"Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
gracias
Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"Un final made in Hollywood"
–… vamos, ¿qué me dices querida? ¿Cantarás para mí?
No quise darle ninguna vuelta más al asunto: lo había decidido y si volvía a meditarlo aunque fuera un segundo terminaría arrepintiéndome. Digo, estábamos en medio de Dakota del Sur(1), técnicamente a mitad de nuestro camino (por ende, en medio de los Estados Unidos), en un lugar donde nadie me conocía y de donde me marcharía al amanecer, ¿qué tanto arriesgaba? Sería divertido, eso seguro. Ya era tiempo de que empezara a dejarme llevar por situaciones como ésta.
Mientras terminaba de convencerme de que era la mejor decisión observaba a una chica interpretar una canción, ahora de Christina Aguilera, cosa que había provocado que el ruido en el lugar aumentara; parece que andaba con un grupo que se sentaba cercano al escenario porque vitoreaban ante su performance.
–Está bien –accedí volteándome otra vez a Edward que esperaba atento por mi respuesta, y al oír la mía su sonrisa fue su respuesta–. Cantaré, pero no para ti –aclaré elevando el volumen de mi voz. Edward enarcó sus cejas y me miró divertido. Me acerqué a su oído para que me oyera mejor–. Lo nuestro no es más que un romance estratégico, querido –bromeé (es decir, iba a cantar ante desconocidos, de bromas como ésta ya estaba curada de espanto). Edward soltó una carcajada, recuperó la distancia entre nosotros y asintió varias veces, riendo.
–Solamente estratégico, es cierto –repitió entretenido.
–Y con respecto al karaoke –agregué–, cuando yo proponga que saltemos de un acantilado como panorama, ¿tú dirás?
Edward entrecerró sus ojos meditando la respuesta –¿Nos vemos en el mar? –preguntó dudoso.
Mi sonrisa se acrecentó –Entonces está todo claro.
La chica bajó de la plataforma acompañada de aplausos (había hecho una excelente interpretación de Candyman(2)) y el DJ llamó a participar a quienes seguíamos en el local.
–¿Quieres ir ahora? –me preguntó Edward.
–¿Qué? ¡No! No, todavía tengo que asimilarlo –respondí en acto reflejo–. Además, tú vas primero –dije en mi defensa. ¿Era una orden? Sí, lo era, pero de él había sido la idea así que tenía que saber dar el ejemplo.
Edward volvió a reír –Está bien. ¿Nos tomamos otra cerveza antes de debutar como cantantes? –movió su botella mostrando que ya la había vaciado; la mía, por supuesto, estaba en las mismas condiciones.
–"Valor embotellado" le dicen, ¿no? Me anoto entonces –bromeé aceptando una segunda ronda de cerveza.
Edward pidió dos botellas más y luego dos más (acordamos que sólo serían esas porque era imperioso que al otro día pudiésemos levantarnos), y entre que conversábamos y mirábamos a la gente pasar por el karaoke llegó el momento de la verdad. El lugar, para mala suerte mía, había acogido a otras pocas personas que habían llegado esa noche para pasar un rato agradable. ¿Qué acaso todos acá parrandeaban los domingos? Duh. Digo, lo nuestro era una excepción, estábamos de paso.
–Bien. Mi turno –otra chica (parece que en este pueblo sólo habían mujeres) terminaba su show y con Edward nos habíamos anotado a continuación; él primero, por supuesto–. ¿Tienes decidido que cantarás? –preguntó.
Tenía un par de opciones, sí, pero aún estaba pensándolo, ya saben, quería escoger bien: sería mi primera vez arriba del escenario y quería disfrutarlo de modo que mi elección debía ser precisa. Puede parecer que estoy exagerando, pero ¡vamos!, sentía la adrenalina liberarse en mi interior, de eso no tenía duda.
Varios aplausos inundaron el lugar y me alejaron de mis cavilaciones.
–Bueno, es mi turno –Edward se puso de pie– y luego vas tú. Tienes que estar tranquila, ¿sí? –dijo con una cálida sonrisa sin moverse de mi lado. ¿Él iba a cantar ahora y se preocupaba que yo estuviese tranquila? Este hombre no dejaba de sorprenderme y para bien, la mayoría de las veces; aquello me hizo sonreír.
Levanté mis dos pulgares y le deseé suerte mientras se alejaba. Me acomodé en el asiento, apoyada en la barra y esperé por que Edward comenzara.
Edward se acercó al DJ, le dijo un par de palabras (supongo que estaba confirmando el título de su canción) y luego avanzó al escenario. Varios aplausos y gritos femeninos se escucharon cuando tomó el micrófono.
Es decir, era innegable que Edward era atractivo (bien, lo admito, bastante atractivo) así que era de esperarse ese tipo de reacción, y no se si Edward estaba acostumbrado a tales situaciones (yo creo que si, digo, a lo largo del viaje no había habido chica que no se le insinuara de una u otra manera) porque simplemente sonrió en respuesta, lo que ciertamente desató otros varios gritos más desde las "graderías".
Edward no me había dicho que tema había escogido para la ocasión y cuando la música comenzó a sonar re-confirmé (porque ya tenía la certeza) de que Edward sí tenía muy buen gusto para éstas cosas, digo, ¡era Elvis Presley por Dios! ¿Qué mejor que una canción del "Rey del Rock" para que Edward se luciera ante las féminas? Damas y caballeros, pensé y no me contuve de alegrarme, para el deleite de todos ustedes: All Shook Up(3).
Edward acercó el micrófono a su boca cuando el silencio se hizo y una grave voz, muy afinada por lo demás (demasiado para mi parecer), salió de sus labios. ¿Qué acaso este hombre además de ser guapo, inteligente y encantador, tenía buena voz? De seguro había hecho pacto con el de abajo porque era envidiable como Edward se acercaba peligrosamente a personificar al hombre perfecto. Se acercaba por supuesto, no lo era de ninguna manera.
–"Well, bless my soul, what's wrong with me. I'm itching like a man on a fuzzy tree. My friends say I'm acting wild as a bug. I'm in love, I'm all shook up. Mm, mm..."(4)
Cantaba Edward y cada vez que terminaba una frase y antes de continuar con la siguiente, los espacios de silencio (donde sólo la música sonaba) se llenaban de aplausos a coro, gritos y silbidos que eran recibidos por Edward con guiños y gestos de galanteo (que como ya dije, sólo conseguían avivar más al público de las mesas, en especial al femenino).
Era agradable oírlo y verlo. Podía entender porqué las chicas habían reaccionado de esa forma, digo, había cierto encanto en como Edward le otorgaba a la letra toda la gracia del mismísimo Elvis y ante eso no pude más que dejarme llevar. Y de tanto observarlo fue cuando noté que Edward sólo me miraba a mí y cuando, de paso, me cubrió la vergüenza.
–"... when I'm near that girl that I love best. My heart beats so it scares me to death. She touched my hand, what a chill I got..."
Se volvía a ratos a observar al resto mientras se movía al compás de la música mas su verde mirada siempre terminaba deteniéndose en mi persona; era el instante en que Edward acrecentaba su sonrisa y yo, bueno, debo decir, terminaba sintiéndome "algo" especial. Algo. Le sonreía asintiendo también y daba palmas a ratos desde el fondo del lugar para que siguiera con su presentación.
–"My tongue gets tie when I try to speak. My insides shake like a leaf on a tree. There's only one cure for this body of mine. That's to have that girl that I love so fine" –el público lo coreaba y aplaudía y parecía estar pasando de todo entre el escenario donde estaba él y la barra donde me encontraba yo, pero cuando cantó aquella estrofa la forma en que lo hizo causó más de un escalofrío en mí.
Entendía que me mirara porque sólo me conocía a mí, y toda ésta dinámica de atrevernos a hacer algo nuevo y que-se-yos era un tema sólo entre nosotros. Aún así, su sonrisa de estar pasándola bien y actuar seductoramente se había esfumado y su mirada… realmente sentí como si quisiera escanearme. Aquella mirada era demasiado profunda para poder enfrentarla. Hubo un momento en que tuve que tragar pesado al notar que había dejado, ya varios segundos, de respirar.
¿Qué diablos había sido aquello? Cuando pude preguntármelo Edward ya había vuelto a colmarse de su papel de cantante amateur y seguía con su show, divirtiendo otra vez a todas las chicas. Algunos movimientos más a lo Elvis (no del todo como Elvis o si no el lugar se hubiese venido abajo) y Edward finalizó su performance con un seco y seductor: "I'm all shook up".
Los gritos no se hicieron esperar y los aplausos inundaron el local. Ya más recuperada de lo que fuera que había sido lo anterior y ante el espectáculo que había dado el hombre (siendo del todo objetiva) no tuve más opción que sumarme a los aplausos y unos cuantos chiflidos se escaparon de mis labios. Edward rió ante mi gesto, hizo una reverencia solemne con su cabeza y al levantarse me guiñó un ojo, divertido, cosa que me hizo reír aún más.
Poco a poco los aplausos comenzaron a menguar. Yo aún seguía embobada con toda la parafernalia que se había provocado, el ambiente y lo entretenido (además de interesante) que había sido ver a Edward en dicha faceta así que no vi venir cuando Edward, entre los silencios que había conseguido, dijo con una grave voz justo antes de devolverle el micrófono al DJ:
–Ahora con ustedes todo el encanto de Bella Swan –y estiró su brazo con la palma abierta, que si se seguía en línea recta terminaba al otro lado del local, en el fondo, apuntándome directamente a mí.
Y un balde de agua fría me cubrió: era mi turno.
Abrí los ojos como platos y mi rostro enrojeció. Bien. Respiré profundo un par de veces para calmarme: quería hacer esto, en serio quería; es más, hasta sería divertido, sólo había sido la sorpresa del momento.
Caminé hacia al frente y Edward vino hacia mí. Cuando nos encontramos se acercó a mi oído y susurró un "sorpréndelos" que me generó un nuevo escalofrío (por toda la adrenalina del momento, claro), luego me sonrió de forma cálida y fue a sentarse al lugar que antes ocupaba yo.
Me dirigí donde el DJ sin mirar a mi alrededor: no quería ver en que se entretenía el resto, me bastaba con escuchar algunos silbidos y voces (ahora más graves) alentándome.
–¿Que vas a cantar, Bella? –me preguntó de forma agradable el DJ, un chico que lucía unos años mayor que yo.
–Shania Twain –respondí tomando un poco de confianza–. Man! I feel like a woman!(5)
–Muy bien, chica –asintió con una sonrisa e hizo un gesto con su mano dándome el pie para comenzar–: El escenario es tuyo.
Cuando subí a la plataforma (micrófono en mano) las luces me cegaron por la sorpresa pero eran sólo un par de focos que iban a parar al centro –insisto, el lugar era muy humilde– de modo que mis ojos se acostumbraron al instante. Cuando eso ocurrió al fin pude ver donde estaba parada: cerca de veinte personas, veinticinco como mucho, me miraban felices y sonrientes (supongo que el trago ayudaba bastante a conseguir aquello) y en el fondo, con una botella en mano, sonrisa torcida y mirada intrigante, estaba Edward observándome.
Creo que notó el momento exacto en que mi mirada fue a dar con la suya: fue cuando su sonrisa aumentó y justo, también, cuando la música comenzó a sonar.
Los gritos de los chicos, supongo que al identificar qué tipo de canción interpretaría, resonaron en mis oídos y me dieron más valor: estaba ahí para divertirme. Esa noche iba a hacer como la mismísima Shania Twain (por lo mismo había escogido tal canción): no iba a comportarme políticamente correcta y sólo la pasaría bien.
Aferré el micrófono con pedestal y todo hacia mi cuerpo y dije la primera frase con la mayor actitud posible que pude manifestar: "Let's go girls"(6), y los gritos eufóricos volvieron a inundar el lugar.
–"I'm gonna out tonight, I'm feeling alright, gonna let it all hang out. Wanna make some noise, really raise my voice, yeah, I'wanna scream and shout" –me aferraba al micrófono por si mi inestabilidad osaba aparecer en escena, y mientras me mantenía firme a tierra comencé a disfrutar de lo que estaba haciendo–. "No inhibitions, make no conditions, get a little outta line. I ain't gonna act politically correct, I only wanna have a good time" –comencé a moverme sutilmente al ritmo de la música y algunos chiflidos traspasaron el nivel de ésta–. "The best thing about being a woman, is the prerogative to have a little fun".
Fue una adrenalina instantánea en el momento en que el coro sonó. La canción era conocida así que muchos cantaron junto a mí. Edward al fondo no lo hacía, seguía observándome apoyado en la barra, ocultando su sonrisa con una de sus manos y moviendo la cabeza al ritmo de mis movimientos.
–"Oh, oh, oh, go totally crazy, forget I'm a lady, men's shirts short skirts" –comencé a mover mis hombros de forma seductora (dentro de lo que podía, era la primera vez que jugaba a ser la chica sexy) pero a juzgar por la respuesta del público parece que lo estaba logrando–. "Oh, oh, oh, really go wild, yeah, doin' it in style. Oh, oh, oh, get in the action, feel the attraction, color my hair, do what I dare" –y tal como una artista, hice del pedestal del micrófono mi pareja meneándome sensual cerca de él y jugando con éste–. "Oh, oh, oh, I wanna be free, yeah, to feel the way I feel" –con mis labios muy cerca del micrófono finalicé con voz cargada de sensualidad–: "Man! I feel like a woman!"
Los gritos (que dejaba de oír cuando cantaba) volvieron a estallar. Sólo en ese momento volví a tomar conciencia del público que me estaba viendo. Me fijé en Edward al fondo, que se había puesto de pie, riendo con total naturalidad y disfrutando del espectáculo que estaba dando. Yo misma me eché a reír al saberme en dicha situación.
Como ya estaba en eso, había que hacerlo más picante; digo, dudo que la oportunidad volviese a repetirse así que el momento era ahora.
Volví a asir el micrófono y mi voz llenó otra vez el local –"The girls need a break, tonight we're gonna take, the chance to get out on the town. We don't need romance, we only wanna dance, we're gonna let our hair hang down. The best thing about being a woman..." –con mi dedo índice me indiqué a mi misma y luego mi brazo cubrió mi cabeza y deslicé mi mano por el cabello hasta llegar a mi cuello, lentamente– "…is the prerogative to have a little fun".
Unos chicos de la primera mesa gritaron "eso nena", cosa que me hizo reír aún más pero aún así no me fijé en ellos, mis ojos viajaron a Edward otra vez. Ahora entendía porqué el me había observado mientras cantaba: era al único que conocía del lugar así que más allá de lo que gritara el resto y de lo bien que estuvieran pasándolo, sólo Edward sabría (y recordaría) que yo, Bella Swan, me había subido a ese escenario y había hecho tal performance.
–"Oh, oh, oh, go totally crazy, forget I'm a lady, men's shirts short skirts. Oh, oh, oh, really go wild, yeah, doin' it in style" –ahora mi baile se había puesto más osado: movía los brazos, me tocaba el cabello, los hombros, el cuello; movía las caderas e interactuaba con el público haciéndole gestos y sobre todo sonriendo (a ratos hasta riendo de lo bien que lo estaba pasando)–. "Oh, oh, oh, get in the action, feel the attraction, color my hair, do what I dare. Oh, oh, oh, I wanna be free, yeah, to feel the way I feel" –y otra vez mi voz sensual (era gracioso pensarlo de esa forma)–: "Man! I feel like a woman!"
Correr en motocicleta con Jake había sido una de las cosas más geniales y osadas que había hecho en mi vida. Bueno, este karaoke se acercaba peligrosamente a quitarle la prioridad en mis favoritos. ¡Dios! Era genial todas las sensaciones que estaba sintiendo: una adrenalina y una energía que me colmaban y una locura que me superaba. Me sentía bien, me sentía sexy (aquello si era un logro) y me sentía capaz de todo. Si alguien me hubiese dicho alguna vez que terminaría haciendo un espectáculo para tanta gente (en este caso veinte personas para mi era sinónimo de multitud) sin sentirme cohibida, lo habría creído loco. Insano.
Y si que era posible. Lo estaba haciendo y disfrutando al máximo.
Y Edward había descifrado que así era: aún al otro lado del lugar podía leerlo en su mirada. La mayoría de las veces me costaba entender sus expresiones pero en este caso no había duda: sabía como me estaba sintiendo y se alegraba de aquello.
El coro volvió a repetirse e hice de mi baile un poquito más ardiente (dentro de lo que me atrevía, tampoco era hacer de exhibicionista), y tal como Shania Twain es su vídeo clip, abrí mi chaqueta y me la saqué al ritmo de la música. Los muchachos enloquecieron: varios "dale Bella" o "lo tienes nena" llegaron a mis oídos revueltos con más aplausos y silbidos, entre ellos los del mismo Edward quien también se dejó enloquecer. Lo veía con los brazos arriba gritando por mí y con los dedos en sus labios haciendo ruido y chiflidos.
Me sentía en las nubes. Aquello era fenomenal, totalmente excitante y totalmente recomendable; tal como decía la canción, estaba vuelta loca.
–"I get totally crazy, can you feel it, come, come, come on baby" –jugué con el pedestal del micrófono antes de finalizar mi show–. "I feel like a woman".
Y todo había acabado.
La música se cortó. Hubo sólo un par de segundos de absoluto silencio en mi cabeza y luego éste fue cubierto por todo el ruido que sólo veinte personas podían producir, que para gran sorpresa era bastante más del que uno imaginaría. Mi respiración intentaba poco a poco regularizarse.
Me cubrí el rostro y agarré mi cabeza asimilando aún todo lo que pasaba. En esos segundos comenzó a volver mi timidez (es cierto, ya no estaba jugando el papel de ser otra) pero no esa timidez que me hace un tomate de la vergüenza, era más bien inquietud. Encogí mis hombros y jugueteé con mi cabello mientras recibía el cariño de todos esperando el momento de poder bajarme de la plataforma cuanto antes.
Edward al fondo seguía eufórico: no paraba de aplaudir y gritar por mí sin quitarme la vista de encima. Le sonreí a más no poder. Hice como Edward y dediqué una pequeña reverencia que todos celebraron pero que ciertamente estaba dedicada sólo a él, y me bajé del escenario.
–Bien hecho Bella –dijo el DJ cuando me acerqué a devolverle el micrófono. Sonreí ante su halago.
Pasé por entre la mesas apurando mi paso (todavía sentía algunas miradas sobre mi, aún cuando alguien más ya había subido a escena). Lo único que quería era llegar al lado de Edward; era el único que entendía todo aquello que había pasado.
No se porqué pero a metros de él corrí y, sin pensarlo, salté a sus brazos. Enredé mis brazos alrededor de su cuello y le regalé un abrazo de oso por la euforia, un abrazo muy-muy apretado. Edward simplemente me correspondió sin detenerme: sentí cuando apoyó sus manos en mi cintura (yo en ese momento estaba en el clímax del acto) y esperó.
La verdad no se muy bien por qué lo había abrazado pero no tenía vergüenza de haberlo hecho. Supongo que quería agradecerle de alguna manera lo que había hecho por mí, que me motivara a cantar y todo eso.
Me separé luego de unos segundos y solté mi agarre, aún así no me alejé de él. Entrelacé mis manos en mi pecho y solté todo lo que quería decir (Edward ya había retirado las manos de mi cintura; sus brazos descansaban ahora a cada lado de su cuerpo):
–¡Edward fue asombroso! ¡Asombroso, asombroso en serio! La adrenalina que sentí, la embriaguez del momento fue-fue- –las palabras se me tupían de tan veloces que querían escapar. Había tanto que quería expresar y mis manos se movían también desatadas intentando ayudar a transmitir mis ideas–. ¡Dios! Es una de las mejores sensaciones que he sentido. Estar allá arriba y-y enfrentar a todos y el poder que se transmite, y la forma en que te alienta la gente y como te apoya… –quería decirlo todo. Si me detenía a pensar de seguro me daría cuenta que mis frases eran ideas del todo desconectadas unas de otras, pero en ese momento post adrenalina-desatada ni boca no tenía filtro.
Edward simplemente me escuchaba: sonreía y asentía a cada una de las frases que decía, y me observaba sin perder pisada de ellas aún cuando estas no tuvieran mayor sentido.
–… en serio, ha sido genial –dije ya más calmada cuando el entusiasmo comenzó a dejarme ir–, ha sido… totalmente increíble –dije enfrentando la mirada de Edward y, de la nada, movida por no-se-qué le deposité un rápido beso en la mejilla que lo desconcertó. No se porqué lo hice pero lo que sí se es que quería hacerlo.
El chico me sonrió con esa sonrisa torcida que lo caracterizaba (y que podía hacer estragos en cualquiera incluso un poquito en mí, eso claro porque soy mujer y me gustan los hombres como género) pero no cargada de la acostumbrada galantería. Esta vez era una sonrisa torcida sincera y dulce. ¿Por qué lo sabía? Sus ojos los ayudaban a transmitir aquello.
Y ante eso me sentí desnuda. Me había mostrado ante todos con un baile cargado de sensualidad pero sólo ahora ante Edward me sentía expuesta.
Edward se había puesto serio (demasiado a mi perecer) y no dejaba de verme. Ya lo había hecho antes: era esa mirada que buscaba analizarme, leerme como un libro abierto. La distancia seguía siendo la misma entre nosotros; nuestros rostros estaban separados por no más allá de medio metro.
Mi respiración se aceleró y la realidad me bajó de golpe: había abrazado a Edward y le había dado un beso sin pensar. Es cierto, la euforia estaba a mil, pero ¿qué diablos me ocurría? No podía llegar y hacer eso. ¿Qué iba a pensar Edward de mí?
–Edward, yo… no-no debí- –quise empezar a decir pero mis disculpan no llegaron a ser.
Las manos de Edward asieron mis mejillas (no con fuerza pero sí con decisión), la distancia entre su rostro y el mío se esfumó y en un flash de segundo (sin que pudiese llegar a sospecharlo) sus labios estaban junto a los míos. Sí. Juntos. Físicamente. Uno sobre el otro, encontrándose.
Mis ojos se abrieron de golpe ante la sorpresa de su contacto pero, como enunció alguna vez en otra época el grandioso señor Einstein, fue sólo la acción y una indudable reacción, puesto que se cerraron al instante en que los labios de Edward empezaron a besarme.
Eso dije, a besarme.
*Copiado de la película "Un final made in Hollywood" (Hollywood Ending, 2002) de Woody Allen.
Les cuento: (1) Como Minnesota, Dakota del Sur es un estado de EEUU. Queda, de hecho, al oeste de Minnesota acercándose hacia el estado de Washington (a donde se dirigen Edward y Bells). Además del cine, ¡adoro la geografía!
(2) Candyman es una canción de Christina Aguilera. Se deduce pero aclaro por cualquier cosa xD
(3) All Shook Up es un temazo del señor Elvis Presley, otro grande (soy algo apasionada por mis gustos). Busquen en Youtube y vean como se movía este caballero :$ (la versión de la canción es la lenta, no la "en vivo").
(4) Traducción para que entiendan porqué es importante lo que Edward le canta a Bells: "Well, I bless my soul, what's wrong with me. I'm itching like a man on a fuzzy tree. My friends say I'm acting queer as a bug. I'm in love, I'm all shook up" "Bien, bendita mi alma, que hay de malo en mí. Tengo comezón como un hombre en un árbol frondoso. Mis amigos dicen que estoy actuando raro como un bicho. Estoy enamorado. Estoy temblando"; "... when I'm near that girl that I love best. My heart beats so it scares me to death. She touched my hand, what a chill I got..." "... cuando estoy cerca de esa chica que amo tanto. Mi corazón late tanto que me asusta hasta la muerte. Ella tocó mi mano, que escalofrío tuve..."; "My tongue gets tie when I try to speak. My insides shake like a leaf on a tree. There's only one cure for this body of mine. That's to have that girl that I love so fine" "Mi lengua se hace nudo cuando trato de hablar. Mi interior tiembla como una hoja en un árbol. Hay sólo un remedio para mi cuerpo. Es tener esa chicas que amo tanto".
