"Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
cariños Nejix
Nejix- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 17
"¡Chicos! ¡Chicos! ¡Chicos!"
"Querido diario: mi vida apesta". Eso es lo que escribiría si en realidad tuviera un diario de vida (cosa que dejé de practicar hace… cosa que en realidad nunca practiqué), pero igualmente puedo resumirles que ha ocurrido últimamente.
Por muy increíble que suene (lo se, a ratos hasta creí estar viviendo un sueño tan real) existió un instante en que una relación amorosa entre Cullen y yo pudo ser. Es cierto, por un segundo Edward había dejado de ser tan inalcanzable como siempre pareció y pudo tener, potencialmente, algo conmigo. Digo "pudo tener" porque lo arruiné con letra mayúscula. Mil confusiones (realmente léase idioteces) de mi parte y terminé arruinando lo que podría haber sido el mejor momento de mi vida.
De aquel ensueño a la realidad transcurrieron tres días. Tres días en que he vivido encerrada en casa sin hacer mucho (en general no se puede hacer mucho en Forks) esperando que terminen las vacaciones de fiestas para volver así a los estudios y mantener mi mente ocupada.
Pero no crean que he malgastado mi tiempo, realmente lo he ocupado intentando trazar el mejor plan para esconderme de Edward cuando el destino nos lleve otra vez a Chicago (lo de "destino" es la mejor forma de evitar recordarme, otra vez, como lo malinterpreté todo –ergo estropeé– con respecto a Edward. Me obligué a desechar las palabras de Mike donde decía que Edward había escogido estudiar en Chicago sólo para estar junto a mí. Si eso era cierto no quería saberlo; ya había llorado lo suficiente). Además del plan de "cómo evitar a Cullen" debía tener una idea clara de como iría borrando la senda de fracasada que quedaría tras de mí en cada uno de los pasos que diera por la vida (no fuera a ser que con eso Edward me encontrara). Bien. Ahora sí juzguen si he malgastado mi tiempo.
Estaba sola en casa: Charlie había marchado a lo de Billy (me repitió un par de veces que podía quedarse en casa y hacerme compañía) a mirar fútbol e ingerir grandes cantidades de calorías traducidas en frituras y cervezas (todo un menú para él). Ocurre que el pobre seguía sintiéndose culpable por el caos que se había generado el día de Navidad cuando Edward y Mike se encontraron tan "pacíficamente" en el living de la casa. Se disculpó mil veces diciéndome que le había dicho a Mike que esperara en la puerta porque él entendía que yo estaba ocupada con Edward pero que el chico igualmente lo había seguido hasta la sala. Realmente no me importaba si había sido así o no; la culpa, finalmente, era mía y sólo mía. Charlie no tenía para que malgastar un día rescatándome de mi miseria (sí, sé que sueno la reina de drama) y perdiéndose su querido fútbol americano sólo porque su hija no sabía tomar decisiones.
Había decidido apagar el reproductor de música. No quería música. Nada. De ningún tipo. Escuchar cualquier cosa sólo me llevaba a recordar aquella canción en mi cabeza.
Sólo ayer me había atrevido a abrir el reluciente paquete rojo metálico con cinta plateada que Edward había olvidado en casa. Varias veces me permití especular sobre que podía haber al interior (tenía miedo de lo que me podía encontrar): tenía el tamaño de una caja de bombones pero no había bombones ahí.
Bien, como dije, sólo ayer y en la seguridad de mi habitación me atrevía al fin y abrí con cuidado el envoltorio (era muy perfecto para arruinarlo sólo por el hecho de tener que abrirlo) y me encontré con una carátula dorada de un disco compacto donde rezaba en grandes y blancas letras "Elvis" y más abajo agregaba "30 #1 Hits(1)". Sonreí de inmediato: los éxitos de Elvis Presley eran un muy buen regalo, sobre todo si nuestro viaje se había basado en compartir la música de cada uno. El disco no tenía envoltorio plástico como acostumbran a traer lo CDs cuando están nuevos pero se notaba que éste había abandonado hacía muy poco la tienda de discos. Bien, había una razón para esto: al interior, sobre el cancionero, había un pequeño papel pegado donde en una estilizada y perfecta caligrafía se leía: "#06" y más abajo ponía: "Who do you thank when you have such luck?(2)", acompañado por el dibujo de una corchea. "¿A quién agradeces cuando tienes esa suerte?". Me mordí el labio, extrañada. ¿Y número seis?Quité el papel y revisé la lista de canciones. Volví a sonreír. ¿Podía ser verdad?
Puse el disco en el reproductor, avancé hasta la canción número seis y la voz de Elvis llenó mi habitación: Well, I bless my soul, what's wrong with me. I'm itching like a man on a fuzzy tree. My friends say I'm acting wild as a bug. I'm in love, I'm all shook up(3)...
All shook up. La canción que había cantado Edward en el karaoke. Digo, algo tan simple como bombones hubiera sido perfecto pero Edward podía hacerlo, sin problemas, más perfecto aún. ¿Doblemente perfecto? (¿existía eso?). Existía. Fue doblemente perfecto cuando oí que aquella frase escrita en el papel era parte de la canción. Edward hablaba de agradecer por la suerte que tenía. ¿Él pensaba que tenía suerte… por mí? Mi sonrisa, esta vez, no pudo con la angustia que me llenó de repente, y ya no pude sonreír más. Me era imposible escuchar la canción y no pensar en Edward (y de paso sentirme mal) así que opté por apagar y desenchufar el equipo de música. Como si esta acción lograse hacerme pensar menos en él. Bueno, tenía que intentarlo por lo menos.
En eso estaba cuando golpearon a la puerta de calle. ¡Demonios! Quienquiera que fuera sólo esperaba que se aburriera pronto y se largara. Ya fuera vendedores o predicadores, no me importaba, había más casas en la cuadra donde podían ir a molestar: no estaba de humor para atender a nadie.
¿Y si era… él? No, no podía ser Edward. ¿Qué razón tendría para venir? Lo cierto es que tenía más razones para evitarme.
Pero no, allá abajo insistieron con más fuerza. Tomé una almohada y la puse sobre mi cabeza. El ruido cesó. ¿Se habían ido? Perfecto. De repente una piedrecilla (o lo que creo fue eso) dio contra el vidrio de mi ventana. Otra piedrecilla la siguió al instante y luego una voz resonó desde abajo: "Swan, abre la puerta. Se que estás ahí".
¿Cómo no lo sospeché antes?
Salí de mi estado zombie, me tiré de la cama, bajé corriendo las escaleras y fui a abrir la puerta.
–¡Jake! –grité emocionada saltando a los brazos de Jake cuando éste traspasó el umbral de la puerta.
–Si Billy no invita a Charlie a ver el fútbol yo no me entero que tú estás en el pueblo –se quejó, acariciando con una mano mi cabeza.
Me separé un poco de él y lo miré hacia arriba (¿qué acaso este chico no dejaba de crecer?) –Lo siento. Me olvidé de llamarte –dije apenada.
Jake me miró serio entrecerrando los ojos. Luego esbozó una gran sonrisa que me contagió al instante (aquel era el mejor atributo de Jake) –Ten, Feliz Navidad, Swan –sacó un pequeño envoltorio (algo arrugado) de su bolsillo y me lo pasó. Lo abrí y me encontré con un lindo collar de madera tallada.
–Gracias. Es… perfecto –dije, sonriendo. Jake era el mejor, sin duda. Adoré su regalo porque era tan él mismo, y eso lo hacía único.
Me solté de su agarre y me fui al living. Jake me siguió hasta el lugar y nos sentamos en el sillón grande.
–¿Qué? –pregunté incómoda al notar que no dejaba de verme como si tuviese cara de payaso o algo por el estilo.
–Quiero saber qué ocurre –lo miré extrañada. ¿Qué ocurría de qué?–. Vamos Swan, no me engañas, algo te pasa –oh, lo había notado. ¿Tan obvia era? Negué intentando pasar desapercibida–. ¿Qué ocurrió? –exigió.
Mordí mi labio inquieta y encogí mis hombros –Mike y yo terminamos.
Era cierto. No todo el día de cada uno de los días después de Navidad los había pasado en casa. La mañana después de Navidad hice lo que debía haber hecho hacía tanto y fui a lo de Mike y… bueno, en resumidas cuentas lo nuestro se había acabado. Y aunque me hubiese gustado que las cosas entre nosotros acabaran bien, era algo que no podía pedirle a Mike: él tenía todo el derecho a enojarse conmigo por lo que le había hecho.
Jake movió la cabeza como analizando algo –¿Quién terminó con quien? –preguntó luego de un rato.
–Yo. O él. No se –Jake arrugó el entrecejo. Bien, se que sonaba confusa pero las cosas eran confusas–. Hubo… hubo algo más –agregué, intentando explicarme.
–¿Algo más?¿Qué más?
–Algo como… –bajé la mirada, avergonzada. Bien, entre Jake y yo prácticamente no habían secretos pero siempre era vergonzoso hablarle de mi vida amorosa (si es que de amorosa le quedaba algo)– besar a Edward –dije bajando el volumen de mi voz.
–¡Hey! Con calma –exclamó haciendo un gesto con sus manos como si intentara frenarme–. ¿Edward? –preguntó, confundido–. ¿Qué Edward? –sus cejas formaron un arco perfecto y su boca se hizo una gran "O" cuando, estimo, la información llegó a su cerebro del todo codificada–: ¡Edward Cullen! –exclamó, apuntándome con un dedo acusador.
