susurró Jake -eso significa que está aquí; saca las cámaras... y tápate un poco; recuerda que ellos nos conocen a la perfección- le susurró a su compañero, exasperado y ansioso. Paul rodó los ojos ante la obviedad. Después de sacar unas cuantas fotos a Emmet y a la chica, decidieron volver a recorrer el mercadillo. Paul miraba las fotos en la enorme pantalla de la cámara.
-Buenas instantáneas... por cierto, ¿esta chica será novia de Emmet?; si es así, tiene suerte; madre mía... cómo está la rubia- a Paul se le caía la baba admirando a Rosalie.
Andaron durante más de veinte minutos, observando y vigilando a todo el mundo que había allí... era de locos, como buscar una aguja en un pajar.
De repente, Jake se fijó en una pareja que estaba parada frente a un puesto de artesanía de madera; ella era una chica bastante bonita; no tan explosiva como la rubia que estaba con Emmet, pero tenía su encanto, con esos tirabuzones castaños y esa translúcida piel. Detrás suyo,un chico la abrazaba, bastante más alto que ella, también pálido de piel. Iba con una gorrra con la visera un poco baja, como si quisiera ocultar su rostro, y unas gafas de sol. No sabía por qué, ese cuerpo y esos gestos le resultaban familiares.
Los vigiló con disimulo... empezaron a besarse... y vio cómo la joven retiraba las gafas de el... y lo que estaba sucediendo ante sus ojos no tenía precio.
Aunque no se le distinguía bien la cara, no había ninguna duda; eran sus facciones... era el príncipe Edward y su … ¿novia?.
Rápidamente su cámara se puso a disparar a toda máquina, captando cada momento de ese beso que se estaban dando.
Paul llegó a su lado, no se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo.
-¿Has encontrado algo?- susurró a su compañero; estaba tan ocupado en cambiarle la batería a la cámara que no se había dado cuenta. Jake se giró, dejando de hacer fotos, y señalándole la romántica escena. La cara de Paul era de asombro total.
-Joder- fue lo único que pudo decir. Detrás de ellos, Emmet, la chica rubia y otra pareja aguardaban a que ellos pagaran lo que parecía ser una caja de madera. Al alejarse, la pareja se tomó de la mano. Las cámaras volvieron a funcionar, hasta que los vieron alejarse.
-¿Los seguimos?- indagó Paul. Jake negó con la cabeza.
-Primero hay que llamar a James y contarle ésto- musitó, todavía asombrado por la exclusiva que acababa de conseguir -las pruebas las tenemos, y son más que contundentes-.
-De modo que llevan aquí todo el puto mes y no les hemos visto, ¿dónde se alojarán?- se preguntó Paul, hablando consigo mismo.
-Paul... eso es lo de menos; ¿no te das cuenta de que el príncipe tiene novia?- se paró para meditar unos instantes - ¿recuerdas que te comenté que lo noté tenso e incómodo en la rueda de prensa por su cumpleaños, en el palacio?- Paul asintió.
-Si, recuerdo que lo estuvimos comentando... no sé que decir; no imaginé qué nos íbamos a encontrar ésto- dijo, todavía sorprendido.
Jake asintió al comentario de su amigo, y se encaminaron rumbo al coche. Allí hablaron con Londres. Al colgar, Jake se giro a su compañero.
-Tenemos que volver ya mismo; James no quiere que mandemos las fotos, por seguridad; prefiere que las llevemos en persona- le explicó. Paul iba a preguntar algo, pero su compañero tomó la delantera para hablar.
-Una vez allí, hablaremos; por descontado hablarán con palacio- le explicó.
-¿Crees que confirmarán el noviazgo?- Jake se encogió de hombros.
-No lo sé; veremos con que nos sale Sam Ulley... pero varias cosas están claras; esa chica debe ser americana, o tener familia aquí... y debe ser alguien muy importante y especial para Edward, sino no... no entiendo el viaje hasta aquí- relató.
-¿Crees que estamos ante la la futura Princesa de Gales?- siguió interrogando Paul.
-Lo sabremos en muy poco tiempo- respondió escuetamente Jake mientras arrancaba el coche, camino del hotel.
Debían darse prisa, ya que en unas pocas horas, debían estar en un avión, camino de Londres.
_______________________________________________________________________________________________________________
Las últimas semanas en Forks pasaron deprisa... y el día del cumpleaños de Bella llegó, y lo celebrábamos con una cena con su padre y Sue, la abuela Swan y nuestros amigos... incluidos mi hermana y Jasper, que llegaban a las seis de la tarde. Después de la cena tomaríamos algo en el pequeño pub que había en Forks, con el resto de los chicos.
Después de comer, mi novia y yo fuimos al supermercado, quedándose Emmet en casa, sacando las camas para Alice y Jasper, sin que Bella no notase; en ese momento Rosalie se escaqueó rumbo al aeropuerto.
Charlie y Sue se fueron a buscar a la abuela Swan a la residencia. Después de un buen rato en el supermercado, volvimos cargados a casa. Toqué el claxon, para que saliese a echarnos una mano.
Al salir, le quitó las bolsas a Bella, que le siguió hasta la cocina, renegando que no necesitaba ayuda.
-No protestes tanto Bella... te ha sentado muy mal cumplir veinte años- le pinchó nuestro amigo- por cierto, ¿qué tenemos de menú?- interrogó curioso.
-Pues... ensalada con pasta y aguacate, espárragos trigueros a la plancha, redondo de ternera asado, tarta de chocolate y almendras... y helado- enumeró pensativa.
-Genial- Emmet se frotaba las manos -¿me dejarás que ponga velitas en la tarta, verdad?- preguntó con una maliciosa sonrisa.
-Ni lo sueñes- se negó tajantemente, con los brazos cruzados –por cierto, ¿Rose?- preguntó, buscándola con la mirada.
-Le ha llamado Ángela, vuelve enseguida- mintió mi amigo a la perfección. Ella asintió, para ponerse con la cena.
-Voy a ir adelantando, para que cuándo llegue Sue no tenga tanto que hacer- nos explicó.
-Te ayudo- dije poniéndome a su lado.
Fuimos preparando varias cosas, a la vez que Emmet abría la gran mesa del salón; pasó un buen rato, hasta que oímos un coche aparcar, era el coche patrulla, ya que Rose se había llevado el de Bella.
-Emmet, ayúdame- salimos para ayudar a la abuela de Bella, que estaba de un humor de perros con Charlie.
-¡Por fin!; santo dios, que viacejito; pensaba que no llegaríamos hasta la semana que viene- farfullaba entre dientes.
Le abrí la puerta, ayudándola a bajar.
-Hola abuela- la saludé.
-Edward, hijo, que alegría verte; ¿por qué no habéis venido tú y Bella a recogerme?- me preguntó un poco enojada.
-Teníamos que quedarnos aquí a preparar la cena- le expliqué divertido.
-Mamá, no atosigues al chico- le dijo Charlie mientras sacaba la silla de ruedas del maletero.
-Calla alcornoque- le regañó, lo que provocó la risotada mía y de Emmet, y la mirada inquisitiva que nos lanzó mi suegro.
Emmet y yo ayudamos a la abuela a adentrarse en la casa; Sue ya estaba en la cocina manos a la obra, junto con Bella. La anciana se quedó estudiando a Emmet de arriba a bajo.
-¿Y quién eres tú, hijo?- le interrogó.
-Soy Emmet McArthy, amigo de Edward y su escolta privada; es un placer conocerla- le dijo afectuosamente mientras le daba la mano que le tendía.
-Es un placer conocerte... de modo que eres una especie de policía, ¿perteneces a Scotland Yard?- le preguntó curiosa. Emmet se río por lo bajo.
-Mas o menos... pertenezco a la Guardia Real... pero ahora estoy destinado en Seguridad- le explicó con simpatía. En ese momento, Bella y Charlie entraron en la sala. Mi novia corrió a abrazarla.
-Feliz cumpleaños tesoro... veinte años... no puedo creer cómo pasa el tiempo- le dijo afectuosa mientras le tendía un pequeño paquete.
-Parece que fue ayer- musitó Charlie.
-Pues perdona que te contradiga... por ti si que ha pasado el tiempo Charles... cada día estás más calvo- apuntó su madre, con las manos apoyadas en su bastón y mirándole con una mueca. Bella, Em y yo nos echamos a reír a carcajada limpia.
-Bella, me nombro fan número uno de tu abuela... es absolutamente genial- decía Emmet.
-Abuela- le regañó Bella entre risas. La mujer le tendió un pequeño paquete... y otro para mi.
-Pero abuela... si no es mi cumpleaños- repuse extrañado. Ella hizo un gesto para que lo abriera.
-Bella me contó que fue en junio... y dado que ya perteneces a la familia, te lo debía- me explicó con cariño.
Bella abrió su regalo, descubriendo una bufanda tejida en angora, de color lila, con unos guantes a juego. Tanto en la bufanda como en los guantes estaban rodeados por los bordes con una cinta de un color lila más oscuro. Curioso, abrí mi regalo; el mío era otra bufanda, de color gris, también de angora, con el ribete en negro.
-¿Las has hecho tú, abuela?- le preguntó Bella sorprendida. La mujer asintió con la cabeza.
-A saber qué tiempo hace en Londres en invierno; no quiero que os enferméis- dijo graciosamente.
-Muchas gracias- le agradecí, conmovido por el gesto.
Le dimos un beso a la buena mujer, que sonreía satisfecha.
Proseguimos poniendo la mesa y preparando la cena... hasta que tocaron el timbre. Ben y Ang habían llegado, y detrás estaba Rose, Alice y Jasper. Les hice un gesto de silencio, dejando a mi hermana y mi cuñado en la puerta.
Bella hablaba con los recién llegados, hasta que la interrumpí.
-Cariño, hay un mensajero en la puerta... trae un paquete desde Londres. Bella se dirigió allí, extrañada; al abrir del todo la puerta se quedó sin palabras.
-¡Feliz cumpleaños Bellie!- mi hermana y ella se abrazaron durante un buen rato. Después de abrazar a Jasper, los hizo entrar en casa.
-Pero cómo es posible, ¿por qué no me habíais dicho nada?- preguntaba alucinada.
-Queríamos darte una sorpresa... y lo hemos conseguido; nos quedamos diez días, de modo que volvemos a Londres todos juntos- le explicó Jasper.
Una vez que la abuela conoció a todos los que faltaban, y dado que aún faltaba un poco para cenar, Bella se dispuso a abrir los regalos.
Por parte de Ben y Ángela, recibió varios libros y un collar de bisutería largo, con unos pendientes a juego. Rose y Emmet le regalaron uno de sus perfumes favoritos y una chaqueta a la que ya había echado el ojo.
Mi hermana y Jasper, un bolso de piel, marrón y grande, según Alice, a la última moda. Bella miró la etiqueta con horror y sorpresa.
-¿Me has comprado un bolso de Prada?- mi hermana se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza.
-No pongas esa cara de terror Bellie... sé que te encanta- afirmó, pagada de sí misma.
-Alice... claro que me encanta, pero esto vale mucho dinero- protestó.
-Pero nada...eres mi cuñada y te mereces lo mejor- mi hermana zanjó la discusión. Bella le dio las gracias emocionada a ella y a Jasper.
Disimuladamente, me la llevé al recibidor, cogiendo el regalo que le había encargado traer a mi hermana.
-Feliz cumpleaños cariño- le susurré mientras se lo tendía.
-Edward...- suspiró -debí imaginarme que no ibas a regalarme sólo un joyero de madera- rezongó resignada, a la vez que lo cogía.
-Empiezas a conocerme- le respondí divertido.
No pudo ocultar la emoción al ver uno de sus libros favoritos. Era una edición original de poemas de Lord Byron, del año 1796.
-Pero Edward... este libro es el de la Biblioteca de Palacio... no puedo aceptarlo; estará catalogado y... -la callé con un dedo en sus suaves labios.
-Quiero que lo tengas tú ,cielo; es que más lees cuándo estás allí- le dije con cariño. Ella simplemente asintió, pasando los brazos por mi cuerpo y escondiendo su carita en mi pecho. La abracé con cariño, mientras le besaba el pelo. Una vez levantó su rostro, me habló divertida.
-¿Sabes?; en el fondo me quedo tranquila... pensaba que ibas a darme un anillo u alguna otra joya- musitó pensativa -y ya tengo la pulsera y los pendientes- dijo señalando a mis anteriores regalos.
-Bueno...- medité la respuesta -el anillo lo tengo... pero te lo daré el día que te pida matrimonio- le expliqué divertido.
-¿Cómo que lo tienes?- interrogó extrañada-
-Pertenece a las joyas de la Casa Real inglesa, por supuesto- seguí explicando. Iba a decir algo, pero la callé.