(5) Shannia Twain, interprete canadiense, canta Man! I feel like a Woman! Busquen el vídeo clip para entender como hacia Bells xD
(6) Y la correspondiente traducción: "Let's go girls.I'm gonna out tonight, I'm feeling alright, gonna let it all hang out. Wanna make some noise, really raise my voice, yeah, I'wanna scream and shout. No inhibitions, make no conditions, get a little outta line. I ain't gonna act politically correct, I only wanna have a good time. The best thing about being a woman, is the prerogative to have a little fun" "Vamos chicas. Esta noche saldré, me siento bien, dejaré todo pendiente. Quiero hacer ruido, realmente alzar mi voz, sí, quiero gritar y chillar. Sin hinibiciones, sin condiciones, salirse un poco de la raya. No voy a actuar políticamente correcta, sólo quiero pasarla bien. Lo mejor de ser mujer, es la prerrogativa para tener un poco de diversión"; "Oh, oh, oh, go totally crazy, forget I'm a lady, men's shirts short skirts. Oh, oh, oh, really go wild, yeah, doin' it in style. Oh, oh, oh, get in the action, feel the attraction, color my hair, do what I dare. Oh, oh, oh, I wanna be free, yeah, to feel the way I feel. Man! I feel like a woman!" "Oh, oh, oh, volverse loca, olvidar que soy una dama, camisas de hombre faldas cortas. Oh, oh, oh, volverse salvaje, sí, hacerlo con estilo. Oh, oh, oh, entrar en acción, sentir la atracción, teñir mi pelo, hacer lo que quiero. Oh, oh, oh, quiero ser libre, sí, para sentir como me siento. Hombre! Me siento como una mujer!"; "The girls need a break, tonight we're gonna take, the chance to get out on the town. We don't need romance, we only wanna dance, we're gonna let our hair hang down" "La chicas necesitan un respiro, esta noche tomaremos, la oportunidad de salir del pueblo. No necesitamos romance, sólo queremos bailar, dejaremos nuestro cabello libre"; "I get totally crazy, can you feel it, come, come, come on baby. I feel like a woman" "Me vuelvo loca, puden sentirlo, ven, ven, ven nene. Me siento como una mujer"
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
la beso y ella le responde??? por fiss no demores
cariños
nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"¡Qué noche la de aquel día!"
¿Han sentido alguna vez que disfrutan de algo que no debieran estar disfrutando? ¿Que gustan de algo que en estricto rigor, y por más de una razón, es prohibido?
Bueno, eso fue lo que en parte pude sentir. Y digo en parte porque mi mente, en aquel instante explosivo- contenido, dejó de funcionar y sólo una porción (bastante mínima) de mi materia gris llegó a alcanzar dicha premisa. ¿Cuál premisa? Que besar a Edward Cullen no era lo más sensato bajo ninguna circunstancia, ni bajo el alero de ninguna ley que protegiera a las besadas (o besadoras, no era el caso) por Edward Cullen.
El resto de mi cerebro se apagó. Así es, literalmente. Entró en un estado de bloqueo en el momento en que sus labios tocaron los míos, y al momento en que éstos comenzaron a besarme –ergo, el momento en que experimenté una de las mejores sensaciones jamás vividas– mi estómago se estrujó y el piso desapareció. En serio, si no fuera por el agarre de Edward quien sabe donde hubiese ido a parar. ¿Al centro de la tierra? ¿A la China? Es que, ciertamente, mis piernas se hicieron jalea y mis pies perdieron toda solidez.
¿Qué cuanto duró esto? Segundos. Para ser franca, ni idea. No puedo calcularlo y no me interesa hacerlo. En momentos así el tiempo cronológico pierde todo valor. Es útil para cuando debes despertarte a las 7.15 y llegar a la clase de literatura, o para cuando horneas un pastel y debes sacarlo del horno en 45 minutos o si no pasarás la vergüenza de tu vida frente a tus familiares, pero cuando alguien te besa, porque sí, recuerden que Cullen estaba besándome, los segundos, minutos, horas y demáses encuentran su muerte.
¿Qué importa si sus labios estuvieron tres, cinco o treinta segundos junto a los míos? Yo sólo recuerdo que hubo tres o cuatro caricias (ni de eso tengo la certeza) antes las cuales no pude reaccionar, las sensaciones eran superiores a mí y me impedían actuar. La verdad, no se si quería reaccionar, responder o expresar algo, pero si acaso llegué a concebir la idea (tampoco lo tengo claro), Edward ya se había vuelto a alejar de mi llevándose, por supuesto, sus labios con él (lástima, pensé durante esos segundos).
Volvíamos a nuestro estado inicial, cuando me veía tan fijamente con esos ojos que te obligaban a… donde yo no sospechaba lo que vendría, y vino.
En ese momento post beso, post el-momento-más-extraño-de-mi-vida, lejos de la embriaguez que habían supuesto sus labios, pude al fin lograr algo de sinapsis y pensar con claridad.
El karaoke volvió a ser. Se materializó al instante en que nos separamos (se separó, recuerden que yo no podía expresar mayores reacciones). Aún estaban los mismos chicos que alentaban sin parar, aún había un chico arriba del escenario quien fingía ser Mick Jagger mientras el DJ tocaba Satisfaction, y aún estaba Edward, por supuesto, que seguía frente a mí.
No sabría decir qué significaba su mirada en ese momento. Estaba serio. Muy serio a mí parecer. No sabía si era duda, expectación, arrepentimiento o alegría… sus ojos tenían un brillo, es cierto, pero podía ser hasta el reflejo de la pequeña luz del escenario que alcanzaba a iluminarnos algo floja. Lo cierto es que me declaraba incompetente en todo lo que Edward expresara en ese exacto momento.
Lo digo, la realidad del lugar y el ver a Edward a escasa distancia de mí me devolvieron toda sensatez y me recordaron lo único importante, de lo único que debía estar conciente: no podía besar a Edward Cullen y tampoco podía permitir que él lo hiciera.
–¿Por qué hiciste eso? –solté de golpe, alejándome unos centímetros: me era imperioso aumentar el espacio entre nosotros, no quería correr riesgos. Con riesgos, supongo que entienden a qué me refiero específicamente.
Edward llevó una de sus manos a su cabello y se rascó la cabeza. Al fin podía descifrar algo de su persona: estaba inquieto.
–Bella, yo necesito decirte algo- –empezó. Volvió a acortar la distancia que había ganado segundos atrás. Mi reacción instintiva fue alejarme, otra vez.
No quería que me hablara de algo, no quería escucharlo hablar de algo… yo necesitaba que entendiera que las cosas no podían ser así, tan simples como las hacía ver: ¿un beso y ya, como si nada hubiese pasado? –No puedes llegar y hacer eso –lo interrumpí molesta.
–Bella, es necesario que tú y yo- –trató de nuevo.
–No –lo corté elevando la voz. ¿Tú y yo? ¿Nosotros? ¿De qué mierda me estaba hablando? Acá no había ningún tú y yo.
Estaba empezando a enfurecerme. ¿La razón? Bueno, no sabía si mi enojo se debía al hecho de que Edward, obviando cualquier permiso, me hubiese besado o sólo a que, técnicamente, había disfrutado el momento del pseudo-beso.
–No Edward, no puedes besarme –decidido: estaba enojada por el beso. Eso era. No quería confusiones y Edward, con la forma en que me veía, lo único que hacía era hacerme dudar. Dudas totalmente estúpidas que no debía estar teniendo por una simple razón–: Yo tengo novio, ¿es que no entiendes? Tengo novio –dije ya exasperada elevando aún más la voz. Estaba haciendo un escándalo, lo se, pero la situación lo ameritaba.
Se hizo un silencio que sólo fue percibido por Edward y por mí pues en el lugar todos estaban pendientes de lo que pasaba en la tarima.
Edward soltó un fuerte y largo suspiro y agachó la cabeza para luego volverla a levantar y enfrentarme al fin –Tienes razón –dijo, para sorpresa mía–. Lo siento. Fue una estupidez. No se en que pensaba. Fue… fue simplemente un impulso que no controlé, lo juro –agregó disculpándose mientras volvía a tocarse el cabello, frustrado.
¿Pretendía, así de simple y fácil, minimizar las cosas? Claro, para él podía ser muy simple pero para mí no lo era. No lo olvidaría tan fácil, no señor.
–¿Podemos irnos ya? –dije de forma fría enarcando mis cejas. No lo miré.
–Vamos –respondió Edward de forma condescendiente.
Salí del local sin fijarme si Edward me seguía o no, yo sólo caminé. Pude escuchar sus pasos cerca de mí pero no me volteé ni un instante a verlo, ni siquiera cuando subimos las escaleras y entramos a la habitación.
Eran cerca de la una y treinta cuando me acosté. Me volteé a la pared tal como había hecho la noche anterior (pero sin todo el melodrama de por medio) y me dispuse a dormir. Pude escuchar cuando Edward también se acostó y apagó la lámpara del velador.
Las "buenas noches" aquella noche fueron una mera muestra de cortesía de la que sus padres, si lo hubiesen escuchado, podrían haberse sentido más que orgullosos. Los míos, lamentablemente, no.
Y en la oscuridad de la habitación pude al fin pensar.
¿Qué había pasado? Digo, podía contar varias cosas extrañas –llámese momentos de culto– a lo largo del viaje entre Edward y yo que no eran de extrañar pero esa noche, ¡Dios!, habían decidido multiplicarse como Gremlins bañados en agua(1).
Y todo por culpa de él. ¡Demonios! ¿Cuál era su maldito problema? Todo iba tan bien esa noche: nos divertíamos, habíamos podido conversar de lo mejor, ¡hasta habíamos brindado! pero no, tenía que llegar Cullen y arruinar las cosas. ¿Para que diablos me había besado? ¿Cuál era el fin de eso? ¡Es que Edward no pensaba!
Estaba furiosa, en serio lo estaba. Menos mal que Edward estaba en su cama y yo en la mía sin tener que vernos porque si no conocería lo que era la furia Swan, la misma que me quemaba ahora.
La pieza estaba oscura. Algo de luz de los faroles de la calle entraba por las ventanas a través de las cortinas, luz que me permitía ver extraños dibujos en el techo y que me mantenían entretenida. Porque no había caso que pudiera dormirme, seguían dándome vueltas tantas cosas. No sabía si Edward dormía o no (supongo que así era porque había pasado cerca de una hora, si no más, desde que nos habíamos acostado) y tampoco quería averiguarlo.
Dos horas, una estimación aproximada, y seguía despierta. Mucho no podía hacer: si prendía la luz o el televisor corría el riesgo de despertar a Edward cosa que claramente no quería, no porque fuera a saltarle encima, digamos que la furia Swan poco a poco se apaciguaba a medida que pasaban los minutos.
Sin mayor panorama continué contemplando el techo. Con eso, con el tiempo y las miles de vueltas que le había dado al tema, las ideas se me fueron enfriando.
Es cierto, Edward me había besado pero… había sido un beso y nada más. ¿Qué tanto problema? Y él se había disculpado conmigo; claro, cuando al fin logró hablar, porque dos veces lo callé como una mal educada sin darle tiempo a justificar su reacción.
Dios, ¿qué había hecho?
Había habido un beso, sí, pero yo misma, antes de eso, había saltado a sus brazos y había besado su mejilla. Cosas diferentes, es cierto, pero igualmente habían sido actitudes guiadas por la adrenalina del momento. Él mismo lo había dicho y yo… hiperventilé haciendo el escándalo de mi vida.
En ese minuto de la noche, cuando la luz de la ventana empezaba a reflejarse ahora en la pared junto a mi, comencé a sentir vergüenza: había provocado, literalmente, una tormenta en un vaso de agua y Edward había aguantado toda mi idiotez sin decir palabra.
Era la peor, en serio que lo era. Había sido un beso, ¡por Dios!, un simple beso y nada más. No era tan terrible, no era el fin de mundo y yo lo había transformado en eso.
Cuando se iban a cumplir las tres horas (estimadas, tal vez un poco más) de mirar el techo llegué a una sola conclusión: no llevaba ni dos días junto a Edward y ya había sabido arruinarlo dos veces.
Suspiré pesado. Bravo Bella, aplaudí mentalmente, eres única.
. . .
–Bella despierta –aquella voz… –. ¡Bella!
Abrí los ojos y lo vi, al dueño de esa voz, a escasos centímetros de mi rostro.
–Buenos días –dijo Edward enderezándose (ergo, alejándose de mí) y sentándose sobre su propia cama.
–¿Qué hora es? –pregunté. Que Edward llevara el cabello húmedo y estuviera ya vestido (muy bien, a decir verdad, pero los detalles no son importantes) significaba sólo una cosa: me había quedado dormida–. Hola –agregué al ver que mi reacción había sido bastante grosera.
–Son las once –¿las once de la mañana? ¿Ya? No había escuchado mi alarma. ¡No había sonado mi alarma!
–¿Por qué no me despertaste? –digo, estaba claro que Edward ya llevaba tiempo despierto.
–Te veías bien durmiendo –dijo viéndome fijamente. Muy fijo–. Por lo visto anoche no te fue fácil dormir –agregó de forma amable–. Pero luego vi la hora y pensé que querrías que te despertara.
Entonces Edward me había oído anoche. ¿Cómo no? Si me había dado más de cincuenta vueltas en la cama antes de poder conciliar el sueño. Y todo por ese beso… Creo que Edward también lo recordó en ese momento porque ninguno dijo nada.
–Yo… iré a vestirme –dije saliendo de la cama y dirigiéndome al baño con prisa. Mi menor preocupación ahora era el pijama de Hello Kitty que vestía; me urgía más la vergüenza que estaba sintiendo al recordar mi escándalo nocturno.
Edward se puso de pie de golpe también –Iré a arreglar todo a recepción –dijo tal como el día anterior yendo hasta la puerta–. Te esperaré en el auto. Llámame si necesitas ayuda para cargar la maleta –agregó con su habitual modo educado.
–Está bien –asentí.
Edward se perdió tras la puerta y yo me metí al baño. Enserio necesitaba una ducha que me devolviera el valor para poder pedir disculpas. Otra vez.
Edward estaba sentado en el auto, puerta abierta, como había dicho antes, cuando me vio bajar las escaleras. Se acercó a mí de forma rápida y sin consultármelo agarró mi maleta y se volvió hasta el carro. Sólo pude sonreír y susurrar un suave "gracias" mientras seguía sus pasos.
Sabía lo que tenía que hacer y cuanto antes lo hiciera mejor sería: él se merecía una disculpa. Así que en el momento en que Edward, luego de avanzar unas pocas cuadras, aparcó en un café para desayunar y bajamos del auto, hice mi entrada y dije mis líneas.
–Edward espera –dije deteniéndome y provocando que Edward también lo hiciera. Se volteó a verme y me observó curioso. Supongo que le extrañó que por primera vez en esa mañana lo mirara a los ojos–, yo… te debo una disculpa –dije sin más.
–Bella no tienes que disculparte –me contradijo de inmediato.
–Si debo. Lo siento –continué. Comenzaba a inquietarme.
–No –volvió a contraatacar–. Sabes que la responsabilidad es sólo mía. Yo no debí besarte –dijo de forma clara. Estaba serio.
–Tienes razón –le concedí medio sonriendo, medio nerviosa. Edward no correspondió a mi sonrisa como acostumbraba; fue extraño–. Pero yo no debí reaccionar como lo hice. Exageré totalmente. Fue sólo un beso –dije ya más relajada. Nos miramos fijamente–. Tú mismo lo dijiste, un impulso del momento, y yo también hice cosas anoche y no las pensé –Edward seguía serio. Eran momentos como éste en que era una inepta en lo que a interpretar miradas de Edward se refería–. Además, nada cobra importancia si uno no se la concede –jugaba con mis manos mientras esperaba que Edward dejara de verme como lo hacía–. Y ese beso… no tiene importancia –no se si quise que fuera así pero mi afirmación sonó más a cuestionamiento–. ¿Para qué molestarse tanto? Obviamente significó nada, ¿no es así? –finalicé esperando que Edward me diera la razón. Tenía que estar segura de lo que decía, era la conclusión a la que había llegado luego de horas en vela: el beso era sólo un beso y nada más.
–Es cierto –dijo Edward rompiendo su monumental silencio–. Fue sólo un impulso del momento. Fue… un error –agregó con una media sonrisa, de esas que costaba soltar.
–Así es –asentí varias. ¿Qué estábamos de acuerdo, no? Entonces, ¿por qué todo seguía tan extraño entre nosotros?–. ¿Entonces… está todo bien?
–Por supuesto –dijo Edward, sonriendo al fin.
–Genial –agregué también con una sonrisa rogando que las cosas mejoraran(2).
Digo, lo que menos quería era estar mal con Edward. Eso porque aún me quedaban dos días de viajar junto a él y no serían agradables si las cosas entre nosotros estaban tensas y, además, porque… bueno, lo reconozco, me gustaba estar bien con él. Disfrutaba lo que compartíamos o lo que podríamos llegar a compartir.
–Bien, vamos –dije retomando el paso–. Es mi turno de invitar el desayuno.
–Si no tengo alternativa –finalizó Edward, rodando los ojos mientras sostenía la puerta del local para mí.
Y las cosas sí que mejoraron. Durante el desayuno habían logrado distenderse entre nosotros y, por suerte, mejorar. Ambos comprendíamos que todo lo pasado no había sido más que una anécdota sin importancia. Por lo mismo ahora íbamos en el auto y las cosas entre nosotros no podían estar mejor.
–Dame tu celular, buscaré algo de música.
Ya había dicho que Edward presentaba una gran selección de música en su celular, y luego de saber ayer que le gustaba Elvis no pude quitarme las ganas de que tuviéramos un buen maratón por varias horas de sus canciones.
Edward sacó el teléfono de su bolsillo y me lo entregó. Al desbloquearlo (ya había aprendido a hacerlo) me dí cuenta de que habían cuatro llamadas perdidas. Fui a devolvérselo pero sin querer (en serio no quise hacerlo) presioné una tecla y la pantalla se iluminó y pude ver de quien eran esas llamadas perdidas: Rose, decía. Y eran cuatro.
–Lo siento, no-no quise ver –me excusé de inmediato enrojeciendo al instante. Lo que menos quería era inmiscuirme en sus asuntos pero el teléfono, con todos sus botones y luces y cosas extrañas, me había confundido (mi triunfo ante la tecnología había sido bastante efímera). En mi descontrol por devolvérselo, además de mi vergüenza por haberme entrometido, el querer pasar desapercibida y la creciente duda que me vino de saber por qué "Rose" lo llamaba, el móvil se me cayó entre los asientos. Mi rostro pudo volverse rojo en plenitud junto a la risotada que soltó Edward al verme en tal estado.
–Lo siento, lo siento –era lo único que podía decir mientras tanteaba, desesperada, el teléfono bajo mis pies, o donde pudiese haber saltado (no soporto cuando a los objetos les da por hacerse los interesantes y se esconden para que no los puedas encontrar; eso mismo ocurrió).
–¿Lo tienes? –dijo Edward disminuyendo la velocidad. Pude ver (y en su voz se notaba) que la situación le hacía gracia. Y bastante.
Era como si los duendes se lo hubiesen llevado. ¡Demonios! ¿Qué tan lejos podía haber ido un maldito celular dentro de un automóvil? Debido a mi incapacidad para con la búsqueda del teléfono, Edward tuvo que detenerse en la berma.
–Veamos –y empezó a revisar bajo su asiento.
–Lo siento en serio, un celular no tendría que haber ido muy lejos –volví a justificarme.
–Tranquila, tiene que estar por acá –respondió con su habitual calma.
–Lo se, pero es como si tuviera patas… –me quejé. A Edward por le menos le parecía gracioso. ¿A mi? Ahora mismo sentía una nube gris en mi cabeza.
–Aquí está –al fin, luego de varios intentos, lo encontré. ¡Já! El muy maldito no me la iba a ganar. O tal vez sí. Se había metido entre mi asiento y la palanca de cambios. Metí mi mano para tomarlo pero no llegaba a él. El aparatito no hacía más que alejarse cada vez que acercaba mis dedos–. No lo alcanzo.
–Déjame intentar –Edward se agachó para tratar pero, después de varios intentos, también le fue imposible.
–Yo lo haré, no me la va a ganar un maldito celular. Déjame, mis manos son más pequeñas –insistí. Que no me la ganaba, había dicho. Volví a agacharme (me estiré un poco más en el asiento).
–¿Lo tienes? Podemos bajarnos y correr el asiento si no puedes –escuché la voz de Edward sobre mi cabeza.
–No, lo tengo. Sólo un poco... –lo rozaba, lo rozaba y… al fin–. ¡Si, lo tengo! –grité enderezándome con todas mis fuerzas y total felicidad.
–¡Auch!
Era sólo que no había calculado que Edward estaba por sobre mi cabeza observándolo todo de modo que cuando me erguí toda mi cabeza fue a dar de lleno contra su nariz.
Sólo atiné a cubrirme la boca de la impresión (y así acallar mi propio grito) mientras veía al pobre Edward cubrirse el rostro por el dolor ( y supongo, acallar sus quejas).
–Lo siento, perdóname, perdóname –aquellas palabras se me empezaban a hacer tan familiares estando con Edward–. No quise- fue sin querer –de forma automática me hinqué en el asiento y me acerqué a Edward para ver como se encontraba.
Retiré con cuidado sus propias manos de su rostro (cosa de la cual no opuso resistencia) y empecé a examinarlo para ver si sangraba o algo. Nada, por suerte, pero al pobre le brillaban los ojos y claro si un golpe en la nariz te hace soltar lágrimas sin que te lo propongas. Con las yemas de mis dedos y de forma muy suave fui tocando con cuidado para ver si le dolía: el puente de su nariz, los costados… a cada toque le preguntaba:
–¿Te duele? –rogaba no habérsela quebrado.
A lo que Edward respondía con un movimiento de cabeza negativo y un murmullo; tenía los ojos cerrados. De seguro le dolía pero, más seguro aún, no quería hacerme sentir mal.
Examiné su labio superior y pude sentir su calido aliento sobre mis dedos. Aquello me provocó un escalofrío así que retomé mi tarea de vuelta a su nariz. Mejor, por si acaso.
–Y bien, ¿mejora? –pregunté esperanzada luego de darle varias caricias al lugar donde había ido a parar mi cabeza. Por lo visto no había fractura.
Edward abrió los ojos despacio y me observó. Debido a mi rápida (un tanto atropelladora) reacción luego del golpe, no me percaté de la poca (casi inexistente) distancia que separaba a Edward de mí. Ahora que éste me miraba fijamente (sus ojos brillaban todavía, supongo que aún por el dolor) pude darme cuenta de aquello. Si hasta podía sentir su aliento sin siquiera proponérmelo.
–Perdón –otra disculpa más y me eché hacia atrás volviendo a mi lugar como si una descarga eléctrica me hubiese atravesado–. No quise- no debí hacer eso. Es que pensé que te habías fracturado o algo y- –yo y mi patética manera de excusarme.
–Está bien –dijo Edward frenándome. Llevaba los labios curvos en una evidente sonrisa lo que era extraño dado el fuerte golpe que había recibido–. Después de aquel golpe, aquello se sintió bien. No sabes cuanto –dijo tocándose aún la nariz.
Sonreí con la angustia aún controlándome –En serio lo siento Edward, si no fuera tan torpe…
Edward comenzó a reír –Tranquila, es sólo que nadie me daba un golpe como ese hacía mucho. Tal vez me lo merecía por el beso que te di ayer –dijo encendiendo el motor del carro (llevábamos varios minutos aparcados en la calzada).
Aquello me hizo reír y pude, al fin, relajarme.
–¿Puedes manejar? –pregunté preocupada.
–Estoy bien, en serio. Tus caricias fueron reconfortantes –sonreí como tonta, no se porqué, y recordemos que mi última actuación dentro del auto no había sido la mejor. Lo que me llevaba a… rebusqué en mi asiento: el móvil maldito.
–Ten –dije pasándole al causante de todos mis problemas a Edward.
Él lo recibió (se reía de mi por mi cara de odio ante el teléfono) e hizo un par de cosas en él. Para mi asombro (no es que me importara) no devolvió el llamado, simplemente me volvió a entregar el aparato:
–Ten, busca algo de música, y por favor no lo botes esta vez –bromeó volviendo a aumentar la velocidad.
–No es gracioso –rezongué muy bajo para que no me oyera. No hubiese sido para nada gracioso volver a golpear a Edward.
Busqué algo de Elvis (era la idea inicial, ¿recuerdan?) y las dejé sonar.
Una a una las canciones fueron pasando lo que, inevitablemente, me hizo recordar la performance que había hecho Edward la noche anterior en el karaoke, aquella que, sin duda, había dejado a todas las chicas con la boca abierta, incluyéndome; la forma en que cantaba… y la letra de la canción…
–¿Por qué escogiste la canción que cantaste anoche? –pregunté girándome a Edward (el pobre aún se sobaba a ratos la nariz). Por lo visto no se esperaba mi pregunta porque me miró sorprendido y luego volvió la vista al frente, manteniéndola fija. Aquello, obviamente, me confirmó que debía seguir preguntando–: ¿alguna razón en especial? –inquirí.
–Tu cuarta pregunta –me recordó Edward.
Cierto, "las diez preguntas". Bueno, sólo había formulado tres hasta el momento así que derrochar una no me haría mal, sobretodo analizando como había reaccionado Edward: que sacara el tema "preguntas" quería decir que no contestaría tan fácilmente, eso porque en verdad no quería contestar.
–Así es, es mi cuarta pregunta –bien, ahora tendría que responder.
Edward soltó una bocanada de aire.