Me puse roja de inmediato y, obviando el escándalo de Jake a mi lado, comencé a explicarme:
–Me quedé sin pasajes de avión y-
–Muy Bella –me interrumpió Jake.
Rodé mis ojos –… y Edward se ofreció a traerme en su auto.
–¿En auto? ¿Viajaron desde dónde? –me entretuve con las cejas de Jake: iban una y otra vez de estar arrugadas y confundidas hasta que se arqueaban y se impresionaban: era todo un espectáculo expresivo–: ¿De Chicago hasta acá, en auto, solos? ¡Wow!
–Nada pasó, Jake –aclaré. No pude obviar el tono sugestivo en su voz cuando expresó su "wow"–. Bueno, sólo los besos –así como nada de nada, realmente no lo era.
–Espera –volvió a frenarme con la mano–, ¿tú y Edward no se llevaban mal? Recuerdo varias veces donde mencioné que era un agradable tipo en las que tú me mataste con tu mirada y me hiciste callar –fruncí mis labios y lo miré con reproche–. ¡Esa mirada! –volví a rodar mis ojos–. Bien, ¿qué me perdí después de eso hasta los besos que le diste?
¿Qué se había perdido? No mucho, es decir, un viaje atravesando el país donde todo cambió entre nosotros. Sólo eso. Ah, y algo más –Me gusta Edward –bajé el rostro y miré a Jake hacia arriba.
–Bien –dijo Jake lentamente–. Voy a pasar por alto todo lo que eso me impresiona y que me cuesta trabajo entender, ¿está bien? –agregó, esforzándose en sonar comprensivo (cosa difícil en Jake)–. ¿Qué te tiene mal, Swan? Ya se, no te atreves a decirle –condenó a primeras.
Bien, tal vez en cualquier otra situación sí podría tratarse de aquello: ya saben, yo siendo una cobarde a la hora de declararme. Era normal (y de cierta manera fue así con Edward) pero lo que iba mal estaba más allá de eso.
–No es eso, yo también le gusto –respondí sin ánimos. Aunque en cualquier situación aquella no era una frase con connotación negativa, esta vez lo fue.
Jake soltó un largo y agudo silbido –¡Wow! si que me pierdo cosas quedándome en La Push. Y quien creería que Chicago podía ser la ciudad del amorgg, mon amour –se burló poniendo un tonito afrancesado (¿creo que esa era su idea?). Le dediqué una de esas miradas–. Está bien, está bien, me guardaré los comentarios –agregó haciendo un gesto de "me rindo" con las manos. Volvió a concentrarse y preguntó–: ¿Cuál es el problema entonces? No veo problemas. Te gusta, le gustas, ya sabes –finalizó en resumidas cuentas.
Me cubrí el rostro, avergonzada. Solté un fuerte respiro y luego miré a Jake, lo enfrenté a decir verdad. No tenía sentido darle más vueltas o maquillar las cosas, en algún momento u otro terminaría contándole todo:
–Lo arruiné todo –solté de una y, antes de que Jake pudiese decir nada, me refugié en sus brazos evitando su mirada. Dio un par de caricias en mi cabeza (dándome tiempo, supongo) y luego con cuidado me separó de él:
–¿Lo arruinaste todo…? –preguntó, divertido, viéndome a la cara–. Bien –pensó un instante–, ¿lo arruinaste de la manera en que por accidente quemaste el tapete de la sala de estar? –ojala hubiera sido eso, pensé–, ¿o de la manera en que mataste sin querer al gato de la casa? –no podía creer que hasta eso sonaba mejor.
Tomé un respiro para luego hablarlo todo en una declaración que desafió el aliento:
–De la manera en que creí y le restregué en su rostro que él tenía una relación con Rosalie justamente cuando iba decirme que estaba enamorado de mí.
Jake no pudo aguantarse y soltó una risotada. ¿Qué acaso no se daba cuenta que esto era una crisis para mí? Una tragedia, por Dios, no una comedia. Digo, por lo menos un poco de tacto y fingir preocupación, pero no, era Jake, un ser transparente. A veces demasiado transparente.
–¿¡Rosalie Hale! –preguntó, sorprendido–. ¡Pero si es su cuñada! –exclamó, divertido, volviendo a reír–. Perdón –dijo, tratando de contenerse–, pero todo el mundo sabe que Rosalie y Emmett son novios ¡desde hace siglos!
–Fantástico, hazme sentir peor –murmuré, quejándome y volteándome para darle la espalda. Se que es una actitud algo aniñada pero esperaba que con eso Jake se apiadara de mí y me hiciera sentir mejor. Pero no. Gran error.
–Bueno Swan, si que lo arruinaste –admitió, refregándose las manos.
–Gracias por confirmar lo perdedora que puedo ser –comenté, arruinada.
–De nada, es lo que hacemos los amigos, decimos la verdad –me concedió encogiendo los hombros.
Bien, si hasta Jake (el señor positivo) se había dado cuenta de mi gran metida de pata, quería decir que todo estaba acabado. Por lo mismo no dejó de sorprenderme cuando preguntó:
–Y bien, ¿qué vas a hacer?
Me giré de golpe otra vez a su persona –¿¡Hacer! –exclamé, exasperada–. ¿Acaso no me escuchaste? Lo traté pésimo. No puedo ni mirarlo a la cara –poco a poco fui calmándome–. Hasta me sorprendería que con lo que dije yo le siguiera gustando –mi voz se esfumó de repente.
Era cierto, ¿y si ya no le gustaba? Algo dentro de mí se quebró. De seguro eran las grietas algo endebles de mi roto corazón que no aguantaban más presión. Tal vez sería prudente poner un letrero de "Precaución. Derrumbe" ahí dentro.
Jake se quedó en silencio un momento.
–¿Sabes por qué decidí no estar contigo? –dijo como en las nubes. ¿Ah? ¿De qué estaba hablando?–. Ya sabes, el porqué no quise que estuviéramos juntos como pareja –continuó seguro indicándome a mí y luego a él mismo con el dedo.
Bien, no entendí a qué iba con eso pero decidí obviar ese pequeño detalle. Estaba en shock con lo que me decía –Perdón, ¿qué tú decidiste qué? –enarqué mis cejas, incrédula. ¿Cuándo Jake había decidido algo sobre nosotros?
Jake se acomodó en el sillón frente a mí –Eres una chica inteligente y graciosa Swan –sus halagos no me harían olvidar su frase del bronce recién dicha–. Eres divertida, auténtica –enumeró– y hasta el que seas cascarrabias es un poco adorable. No entiendo cómo pero es así. Ni que decir que eres guapísima –dijo esto último enfatizando sus palabras. Aquello me hizo sonreír un poco: Jake no desestimaba en decirme linda–. Eres preciosa, Bells –repitió serio, viéndome a los ojos–. Pero, ¡demonios!, sí que eres ridícula –soltó de una. ¿Qué? ¿Dónde se había ido el Jake que me adulaba?–. Puedes ser tan ridícula a veces –bien, se había ido, eso seguro.
–¿Disculpa?
–Me acabas de decir que cuando le dijiste a Edward que él tenía una relación con Rosalie, lo que, créeme, ya es bastante ridículo –bromeó–, él te dijo que estaba enamorado de ti. O pretendía decírtelo, no se –se corrigió–. El punto es que tienes que ser muy ridícula si piensas lo contrario –poco a poco me fui hundiendo en el sillón–. No te va a dejar de querer de un día para otro. ¡Es absurdo! –se quejó–. Y si lo hiciera, entonces el ridículo sería él –sentenció ya más calmado, sonriéndome dulcemente.
No pude reprimir una pequeña sonrisa. A su manera, Jake siempre me decía lo que pensaba y, a su manera, siempre me hacía sentir mejor. Un poco mejor.
–Jake –hablé insegura–, no puedo enfrentarlo.
–Tienes y puedes hacerlo. Ni que decir que también quieres Swan, tus ojos lo gritan –lo que menos buscaba era hacerle perder la paciencia pero su mirada me dijo en ese momento: "ya basta"–. Habla con Edward, dile que lo quieres, estén juntos y ya, ¡por Dios! –se quejó.
Fruncí mis labios, amurrada. Odiaba que Jake, el inmaduro, loco y relajado Jake, tuviera la razón por sobre la mía. Y odiaba más que él supiera que tenía la razón, sobretodo cuando me dedicaba esa sonrisa de relucientes y perfectos dientes como diciendo "Ja-ja" al más puro estilo Nelson Muntz(4).
–Tú no decidiste que no estuviéramos juntos –recordé de repente sus palabras. ¿De dónde sacaba él esos cuentos?–. ¡Yo lo hice!
Jake expresó una risita irónica –No me hagas reír, Swan, claro que fui yo –se defendió. Estos eran los momentos en que ambos volvíamos a tener diez años y comenzábamos a discutir por cualquier cosa (ahora léase estupidez).
–¿Ah si? Por eso fue que llegaste a mi casa esa tarde –Jake comprendió de inmediato adonde me dirigía con mis palabras. Comenzó a entrecerrar los ojos buscando así intimidarme para que callara. ¡Ja! ¿Quién se reía ahora?–, con esa flor en la mano –continué lentamente. Jake levantó un dedo en señal de amenaza– y me dijiste que te gustaba, después de varias incoherencias, con ese tonito tan tierno.
Jake no halló mejor defensa que sacarme la lengua como un niño.