-Y por el momento, hasta ahí puedo leer- le dije, dando por finalizada la conversación. Ella negó con la cabeza, con gesto paciente. La cogí de la mano para volver al salón.
La cena transcurrió entre risas y charlas divertidísmas... gracias en parte, a la abuela Swan, que no se cortaba en relatar historias de Charlie en su infancia.
-¿De modo qué saliste de la consulta del doctor Sybory con los pantalones y calzoncillos por los tobillos?; esa no me la habías contado- le decía Sue entre risas a un más que avergonzado Charlie.
-Tenía cinco años... y el doctor Sybory parecía que ponía banderillas en vez de inyecciones- protestó enérgicamente.
-Pamplinas... te aterraba ir allí, miedica- le seguía picando la abuela.
Sacamos el enorme pastel de cumpleaños, con velas, pese a las protestas de Bella.
-Vamos Bells... pide un deseo- la animaron Charlie y Sue. Ésta y mi hermana esperaban con la cámara de fotos preparadas. Mi niña cerró los ojos, pensando unos segundos, para después apagar las velas.
Degustamos la tarta y el delicioso helado. Todos repetimos, estaba buenísimo.
-Sue hija, ponme otro trozo- pidió la abuela.
-Mamá, ya sabes lo que dice el médico; no puedes tomar mucha azúcar y... ¡ouch!- el bastón de la abuela impactó en la pierna de Charlie.
-Sabrás tú lo que me conviene, alcornoque- murmuró con fastidio -deja de hacerte el enfermero ideal- le dijo señalando el plato, instándole para que le echara otro trozo.
Toda la mesa estalló en carcajadas, había que reconocer que la abuela era la única que sacaba los colores al jefe Swan.
En un momento de la tertulia, Alice le pasó su móvil a Bella. Oí que saludaba a mis padres, agradeciéndoles el haberse acordado de su cumpleaños. También habló con Maguie, Emily y Sam.
Los jóvenes seguimos la fiesta en el pub del pueblo, con el resto de los amigos de Bella.
Los últimos días pasaron rápido, enseñándoles Forks a Alice y Jasper, que hicieron muy buenas migas con los amigos de Bella.
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Pasado mañana regresábamos a Londres. El día anterior nos habíamos despedido de Ángela y Ben, que volvían a Los Ángeles, ya que aquí la universidad empezaba antes que en Inglaterra. Bella se despidió entre lágrimas de sus amigos, arrancando su promesa de que estaban invitados a conocer Londres y pasar unos días allí con nosotros.
Los ronquidos de Emmet y Jasper me despertaron a eso de las nueve de la mañana. Pasé por el dormitorio de Charlie y Sue, de camino al baño, y ya no había nadie, ya que sus vacaciones habían terminado también. Después de ducharme y vestir, bajé a desayunar. Me sorprendí al encontrara allí a mi niña, vestida y con una taza de café entre sus manos.
-Buenos días cariño, ¿qué haces despierta?- le pregunté mientras me acercaba a ella. Después de darle un beso, me contestó.
-Me he despertado... y no quería levantar aún a las chicas; además... tengo que ir a un sitio- me explicó.
-¿A dónde?, ¿quieres que te acompañe?- interrogué mientras me servía el café.
-Me gustaría... quiero que conozcas a alguien- musitó en un susurro.
No dije nada más, adivinaba a dónde quería ir. Ella fue allí nada más llegamos a Forks. Pero en aquella ocasión quiso ir sola. No me molestó en absoluto, lo entendía a la perfección.
Después de dejar una nota a los demás, salimos rumbo al coche. Bella me dejó conducir, indicándome el camino.
Al llegar al sitio, bajamos y ella sacó de la parte de atrás un pequeño ramo de rosas blancas. Agarró fuertemente mi mano, conduciéndome hasta el lugar.
-Hola mamá- su voz era baja y emocionada -he venido a despedirme, mañana volvemos a Londres- le explicaba a la lápida de mármol gris.
Ella se agachó, quitando unas hierbas secas y otras flores marchitas y colocando las que traía. Al terminar, se quedó agachada allí unos momentos, pasando su dedo por las letras de doradas.
Leí el sencillo epitafio:
Observé a mi niña, una pequeña lágrima caía por su carita. Ella se puso de pie, y la rodeé por detrás con mis brazos, queriendo darle un poco de consuelo.
-Cómo verás, por una vez vengo acompañada- sonrió levemente, mirándome con una pequeña sonrisa- me gustaría tanto que lo pudieras conocer mamá- susurró con voz ahogada, y ya sin poder retener las lágrimas -y que conocieras a su familia, a mis nuevos amigos... te extraño tanto mamá- ella escondió su carra en el hueco de mi cuello. Sólo pude acariciarle el pelo y mecerla suavemente.
-No llores más mi vida... además, estoy seguro de que ella te ve siempre, desde allí dónde esté- intenté consolarla.
-Ojalá fuera cierto- murmuró llorando. Le acaricié la cara con cariño.
-Y lo es... estoy seguro de ello- le respondí con convicción. Ella levantó su rostro, manchado de lágrimas.
-Gracias Edward- me dijo simplemente. Le cogí la cara con mis manos, enmarcando su precioso rostro.
-Bella... es normal, era tu madre... y ya te dije aquella vez en tu casa que cuidaría de ti en estos momentos... y lo haré siempre- le regañé con cariño.
Ella me besó dulcemente, con un casto y tierno beso.
-¿Quieres quedarte a solas?- le pregunté.
-No. Sólo quería decirle adiós- dijo, todavía un poco llorosa.
Permanecimos allí unos minutos, hasta que tomamos el camino de regreso a casa.
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Mansión de los Platt; Surrey, este de Inglaterra. Mediados de septiembre.
Eleazar se revolvía inquieto en su sillón. Félix le había llamado hacía unas horas, confirmándole que tenía el encargo. Victoria y Tanya habían ido a Londres de compras, de modo que se encontraba sólo en casa.
Después de otro rato, Preston, el mayordomo de la casa, le anunció la llegada de la esperada visita. Félix entró en el despacho. Después de saludarse, le tendió lo que parecía ser un pen-drive de ordenador.
-Al final tuve que usar el dispositivo que me entregó- le explicó mientras Eleazar conectaba el pen; sonrió satisfecho.
-Vaya vaya... si que se lo pasaron bien en la Seychelles- murmuraba viendo las fotos; fotos íntimas de una pareja en sus vacaciones en una playa.
Después de observarlas detenidamente, abrió el cajón y sacó un sobre similar al que le dio a Félix la vez anterior.
-Conforme; ahí tienes las cinco mil libras que faltaban- dijo poniéndose de pie y estrechándose las manos -y recuerde; nunca hemos hecho este trato; simplemente conocerá a mi familia y a mi por ir a visitar a mi hermana la reina- le advirtió.
-No se preocupe por eso; adiós- Félix salió de allí como alma que lleva el diablo, guardando muy bien su recompensa.
En su despacho, Eleazar volvía a ver las fotos, murmurando en voz alta.
-Ahora sí me las pagarás Edward, todos esos desaires hacia mi familia y mi hija... y sobre todo tú, querida hermana... puede que Tanya no sea la futura reina... pero Isabella tampoco lo será-.
Capítulo 20: Descubrimientos
EDWARD PVO
-¡Bella, Rosalie!- alcé la voz para que me oyeran desde el piso superior -Ben y Ángela ya están aquí- les recordé, mientras metía mi cartera y el móvil en el bolsillo del pantalón. Me aseguré de coger las llaves del coche y mis gafas de sol y, por si acaso, una gorra. Íbamos a un mercadillo, lo que implicaba multitud de gente; cierto es que no había tenido ningún problema en todo el mes que llevábamos allí, nadie me había reconocido... pero mejor prevenir que curar.
Rose bajó las escaleras poniéndose los pendientes.
-Ya estoy lista... ¿y Emmet?- preguntó, buscándole con la mirada.
-Creo que está en la cocina, saqueando la nevera- repuse. Bufó mientras iba en su busca. Al momento, mi niña bajó. Estaba muy guapa con esa camiseta verde, y los vaqueros ajustados se pegaban a su cuerpo, sin dejar ni una curva para la imaginación. Le abrí los brazos, y ella, al llegar al último escalón, dio un gracioso saltito, aterrizando en ellos.
Después de darle un beso, sin bajarla aun de mis brazos, no pude resistir el susurrarle al oído.
-Estás muy guapa... esos vaqueros te hacen un trasero precioso- ella me miró con picardía, dándome a la vez un pequeño golpe en el brazo.
-Pervertido... - me susurra mientras se ríe, un poco roja de la vergüenza.
-¿Qué?- encogí los hombros inocentemente, mientras le daba un pequeño besito en la nariz -eres mi novia, tengo derecho a piropear cada parte de tu cuerpo- repuse con fingido enojo.
-¿Y si otro lo hace?- responde alzando una ceja, pero siempre con el tono bromista en su voz.
-De eso nada- repuse un poco serio. Ella se echó a reír, escondiendo su cara en mi cuello.
-Tampoco quiero eso, tranquilo... soy toda tuya- me murmuró al oído, con voz dulce. Se volvió a abrazar a mi, mientras yo acariciaba su espalda lentamente, como a ella le gustaba... pero poco duró el íntimo momento, ya que Emmet y Rosalie salían, por fin, de la cocina.
-No os despegáis ni con disolvente- dijo rodando los ojos. Mi novia le sacó la lengua, cual niña pequeña.
-Y tu no puedes vivir sin dejar de visitar el frigorífico cada dos horas... si yo fuera Rose, me empezaría a preocupar- le pinché. Bella y Rose se reían, y Emmet bufaba molesto.
-Muy gracioso, Alteza Real... y ahora vámonos- dijo saliendo por la puerta, seguido por todos nosotros.
Una vez llegamos a Port Ángeles, y después de dar mil vueltas, conseguimos aparcar. Nos reunimos con Ben y Ang y nos adentramos en el bullicio de gente. Debido a que cada pareja deseaba ver diferentes puestos, decidimos separarnos y quedamos una hora después en la cafetería que había a la entrada de la explanada, donde se celebraba el mercadillo. Ben y Ang se fueron hacia un lado, mientras que Rose tiraba de Emmet para ir a dónde se encontraban los puestos de ropa y bisutería.
-¿Por dónde quieres empezar?- interrogué a mi novia. Ella señaló la sección de libros antiguos. Afirmé mientras le cogía de la mano y tiraba de ella.
Al llegar a los puestos, rodeé su cintura, abrazándole por detrás. Ella miraba curiosa los títulos mientras yo observaba por encima de su hombro.
-Mira Edward- levantó un libro con las tapas de piel verde oscura y las hojas amarillentas- tiene que ser interesante- me dijo.
Me bajé un poco las gafas de sol, leyendo el título, escrito en letras góticas de color dorado.
-"El fantasma de Canterbury y otras leyendas inglesas"- sonreí por el título - ¿no te he contado alguna de estas leyendas?- le pregunté extrañado. Ella negó, dispuesta a escucharme.
-Bueno... hay mil y una historias de fantasmas ingleses... nuestra cultura popular está llena de ellos- le expliqué.
-¿En serio?- preguntó muy interesada, mientras dejaba el libro. Seguimos andando, uno detrás del otro, con su pequeño cuerpo pegado a mi pecho.
-Por ejemplo... sabes que Enrique VIII se casó seis veces -ella afirmó con la cabeza -al divorciarse de Catalina de Aragón, para poder casarse con Ana Bolena, se produjo la ruptura con la Iglesia de Roma – le iba contando.
-La creación de la Iglesia Anglicana- afirmó mi niña. Asentí mientras proseguía la historia.
-Pues después conoció a Jane Seymour, repudiando a Ana Bolena. Sus más allegados le convencieron de que Ana le había traicionado, y fue juzgada y condenada a morir decapitada en la Torre de Londres- seguí con mi relato. Ella me escuchaba atentamente, en silencio.
-Desde entonces, se dice que el mismo día que murió, su espíritu aparece en la torre, vagando por los pasillos y galerías; igual que el Catherine Howard, su quinta esposa, a la que también condenó a morir- concluí. Ella me miraba impresionada.
-Vaya- musitó -¿alguien los ha visto?-.
-Hay unos que dicen que sí, otros piensan que no... yo no se qué creer, la verdad. Hay quién jura y perjura haber visto al mismísimo Enrique VIII- me encogí de hombros, al ver que ella no decía nada, proseguí la historia.
-De todas formas, también se dice que fue un rey caprichoso, que se dejaba influenciar por malas compañías que tenía alrededor suyo- aclaré.