–Bien. Tenía que escoger una canción, tenía que ganarme al público y… me gusta Elvis –dijo luego de unos segundos restándole importancia–. ¿Qué mejor que cantar una canción de él para ganarte a la gente? Digo, todos conocen a Elvis y como yo no cuento con los encantos que tú tienes tuve que valerme de eso –agregó sonriendo. ¿Encantos había dicho? Por segunda vez, vergüenza ven a mí–. Es más, ¿a quién no podría gustarle el rey? –finalizó, enarcando sus cejas como si lo que dijera fuese lo más obvio.
Luego me preocuparía del tema "encantos" que había dicho Edward; una cosa a la vez –¿Sólo eso? –volví a preguntar algo decepcionada. Digo, lo que decía Edward era verdad: todos conocían el tema y todos lo adoraron, pero… creí que podría haber algo más, una historia tras eso, digo, por la pasión con la que cantaba.
–¿Tiene que haber algo más? –dijo Edward muy tranquilo.
–Bueno… yo pensé… –¡vamos Bella! estás viendo cosas donde no las hay–. No, olvídalo –dije dando por finalizado el tema.
No tenía sentido.
*Copiado de la película "¡Qué noche la de aque día!" (A Hard Day's Night, 1964) de Richard Lester, y protagonizada por The Beatles.
(1) Los Gremlins es una película de terror donde unos extraños seres muy bellos y tiernos, como de peluche, se multiplican cuando son mojados con agua (y se vuelven muy feos y malos xD)
(2) Toda la parte de la disculpa y el "acuerdo" del beso-que-no-significó es intertextualidad (casi textualidad) de un capítulo de Dawson's Creek. El crédito es de sus creadores.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
gracias por el cap
cariños nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"Mucho más extraño que la Ficción"
–Bella, ¡Bella despierta! –¿era idea mía o estaba teniendo un deja vu? Yo ya había vivido esta escena, la escena en la que Edward se acercaba a mí y oía su voz…
Abrí los ojos lentamente (aún me sentía casada) y pude reconocer donde estaba. No era la habitación de ningún motel o posada, estábamos en el Volvo de Edward y me había quedado dormida en el asiento.
–Siento tener que ser yo otra vez quien te despierte –dijo Edward con aquella característica sonrisa.
–Oh, ¿cuánto dormí? –pregunté sentándome derecha mientras refregaba mis ojos intentando quitarme la pereza. Solté un último bostezo.
–Sólo un par de horas.
–¿Un par de horas? –exclamé sorprendida. Miré por la ventana y, efectivamente, habían pasado ya varias horas desde que habíamos vuelto a la carretera luego del almuerzo; debían ser pasadas las siete de la tarde. Tomé el celular y miré la hora: claro, eran las siete y veinte. Volví a encogerme en mi lugar–. Pensarás que soy la mujer más perezosa que pisa la tierra, siempre me encuentras durmiendo –me quejé como una niña.
Edward rió ante mi actitud –Y tú pensarás que soy el hombre más fastidioso que pisa la tierra, siempre te estoy despertando –dijo, siguiéndome el juego. Le regalé una sonrisa y él volvió a ver al frente, conforme.
–¿Tú no estás cansado? –él mismo había mencionado en la mañana que me había oído despierta hasta muy entrada la noche, lo que significaba que él tampoco se había dormido temprano. Me acomodé de lado en el asiento que, para ser de un auto, resultaba muy cómodo. Claro, si por eso mismo había terminado tomando una siesta de dos horas en el Volvo.
–No lo estoy –respondió Edward volteándose a verme–: no tanto.
–¿Te parece si conduzco yo ahora? –propuse preocupada.
–¿Sabes cuál es mi hobbie preferido? –contra preguntó Edward aún con su sonrisa y calma voz.
Cierto. ¿Cómo no había recordado que mi relación con Edward se basaba sólo en acuerdos? Si quería conducir tenía que saber responder interrogantes acerca de él; yo misma había propuesto aquel trato. ¿Su hobbie preferido? Traté de recordar algo que caracterizara a Edward en secundaria pero nada aparecía en mi mente. Él jugaba béisbol en el colegio pero no sabía si eso entraba en la categoría "hobbie preferido de Edward Cullen", pero como no tenía más que decir, lo intenté.
–¿El béisbol? –pregunté más que afirmé.
–No. Aunque la respuesta es más rebuscada de lo esperable –admitió y la duda se hizo presente; duda que no tuvo que existir por mucho tiempo–: digo, no muchos saben que toco el piano –aclaró.
¿Edward Cullen tocaba piano? Eso definitivamente no me lo esperaba.
–¿Tocas piano? –lo se, él mismo lo había dicho pero igualmente no dejaba de estar impresionada–. ¡Wow! Yo… yo no lo sabía. No me lo esperaba tampoco –mi impresión iba de la mano del hecho que enterarme de que Edward tocaba piano como hobbie abría de inmediato todo un universo de posibilidades en torno a su personalidad. Saberlo ahora sólo me demostraba (una vez más) que había miles de cosas que no estaba conciente de Edward y que me reafirmaban cuan mal había hecho al juzgarlo tanto tiempo sin conocerlo realmente. O juzgarlo en torno a sólo un hecho en particular.
–No muchos saben. Simplemente no se da la oportunidad para que lo sepan.
–¿Y… de dónde viene la idea? Digo, ¿por qué terminas tocando piano? –mis dudas eran totalmente aceptables, digamos que no era algo común entre los jóvenes el tocar piano. La mayoría, o estaba capeando clases y emborrachándose en algún parque o estaban pegados a una consola de videojuegos siendo consumidos por La leyenda de Zelda(1), pero no, Edward ya generaba miles de cuestiones en mí y para colmo tenía que venir y decirme que en su tiempo libre prefería tocar piano.
¿Acaso podía ser más perfecto?
–Quinta pregunta.
¿Qué? Enarqué mis cejas por el asombro. ¿Me estaba bromeando? No, claro que no, Edward nunca se olvidaba de aquellas malditas preguntas. Bien, extrañamente, ésta vez no me generó bronca como acostumbro (lo se, soy algo cascarrabias) sino más bien me generó atracción. Sería interesante saber algo más de Edward sobretodo si tenía que ver con el hecho que practicara piano. Si así lo quería entonces estaba dispuesta a ocupar otra de mis preguntas.
–Bueno –accedí–: ¿de dónde viene tu gusto por el piano?
Edward dudó unos segundos y luego habló –De mi abuelo –respondió con franqueza–. Abuelo por parte de mi madre –agregó y pude fijarme que una pequeña sonrisa escapaba de su control–. Un buen tipo –y su gesto se pronunció.
–¿Él te enseñó? –pregunté viéndolo; yo seguía apoyada de lado en el respaldo. Edward no me veía; tenía la vista fija en la carretera.
–Así es –asintió–. De pequeño tuve la costumbre de pasar tiempo con mi abuelo, él tocaba piano para mi abuela y yo me sentaba a su lado a oírlo –se volteó a verme. Sonreí: era una bella imagen la que relataba–. Fue así como me fue enseñando y yo fui aprendiendo.
–Es un panorama diferente del que acostumbran los adolescentes pero puedo imaginármelo.
–Luego… luego mi abuelo murió –agregó Edward. Se notaba que intentaba hablar con naturalidad pero no estaba haciendo un buen trabajo: su voz sonó algo ronca–. Yo… dejé de tocar unos años pero realmente me gustaba mucho así que retomé la tarea y desde ahí no he dejado de hacerlo.
¿Había dejado de tocar? No quise preguntar pero suponía que había sido por el fallecimiento de su abuelo. Nos quedamos en silencio. Era realmente interesante como la perspectiva de las cosas podía cambiar de un segundo a otro. Primero por el hecho de tener un hobbie fuera de lo común pero más importante aún, de notar como le afectaba hablar de aquella estrecha relación con su abuelo.
–¿Qué edad tenías cuando murió? –pregunté con delicadeza.
–Yo tenía quince recién cumplidos cuando mi abuela murió. Mi abuelo la siguió a los pocos meses –su voz sonaba tranquila. Quince. Podía imaginarme lo difícil de la situación, ciertamente, no era la mejor combinación sufrir una pérdida tan importante a una edad tan compleja–. Supongo que no podían estar el uno sin el otro –agregó un momento después con una sonrisa de resignación.
–Es una linda manera de pensarlo –dije de forma ensoñadora. Es cierto, era una bella forma de pensarlo: su abuelo no podía estar sin su abuela y la siguió al momento que pudo.
Edward se quedó viéndome fijo. Luego de unos segundos asintió dándome la razón –Supongo que sí. ¿Te imaginas es algo así como una condición genética? Ya sabes, ¿el no poder vivir sin el amor de tu vida? Como lo veo, Carlisle y Esme avanzan hacia lo mismo –volvió a ver al frente y dejó escapar una risotada–. Es algo cursi, ¿no?
–¡Es poético Edward! –reclamé, golpeando su brazo–, no seas insensible –ambos reímos un momento. Era lindo verlo reír; perdí varios segundos en eso. Poco a poco me fui calmando–. Además, es algo maravilloso que mires a tus padres y sólo veas amor. No es fácil mantener una relación tanto tiempo. Ya me ves a mí yendo y viniendo entre Forks y Jacksonville cada verano.
–Si es fácil mantener una relación mucho tiempo –me contradijo al instante–. Mientras estés con la persona correcta no tiene porqué ser difícil –su tono de voz había cambiado: sonaba grave y profundo, sonaba a que realmente creía lo que decía.
¡Wow! ¿Edward era un hombre… romántico? Nunca lo esperé. Según mi criterio, el cartel que debía llevar pegado en la frente (y que llevó durante tanto tiempo) era el de "insensible (y cruel, de paso)", y resulta que no era así. Mi diagnóstico en torno a su personalidad no dejaba de estar errado.
–Puede ser –tenía razón en lo que decía pero casos como el de sus abuelos o el de sus padres eran contados con los dedos de las manos, en cambio, divorcios como el de mis padres, ¡Dios! eran pan de cada día–, pero aquello de la "persona correcta" no pasa con facilidad y ahí es cuando de paso te desencantas del amor –dije sentándome derecha y dando por terminada la conversación.
–Pero cuando pasa, vale la pena –agregó Edward muy convencido.
–Espera, ¿te ha pasado? –me volteé a verlo curiosa. Según tenía entendido, Edward no tenía ninguna relación por el momento.
–¿Qué? –preguntó Edward como si nada.
No iba a echar pie atrás. Sabía lo que significaba esa muestra de desinterés por su parte: sólo quería que yo creyera que sus palabras no tenían importancia y así poder librarse de responder a mi pregunta. Bueno, yo ya había aprendido a leer sus actitudes así que no se libraría de ésta.
–Sabes a lo que me refiero –le reproché dándole mi mirada intimidante (que realmente no intimidaba a nadie)–. Aquello de la "persona correcta" –Edward insistió con su actitud de "no te entiendo". ¡Demonios! No sabía como preguntarlo–. ¿Alguna vez has… sentido que estás con la persona correcta? ¿O… sentido que estás en presencia del amor de tu vida? –¡Dios! era gracioso escucharme hablar. Mis frases estaban llenas de palabras como "amor eterno" y cursilerías dignas solamente de los guionistas de Disney con sus historias de princesas y príncipes y "vivieron felices para siempre".
–Es tu sexta pregunta, recuerda –sexta, sí, lo tenía más que claro; asentí segura. No me echaría atrás: con su actitud, Edward sólo me confirmaba que debía seguir preguntando. Me dio una mirada fugaz de la cual me di por enterada cuando él ya había vuelto a ver la carretera, mientras agregaba–: Si. Hay alguien –dudó un segundo– hay alguien de quien creo… estoy enamorado –fue diciendo de forma lenta. Soltó un fuerte suspiro.
¿Había alguien de quien Edward creía estar enamorado? Edward estaba enamorado. Lo había dicho en presente. ¡Wow! Por una simple coincidencia había terminado enterándome que Edward estaba enamorado…
La cuestión ahora era… ¿de quién? Tal vez seguía enamorado de Jane (¿quién no lo estaría?), o podía ser esa otra chica, Rose, quien nada tenía que envidiarle a Jane. Porque la conocía, sí, de vista nada más pero igualmente podía hacerme una idea de ella. Rosalie Hale: era la gemela de Jasper Hale, el mejor amigo de Edward en secundaria. Claramente podía ser ella…
–¿Puedo saber quién es? –una pregunta más, una pregunta menos, a esta altura del viaje… y recordemos que no era una pregunta menor.
Edward resopló rendido y sonrió. Se rascó el mentón inquieto mientras meneaba sutilmente su cabeza de un lado a otro –Sabía que si respondía lo anterior vendría esta pregunta.
–Estoy usando mi séptima pregunta –aclaré, adelantándome. Al fin lograba tener a Edward entre la espada y la pared y todo por una simple coincidencia. Ni que me lo hubiese propuesto.
La sonrisa de Edward se acentuó aún más. Removió su cabello y agregó resignado soltando un suspiro –Creo… creo que esta vez usaré uno de mis derechos a veto –dijo como si no diese crédito a sus propias palabras, como si no entendiera que yo, Bella Swan, le hubiese ganado en toda esta jugarreta.
¿Había oído bien? ¿Había dejado en jaque a Edward? Que jaque, ¡jaque mate había sido!
–Está bien –asentí sentándome derecha y mirando al frente otra vez aún feliz por mi triunfo. Ahora comprendía porqué la vez que había vetado su pregunta Edward sólo había contestado con un "está bien". Simplemente no había mucho más que decir.
–De todos modos no podrás conducir –dijo Edward con burla.
–Lo se –este hombre no iba a quedarse callado sólo porque le hubiese ganado una vez, por supuesto que no lo haría, eso ya lo había aprendido. Sonreí de forma inconsciente–. Oye Edward, ¿alguna vez me dejarás escucharte tocar piano?
Lo meditó un segundo –Tendré que pensarlo.
Sonreí divertida. Obvio. Tenía que pensarlo. Para qué pregunté.
. . .
Estaba doblando mi ropa cuando Edward salió del baño listo para dormir. Iba en calzoncillos y una camiseta blanca. Evité mirarlo, no quería que me viera y menos sonrojada. Dejó su ropa sobre su bolso, tomó uno de los cojines de la cama y se dirigió al sillón.
¿El por qué? Esta era la situación: habíamos querido avanzar el máximo en distancia después de la cena (como nos habíamos despertado tarde. Corrijo, como me había despertado tarde) y el único lugar cercano que encontramos para alojar fue a mitad de carretera, en una residencial de un pequeño pueblo. El lugar, además de tener pocas habitaciones, tenía la mayoría ocupadas. ¿La única disponible? Una habitación con una cama matrimonial, un pequeño baño y un sillón algo apolillado.
–¿Qué haces? –pregunté atónita al ver como Edward se acomodaba en el roñoso sillón (no digamos que la cama estaba mucho mejor pero por lo menos era una cama).
–Te dejo la cama –dijo de forma caballerosa–. Dormiré en el sillón, no tengo problema.
Arqueé mis cejas y me crucé de brazos viéndolo con cara de reproche. Edward no se dio por aludido con mi actitud –Vamos, no voy a estar tranquila sabiendo que tengo una cama de dos plazas para mí mientras tú duermes en ese incómodo sillón –dije como si aquello fuera obvio–. Se que no es lo mejor que hay pero, ¿ese sillón? No aguantarás tu espalda mañana –dije metiéndome bajo la tapa y cubriéndome.
Edward dudó un segundo. Volvió a tomar el cojín y se acercó. Sonreía haciéndose el interesante –¿Ese es tu método para llevarme a la cama? –preguntó acomodando el cojín otra vez en la cabecera, al lado de mi almohada.
Fue un comentario gracioso –Creo que el tuyo es mejor, dio resultado, ¿no? ¿Dormiré en el sillón? Por favor, la psicología inversa está más que usada –respondí con sarcasmo. Ambos reímos
Edward se metió en la cama, sacó los brazos y se acomodó mirando el techo. Yo estaba en la misma posición. Nos quedamos en silencio. Mucho silencio. Podíamos escuchar algo de música del bar cercano.
–¿Tienes sueño? –preguntó Edward volviéndose a mí.
–Dormí dos horas en tu auto, ¿crees que tengo sueño? –Edward rió con mi comentario.
–Bien, entonces tengo una pregunta –me asustó el tono como lo dijo.
–¿Tú no tienes sueño? –la sonrisa de Edward se pronunció.
–Hay muchas cosas que quiero saber de ti, ¿crees que tendría sueño? –dijo con gracia repitiendo mis palabras.
–Está bien –asentí. Me volví hacia él y quedamos frente a frente. No más de un metro nos separaba. Quité eso de mi mente, no quería distracciones.
–Quiero saber si alguna vez te has emborrachado y si lo has hecho, quiero saber en que condiciones fue –dijo divertido.
–¿En serio? ¿Realmente quieres saber eso? –no daba crédito a lo que oía. ¿Edward sólo quería saber si me había embriagado alguna vez? Asintió varias veces–. Está bien, hablemos de borracheras –accedí. Si así lo quería…–. ¿Nos referimos a borracheras…?
–De las buenas. De esas que al otro día te hacen rogar por cortarte la cabeza –completó Edward.
–Bien –buenas y legales borracheras, las recordaba–: fueron dos veces –respondí segura.
–¿Sólo dos? –dijo Edward, sorprendiéndose con mi respuesta.
–¿Sólo dos? –lo remedé. ¡Wow! Yo me sorprendí con su reacción–. Bien, ¿y cuál es el número del señor cuba libre?(2) –pregunté burlándome.
Edward rió con mi comentario –Ahora sí es tu séptima pregunta –aclaró primero. Lo pensó un instante y dijo–. De las que recuerdo, cinco.
–¿Cinco? –exclamé tal como él había hecho ante mi número, sólo que por la razón contraria–. Parece que es tu número de la suerte –bromeé al recordar su número de mujeres con las que había tenido relaciones sexuales–. ¿No será que hay un patrón por ahí? Beber y, ya sabes, luego… –lo dejé a su imaginación.
Edward rió con más ganas –Sólo es coincidencia –agregó negando.
–Entonces… es el sexo casual por un lado y las borracheras por el otro –dije arqueando mis cejas y con tono de falso reproche–: ¿qué pasó con el jovencito que tocaba el piano?
Edward soltó una bocanada de aire y dijo con gesto inocente –Ninguno de los actos son exclusivos ni excluyentes –puse mis ojos en blanco. Escuché a Edward reír otra vez–: me aclaro para que no pienses mal –agregó.
–Un poco tarde pero, en fin, has el intento –dije como si no me importara.
–Bueno, la primera vez que me emborraché y las tres siguientes fueron durante una etapa de mi vida algo compleja. Digamos que viví un período algo rebelde –¿en serio? ¿Edward siendo un chico malo?–. Luego de la muerte de mi abuelo anduve algo incorregible y me dio por hacer estupideces. No pensaba lo que hacía o sólo lo hacía para llamar la atención –se justificó.
¿Con que por eso había dejado de tocar piano? Realmente le había afectado… –¿Y la número cinco? –pregunté.
–Fue con Emmett y Jasper. Decidimos irnos en una noche de festejo y juerga. Nos íbamos a la universidad y nos separaríamos así que-
–Decidieron emborracharse –completé. Entendía su punto. Tres amigos. Celebrar. Borrachera. Algo… normal para la edad.
–Así es. Y bueno… esa noche –se cubrió el rostro con las manos; pude notar que reía. ¿Qué ocurría? Se refregó los ojos, volvió a mirarme y dijo–: fue la noche en que lo hice con Lauren.
Quedé petrificada. Mi cara de impresión no me la borraba nadie –¿Es en serio? –mi voz sonó varios decibeles más alto que lo normal. Volví a repasar sus palabras en mi cabeza–: ¿estabas ebrio cuando se acostaron? –no podía de la impresión y la risa.
Edward también reía –Muy borracho –aclaró dando énfasis a sus palabras–. Desperté a su lado y no sabía que hacer. Fuera de broma, comprenderás que no estoy acostumbrado a despertar al lado de alguien recordando sólo la mitad de las cosas.
Solté una carcajada al escuchar lo que decía. Era muy gracioso, ya saben, imaginarme a Edward en calzoncillos, en la habitación de Lauren y con cara de "¿qué diablos?".
–Dime por favor que no te fuiste mientras dormía –rogué en honor de todas las chicas que han vivido esa situación. Gracias a Dios, yo nunca.
–No –respondió Edward de inmediato–. Habrá sido sexo por una noche y muy Lauren será pero no es algo que yo haría –dijo convencido. Menos mal. Bueno, tampoco creí que Edward podía hacer algo así: él estaba, siendo objetiva, un nivel más arriba que cualquier hombre de su edad–. Estábamos en su casa y sus padres no estaban ahí así que desayunamos juntos. Le hice ver que lo nuestro había sido algo del todo fortuito pero ella estaba clara sobre aquello, no tuvo problemas –dijo aclarándome como habían sido los hechos–. Bueno, al principio tal vez pero le dejé las cosas claras –reafirmó.
–Muy caballero –le concedí. Edward hizo un gesto con la cabeza en agradecimiento–. ¿No lo has vuelto a hacer?
–¿Qué? ¿Emborracharme o acostarme con Lauren? –preguntó bromeando.
Yo preguntaba por lo primero pero daba igual –Ambas –dije.
–Ninguna –respondió orgulloso–. Emborracharme como aquel día, no, no lo he hecho otra vez. Bebo, sí, pero no he vuelto a perder la conciencia –aclaró. Entendía, un bebedor social nada más–. Y acostarme con Lauren, tampoco, y eso es algo que no repetiría –me aclaró.
–Eso hasta que vuelvas a embriagarte –lo desafié.
–Créeme, aún si volviera a embriagarme –respondió con su tradicional sonrisa torcida. Hubo otro silencio donde pude reconocer su respiración además de la mía–. Bien, pero quedamos en "dos veces" –agregó retomando mi anterior respuesta.
Cierto, mis dos borracheras. Las recordaba muy bien (paradójico, digo, para haber estado cerca del coma etílico) –La primera vez que me emborraché fue con Jake –Jake, Jake, Jake… ¿quién otro para llevarme a hacer esas cosas?
La reacción de Edward fue parecida –¡Wow! El perro si que se las trae –hasta yo pensaba eso.
–Una vez conversando salió el mismo tema que ahora y Jake me dijo que no podía no haberme embriagado hasta la inconciencia, que era como pecado o algo así –recordaba sus palabras; yo me había reído en su rostro–. Así que nos juntamos una noche en su casa y… brindamos por todo lo que se nos cruzó por la mente, hasta por la invención del queso parmesano, recuerdo –aquel había sido un momento de culto en la casa de los Black.
–Y… ¿fue una de las veces que, ya sabes, se acostaron? –preguntó Edward desinteresado. ¡Desinterés y las pinzas! No le compraba su actitud de "no me importa".
–No. Las tres veces que lo hicimos estábamos del todo concientes –Edward me miró con suspicacia. ¡Era la verdad!–. Aquella vez sólo nos embriagamos y nos dormimos. Bueno, después de mi etapa crítica en el baño donde Jake sólo se preocupó de cuidarme –aclaré. Etapa crítica era igual a mi cabeza casi dentro del WC mientras Jake recogía mi cabello y hacía mimos en mi espalda.
Edward también lo entendió –A pesar de todo lo que me has dicho, y no digo que sea malo pero sí es bastante extremo para sus cosas, Jake es un buen tipo –dijo convencido.
–Lo es –Jake era el mejor chico, absolutamente. Pondría mis manos al fuego por él sin dudar.
Edward se removió en la cama, inquieto. Se sentó y volvió a girarse a mí –¿Tú- –dijo algo incómodo– tú nunca has sentido algo más por él? –preguntó al fin.
–¿Por Jake? –me sorprendí ante su pregunta.
–Ajah –asintió con el ceño fruncido; muy serio a mí parecer.
–Tu quinta pregunta –aclaré primero; dos podíamos jugar ese juego. Volví a enfocarme en el tema–. No –dije segura. Edward seguía viéndome con ojos de interrogatorio–. Digo, supongo que alguna vez me gustó porque entre nosotros pasaron cosas pero creo que ya fue, es decir, si me gustó, ya pasó; creo que ahora no podría sentir eso –aclaré. Edward me oía sin decir palabra. Era cierto. Tal vez Jake me gustó, sí, era un chico guapo y simpático y encantador pero ahora lo veía de otra forma–: no puedo verlo con esos ojos. Jake es un chico realmente especial para mí, lo necesito en mi vida, de eso no tengo duda, pero creo que lo necesito como amigo –eso era. Jake lo era todo para mí, pero teníamos otro tipo de relación, de aquellas totalmente inquebrantables–. Es… como mi hermano. Hemos pasado de todo, incluso nos acostamos, –aclaré– y si ni el sexo logró cambiar las cosas entre nosotros, no se que más podría hacerlo. Tenemos una relación diferente… Qué digo, me preguntaste si he sentido algo más por él: antes, ya no.