–¿Qué haces todavía acá? –preguntó, alarmado, poniéndose de pie de golpe–. ¡Anda donde Edward, dile que lo amas y sean felices, enana! –me puse a reír de verlo así. Siempre que podía aprovechaba de bromear (con cariño, obvio) sobre la vez que Jake se me había declarado (había sido tan lindo, si hasta daban ganas de estrujarle las mejillas). Bien, así como yo me burlaba de eso, él aprovechaba de burlarse de mi tamaño. Pero esta vez yo gané. Volví a reír con más ganas (hacía días no me sentía así)–. No puedo lidiar con esto, te doy consejos y te burlas de mí. No hay respeto –dramatizó sobreactuando. Me reí más fuerte. Volvió a sacarme la lengua y salió del living. Lo oí en la cocina y sus palabras me confirmaron su posición–: ¡Dile a Charlie que he acabado con su nevera!
Jake, Jake, Jake. ¿Qué haría sin él? Bueno, tendría alimento en la despensa, eso seguro. Bien, fuera de bromas, Jake tenía razón: iba a hablar con Edward, debía hacerlo. Tal como él decía cuando intentaba convencerme de hacer alguna locura como había sido andar en moto o emborracharme (en otra oportunidad les contaré de la vez que nadamos desnudos): era mejor decir "lo intenté" a "¿qué habría pasado sí…?". La negación era digerible. La incertidumbre no se tragaba.
Escuché platos y servicios. ¿Acaso esa era la licuadora? Me levanté. Sería mejor averiguar si mi cocina seguía existiendo.
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NOTA DE AUTORA
*Adaptado de la película "¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas!" (Girls! Girls! Girls!, 1962) Les explico el título: como todo gira en torno a (mi) Elvis en el capítulo, puse el título en honor a él tbn.
(1) Elvis 30 #1 Hits. Es un disco con 30 éxitos #1 de Elvis Presley.
(2) "Who do you thank when you have such luck?". Se traduce: "¿A quién agradeces cuando tienes esa suerte?". Es una frase de la canción All Shook Up, que trata de un hombre que confiesa estar enamordado y cuenta como lo hace sentir aquella chica. Esa parte es algo así como: a quien agradecer por sentir lo que siento.
(3) Well, I bless my soul, what's wrong with me. I'm itching like a man on a fuzzy tree. My friends say I'm acting wild as a bug. I'm in love, I'm all shook up... Lo traduje en el capítulo del karaoke, porque es la misma parte, pero aquí va otra vez: Bien, bendita mi alma, que hay de malo en mí. Tengo comezón como un hombre en un árbol frondoso. Mis amigos dicen que estoy actuando raro como un bicho. Estoy enamorado. Estoy temblando...
(4) Nelson Muntz es un personaje de Los Simpsons. El matón del curso de Bart que se caracteriza por burlarse de las desgracias ajenas con su tan conocido "Ja-ja" mientras apunta con su dedo índice y ríe.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
gracias por la actu
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 18
"(Casi) a la hora señalada"
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Uno. Dos. Respiré profundo. Tres. Apreté rediscado(1) y el tono comenzó a sonar y esta vez, a diferencia de la cinco anteriores, dejé que continuara. Una vez sonó. Dos veces. Lo único que podía oír, además del pitido intermitente que me comunicaba la llamada, era mi agitada respiración (de seguro por la ansiedad y los nervios que suponían hacer esa llamada). Tres veces. Me entró pánico; mejor cortaba. Cuatro veces; sí, no podía hacerlo. Cinco; sí, cortaría ahora-
–Hola –respondió una voz femenina al otro lado de la línea.
¡Demonios, demonios! ¿Qué se supone tenía que decir?
–¿Hola? –respondí, haciendo que mi saludo sonara más a pregunta. Bueno, era un paso, ¿no?–. Ehh… ¿podría hablar con Edward? –dije al fin después de varios segundos de divagaciones en mi cabeza. Este era mi plan (que medité toda la tarde después de que Jake me dejó, todo el día de ayer y todo lo que iba de la mañana): llamaría a Edward a casa y le pediría (si era necesario le rogaría) que me escuchara. Lo llamaría directamente a su hogar porque no me atrevía a discar a su celular y que viera mi número registrado en su pantalla. Bien, a veces me dicen cobarde.
–Edward no está –respondió la voz femenina con tono de decepción, supongo que por la negativa ante mi pregunta. Bien, tal vez eso era mejor. Sí, definitivamente era mejor. No estaba preparada para hablarle. Está bien, lo admito, a veces soy demasiado cobarde–. ¿Quién es? –me congelé en mi sitio: ciertamente no me esperaba eso.
¡Maldición! No podría haber dicho: "Bien, muchas gracias. Lo llamaré luego" y haber cortado de inmediato cuando tuve la oportunidad. No, tuve que dejar aquellos estúpidos segundos de silencio donde la mujer (¿sería acaso su madre? Digo, la manera en que hablaba era muy maternal) tuvo que preguntar.
¿Qué decía ahora?
–Eh… –¡Dios! Tenía que aprender a dejar de balbucear–. Soy Bella. Una… amiga –¿eso era? No había necesidad de entrar en detalles.
–Oh, Bella –exclamó la mujer como si supiera de quien se trataba. ¿Acaso me conocía? ¿Era posible que Edward le hubiese hablado de mí? No tenía sentido–. Bella, querida, hubieses llamado unos minutos atrás y lo encontrabas –se explicó dulcemente la mujer–, pero Edward acaba de marchar de regreso a Chicago –¿¡qué! ¿Estaba realmente oyendo lo que estaba oyendo? Me paralicé–. Harán, qué, ¿diez minutos desde que se fue? No más que eso, querida.
¿Había escuchado bien? ¿Edward se había marchado a Chicago? ¿Tan pronto?
–¿Edward se marchó? –pregunté de golpe sólo para confirmar la negativa aunque no tenía sentido hacerlo: ella ya me había dicho que él se había ido. Mi vergüenza se echó a volar: me importaba saber más sobre la tan repentina decisión de Edward.
–Sí. Dijo que prefería viajar más tranquilo, con más tiempo –confesó la mujer–. Nadie pudo hacerlo cambiar de opinión así que se marchó esta mañana. Como te digo, no harán más de diez minutos atrás –agregó con tono triste y algo resignado.
–Oh… –¿con que simplemente se había ido? No pude decir más, digo, Edward se había marchado. Ya no estaba. Se había ido…
–¿Era muy urgente hablar con él, Bella? –preguntó la mujer (podía estar segura que se trataba de su madre) con el mismo tono cordial del comienzo
–Eh… no –no era prudente dejar mis disculpas por medio de un mensaje de terceros–. Yo… yo hablaré luego con él. No hay problema –no sabía que más decir; seguía estupefacta por la noticia–. Muchas gracias –agregué.
–No hay de que querida –dijo la mujer amablemente y cortó el teléfono.
Volví a oír el tono, ahora continuo, que indicaba que la llamada había finalizado. Yo seguía de pie con el auricular en mi oreja sin saber como reaccionar.
Edward se había ido… Se había marchado hacía sólo minutos, había dicho su madre. Pero… ¿por qué lo había hecho? Acaso… No quería sonar egocéntrica ni mucho menos pero sólo lograba concebir la idea de que no quería saber de mí, o si no, ¿cuál era la urgencia para marcharse tan repentinamente? Aquello de viajar con tiempo sólo sonaba a mala excusa para buscar tranquilizar a su familia pero no sonaba a verdadera razón.
Bajé el auricular dispuesta a colgarlo pero mi mano simplemente cayó hasta el costado de mi cuerpo: Edward ya no estaba en Forks. Me había dejado, y con la posibilidad inexistente de arreglar las cosas entre nosotros. No es que no lo fuera a ver otra vez: no encontraríamos sí o sí en Chicago al regresar por el segundo semestre. Ciertamente volveríamos a cruzarnos en los pasillos de la universidad sólo que ahora, de seguro, sin dirigirnos la palabra o siquiera voltear a mirarnos.
Tragué el nudo que se había formado en mi garganta. No quería eso, ¿no? Claro que no. No. ¡No! Definitivamente no lo quería. Era una certeza. No podía permitir que volviéramos a caminar por las noches de Chicago, en silencio, separados como dos completos extraños sólo con un rumbo en común. Edward me importaba demasiado. Me importaba demasiado para conformarme con eso. Me importaba demasiado para no intentar algo más...
Tenía que hacer algo: momentos desesperados exigían medidas desesperadas. Digo, en compensación a los cinco días que había dejado pasar desde la Navidad –luego, cinco días desde nuestra discusión.
En ese instante mi corazón comenzó a bombear al doble de su velocidad y mi respiración se aceleró hasta hacerse notoria. ¿Qué hacer? Esa era la cuestión. Bien, realmente no sabía pero no me servía tampoco quedarme de pie congelada sin moverme. Atravesé la habitación pero al dar el paso tiré del cable del teléfono y éste cayó de la mesa de noche arrastrando consigo las chucherías que había junto a él. Bien, lo primero: colgar el auricular que había estado en mi mano todo el rato. Y recoger el desorden que había provocado.
Miré la hora en el celular: eran las diez con veinticinco minutos. Me deslicé a la agenda con dedos rápidos, encontré el número que necesitaba y marqué "send". El tono comenzó a sonar.
–Contesta, contesta, contesta… –susurraba inquita mientras me movía por la habitación agarrando lo primero que encontraba y juntándolo sobre la cama.
–Nadie te enseñó a llamar a una hora decente –fue el saludo que recibí cuando la voz adormilada de Jake contestó mi llamada.
–¿Puedes estar acá en quince minutos? –pregunté acelerada sin darme el tiempo tampoco de saludar.