-Espero que todos los reyes no sean así- dijo divertida en voz baja. Reí con ella.
-Seré un buen marido y un buen rey, te lo prometo- murmuré contra sus labios, para después darle un pequeño besito -¿quieres un café?- asintió mientras tiraba hacia el puesto. Una vez con nuestros vasos en la mano, seguimos recorriendo el mercadillo. Llegamos a donde estaban Rose y Emmet, que casualmente estaban con Ben y Ángela.
Las chicas iban delante, observando los puestos, quedándonos los chicos detrás de ellas, charlando de deportes.
Observé que Bella miraba con atención un pequeño joyero de madera, con la tapa labrada. Me acerqué por detrás, acariciando su estómago.
-¿Te gusta?- ella afirmó con la cabeza, pero lo volvió a dejar en su sitio.
-Te lo compro... como regalo de cumpleaños- le aclaré rápidamente.
-Edward... ya te he dicho mil veces que no quier...- no la dejé terminar, ya que le di un beso para que no protestara. Ella paró un momento, quitándome las gafas.
-Me doy con ellas- dijo con una pequeña risita, para después volver a besarnos. Una vez me liberó de ese estupendo beso, le puse un puchero del estilo de los que hace mi hermana. Ella negaba con la cabeza mientras volvía a colocar mis gafas en su sitio.
-No te he comprado nada... y además... sabes que en ésto de los regalos es en la única cosa en la que no estamos de acuerdo... anda, por favor- le supliqué con cara de niño bueno... si mi niña supiera que su regalo de verdad lo traen mi hermana y Jasper, que van a venir a darle una sorpresa por su cumpleaños... esperaba que no se enfadase mucho ese día.
-Está bien... lo acepto por mi cumpleaños- suspiró con paciencia. Volvió a coger la caja mientras yo pagaba.
Después de un rato paseando, decidimos ir a una famosa pizzería de Port Ángeles. Al final nos liamos más de la cuenta, y no llegamos a casa hasta la hora de cenar.
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Mercadillo medieval de Port Ángeles, mismo día, unas horas antes.
Jake paseaba detrás de Paul con gesto resignado. Mientras su compañero iba parando en cada puesto que encontraba y compraba regalos para toda su familia, el iba metido en sus pensamientos.
Por un lado, las ganas de volver a su casa y disfrutar de sus vacaciones familiares en Dover, pueblo costero dónde su mujer había nacido.
Y por el otro, maldecía la hora en que se le ocurrió perseguir una teoría... pero era extraño. Según le dijeron al llamar a la redacción, en Londres, no había ni rastro del príncipe en todas las islas británicas... ¿dónde coño estaría?.
Llevaban ya un buen rato recorriendo aquel sitio, y su estómago clamaba por un poco de comida.
-Paul, tengo hambre, vamos a comer algo-.
-Ya voy... - se dio la vuelta, mirando a su amigo- eres un agonías, tío; no dejas a uno relajarse-.
Jacob se volvió para curiosear un puesto de dulces y pastas, pero la voz de Paul le interrumpió su tarea.
-Jake... no te lo vas a creer- la voz de su amigo era apenas un murmullo; extrañado se dio la vuelta. Parados en un puesto de ropa, estaban una chica rubia, desconocida para ellos, con un chico que era todo músculos, moreno de pelo, y una cara arrogante que habían visto demasiadas veces.
-Emmet- susurró Jake -eso significa que está aquí; saca las cámaras... y tápate un poco; recuerda que ellos nos conocen a la perfección- le susurró a su compañero, exasperado y ansioso. Paul rodó los ojos ante la obviedad. Después de sacar unas cuantas fotos a Emmet y a la chica, decidieron volver a recorrer el mercadillo. Paul miraba las fotos en la enorme pantalla de la cámara.
-Buenas instantáneas... por cierto, ¿esta chica será novia de Emmet?; si es así, tiene suerte; madre mía... cómo está la rubia- a Paul se le caía la baba admirando a Rosalie.
Andaron durante más de veinte minutos, observando y vigilando a todo el mundo que había allí... era de locos, como buscar una aguja en un pajar.
De repente, Jake se fijó en una pareja que estaba parada frente a un puesto de artesanía de madera; ella era una chica bastante bonita; no tan explosiva como la rubia que estaba con Emmet, pero tenía su encanto, con esos tirabuzones castaños y esa translúcida piel. Detrás suyo,un chico la abrazaba, bastante más alto que ella, también pálido de piel. Iba con una gorrra con la visera un poco baja, como si quisiera ocultar su rostro, y unas gafas de sol. No sabía por qué, ese cuerpo y esos gestos le resultaban familiares.
Los vigiló con disimulo... empezaron a besarse... y vio cómo la joven retiraba las gafas de el... y lo que estaba sucediendo ante sus ojos no tenía precio.
Aunque no se le distinguía bien la cara, no había ninguna duda; eran sus facciones... era el príncipe Edward y su … ¿novia?.
Rápidamente su cámara se puso a disparar a toda máquina, captando cada momento de ese beso que se estaban dando.
Paul llegó a su lado, no se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo.
-¿Has encontrado algo?- susurró a su compañero; estaba tan ocupado en cambiarle la batería a la cámara que no se había dado cuenta. Jake se giró, dejando de hacer fotos, y señalándole la romántica escena. La cara de Paul era de asombro total.
-Joder- fue lo único que pudo decir. Detrás de ellos, Emmet, la chica rubia y otra pareja aguardaban a que ellos pagaran lo que parecía ser una caja de madera. Al alejarse, la pareja se tomó de la mano. Las cámaras volvieron a funcionar, hasta que los vieron alejarse.
-¿Los seguimos?- indagó Paul. Jake negó con la cabeza.
-Primero hay que llamar a James y contarle ésto- musitó, todavía asombrado por la exclusiva que acababa de conseguir -las pruebas las tenemos, y son más que contundentes-.
-De modo que llevan aquí todo el puto mes y no les hemos visto, ¿dónde se alojarán?- se preguntó Paul, hablando consigo mismo.
-Paul... eso es lo de menos; ¿no te das cuenta de que el príncipe tiene novia?- se paró para meditar unos instantes - ¿recuerdas que te comenté que lo noté tenso e incómodo en la rueda de prensa por su cumpleaños, en el palacio?- Paul asintió.
-Si, recuerdo que lo estuvimos comentando... no sé que decir; no imaginé qué nos íbamos a encontrar ésto- dijo, todavía sorprendido.
Jake asintió al comentario de su amigo, y se encaminaron rumbo al coche. Allí hablaron con Londres. Al colgar, Jake se giro a su compañero.
-Tenemos que volver ya mismo; James no quiere que mandemos las fotos, por seguridad; prefiere que las llevemos en persona- le explicó. Paul iba a preguntar algo, pero su compañero tomó la delantera para hablar.
-Una vez allí, hablaremos; por descontado hablarán con palacio- le explicó.
-¿Crees que confirmarán el noviazgo?- Jake se encogió de hombros.
-No lo sé; veremos con que nos sale Sam Ulley... pero varias cosas están claras; esa chica debe ser americana, o tener familia aquí... y debe ser alguien muy importante y especial para Edward, sino no... no entiendo el viaje hasta aquí- relató.
-¿Crees que estamos ante la la futura Princesa de Gales?- siguió interrogando Paul.
-Lo sabremos en muy poco tiempo- respondió escuetamente Jake mientras arrancaba el coche, camino del hotel.
Debían darse prisa, ya que en unas pocas horas, debían estar en un avión, camino de Londres.
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Las últimas semanas en Forks pasaron deprisa... y el día del cumpleaños de Bella llegó, y lo celebrábamos con una cena con su padre y Sue, la abuela Swan y nuestros amigos... incluidos mi hermana y Jasper, que llegaban a las seis de la tarde. Después de la cena tomaríamos algo en el pequeño pub que había en Forks, con el resto de los chicos.
Después de comer, mi novia y yo fuimos al supermercado, quedándose Emmet en casa, sacando las camas para Alice y Jasper, sin que Bella no notase; en ese momento Rosalie se escaqueó rumbo al aeropuerto.
Charlie y Sue se fueron a buscar a la abuela Swan a la residencia. Después de un buen rato en el supermercado, volvimos cargados a casa. Toqué el claxon, para que saliese a echarnos una mano.
Al salir, le quitó las bolsas a Bella, que le siguió hasta la cocina, renegando que no necesitaba ayuda.
-No protestes tanto Bella... te ha sentado muy mal cumplir veinte años- le pinchó nuestro amigo- por cierto, ¿qué tenemos de menú?- interrogó curioso.
-Pues... ensalada con pasta y aguacate, espárragos trigueros a la plancha, redondo de ternera asado, tarta de chocolate y almendras... y helado- enumeró pensativa.
-Genial- Emmet se frotaba las manos -¿me dejarás que ponga velitas en la tarta, verdad?- preguntó con una maliciosa sonrisa.
-Ni lo sueñes- se negó tajantemente, con los brazos cruzados –por cierto, ¿Rose?- preguntó, buscándola con la mirada.
-Le ha llamado Ángela, vuelve enseguida- mintió mi amigo a la perfección. Ella asintió, para ponerse con la cena.
-Voy a ir adelantando, para que cuándo llegue Sue no tenga tanto que hacer- nos explicó.
-Te ayudo- dije poniéndome a su lado.
Fuimos preparando varias cosas, a la vez que Emmet abría la gran mesa del salón; pasó un buen rato, hasta que oímos un coche aparcar, era el coche patrulla, ya que Rose se había llevado el de Bella.
-Emmet, ayúdame- salimos para ayudar a la abuela de Bella, que estaba de un humor de perros con Charlie.
-¡Por fin!; santo dios, que viacejito; pensaba que no llegaríamos hasta la semana que viene- farfullaba entre dientes.
Le abrí la puerta, ayudándola a bajar.
-Hola abuela- la saludé.
-Edward, hijo, que alegría verte; ¿por qué no habéis venido tú y Bella a recogerme?- me preguntó un poco enojada.
-Teníamos que quedarnos aquí a preparar la cena- le expliqué divertido.
-Mamá, no atosigues al chico- le dijo Charlie mientras sacaba la silla de ruedas del maletero.
-Calla alcornoque- le regañó, lo que provocó la risotada mía y de Emmet, y la mirada inquisitiva que nos lanzó mi suegro.
Emmet y yo ayudamos a la abuela a adentrarse en la casa; Sue ya estaba en la cocina manos a la obra, junto con Bella. La anciana se quedó estudiando a Emmet de arriba a bajo.
-¿Y quién eres tú, hijo?- le interrogó.
-Soy Emmet McArthy, amigo de Edward y su escolta privada; es un placer conocerla- le dijo afectuosamente mientras le daba la mano que le tendía.
-Es un placer conocerte... de modo que eres una especie de policía, ¿perteneces a Scotland Yard?- le preguntó curiosa. Emmet se río por lo bajo.
-Mas o menos... pertenezco a la Guardia Real... pero ahora estoy destinado en Seguridad- le explicó con simpatía. En ese momento, Bella y Charlie entraron en la sala. Mi novia corrió a abrazarla.
-Feliz cumpleaños tesoro... veinte años... no puedo creer cómo pasa el tiempo- le dijo afectuosa mientras le tendía un pequeño paquete.
-Parece que fue ayer- musitó Charlie.
-Pues perdona que te contradiga... por ti si que ha pasado el tiempo Charles... cada día estás más calvo- apuntó su madre, con las manos apoyadas en su bastón y mirándole con una mueca. Bella, Em y yo nos echamos a reír a carcajada limpia.
-Bella, me nombro fan número uno de tu abuela... es absolutamente genial- decía Emmet.
-Abuela- le regañó Bella entre risas. La mujer le tendió un pequeño paquete... y otro para mi.
-Pero abuela... si no es mi cumpleaños- repuse extrañado. Ella hizo un gesto para que lo abriera.
-Bella me contó que fue en junio... y dado que ya perteneces a la familia, te lo debía- me explicó con cariño.
Bella abrió su regalo, descubriendo una bufanda tejida en angora, de color lila, con unos guantes a juego. Tanto en la bufanda como en los guantes estaban rodeados por los bordes con una cinta de un color lila más oscuro. Curioso, abrí mi regalo; el mío era otra bufanda, de color gris, también de angora, con el ribete en negro.
-¿Las has hecho tú, abuela?- le preguntó Bella sorprendida. La mujer asintió con la cabeza.
-A saber qué tiempo hace en Londres en invierno; no quiero que os enferméis- dijo graciosamente.
-Muchas gracias- le agradecí, conmovido por el gesto.
Le dimos un beso a la buena mujer, que sonreía satisfecha.