Edward me contemplaba mientras interiorizaba mis palabras –¿Cómo te das cuenta que sólo es tu amigo y no algo más? –volvió a preguntar. Este chico no tenía ni una pizca de sueño.
–Acabarás todas tus preguntas de una –bromeé. Edward sonrió pero de inmediato volvió a concentrarse en lo que había preguntado–. Sumas otra –daba la sensación de que a Edward había dejado, de un momento a otro, de importarle la cuenta de las preguntas. Me senté en la cama para acomodarme y así lograr explicar mi punto–. Bueno, yo… lo veo simplemente porque con Jake tenemos mucha confianza, es cierto, nos entendemos, nos queremos, hay química-
–¿Y no es eso lo que debe tener una pareja? –me interrumpió Edward.
–Pero con Jake –continué si hacer caso a su comentario– no hay incertidumbre sobre lo que ocurrirá, obviando por supuesto el hecho de que me sorprenda con que nos embriagaremos o que andaremos en moto. Yo hablo de ese deseo de ponerte nerviosa, de… –¿como me explicaba?– sentir escalofríos cuando aquella persona se te acerca más de la cuenta. Es… –Edward me miraba con ojos profundos, tan profundos que me incomodaban. Pestañeé con la intención de cortar su contacto visual y así poder retomar mi idea–. Sonará a cliché pero son un poco las mariposas de las que se hablan. Bueno, es sentir eso –empecé a jugar con mis manos como hacía cuando me ponía nerviosa–. Es esa incertidumbre que te come al pensar si vas a verlo o no ese día y la imposibilidad de evitar sonreír como idiota cuando aparece –Edward esbozó un pequeño gesto–. Es esa expectación constante que te mantiene ocupada; sonará cursi, pero que te mantiene viva –agregué en voz baja, un tanto desconfiada ante mis palabras ¿Por qué decía todas aquellas cosas? Era algo tan contradictorio porque estaba conciente de que no sentía nada de eso cuando estaba con Mike; menos cuando no estaba con él–. La verdad no se si me explico, tal vez me di más vueltas de las necesarias –dije un poco incómoda.
Edward no dijo palabra. Se mantuvo unos minutos en silencio y luego preguntó –¿Y tu segunda vez? ¿Tu segunda borrachera?
Cierto, hablábamos de borracheras… –Fue en Chicago, también una noche de fiesta, con Ángela esta vez, ya sabes, la chica que me acompañaba en el estacionamiento –le recordé.
–Te he visto con ella en el campus –comentó Edward–. Y también con el chico que estaba con ustedes esa mañana –agregó. Se refería a Ben. De seguro nos había visto juntos, siempre andábamos los tres de un lado para otro.
El nos había visto. Me había visto. Y me asaltó una duda:
–¿Por qué nunca antes te acercaste a hablarme? –pregunté extrañada. Era cierto, no se de donde había sacado el valor para preguntar aquello pero es que era tan extraño que pudiendo llevarnos tan bien ahora no hubiésemos intentado hacerlo antes. Por lo menos de su parte porque, bueno, yo tenía claras mis razones para no hacerlo–. Tampoco te agradaba, ¿no? –era la única respuesta. Esa o que realmente le daba lo mismo hablarme.
–No, en absoluto –dijo Edward sacándome de mi error. Entonces… volví a preguntarme sólo para mí ésta vez–. ¿Quieres saber algo? –Edward interrumpió mis cavilaciones. Había bajado el tono de su voz como si quisiese que nadie más escuchara lo que iba a decir.
–¿Me lo dices así nada más? ¿No me embaucarás con que es una de las preguntas? ¿No me dejarás conducir nunca más? –bromeé.
–Para que veas que soy bueno –asintió Edward con gesto honorable; me hizo gracia.
–¿Y bien? –pregunté curiosa.
Edward acortó un poco la distancia como si fuese a revelarme un secreto muy importante. Lo imité en acto reflejo –¿Recuerdas aquella noche cuando te acompañé al campus? Bueno, la noche en que caminamos uno al lado del otro hacia el campus –aclaró. Reí ante su comentario; era cierto, yo misma pensé aquella vez que sólo éramos dos extraños caminando en la misma dirección–. Esa noche pretendía invitarte a que vinieras conmigo –¿qué?–. Intenté sacar el tema de conversación pero… digamos que no resultó –finalizó rendido.
–¿Tú ibas a invitarme a venir contigo antes de que escucharas que no tenía pasajes de avión? –repasé lo que me decía con la idea de comprender sus palabras pero no tenían sentido, ningún sentido.
Edward volvió a hacerse para atrás y yo también lo imité. Seguía confundida. Esperé porque su respuesta me aclarara las cosas –Todo el semestre quise acercarme a ti –se rascó la cabeza evitando mi mirada–. Ya sabes, nos conocíamos de antes… podía ser una ventaja estando en una nueva ciudad –dijo algo avergonzado: una imagen muy tierna de Edward.
–¿Por qué no lo hiciste? –luego me preocuparía de sus razones de por qué quería hacerlo; me llamaba más saber el porqué simplemente no lo había hecho.
–Claramente no soy el mejor en esto. Además, tenía el peso constante de que me odiabas –se defendió.
–No te odiaba –salté una vez más.
–Pero yo siempre creí que si –manifestó–. Entonces… era enfrentarte creyendo todo el tiempo que no saldría victorioso –está bien, su punto era algo convincente–, como aquella noche –me recordó.
–Tienes razón –siempre creyó que lo odiaba, siempre le di a entender que no me agradada así que la duda por su parte era totalmente válida. Bueno, hasta cierto punto–: tampoco te iba a hacer daño, no soy un animal para que me tuvieras tanto miedo –reclamé ofendida. Bueno, mi reacción del momento decía un poco lo contrario. Edward rió. Me tranquilicé y le dediqué una sonrisa–: sólo digo que… nos hubiésemos ahorrado todo este tiempo.
–¿Crees que no lo se? –me devolvió la pregunta con cara de resignación.
NOTA DE AUTORA: *Adaptado de la película "Más extraño que la ficción" (Stranger Than Fiction, 2006) de Marc Forster. Del mismo les recomiendo Finding Neverland (Descubriendo el país de Nunca Jamás).
(1) Legend of Zelda es un juego de vídeo. Eso de ser consumidos por las consolas va con cariño.
(2) Cuba libre es un trago. En Chile, el tan renonocido Ron-cola.
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Re: "Por Carretera" (Completo)
" La Sombra de una Duda"
Desperté aquella mañana y de inmediato reconocí la habitación de la posada donde alojábamos. Miré hacia la ventana: la luz entraba suave a través de las desgastadas y viejas cortinas; aún era temprano. Giré mi cabeza y lo vi: a Edward, quien seguía acostado a mi lado a diferencia de los dos días anteriores. Y aún dormía. Me volteé con cuidado hacia su lado, muy despacio para no despertarlo, y lo observé en silencio. No se qué me llevó a hacerlo pero era apacible mirarlo. Su pecho subía y bajaba despacio, una y otra vez, de una forma hipnotizante. Cautivadora…
Recordaba la conversación que habíamos tenido la noche anterior. Sus palabras habían sido tan… intensas, y él mismo se había comportado tan cálido. Realmente no había querido que acabara. Bueno, esto tampoco. Era como si no me importara pasarme las dos horas siguientes viéndolo dormir.
–Sabes que puedo sentir tu mirada sobre mí, ¿no? –dijo de repente la suave voz de Edward. Tenía los ojos cerrados y sus labios se curvaban en una incipiente sonrisa.
Abrí los míos como platos y me sonrojé de inmediato al darme cuenta de lo que estaba haciendo y de cómo Edward me había visto hacerlo. Tiré del cobertor intentando cubrirme el rostro y con este movimiento, de paso, apaciguar mi bochorno. No sabía que Edward estaba despierto. ¡No parecía que Edward estaba despierto! Vergüenza, vergüenza, sentía toda la vergüenza sobre mí.
Su risa, al igual que su voz, también se escuchó suave. Poco a poco fui bajando las mantas y me encontré con su rostro atravesado por una tierna sonrisa torcida y con sus verdes ojos viéndome.
–Buenos días –dijo de forma tierna, girándose hacia mí, desperezándose de paso con el gesto.
–Buenos días –respondí aún avergonzada.
–¿Cómo dormiste? ¿Muy incómoda?
–Para nada –dije sonriendo como boba–. No tienes mal dormir.
–No tuve que despertarte hoy –comentó Edward acomodándose más.
–No, no tuviste que hacerlo –respondí como idiota embobada por el momento. La manera en que Edward me miraba; sonreía con sus ojos… Ninguno dijo nada por un instante en donde, otra vez, sólo pudieron oírse nuestras respiraciones. Una idea fugaz atravesó mi cabeza: no me hubiese importado en absoluto que nos quedáramos así mismo algunos minutos. Varios minutos.
Unos cuantos…
¿Qué estaba pensando? Me senté de golpe en la cama cuando la realidad me alcanzó. No era lo que estuviese pensando (por lo menos Edward no tenía acceso a eso), era lo que estaba haciendo. Me era necesario escapar del campo magnético que suponía la mirada de Edward o si no quién sabe que terribles cosas podrían ocurrir.
–Yo- creo… será mejor que me levante –dije algo acelerada saliendo de la cama. La rodeé y avancé en dirección al baño–. Iré- iré a bañarme –avisé. Mi caminar era algo torpe. ¿Cómo no? Si Edward no hacía más que seguirme en cada movimiento con sus intensos ojos verdes. Alcancé la puerta (que sentí diez metros más lejos de donde realmente estaba), la abrí, entré y cerré de golpe. Me apoyé de espaldas a ésta y solté un fuerte suspiro sintiéndome al fin libre y segura de Edward.
¿Qué había ocurrido hacía dos minutos? ¿Qué me había ocurrido? Intentaba dilucidar eso cuando…
¡Demonios! No había sacado mi toalla del bolso. Solté un mudo insulto al cielo.
Volví a suspirar, ahora armándome de valor. Abrí la puerta despacio y entré, otra vez, a la habitación que recién había abandonado. Me acerqué a mi bolso con cautela.
–La toalla –le dije a Edward avergonzada (empequeñeciéndome a más no poder) mostrándole el escurridizo objeto. Él soltó una risita al verme. Volví rápidamente al baño y cerré la puerta, ahora sin ningún inconveniente de por medio.
Me duché, volví a vestir mi pijama y salí. Edward estaba sacando su propia toalla cuando entré a la habitación. Me sonrió y se dirigió al cuarto de baño; era su turno de ducharse.
Estaba vistiéndome cuando de repente el celular de Edward, que descansaba sobre la mesa de noche, comenzó a sonar: era la melodía de Pulp Fiction(1). Me sentí tentada de mirar quien llamaba pero me contuve de inmediato; no era asunto mío. Además, yo no era de esas personas.
Pero volvió a sonar. Y otra vez y, junto a éste último toque, un grito desde el interior del baño resonó:
–¡Bella! –dijo la voz de Edward disminuida por el ruido que generaba el golpeteo del agua sobre la cerámica– ¡Bella! Puedes ver quién está llamándome –pidió desde el otro lado.
Edward estaba autorizándome a mirar su celular así que… bien, si así lo quería, no tenía inconvenientes en hacerlo. Fui hasta el velador, lo tomé y revisé: "Rose llamando", decía. Sentí un repentino vacío en mi estómago. Me acerqué a la puerta y grité pegada a ésta:
–¡Rose llama! –tuve que maquillar el tono de irritación en mi voz.
–¡Demonios! –escuché a Edward maldecir aún cuando, supongo, quería que no lo oyera. El grifo se cerró de inmediato y el ruido de la toalla siendo tirada de su gancho se oyó–. Puedes acercármelo, por favor –volvió a pedir Edward: su voz sonaba algo urgente.
¿¡Qué!? ¿Había oído bien lo que Edward me pedía? ¿Quería que entrara al baño donde estaba él cubierto sólo (¡sólo!) por una toalla? Sí. Tenía que entrar al baño donde estaba Edward cubierto sólo por una toalla.
–Eh… –dudé–. Bien –por supuesto, aún sin Edward viéndome, ya me encontraba abochornada: cien por ciento sonrojada. Respiré profundo, tragué pesado, giré la perilla y entré anunciando mi presencia con un asustadizo "permiso" (todo con la mayor lentitud posible esperando que en esos escasos segundos a mi favor, mi vergüenza lograse disminuir algo. Sólo algo).
El baño estaba cubierto por algo de vapor y los vidrios de la pequeña ventana y espejo estaban empañados. Aquello era algo obvio según las lecciones de ciencias naturales que te dictaban en el colegio pero igualmente pude corroborarlo pues no me atrevía a mirar nada más en el lugar. A alguien en específico.
–Ten –dije extendiendo el celular y, ¡oh-Dios-mío!, tuve que hacerlo.
La imagen que vi fue algo… ¡Wow! Me quedé sin palabras de un momento a otro. Era algo… tan… ¡Dios, yo antes era capaz de hilar una simple frase!
La cortina del pequeño receptáculo que era la bañera estaba corrida hacia un lado y Edward aún se encontraba dentro de ésta. Llevaba sólo una toalla blanca (bendita toalla que existes) atada a su cintura, lo que significaba que de la cintura hacia arriba… sí, estaba descubierto; totalmente desnudo. Ni siquiera llevaba aquella camiseta blanca con la que dormía y que por lo menos permitía mantener mi mente en calificación Todo Espectador cuando cada noche y mañana Edward hacía el recorrido de la pieza al baño y viceversa. En este momento llevaba nada. Nada. Sólo atrevidas gotitas de agua corrían por sus (debo decir) perfectos brazos y pecho y abdomen, y que luego de cruzar aquel (respira Bella) triangulito de ensueño a la altura de su cadera se perdían absorbidas por la (repito) bendita toalla bien ubicada atada algo más debajo de su cintura.
Era como mirar una barra de chocolate. Cada uno de sus músculos abdominales estaba visiblemente marcado como los cuadritos del chocolate, sólo que de un chocolate blanco, porque la piel de Edward era totalmente blanca. Tan blanca que daba la sensación que brillaba. Era algo así como (sin exagerar) celestial, más ahora con las gotitas de agua que seguían moviéndose osadas por su cuerpo y que me traían hipnotizada. Ya quería ser yo una de esas gotitas… aquella que corría por su pecho o aquella que se deslizaba por su pierna...
–Gracias –escuché la voz de Edward a lo lejos. Pude ver que me miraba de forma divertida mientras intentaba dar con mí, completamente, ida mirada (que en ese momento estaba del todo perdida en sus piernas). Reaccioné cuando sus ojos me vieron profundo: seguía dentro del baño, ¡y seguía mirando a Edward como una pervertida!
–Lo siento –escuché que Edward reía al interior del baño del que escapé en una fracción de segundo. Luego pude oír que iniciaba su correspondiente conversación con Rose al teléfono. Fue ahí cuando me acerqué a terminar de arreglar mis cosas.
Agradecí que Edward no dijera ni una sola palabra al respecto de mi vergonzosa incursión dentro del baño luego de su ducha. De vez en cuando me veía sonriente pero logré alcanzar un punto más allá del sonrojo inmediato donde podía responderle, también, con una sonrisa (seguro que nunca tan encantadora como la suya) y continuar como si nada.
Desayunamos en el bar de al lado de la residencial (compartimos una paila de huevos y tocino con un intenso café en grano) y emprendimos nuestro último día de viaje, conmigo al volante pues pude responder al nombre de su mejor amigo.
Intentábamos no detenernos por mucho tiempo en cada lugar para así poder avanzar el máximo de distancia durante el día. Aún nos faltaba un poco menos de mil kilómetros para llegar a Forks lo que significaba, en promedio, diez horas de viaje. De modo que pasamos la mayor parte del tiempo dentro del auto lo que dio espacio para más y mejor conversación.
Edward me preguntó de mi relación con mis padres y le conté de su joven matrimonio y casi inmediato divorcio. Me preguntó de porqué primero sólo me pasaba los veranos en Forks y luego me había mudado el último semestre. Entre sus muchas dudas y las mías (me contó más de su abuelo, de los bien que se llevaba con sus padres y me advirtió de sus hermanos, de que me fuera con cuidado si no quería morir joven; me lo decía sobre todo por Alice quien parecía frágil y pequeña pero era todo lo contrario) el viaje siguió avanzando hasta que llegó la hora de almuerzo y decidimos detenernos a comer: puré de patatas con salchichas y Pepsi para beber fue el menú del día.
Después del almuerzo hablé por teléfono con Mike; él volvió a llamar. Las veces que habíamos hablado durante el viaje, desde la vez que le conté en aquel desayuno, había sido él quien lo había hecho. Sólo una vez le envié un mensaje diciéndole que pronto llegaríamos pero más allá de eso mi contacto estaba siendo nulo. La verdad, no soy asidua al uso del celular; simplemente no soy del tipo de gente que necesita reportarse a cada momento.
Con eso, seguimos la travesía de nuestro último día de viaje.
Ahora que lo pensaba…
¡Wow! Era increíble como habían avanzado los días. Ya habían pasado tres y sólo faltaba uno para llegar a Forks. ¿Quién iba a pensar que después de tres días de viajar junto a Edward aún seguiríamos vivos?
Tres días en donde había pasado de todo. Realmente de todo. Había logrado conocer un poquito más de Edward y, lo admito, me gustaba mucho lo que había descubierto. Días en que habíamos compartido desayuno, almuerzo y cena (y hasta unas cuantas cervezas), donde habíamos hecho acuerdos (y tenido otros tantos desacuerdos), habíamos compartido habitación (y hasta la mismísima cama) y hasta habíamos disfrutado de un intenso karaoke. Incluso nos besamos (bueno, me besó). Sonreí sin proponérmelo.
Cerré los ojos dándome cuenta de lo grave de la situación: no podía permitirme sonreír ante ese recuerdo. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Solté un pesado suspiro. No quería pensar, en serio no quería pensar. No era bueno que lo hiciera. Ahora mismo era partidaria de que una de las peores acciones que podía hacer el ser humano era, justamente, pensar. No quería darle vueltas al hecho de que recordar ese beso me alegrara, no era un buen augurio de nada. No podía permitirme recordar que en la mañana hubiese sido casi una droga personal el ver dormir a Edward, o pensar en como me había afectado mirarlo luego de su ducha.
¿Qué me estaba pasando? Le di un poco más de volumen a la radio con la idea de lograr que sólo la letra de I Feel Fine en la voz de John Lennon llenara mi cabeza (había tocado día de tributo a The Beatles, de la selección personal de Edward). Lo necesitaba. De forma urgente.
Pero atender a la canción sólo me jugó en contra. Ésta repetía una y otra vez, al final de cada estrofa, aquella maldita frase… she's is in love with me and i feel fine(2).Solté una risita al notar como, aunque quisiera abstenerme de todo, me era imposible.
–¿Por qué te ríes? –preguntó Edward curioso–. ¿Puedo saber?
¿De qué me reía? Si supiera… Lo miré divertida –Mmm… puedo decirte pero tendrías que sacrificar una de tus preguntas –dije volviendo la vista al frente cosa que intrigó aún más a Edward.
–Llevo… siete, ¿no? Contando la primera.
Saqué cuentas mentales y, sí, siete; sin contar la primera que había vetado eran seis. Yo, en cambio, ya llevaba siete preguntas formuladas, ocho con la vetada.
–Si, siete con la vetada –repetí.
–Entonces cuéntame, ¿qué estabas pensando que te causó gracia?
Solté un suspiro. Bien. Estaba pensando muchas cosas en ese momento, no era trampa que no contara todo; digo, para que mencionar, por ejemplo, que estaba recordando su escultural cuerpo cubierto sólo por una pequeña toalla blanca. No, mejor eso me lo reservaba.
–Estaba recordando el beso que me diste –dije admitiendo la otra parte de mis pensamientos.
Edward puso cara de dolor al escucharme.
–¡Wow! Eso dolió –admitió sorprendido (y algo desfigurado).
Me volteé a verlo extrañada –¿Qué…? –¡oh! Ahora entendía, había sonado como si me hubiese estado riendo de su beso–. ¡No! –volví a reír por la confusión, y la mueca de Edward se acrecentó (lo que ciertamente me hizo más gracia aún)–, no quise decir eso. No es que me hubiese estado riendo de tu beso, no… para nada –aclaré más calmada ya de mi ataque de risa.
Edward me miró con suspicacia.
Volví a soltar una risita; era tan mono verlo así, todo amurrado porque pensaba que su beso me causaba risa –En serio –volví a decir respirando profundo.
–Entonces… –me instó Edward a continuar– si no era por el beso, ¿de qué te reías? –aún sonaba desconfiado esperando una respuesta que lo convenciera de que no me estaba burlando de su forma de besar.
–Yo –como decirlo– me acordé del beso y… bueno, me causó gracia el hecho que tú y yo termináramos en esa situación. No me reía del beso en sí, en serio –volví a aclarar para no herir el ego del pobrecito–, sino de cómo pudimos terminar besándonos. Bueno, como terminaste besándome –corregí y pude sacarle una sonrisa a Edward; una pequeñita pero igualmente encantadora–. Es divertido visto desde el punto de que tú y yo antes no nos dirigíamos la palabra. Cero. Nada.
–Tienes razón en eso –admitió Edward más calmado–. Me asustaste. Pensé que mis besos sólo daban… risa –dijo fingiendo temor. Ambos reímos un rato.
Bueno, en eso Edward estaba totalmente errado. Sus besos lo que menos hacían era causar risa. No podían estar más alejados de eso pues el beso que me había dado, a pesar de mi ausente reacción, había sido… único. Me había hecho flotar y… era increíble como ahora, de sólo recordar sus suaves (pero intensas) caricias, podía sentirme en las nubes. Como aquella vez. Otra vez. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
–Ahora que lo mencionas… –la voz de Edward me trajo de vuelta a tierra firme–. ¿Puedo preguntar algo con respecto al beso? Si no quieres, podemos pasar de esta conversación –fue diciendo lentamente como si esperase que yo lo frenase en cualquier momento. Al contrario de su pronóstico, asentí–: ¿tú… sentiste algo con el beso que te dí? –preguntó de forma tierna.
–Tú octava pregunta –le recordé con una sonrisa, por si acaso. Extrañamente no me molestaba hablar del beso; es más, admito que me gustaba el poder tener que recordarlo. Ciertamente no me había dado esa libertad y sí que se sentía bien hacerlo. Lo cierto es que no le iba a decir a Edward que su beso había provocado mil y una sensaciones en mí. No podía. Decirlo era admitirlo más allá de lo que me podía permitir. Pero tampoco iba a mentir. Lo bueno de pasar tres días con Edward arriba de un auto intentando sacarle información me habían enseñado algo–. Sentí… –Edward me escuchaba y miraba atento; hasta apostaría que había dejado de pestañear–, bueno, sentí tus labios sobre los míos, sentí que los tocabas y los acariciabas –admití a medias.
Edward soltó un bufido, se acomodó en el asiento y me miró con cara de no poder creerlo.
–Pensé que era yo quien evitaba las preguntas –agregó divertido al no conseguir, supongo, lo que realmente quería escuchar.
–¿Qué? –dije haciéndome la interesante–. ¿Acaso querías que sintiera algo? –contraataqué con una pizca, lo admito, de flirteo en mi voz. No se de dónde había salido aquello, tampoco sabía de dónde había llegado el valor para hacerlo pero lo hice. Simplemente lo hice.
–También es tu octava pregunta si no contamos la que veté –aclaró antes de responder–. Y ya sabes, siempre es agradable saber que tus besos provocan algo –respondió con indiferencia acompañado de un tono muy encantador. Muy encantador.
–Oh comprendo, sólo es una cosa de ego –dije con mi tan acostumbrado sarcasmo.
Edward rió ante mi actitud –Puede ser –admitió bromeando–. O puede que no –agregó luego con tono misterioso.
¿Qué demonios se supone tenía que entender con aquello?
Otra vez. Edward hacía eso una y otra y otra vez. ¡Dios! Le encantaba dejar las cosas a medias. El hombre tenía un manejo increíble de la intriga. ¿Que Hitchcock era el maestro del suspense(3)? ¡Mentira! Edward le daba mil patadas.
–¿Qué? –preguntó al notar mi resoplido reprobador (que por supuesto, quería hacer notar).
–Haces eso más y más –le reproché.
Edward me miró divertido (de seguro le hacía gracia mi cambio de actitud) –¿Qué hago qué? –volvió a preguntar realmente confundido, aunque la sonrisa de la cara no se la quitaba nadie.
–Dejas las cosas a medias –le aclaré arqueando mis cejas–. Dejas las cosas a medias como si fuera divertido pero no –repetí con rotundidad–, no es divertido. Al contrario, provocas dudas en mí y haces un lío en mi cabeza ¡terrible! –me quejé como si en realidad hubiese estado hablando sola.