–¿Por qué la urgencia, Swan? Me acabas de despertar y pretendes-
–Quince minutos, por favor –lo atajé y corté la llamada.
Fueron los quince minutos más largos que he vivido. Cuando Jake llegó (venía con una cara de sueño el pobre) yo ya estaba lista esperando por él en el dintel de la puerta. No dejé siquiera que bajara de la camioneta cuando ya estaba arriba en el asiento del copiloto. Jake me miró con cara de confusión.
–No alcancé a ducharme ni a desayunar. Si acaso alcancé a lavarme la cara y sacarme las lagañas. ¿Vas a decirme qué pasa por lo menos?
–Edward se acaba de ir. Vuelve a Chicago –respondí, aún acelerada.
Jake volteó la vista al frente. Esbozó una mueca de "si no tengo más opción" al mismo tiempo que soltaba un sonoro suspiro. Encendió el motor –¿A dónde? –preguntó, enarcando una ceja mientras la camioneta echaba a andar.
–A la comisaría –respondí segura luego de tomar un aliento–. Debo despedirme de Charlie primero.
–¿Estás segura que no quieres que te lleve yo? –preguntó Charlie por tercera vez en los cinco minutos que llevaba en la comisaría de Forks.
–En serio. Jake está esperándome fuera, en la camioneta de Billy –dije, intentando tranquilizarlo.
–Bien –asintió varias veces–. Que maneje con cuidado. No quiero tener que suspenderle la licencia –advirtió con su tan acostumbrado tono de padre protector.
–Lo hará.
–Bien –volvió a decir un poco incómodo–. Lo mismo para el chico Cullen –soltó.
Rodé los ojos comiéndome de paso mis comentarios –Está bien, papá –consentí. Digo, ¿para qué entrar en conflictos por nada?
No quería apresurar las cosas pero llegar a la comisaría y la conversación que estaba teniendo con Charlie ya sumaban otros diez minutos. Y tiempo era lo que menos tenía. Charlie, por lo visto, entendía también:
–Cuídate mucho, Bells –dijo de la forma más tierna que pudo–. Llámame, ¿si? –asentí, sonriéndole–. Y vuelve pronto que no soy sólo yo quien te extraña cuando no estás. Jacob no deja de visitarme preguntándome por ti y cada vez que lo hace arrasa con la nevera –sonreí más amplio ante aquellas palabras.
–Lo haré.
Nos quedamos de pie, sin movernos, uno frente al otro. Las despedidas con Charlie siempre eran un tanto extrañas dado que ninguno de los dos era muy expresivo con el otro. Lo observé un momento en el que Charlie aprovechó para dedicarme una cálida mirada y pude ver en ese instante cuanto me extrañaría. Movida por no se qué (daba igual, era el día de hacer locuras) acorté la distancia y le di un fuerte abrazo.
–Te extrañaré, papá –confesé, escondiendo mi rostro en su pecho. Ya saben, no era mi especialidad decir las cosas a la cara.
–Yo también cariño –respondió, acariciando mi cabeza. Pasaron unos segundos y luego Charlie dijo–: Bien, tienes que irte. Se te hará más tarde –me separé de él, le dediqué una última sonrisa y salí de la comisaría. Fuera, Jake me esperaba con el motor encendido.
–¿Está todo listo? –preguntó, fijándose en mí; asentí en respuesta–. ¿Sabes si Edward se fue a tomar la autopista?
Cierto. Era un punto no menor saber si Edward se había ido a tomar la autopista por el camino que llevaba a Port Ángeles y luego a Seattle, o si se había ido por la carretera más rural, por donde habíamos arribado días atrás(2). Había dos opciones y no se porqué mi instinto me decía que había escogido la segunda opción. Aún así, no podía arriesgarme. Hablábamos sólo de una corazonada y no podía arriesgarme a fallar; tal como había dicho antes, el tiempo no era mi mejor compañero en ese momento.
–No lo se –admití, inquietándome.
–Es hora de que lo llames, Swan.
Aquello me inquietó aún más. Llamarlo para decirle… ¿qué? ¡Dios! ¿Por qué tenía que haber esperado hasta este momento? ¿Por qué no hice nada cuando Jake me lo advirtió? ¿Y ahora pretendía detener a Edward a la mitad de la carretera? Las manos comenzaron a picarme.
–¿Qué estoy haciendo Jake? –lo miré preocupada. De verdad, ¿qué diablos pretendía hacer?
–Lo que debiste hacer hace días –respondió Jake, seguro–. Marca el número –insistió.
Bien. Debía hacerlo. Era el precio que tenía que pagar por no haber hecho las cosas a tiempo. Saqué el celular y busqué el número de Edward. Inspiré profundo y, sin pensármelo dos veces, marqué "send" (no había tiempo para nada, ni siquiera para vacilaciones).
El tono sonó una, dos, tres veces. El cuarto no alcanzó a llegar cuando la voz de Edward habló del otro lado; una sensación de vértigo me llenó.
–Hola Bella –saludó con su tan acostumbrado caballerismo; su voz se oía débil, tanto así que el suave ronroneo de su Volvo podía escucharse de fondo.
–Hola Edward –respondí con suavidad. Pasaron unos segundos en los que me decidí a soltar todo de golpe: si no lo hacía ahora no podría hacerlo nunca –: Edward –hablé, intentando sonar segura mientras trataba de ocultar el chirrido de mis dientes; de pronto me había entrado mucho frío–, se que encontrarás esto lo más extraño pero necesito pedirte un favor. Necesito que te detengas un momento. Es decir –me expliqué de inmediato–, se que vas camino a Chicago y quiero hablarte antes. Necesito hablarte antes –rogué–. ¿Puedes esperarme un momento? –hubo unos segundos de silencio–. Por favor –mi voz salió en un último suplicio.
¿Era idea mía o acaso el tiempo se había puesto lento? Muy lento –Estoy en la 101(3). Por donde llegamos –respondió al fin.
No hubo manera de ocultar la alegría que me colmó: mi sonrisa se ensanchó al máximo y mis ojos resplandecieron. Por dentro, mi corazón latía desenfrenado y el frío aumentó cuando varios espasmos se repartieron por mi cuerpo. Mi corazonada estaba en lo correcto: Edward había retomado el camino que habíamos hecho juntos. ¿Era eso una buena señal?
–Gracias –de seguro había notado la alegría en mi voz. Tampoco quería ocultarla, ¿para qué?
Recién cortaba cuando Jake me interrogó con la mirada.
–Se detendrá en el 101 –respondí llena de felicidad–, hacia el sur.
–Hacia el sur será entonces –dijo Jake dando marcha a toda velocidad. Esperaba que Charlie no estuviese hablando en serio cuando dijo lo de suspenderle la licencia a Jake si es que nos excedíamos un poquito en el límite.
A pesar del frío que estaba sintiendo (las manos me sudaban helado) decidí bajar un poco el vidrio para que el aire de invierno me reconfortara. Si bien los nervios me comían, sabía que estaba haciendo lo correcto. En verdad, era un sensación extraña la que me invadía, algo paradójica ya que no quería llegar donde Edward porque supondría al fin enfrentarlo (y digamos que había llegado hasta este punto por el mismo miedo a hacerlo) pero a la vez no aguantaba el momento de verlo. Necesitaba verlo. Tal como el me había dicho una vez, se había transformado en una droga para mí.
Nadie decía nada en la camioneta y en mi interior se lo agradecería eternamente a Jake: no podía hablar en ese momento. Mi cabeza estaba demasiado ocupada meditando que palabras decirle a Edward. Mentira: había nada en mi cabeza. Intentaba buscar el mejor discurso pero mi mente estaba en blanco. Inspiré profundo y solté un sonoro suspiro. Tenía que estar tranquila, me recordé. Lo que haría no era nada del otro mundo: hablar con Edward, disculparme y arreglar las cosas. Si él lo aceptaba, bien. Si no lo hacía, me quedaría tranquila sabiendo que había hecho todo lo posible. Tranquilidad. Eso es lo que necesitaba. Además estaba segura que Edward me entendería. Todo saldría bien.
Así es. Todo iría bien.
En ese momento Jake comenzó a disminuir la velocidad mientras se desviaba hacia la berma de la carretera. Los nervios me paralizaron mandando toda mi psicología a la mierda. El frío se intensificó cuando el auto se detuvo y al levantar la vista me encontré con un Volvo estacionado a varios metros adelante. El motor de la camioneta dejó de sonar y sentí que el aire al interior de la cabina se hacía más pesado.
–¡Bella! –el grito de Jake me devolvió a la realidad (no se cuanto rato llevaba llamándome). Me volteé a verlo–: Todo va a salir bien –me recordó con una estampa cálida que buscaba calmarme. Asentí poco convencida. ¿Podría ser cierto?
Abrí la puerta y bajé de auto. En ese momento otra puerta de auto también se escuchó cerrar. Levanté la vista (había estado caminando mirando el suelo en un intento de no tropezar) y me encontré con la figura de Edward viviendo hacia mi.
Fue como estar arriba de una montaña rusa porque mi estómago dio un vuelco y el vértigo se intensificó.
Era ahora o nunca.
***************************************************
NOTA DE AUTOR
Adaptado de la película "A la hora señalada" (High Noon, 1952) de Fred Zinnemann.
(1) Rediscado, por si lleva otro nombre en otros países, es el botón del teléfono que te comunica con el último número discado.
(2) Me basé en un simple mapita donde la carretera para salir de Forks te lleva o hacia el norte (Port Ángeles) o hacia el sur (por donde arribaron Bells y Edward a Forks). Se supone que Edward va por el sur, el camino "mas rural" (todas son conjeturas mías).