Proseguimos poniendo la mesa y preparando la cena... hasta que tocaron el timbre. Ben y Ang habían llegado, y detrás estaba Rose, Alice y Jasper. Les hice un gesto de silencio, dejando a mi hermana y mi cuñado en la puerta.
Bella hablaba con los recién llegados, hasta que la interrumpí.
-Cariño, hay un mensajero en la puerta... trae un paquete desde Londres. Bella se dirigió allí, extrañada; al abrir del todo la puerta se quedó sin palabras.
-¡Feliz cumpleaños Bellie!- mi hermana y ella se abrazaron durante un buen rato. Después de abrazar a Jasper, los hizo entrar en casa.
-Pero cómo es posible, ¿por qué no me habíais dicho nada?- preguntaba alucinada.
-Queríamos darte una sorpresa... y lo hemos conseguido; nos quedamos diez días, de modo que volvemos a Londres todos juntos- le explicó Jasper.
Una vez que la abuela conoció a todos los que faltaban, y dado que aún faltaba un poco para cenar, Bella se dispuso a abrir los regalos.
Por parte de Ben y Ángela, recibió varios libros y un collar de bisutería largo, con unos pendientes a juego. Rose y Emmet le regalaron uno de sus perfumes favoritos y una chaqueta a la que ya había echado el ojo.
Mi hermana y Jasper, un bolso de piel, marrón y grande, según Alice, a la última moda. Bella miró la etiqueta con horror y sorpresa.
-¿Me has comprado un bolso de Prada?- mi hermana se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza.
-No pongas esa cara de terror Bellie... sé que te encanta- afirmó, pagada de sí misma.
-Alice... claro que me encanta, pero esto vale mucho dinero- protestó.
-Pero nada...eres mi cuñada y te mereces lo mejor- mi hermana zanjó la discusión. Bella le dio las gracias emocionada a ella y a Jasper.
Disimuladamente, me la llevé al recibidor, cogiendo el regalo que le había encargado traer a mi hermana.
-Feliz cumpleaños cariño- le susurré mientras se lo tendía.
-Edward...- suspiró -debí imaginarme que no ibas a regalarme sólo un joyero de madera- rezongó resignada, a la vez que lo cogía.
-Empiezas a conocerme- le respondí divertido.
No pudo ocultar la emoción al ver uno de sus libros favoritos. Era una edición original de poemas de Lord Byron, del año 1796.
-Pero Edward... este libro es el de la Biblioteca de Palacio... no puedo aceptarlo; estará catalogado y... -la callé con un dedo en sus suaves labios.
-Quiero que lo tengas tú ,cielo; es que más lees cuándo estás allí- le dije con cariño. Ella simplemente asintió, pasando los brazos por mi cuerpo y escondiendo su carita en mi pecho. La abracé con cariño, mientras le besaba el pelo. Una vez levantó su rostro, me habló divertida.
-¿Sabes?; en el fondo me quedo tranquila... pensaba que ibas a darme un anillo u alguna otra joya- musitó pensativa -y ya tengo la pulsera y los pendientes- dijo señalando a mis anteriores regalos.
-Bueno...- medité la respuesta -el anillo lo tengo... pero te lo daré el día que te pida matrimonio- le expliqué divertido.
-¿Cómo que lo tienes?- interrogó extrañada-
-Pertenece a las joyas de la Casa Real inglesa, por supuesto- seguí explicando. Iba a decir algo, pero la callé.
-Y por el momento, hasta ahí puedo leer- le dije, dando por finalizada la conversación. Ella negó con la cabeza, con gesto paciente. La cogí de la mano para volver al salón.
La cena transcurrió entre risas y charlas divertidísmas... gracias en parte, a la abuela Swan, que no se cortaba en relatar historias de Charlie en su infancia.
-¿De modo qué saliste de la consulta del doctor Sybory con los pantalones y calzoncillos por los tobillos?; esa no me la habías contado- le decía Sue entre risas a un más que avergonzado Charlie.
-Tenía cinco años... y el doctor Sybory parecía que ponía banderillas en vez de inyecciones- protestó enérgicamente.
-Pamplinas... te aterraba ir allí, miedica- le seguía picando la abuela.
Sacamos el enorme pastel de cumpleaños, con velas, pese a las protestas de Bella.
-Vamos Bells... pide un deseo- la animaron Charlie y Sue. Ésta y mi hermana esperaban con la cámara de fotos preparadas. Mi niña cerró los ojos, pensando unos segundos, para después apagar las velas.
Degustamos la tarta y el delicioso helado. Todos repetimos, estaba buenísimo.
-Sue hija, ponme otro trozo- pidió la abuela.
-Mamá, ya sabes lo que dice el médico; no puedes tomar mucha azúcar y... ¡ouch!- el bastón de la abuela impactó en la pierna de Charlie.
-Sabrás tú lo que me conviene, alcornoque- murmuró con fastidio -deja de hacerte el enfermero ideal- le dijo señalando el plato, instándole para que le echara otro trozo.
Toda la mesa estalló en carcajadas, había que reconocer que la abuela era la única que sacaba los colores al jefe Swan.
En un momento de la tertulia, Alice le pasó su móvil a Bella. Oí que saludaba a mis padres, agradeciéndoles el haberse acordado de su cumpleaños. También habló con Maguie, Emily y Sam.
Los jóvenes seguimos la fiesta en el pub del pueblo, con el resto de los amigos de Bella.
Los últimos días pasaron rápido, enseñándoles Forks a Alice y Jasper, que hicieron muy buenas migas con los amigos de Bella.
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Pasado mañana regresábamos a Londres. El día anterior nos habíamos despedido de Ángela y Ben, que volvían a Los Ángeles, ya que aquí la universidad empezaba antes que en Inglaterra. Bella se despidió entre lágrimas de sus amigos, arrancando su promesa de que estaban invitados a conocer Londres y pasar unos días allí con nosotros.
Los ronquidos de Emmet y Jasper me despertaron a eso de las nueve de la mañana. Pasé por el dormitorio de Charlie y Sue, de camino al baño, y ya no había nadie, ya que sus vacaciones habían terminado también. Después de ducharme y vestir, bajé a desayunar. Me sorprendí al encontrara allí a mi niña, vestida y con una taza de café entre sus manos.
-Buenos días cariño, ¿qué haces despierta?- le pregunté mientras me acercaba a ella. Después de darle un beso, me contestó.
-Me he despertado... y no quería levantar aún a las chicas; además... tengo que ir a un sitio- me explicó.
-¿A dónde?, ¿quieres que te acompañe?- interrogué mientras me servía el café.
-Me gustaría... quiero que conozcas a alguien- musitó en un susurro.
No dije nada más, adivinaba a dónde quería ir. Ella fue allí nada más llegamos a Forks. Pero en aquella ocasión quiso ir sola. No me molestó en absoluto, lo entendía a la perfección.
Después de dejar una nota a los demás, salimos rumbo al coche. Bella me dejó conducir, indicándome el camino.
Al llegar al sitio, bajamos y ella sacó de la parte de atrás un pequeño ramo de rosas blancas. Agarró fuertemente mi mano, conduciéndome hasta el lugar.
-Hola mamá- su voz era baja y emocionada -he venido a despedirme, mañana volvemos a Londres- le explicaba a la lápida de mármol gris.
Ella se agachó, quitando unas hierbas secas y otras flores marchitas y colocando las que traía. Al terminar, se quedó agachada allí unos momentos, pasando su dedo por las letras de doradas.
Leí el sencillo epitafio:
"Renne Swan
26 de octubre 1967- 10 de febrero 2003
Siempre en nuestros corazones.
Tu esposo, hija y familia."
26 de octubre 1967- 10 de febrero 2003
Siempre en nuestros corazones.
Tu esposo, hija y familia."
Observé a mi niña, una pequeña lágrima caía por su carita. Ella se puso de pie, y la rodeé por detrás con mis brazos, queriendo darle un poco de consuelo.
-Cómo verás, por una vez vengo acompañada- sonrió levemente, mirándome con una pequeña sonrisa- me gustaría tanto que lo pudieras conocer mamá- susurró con voz ahogada, y ya sin poder retener las lágrimas -y que conocieras a su familia, a mis nuevos amigos... te extraño tanto mamá- ella escondió su carra en el hueco de mi cuello. Sólo pude acariciarle el pelo y mecerla suavemente.
-No llores más mi vida... además, estoy seguro de que ella te ve siempre, desde allí dónde esté- intenté consolarla.
-Ojalá fuera cierto- murmuró llorando. Le acaricié la cara con cariño.
-Y lo es... estoy seguro de ello- le respondí con convicción. Ella levantó su rostro, manchado de lágrimas.
-Gracias Edward- me dijo simplemente. Le cogí la cara con mis manos, enmarcando su precioso rostro.
-Bella... es normal, era tu madre... y ya te dije aquella vez en tu casa que cuidaría de ti en estos momentos... y lo haré siempre- le regañé con cariño.
Ella me besó dulcemente, con un casto y tierno beso.
-¿Quieres quedarte a solas?- le pregunté.
-No. Sólo quería decirle adiós- dijo, todavía un poco llorosa.
Permanecimos allí unos minutos, hasta que tomamos el camino de regreso a casa.
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Mansión de los Platt; Surrey, este de Inglaterra. Mediados de septiembre.
Eleazar se revolvía inquieto en su sillón. Félix le había llamado hacía unas horas, confirmándole que tenía el encargo. Victoria y Tanya habían ido a Londres de compras, de modo que se encontraba sólo en casa.
Después de otro rato, Preston, el mayordomo de la casa, le anunció la llegada de la esperada visita. Félix entró en el despacho. Después de saludarse, le tendió lo que parecía ser un pen-drive de ordenador.
-Al final tuve que usar el dispositivo que me entregó- le explicó mientras Eleazar conectaba el pen; sonrió satisfecho.
-Vaya vaya... si que se lo pasaron bien en la Seychelles- murmuraba viendo las fotos; fotos íntimas de una pareja en sus vacaciones en una playa.
Después de observarlas detenidamente, abrió el cajón y sacó un sobre similar al que le dio a Félix la vez anterior.
-Conforme; ahí tienes las cinco mil libras que faltaban- dijo poniéndose de pie y estrechándose las manos -y recuerde; nunca hemos hecho este trato; simplemente conocerá a mi familia y a mi por ir a visitar a mi hermana la reina- le advirtió.
-No se preocupe por eso; adiós- Félix salió de allí como alma que lleva el diablo, guardando muy bien su recompensa.
En su despacho, Eleazar volvía a ver las fotos, murmurando en voz alta.
-Ahora sí me las pagarás Edward, todos esos desaires hacia mi familia y mi hija... y sobre todo tú, querida hermana... puede que Tanya no sea la futura reina... pero Isabella tampoco lo será-.
Atal- .
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Re: Un cuento de hadas moderno (+18) COMPLETO
Capítulo 21: Un país sorprendido
Sede central del Daily Mirror; principios de octubre.
Paul Simmons y Jacob Black estaban esperando a James, su redactor jefe. Después de quince días de persecución, no habían podido dar con Sam Ulley para poder lanzarle la oleada de preguntas que tenían, hasta hoy.
Habían estado vigilando, y sabían que habían regresado a Londres, dado que la universidad estaba por empezar, aparte Edward había asistido a la inauguración de un centro social en Manchester.
Lo que pudieron averiguar de las chicas no fue gran cosa. La rubia se llamaba Rosalie Hale, procedía de Boston y era la novia de Emmet. Estaba aquí estudiando gracias a una beca... al igual que la que les interesaba de verdad.
-"Isabella Marie Swan, nacida en Forks el trece de septiembre de 1990. Hija de Charles y Renee Swan. Fue a la escuela primaria y al instituto en Forks; un historial académico excelente. Su madre falleció hace siete años, y su padre contrajo segundas nupcias con Sue Davis, hoy Sue Swan. No se le conocen líos ni novios en todos sus años de instituto. Estudia derecho y Relaciones internacionales, al igual que el príncipe, y son compañeros desde el primer curso de carrera. Se le ha visto varias veces, junto a Rosalie, en compañía de la princesa Alice... pero nada de nada con Edward aquí"- Paul terminó de leer el escaso historial que tenía acerca de Bella.
-¿El rectorado no te dijo dónde vivía?;- preguntó Jake curioso.
-No, no están autorizados a dar esa clase de información; lo único que he podido averiguar es que ni ella ni Rosalie se hospedan en alguna de las residencias de la universidad. De modo que al vivir en una casa particular, es complicado encontrarlas- musitó Paul pensativo.
-¿Habrá estado Edward allí?; ¿Te imaginas que la ha estado visitando en su casa y nadie se ha enterado?- cuestionó Jacob.
