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"Por Carretera" (Completo)
Hola Niñas!!!! Pues en esta ocasion les traigo este Hermoso Fic. Primeramete un millon de gracias a la mente creadora de esta hisotria sombrerodecopas por darme la autorizacion para compartirselos. La verdad es que yo me enamore en cuanto lei los primeros capitulos, la narracion es buenisima, es sumamente adictivo, y esta llendo de exelente Musica . Asi que estoy segura que lo disfrutaran muchisimo.
Aqui una breve explicacion de la autora en cuanto al genero de este Fic
Sinopsis: Entiendo que pueda no interesarte –dijo Edward de repente– pero yo me dirijo a Forks. Cerca de Seattle. Viajo por carretera –lo escuchaba mas no entendía sus palabras. Él sólo sonrió torcido y agregó–: Puedes venir conmigo si quieres. ByE en un Road Fic.
Aqui una breve explicacion de la autora en cuanto al genero de este Fic
Es un Road Trip Fic (dudo que exista el término, así que simplemente lo acuño) de Bella y Edward. ¿No saben qué es? Les explico: hay un género cinematográfico llamado Road Trip Movie (Road Trip= viaje por carretera; movie=película) que desarrolla el argumento de ésta y los personajes a través de un viaje físico. Como esto no es una película, sino un fic.. mi cabecita unió dos neuronas y creó el Road Trip Fic xD
Última edición por Citly Patzz el 9/1/2012, 7:11 pm, editado 4 veces
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 1
"A Propósito de Cullen"
"A Propósito de Cullen"
–Ang –la llamé elevando la voz por encima del ruido del lugar–. Estoy cansada. Creo que iré a dormir.
Estábamos en un bar cercano a la universidad, Ángela, Ben y yo. Habíamos decidido salir a festejar el término de nuestro primer semestre de bachillerato.
–Vamos Bella, los exámenes acabaron, tenemos que celebrar –dijo la chica tomando otro sorbo de su botella de cerveza.
–Lo se, pero acabaron recién esta mañana. Necesito dormir –rogué.
Ángela y yo nos conocimos el primer día de bachillerato y resultó ser mi compañera de cuarto. Somos bastante parecidas lo que ha permitido una agradable atmósfera para vivir y, por supuesto, una buena amistad entre nosotras.
Es nuestro primer año de bachillerato en la Universidad de Chicago y, aunque ella vive sólo a una hora del centro de la ciudad, prefiere quedarse en el internado universitario. Dice que es la única manera de concentrarse y rendir bien. Lo cierto es que así también aprovecha de pasar más tiempo junto a su novio, Ben.
–Está bien, vamos –accedió Ben levantándose.
–No, no es necesario chicos, ustedes pueden quedarse.
–No pensarás irte sola Bella –volvió a decir Ben, y no es que quisiera hacerme la valiente ni mucho menos, pero en verdad estábamos sólo a tres cuadras del campus.
–En serio, no hay problema. Estamos sólo a unas cuadras, nada me pasará –lo tranquilicé.
–¿Estás segura?
Ángela siempre estaba preocupándose por mí: por mi salud, mi alimentación, mis estudios y, por supuesto, por mi diversión; Ben también lo hacía. Decían que yo era una chica bastante despistada y torpe que necesitaba ser protegida.
–En serio –volví a decir y me levanté segura–. Buenas noches chicos, diviértanse.
No lo estaba pasando mal, era sólo que la cabeza había comenzado a dolerme y el ruido y sofoco del lugar no ayudaban a apaciguarlo. Me había pasado la noche anterior estudiando para mi último examen. Ahora sólo podía pensar en echarme sobre mi cama, cerrar los ojos y descansar. Y también necesitaba algo de agua, la garganta me molestaba un poco.
Salí del local; el frío calaba esa noche de día jueves. Como no, si estábamos en pleno invierno –finales de Diciembre– en medio de Chicago. La calle no estaba vacía: algunos jóvenes caminaban por la acera en dirección al bar buscando divertirse; aún era temprano. Me ajusté la bufanda intentando detener los escalofríos que comenzaban a subir por mi cuerpo, aún así no me prohibí cerrar los ojos un segundo para inspirar profundo: el hielo entrando a mis pulmones se sentía tan bien.
–Te acompaño –dijo una voz a unos metros de mí.
Me sobresalté; no creía conocer a ninguna de las caras que había visto fuera. Me giré a mirar a mi interlocutor y, aún dada la oscuridad de la noche que poco se dejaba vencer por la luz emitida por los letreros de neón de los locales, lo reconocí. ¿Cómo no me imaginé que sólo alguien como él podía expresar como orden aquello que, por simple cortesía, debía sonar a interrogación? No lo pensé dos veces al responder:
–No es necesario –le di la espalda y comencé a caminar con la idea de evitar aquella conversación.
–De todos modos vamos al mismo lugar –agregó pedante y emprendió la marcha a unos metros de mí sin hacer caso de mi negativa.