(3) 101, carretera que te lleva a Forks.
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 19
"Por Carretera"
Di varios pasos hacia Edward en los que sólo podía repetirme una cosa: ¿Qué decir? ¿Qué decir? ¿Qué decir? ¿Qué decir? ¿Qué decir? ¿Qué decir? ¿Qué decir?...
Edward se detuvo a unos metros de mí y yo lo imité; unos tres metros nos separaban.
–Hola –dijo con una sonrisa triste.
–Hola –respondí con una sonrisa contenida.
Fue imposible pasar por alto el hecho de que el lugar donde estábamos detenidos era idéntico al lugar donde Edward se había declarado cuando arribamos a Forks. Es decir, todo el paisaje hasta abandonar los límites del estado de Washington(1) (e incluso un poco más al este) era similar: muchos árboles todos muy frondosos y verdes, pero ocurría que este lugar era, en específico, muy parecido al anterior (o tal vez era que yo quería verlo de esa forma; bueno realmente daba lo mismo). Identificar el lugar sólo me llevó a recordar la declaración de Edward, sólo que ahora con roles invertidos; rogaba que el final no fuera tan fatídico como el de ese día. Esperaba que Edward no fuera un idiota como yo lo había sido. Claro que no, nadie podía ser tan idiota como yo lo había sido. Aunque lo intentaran. Créanme.
–Gracias por esperarme.
–No hay de qué –me concedió–. No… no me costaba nada hacerlo –aquello me dio una esperanza. No se porqué tenía la sensación de que Edward se había detenido en la carretera porque quería hacerlo y no por concederme un favor, como decía él.
Corría un viento frío en el lugar que nos mantenía estáticos. Por lo menos funcionaba como buena excusa para los escalofríos que recorrían mi cuerpo a causa de los nervios que sentía y que aumentaban, además, bajo la mirada examinadora que me dedicaba Edward.
Tragué (otra vez) el nudo en mi garganta y el valor llegó a mí (en realidad no se si tenía valor o no –quería creer que sí– pero era el momento de la verdad así que no me quedaba opción). Con valor o sin él hablé al fin:
–Dije por teléfono que necesitaba hablarte –mi voz salió ronca, como si mis cuerdas vocales no hubiesen sido utilizadas en mucho tiempo; aclaré la garganta antes de seguir–. Necesito decirte varias cosas y preferiría que me dejaras decirlas todas primero o si no nunca voy a tener el valor para hacerlo.
Edward no respondió ni asintió ni esbozó ningún gesto ante mis palabras. Permaneció en silencio viéndome; ese silencio era la mejor señal para continuar:
"–Lo siento, en serio –dije segura y con total sinceridad–. No debí haber dicho lo que dije. No debí haber hecho lo que hice. Fui una tonta al pensar que tenías algo con Rosalie, pero yo no sabía, fue una equivocación. De verdad que no estaba enterada que era la novia de tu hermano y creí que tú y ella... digo, todas esas llamadas… –¡Dios! Cada vez que lo recordaba me parecía una suposición más y más idiota. ¿Llegaría el momento en que dejaría de reprochármelo?–. Sabes, olvida lo último. El punto es… es que me entró pánico al pensar que podía ser así –volví a tragar; mi boca se secaba–: me entró pánico porque… –respiré profundo– bien, me gustas.
No esperaba que Edward saltara y gritara y lanzara fuegos artificiales ante mi declaración pero por lo menos un gesto, una mínima señal, una sonrisa fugitiva que me vigorizara y me permitiera continuar; en cambio, nada: Edward era en ese momento el señor impasible.
"–Me gustas mucho Edward y no me quería dar cuenta de eso. Y cuando me preguntaste esa vez si podrías volver a gustarme yo… te mentí; supongo que me daba miedo aceptar que producías ese efecto en mí –era verdad, y la única respuesta a eso era que había sido una idiota con letra mayúscula: no había mayor explicación–. Lo cierto es que me bastó un viaje por carretera para volver a sentir lo que sentí por ti –confesé. Mis dientes tintinearon más fuerte–. Aunque también es cierto que tuve que esperar otro viaje por carretera para saber disculparme. Supongo que la verdadera cobarde aquí siempre fui yo, debí haber hecho esto hace días –agregué, intentando apaciguar mi anterior declaración.
Edward ya no me miraba. Su miraba iba del suelo a cualquier lugar en el espacio que nos rodeaba mas no reparaba en mí. ¿Podía considerarlo como una buena señal? Se rascaba la nuca a ratos y jugueteaba con su cabello, inquieto.
"–Realmente lo siento –repetí–. Y bueno… –era el momento. Le había dicho que me gustaba montones, ¿qué tan difícil podía resultar esto? No se pero mis manos tenían vida propia: iban inquietas de un lado a otro poniéndome más nerviosa aún– esperaba que si decidías aceptar mi disculpa, yo… ¡wow! Esto es más complicado de lo que pensé –revelé más fuerte de lo que pude controlar y fue peor: la atención de Edward volvió a estar de lleno sobre mi figura–, yo… quisiera volver contigo a Chicago –confesé, viéndolo a sus verdes ojos; podría jurar que de la nada esos alucinantes ojos verdes se habían llenado de un brillo especial–. Hicimos el viaje juntos, podríamos "des-hacerlo" juntos, si es que existe esa manera de decirlo.
¿Qué había sido eso? ¿¡"Des-hacer" un viaje! ¡Era la peor invitación que alguien podría haber hecho jamás! ¿¡Des-hacer! ¿En qué estaba pensando? No estaba pensando, eso seguro.
"–Si no lo quieres así, entiendo. Me basta con saber que es posible que las cosas se arreglen entre nosotros, en algún momento. No tiene porqué ser de inmediato. Digo, no es que me vaya a quedar sin boletos de avión otra vez. Eso espero –me cubrí el rostro avergonzada–. ¡Dios! Ya no se lo que estoy diciendo –inhalé profundo y volví a enfrentar a Edward–. Se que en un comienzo dije que me dejaras hablar sin interrupciones pero ahora mismo sería un buen momento para que lo hicieras-
–¿Tus maletas están en la camioneta? –preguntó Edward cortando mis palabras.
Dicen que la mayor diferencia entre la felicidad y la alegría es que la felicidad es un sólido y la alegría un líquido. Bien, mi alegría empezó a derramarse de su recipiente en ese mismo momento(2) en que oí la pregunta de Edward acallando mis palabras. Y menos mal que mis pies estaban bien puestos sobre la tierra o si no me iba al suelo con el alivio que me llenó al oírlo. Mis ojos se cerraron un instante y me permití sonreír con libertad. Volví a abrirlos para encontrarme con la misma sonrisa en los labios de Edward, esta vez acercándose hacia mí. No se cuantos momentos favoritos podría enumerar de Edward pero ese instante, en que acortaba la distancia entre nosotros, podría, fácilmente, ocupar el primer lugar de ellos. Bueno, peleándolo con otros tantos, la verdad.
Edward tomó con cuidado mis manos (casi había olvidado lo bien que se sentía su contacto) –Estás temblando –dijo con suavidad.
–Los nervios me estaban matando mientras hablaba sin saber lo que pasaba por tu cabeza –confesé. Los nervios estaban sí o sí siempre; ahora mismo las cosquillitas me recorrían entera pero eran ahora cosquillitas de felicidad.
–Hubiese dicho algo antes pero me pediste que no lo hiciera –¿ah si? Edward acortó un poco más la distancia entre nuestros rostros (digamos que los espasmos aumentaron inversamente: a menor distancia mayor expectativa) y dijo en susurros casi como confidencia–: Lo cierto es que te hubiese besado en el momento en que bajaste de la camioneta –¿¡ah si! Mi respiración se dificultó ante tal declaración–. Pero… no voy a hacerlo, no puedo –dijo, volviendo a tomar distancia entre nosotros. Sólo un poco; seguíamos muy cerca uno junto al otro–. Sigo teniéndolo prohibido, ¿recuerdas? –agregó, divertido, con una sonrisa encantadora.
¡Nooo! ¿En serio me estaba reprochando eso? ¿En serio estaba sacando a flote mis palabras de enfado tan añejas ya? No podía ser tan… cruel, por no decir groserías. ¿Y ahora, después de que me había robado dos besos ya, se preocupaba por no trasgredir mis "reglas", que por supuesto habían surgido en circunstancias totalmente diferentes al ámbito actual? Bien, si quería jugar…
–Cierto –le concedí. Yo le había exigido una vez que no volviera a besarme, en eso tenía toda la razón–. Entonces ninguno lo hará.
Edward sonrió al oír mi comentario –Bien.
–Bien.
Ninguno dijo más. Eso hasta que Edward quiso llevarse la última palabra, como siempre –Aunque deberías.
–¿Debería? –mis cejas se arquearon ante la sorpresa. ¿Por qué yo debería besarlo? Quería, sí, con todas mis ganas pero no iba a echar pie atrás. Este juego lo ganaba yo.
–Me debes un dólar, ¿recuerdas? –¿dólar? ¿qué dólar?–. Esa noche, cuando la máquina tragó tu billete –oh, hablaba de la noche en que caminamos de regreso al campus; es cierto, Edward había pagado mi agua mineral–. Consideraría no cobrártelos si me besas –dijo, fingiendo desinterés.
No pude controlar la risa que me dio su actitud –Dije que te pagaría ese dólar y lo haré. No voy a cambiarlo por un beso, digo, salgo perdiendo, ¿no? –bromeé.