-Jake... yo sólo digo que si ésto es una mera amistad, cosa que no creo, sé lo que vimos en Port Ángeles- apuntilló Paul -James no llevaría dos horas al teléfono con Sam; así que me parece que la relación es más seria de lo que pensamos- terminó de decir. Jake asintió pensativo.
-Si, en eso te doy la razón... aquí hay algo más que una simple amistad; además, nunca había visto al príncipe así- hizo una pausa -se notaba relajado, contento, feliz... ya sabes que en los actos oficiales es muy tímido- exclamó.
Iban a seguir con la conversación, pero James entró en la sala... y no tenía muy buena cara.
-¿Qué ha pasado?- interrogó curioso Paul. Por la cara que traía, mezcla de desesperación y enfado, nada bueno había salido de esa conversación.
-Bueno...- James se rascó la cabeza, buscando las palabras adecuadas – hay una parte buena y una parte mala-.
-Primero la mala- pidió Jake, suspirando frustrado.
-Pues la misma cháchara de siempre... palacio no comenta ese tipo de temas; alegan que pertenece a la vida privada del príncipe Edward-.
-Es un personaje público y todo lo que haga es de interés general- bufó Paul molesto.
-¿Y la buena?- sondeó Jacob.
-La buena es que, a diferencia de otras veces, no lo han negado tajantemente- suspiró satisfecho.
-Eso significa que es su novia- resolvió Jake -no me cabe otra explicación-.
-A ver si me aclaro... llevamos desde Dios sabe cuándo sacando la lista de las posibles futuras princesas... ¿y resulta que ya había una?- Paul seguía alucinado.
-Si; obviamente, no me dado ningún detalle... pero apoyo la teoría de Jake; deben de llevar un tiempo juntos para que Edward haya ido a conocer a la familia de ella a Estados Unidos- dijo James.
-¿Le has dicho que tenemos pruebas?- sondeó Jake de nuevo, alegando las fotos, que llevaban quince días guardadas bajo llave.
-No... eso nos reventaría la exclusiva; y si se lo digo, estoy seguro de que nos prohibirían sacar esas fotos a la luz- la sonrisa del redactor jefe no presagiaba nada bueno. Jake se envaró.
-¿Me estás contando qué vamos a sacar esas fotos sin su autorización?- preguntó incrédulo -¡estás loco!; se nos van a echar encima; tú mismo nos dijiste que no se puede jugar con la Casa Real- explotó Jake.
-Ya me estoy imaginando el cabreo de Aro en su querido London Daily- Paul estaba emocionado.
-¿Y qué pretendes hacer?- le preguntó Paul a su amigo -¿esperar unos meses... unos años a ver si es la auténtica novia y qué anuncien el compromiso?-.
-Jacob, este negocio es así. Ni te imaginas las ediciones extra que habrá que sacar; Todo el mundo mataría por esa noticia... y la tenemos nosotros; es una orden y ya está decidido. Sale el viernes en portada- dicho ésto, James salió del despacho.
Paul se fue detrás de él, frotándose las manos... pero Jake siguió apoyado en la mesa, pensando.
El asunto no pintaba nada bien... y a partir del viernes, la vida de Isabella Swan no iba ser en absoluto un cuento de hadas.
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El viernes de la primera semana de clases se me estaba haciendo aburridísimo. Estaba en clase de derecho penal, la única que no compartía con Edward. Me había mandado un mensaje, diciendo que el profesor se había retrasado veinte minutos, por lo que saldría más tarde. Rosalie y yo habíamos quedado en que Alice y Jasper nos pasarían a recoger para ir a comer a nuestra casa. Edward y Emmet vendrían después, como solían hacer siempre.
Según iba acercándome a la entrada, oí un escandaloso revuelo de gente. Me acerqué curiosa a ver qué ocurría... y juro que me quise morir en ese mismo instante.
-¡Ahí está!- gritó una chica joven, que se acercó corriendo, con un micrófono en la mano.
-¡¿Es cierto lo que ha publicado el Daily Mirror?- me preguntó poniéndome el micrófono pegado a la boca.
-¡¿Desde cuándo están juntos?- preguntó otra voz chillona, que no pude distinguir si era masculina o femenina.
-¡¿Conoce en personas a los reyes?- volvió a preguntar la la chica que me acercó la primera vez.
Sólo oía miles y miles de preguntas atropelladamente, y miles de flashes disparando uno detrás de otro, cegándome.
Debido al jaleo organizado, todo el campus estaba mirando hacia nuestra dirección, alucinados y sorprendidos por lo que estaban escuchando. No sabía que es lo que podía haber publicado el Daily Mirror.
No podía responder una palabra, estaba a punto de darme un ataque de histeria, ya que los periodistas, en un intento de preguntarme, se empujaban los unos a los otros, haciendo que me tambaleara de una esquina a otra; estaba rodeada por todos ellos, y no tenía salida alguna.
-¡Bella!- oí la voz de Rosalie. Quise ir hacia ella, pero no tenía escapatoria. Otra voz que conocía muy bien, resonó entre todo el tumulto.
-¡Dejadla!- bramó Emmet furioso. Al llegar ambos a mi lado, Emmet me rodeó los hombros, apartando a empujones a los periodistas y abriéndose paso. Mi amiga me tomaba del brazo que tenía libre.
-¿Qué es lo que está ocurriendo, Rose?- le supliqué que me dijera, presa de un ataque de nervios.
-Tranquila, te lo explicaré en el coche; Edward se ha ido a palacio, Emmet ha avisado a Quil y a Embry y se ha ido con ellos; él le ha dado órdenes a Emmet de que te sacara de aquí- me explicó al oído.
Una vez en la seguridad del coche, Rosalie sacó el Daily Mirror. Mis ojos se abrieron horrorizados. En primera plana, estábamos Edward y yo, besándonos en el mercadillo de Port Ángeles. Arriba, el simple y conciso titular:
"El Príncipe Edward enamorado"
Abrí por las páginas centrales; los seis estábamos en primera plana; incluso teníamos fotos en la pizzería de Port Ángeles, en dónde se veía claramente como tenía apoyada la cabeza en el hombro de mi novio. Las fotos del beso no eran muy claras... pero se diferenciaba de sobra a Edward.
Leí el artículo deprisa... sabían absolutamente todo sobre mí; mi lugar de nacimiento, mi historial académico, el nombre de mis padres... todo. Seguí leyendo hasta el final, mientras Emmet conducía a toda velocidad, esquivando el tráfico y a algunos periodistas, que nos seguían.
Rose iba detrás conmigo, abrazándome por los hombros. Por suerte, el coche tenía las lunas tintadas. Nada más acabar de leerlo, mis lágrimas hicieron acto de presencia, derrumbándome. Mis sollozos iban en aumento, cada vez más. Rose me abrazó, y así permanecí todo el trayecto hasta palacio, llorando presa de los nervios.
-Tranquila Bella, estamos llegando- me dijo Emmet; su tono de voz llevaba la preocupación reflejada.
-Date prisa Em; creo que le va a dar un ataque de ansiedad- le apremió Rose muy nerviosa.
No me di cuenta del momento en el que el coche atravesó la barrera de seguridad del palacio. Sólo quería ver a Edward y comprobar si estaba bien. El coche se detuvo, saliendo Emmet corriendo. Al de unos momentos, la puerta se abrió, y escuché la única voz que quería oír en esos instantes.
-Bella, cariño- me giré para mirar a mi novio. Su cara era una mezcla de preocupación absoluta, mezclada con un cabreo impresionante.
Salí del coche y me arrojé en sus brazos, llorando a pleno pulmón. Enseguida me rodeó con ellos, abrazándome con fuerza.
-Tranquila mi amor, ya está; ya se ha terminado- me consolaba con voz rota, besándome el pelo y estrechándome cada vez más hacia su cuerpo.
-Yo no he dicho nada, Edward; de verdad, yo no se qu...- me cortó enseguida.
-Ya lo sé cariño, ¿cómo puedes pensar eso?- me dijo sorprendido. No me salían las palabras, cada vez que intentaba hablar, me salía un sollozo.
Edward, asustado por mi estado de nervios, me cogió en brazos, entrando dentro de palacio. Escondí mi cara en cu cuello, llorando y llorando. No paró hasta qué cerró con el pie la puerta de su habitación. Me dejó en la cama un momento, para después tumbarse a mi lado. Me aferré a su cuerpo como si mi vida dependiese de ello, con un sentimiento de miedo atroz... de miedo a que se alejara de mi lado. Poco a poco mis lágrimas fueron remitiendo, dejando paso a un sueño debido al cansancio del llanto.
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EDWARD PVO
Mi niña se había quedado dormida, agotada de los nervios... todo lo que queríamos evitar, y sobre todo lo que quería evitar para ella, había explotado delante de nuestras narices.
La observé de nuevo; estaba acurrucada en mi pecho, dormida pero a la vez tensa, agarrándome con fuerza. Acaricié su cabello lentamente con los dedos, pero ella se revolvió inquieta, murmurando mi nombre.
-Edward...-.
-Shssss... tranquila cariño, descansa- ella suspiró aliviada, sin abrir sus preciosos ojitos. La puerta de mi habitación se abrió, entrando Jasper y mi hermana, que llevaba una taza entre sus manos.
-¿Cómo se encuentra?- interrogó preocupada, dejando la taza en la mesilla y sentándose a su lado.
-Duerme desde hace media hora- le dije, sin dejar de acariciar su preciosa melena.
-Le he pedido a Emily que le prepare una tila- me dijo señalando la taza. Asentí, diciéndole que después se la haría tomar.
-¿Cómo nos han pillado?; nadie sabía que estábamos allí- siseé frustrado.
-No lo sé Edward, no lo sé- exclamó Alice.
-Puede ser que alguien os reconociera en el mercadillo y os sacara fotos; hoy en día con los móviles es muy posible- sugirió Jazz.
-Pero es muy raro... si hubiera sido alguien anónimo, sólo habrían sacado fotos a Edward, pero han sacado a todos; Ben Ang, Rose... a Emmet... y eso es que lo han reconocido a él también- dijo mi hermana.
-Y sólo los periodistas ingleses conocen a Emmet y saben que es tu escolta- siguió atando cabos mi cuñado.
-Black... seguro que ha sido el quién nos ha seguido... ¿pero a quién se le ha escapado?- pregunté.
-¿Por qué supones que ha sido Black?- interrogó mi hermana.
-Las fotos han salido en el Daily Mirror, y Black da la casualidad de que trabaja allí- exclamé enfadado.
Ella y Jasper asintieron en silencio, sopesando la información.
-¿Qué va a pasar ahora?- volvió a preguntar Alice, después de unos minutos de silencio.
-No lo sé... mamá y papá llegan a la noche de Lisboa, hablaremos con Sam a ver qué ha pasado; ¿Rose y Emmet?- pregunté extrañado.
-Han ido a casa de Bella y Rose un momento, para buscar algo de ropa para unos días- me explicó Jasper.
Alice y Jazz se fueron, para que Bella pudiese descansar un poco más. Se despertó unos minutos, le hice tomar la tila y volvió a dormirse.
Cuatro horas después, la puerta de mi dormitorio se abrió. Mi madre se acercó apresurada a nosotros, y después de darme un beso, se giró para observar a Bella.
-¿Cómo está?- preguntó angustiada.
-Ahora un poco más tranquila, pero lo ha pasado muy mal- dije negando con la cabeza.
-Mi pobre niña- mi madre también había pasado por aquello, y era la que mejor entendía a Bella.
Bella abrió los ojos lentamente; estaba más tranquila, pero su cara roja y ojos hinchados no habían desparecido.
-Esme- susurró en voz baja. Mi madre se acercó y la abrazó, en un intento de reconfortarla.
-¿Dónde está papá?- pregunté mientras me levantaba de la cama.
-Esta en la salita; Sam nos ha puesto al corriente de la situación. Hablaremos ahora allí, todos- me explicó.
Mamá salió, para darnos espacio y que Bella pudiese asearse un poco. Una vez salió del baño, ya más tranquila, me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos.
-Ha sido horrible Edward- dijo ella triste y apenada.
-Ya lo sé cariño; no entiendo nada... ¿cómo han podido saberlo?- me pregunté a mi mismo, frustrado.
-Los periodistas tienen muchas fuentes y espías por todos los sitios- meditó en voz alta -saben todo de mí... hasta mi historial académico- expresó molesta.
Le expliqué a Bella que teníamos una reunión en la sala con Sam y el resto. Ella asintió, y salimos rumbo hacia allí.
Nada más entrar mi padre se acercó a Bella, preguntándole por su estado. Allí estaban Alice, Jasper, Emmet, Rose, mi madre, Sam, Lorena Folder y el secretario de Sam, Jared.