Edward soltó una fuerte carcajada y se permitió reír un buen rato más. Yo apreté mis labios en gesto de disgusto y seguí conduciendo mientras esperaba que se le pasara el ataque de risa (que además, no era tan chistoso).
–¿Dudas? ¿Líos? –preguntó recuperando la calma y de paso llenándose de interés. Me observó con gracia. Ignoré su mirada; seguía ofendida. No era enojo, aclaro, pero si pretendía demostrarle cual era mi punto–. ¿Qué tipo de líos? –me hice la indiferente y pude escuchar que soltaba una risita– Vamos Bella, quiero saber –insistió haciéndose el lindo.
Lo observé con indiferencia (se que mi actitud, vista desde fuera, era totalmente infantil pero… bueno, soy infantil a veces y qué) y dije:
–Como si fuera a decírtelo –volví la vista al frente, otra vez, y seguí manejando.
Pude ver que Edward hacía un gesto de negar con la cabeza mientra ponía su atención en la vista que le proporcionaba su ventana. Sonreía (lo vi por la comisura de mis ojos). Y como si no le estuviese hablando a nadie en particular, agregó con tono de ironía:
–Si hablamos de dejar las cosas a medias…
No hice caso a su comentario; sólo buscaba provocarme. Bueno, logré mantenerme firme: lo que dijera en ese momento me resbalaba.
–Y si yo… –insistió entretenido. La situación lo divertía a mil, eso estaba claro– ¿si yo utilizara mi novena pregunta? –cerré mis ojos al darme cuenta de la encerrona que me había auto-provocado–. De hecho, utilizaré mi novena pregunta –él también lo había notado.
Bien. No tenía más remedio: si lo negaba, preguntaría; si le restaba importancia, preguntaría; y si me seguía haciendo la indiferente… preguntaría. Suspiré rendida.
–¿Qué quieres saber? –lo enfrenté resignada.
Edward tardó varios segundos hasta que dijo –¿Qué tipo de dudas te provoco? –preguntó–. Porque dijiste que mis palabras te provocaban dudas, que te generaban líos… –acotó pero su voz a esa altura se perdía.
Abrí la boca para responder pero la cerré de inmediato al no saber que decir.
–Me temo que –solté un largo suspiro– tendré que vetar esa pregunta también –debía hacerlo, aún dado lo que utilizar mi segunda prohibición implicara. Sabía que si Edward me preguntaba cualquier otra cosa tendría que saber responder pero, bueno, no tenía más opción, tendría que vivir con eso (a veces soy un poco dramática, también).
Pero en serio, ¿qué iba a decirle? ¿Iba a decirle que tenía dudas con respecto a lo que me había generado su beso? ¿Iba a decirle que había quedado hipnotizada (era el término más educado) con su cuerpo? ¿Iba a decirle que cada día me gustaba más pasar tiempo junto a él? Aunque hubiese querido responder no habría podido. ¡Ni yo sabía que dudas tenía! Ni yo sabía que demonios hacía pensando y dándole tantas vueltas al tema "Edward". Era… era… era una estupidez. Eso era.
Comencé a perder mi paciencia y sentí poco a poco comenzar a hervir mi sangre. Respiraba profundo buscando mi paz interior que ni idea donde se había ido a esconder justo cuando más la necesitaba.
–Lástima –comentó Edward en voz baja–. Eso si me hubiese gustado saberlo –dijo viendo otra vez por la ventana.
–Eso es –exploté con las manos aferradas firmes al volante; mis nudillos se volvieron blancos–. Son esos comentarios los que me provocan dolor de cabeza, ¿entiendes? –revelé sin control como si no hubiese estado hablando con Edward.
Él me miró un momento pero retomó de inmediato su tarea viendo el paisaje por la ventanilla. Nadie dijo nada más. Probablemente era mejor dejar las cosas así.
Y pude relajarme; digo, por lo menos me había sacado algo de encima.
No pensaría. En las próximas horas al volante no pensaría. Nada. Estaba decidido. Totalmente prohibido.
Miré de reojo y pude ver por el reflejo del vidrio del copiloto una prominente sonrisa en los labios de Edward. Volví la vista al frente como caballo de carreras.
No pensaría, dije.
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NOTA DE AUTORA
*Copiado de la película "La sombra de una duda" (Shadow os a Doubt, 1943) de Alfred Hitchcock.
(1) Pulp Fiction es una muy buena película del señor Quentin Tarantino (se que mis expresiones con todo suelen ser así pero es que en realidad es muy buena xD). La canción es mega conocida (los Black Eyed Peas la usaron como base en su camción Pump it).
(2) she's is in love with me and i feel fine se traduce en "ella está enamorada de mí y me siento bien". De la canción (muy buena xD) I Feel Fine de The Beatles (otros grandes).
(3) El señor Hitchcock era y es considerado el maestro del suspenso o suspense. La mayoría de sus películas (por no decir todas) pertenecen a éste género del cine. Y el título, ya que hablamos de él, es en su honor.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
me gusto el cap!!
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"Todo está iluminado"
Eran pasadas las diez de la noche y no nos habíamos vuelto a detener desde la cena, hacía una hora atrás. La idea seguía siendo llegar a Forks aquella noche pero aún nos faltaban varios cientos de kilómetros para lograrlo; aproximadamente unos trecientos nos separaban del lugar y continuaba haciéndose tarde.
Edward iba al volante (no me dejó seguir conduciendo luego de la cena, dijo que era muy tarde y podía estar cansada. Ya saben, caballerismos del hombre contra los cuales no podía luchar) y yo me deleitaba con la nocturna vista de Washington (y a ratos con el rostro de Edward, no se por qué) mientras en silencio oíamos a Nancy Sinatra (cortesía de mi playlist) con su, valga la redundancia, dulce Sugar Town(1).
… I'm in shoo-shoo shoo. Rezaba la suave voz de la cantante rompiendo así el imponente silencio que nos llevaba esa noche casi por inercia. … shoo-shoo, shoo-shoo, shoo-shoo sugar town.
Podrán pensar que es ridículo pero algo así me sentía yo en ese momento. Aquel auto donde había pasado mis cuatro últimos días era algo así como un dulce lugar donde sin problemas podría pasar otros varios días más.¿Habría pensado que al final del viaje, y luego de creer que aquello sería un suplicio para mí, terminaría disfrutándolo? Realmente no quería que ese viaje acabara y… lamentablemente, así mismo iba a ocurrir.
–¿Y si… –solté de repente. Digo, había sacado todas las cuentas posibles y aunque siguiéramos a toda velocidad y sin detenernos en ningún sitio aún nos quedaba, seguro, manejar hasta pasada la medioanoche (tal vez hasta la una o dos de la madrugada) para llegar a Forks– y si nos quedamos esta última noche en algún hotel? –tal vez (sólo tal vez) había dejado en evidencia demasiada emoción en el tono de mi voz. Edward me observó sin expresión cosa que me generó cierta inseguridad. Volví la vista al frente y continué exponiendo mi punto, ahora un tanto indecisa–. Podemos buscar algún lugar donde dormir y llegar mañana al mediodía –sentía la penetrante miraba de Edward sobre mí. ¡Maldición, que mirara el camino que seguía manejando!–. Digo, aún nos queda camino por delante, tal vez debas descansar… –la idea, de un momento a otro, había dejado de parecerme buena.
–¿De verdad lo prefieres así? –Edward seguía observándome serio; tal vez había sido una mala idea. ¿Qué digo? ¡Había sido una pésima idea! ¿Qué estaba pensando? Era tan simple como seguir nuestro camino y llegar a Forks un poco entrada la madrugada, Edward me dejaría en mi casa y todo acabaría. Obvio que así era mejor, digo, ¿para que alargar las cosas? De seguro Edward prefería estar en su hogar que estar conmigo en ese auto.
–Digo, pensé que tal vez… bueno, podríamos terminar el viaje mañana y llegar al mediodía –retráctate Bella, gritó mi cabeza los desesperantes segundos en que sólo el shoo-shoo-shoo de Nancy se oyó.
–Me parece bien –asintió Edward dejando en evidencia una pequeña sonrisa–. Será conveniente descansar un poco –agregó volviendo su vista al frente y evitando mi mirada. ¡Claro, cuando le convenía!
Nos detuvimos en el pueblo siguiente que estaba sólo unos kilómetros más adelante. Encontramos un buen hotel (bastante bueno, debo decir. Incluso me dio un poco de cargo de conciencia saber que si no hubiese sido por mi petición podríamos haber seguido conduciendo esa noche y nos habríamos evitado el precio de esa habitación) por la avenida principal donde Edward decidió que nos quedáramos (a regañadientes mío, por supuesto). Aparcamos y nos dirigimos a recepción.
El lugar era muy lindo: el suelo estaba cubierto de alfombras y una lámpara de araña colgaba en medio de la habitación. En el mesón del recepcionista esperaba un joven (no pasaba de los treinta) quien apareció en el lugar al momento en que la campanita tintineó cuando atravesamos la puerta de entrada.
Edward se encargó de registrarnos (era la tónica del viaje; ya saben, era el señor "yo pago todo") mientras me dedicaba a examinar el lugar. Había una puerta de vidrio de dos hojas a la derecha donde se veía un pequeño living con sillones y una mesa de centro donde descansaban varias revistas. Me acerqué a mirar y pude notar que al otro extremo de la habitación se ubicaba un viejo piano de pared blanco. Sonreí al recordar las palabras de Edward en el auto: … no muchos saben que toco piano, había dicho.
La habitación rentada era tan linda como prometía el hotel: el piso también estaba alfombrado y las ventanas estaban cubiertas por pesadas cortinas color crema; en el centro había dos camas de plaza y media dispuestas una junto a la otra, sin ningún pasillo que las separara, y en una esquina dos sillones individuales y una mesita. Una lámpara similar a la de recepción (algo más pequeña) colgaba en el centro de la habitación.
Dejamos nuestras maletas en el suelo y, sin coordinación alguna, nos echamos cada uno sobre una cama, quedando recostados de espaldas. Pasaron varios minutos durante los cuales permanecimos así. Era reconfortante, sobre todo después de haber pasado intensas horas sentados en un auto (de seguro había sido el día más agotador).
Cerré mis ojos dispuesta a relajarme más, cosa que no pude lograr. No es que estuviese obsesionada con recordar cada palabra que salía de la boca de Edward ni mucho menos, pero me hizo gracia comprobar que era completamente cierto que se sentía cuando alguien se quedaba mirándote de forma fija.
–¿Qué tengo? –pregunté sin voltearme. Una melodiosa risa llegó a mis oídos proveniente del espacio que ocupaba Edward.
–Nada –respondió varios segundos después–. Tienes nada –confirmó.
–Entonces… ¿por qué me miras tan fijamente? –insistí divertida volteándome en dirección a Edward y enfrentándome a éste. Me levanté un poco y apoyé mi cabeza sobre mi brazo para ganar altura.
–Porque es agradable mirarte. Es… placentero –respondió con voz profunda y una sutil sonrisa torcida.
Mis mejillas se colorearon de forma inconciente pero no morí de la vergüenza como hubiese ocurrido en otra situación con alguien –en este caso Edward– diciéndome que era placentero mirarme.
–Gracias por el cumplido –respondí con una evidente sonrisa. ¡Dios! no podía moderarla ni mucho menos suprimirla.
–No es gratis. Ahora te queda sólo una pregunta –me quedé en blanco. Bien, estábamos pasando un buen rato, lo dejaría ganar esta vez.
Edward pronunció su sonrisa y se echó hacia atrás, recostándose otra vez. Cerró los ojos y soltó un pesado suspiro. Me quedé ahí, estática, observándolo. Es cierto, yo también me sentía un tanto agotada pero por otro lado (y siendo mucho más fuerte el deseo) no quería que esa noche se fuera así tan rápido, tan… en el instante. Pero ¿qué tanto podíamos hacer? Ni siquiera había televisor en la habitación para mirar alguna película juntos.
No había televisor… pero había un piano en el hall de entrada.
Ese piano no podía estar ahí por simple coincidencia. Si creyera en el destino diría que estaba escrito que escucharía tocar a Edward antes de que terminara el viaje. ¿Qué mejor cierre para una travesía como aquella?
Me acerqué un poco a Edward. ¿Acaso ya se había dormido? –¿Edward? –susurré muy cerca de él para no despertarlo de golpe.
–¿Mmm? –murmuró en respuesta con los ojos cerrados.
–No te duermas –ordené aún en susurros. Como acto reflejo Edward esbozó una sonrisa que dejó entrever su blanca dentadura; sus ojos se tardaron un tiempo más en abrir.
–¿Qué ocurre? –preguntó complaciente. No pasé inadvertida la poca distancia que nos separaba; me eché hacia atrás sentándome en la cama.
La parte más difícil estaba hecha: ya lo había despertado. Ahora era cosa que lo llevara hasta el hall. Tiré de su mano y me levanté de la cama arrastrándolo conmigo, sentándose Edward en la suya.
–Te vienes conmigo –dije dando unos pasos para atravesar la habitación (a la pasada tomé la llave de la puerta sobre la mesita de noche) y tirando de Edward con todas mis fuerzas quien, entretenido, se dejó llevar.
Bajamos las escaleras hasta la recepción (que en ese momento se encontraba vacía) y entramos al hall atravesando las puertas de vidrio. Edward vio el piano y se detuvo de golpe: entendió de inmediato lo que me proponía.
–Con que esto te traías entre manos –comentó.
–Así es –dije orgullosa de mis movimientos. Sin soltar la mano de Edward (que se sentía increíblemente acoplada a la mía) lo guié hasta la banca del piano donde ocupó lugar, y yo ocupe lugar junto a él (y solté al fin su mano, no tenía sentido que la tuviese agarrada aunque quisiera).
Edward levantó la madera que cubría las teclas y recorrió con delicadeza cada una de ellas extendidas a lo largo de todo el piano como si estuviese reconociéndolas. Cuando hizo esto pude escuchar, muy suavemente, como cada una de ellas despertaba. Hecho aquel movimiento, no hizo más. Se sentó derecho y se giró hacia mí:
–¿Qué quieres oír?
–Ehh… se nada de música clásica –respondí encogiendo mis hombros en señal de franqueza–. Cualquier cosa que interpretes estará bien. Yo sólo quiero oírte tocar.
Edward asintió con una sonrisa y se volvió otra vez al piano –¿Conoces ésta? –preguntó justo antes de empezar a tocar.
La melodía que se oyó sonó muy delicada (no se si era consecuencia del suave toque de Edward sobre las teclas o qué; realmente no me interesaba saber), algo así como que si fuese sólida cualquier roce la quebraría, y –no pude evitar sonreír– sí que la conocía. Fue como algo mágico cuando descubrí La Vie en Rose de Edith Piaf(2) llegando a mis oídos.
Era… una sensación única. No sabría con que comparar lo que sentí porque no era posible encontrar algo tan único como aquel sonido. Me abstraje totalmente del lugar: de que estuviésemos en un hotel en medio de Washington, de que estuviésemos a menos de 300 kilómetros de Forks, y de que había gente esperándome ahí. Era sólo esa habitación y la imagen de las manos de Edward moviéndose sobre ese fondo monocromático haciendo, literalmente, magia. Creando magia. Nunca en mi vida La Vie en Rose me había cautivado tanto como ocurría ahora.
Cerré mis ojos dejándome llevar por la armoniosa melodía. No necesitaba saber de música, de técnica ni de ritmo, no necesitaba saber absolutamente nada para saber que aquella pieza era perfecta. De principio a fin, de su primer acorde hasta el último que retumbó en la habitación y se perdió en el silencio, sumiéndonos de paso en él; segundos de silencio donde la música aún seguía viva en mi memoria.
–La Vie en Rose de Edith Piaf –dije encontrándome con la mirada de Edward la cual no atendí hasta último momento que esperaba por la mía–. Es… perfecta –agregué algo ida. ¡Dios! no sabía que más decir, seguía embobada por el recuerdo de esos tres maravillosos minutos.
–¿Quieres intentarlo?
–¿¡Qué! –exclamé sin entender.
–Tocar piano, es simple. Mira –el dedo índice de Edward se posó sobre una tecla y un sonido agudo surgió de eso. Dejó que el ruido se desvaneciera y tocó la tecla de al lado. Repitió esto con la tecla siguiente–, tienes que escuchar lo que sale.
Lo cierto es que yo aún no reaccionaba del todo. Entre que seguía hipnotizada por la composición de la señorita Piaf en manos de Edward y la intención de éste que yo tocara piano… digamos que mis neuronas tenían serios problemas para lograr sinapsis.
–Ven, dame tu mano –pidió Edward pero lo cierto es que simplemente tomó mi mano izquierda sin dejarme reaccionar y la guió sobre el piano. Aquello me gustaba: había querido una noche memorable para el final del viaje y sí que estaba siéndolo–. Esta es Do. ¿Ves estas dos teclas negras juntas? –preguntó, indicándomelas con su mano derecha–. Fíjate, la que está a la izquierda de ellas es Do(3) –su mano estaba sobre la mía y su dedo índice presionó el mío con increíble suavidad hundiendo una de las teclas, la que correspondía indiscutiblemente a Do, según las enseñanzas de Edward. Si me preguntaran ahora cuál es Do no sabría decirlo, realmente no estaba escuchando lo que Edward decía; la verdad estaba más pendiente del calor y los escalofríos que me recorrían cada vez que la mano de Edward guiaba la mía–. Entonces la que está al lado será Re y así sucesivamente. ¿Entiendes? –Edward me miró para comprobar si lo estaba siguiendo.
–Entiendo –asentí mecánicamente. No entendía.
–Tenemos Do, Re, Mi, Fa… –veía su boca moverse mas no oía las palabras que salían de ella. ¿Algo de Do, Re? Apenas me llegaban los sonidos que salían del piano cada vez que tocaba una tecla guiada por Edward. Estaba más pendiente de lo encantador que lucía enseñándome. Era innegable lo mucho que aquello le apasionaba–. Dame tu otra mano –dijo en un momento. Mi corazón se aceleró; que decir de mi respiración. Tal como había hecho antes, simplemente la cogió entre sus dedos, abrazándome de paso por la espalda, y la acercó al piano pero ésta no alcanzó a estrenarse en el arte de la música.
En ese momento me encontré con sus ojos y nuestras manos quedaron a mitad de su camino, inmovilizadas. Sostuvo su mirada, reteniéndome. Paralizándome. Estaba inmóvil, compartiendo un pequeño banco con Edward (que decir de la inexistente distancia que nos separaba) mientras nuestras manos no dejaban de sentirse.
¿Acaso esto estaba en mis planes de hacer de esa noche inolvidable?
¿Por qué nuestro cerebro deja de funcionar en momentos así? ¿Acaso puede ser más inoportuno el no saber como reaccionar justo cuando un chico lindo sentado junto a ti comienza a acortar la, ya lo dije, inexistente distancia que los separa planteándote la posibilidad de que, eventualmente, si esa distancia inexistente realmente dejara de existir ese chico podría…?
–Muchachos… –y la magia se rompió de golpe. Edward y yo nos separamos tan veloces como si un choque eléctrico nos hubiese golpeado. Volteamos hacia la puerta: el recepcionista estaba de pie viéndonos– no se puede tocar piano después de las once de la noche –dijo un tanto angustiado: de seguro no eran sus reglas; él sólo debía comunicarlas.
–Lo sentimos –dije levantándome y recuperando, con ese movimiento, la razón. Razón; maldita perra que te habías ido a volar.
Después de aquello Edward y yo subimos a la habitación, nos pusimos el pijama y nos metimos cada uno en una cama. Nos deseamos las buenas noches y nos dispusimos a dormir. Esa noche fue como si nada de lo vivido en el hall hubiese ocurrido. Bueno, no nada estrictamente, aún me permitía recordar el sublime sonido de La Vie en Rose producto del increíble toque de Edward. Con aquel pensamiento en mi cabeza, me dormí finalmente.
Cuando me desperté aquella mañana me encontré sola en la habitación. La cama de Edward estaba vacía y extrañamente el baño también: es decir, él no estaba en la habitación.
Me levanté desconfiada y me acerqué a la ventana. Corrí las pesadas cortinas y la luz de una nublada mañana se coló en la habitación. Busqué su auto en los estacionamientos del lugar y, justamente ahí, junto al Volvo, estaba Edward de pie apoyado sobre éste. Observaba a su alrededor con parsimonia y esperaba, supongo que por mí. Me pareció raro.
Miré la hora de inmediato estimando cuanto tiempo llevaría ya Edward fuera y cuánto había dormido yo: eran recién las ocho y treinta y cinco minutos. ¿A qué hora se habría despertado?
Me bañé, vestí y arreglé mis cosas (las de Edward no estaban ahí). Salí de la habitación y me dirigí a recepción. Le pregunté al recepcionista por la cuenta y, ¿como no me lo imaginé?, era obvio que él ya había cancelado.
Salí del hotel camino a los estacionamientos. Edward seguía de pie junto al carro, de espaldas a mí. Cuando estuve a unos metros suyo me di cuenta que estaba al teléfono y, para mi mala suerte, pude oír de quien se trataba:
–Rose escúchame –lo oí decir con un tono de voz que, supongo, intentaba calmar a Rose al otro lado de la línea–, te prometí que llegaría y lo haré.
En ese momento Edward se volteó y se fijó en que yo estaba ahí. No quise incomodarlo pero ciertamente fue todo lo contrario porque Edward reaccionó de inmediato a mi presencia y, aún con el celular pegado a la oreja, dijo sonriéndome:
–Hablamos luego Rose, me tengo que ir –y colgó–. Bueno días –agregó alcanzando con cuidado mi maleta y quitándomela de la mano. No reaccioné a su accionar y dejé que la tomara. Edward se acercó a la maletera a guardarla.
Yo estaba estática, aún resonaba su conversión en mi cabeza. Realmente habría preferido no oír aquello. No se por qué pero no me gustó escuchar a Edward hablándole a aquella chica de esa manera. No creí que pudiera sentirlo pero me dio un poco de envidia la posición de Rose. De seguro aquella frase podía significar mucho, pero sólo era capaz de contextualizarla en torno a un tema... un tema que me hizo sonrojar. Por un segundo quise ser ella y no yo, sobretodo después de la noche que habíamos compartido.
–Bella –pero fue una sensación que duró sólo por un segundo– ¿subes? –preguntó Edward apoyado sobre el techo de su Volvo, viéndome inmóvil de pie al otro lado del auto.
–Si claro –dije reaccionado. Edward me regaló una breve sonrisa antes de subir al auto en el asiento del piloto. Me permití evocar mi anterior segundo. Abrí la puerta y subí. Lástima, era simplemente Bella Swan y nadie más.
–Tendré que volver a preguntarlo –dije fingiendo exasperación cuando nos pusimos en marcha–. ¿Por qué no me despiertas cuando tú te despiertas? –le reproché.
–Era muy temprano cuando desperté Bella, no iba a molestarte a esa hora –dijo con tono dulce pero remarcando la idea de "sabes que tengo la razón" en ella.
–¿Qué hora era esa? –tuve que preguntar.
–Iban a ser recién las ocho. No pude seguir durmiendo así que me levanté a tomar algo de aire –dijo restándole importancia. Bien, tenía razón en lo de temprano pero… ¿acaso este hombre no dormía? La noche anterior nos habíamos dormido pasada las una de la mañana.
–Llegaré a pensar que eres un vampiro o algo así –dije al aire. Edward soltó una breve carcajada–. En serio, ¡nunca duermes! –objeté.
Mientras se calmaba de su risa, Edward aclaró –No, no soy algo así como un vampiro ni mucho menos. Simplemente no necesito dormir tanto –¿no? Dios, yo necesitaba mínimo mis ocho horas o si no nadie me aguantaba la cara (ni el genio) a la mañana siguiente–. Por lo menos no tanto como tú –continuó Edward– que sí eres algo así como la bella durmiente.
Aquello me causó gracia y no quise seguir con la discusión (¿para qué después de eso?). Edward volvió la vista al frente buscando algún lugar donde desayunar.
Bella durmiente había dicho. Era gracioso. Y lindo de su parte.
–Y bien… éste es nuestro último desayuno –comenté luego de varios minutos en que cada uno miró hacia cualquier lado fingiendo examinar la pequeña fuente de soda donde habíamos ido a parar. No sabía realmente que más decir, no sabía como sería nuestra despedida después de aquel viaje, después de aquella noche, después de tantas cosas... De seguro Edward se cuestionaba lo mismo. O por lo menos eso me daba a entender su silencio.
Edward me miró con ojos profundos –El último –repitió asintiendo y soltando un suspiro.
Así era. Quinto día y no quedaba más. Último día y no había forma de cambiar las cosas. Ahora que lo pensaba, era extraño como iba a extrañarlo…
Me fijé en Edward quien volvía otra vez a ver a su alrededor. Me fijé en sus facciones, en su modo tan meticuloso con que miraba el lugar. No se que le ocurría pero ciertamente Edward no estaba ahí, físicamente sí, pero tenía puesta toda su atención en algo más… y no podía descifrar que era aquello. Cuando notó que lo miraba se volteó hacia mí.