Edward soltó una risita –Eres terca –atacó de forma traviesa soltando una de mis manos y subiéndola a la altura de mi rostro al momento en que dejaba una suave pero intensa caricia sobre mis pómulos, evidentemente tentándome.
–Cruel –le devolví.
–Cobarde –insistió.
–Mentiroso.
–¿Mentiroso? –se detuvo ante mi acusación y detuvo de paso su caricia sobre mi mejilla (no te detengas, quise gritar)
Con respecto a lo de mentiroso, bien, así era: Edward era un mentiroso.
–Dijiste que habías escogido esa canción sólo porque te gustaba Elvis –le recordé.
Edward comprendió de inmediato a qué me refería –Eso no era una mentira: me gusta Elvis –dijo, fingiendo indiferencia; una sonrisa se escondía tras sus labios.
–¿Ah si? ¿Y qué se supone entonces debía entender yo con el disco que me regalaste? ¿Con la canción que destacaste, y la frase que escribiste? ¿Acaso no era una dedicación? –fui describiendo con lentitud, provocándolo. Estaba claro que no sólo le gustaba Elvis y no pararía hasta que Edward admitiera que había violado una de las reglas de las "Diez preguntas".
–No se que entendiste –continuó, haciéndose el desentendido–. Realmente no había nada que tuvieses que entender. La canción me gusta-
Siempre había soñado con hacer algo así y lo hice. Realmente me importaba nada no ganar en esta oportunidad ante Edward: que dólar, que canción, que Elvis, que nada; nada importaba: quería besarlo hacía mucho y acallé sus palabras con un sorpresivo beso.
Rodeé su cuello con mis brazos y mis pies se pusieron de puntitas cuando mis labios se estrellaron con los suyos. Mi ojos, para ese punto de contacto, ya se habían cerrado. Fue en ese mismo momento cuando sentí los brazos de Edward enrollarse a mi cintura, acto seguido su cuerpo apegándose al mío, mucho, hizo que varias descargas me recorrieran y fueran liberadas en un (casi sonoro) suspiro.
Era un beso necesitado. Ambos lo necesitábamos. Anhelado. Sus labios moviéndose sobre los míos sin control me provocaron sólo besarlo con mayor intensidad. Mis dedos se enredaron en su suave cabello intentando con eso profundizar el contacto. Lo mismo ocurrió cuando las manos de Edward empezaron a recorrer mi espalda, ascendiendo por ella, en un tortuoso-delicioso camino hasta mi nuca… Fue un momento de gloria cuando sentí su cálida (más bien diría ardiente) lengua acariciar mi labio inferior provocándome en una tentadora invitación, y cuando quise aceptarla-
"Bip-biiiiip"(3). Una bocina nos interrumpió y nos separamos asustados ante el escándalo provocado (por el ruido, no por nosotros). ¡Demonios, Jake! ¿No podías ser más inoportuno? Oculté mi rostro en el pecho de Edward por unos segundos (si era posible aprovecharme un poco del pánico, digo yo), luego levanté la vista y lo miré:
–Me disculpas un minuto –pedí, avergonzada.
Edward rió ante la situación y asintió divertido. Me volteé y caminé en dirección a la camioneta. Jake, Jake, Jake, eres mi mejor amigo pero como te odio a veces.
Jake se había bajado y esperaba entretenido junto a la puerta del piloto.
–¿Te parece si te dejo las maletas y me marcho de aquí? Me parece que no volverás conmigo a Forks –se burló.
Bien, era una buena broma así que no pude más que sonreír. Jake me ayudó a bajar las maletas y Edward vino a mi encuentro a recibirlas. Se fue con ellas a guardarlas al portaequipaje dándome tiempo así para despedirme de Jake.
A pesar de que había interrumpido mi mejor momento con Edward (algún día se la devolvería) no tenía más que buenos sentimientos por Jake –Gracias –no había palabra más precisa para agradecer todo lo que había hecho por mí.
–Nada de gracias, me la debes –advirtió. Sonreí. Se la debía, seguro. Le deposité un beso en la mejilla y Jake aprovechó para despeinarme un poco el cabello en el acto. Se subió a la camioneta y encendió el motor–. Oye, no se queden haciendo espectáculos en la carretera –agregó justo antes de echarse a andar–. Un poco más allá de seguro encuentran un motel.
–¡Jake! –mi reto no alcanzó a ser: Jake ya arrancaba de regreso a La Push y estaba segura llevaba su sonrisa ganadora estampada en el rostro. Bien, esta vez lo dejaría pasar, digo, gracias a él estaba ahora con Edward.
Edward…
Me volví hacia el Volvo donde el objeto de mi afecto me esperaba con una de esas sonrisas que me hacían desfallecer: la imagen era demasiado sublime para retenerla (por mí me quedaba así hasta que el sol se escondiera y el impedimento lumínico no me dejara verlo) así que la dejé desvanecer y me acerqué a él.
–¿Nos vamos? –preguntó cuando estuve a sólo unos metros.
–Vamos –asentí, sonriendo.
Edward rodeó el auto y abrió la puerta del copiloto para mí; creo que podría acostumbrarme a sus caballerosidades. Volvió a darse la vuelta y subió a hacerme compañía.
Fue como un deja vu. Estar dentro del Volvo me recordó todo lo que habíamos vivido: fue un flash de momentos, como los de películas, que me trajeron varias imágenes a la retina. Y un tema en específico volvió a mi mente.
–Aún nos queda una pregunta a cada uno. De las diez que teníamos permitidas, ¿recuerdas?
–Es cierto –recordó Edward.
–¿Te parece si acabamos con eso de una vez? –propuse.
–Debió haber acabado cuando terminamos el viaje pero me parece una buena solución –aceptó Edward volteándose hacia mí.
Bien. Yo iría primero. Había algo que moría por saber:
–Yo comienzo –me adelanté–. ¿Qué se traían tú y Rosalie entre manos? –enserio se había convertido casi en una necesidad descubrir eso. Edward soltó una risotada al escuchar mi pregunta–. Digo, algo pasaba, ¿no? Se que me pasé todos las películas posibles pero mis dudas no surgieron de la nada, estoy segura –me quejé.
–Es una buena pregunta –me concedió luego de calmar su risa–. Pero es algo tan simple que te vas a reír después –advirtió. Asentí expectante–. Bien, Rose me había pedido ayuda con el regalo de Navidad de Emmett, quería darle una filmadora y ella no entendía mucho del tema. Bien, yo le había prometido llegar antes a Forks para ayudarla a elegir un modelo pero como estaba contigo –sus mejillas se tiñeron de un suave carmesí–, bueno, quise alargar al máximo ese momento. Eso explica las veinte llamadas diarias que me hacía Rose al borde de los nervios exigiéndome que me apresurara.
Oh. Con que eso era. Eso explicaba entonces el que los hubiese visto juntos durante el almuerzo que tuve con Charlie el día antes de Navidad. ¿Y Edward recibía todos esos llamados y esos retos sólo por estar conmigo? Aww, quise plantarle un beso en ese mismo momento. Varios besos la verdad. No, pero en serio era increíble como todo tenía sentido ahora.
–Era más simple de lo que pensé –admití.
–Te lo dije.
–Bien, tu turno.
–¿Te gustaría ser mi novia? –soltó Edward de golpe. ¿Qué? ¿Había oído bien? Edward quería saber si me gustaría ser su novia. Una vez más me paralicé en mi lugar–. No puedes vetarla, usaste tus dos derechos a hacerlo –me recordó– así que tienes que responder –agregó, divertido.
Poco a poco fui recuperando la compostura. Oh, creía entender. Entonces, Edward no estaba proponiéndome ser su novia, él estaba asegurándose primero de mi respuesta. ¡Wow! Este hombre no dejaba de sorprenderme. Y como no tenía opción, tal como había dicho, tuve que responder.
–Claro que me gustaría –admití en voz baja llevando mi cabello tras la oreja en un gesto totalmente innecesario.
Levanté la vista y me encontré con el rostro de Edward cruzado por esa sonrisa que tanto me gustaba:
–¿Aceptas ser mi novia?
–No te quedan preguntas –me atreví a jugar.
–Empezamos otras diez. Estamos "des-haciendo" el viaje, tú misma lo dijiste –se burló, divertido. Le saqué la lengua en acto-reflejo–, así que son diez preguntas de cero –no respondí. ¿Era conveniente jugar diez preguntas más?–. ¿Aceptas ser mi novia? –volvió a preguntar pero esta vez pude notar que Edward no estaba jugando.
Ciertamente por aceptar ser su novia podía aguantar mil preguntas más o lo que fuera, pero eso él no lo sabía.
–Es tu primera –le recordé–, y sí, quiero ser tu novia –dije, enrojeciendo a más no poder. ¡Dios! En algún momento tendría que terminar con eso.
Edward me observó unos segundos sonriendo, su mirada resplandecía, de seguro la mía también. Volvió la vista al frente y encendió el motor.
Sonreí viendo por la ventana justo cuando comenzamos a movernos y tomamos la 101. Saqué mi celular y lo conecté a la radio. La primera canción que apareció en mi playlist fue la precisa para el momento: Here comes the Sun(4) comenzó a sonar. Edward y yo nos miramos y sonreímos al unísono. Volvimos la vista al frente, fijándonos en el camino.
Y bien, ahí estábamos los dos, otra vez, arriba del Volvo dispuestos a emprender el viaje de regreso. No pude evitar sonreír al cuestionarme que novedades nos sorprenderían en este nuevo viaje por carretera.