Sam nos relató la conversación que mantuvo con James hace tres días.
-Además, recuerdo que el señor Black llamó a principios de agosto para una entrevista con el príncipe; le dije que al no estar Sam, no podía ser- explicó la mujer – simplemente dije lo que me ordenó Sam, que el príncipe estaba en un viaje privado- siguió relatando.
-Seguro que a partir de ahí empezó a hacer averiguaciones- apostilló Rosalie.
-Increíble- bufaba Jasper molesto.
-Y eso no es todo... el caso es que no me dijeron que tenían fotos, sino, obviamente, hubiera prohibido publicarlas- aclaró Sam.
-Así no les reventabas la exclusiva- siseé cabreado.
Bella permanecía en silencio, sumida en sus propios pensamientos, hasta que alzó la voz.
-¿Qué va a ocurrir a partir de ahora?- estaba asustada, lo notaba por la fuerza con la que me agarraba la mano.
Mi padre tomó aire, para empezar a hablar.
-Ya sabéis que Casa Real no confirma ni desmiente estas noticias... pero creo que hay que hacer algo al respecto- dijo mirando a Sam, cediéndole la palabra.
-Bien... creo que debemos tomar una decisión- Bella y yo le miramos sin comprender.
-Si nos arriesgamos a desmentirlo, la cosa volverá a explotar en cuánto los vuelvan a ver juntos; así que propongo lo que no se ha hecho otras veces... confirmarlo- terminó de explicar.
-¿Cómo dices?- le miraba alucinado, al igual que mi novia y el resto de los presentes.
-Hay precedentes de que otras Casas Reales han hecho lo mismo, y el acoso ha sido menor; es mejor así a que anden con especulaciones- dijo resuelto.
Al final, mi padre tomó la palabra.
-¿Podéis dejarnos hablar con Edward y Bella a solas?- el resto salió de la habitación, dándonos miradas de ánimo.
-Papá, si hacemos eso no la van a dejar en paz- dije en cuánto se cerró la puerta. Mi madre se acercó a Bella, cogiéndole de la mano.
-Eso mismo he pensado yo- meditó mi padre en voz alta.
-Además, no puede venir conmigo a los actos oficiales ni a los viajes hasta que no estemos prometidos oficialmente, y lo que esos periodistas quieren es una imagen nuestra, juntos- suspiré enojado... dichoso protocolo de las narices.
Miré a mi niña, que seguía asustada; me acerqué a ella, sentándome a su lado. Ella, después de un largo silencio, habló.
-Entonces... si palacio lo confirma...- mi madre terminó por ella.
-Significaría que seguiríais como hasta ahora, sólo que tendremos que ponerte seguridad- le explicó mi madre.
-La gente sabrá que sois novios... y no os voy a engañar; habrá debates y se inventarán rumores de todo tipo...- siguió explicando mi madre.
-Pero sé que no le gustaré a todo el mundo Esme... eso no lo voy a poder evitar... y creo que tendré que empezar a acostumbrarme- dijo mi niña, con una pequeña sonrisa.
Acaricié su preciosa carita con mis manos, enmarcando su rostro.
-No quiero hacerte pasar por ésto Bella, no quiero verte sufrir... eso me mata- le dije con pena. Ella negó levemente con la cabeza.
-Edward, prometiste estar a mi lado- me rebatió -y sé que nos esperan tiempos difíciles- hizo una pausa, meditando sus palabras -pero no quiero separarme de ti- musitó con una mirada de tristeza.
-Y no vamos a separarnos cariño, yo estaré contigo -la abracé fuertemente -no podría vivir sin ti- le susurré en voz baja, pero mis padres nos oyeron.
-Creo que hacéis lo correcto hijos; bien, mandaré a Sam que redacte un comunicado y lo mande a todas las redacciones. Quiero que estés tranquila Bella, no va a pasarte nada- le calmó mi padre.
-¿Será seguro que vuelva a su casa?- preguntó mi madre.
-Eso iba a decir ahora... ya que lo vamos a confirmar, creo que estará más segura aquí; los periodistas no pueden pasar la barrera de seguridad; en vuestra casa te estarían esperando en el portal- le expliqué a Bella.
-¿Y Rosalie?- mencionó ella preocupada.
-Hablaremos con ella, puede venirse aquí al apartamento de Emmet; ella también ha salido en el reportaje, le preguntarán sobre nosotros... y hay que llamar a Ben y Ángela- le recordé, me sentía mal por nuestros amigos y meterles en este embrollo.
-Y a mi padre y a Sue- dijo asustada.
-Tranquila cariño, yo hablaré con ellos- le dijo mi madre, reconfortándola.
-¿Tendremos que cambiar de clases?- siguió preguntado.
-Si no queréis no... pero intentad ser lo más discretos posible en cuánto a … muestras cariñosas- nos advirtió mi padre.
-Eso no es problema... será igual que hasta ahora- prometió ni novia, a lo que yo asentí.
Dimos por terminada la conversación, y me llevé a Bella a la cocina. No habíamos comido nada en todo el día, y no quería que le diera un mareo ni nada por el estilo. Al entrar, Emily se acercó a nosotros preocupada, abrazando a Bella.
-Sam me lo ha contado... malditos acosadores- murmuraba enfadada, maldiciendo a los periodistas.
Después de charlar unos minutos con ella, nos sentamos en la cocina, delante de la cena que nos había guardado a Bella y a mi. Bella apenas probó bocado, simplemente jugaba con su comida.
-Cariño, no has comido nada en todo el día- le señalé el plato, preocupado.
-No tengo hambre Edward... quiero hablar con mi padre- dijo sin levantar la mirada. Le tomé de la mano y fuimos a buscar a mi madre. Mi padre estaba con Sam, redactando el dichoso comunicado, y después iba a reunirse con el jefe de seguridad.
Bella explotó en llanto nada más escuchar la voz de Sue al otro lado. Pusimos el manos libres, y no dábamos crédito a lo que ésta nos contaba... ya se habían enterado.
-Esta mañana nos han invadido la comisaría, estaban aquí la NBC, ACB News... qué se yo, todos los canales y periódicos del país- nos explicó -tu padre ha tenido que echarlos a patadas-.
Una vez le explicamos lo qué íbamos a hacer, pareció meditar la respuesta.
-Bella, tu padre y yo estamos muy preocupados... pero creo que es la mejor solución; y tranquilo Edward, que no sacarán una mísera palabra de nuestros labios- dijo seria y rotunda.
-Eso ya lo sabía Sue, por eso no debo preocuparme- la tranquilicé.
-¿Cómo ha reaccionado la gente del pueblo?- preguntó Bella.
-Pues ya te lo imaginarás... ésto es un pueblo pequeño; pero le tienen el suficiente respeto a tu padre para hacer comentarios en su presencia- añadió medio divertida, queriendo animarnos.
Una vez hablamos con Charlie otro buen rato, y les tranquilizamos, Bella estaba más calmada.
Hablamos con los chicos; Rose no objetó nada en irse con Emmet. Sus padres también habían visto las noticias, al igual que Ángela y Ben, que nos prometieron no hablar con la prensa.
Por fin pudimos irnos a la cama, después de este día infernal. Bella se durmió enseguida de nuevo, agotada. Rose y Emmet irían con dos empleados de palacio a recoger el apartamento mañana, y Sue nos dijo que hablaría con la comisión que gestionaba la beca de Bella, para decirles que abandonaban el piso.
Esa noche no pude pegar ojo, la noticia mañana estaría en todos los medios de comunicación; todos los temores que tenía cuándo le pedí a Bella ser mi novia volvieron. No quería verla sufrir... pero no había otra solución; para poder casarnos debíamos terminar la carrera, y acabábamos de empezar el tercer año...
Todo el fin de semana lo pasamos en palacio, sin querer poner la televisión; pero sí habíamos visto las portadas de los periódicos... y la noticia fue una bomba. Pero el lunes tuvimos que salir de nuestro refugio para volver a clase. Para mi niña era un prueba de fuego. Decidimos ir en coches separados, y al final, después que el secretario de mi padre hablara con el rector, Bella cambió sus clases, de modo que ahora no coincidíamos en ninguna.
Ella iba con Rose y Emmet, y yo con Quil, otro de los escoltas.
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Sentía que la gente me observaba cual radiografía que te sacan en un hospital. Después de una charla de palacio con el rector, decidimos que lo mejor era cambiarnos de grupo. Se me haría muy cuesta arriba, ya que estaba acostumbrada a estar con él en clases. Nada más bajar del coche, una nube de fotógrafos corrió hacia nuestra posición. Emmet y Rose me rodearon, y yo no pude hacer otra cosa que agachar la cabeza, agarrando fuertemente mi bolso y mi carpeta.
Una vez segurA dentro del edificio, ya que los periodistas no podían entrar, me despedí de mis amigos, quedando en el receso para tomar un café. Entré en la clase, y sintiéndome observada, avancé con la cabeza gacha hacia mi sitio. Podía oír los murmullos de la gente, sorprendidos y alucinados, ya que nadie se lo esperaba. Oí hablar a Mauren y Cinthya, que se sentaban dos filas delante mío.
-Mírala, roja de vergüenza... en las fotos no parecía tenerla mientras se besaban- dijo en tono mordaz.
-¿En qué está pensando el príncipe?... ¿una reina americana?- respondió a modo de pregunta Mauren. Otra chica, que conocía de vista, le unió a la conversación.
-¿Qué tiene de malo?, si están enamorados me parece estupendo... además... en las fotos se ve claramente que los han pillado- contraatacó. Al ver el mutismo de las chicas, siguió hablando.
-Ellos mismos han sido de lo más discretos, nadie sabíamos nada, y los veíamos en clase juntos todos los días- siguió explicando.
Mauren iba a replicarle, pero el profesor entró en el aula. Suponía que nadie se sentaría conmigo... ahora entendía perfectamente lo que me explicó Edward el primer día que nos vimos en clase, pero esa chica lo hizo.
-Hola Bella- me saludó con una sonrisa sincera.
-Hola- musité asombrada.
-No las hagas caso, la envidia es muy mala- me reconfortó -por cierto, me llamo Lauren, Lauren Mallory-.
-Isabella Swan- me presenté con una pequeña sonrisa.
-Lo sé- ella rió... y yo reí con ella en voz baja. Parecía simpática, y no me hizo ninguna pregunta, lo cual agradecía.
Tres horas de clase después, por fin, sonó el timbre; media hora de descanso.
-¿Quieres un café?- me ofreció amablemente.
-Gracias, pero he quedado con Rose y...- me cortó al instante.
-¿Con tu chico, verdad?- me guiñó un ojo pícara. Asentí, notando mis mejillas arder.
-Tranquila, te veo en derecho financiero- me hizo una seña, para decirme algo en plan confidencia -y pasa de la gente... tienes un novio guapísimo-.
-Gracias... por no juzgarme- le agradecí sinceramente.
-Tranquila- me guiñó un ojo y salió del aula.
Con la mirada en el suelo, fui al encuentro de Edward. Estaba en un rincón del campus interno, con Emmet y Rose. En cuánto me sintió, su vista me acompañó hasta que me acerqué a su lado.
-Hola- dije mirando al suelo.
-¿Cómo estás cariño?- me preguntó poniéndose a mi lado, pero sin cogernos de la mano ni nada. Levanté la vista, sus ojos me miraban con auténtica preocupación.
-Bien, tranquilo- le aclaré.
Me senté al lado de Rose, que ya me había cogido el café. Emmet y Edward estaban frente a nosotras, de pie.
La gente miraba hacia nuestra posición, cuchicheando y murmurando sin parar. Suspiré para mis adentros, intentando hacer oídos sordos e integrándome en la conversación que mantenían mi novio y mis amigos.
Sede central del Daily Mirror; principios de octubre.
Paul Simmons y Jacob Black estaban esperando a James, su redactor jefe. Después de quince días de persecución, no habían podido dar con Sam Ulley para poder lanzarle la oleada de preguntas que tenían, hasta hoy.
Habían estado vigilando, y sabían que habían regresado a Londres, dado que la universidad estaba por empezar, aparte Edward había asistido a la inauguración de un centro social en Manchester.
Lo que pudieron averiguar de las chicas no fue gran cosa. La rubia se llamaba Rosalie Hale, procedía de Boston y era la novia de Emmet. Estaba aquí estudiando gracias a una beca... al igual que la que les interesaba de verdad.