–Espero que sólo sea el último desayuno del viaje –no tuve que armarme de valor ni me sonrojé después de haber hecho mi comentario. No me avergonzaba decirlo porque realmente lo quería así. A pesar de algunas confusiones a lo largo de éste admitía que aquel viaje había sido realmente grandioso.
Edward era... realmente grandioso. Sonreí sin proponérmelo.
–Vamos a volver a encontrarnos en Chicago después de las fiestas, ¿no? –continué ya que Edward no decía palabra. Con esto logré su atención que aquella mañana parecía tan disgregada–. Ahora no nos seremos indiferentes, no después de lo que hemos pasado –agregué con gracia provocando una sonrisa en Edward–. Y ya no tienes la presión de cómo abordarme, así que todo será más simple –finalicé de forma delicada.
–Así es –respondió y se centró en jugar con su café: insistía en lucir ausente aquella mañana.
¿Qué diablos le ocurría? Preguntaba o no peguntaba. ¿Preguntaba? ¿No preguntaba? Estaba llevando a cabo aquella discusión interna cuando Edward me interrumpió de repente:
–¿Sabes que me gustaría? –preguntó al fin rompiendo su voto de silencio que no dejaba de comprender. Negué. Tal vez aquello me daría alguna pista de la actitud tan extraña de Edward–. Me gustaría que tuviéramos más tiempo –dijo centrándose en sus tostadas mientras volvía a revolver su café; de seguro no quería levantar la vista y enfrentarme. Yo no dije palabra, quería escuchar a lo que tuviera que decir–. Realmente este viaje se acaba –me miró con ojos profundos (demasiado profundos) cuando agregó–: y no quiero que sea así, Bella.
Aquello fue la dulzura más dulce que podría haber oído y, debo decir, me llenó el ego hasta el tope. Edward Cullen quería pasar más tiempo conmigo. ¿Realmente había oído bien? ¿Alguien pensó alguna vez que aquello podía pasar? Créanme, yo tampoco. Y así era. Edward admitía que había disfrutado aquellos 3.500 kilómetros tanto como yo lo había hecho. Me repuse primero de mi sorpresa, después de mi incredulidad de lo que sus palabras significaban, y por último de mi alegría y al fin pude decir:
–Es cierto, el viaje acaba pero eso no significa que dejemos de vernos, ya te lo dije –volví a recordarle; digo, yo tampoco quería que acabara pero que ocurriera no significaba que nos dejásemos de ver. Yo misma no lo permitiría: lo necesitaba demasiado–. Edward, somos amigos, ¿no? –murmuré extendiendo mis manos para tomar las suyas sobre la mesa.
–Somos amigos –me concedió Edward pero su voz no sonaba alegre, todo lo contrario, sonaba… ¿lastimada?
¿De verdad lo había sentido así? ¿Realmente había habido dolor en aquellas palabras? Fonéticamente hablando era demasiado poco, limitada información, para concluir aquello. Era simplemente que no sólo sus palabras me habían generado aquella duda: su rostro estaba gritándolo. Edward lucía triste, realmente lo parecía.
¿Pero por qué estaba así?
Estaba triste porque el viaje acabaría y nos separaríamos. Era eso. Pero… acababa de decirle que seguiríamos viéndonos. Si aquello no lo consolaba, eso sólo podía significar… ¿él no quería separarse de mí? Es decir, yo… ¿le interesaba de otra manera en que puede interesarte alguien? ¡Vamos, que no podía ser!
Me fijé otra vez en él (éste miraba por la ventana): Edward era perfecto para cualquier mujer aunque me costara admitirlo. No podía ser que siendo así de perfecto como lo era (o como se acercaba peligrosamente a serlo), con su inteligencia y su encanto y atractivo y sus manos y labios… no podía ser que siendo el nivel que era él estuviese interesado en mí. ¡Vamos, que no podía ser!
Pero… ¿y si era? Mis latidos comenzaron a acelerarse al concebir aquella idea. Hubo flashes en mi cabeza, retazos de la noche anterior: Edward acercándose peligrosamente a mí…
¿Podía yo Bella Swan interesarle a Edward Cullen? ¿Podía? Dejé de reaccionar aquel instante en el que quise creer que realmente le gustaba. Fue un trance del que logré escapar cuando me di cuenta de la realidad de los hechos.
No podía.
Yo era demasiado normal y lo opuesto a interesante de lo que podía significar un prototipo al estilo chica Cullen. No podía ser, no tenía el más mínimo sentido. Él mismo lo había dicho una vez, hacía unos años: yo era demasiado normal para él, de modo que pensar en creerlo alteraba todo. Lo más probable es que si realmente lo pensase la tierra saldría de orbita e iría a estrellarse contra el sol, por mencionar lo menos.
Edward iba con chicas tipo Jessica, Lauren o Tanya en cuanto a físico. Y existían Janes y Roses que no sólo eran "Miss Perfecta" físicamente sino que daban con todos los niveles de Edward. Con chicas como ellas rodeando su vida, ¿cómo pensaba siquiera en la idea de interesarle? No lo negaba, había mucha química en nuestra relación pero que sólo se acercaba a una buena amistad y nada más. Tensión y química, nada más. Era buena en esa categoría y no me importaba cubrirla con Edward también. Podía ser su amiga. Quería ser su amiga si eso me permitía hacerlo parte de mi vida.
¿Qué yo le gustara a Edward? Solté un bufido. ¡Vamos, que simplemente no era!
Después de aquel particular desayuno (¿yo gustarle a Edward? ¡Já!) retomamos nuestra última parte del viaje y, al igual que en la fuente de soda, Edward mantuvo su inmutes. No entendía muy bien que ocurría entre él y yo pero volvían a generarse silencios como los que habían existido al inicio del viaje pero ¡vamos!, que yo pensaba que eso ya había quedado atrás. Bueno, no, error: eran fuertes y sonoros silencios. Y ahora que volvíamos al Volvo eran más notorios aún pues sólo estábamos los dos en aquel espacio (aún cuando Eric Clapton y su Tears in Heaven(4), cortesía ahora de la playlist de Edward, se esforzaban por hacerse notar) no así en el local donde, es cierto, habían habido silencios pero que los ruidos naturales del lugar –platos, vasos y conversaciones varias– habían logrado aplacar.
Mutismo que había llegado cuando nos detuvimos a desayunar. Porque el hecho que se levantara tan temprano era extraño, es cierto, pero por lo menos en ese momento me hablaba todavía. ¡Hasta había bromeado! De modo que seguía conectando su estado al hecho de arribar a Forks y a nada más. De hecho, era como si cada kilómetro que avanzáramos en la carretera, donde los parajes a nuestro alrededor dejaban de ser cada vez menos amplios y llanos y se convertían en frondosos y verdes bosques, o cada letrero que anunciaba la distancia que nos separaba del pueblo surtiera un efecto en Edward haciendo que el silencio se propagara más y más.
–Edward –dije al fin controlándome, paradójicamente, de no perder el control–. ¿Qué pasa? ¿Puedo saber que te ocurre?
Edward no dijo palabra. Lo noté tensarse y sus manos se aferraron al volante provocando que sus nudillos se tornaran blancos (más blancos aún que el tono natural de su piel) –Nada, ocurre nada –respondió con voz débil. Tal vez había sido demasiado directa.
Lo observé suspicaz. Algo le ocurría y me inquietaba. No quería saber sólo de entrometida, realmente me preocupaba verlo así y quería ver si podía hacer algo de mi parte para que aquello terminara.
–Vamos Edward –dije endulzando mi voz y haciéndola más suave–. Puedes confiar en mí. Sabes que puedes hacerlo –dije con toda sinceridad.
Edward tragó pesado y soltó un suspiro; uno muy largo y pesado. De repente, movido por no-se-qué, disminuyó la velocidad dirigiendo el volante hacia la berma de la solitaria carretera y, cuando la alcanzó, detuvo el automóvil en seco.
Desabrochó su cinturón de seguridad, sacó el seguro de la puerta, la abrió y se bajó del carro. Hizo todo eso mientras yo lo seguía atónita con la mirada a través del parabrisa sin entender qué demonios le estaba ocurriendo y por qué diablos actuaba así.
No me quedó más remedio que bajar del auto y salir a su encuentro, manteniéndome alerta de sus movimientos. Edward había dado varios pasos decididos lejos del Volvo, y en el lugar donde se había detenido no hacía más que tocarse el cabello o llevar sus manos como jarra a su cintura como si un gran problema lo aquejara sin saber como resolverlo. Se movía inquieto como gato enjaulado, como si tuviese algo en su interior que mataba por salir.
–¿Edward? –lo llamé elevando mi voz para lograr pescar su atención, cosa que realmente no resultó. A pesar que me había acercado cautelosa, varios metros nos separaban–. ¿Puedes decirme que demonios te ocurre? –dije un tanto exasperada; es decir, estábamos detenidos a mitad de una carretera cuando sólo nos faltaban… ¿qué? ¿Treinta, cuarenta kilómetros para llegar a Forks?–. Edward… –volví a llamarlo mas delicada– ¿qué pasa? –pregunté con mi mayor tono comprensivo.
Edward, de manos en la cintura, elevó su vista al cielo e inspiró profundamente. Observó a su alrededor y luego, sin esperármelo, volteó su tronco hacia mí y me observó, me examinó, mejor dicho, intensamente…
–¿Recuerdas el trato que hicimos sobre el beso que nos dimos? –dijo de repente con voz muy fría a mi parecer. ¿Trato? ¿Qué trato? Fue como si leyera mi mente porque agregó de inmediato–: ¿el trato sobre que aquel beso había sido un simple error? –recordaba aquella conversación, sí. Tragué saliva intentado difuminar mi conflicto interior. ¿Qué tenía que ver todo eso con esto que estaba pasando ahora?–. Pues apesta, eso es lo que pasa.
Nota de Autora: *Copiado de la película "Todo está iluminado" (Everything is Illuminated, 2005) de Liev Schreiber. Me gustó como quedaba para el capítulo en cuanto a metáfora de la relación entre Edward y Bella: "algo" crece.
(1) Hablo de redundancia porque "sugar" se traduce como azúcar o dulce. Buena canción. La descubrí en la BSO de (500) Days of Summer. Buena cinta también.
(2) Tenía que saber ponerla en alguna parte del fic: La Vie en Rose de Edith Piaf. La descubrí (también) en una peli y la redescubrí en otra cinta sobre la vida de la cantante. Desde ahí que no dejo de oírla. Bueno chicas, les recomiendo que la busquen en YouTube como "edith piaf la vie en rose solo piano" y vean el vídeo de "notreisrael" (es el que más se acerca a la idea que tengo en mi cabeza). Ahora imaginen que es Edward quien la toca. Mucho mejor, ¿no?
(3) Me disculpo en serio ante quienes sí sepan de música o de piano. Yo se nada. Googleé "como tocar piano" para que aquella descripción no fuera tan lamentable pero mucho más no pude hacer. Me disculpo en serio.
(4) Una última canción para un cierre perfecto (ya se que yo misma las escogí pero son estupendas, ¿no?): el señor Eric Clapton con Tears of Heaven. Escúchenla y busquen su letra. Ya verán porqué lo digo.
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
" Pánico y locura en Forks"
–Pues apesta, eso es lo que pasa.
¿Qué acaso esas palabras tenían que decirme algo? Si era así, ¡demonios!, que me faltaba urgente una clase de comprensión auditiva o lo que fuera. En verdad, seguí de pie esperando que Edward dijera algo más. Como no lo hizo, y como aún seguía viéndome de esa forma que retenía mi accionar (cosa que me inquietaba), agregué como pude:
–No te entiendo –realmente no entendía; o tal vez, no quería entender lo que se supone debía entender.
Pero mi pregunta fue para peor…
Su mirada reveló todo ínfimos segundos antes de que las palabras escaparan de su boca, confirmándolo todo:
–Pasa que me gustas –dijo de forma clara y sin rodeos, cortando los metros que nos separaban y llegando junto a mí–. Eso pasa –susurró tan malditamente cerca. ¿Qué acaso este hombre flotaba que no oí sus pasos acercarse? (lo vi en una película una vez: no dormían, eran veloces… estaba segura, Cullen era como un vampiro o algo así. Bueno, se supone que también bebían sangre. Olvídenlo, no se que hago hablando de vampiro o creyendo que Edward es uno) Claro que no lo oí, estaba más preocupada asimilando las palabras que habían salido de su boca…
Esa boca, que me dejó de propio sin palabras y que literalmente calló la mía con un beso.
… ¿o fue para mejor?
No bastó más que su aliento cubriendo el mío, embriagándome en el instante, para poder reconocerlo. Así es, tan fácil y tan increíblemente simple fue reconocer esos labios que con sólo un toque, y tan o más competentes que el mejor ilusionista en la tierra, me hipnotizaron.
Y sus manos… fue como una paradoja pues sus manos se sintieron tan fuertes cuando asieron mi rostro mas el contacto que mi cerebro procesó fue contrariamente suave, cuidadoso… delicado. Cálido. Más que cálido. Extraordinariamente ardiente. Único.
Y en el idioma que mejor manejaban (caricias que empezaban a acariciar tan intensas en intensidad) sus labios me hicieron una invitación que, sin dudar y movida por no-se-qué (algo de calendarios astrales e influencias lunares hicieron muy-muy lejos eco en mi mente), no dudé en aceptar. Acción que se tradujo en el simple instante en que comencé a responder a ese beso, y mis labios empezaron a besarlo.
¡Dios! Si Edward besándome era increíble, Edward y yo besándonos era increíble elevado a la potencia mil. Mil millones... de millones… infinito era la palabra. Digo, era… era casi estúpida la manera en que sus labios se acoplaban a los míos encajando con tanta habilidad, reconociéndose aún ya conocidos, disfrutando de un modo sincronizado, como ballet de caricias que no buscaban acabar. Que no querían acabar… pero que debían hacerlo.
Debía dejar de besarlo pero estaba incapacitada para poder pensar. Sólo tenía un pensamiento en mi cabeza y era que ese beso realmente estaba ocurriendo (tan magistralmente perfecto) y me bloqueó de manera en que ninguno más podía pasar. Incluyendo aquel que me decía que me alejara(1)…
–¡No!
Un paso atrás y mis manos apartando las suyas bastaron para terminar el contacto. Casi lo mismo, o un poco más de tiempo del que tardé en extrañarlo y volver a necesitarlo.
Inconciente (del todo no intencionada) acerca del momento en que mis ojos se habían cerrado para sentir, sólo pude controlar el momento en que volví a abrirlos y caí de golpe, como Alicia tras el conejo blanco, en un hoyo de realidad.
Mis manos, que estaban en mi rostro, se pasearon a mi cabeza, descendiendo hasta mi cuello, finalmente entrelazándose, inquietas como si las palmas de mis manos picaran.
–Te pedí que no volvieras a hacer eso –le recordé un tanto obnubilada.
Edward exhaló fuerte; algo así como un risa suprimida –No puedo evitarlo, es… es como una droga para mí –agregó. Podía sentir la sonrisa plasmada en su voz, lo sentía porque no lo miraba, no me atrevía.
Yo estaba en otra dimensión donde la gravedad había bajado a uno haciendo mis movimientos y pensamientos tan o casi más lentos que una avalancha de globos. Daba pasos irregulares dentro de mi metro cuadrado mientras mi mirada se movía indecisa (pero igualmente lenta) buscando un punto de fuga en ese fondo verde y homogéneo que nos rodeaba.
Tantas palabras, verdades reveladas, declaraciones pronunciadas… sin que mi cabeza pudiera dar crédito a ellas. No podía ser que… y lo era.
–No sabes como lamento haber tardado tanto en decírtelo –volvió a hablar Edward incitado por mi silencio. Sus palabras estaban teñidas de frustración.
Tenía mil cosas dándome vueltas y literalmente colapsando mi cerebro pero tuve que hacerle espacio a esta última revelación. Me volví otra vez a Edward (cuidando la distancia entre nosotros) y pregunté:
–Tanto… ¿el último semestre? –necesitaba saber a qué se refería cuando decía tanto. No podía ser tanto como él decía…
Edward levantó la vista avergonzado (cabe decir que cuando formulé mi pregunta bajó la mirada) –Los últimos años.
Nunca me han dado una bofetada (tampoco espero que lo hagan) pero basada en la experiencia cinematográfica/televisiva que tengo diría que fue como si me hubiesen golpeado: como si una ruidosa, potente y feroz bofetada hubiese ido a dar contra mi rostro.
¿Años? ¿Qué acaso Edward era el rey del stand up comedy(2)? Porque claramente sólo le faltaba el micrófono, la mesa a su lado con un vaso de agua y un foco que lo iluminara desde arriba; esto era una broma, ¿no? Es decir, ¿¡años!
–¿Co-cómo…? –más pronto de lo esperado comencé a hiperventilar–. No tiene sentido. No… quiero decir, compartimos los mismos veranos en Forks, pasamos un semestre juntos en secundaria, Edward –le recordé un tanto exasperada–. Recuerdo como era tu trato hacia mí –lo recordaba y seguro ahora él también lo hacía–. Si yo te gustaba…
–Me gustas –me corrigió con voz grave.
–… si yo te gustara –continué sin detenerme en su comentario–, habrías hecho algo –mi voz había dejado de sonar exacerbada y se oía ahora débil; tal vez un poco dolida–. Habrías hecho algo más que pasar por mi lado con tu actitud tan… arrogante, tan… indiferente –era como si le reclamase que no hubiese hecho lo que debía cuando debía–, haciendo como si realmente no existiera… –no se como pudo escuchar esto último: mi voz ya no tenía fuerzas para salir.
Así habían sido los hechos, aunque doliera admitirlo. Verano tras verano fui testigo de cómo mi persona era invisible para Edward Cullen aún cuando sólo el primer verano de conocerlo había sido presa de sus encantos. Lo mismo el último semestre cuando compartimos curso, sala y banco de clase: indiferenciaque se notaba. Actitud que iba en aumento a medida que intentaba desentenderme de él: era como si mientras más empeño ponía en vivir fuera de los límites y efectos que provocaba el tan-encantador Edward Cullen en todos, más empeño ponía él en hacerme notar que yo no le interesaba. Que yo le importaba nada. Cero. Más que cero.
–No sabía como acercarme a ti.
¿Esa era su excusa? Segunda bofetada que se sintió el doble de fuerte y de la que me tardé varios segundos en reponer. Cuando lo logré, sólo pude pensar en una cosa: Hey Arnold!(3)
Es raro como puede llegar a funcionar tu cerebro, pero cuando Edward dijo lo que dijo, mi cabeza simplemente virtualizó una imagen que podía acercarse a entenderlo: Helga G. Pataki.
Helga, la eterna enamorada de Arnold (y no es que creyera que Edward estaba enamorado de mi –¡Dios! que eso me terminaba por matar– pero la situación era algo por el estilo). Haciendo de su vida imposible: insultándolo y burlándose a cada momento pero… amándolo en secreto. Todo por temor.
Era un ejemplo bastante llevado al extremo pero realmente era lo único que me ayudaba a comprender (¿ahora entienden mi desesperación? es decir, ¡pretendía que un dibujo animado me enseñara de la vida!): yo le gustaba a Edward a pesar de que siempre creí que no le importaba. Eso era.
No. Yo le gusto a Edward.
–Contigo era diferente, no eras como el resto de las chicas –siguió diciendo avergonzado. ¿Diferente? ¡Dios! ¿Por qué todos dicen lo mismo? ¿Qué acaso soy una criatura del espacio exterior? Maldición, sólo soy una chica. Una simple chica–. Y lo cierto es que nunca hice nada para acercarme porque… Bella, tú no vivías acá en Forks, no creí oportuno jugármela si al final de cada verano terminarías yéndote tan lejos –confesó arrepentido–. Bueno, después me di cuenta que hasta ni eso me importaba. No cuando esta chica realmente me gustaba –agregó, y una sonrisa tímida quiso escapársele.
Sus últimas palabras habían sido… ¡wow! nunca nadie me había dicho algo así. ¿Lo triste? Es que nunca nadie tampoco me había dicho lo que Edward había pronunciado antes de su perfecta declaración.
–¿No creíste oportuno? –quise que mi voz sonara firme pero sí que costó. La mirada de Edward sobre mí lo hizo peor–. ¿Y que sentido tiene que lo hagas ahora Edward? –era verdad. ¿Qué sentido tenía tanta declaración a esta altura? ¿Después de años, como él había dicho?–. Yo estoy con Mike, lo sabes –era una excusa barata pero era la única que tenía a mano.
Lo cierto es que no dejaba de resonar en mi cabeza, como un eco constante, el hecho de que aunque Edward hubiese dicho a los quince años que yo no era buena para él, la idea había logrado mantenerse viva por más tiempo. Una simple idea: yo no valía la pena y eso sí que dolía.
–Tú no amas a Newton –bastaba con fijarse un poco para notar que la mandíbula de Edward estaba apretada, conteniéndose de soltar quién sabía que cosas que guardaba en su cabeza.
–¿Pretendes que al decir eso yo termine con Mike de inmediato y corra a los brazos tuyos? –en esta situación el sarcasmo era lo único que me quedaba, si no seguro me ponía a llorar. Y que todos me escuchen cuando digo que nadie me había visto llorar, nunca, y no sería esta la primera vez, menos frente a Cullen.
–No tienes para qué ser sarcástica –dijo Edward molesto.
–Soy realista. Además, tú mismo lo dijiste –le reproché.
–¿De qué hablas?
–¿Querías saber por qué no me agradabas? Tu primera pregunta –le recordé–. Pues porque te oí a ti y a Jasper hablando –Edward parecía confuso–. En la cafetería al lado de la estación de policía. Regresé a buscar un libro que había olvidado –podía notar como poco a poco Edward iba comprendiendo a qué me refería–. Jasper te aconsejó que me invitaras a salir… bueno, ahí tienes tu maldita respuesta –primero estada dolida, ahora estaba molesta. Me molestaba saber que si no fuera por este estúpido viaje yo no tendría que estar recordando estas cosas. Se supone que yo lo había superado. ¡Se supone que había superado a Edward Cullen!
–Bella, teníamos quince años –dijo Edward levantando su voz unos decibeles; por lo visto él también comenzaba a perder la paciencia–. Era un adolescente, ¡por Dios! ¿Sabes el poco peso que tienen las cosas que decimos cuando se tiene quince años? –dijo impaciente.
–¿Sabes lo que duele escuchar al chico que te gusta decir que no eres suficientemente buena para él cuando se tiene quince años? –solté furiosa en respuesta.
Esos segundos que siguieron a mi explosión me recordaron (y seguro a Edward también) que seguíamos varados en la berma de una carretera camino a Forks. El silencio que se hizo fue rotundo. El follaje de los árboles (corría una tenue brisa helada que se movía entre las hojas) se escuchó a lo lejos. Ningún auto pasaba por el lugar.
–¿Yo te gustaba? –preguntó Edward rompiendo el silencio. Su voz se escuchó dudosa, como si aún no creyera lo que había oído.
–Gustaba. Pasado. Tú mismo lo dijiste –agregué lo más ácida que pude.
–¿Es posible que llegue a gustarte… otra vez? –preguntó con el mismo tono.
–Sabes, para el final del viaje llegué a pensar en la idea de que me gustabas. Y que te gustaba. Y que tú y yo… pero no –dije firme. Tragué el nudo que me provocaba hablar lo que iba a decir–: por suerte, sólo fueron vagas ideas y nada más. No es posible que tú me intereses de nuevo –mentí.
No podía evitar su mirada, si lo hacía, Edward sabría que mentía, aunque los ojos de Edward eran la mejor herramienta si lo que buscaba era hacerme confesar.
–No lo creo así –dijo seguro. Muy serio y muy seguro–. Digo, eras a mí a quien besabas –me recordó.
De inmediato bajé la mirada; la sangre me quemó por dentro. Di una larga bocanada antes de volver a enfrentarlo:
–No te preocupes por mis maletas. Charlie puede ir por ellas hasta tu casa.
Dicho esto, comencé a caminar por la orilla de la carretera en dirección a donde se suponía estaba Forks. ¡Demonios! Se que es la actitud más infantil que podría existir, me sentía una niñata y yo no era así, pero estaba molesta. No. Estaba furiosa. ¿Quién se creía Cullen para hablarme de mis sentimientos? ¡Eran mis sentimientos! ¿Qué podía saber él lo que yo sentía?
–Vamos Bella, no te irás sola –gritó Edward a mis espaldas. No me volví ni un momento, seguí con paso decidido. Era verdad, tardaría un par de horas en llegar pero no me volvería a subir a ese auto con Edward. No lo haría–. ¡Bella! ¡No seas inmadura! –se quejó. Era inmadura. Más que inmadura pero no me importaba.