FIN
Última edición por Citly Patzz el 6/1/2012, 8:49 pm, editado 1 vez
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"Viva Las Vegas"
Estaba de pie apoyada en la baranda de la gran fuente en las afueras del frontis del casino Bellagio, en el boulevard de Las Vegas(1), observando todo a mí alrededor: rodeada de grandes hoteles y casinos, miles de luces de colores por todas partes que hacían parecer la noche día y cientos de personas pasando por mi lado caminando con decisión hacia sus destinos. ¿Alguna vez me imaginé en medio de aquel paseo? Sí. Creo que alguna vez lo soñé. De seguro pensé que no me iba de esta vida sin pisar el territorio de Las Vegas (viviendo en el país es casi un pecado no hacerlo). Lo cierto es que nunca imaginé estar en Las Vegas, específicamente la noche de Año Nuevo, junto a la compañía de Edward Cullen. Mi novio Edward Cullen, estrictamente hablando. Eso sí que ni en los más extraños sueños lo creí posible.
Y ahí estaba, maravillándome con el encanto de Las Vegas cuando faltaban exactamente quince minutos para la media noche del día 31 de Diciembre. Eso podía explicar el porqué la gente caminaba con tanta determinación: contaban con sólo quince minutos para asentarse donde hubiesen decidido pasar la fiesta de fin de año. Con Edward ya estábamos ubicados donde queríamos estar.
–¿Decidiste ya dónde quieres ir a cenar? –unos cálidos brazos me sorprendieron abrazándome por la espalda mientras que el rostro de Edward se permitía descansar en mi hombro izquierdo.
Volví mi rostro hacia el de él para poder mirarlo.
–Ya te lo dije, quiero ir a un lugar donde no tengas que pagar una barbaridad por la comida –repetí. Había perdido la cuenta de cuantas veces le había dicho a Edward que no quería una cena donde la langosta era recién el plato más "económico" del lugar. Qué decir de lo que me costó persuadirlo para que buscáramos un alojamiento más sencillo de lo que él estaba dispuesto a pagar inicialmente. Como consenso nos permitimos alojar en un hotel que quedaba en la avenida paralela a donde estaban los grandes hoteles y casinos y todo el revuelo de Las Vegas. Ese lugar nos permitiría apreciar el esplendor de la noche pero sin costarnos una fortuna a cambio. Por suerte habíamos pillado una habitación libre (cama matrimonial de paso) considerando que habíamos arribado a Las Vegas tan sólo una hora y algo atrás, y considerando también que era 31 de Diciembre y el lugar parecía albergar a miles de nuevos turistas que buscaban vivir la celebración de sus vidas.
Edward fingió que lo meditaba un momento –Está bien. Lo acepto sólo porque no quiero que tengamos nuestra primera pelea la noche de Año Nuevo.
–Eso si que sería fatal.
Nos quedamos así por varios minutos en los que ninguno dijo nada y donde sólo se pudo apreciar el ajetreo de la ciudad. La gran pileta del Bellagio ya presentaba un grandioso espectáculo.
¿Cómo podía tener tanta suerte de estar así con Edward, en un sitio como Vegas? El que estuviésemos de paso por la ciudad respondía a que Edward me había propuesto, a las horas de emprender nuestro regreso juntos, que nos desviáramos algunos kilómetros dado que teníamos un par de días extras a nuestra propia disposición (las clases iniciaban recién el lunes 5 de enero; en estricto rigor el seis). Pero mi duda iba más allá de estar en dicha ciudad la noche de Año Nuevo. Me refería exactamente a que nunca me había sentido tan bien junto a alguien y con Edward las cosas estaban "más que bien" elevadas a la potencia mil. Intentaba por todos los medios pensar, recordar, comprender, razonar, sortear, o por los menos adivinar que era aquello tan bueno que había hecho en la vida para merecer estar ahí, con ese chico, de esa forma. Ciertamente no había sido tan buena en el último tiempo si consideraba que le había destrozado el corazón a Mike… No me quedaba mayor respuesta que la que era una mujer con mucha fortuna. Mucha.
Volví a ver a Edward y pude notar que observaba el paisaje, concentrado.
–¿En qué piensas? –no me contuve de preguntar.
Una sonrisa se deslizó por su rostro; luego de unos segundos me miró:
–Pensaba en qué tan bueno había hecho para poder estar así contigo, aquí.
Su sonrisa me contagió de inmediato. ¿Así que él también se lo preguntaba? Le di un fugaz beso en la mejilla; Edward sonrió aún más.
–Cuentas una –agregó. ¡Dios! Ya sacaba las benditas preguntas a colación–. ¿En qué pensabas tú? –quiso saber.
–Cuentas dos –advertí–. Estaba pensando en… –Edward no tenía porqué saber que estaba pensando lo mismo que él. Tenía, además, derecho a cambiar (o manipular, mejor dicho) una de mis respuestas. Él lo había hecho la vez cuando le pregunté porque había escogido la canción de Elvis para el karaoke. Me lo negó u omitió (no sabía con exactitud) pero de que había comprobado que cantaba esa canción por mí, no había dudas– en lo increíblemente grandioso que es este lugar –en parte era cierto. Que eso fuera de la mano del hecho que me cuestionaba la suerte de estar junto a él era otra cosa. Omisión de información. Ambos entendíamos el concepto.
–Es grandioso –me concedió Edward.
Y era más grandioso compartirlo con él. ¡Dios! ¿Qué me estaba pasando? Llevaba sólo dos días con Edward y ya todo me parecía mejor. No pude evitar cuestionarme que hubiese ocurrido si hubiese actuado antes. Partiendo, llevaríamos seis días ya si es que la cobardía no me hubiese hecho su presa; una semana si es que hubiese respondido a su declaración cuando arribamos a Forks. Aunque si de sacar cuentas se trataba, llevaríamos "años" juntos si es que Edward se hubiese atrevido a declarárseme antes, o si yo le hubiese gustado cuando él me gustaba, a mis quince años…
Sobre eso…
Me volteé hacia Edward, dándole la espalda a la atracción que suponía la gran pileta y las luces del lugar: quería verlo a los ojos. Me giré dentro de su abrazo (ni loca permitía o lo motivaba a que lo soltara) quedando cara a cara:
–¿Por qué le dijiste a Jasper que yo no era para ti?
No lo pregunté con rencor ni mucho menos: era un tema superado pero la duda me vino de repente.
–Te lo dije una vez –¿ah si? Estaba segura que nunca había sacado el tema a colación–, cuando te conté de mis abuelos –se explicó Edward–. ¿Sabías que nos mudamos a Forks porque yo me puse un tanto… incorregible luego de la muerte de mi abuelo?
Recordaba la vez en el auto cuando Edward me contó de la muerte de su abuelo y de cómo él había dejado de tocar piano una temporada.
–Saqué mis conclusiones de por qué habías dejado de tocar piano pero no creí que se mudaran por causa tuya.
–Así es. Tenía quince, estaba un tanto incontrolable y sólo quería pasarla bien. Cuando te conocí, bueno, tú eras una chica completamente diferente de lo que yo buscaba. Eras, y eres –se corrigió poniendo un mechón de mi cabello tras mi oreja–, una chica tranquila, sencilla, inteligente... –¿acaso eso era malo?–. Recuerdo que Jasper me propuso ese día que te invitara a salir, que él te había visto en varias oportunidades y parecías una chica estupenda. Que podíamos llevarnos bien, me dijo esa vez.
–Pero yo era una mala opción –completé.
–Créeme que tú nunca fuiste la del problema –aclaró Edward con voz firme viéndome fijamente–. Digo, yo había estado saliendo con mujeres como Jessica y luego estuve con Tanya –me recordó con gesto arrepentido–. Te aseguro que tú era una increíble opción es sólo que yo era un idiota. Por suerte, al poco tiempo, se me pasó la estupidez y al año siguiente comencé a salir con Jane, pero…
Jane Vulturi. Ciertamente era todo lo contrario a chicas como Jessica Stanley y Tanya Denali que dejaban bastante que desear como mujeres (y como personas también). En cambio Jane era la chica perfecta. Cualquier hombre desearía estar con ella, y Edward lo había hecho; pero…
–¿Pero?
Edward sonrió antes de agregar –Pero a ti se te ocurrió volver con Charlie para las vacaciones de ese año.
–¿Qué tiene eso que ver? –pregunté confundida frunciendo el ceño.
–Qué ahí me enamoré de ti –respondió Edward con total naturalidad.
Oh.Eso si que no me lo esperaba. Como era de suponer, me sonrojé al instante. Odié Las Vegas en ese momento: si no fuera por su cantidad absurda de luces y destellos Edward no habría notado mi vergüenza. Aunque sí lo habría supuesto.
–¿Eso fue en el…?
–Verano de 2009 –confirmó.
–Hace dos años –agregué en susurros sacando la cuenta. Hace dos años que yo le interesaba a Edward Cullen…
–Dos años y medio –corrigió–. Rompí con Jane ese verano(2).
–¿Terminaste con Jane por mí? –pregunté, sorprendida.
–Pensé que había quedado claro –¡wow! ¿Edward había terminado con una chica como Jane sólo por que yo le gustaba? Eso si que era… ¡wow!–. Terminé con ella y… nunca me atreví a acercarme a ti –añadió Edward bajando la guardia.
–Hablamos de acercarte sin comportarte como un idiota –bromeé, rodeando su cuello con mis brazos.
–¡No me comportaba tan idiota! –se defendió.