-"Isabella Marie Swan, nacida en Forks el trece de septiembre de 1990. Hija de Charles y Renee Swan. Fue a la escuela primaria y al instituto en Forks; un historial académico excelente. Su madre falleció hace siete años, y su padre contrajo segundas nupcias con Sue Davis, hoy Sue Swan. No se le conocen líos ni novios en todos sus años de instituto. Estudia derecho y Relaciones internacionales, al igual que el príncipe, y son compañeros desde el primer curso de carrera. Se le ha visto varias veces, junto a Rosalie, en compañía de la princesa Alice... pero nada de nada con Edward aquí"- Paul terminó de leer el escaso historial que tenía acerca de Bella.
-¿El rectorado no te dijo dónde vivía?;- preguntó Jake curioso.
-No, no están autorizados a dar esa clase de información; lo único que he podido averiguar es que ni ella ni Rosalie se hospedan en alguna de las residencias de la universidad. De modo que al vivir en una casa particular, es complicado encontrarlas- musitó Paul pensativo.
-¿Habrá estado Edward allí?; ¿Te imaginas que la ha estado visitando en su casa y nadie se ha enterado?- cuestionó Jacob.
-Jake... yo sólo digo que si ésto es una mera amistad, cosa que no creo, sé lo que vimos en Port Ángeles- apuntilló Paul -James no llevaría dos horas al teléfono con Sam; así que me parece que la relación es más seria de lo que pensamos- terminó de decir. Jake asintió pensativo.
-Si, en eso te doy la razón... aquí hay algo más que una simple amistad; además, nunca había visto al príncipe así- hizo una pausa -se notaba relajado, contento, feliz... ya sabes que en los actos oficiales es muy tímido- exclamó.
Iban a seguir con la conversación, pero James entró en la sala... y no tenía muy buena cara.
-¿Qué ha pasado?- interrogó curioso Paul. Por la cara que traía, mezcla de desesperación y enfado, nada bueno había salido de esa conversación.
-Bueno...- James se rascó la cabeza, buscando las palabras adecuadas – hay una parte buena y una parte mala-.
-Primero la mala- pidió Jake, suspirando frustrado.
-Pues la misma cháchara de siempre... palacio no comenta ese tipo de temas; alegan que pertenece a la vida privada del príncipe Edward-.
-Es un personaje público y todo lo que haga es de interés general- bufó Paul molesto.
-¿Y la buena?- sondeó Jacob.
-La buena es que, a diferencia de otras veces, no lo han negado tajantemente- suspiró satisfecho.
-Eso significa que es su novia- resolvió Jake -no me cabe otra explicación-.
-A ver si me aclaro... llevamos desde Dios sabe cuándo sacando la lista de las posibles futuras princesas... ¿y resulta que ya había una?- Paul seguía alucinado.
-Si; obviamente, no me dado ningún detalle... pero apoyo la teoría de Jake; deben de llevar un tiempo juntos para que Edward haya ido a conocer a la familia de ella a Estados Unidos- dijo James.
-¿Le has dicho que tenemos pruebas?- sondeó Jake de nuevo, alegando las fotos, que llevaban quince días guardadas bajo llave.
-No... eso nos reventaría la exclusiva; y si se lo digo, estoy seguro de que nos prohibirían sacar esas fotos a la luz- la sonrisa del redactor jefe no presagiaba nada bueno. Jake se envaró.
-¿Me estás contando qué vamos a sacar esas fotos sin su autorización?- preguntó incrédulo -¡estás loco!; se nos van a echar encima; tú mismo nos dijiste que no se puede jugar con la Casa Real- explotó Jake.
-Ya me estoy imaginando el cabreo de Aro en su querido London Daily- Paul estaba emocionado.
-¿Y qué pretendes hacer?- le preguntó Paul a su amigo -¿esperar unos meses... unos años a ver si es la auténtica novia y qué anuncien el compromiso?-.
-Jacob, este negocio es así. Ni te imaginas las ediciones extra que habrá que sacar; Todo el mundo mataría por esa noticia... y la tenemos nosotros; es una orden y ya está decidido. Sale el viernes en portada- dicho ésto, James salió del despacho.
Paul se fue detrás de él, frotándose las manos... pero Jake siguió apoyado en la mesa, pensando.
El asunto no pintaba nada bien... y a partir del viernes, la vida de Isabella Swan no iba ser en absoluto un cuento de hadas.
__________________________________________________________________________________________________________________
El viernes de la primera semana de clases se me estaba haciendo aburridísimo. Estaba en clase de derecho penal, la única que no compartía con Edward. Me había mandado un mensaje, diciendo que el profesor se había retrasado veinte minutos, por lo que saldría más tarde. Rosalie y yo habíamos quedado en que Alice y Jasper nos pasarían a recoger para ir a comer a nuestra casa. Edward y Emmet vendrían después, como solían hacer siempre.
Según iba acercándome a la entrada, oí un escandaloso revuelo de gente. Me acerqué curiosa a ver qué ocurría... y juro que me quise morir en ese mismo instante.
-¡Ahí está!- gritó una chica joven, que se acercó corriendo, con un micrófono en la mano.
-¡¿Es cierto lo que ha publicado el Daily Mirror?- me preguntó poniéndome el micrófono pegado a la boca.
-¡¿Desde cuándo están juntos?- preguntó otra voz chillona, que no pude distinguir si era masculina o femenina.
-¡¿Conoce en personas a los reyes?- volvió a preguntar la la chica que me acercó la primera vez.
Sólo oía miles y miles de preguntas atropelladamente, y miles de flashes disparando uno detrás de otro, cegándome.
Debido al jaleo organizado, todo el campus estaba mirando hacia nuestra dirección, alucinados y sorprendidos por lo que estaban escuchando. No sabía que es lo que podía haber publicado el Daily Mirror.
No podía responder una palabra, estaba a punto de darme un ataque de histeria, ya que los periodistas, en un intento de preguntarme, se empujaban los unos a los otros, haciendo que me tambaleara de una esquina a otra; estaba rodeada por todos ellos, y no tenía salida alguna.
-¡Bella!- oí la voz de Rosalie. Quise ir hacia ella, pero no tenía escapatoria. Otra voz que conocía muy bien, resonó entre todo el tumulto.
-¡Dejadla!- bramó Emmet furioso. Al llegar ambos a mi lado, Emmet me rodeó los hombros, apartando a empujones a los periodistas y abriéndose paso. Mi amiga me tomaba del brazo que tenía libre.
-¿Qué es lo que está ocurriendo, Rose?- le supliqué que me dijera, presa de un ataque de nervios.
-Tranquila, te lo explicaré en el coche; Edward se ha ido a palacio, Emmet ha avisado a Quil y a Embry y se ha ido con ellos; él le ha dado órdenes a Emmet de que te sacara de aquí- me explicó al oído.
Una vez en la seguridad del coche, Rosalie sacó el Daily Mirror. Mis ojos se abrieron horrorizados. En primera plana, estábamos Edward y yo, besándonos en el mercadillo de Port Ángeles. Arriba, el simple y conciso titular:
"El Príncipe Edward enamorado"
Abrí por las páginas centrales; los seis estábamos en primera plana; incluso teníamos fotos en la pizzería de Port Ángeles, en dónde se veía claramente como tenía apoyada la cabeza en el hombro de mi novio. Las fotos del beso no eran muy claras... pero se diferenciaba de sobra a Edward.
Leí el artículo deprisa... sabían absolutamente todo sobre mí; mi lugar de nacimiento, mi historial académico, el nombre de mis padres... todo. Seguí leyendo hasta el final, mientras Emmet conducía a toda velocidad, esquivando el tráfico y a algunos periodistas, que nos seguían.
Rose iba detrás conmigo, abrazándome por los hombros. Por suerte, el coche tenía las lunas tintadas. Nada más acabar de leerlo, mis lágrimas hicieron acto de presencia, derrumbándome. Mis sollozos iban en aumento, cada vez más. Rose me abrazó, y así permanecí todo el trayecto hasta palacio, llorando presa de los nervios.
-Tranquila Bella, estamos llegando- me dijo Emmet; su tono de voz llevaba la preocupación reflejada.
-Date prisa Em; creo que le va a dar un ataque de ansiedad- le apremió Rose muy nerviosa.
No me di cuenta del momento en el que el coche atravesó la barrera de seguridad del palacio. Sólo quería ver a Edward y comprobar si estaba bien. El coche se detuvo, saliendo Emmet corriendo. Al de unos momentos, la puerta se abrió, y escuché la única voz que quería oír en esos instantes.
-Bella, cariño- me giré para mirar a mi novio. Su cara era una mezcla de preocupación absoluta, mezclada con un cabreo impresionante.
Salí del coche y me arrojé en sus brazos, llorando a pleno pulmón. Enseguida me rodeó con ellos, abrazándome con fuerza.
-Tranquila mi amor, ya está; ya se ha terminado- me consolaba con voz rota, besándome el pelo y estrechándome cada vez más hacia su cuerpo.
-Yo no he dicho nada, Edward; de verdad, yo no se qu...- me cortó enseguida.
-Ya lo sé cariño, ¿cómo puedes pensar eso?- me dijo sorprendido. No me salían las palabras, cada vez que intentaba hablar, me salía un sollozo.
Edward, asustado por mi estado de nervios, me cogió en brazos, entrando dentro de palacio. Escondí mi cara en cu cuello, llorando y llorando. No paró hasta qué cerró con el pie la puerta de su habitación. Me dejó en la cama un momento, para después tumbarse a mi lado. Me aferré a su cuerpo como si mi vida dependiese de ello, con un sentimiento de miedo atroz... de miedo a que se alejara de mi lado. Poco a poco mis lágrimas fueron remitiendo, dejando paso a un sueño debido al cansancio del llanto.
________________________________________________________________________________________________________________
EDWARD PVO
Mi niña se había quedado dormida, agotada de los nervios... todo lo que queríamos evitar, y sobre todo lo que quería evitar para ella, había explotado delante de nuestras narices.
La observé de nuevo; estaba acurrucada en mi pecho, dormida pero a la vez tensa, agarrándome con fuerza. Acaricié su cabello lentamente con los dedos, pero ella se revolvió inquieta, murmurando mi nombre.
-Edward...-.
-Shssss... tranquila cariño, descansa- ella suspiró aliviada, sin abrir sus preciosos ojitos. La puerta de mi habitación se abrió, entrando Jasper y mi hermana, que llevaba una taza entre sus manos.
-¿Cómo se encuentra?- interrogó preocupada, dejando la taza en la mesilla y sentándose a su lado.
-Duerme desde hace media hora- le dije, sin dejar de acariciar su preciosa melena.
-Le he pedido a Emily que le prepare una tila- me dijo señalando la taza. Asentí, diciéndole que después se la haría tomar.
-¿Cómo nos han pillado?; nadie sabía que estábamos allí- siseé frustrado.
-No lo sé Edward, no lo sé- exclamó Alice.
-Puede ser que alguien os reconociera en el mercadillo y os sacara fotos; hoy en día con los móviles es muy posible- sugirió Jazz.
-Pero es muy raro... si hubiera sido alguien anónimo, sólo habrían sacado fotos a Edward, pero han sacado a todos; Ben Ang, Rose... a Emmet... y eso es que lo han reconocido a él también- dijo mi hermana.
-Y sólo los periodistas ingleses conocen a Emmet y saben que es tu escolta- siguió atando cabos mi cuñado.
-Black... seguro que ha sido el quién nos ha seguido... ¿pero a quién se le ha escapado?- pregunté.
-¿Por qué supones que ha sido Black?- interrogó mi hermana.
-Las fotos han salido en el Daily Mirror, y Black da la casualidad de que trabaja allí- exclamé enfadado.
Ella y Jasper asintieron en silencio, sopesando la información.
-¿Qué va a pasar ahora?- volvió a preguntar Alice, después de unos minutos de silencio.
-No lo sé... mamá y papá llegan a la noche de Lisboa, hablaremos con Sam a ver qué ha pasado; ¿Rose y Emmet?- pregunté extrañado.
-Han ido a casa de Bella y Rose un momento, para buscar algo de ropa para unos días- me explicó Jasper.
Alice y Jazz se fueron, para que Bella pudiese descansar un poco más. Se despertó unos minutos, le hice tomar la tila y volvió a dormirse.
Cuatro horas después, la puerta de mi dormitorio se abrió. Mi madre se acercó apresurada a nosotros, y después de darme un beso, se giró para observar a Bella.
-¿Cómo está?- preguntó angustiada.
-Ahora un poco más tranquila, pero lo ha pasado muy mal- dije negando con la cabeza.
-Mi pobre niña- mi madre también había pasado por aquello, y era la que mejor entendía a Bella.
Bella abrió los ojos lentamente; estaba más tranquila, pero su cara roja y ojos hinchados no habían desparecido.
-Esme- susurró en voz baja. Mi madre se acercó y la abrazó, en un intento de reconfortarla.
-¿Dónde está papá?- pregunté mientras me levantaba de la cama.