Había avanzado ya varios metros en los que Edward había dejado de gritar. Ahora que lo pensaba, este sí que era un gran final para el viaje. ¿No podíamos haber seguido hasta Forks sin detenernos, habernos despedidos y habernos deseado buenas fiestas con una sonrisa cordial? No. Edward había tenido la brillante idea de frenar a escasos kilómetros del pueblo sólo para declarase. También lo odiaba por eso: por su culpa el momento que debía haber sido el mejor de mi vida se había convertido en un infierno. ¡Se supone que una chica tiene derecho a disfrutar del mejor beso de su vida!
–Bella –la voz de Edward me trajo de vuelta a la fría realidad de los caminos de la zona: iba en el auto y me hablaba por la ventanilla del copiloto. Volví mí vista al frente, evitándolo–: te prometí que te llevaría a casa –se estiró para abrir la puerta–. Vamos, serán sólo unos minutos –di un par de pasos más en las que el Volvo avanzó con la puerta abierta–. No tienes que hablarme si no quieres –agregó. Su voz era dulce, aquello me provocó más enojo.
Detuve mi andar y Edward frenó de inmediato. De mala gana subí al auto y cerré la puerta. En ningún momento quité la vista del frente. No tenía más opción: a atravesar esos kilómetros que restaban.
Cuando llegamos a mi calle y reconocí mi casa pude al fin respirar. Ninguno de los dos había hablado durante los minutos que duró la carrera (¿habrán sido veinte? No más que eso y se sintieron como horas). Bajamos y me dirigí a abrir la puerta; Charlie no estaba en casa, bueno, ya lo sospechaba porque la patrulla no estaba estacionada. Edward bajó mis maletas y me acerqué a ayudarlo. Las dejamos en el rellano de la puerta.
Aquello era realmente incómodo. No sabía que decir. A pesar de todo, a pesar que en ese momento estaba odiando todo lo que tuviera relación con Cullen, no podía pasar por alto lo bien que se había portado conmigo.
–¿Quieres… –jugueteaba con mi cabello para no mirarlo– quieres pasar a tomar un refresco o algo?
Si yo estaba inquita, Edward estaba peor. Se tocaba el cabello y jugaba con las llaves del Volvo.
–Será mejor que me vaya –dijo después de meditarlo varios segundos.
–Bien –asentí varias veces.
–Bien –dijo Edward alejándose con pasos indecisos. Me volteé para entrar a casa–. Bella –me llamó desde la puerta del Volvo–, no quiero que las cosas terminen mal entre nosotros –dijo arrepentido.
Yo tampoco, pensé. Lo que menos quería era eso pero realmente necesitaba tiempo para pensar: había sido mucho en tan poco tiempo.
–¿Podemos… podemos hablarlo luego? –propuse. Tendríamos que conversar en algún momento, por mucho que quisiera evitarlo.
–Eso me gustaría –asintió y me dedicó una leve sonrisa que no alcanzó a llegar a sus verdes ojos, cubiertos aún por la tristeza.
Entré las maletas a la casa y cerré la puerta. Bien, había sido ya bastante niña esa mañana así que unos minutos más no afectarían en nada: me apoyé tras la puerta y me dejé caer hasta el piso. Solté una larga bocanada de aire y dejé mis ojos cerrarse. Desde ahí pude escuchar el motor del Volvo cuando se marchaba, perdiéndose.
El viaje había acabado. Y el final, ciertamente, no había sido el mejor. Lástima, pensé.
. . .
Cuando Charlie llegó casi media hora después, me encontró en mi habitación desempacando (estuve sólo unos minutos sentada tras la puerta, no crean que me derrumbo tan fácilmente). Como ya eran pasadas la una de la tarde, y en vista que no cenaríamos juntos esa noche (la cena con Mike seguía en pie), Charlie me invitó a almorzar a Port Ángeles. Dijo que no tenía que volver a la jefatura hasta las cinco así que tenía tiempo para que comiéramos juntos y celebráramos que había llegado a casa. Era la forma que Charlie tenía de demostrarme su cariño, cosa que no me molestaba en absoluto; debo decir que en eso éramos iguales.
–No sabía que llegarías hoy –dijo cuando la mesera trajo nuestras hamburguesa con papas fritas a la mesa. Aunque estábamos en un bonito local de Port Ángeles, la dieta de Charlie seguía siendo la misma–. No se supone que terminabas las clases el dieciocho o diecinueve.
Es cierto, Charlie no sabía nada de mi viaje con Edward –El jueves terminé mi última prueba pero me olvidé de reservar pasaje –algo muy estilo Bella, ¿no?–. Edward se ofreció a traerme en su auto –agregué.
–¿Edward? –preguntó de inmediato frunciendo el ceño, olvidándose por completo de su hamburguesa. Charlie siempre había sido igual: a la menor mención de un nombre masculino por mi parte, se ponía en alerta permanente.
–Edward Cullen, papá –aclaré.
–Oh –dijo relajándose y dando un mordisco al emparedado–. El hijo del doctor Cullen. Un buen muchacho, ¿no?
–Eso creo –no iba a entrar en detalles con papá; lo bueno es que a él tampoco le gustaba entrar en detalles.
–Debe haber sido cansador. Son como 3.000 o 3.500 kilómetros, ¿no? –siguió diciendo Charlie–. Y a mí que me agota viajar hasta Seattle…
–Cansador, así es… –respondí algo ida mirando por la vidriera de lugar.
Lo que no me esperaba era ver lo que vi por la ventana; es decir, si hubiese estado tomando sopa de seguro me aparecía en el fondo del plato, porque Edward acababa de entrar a una tienda de electrónicos al otro lado de la calle nada menos que junto a Rosalie Hale.
Rose, como la llamaba él.
Y yo que creí que estando con Charlie podría olvidarme de todo.
*******************************************************************************************************************
*Adaptado de la película "Pánico y locura en Las Vegas" (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998) de Terry Gilliam.
(1) El crédito de todo este párrafo es de lleno de los creadores/guionistas de Pushing Daisies. Confieso que un poco de mi tiempo lo he usado para repetirme los capítulos de esta maravillosa serie y quise, otra vez, homenajearla. Quise usar este párrafo porque es PERFECTO en todo sentido. Simplemente lo adapté para que encajara en el fic (pertenece al primer capítulo de la serie).
(2) Stand up Comedy es un tipo de comedia que se hace en vivo, donde el comediante, micrófono en mano, interactúa directamente con el público. Algo de lo que hace El Club de la Comedia (en Chile) o Jerry Seinfield al inicio de cada capítulo de la sitcom Seinfield.
(3) Hey Arnold!, tal como lo medio-explico en el fic, es un dibujo animado que el canal Nickelodeon emitió a finales de los '90/ inicios del 2000. Arnold es el prota, un chico maduro y apuesto (admito que fue mi primer amor televisivo (L) ) con cabeza de balón. Helga G. Pataki es una compañera de clase, mandona y machote para sus cosas, que le hace la vida imposible pero que lo ama en secreto.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
me haz dejado en la incertidumbre otra vez!!!!
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
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Re: "Por Carretera" (Completo)
"Al final de la Escalera"
This thing called love, I just can't handle it. This thing called love, I must get round to it. I ain't ready, crazy little thing called love(1)...
–"Crazy little thing called love" –canté a todo volumen desde lo que mi posición lo permitía: estaba recostada mirando el techo de mi pieza como si éste hubiese sido el mayor descubrimiento arquitectónico o pictórico del año, mientras escuchaba buena música en el reproductor de mi dormitorio.
Después de volver del almuerzo y luego de que Charlie se marchara al trabajo, me quedé sola en casa y, peor aún, a solas con mi mente. Por lo mismo había decidido poner música a todo lo que la perilla del volumen aguantara con la idea de evitar pensar. Bueno, ocurre que en este caso el señor Mercury quiso traicionarme puesto que en los últimos cuarenta y cinco minutos había revivido tres veces en mi cabeza –con lujo de detalles, en tercera dimensión y con sonido envolvente– la declaración que había hecho Edward en la carretera.
Lo bueno de revivir la película en mi cabeza era que me permitía escoger mis momentos favoritos y suprimir otros tantos que no eran tan bienvenidos. El beso. Dios, ese beso podría revivirlo sin cansarme tantas veces como el recuerdo aguantara. Su aliento, sus labios, su roce… todo. Así mismo podía obviar mi escándalo del que ya me había podido, también, arrepentir unas tantas veces. ¡Qué diablos! Se habían convertido en la historia de mi vida.
Pasa que me gustas, había dicho. Mordí mi labio de forma inconciente cuando las mariposas se movieron en mi interior.
Esa declaración…
El timbre del teléfono me sacó de mis ensueños. Le bajé a la música y contesté.
–¿Diga?
–Bells –de inmediato reconocí la voz de Mike al otro lado de la línea–. ¡Hola amor! –exclamó.
–Mike. Hola –respondí sorprendida. Volví a recostarme sobre la cama–. Justo iba a llamarte –agregué de inmediato cuando me di cuenta de lo mal que había sonado mi voz al comienzo. Era verdad, iba a llamarlo, iba a hacerlo justo antes de que el recuerdo de Edward inundara mi cabeza y se instalara sin permiso, imposibilitándome de cualquier otro accionar más que el de mirar el techo y sonreír como una idiota–. Ya estoy en casa.
–Ya era hora –bromeó de forma tierna–. No quería molestarte pero como no llamabas me preocupé –Mike y su tan acostumbrada consideración–. ¿Cómo salió todo?
Todo salió al revés de cómo debió haber salido. Ocurre que, ¡no se si sabías!, pero le gusto a Edward y es extraño porque no pensé que podría ocurrir pero parece (parece) que él también me gusta. Además de eso, todo salió relativamente bien. Bueno, esa hubiese sido la respuesta más sincera a su pregunta, sin embargo sólo pude decir:
–Bien.
–¿Quieres que vaya para allá? –cada vez me gustaba menos que Mike me hablara con tanto ánimo y alegría en su voz; me sentía peor persona y aquello, realmente, no era agradable.
–Ehh –dudé de forma notoria. No es que no quisiera verlo, es decir, igualmente estaba deseando verlo: me llevaba bien con Mike y disfrutaba el tiempo compartido sobretodo si no nos veíamos hacía meses, era sólo que las cosas habían cambiado sólo un poco desde la última vez que habíamos hablado y aquello me carcomía la cabeza en todo momento como un pájaro carpintero que no dejaba de picotear sobre un árbol–. Estaba pensando que nos viéramos a la noche. Charlie hará un desastre si no lo ayudo con la decoración –dije, cosa que en parte era cierta: nunca había sido un plan armar el árbol navideño junto a Charlie(2) pero era cierto que, tal vez si no lo ayudaba, éste haría un desastre con los adornos.
–Bueno, ya esperé unos días, aguantaré algunas horas. ¿Quieres que vaya por ti?
–Voy en el Monovolumen –había sido mucho tiempo dependiente de otro; quería sentir el motor chirriante de mi querido tanque–. ¿A eso de las ocho?
–A las ocho estará bien –dijo, y pude notar la sonrisa en su voz–. Nos vemos entonces.
–Te quiero –me adelanté. Lo se, era una jugada cobarde, tal vez demasiado cobarde. Digo, quería a Mike y no me costaba decirlo pero si él se me adelantaba con un "te amo" ahí sí me sería imposible contestar. Y aquello era peor.
–Yo también –dijo Mike y cortó.
Exhalé con fuerza y me levanté de la cama. Bien, sería mejor que fuera a desempolvar los adornos navideños del garaje. Eso había dicho que haría, ¿no?
. . .
–La cena estuvo deliciosa señora Newton.
Cuando llegué todo estaba listo para la tan esperada cena de Nochebuena. Además de los padres de Mike, unos tíos habían llegado a pasar las fiestas de modo que la situación fue menos incómoda de lo esperado; al final, eran los adultos por un lado y Mike y yo por otro, y la cena avanzó sin traspiés de ningún tipo.
–Me alegro que te gustara –respondió la señora Newton levantando los platos–. Mike estuvo recordándomela toda la semana.
–Mamá –se quejó Mike a mi lado y sus tíos soltaron algunas risas. Por lo visto era divertido incomodar al "niño" de la casa–. Vamos Bells –agregó levantándose y tomando mi mano para que lo siguiera–. Estaremos en el living.
–Permiso –dije y me dejé guiar por Mike hasta la sala de estar.
–No sabes cuanto te extrañé, amor –Mike, totalmente de improviso, me abrazó por la espalda cuando entramos a la sala de estar y depositó un delicado beso en el hueco de mi cuello. Debí sentir cosquillas y mariposas y el suelo debió haber desaparecido cuando hizo aquello; sólo sentí culpa.
–¿Cuánto? –pregunté esperanzada queriendo escuchar que en realidad lo que decía era una frase de cortesía.
–¿¡Cuánto! –exclamó alejando su rostro para verme–. Pensé todo el semestre que había tomado una mala decisión al marchar a Nueva York. Pienso que tomé una mala decisión –corrigió de inmediato.
–No es así –le aclaré–. Fue una buena decisión. Querías ir a NYU(3) –agregué separándome y sentándome en el sillón. Mike me imitó y tomó lugar junto a mí.
–Igual eso no quita que te quiera conmigo todo el tiempo –sonrió acercándose a mí y depositando un suave beso sobre mis labios–. Hablando de eso, ¿ya tienes tu pasaje para volver?
¡Demonios! ¿Cuál era mi maldito problema con los pasajes de avión que los olvidaba con tanta facilidad? Tendría que llamar de inmediato a la agencia de viajes cuando llegara a casa; no podía arriesgarme a quedar sin pasajes otra vez.
–Lo olvidé. Otra vez –me expliqué, aunque mucho no había que explicar.
–Eso es bueno esta vez –dijo Mike acomodándose a mi lado para quedar de frente a mí–. Te tenía una propuesta.
–¿Una propuesta? –pregunté extrañada.
–Ajáh –asintió con una sonrisa misteriosa–. ¿Una pista?: Nueva York –¿se supone que eso era una pista?–. ¿Cuándo vuelves a clases? –¡oh! Ahora creía entender a qué se refería; esperaba que mi reacción no se hubiese notado.
–Entro el cinco.
–Bien. ¿Y si te vienes a Nueva York conmigo? –preguntó Mike confirmando, de paso, mis sospechas–. Tenía pensado que viajáramos después de Año Nuevo. Pasas unos días conmigo, te muestro la ciudad –fue diciendo. Con su mano izquierda arregló con cuidado mi cabello tras la oreja y se quedó viéndome–, disfrutamos el tiempo que hemos estado separados y luego te vas a Chicago para retomar el segundo semestre. ¿Qué te parece? –la forma en que se quedó viéndome me provocó una molestia mayor.
¿Mike quería que viajáramos juntos? Sí, quería que nos escapáramos juntos a Nueva York los pocos días que teníamos antes de volver a estudiar. Era… ¡Dios! no podía seguir con esto, no podía. No me hacía bien y no le hacía bien a Mike. Era injusto y era egoísta de mi parte.
Volví mi rostro evitando su mirada; iba a decir algo y era muy cobarde para enfrentar a Mike a los ojos. Tomé una bocanada de aire esperando que con ello el valor viniera a mí. Bueno, con valor o sin valor dije lo que tenía que decir:
–Edward y yo nos besamos –le solté sin más.
Primero hubo silencio (como si a todo el mundo le hubiese dado por quedarse callado a la cuenta de tres. Pero no, fue simplemente mi idea), luego Mike habló:
–¿Se besaron? –preguntó repitiendo mis palabras. Se levantó y caminó hasta atrás del sillón–. ¿Y no pudiste decírmelo antes? –murmuró de pronto. No sonaba enojado o molesto; era más como si estuviese decepcionado.
No dije nada. Tampoco me atreví a mirarlo. Seguí con la cabeza gacha: era la manera que tenía de ocultar mi culpa y mi vergüenza. Pasaron unos minutos, de hecho varios, donde el silencio fue campal. Se escucharon algunas risas y conversaciones que mantenían sus padres y tíos en la terraza pero en el living las cosas eran completamente diferentes. Sabía que había hecho lo correcto, visto de la forma más analítica posible y fría, de paso, era sólo que nunca creí que fuera tan difícil.
–Yo como un idiota invitándote a Nueva York para que las cosas se arreglaran entre nosotros, y tú… –Mike nunca levantó la voz. Nada. Pero el dolor en su voz era notorio–. Sabía que las cosas habían cambiado entre nosotros. Te noté alejada pero no pensé que a la primera… –no dijo más. Me sentí una idiota al creer que Mike nunca había sospechado nada.
–Lo siento –dije y mi voz apenas se escuchó. Hubo otro silencio intenso. Denso.
–Será mejor que te vayas. Yo… yo no puedo lidiar con esto ahora –dijo Mike y volvió a sentarse, ahora en uno de los sillones individuales, totalmente alejado de mí.
–Está bien –asentí levantándome, digo, estaba en todo su derecho. Tomé mi bolso con cautela y rodeé el sillón. No me atreví a acercarme a él–. Les agradeces a tus padres la cena. Nos vemos –dije y salí del lugar con dirección a la puerta de calle.
Mike no dijo nada cuando abandoné la sala.
Me subí al Monovolumen y manejé de regreso a mi hogar. Las calles estaban vacías. De seguro en todos los hogares se habían dormido ya a la espera de que Santa Claus visitara sus chimeneas. Yo por mi parte estaba teniendo una terrible Navidad.
. . .
–Bella –escuché la voz de Charlie llamándome–. Despierta, ya es Navidad
Abrí los ojos y lo vi de pie ante mí. ¡Wow! Si que estaba cansada. Los ojos me pesaban y me sentía agotada. Claro, si había dormido prácticamente nada. Era como si me hubiese pasado la noche en vela esperando para ver a Santa sólo que realmente no lo esperaba: estaba más ocupada pensando en lo que le había hecho a Mike.
–¿Chocolate caliente? –preguntó Charlie extendiendo una taza humeante. Me senté de inmediato en la cama para recibirla y, de paso, poder desperezarme–. Le puse malvaviscos, no se si te gustan.
–Claro que si –respondí tomando un sorbo de chocolate–. Está estupendo.
–Hay un regalo abajo que tiene tu nombre –sonreí enternecida. Era gracioso ver como Charlie seguía haciendo la dinámica de que los regalos aparecían bajo el árbol por arte de magia, o en este caso traídos por Santa como si yo fuera una niña. Bueno, de seguro Charlie me seguía viendo como su niña.
–Me pregunto quien lo habrá dejado –bromeé levantándome de la cama. Tomé un polerón, me lo puse sobre el pijama y bajé junto a Charlie para abrir los regalos de Navidad.
–Vamos a ver –dije sentándome en el suelo junto al pequeño árbol navideño que teníamos y donde junto a él descansaban tres o cuatro regalos más; bien, éramos una familia pequeña. Charlie se había instalado en el sillón mientras seguía bebiendo chocolate caliente.
Abrí un paquete cuadrado envuelto en un brillante papel dorado y en cuya parte superior rezaba mi nombre: era una linda cámara filmadora –Gracias papá –dije extendiéndome y dándole un beso en la mejilla.
–Feliz Navidad, pequeña.
–Feliz Navidad.
–En la tienda me dijeron que era un modelo muy bueno –dijo retomando la conversación sobre la cámara de video, lo que por supuesto agradecí. Charlie y yo no estábamos acostumbrados a tantas demostraciones de cariño. Nuestra manera de hacerlo era acordándonos de comprarle un presente al otro para las fechas especiales, cenando juntos, e incluso armando el árbol navideño. ¿Decirnos "te quiero"? Eso si que era extraño.
–Luego leeré las instrucciones –lo cierto es que no era la más entendida en lo que a elementos tecnológicos se refería–. Bueno, aquí hay uno con tu nombre –dije tomando un pequeño paquete bajo el árbol y extendiéndoselo a Charlie.
El regalo era de mi parte, obviamente. Era una caja con anzuelos y cachivaches para la pesca, algo que Charlie sabría aprovechar.
Me perdí mientras veía a papá desarmar el paquete…
–Cariño. ¡Bella! –me volví y Charlie me estaba mirando–. ¿Pasa algo? –por lo visto Charlie me había estado llamando sin escucharlo.
–No. Nada –dije un tanto ida–. Nada –volví a agregar intentando sonar convencida.
Charlie me miró receloso y frunció el seño preocupado –¿Ocurrió algo… con… tu novio? –le costó preguntarlo. Charlie sabía que cenaría con Mike y su familia así que debe haber supuesto que cualquier cosa que hubiese ocurrido había acontecido en Nochebuena. Fue raro escucharlo preguntar: estaba segura que nunca habíamos hablado nada que tuviera relación con alguien (cualquiera) saliendo conmigo. Nada. Esos temas estaban vetados entre nosotros. Y por parte de ambos.
Pero como nunca… –Soy una mala persona, eso pasa –solté de la nada acurrucándome junto al sillón donde descansaba Charlie tal como si fuera una niña indefensa esperando que su padre resolviera todos sus conflictos. Como si Charlie pudiera hacer algo por mí, pensé. Y no porque fuera Charlie (aunque en estricto rigor podría haber sido por eso) sino porque ni yo misma sabía que hacer.
–¿Mala persona? Bella, cariño, eso es imposible –exclamó dejando el tazón sobre la mesa de centro.
–¿Sabes por qué lo soy? –interrogué mirándolo, luego examiné mis dedos inquieta y agregué–: besé a Edward y ayer se lo dije a Mike –sentí a Charlie removerse incómodo en su sillón–. Eso no es lo peor –dije volviéndome otra vez a verlo–, lo peor es que no siento arrepentimiento. Desde que le dije a Mike la verdad en lo único que pienso es en volver a ver Edward –me sinceré por primera vez. Era cierto, toda la noche había pensado en la verdad que le había soltado a Mike. Me sentía terrible cada vez que lo hacía y no porque lo sintiera, sino porque no dejaba de pensar en Edward: quería verlo, quería estar con él… –Lo siento –agregué al darme cuenta de lo que hablaba–. Es Navidad y yo con mis líos quinceañeros.
Me removí incómoda y quise levantarme para marchar a la zona segura que significaba mi habitación pero la voz de Charlie me retuvo en mi lugar.
–Bella, yo también fui joven y también me enfrenté a… cosas de este estilo –dijo aún incómodo pero de forma muy sincera–. El problema es que no soy el más diestro con los consejos. ¿Qué puedo decirte? –dudó un momento y agregó–: ¿Le tienes algún regalo a este chico Cullen?
–¿Un regalo? –pregunté extrañada.
–Un regalo, o nada, da igual. Lo que quiero decir es… él es quien te importa, ¿no? –asentí avergonzada como una jovencita admitiendo su primer amor (aunque en estricto rigor era la primera vez que le hablaba a papá de un chico)–. Entonces ve a su casa. Es Navidad –dijo incómodo sin saber qué más agregar–. Bien, es todo lo que puedo decirte –tomó el control remoto en un movimiento rápido y encendió el televisor: estaban dando un partido de fútbol americano. Ahora Charlie estaba en su zona segura.
¿Así que era tan simple como hacer lo que yo quisiera? Hacer lo que sintiera mejor para mí, había dicho Charlie.
Y en ese momento fue tan fácil reconocerlo: más allá de que las cosas estuvieran críticas y me sintiera mal por Mike, más allá de que hubiese visto a Edward junto a Rosalie el día anterior (un hecho que intentaba a toda costa y por todos los medios obviar. Suprimir. Aquello no había ocurrido), sólo una cosa fue clara. En ese momento recordé la canción que había estado escuchando el día anterior acerca de "esa loca cosita llamada amor"(4) y todo tuvo sentido.
No había manera de hacerme entender lo contrario, es decir, hasta mi cuerpo se manifestaba con sus escalofríos y cosquillitas cada vez que pensaba en él. A Edward podría haberle mentido tan exitosamente, convencida, con tanta seguridad; conmigo no tenía la misma suerte.
Me gustaba Edward. Y me gustaba mucho.
¡Por Dios! Se lo había dicho hasta a Charlie. En ese momento me extrañé de haberlo hecho. ¿Contándole mis cosas a Charlie y Charlie aconsejándome? Me estremecí de lo extraño del caso. ¡Que más daba! Situaciones como esas de seguro se daban cada veinte años. Además, Charlie me había sabido dar el mejor consejo: que buscara a Edward. ¡Era Navidad, por todos los santos!
–Gracias papá –dije levantándome decidida. Estaba segura que no me había oído; el partido ya controlaba gran parte de su cerebro.
Subí las escaleras en dirección a la habitación con mi regalo en mano.
–Bella –pero Charlie me llamó desde el living. Me volteé hacia él.
–¿Si?
–Que conste que ya no me agrada ese chico –agregó con el ceño fruncido.
Sonreí divertida –Lo se –agregué y seguí mi camino.