–Sólo un poquito –le concedí. Lo cierto es que aún recordaba su indiferencia. Ya no me molestaba, es decir, estaba en medio de Las Vegas siendo abrazada por él, ¡claro que no me molestaba! Pero sí recordaba que aquello me había hecho pasar más de un disgusto durante aquellos años de adolescencia. Me molestaba tanto el hecho de que todo el empeño que ponía en sacar a Edward de mi mundo él lo mandaba al cuerno fingiendo desinterés hacia mí, y con ello haciéndoseme más evidente su persona. Menos mal ese verano apareció Jake en mi vida–. Ese verano conocí a Jake. Jake me dijo mil veces que tú eras un buen tipo. Las mil veces se lo contradije.
Edward rió –Me agrada Jake, te lo había dicho, ¿no? –asentí, entretenida–. Bueno, volviendo a mi declaración de los hechos… pensé que no era tan terrible si no hacía nada puesto que tú te irías de Forks al acabar el verano y yo me quedaría ahí.
–Recuerdo que me dijiste eso, ese día en la carretera –el día de los gritos en medio de la carretera, ¿recuerdan? Edward había soltado aquello y yo me enfadé aún más cuando pensé que yo seguía siendo insuficiente para él.
–Sí. Pero a ti se te ocurre volver a mitad del año a terminar el último semestre en Forks porque tu madre volvía a casarse. Mi plan de querer olvidarte se fue a la mierda, te lo digo –se quejó divertido.
–¿Así que todo es mi culpa? –pregunté, abriendo mis ojos, indignada.
–Prácticamente sí –asintió aún más entretenido–. Y luego empezaste a salir con Newton –agregó como si eso hubiese sido la guinda de la torta.
–La historia es bastante conocida de ahí en adelante, no tienes que contarla –finalicé. En resumen, yo salía con Mike y Edward lo odiaba en secreto. Eso explicaba, después de tanto tiempo, la tensión que se generaba cuando Edward y Mike se encontraban o siquiera se miraban. Eso explicaba muchas cosas.
–Me hiciste vivir un semestre muuuy difícil, Bells –mi boca volvió a ser una "O" mayúscula de la sorpresa. Este hombre era único: se hacía la víctima y más encima me lo echaba en cara sin vergüenza–. Y luego me quedaba mi última carta –¿carta? ¿Qué carta?–. Me enteré que habías decidido estudiar en Chicago y que, además, Newton se marchaba a Nueva York… –oh, esa carta–. Yo aún no había decidido de entre las opciones que tenía de universidades y, de repente, Chicago me pareció mucho más interesante.
Con que era cierto entonces. Cuando Mike lo había soltado ese día en el living (el "día del Apocalipsis", como había decidido llamarlo) no lo creí posible. Lo medité varias veces pero nunca me convencí de que Edward hubiese querido estudiar en Chicago sólo por estar conmigo.
Edward me observaba atento esperando que alcanzara las mismas conclusiones. Oh. Ahora me hacían sentido sus palabras aquella vez, en aquel restaurant, sobre dejar todo atrás por alguien especial. Él había estado de acuerdo… Me mordí el labio cuando caí en la cuenta de todo lo que Edward había estado haciendo por mí. Se había puesto las pilas al cien por ciento, de la forma más extraña, es cierto, pero lo había hecho.
–Pero igual te tardaste otro semestre en hablarme –le recordé, divertida: ahora yo me burlaría–. ¿Tanto miedo te doy?
–No, no, no –negó, seguro–. No. No te tengo miedo –aclaró– pero siempre pensé que me odiabas y yo no sabía por qué. No sabía como abordarte sin provocar que las cosas empeoraran más –era cierto. Él ya me lo había dicho. Pero igual era gracioso pensarlo como si me temiera.
–Y no hallaste nada mejor que invitarme a venir contigo en ese viaje. Parece como si lo hubieses planeado todo –de repente…–. No tuviste nada que ver con que no consiguiera pasajes de avión esa vez, ¿no? –pregunté un tanto confundida. Aquella vez habían sido tantas coincidencias–. No, eso sólo pasa en las películas –recordé.
–Así es. Esa fue simplemente una increíble coincidencia –respondió Edward, sonriéndome.
Ahora ya todo estaba aclarado. No quería saber más cosas referentes al pasado, ¿para qué? Me abrasé más fuerte a su cuerpo y descansé mi cabeza en su hombro. Si hubiese pasado por mi decisión, me quedaba de esa forma por siempre.
Podía sentir el ajetreo de la multitud a nuestro alrededor. Varios cientos de personas se habían agolpado en el boulevard de Las Vegas, frente a la gran fuente del frontis del casino Bellagio, esperando por el espectáculo pirotécnico. Estábamos rodeados por grupos de jóvenes y adultos (algunos niños se veían entre familias) que se movían, hablaban, gritaban y hasta cantaban esperando por una celebración de fin de año única. Varías champagnes ya habían sido abiertas (otras estaban a punto de explotar) y los flashes de las cámaras no se detenían. Con toda esa agitación del ambiente y yo me encontraba en paz en los brazos de Edward.
–Falta casi un minuto para la medianoche –dijo Edward cuando un gran reloj que descansaba en lo alto del casino Caesars Palace, a nuestra derecha, anunció las 23 con 58 minutos y poco más de 40 segundos–: ¿Tienes ya pensado en qué vas a pedir cuando den las doce?
¿Que qué quería para el nuevo año? Creo que ya tenía todo lo que necesitaba. ¿Qué más podía pedir si todo había resultado perfecto con Edward y ahora podía besarlo cuando se me diera la gana? (créanme, esa era una de las mejores partes de ser su novia. Nunca podría aburrirme de besarlo).
Pero tal vez sí había algo que quisiera…
–Quiero verte cantar como Elvis otra vez –respondí buscando su mirada.
–Pero no, no tenías que decirlo –comentó con falsa resignación–. Lástima, ya no podrá cumplirse.
Una idea vino a mi mente –Se cumplirá, créeme. Después de ver los fuegos artificiales, tú y yo no vamos a un karaoke donde me cantarás All Shook Up como aquella vez –comenté, segura.
–¿Ah si? –Edward me siguió el juego de inmediato.
–Sí. Y lo harás porque luego yo cantaré Man! I feel like a Woman para ti como aquella vez, pero en la habitación del hotel.
La sonrisa de Edward se ensanchó en el instante y sus ojos resplandecieron –Tú sí sabes como persuadir a la gente.
Lo miré fijamente y muy segura de mis palabras –Puede ser. Está en tus manos la decisión.
Nos quedamos viendo en silencio, retándonos con la mirada: yo no despegaba mis ojos de lo suyos y él no perdía movimiento de los míos. No se que me había controlado al decir aquello, lo que sí sabía era que cada vez que Edward me besaba un calor me controlaba y sólo quería seguir besándolo. Quería besarlo y mucho más.
Y por lo visto el quería lo mismo porque no dudó en robarme el último beso de ese año justo cuando la multitud a nuestro alrededor comenzó a corear la cuenta regresiva.
Yo me dejé guiar por Edward aferrando mi abrazo tras su cuello al momento en que él acortaba aún más (si es que acaso era posible) la distancia entre nuestros cuerpos. Mis labios juguetearon con los suyos haciendo que nuestras lenguas se encontraran una vez más, como costumbre que se iba haciendo. Podía confirmar así mismo que amaba la forma en que Edward me besaba: sus labios eran adictivos, su aliento me seducía y sus caricias provocaban mil descargas en mi interior… No quería dejar de besarlo y, lo mejor, no tenía porqué que dejar de hacerlo.
No me dí cuenta hasta el momento en que los fuegos artificiales comenzaron a estallar sobre nuestras cabezas de que el nuevo año había llegado.
–Feliz año nuevo, amor –susurró Edward muy cerca de mis labios.
–Feliz año nuevo –respondí radiante de felicidad.
Me volteé, otra vez dentro de los brazos de Edward y nos acomodamos para ver el espectáculo pirotécnico que estaba ocurriendo frente a nosotros y frente a la multitud de personas felices que nos rodeaban.
–No me molestaría que estos viajes por carretera se hicieran una costumbre –gritó Edward por sobre mi hombro intentando hacerse escuchar sobre el ruido de los estallidos y sobre las reacciones y chillidos de la gente.
–Si me dejas conducir el Volvo creo que podría considerar viajar más seguido contigo –respondí, también en un grito; Edward me miró con ternura. Volvimos a observar los fuegos, maravillados con el momento.
Era una mentira. Viajaría con él aún cuando no me dejase ir al volante. El viaje que teníamos por delante duraba sólo cinco días pero teníamos varios veranos y varias vacaciones de fiestas para emprender unos tantos viajes más. Serían muchos días que nos llevarían quien sabía por qué lugares y por qué aventuras, pero con Edward no tenía miedo a las incógnitas, sabía que junto a él iba por una muy buena carretera.
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Y bueno eso es todo Niñas, Gracias por estar al pendientes de esta historia y gracas una vez mas a Sombrerodecopas por prestarnos su maravillosa creacion.
Nos leemos pronto
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Citly... preguntita no pusite completo por que todavía tenes algomas o... tengo que hacerte recordar de ponerlo al lado del nombre para que yo sepa jejejejje
Besotes hermosa!!
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Ebys Cullen escribió:
Citly... preguntita no pusite completo por que todavía tenes algomas o... tengo que hacerte recordar de ponerlo al lado del nombre para que yo sepa jejejejje
Besotes hermosa!!
Pfff se me paso Ebys hahah, gracias por recordarmelo linda
ya lo edite, lo voy a dejar unos dias mas aqui y ya despues lo paso a los Fanfics Completos.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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