-Esta en la salita; Sam nos ha puesto al corriente de la situación. Hablaremos ahora allí, todos- me explicó.
Mamá salió, para darnos espacio y que Bella pudiese asearse un poco. Una vez salió del baño, ya más tranquila, me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos.
-Ha sido horrible Edward- dijo ella triste y apenada.
-Ya lo sé cariño; no entiendo nada... ¿cómo han podido saberlo?- me pregunté a mi mismo, frustrado.
-Los periodistas tienen muchas fuentes y espías por todos los sitios- meditó en voz alta -saben todo de mí... hasta mi historial académico- expresó molesta.
Le expliqué a Bella que teníamos una reunión en la sala con Sam y el resto. Ella asintió, y salimos rumbo hacia allí.
Nada más entrar mi padre se acercó a Bella, preguntándole por su estado. Allí estaban Alice, Jasper, Emmet, Rose, mi madre, Sam, Lorena Folder y el secretario de Sam, Jared.
Sam nos relató la conversación que mantuvo con James hace tres días.
-Además, recuerdo que el señor Black llamó a principios de agosto para una entrevista con el príncipe; le dije que al no estar Sam, no podía ser- explicó la mujer – simplemente dije lo que me ordenó Sam, que el príncipe estaba en un viaje privado- siguió relatando.
-Seguro que a partir de ahí empezó a hacer averiguaciones- apostilló Rosalie.
-Increíble- bufaba Jasper molesto.
-Y eso no es todo... el caso es que no me dijeron que tenían fotos, sino, obviamente, hubiera prohibido publicarlas- aclaró Sam.
-Así no les reventabas la exclusiva- siseé cabreado.
Bella permanecía en silencio, sumida en sus propios pensamientos, hasta que alzó la voz.
-¿Qué va a ocurrir a partir de ahora?- estaba asustada, lo notaba por la fuerza con la que me agarraba la mano.
Mi padre tomó aire, para empezar a hablar.
-Ya sabéis que Casa Real no confirma ni desmiente estas noticias... pero creo que hay que hacer algo al respecto- dijo mirando a Sam, cediéndole la palabra.
-Bien... creo que debemos tomar una decisión- Bella y yo le miramos sin comprender.
-Si nos arriesgamos a desmentirlo, la cosa volverá a explotar en cuánto los vuelvan a ver juntos; así que propongo lo que no se ha hecho otras veces... confirmarlo- terminó de explicar.
-¿Cómo dices?- le miraba alucinado, al igual que mi novia y el resto de los presentes.
-Hay precedentes de que otras Casas Reales han hecho lo mismo, y el acoso ha sido menor; es mejor así a que anden con especulaciones- dijo resuelto.
Al final, mi padre tomó la palabra.
-¿Podéis dejarnos hablar con Edward y Bella a solas?- el resto salió de la habitación, dándonos miradas de ánimo.
-Papá, si hacemos eso no la van a dejar en paz- dije en cuánto se cerró la puerta. Mi madre se acercó a Bella, cogiéndole de la mano.
-Eso mismo he pensado yo- meditó mi padre en voz alta.
-Además, no puede venir conmigo a los actos oficiales ni a los viajes hasta que no estemos prometidos oficialmente, y lo que esos periodistas quieren es una imagen nuestra, juntos- suspiré enojado... dichoso protocolo de las narices.
Miré a mi niña, que seguía asustada; me acerqué a ella, sentándome a su lado. Ella, después de un largo silencio, habló.
-Entonces... si palacio lo confirma...- mi madre terminó por ella.
-Significaría que seguiríais como hasta ahora, sólo que tendremos que ponerte seguridad- le explicó mi madre.
-La gente sabrá que sois novios... y no os voy a engañar; habrá debates y se inventarán rumores de todo tipo...- siguió explicando mi madre.
-Pero sé que no le gustaré a todo el mundo Esme... eso no lo voy a poder evitar... y creo que tendré que empezar a acostumbrarme- dijo mi niña, con una pequeña sonrisa.
Acaricié su preciosa carita con mis manos, enmarcando su rostro.
-No quiero hacerte pasar por ésto Bella, no quiero verte sufrir... eso me mata- le dije con pena. Ella negó levemente con la cabeza.
-Edward, prometiste estar a mi lado- me rebatió -y sé que nos esperan tiempos difíciles- hizo una pausa, meditando sus palabras -pero no quiero separarme de ti- musitó con una mirada de tristeza.
-Y no vamos a separarnos cariño, yo estaré contigo -la abracé fuertemente -no podría vivir sin ti- le susurré en voz baja, pero mis padres nos oyeron.
-Creo que hacéis lo correcto hijos; bien, mandaré a Sam que redacte un comunicado y lo mande a todas las redacciones. Quiero que estés tranquila Bella, no va a pasarte nada- le calmó mi padre.
-¿Será seguro que vuelva a su casa?- preguntó mi madre.
-Eso iba a decir ahora... ya que lo vamos a confirmar, creo que estará más segura aquí; los periodistas no pueden pasar la barrera de seguridad; en vuestra casa te estarían esperando en el portal- le expliqué a Bella.
-¿Y Rosalie?- mencionó ella preocupada.
-Hablaremos con ella, puede venirse aquí al apartamento de Emmet; ella también ha salido en el reportaje, le preguntarán sobre nosotros... y hay que llamar a Ben y Ángela- le recordé, me sentía mal por nuestros amigos y meterles en este embrollo.
-Y a mi padre y a Sue- dijo asustada.
-Tranquila cariño, yo hablaré con ellos- le dijo mi madre, reconfortándola.
-¿Tendremos que cambiar de clases?- siguió preguntado.
-Si no queréis no... pero intentad ser lo más discretos posible en cuánto a … muestras cariñosas- nos advirtió mi padre.
-Eso no es problema... será igual que hasta ahora- prometió ni novia, a lo que yo asentí.
Dimos por terminada la conversación, y me llevé a Bella a la cocina. No habíamos comido nada en todo el día, y no quería que le diera un mareo ni nada por el estilo. Al entrar, Emily se acercó a nosotros preocupada, abrazando a Bella.
-Sam me lo ha contado... malditos acosadores- murmuraba enfadada, maldiciendo a los periodistas.
Después de charlar unos minutos con ella, nos sentamos en la cocina, delante de la cena que nos había guardado a Bella y a mi. Bella apenas probó bocado, simplemente jugaba con su comida.
-Cariño, no has comido nada en todo el día- le señalé el plato, preocupado.
-No tengo hambre Edward... quiero hablar con mi padre- dijo sin levantar la mirada. Le tomé de la mano y fuimos a buscar a mi madre. Mi padre estaba con Sam, redactando el dichoso comunicado, y después iba a reunirse con el jefe de seguridad.
Bella explotó en llanto nada más escuchar la voz de Sue al otro lado. Pusimos el manos libres, y no dábamos crédito a lo que ésta nos contaba... ya se habían enterado.
-Esta mañana nos han invadido la comisaría, estaban aquí la NBC, ACB News... qué se yo, todos los canales y periódicos del país- nos explicó -tu padre ha tenido que echarlos a patadas-.
Una vez le explicamos lo qué íbamos a hacer, pareció meditar la respuesta.
-Bella, tu padre y yo estamos muy preocupados... pero creo que es la mejor solución; y tranquilo Edward, que no sacarán una mísera palabra de nuestros labios- dijo seria y rotunda.
-Eso ya lo sabía Sue, por eso no debo preocuparme- la tranquilicé.
-¿Cómo ha reaccionado la gente del pueblo?- preguntó Bella.
-Pues ya te lo imaginarás... ésto es un pueblo pequeño; pero le tienen el suficiente respeto a tu padre para hacer comentarios en su presencia- añadió medio divertida, queriendo animarnos.
Una vez hablamos con Charlie otro buen rato, y les tranquilizamos, Bella estaba más calmada.
Hablamos con los chicos; Rose no objetó nada en irse con Emmet. Sus padres también habían visto las noticias, al igual que Ángela y Ben, que nos prometieron no hablar con la prensa.
Por fin pudimos irnos a la cama, después de este día infernal. Bella se durmió enseguida de nuevo, agotada. Rose y Emmet irían con dos empleados de palacio a recoger el apartamento mañana, y Sue nos dijo que hablaría con la comisión que gestionaba la beca de Bella, para decirles que abandonaban el piso.
Esa noche no pude pegar ojo, la noticia mañana estaría en todos los medios de comunicación; todos los temores que tenía cuándo le pedí a Bella ser mi novia volvieron. No quería verla sufrir... pero no había otra solución; para poder casarnos debíamos terminar la carrera, y acabábamos de empezar el tercer año...
Todo el fin de semana lo pasamos en palacio, sin querer poner la televisión; pero sí habíamos visto las portadas de los periódicos... y la noticia fue una bomba. Pero el lunes tuvimos que salir de nuestro refugio para volver a clase. Para mi niña era un prueba de fuego. Decidimos ir en coches separados, y al final, después que el secretario de mi padre hablara con el rector, Bella cambió sus clases, de modo que ahora no coincidíamos en ninguna.
Ella iba con Rose y Emmet, y yo con Quil, otro de los escoltas.
_______________________________________________________________________________________________________________
Sentía que la gente me observaba cual radiografía que te sacan en un hospital. Después de una charla de palacio con el rector, decidimos que lo mejor era cambiarnos de grupo. Se me haría muy cuesta arriba, ya que estaba acostumbrada a estar con él en clases. Nada más bajar del coche, una nube de fotógrafos corrió hacia nuestra posición. Emmet y Rose me rodearon, y yo no pude hacer otra cosa que agachar la cabeza, agarrando fuertemente mi bolso y mi carpeta.
Una vez segurA dentro del edificio, ya que los periodistas no podían entrar, me despedí de mis amigos, quedando en el receso para tomar un café. Entré en la clase, y sintiéndome observada, avancé con la cabeza gacha hacia mi sitio. Podía oír los murmullos de la gente, sorprendidos y alucinados, ya que nadie se lo esperaba. Oí hablar a Mauren y Cinthya, que se sentaban dos filas delante mío.
-Mírala, roja de vergüenza... en las fotos no parecía tenerla mientras se besaban- dijo en tono mordaz.
-¿En qué está pensando el príncipe?... ¿una reina americana?- respondió a modo de pregunta Mauren. Otra chica, que conocía de vista, le unió a la conversación.
-¿Qué tiene de malo?, si están enamorados me parece estupendo... además... en las fotos se ve claramente que los han pillado- contraatacó. Al ver el mutismo de las chicas, siguió hablando.
-Ellos mismos han sido de lo más discretos, nadie sabíamos nada, y los veíamos en clase juntos todos los días- siguió explicando.
Mauren iba a replicarle, pero el profesor entró en el aula. Suponía que nadie se sentaría conmigo... ahora entendía perfectamente lo que me explicó Edward el primer día que nos vimos en clase, pero esa chica lo hizo.
-Hola Bella- me saludó con una sonrisa sincera.
-Hola- musité asombrada.
-No las hagas caso, la envidia es muy mala- me reconfortó -por cierto, me llamo Lauren, Lauren Mallory-.
-Isabella Swan- me presenté con una pequeña sonrisa.
-Lo sé- ella rió... y yo reí con ella en voz baja. Parecía simpática, y no me hizo ninguna pregunta, lo cual agradecía.
Tres horas de clase después, por fin, sonó el timbre; media hora de descanso.
-¿Quieres un café?- me ofreció amablemente.
-Gracias, pero he quedado con Rose y...- me cortó al instante.
-¿Con tu chico, verdad?- me guiñó un ojo pícara. Asentí, notando mis mejillas arder.
-Tranquila, te veo en derecho financiero- me hizo una seña, para decirme algo en plan confidencia -y pasa de la gente... tienes un novio guapísimo-.
-Gracias... por no juzgarme- le agradecí sinceramente.
-Tranquila- me guiñó un ojo y salió del aula.
Con la mirada en el suelo, fui al encuentro de Edward. Estaba en un rincón del campus interno, con Emmet y Rose. En cuánto me sintió, su vista me acompañó hasta que me acerqué a su lado.
-Hola- dije mirando al suelo.
-¿Cómo estás cariño?- me preguntó poniéndose a mi lado, pero sin cogernos de la mano ni nada. Levanté la vista, sus ojos me miraban con auténtica preocupación.
-Bien, tranquilo- le aclaré.
Me senté al lado de Rose, que ya me había cogido el café. Emmet y Edward estaban frente a nosotras, de pie.
La gente miraba hacia nuestra posición, cuchicheando y murmurando sin parar. Suspiré para mis adentros, intentando hacer oídos sordos e integrándome en la conversación que mantenían mi novio y mis amigos.
Atal- .
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