Obviamente ya no le gustaba Edward, si me gustaba a mí.
Entré a mi habitación hiperventilando. Visitar a Edward era lo primero. No, ¿qué estaba diciendo? No podía llegar de la nada a su casa. ¿Y si lo llamaba? Mi número saldría registrado, ¿era posible que me contestara? Claro que lo haría… digo, ¿por qué no lo haría? Eso iba a hacer. Lo llamaría y le diría si podíamos vernos para conversar. Habíamos quedado en eso justo antes de despedirnos, ¿no? Primero me vestiría. Me dirigí a la cómoda en busca de una tenida. ¡Ducha! Primero ducha. Toalla. En el baño. ¿Qué demonios me pasaba?
–¡Bella, cariño! Tienes visita –gritó Charlie por la escalera para arriba desorientándome aún más. Me quedé inmóvil en medio de la habitación durante unos minutos. ¿Visita?–. ¡Bella! te están esperando –volvió a apurarme.
Rodé los ojos quejándome de su apuro. Abrí la puerta y salí –¡Ya voy, ya voy! –bajé la escalera reclamando–. ¿Quién-?
Era cierto, estábamos en invierno y afuera nevaba pero nunca tan intenso como para congelarse como lo hice yo cuando lo vi de pie ante mí, fue cuando de paso recordé también que estaba en pijamas y pantuflas.
Edward Cullen estaba al final de la escalera.
Miles de mariposas revolotearon en mi interior.
****************************************************************************************************
*Copiado de la película "Al final de la escalera" (The Changeling, 1980) de Peter Medak.
(1) Crazy Little Thing Called Love. Canción de Queen del disco The Game. Traducción: Esa cosa llamada amor, simplemente no puedo manejarla. Esa cosa llamada amor, debo evitarla. No estoy listo. Esa loca cosita llamada amor...
(2) Basado sólo en lo visto en películas y series yankees (nada más, el resto es especulación). Por lo visto, acostumbran a veces a armar el árbol navideño en Nochebuena, es decir, el 24 de Diciembre y cenar en Navidad (el 25).
(3) NYU: New York University (Universidad de Nueva York).
(4) Habla de la canción del comienzo. Crazy Little Thing Called Love: "esa loca cosita llamada amor".
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Re: "Por Carretera" (Completo)
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
ESE ES MI EDWARDDDD!!!!
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 16
"Pesadilla después de Navidad"
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¿Seguía siendo Navidad? Me dio la sensación de que pasaron días desde el momento en que vi a Edward al final de la escalera hasta que me acordé de respirar.
Lo primero que hizo éste cuando me vio plantada arriba fue sonreír y aquello me llenó el alma, y de paso me provocó imitarlo al momento en que comencé a descender.
No me gusta ser cursi ni me considero una chica rosa. Suelo evitar todas esas cosas que se traducen en cultura popular adolescente (aunque de adolescente me queda poco y nada) pero en ese momento me sentí como la típica chica que es recogida por su enamorado para ir al baile de graduación. Los ínfimos segundos que tardé en bajar los escalones (con la mirada de Edward siguiéndome y su figura esperando por mí) me sentí la reina del baile obviando, claro, el hecho que yo llevaba pijama y pantuflas. Incluso, no les exagero, fue como en las películas porque todo se puso a andar en cámara lenta y una música instrumental comenzó a sonar de fondo justo cuando los unicornios aparecieron y el arco iris brilló en el cielo.
–Hey –susurró Edward cuando me planté a medio metro de él.
–Hey –respondí como una boba perdiéndome en sus ojos.
Me bastó ese momento para saber que nada de lo que había ocurrido entre Edward y yo importaba ahora. Y, suerte la mía, sus ojos reflejaron lo mismo.
De repente alguien carraspeó. ¡Charlie! mis ojos se abrieron como platos. ¡Verdad que Charlie seguía aquí!
–Bien. Yo… –volvió a carraspear más sonoramente–, estaré en la cocina –dijo con tono receloso, advirtiéndome con disimulo. ¿Quién lo entendía? Hace nada me había aconsejado que buscara a Edward, ¿y ahora que las cosas se habían arreglado no me quería junto a él? Bueno, supongo que eso era parte de su tarea de ser un "padre protector"–. Cualquier cosa… –menos mal no terminó su idea, ya había estado al borde de morir de la vergüenza cuando caí en cuenta de su presencia para que saliera con algún comentario estilo "Charlie". Me dio una última mirada cómplice de "ya sabes, cualquier cosa que este chico intente, no dudes en llamarme" y se retiró.
Lo seguí con la mirada hasta que desapareció en la cocina, luego mis ojos deshicieron el movimiento hasta volver al encuentro de Edward, quien me miraba divertido. Rodé mis ojos y lo invité al living.
–Bonito árbol –comentó Edward tomando asiento en el sillón grande frente al televisor (donde seguían pasando el partido que veía Charlie). Busqué el control remoto con la mirada y como no lo encontré (de seguro Charlie se lo había llevado consigo. ¡Estos hombres que hacen del mando remoto una extensión de su brazo!), me acerqué al aparato y lo apagué. Se hizo el silencio. Tal vez (sólo tal vez) no había sido buena idea apagar el televisor.
–Lo siento, yo estoy en pijama… justo iba a vestirme cuando llegaste –me justifiqué cuando me di cuenta que estaba de pie totalmente impresentable frente de Edward.
Él soltó una risita –No te preocupes, ya conocía tu pijama –dijo con una sonrisa cómplice. Sonreí como idiota (¡Bella, ya basta con la estupidez!, reclamé mentalmente)–. Además, te ves encantadora en pijama y pantuflas.
Me reí con aquello. ¿Cuál era el problema de Edward? Ciertamente necesitaba gafas de forma urgente. ¿Yo encantadora? ¿Con el cabello todo así revuelto como lo traía, con el polerón más ancho (y de paso viejo) que había encontrado y con garritas en los pies(1)? No, él decía que me veía encantadora…
Me fijé en un paquete elegantemente envuelto que traía Edward y que dejó a su lado en el sillón. ¿Edward traía un regalo… para mí? ¡Maldición! Yo no tenía nada para él. Nada.
–¿Quieres chocolate caliente? –pregunté, alejando aquel tema de mi mente–. Charlie preparó esta mañana.
–Está bien –aceptó.
Salí de la habitación y me dirigí a la cocina. ¡Dios! estaba aceleradísima. El corazón me latía a cien por hora y me sentía acalorada. Los nervios me comían viva.
–¿Pasó algo? –preguntó Charlie frunciendo el ceño cuando me vio aparecer en la cocina.
–No, solo vengo a buscar chocolate –respondí, tomando dos tazones de la alacena. Charlie no dijo más y volvió a ocuparse con el periódico. Serví el chocolate, tomé la bolsa de malvaviscos (no sabía si le gustaban) y volví al living. Aproveché en el camino de mirarme en el reflejo de la tostadora (alisé un poco mi cabello aunque ciertamente la batalla con éste estaba más que perdida).
–Gracias –dijo Edward. Puse los dos tazones sobre la mesa de centro junto a la bolsa de malvaviscos y ocupé el lugar a su lado.
Y ahí estábamos…
–¿Malvaviscos? –Edward movió la bolsa frente a mí, mostrándomela.
Asentí en respuesta. Puso un par de malvaviscos en mi taza y otro par en la suya. Me quedé pegada viendo como con el calor del chocolate éstos iban disolviéndose y formando una capa blanca y espesa sobre la superficie. Miré de reojo y vi como Edward estaba entretenido en lo mismo. En ese momento, volteó sus ojos a mí y ambos nos miramos. Soltamos una risita juntos; pareció que estábamos coordinados para reír.
Y silencio otra vez como dos adolescentes intimidados.
–Me alegra que vinieras –dije, rompiendo el silencio.
–No estaba seguro si era lo mejor pero quería verte –mi estómago dio un vuelco y mi sonrisa se pronunció como nunca antes lo había hecho. Literalmente la tenía estampada en el rostro.
–Yo… –llevé mi cabello tras la oreja tres veces de forma inconciente–, yo también quería verte. Iba a llamarte –admití, bajando la mirada, nerviosa.
Edward levantó mi rostro con suavidad (¿ya les había dicho que aquella sensación de su mano acariciándome quemaba de lo intensa que se sentía?) –¿De verdad ibas a llamarme? –preguntó feliz.
–Justo cuando apareciste. Se supone que primero me vestiría –agregué, reclamando con tono infantil (no me gustaba nada esa desventaja de él luciendo tan esplendoroso y yo… en pijama). Edward se rió de mí. Su mano bajó sobre la mía y comenzó a jugar con mis dedos, sin miedo, sin vergüenza…
–Me alegro que no alcanzaras –bromeó travieso. Su mano se entrelazó con la mía y su pulgar comenzó a hacer figuras sobre mi piel. Se sentía tan bien.
–No se vale –me quejé en susurros, y me dejé caer sobre el pecho de Edward tomándome, además, la libertad de aspirar su embriagante olor.
Edward llevó su mano libre a mi espalda y comenzó a hacer caricias de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba que provocaron escalofríos a lo largo de mi espina dorsal. Lo más excitante fue cuando se entretuvo en mi cuello haciendo pequeños círculos que me provocaron descargas eléctricas que me hicieron estremecer en sus brazos. Edward apoyó su frente en mi cabeza; pude sentir cuando tomó una fuerte bocanada de aire y exhaló su aliento que bajó cálido hasta mi cuello. Cerré mis ojos y me permití disfrutar ese momento. Sentía su pecho subir y bajar. Su mano aún se entretenía con la mía…
Edward me había traído un regalo de Navidad (el cual seguía siendo un misterio para mí) pero sabía que en ese paquete, por muy increíble que fuera, no podía haber mejor regalo que el abrazo que me estaba dando. Un abrazo que me llevaba a las nubes con un solo toque.
–Bella, tienes visita –abrí los ojos cuando oí la voz de Charlie. Me separé de Edward y me levanté de golpe del asiento no porque me avergonzara que mi padre me viera abrazada a Edward (aquello era lo de menos importancia) sino por la persona que estaba tras él: Mike me veía desde el dintel de la puerta y su mirada no auguraba nada bueno.
–¡Mike! –casi grité de lo impresionada (y algo asustada) que me puse.
Edward también se levantó (por supuesto, con mucha más elegancia de cómo yo lo había hecho) y se quedó de pie junto a mí.
Mi mirada viajó de Mike a Edward y otra vez a Mike cuando éste exclamó:
–¡Wow! Sí que no debí haberme molestado en venir –dijo con voz cargada de ironía–. Parece que interrumpo.
–Tienes toda la razón –respondió Edward devolviendo con mayor burla aún la bomba que Mike le había mandado.
Mis manos comenzaron a transpirar y sentí que el aire me faltaba. No sabía que hacer, no sabía que decir. Nunca imaginé que esta situación podía acontecer. ¿Mike y Edward en la misma habitación? No, peor, ¡Mike y Edward en el living de mi casa! ¡Demonios! Que no estaba preparada. ¿Qué se supone que debía hacer? Estaba paralizada.
–Hasta que al fin te resultó –volvió a hablar Mike quien no me veía; estaba más ocupado manteniendo su casi-asesina mirada sobre Edward. Edward, a todo esto, no se quedaba atrás en lo de asesinar con los ojos–. Te felicito Cullen, parece que obtuviste lo que querías.
–¿No te das cuenta que interrumpes? Bella y yo estábamos ocupados –respondió Edward. Es cierto, justo antes de entrar nos abrazábamos como nunca… y en cualquier situación eso me habría hecho perder el aliento; ahora mismo estaba que perdía el aliento porque el aire comenzaba a acabarse en esa habitación (¿o era idea mía?).
–¡Y que jugada! ¿Partir tras de ella cuando se marchó a Chicago? –siguió diciendo Mike de forma ácida–, eso si que merece un aplauso –agregó de forma lenta y en cada palabra que dijo dio un sonoro aplauso que retumbó en la habitación.
Sentí a Edward tensarse a mi lado. Su mandíbula estaba apretada y sus ojos irradiaban odio. Puro y feroz odio.
–Chicos… –advirtió Charlie quien seguía de pie al lado de Mike.
Nunca en mi vida había amado tanto a Charlie por estar en el lugar preciso en el momento preciso. Yo no sabía que hacer en dicha situación pero Charlie podía mantenerlos al margen de cualquier cosa. No es que esperara que algo pasara ahí (¡Dios no, por favor!) pero por lo menos la situación estaba controlada ante cualquier posible incidente.
–No se preocupe Jefe Swan –dijo Mike tranquilizando a papá–, yo me voy de aquí –y después de eso Mike, por primera vez en todo ese instante de guerra de palabras contra Edward, reparó su mirada en mí, me vio a los ojos (en los suyos se había esfumado ese brillo de casi admiración con el que siempre me veía) y dijo–: me hubiese gustado que las cosas no terminaran así, pero… ¡que mierda!
Me sentí una basura, el último microbio del mundo. Era la única responsable del dolor que sentía Mike y necesitaba, de alguna forma, reparar en algo mis erradas decisiones. Por lo mismo cuando Mike abandonó con paso apresurado el lugar no dudé en seguirlo:
–Mike espera –salí corriendo tras de él cuando salió de casa–. ¡Mike escúchame! No es lo que crees –grité al llegar al umbral de la puerta cuando Mike ya subía a su auto. Éste encendió el motor, dio una última mirada y partió sin darme tiempo de nada.
Solté un suspiro. Lo observé hasta que el auto desapareció. No alcancé a tomar otro respiro cuando me acordé de alguien más: Edward. ¿Qué demonios había hecho?
Volví al living apresurada. Charlie permanecía junto a la entrada del living; pasé de su persona. Me importaba sólo Edward quien seguía de pie en el mismo lugar donde se había quedado parado cuando salí. No necesité más que ver su rostro, su mirada quebrada, para confirmar que correr tras de Mike no había sido mi mejor decisión esa mañana.
Hubiese preferido ante cualquier cosa que se enojara y me gritara un par de insultos pero no, su voz, cargada de inexpresión, pronunció dos palabras que se oyeron tristes aún cuando, paradójicamente, todo el mundo se las debía estar deseando esa mañana en el calor de cada hogar.
–Feliz Navidad –dijo, dejó el regalo sobre la mesa de centro y salió del lugar pasando por mi lado sin decir más.
Fue como una daga que me atravesó cuando lo vi marchar. Es cierto, lo había arruinado de la forma más grotesca con Mike, en serio estaba avergonzada de mi persona por haber actuado así con él pero no pasaba de eso; con Edward me dolía que las cosas anduvieran mal. Eso si que no podía permitírmelo.
–Edward, tú no –le reclamé saliendo tras de él. ¿Acaso no podíamos conversar como gente madura?–. ¡Edward, por favor! –le rogué (en serio lo hice) siguiéndolo hasta el antejardín tal como había ocurrido minutos atrás, sólo que ahora el lugar de Mike lo ocupaba Edward, quien a diferencia del primero, sí volvió sobre sus pasos para preguntarme con su voz al límite de la exasperación, aún cuando se notaba intentaba controlarse:
–¿Qué es lo que no debe creer Newton? –dijo, y su voz estaba, además, cargada de dolor–. Dime, ¿qué es lo que se supone no debe creer? –me reclamó. Aquello me dejó sin palabras–. Porque según lo que me diste a entender adentro, era todo lo contrario. Pensé que tú y yo… Olvídalo –agregó dándose vuelta, evitando mi mirada.
Lo que me reclamaba Edward era pura verdad. Yo había gritado "no es lo que crees" cuando Mike marchaba pero, ¿por qué lo había hecho? Por la simple vergüenza de no convertirme en lo que ya me había convertido: una chica que había engañado a su novio, con todas sus letras. Era sólo eso y nada más: le debía a Mike una explicación y necesitaba dársela. ¿Acaso Edward no podía entender que sólo eso me había movido?
–Edward, por favor –volví a rogar casi sin fuerzas; mi voz se quedaba sin volumen. No quería que insistiera con eso, realmente no me lo merecía.
–Vamos Bella, dímelo, ¿qué cosa no debe creer que existe entre nosotros? –volvió a decir intentando aún mantener la calma–. O mejor dime, ¿existe algo entre nosotros?
De mi boca no salió palabra. ¿Qué se supone debía decir? ¿Corrí tras de Mike por el simple hecho que sentí una responsabilidad para con mis actos? ¿Corrí tras de Mike porque no quiero ser la puta que engaña a su novio? Mike me había encontrado con Edward y yo misma le había admitido la noche anterior que lo había besado. ¡Era mi deber aclararle las cosas! Pero ahora Edward me pedía algo más, su voz realmente me rogaba que dijera algo más: que respondiera a aquella pregunta con una afirmación, que admitiera lo que sentía por él. Pero no, me quedé en silencio sin saber que decir. Sin valor para admitir que me moría por él. Sin valor para decir "Edward, realmente me gustas". Sin valor para nada.
–No tienes idea, ¿cierto? –dijo, y su voz sonó a decepción. Les aseguro que aquello fue mil veces peor a que se manifestara enojado/enfadado/furioso/Katie-Ka-boom(2). Incluso mil veces peor que la indiferencia. La decepción sí que duele.
Edward estaba del todo equivocado. Sí tenía idea: me gustaba y realmente quería estar con él (¡Dios! Hace tanto tiempo no me sentía tan viva como cuando estaba junto a Edward) pero era muy cobarde para decirlo. En estricto rigor se lo había dado a entender adentro, antes que nos interrumpieran, pero ahora mismo cuando Edward esperaba que lo dijera con todas su letras, no podía. No podía esperar que en ese ambiente, como estaban las cosas, yo enfrentara todo y lo admitiera:
–No puedes esperar que todo ocurra de inmediato –reclamé–. Fuiste tú el que se tardó años en darse cuenta que yo te gustaba –le recordé, conteniéndome.
–Es cierto, fui un idiota y un cobarde, y me tomó años decírtelo –admitió dando un paso intimidatorio hacia mí mientras su tono se tornaba un poco frío–. Así que tienes razón –agregó con ironía.
–Entonces no me pidas que resuelva todo en un día –él mismo admitía que le había tomado años, ¿por qué no podía tener yo un tiempo (no pedía años, claro que no, sólo algo de tiempo) para lograr el valor que necesitaba para arreglar algunas cosas y admitir a viva voz otras?
–No te pido eso Bella, sabes que no –respondió herido dando un paso atrás.
–¿No lo haces? –le recriminé encolerizada lo que, por lo visto, no fue una buena decisión.
–Es sólo que no creo que sea sano estar con alguien sólo por lástima –soltó de golpe–. Eso es ser hipócrita. Hipócrita y es algo patético, además –agregó, enfatizando sus últimas palabras. Su miraba destellaba.
Si bien sus palabras habían comenzado a alterarme, aquello terminó por hacer estallar mi nivel de autocontrol.
–No estoy con Mike por lástima –me defendí elevando la voz. Edward no tenía derecho alguno a hablar de mi relación con él.
–¿No? –soltó casi riendo–. ¡Tú no lo amas Bella! –afirmó seguro y me miró tan fijo que casi me intimidó. Casi.
–No vuelvas a decir eso –le exigí.
–No fui yo quien lo dijo primero –me recordó sin contenerse. Podía tener razón en cuanto a que yo misma le había contado que no amaba a Mike, pero aquel era un asunto que sólo yo debía resolver. Edward no tenía ningún derecho sobre mí.
Estaba enojada, sí, y estaba furiosa además. La mirada tan fría que seguía enviándome Edward me dio valor para enfrentar lo que llevaba días acechándome. Edward podía hablar todo lo que quisiera pero no tenía el derecho a tratarme de hipócrita. Si era así entonces éramos dos en esto.
–Si hablamos de hipocresía, entonce no soy la única –dije de forma ácida. Edward no dijo palabra; claro que no lo haría, no cuando yo tenía razón–. A mitad de carretera me dices que te gusto-
–No Bella –saltó Edward elevando el volumen e interrumpiendo mis palabras de forma atropelladora–, escucha, no me gustas, ¿entendido? No me gustas –habló exasperado abriendo sus ojos.
Dicen que cuando te hieren el corazón, éste se rompe. Realmente no pasó nada de eso, mi corazón siguió tan bien, latiendo y bombeando sangre a todo mi cuerpo como siempre hacía. Es decir, yo seguía respirando y seguía con vida. Pero si físicamente los corazones pudiesen literalmente romperse con declaraciones tan avasalladoras como aquella, diría que el dolor que debe sentirse de seguro estaba cercano a lo que sentí en ese momento.
Pero ya lo he dicho una vez, no lloraría. No iba a darle en el gusto de verme llorar si eso era lo que pretendía. Es cierto, yo no terminaba por entenderlo: primero se supone que no le agradaba, después me besaba, me decía que le gustaba y me besaba otra vez. Me dejaba, me buscaba y ahora, ¿lo negaba? ¿Qué acaso no se suponía que las chicas éramos el género complicado y los hombres eran los simples y básicos? Bien, grave error.
Daba igual. Como pude junté el valor que me quedaba (maquillé mi voz quebrada a punto de romper en lágrimas) y con orgullo comenté de forma irónica (siempre, mi último y mejor amigo):
–Sabes, ya me parecía –dije con burla.
La expresión de Edward cambió en ese momento –¿De qué hablas? –preguntó extrañado.
Obvié su tan genial actuación (¡Demonios! ¿A qué jugaba?) y respondí soltando todo lo que hace días carcomía mi cabeza:
–De Rosalie, por supuesto. ¿Creías que no me iba a dar cuenta que también tenías algo con ella? –hablé herida. A la mierda el orgullo, estaba enojada y estaba dolida. Que no me hablara de hipocresía cuando él se paseaba con Rose justo después de decirme maravillas–. Aún no entiendo que pretendías diciéndome que te gustaba pero no soy tonta Edward y, por lo visto, tampoco soy la única hipócrita aquí –solté con furia avasalladora.
–¿Tú crees que Rose y yo…? –quiso preguntar pero no continuó; su voz se perdió en algún momento en alguna brisa que pasó por el lugar. Se quedó en un estado contemplativo asintiendo un par de veces para sí mismo. Yo me mantuve firme aunque poco a poco me fue invadiendo el miedo–. Entiendo –dijo algo ido–. ¿Algo más que quieras decir? –preguntó otra vez con su tan acostumbrada calma. No es que estuviera calmado, pero insistía en hacerme creer que así era.
–Todo está dicho –respondí segura. Por dentro estaba temblando.
¿Qué sentido tenía seguir con los gritos y tantas palabras? Yo ya pensaba una cosa, Edward creía otra… no tenía sentido seguir. Era un círculo vicioso que sólo terminaría haciéndonos perder el poco respeto que nos quedaba el uno por el otro.
–Bien –asintió otra vez alejándose hasta el automóvil.
Lo digo, estaba destrozada pero no me quebraría ahí. Edward se fijó en el suelo antes de abrir la puerta del auto. Dio un traspié como si meditara algo, levantó la cabeza y me observó. Su mirada otra vez gritaba dolor, mucho más dolor que en cualquier otro momento, dolor que me golpeó fuerte cuando dijo algo que no esperaba oír:
"–Rosalie es mi cuñada –y el mundo se me vino abajo. Y si bien esperé que nada más terrible y doloroso podría escapar de sus labios, Edward agregó algo más justo antes de de subir al Volvo. Algo que, ahora sí, terminó por romper en mil pedacitos mi corazón:
"–Y dije que no me gustabas porque en realidad estoy enamorado de ti –cerré mis ojos con pesar. No se si me dejó de importar o porque simplemente no pude seguir manteniendo el control pero mis ojos, como hacía tanto tiempo habían hecho, se humedecieron y un par de lágrimas se dejaron ver–. Ahora si todo está dicho. Feliz Navidad –fueron sus últimas palabras. Cerró la puerta del Volvo y se perdió en el paisaje frío y blanco.
¿Feliz Navidad? Las lágrimas no dejaban de caer por mis mejillas evitando ser congeladas en su recorrido. Hacía frío pero éste no solo se sentía en el exterior. ¿Feliz Navidad? ¿Qué podía tener todo esto de Feliz Navidad?
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Nota de Autora: *Adaptado de la película "Pesadilla antes de Navidad" (The Nightmare Before Christmas, 1993) del grandioso señor Burton. Veánla si no lo han hecho. Grandes canciones del señor Elfman.
(1) Me refiero a esas pantuflas (o zapatillas de levantarse) que son garritas de animales. Unas bien grandes y tiernuchas, como garras de dinosaurio, algo así. Yo tengo unas así, por eso xD
(2) Katie-Ka-boom era uno de los tantos personajes de la genialosa serie animada de Warner "Animaniacs". Se trataba de una adolescente un poco irascible. Algo le molestaba y comenzaba a crecer y a enfadarse y encolerizarse hasta que explotaba, literalmente. Búsquenla en Youtube, es lo gracioso.
Citly Patzz- .
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