–Como quieras –respondí indiferente. Lo que menos quería era caer en el juego de provocación de Edward Cullen.
Y seguimos avanzando, ahora en silencio.
Edward Cullen nunca me había agradado. Bueno, no nunca pero sí la mayor parte del tiempo en que pedía casi a gritos ser odiado. Y cuando me enteré que habíamos terminado en la misma universidad, comencé a creer en el karma porque sólo una vida pasada de mucha maldad me condenaría a dicha tortura como penitencia.
–Viajas a Forks, ¿no? –lo ignoré y el decidió ignorar mi indiferencia. Continuó–: ¿a visitar a tu noviecito? –se burló.
Volví a respirar profundo. Necesitaba calmarme ya.
–No es asunto tuyo –sí, iba a Forks a pasar las fiestas de fin de año con mi novio y su familia, pero a Cullen eso no le importaba.
–Tomaré eso como un si.
¡Dios! Este tipo no se aburría. Decidí volver a ignorarlo. No entendía cual era la idea de su juego –y que además no me gustaba en absoluto– pero no tenía intensiones de caer en él. No quería que mi dolor de cabeza aumentara sólo porque a Cullen, de un instante a otro, se le había ocurrido volverme loca.
–Supongo que ya reservaste tu pasaje –no respondí intentando fingir que no me interesaba seguir con su plática–. Digo… será navidad y hay pocos vuelos –y ya feliz con eso, Edward enmudeció.
Nunca había sentido odio por nadie y no creo que lo sintiera por Edward. Es decir, tampoco me importaba tanto su persona para concederle el placer de sentir una nueva emoción –y bastante importante en el ranking de emociones– sólo porque había aparecido esa noche a distorsionar mi mundo. ¡Vamos! Era Edward Cullen, un total desconocido en mi vida.
Un total desconocido que, para mi mala suerte, tenía toda la maldita razón: no había reservado el pasaje de avión. Mi cabeza había estado ocupada por literatura inglesa y ensayos sobre la ética del siglo XVIII las últimas semanas, de modo que recordar que venía la época de navidad, donde los vuelos disminuían a la mitad mientras que las ventas de los pasajes reaccionaban inversamente, no había sido una prioridad en mi cabeza.
Y tenía que venir Cullen a recordármelo. Odiaba que tuviera razón mas no iba a concederle el placer de saberlo, aquello se quedaba guardado bajo cuatro llaves.
Me mantuve en silencio con la idea de que Edward simplemente creyera y entendiera que la conversación entre nosotros no iba, cosa que comprendió de inmediato porque no volvió a tocar el tema ni a intentarlo con otro. Él siguió avanzando por la calle, con los mismos metros separándonos como si una fuerza invisible no permitiera que esta distancia se rompiera.
Sólo el asfalto seguía resonando húmedo bajo nuestros pies; atrás habían quedado los ruidos de jóvenes, músicas y vasos tintineantes productos del ambiente de bar. Carraspeé: la garganta me seguía molestando. Me picaba. Tal vez me había agarrado un resfriado.
En la esquina siguiente, y sin tomarme la molestia de avisar pues era de la idea que iba sola por aquella calle, me detuve frente a una máquina expendedora de bebidas. No oí las pisadas de nadie avanzar: Edward también se había detenido.
Puse mi billete en la rendija y, otra vez, sin tomarme la molestia de preguntar si se le antojaba algo, presioné el botón de una botella de agua. Quise morir: mi buena suerte, que esa noche se había votado a huelga, hizo que la máquina se tragara el último dólar que me quedaba.
–¡Dios! –exclamé apoyando mi cabeza sobre el vidrio como una perdedora, y dando un pequeño golpe con mi puño sobre los botones que debieron haberme entregado mi bebida.
–¿Qué ocurre? –rogué no haber hablado tan fuerte como sabía había hecho.
Me repuse, digna, para continuar pero Edward ya se había plantado a mi lado sin haber advertido en que momento se había acercado.
No me miró, no me habló y tampoco dudó cuando sacó un dólar de su bolsillo y lo metió en la rendija de la máquina, que para mayor colmo se lo aceptó sin problemas, todo antes de que pudiera siquiera decir "detente".
–¿Qué vas a tomar? –preguntó con naturalidad como si todos los días me ofreciera algo para beber. ¡Qué digo! En realidad era de todas las tarde que con Eddy tomábamos bebidas juntos en traje de baño mientras planeábamos nuestra siguiente excursión al espacio.
–No tienes que… –conseguí articular pero Edward presionó el botón que indicaba una botella de agua y no pude terminar mi oración.
La máquina liberó sin problemas la botella que debió haberme entregado antes de que decidiera convertirse en misógina y me discriminara. Edward la recogió con elegancia –¡maldito!–, se giró a mí y, por primera vez en esa noche, pude fijarme en sus ojos verdes viéndome –que brillaban especialmente diferentes a todas las otras pocas veces en que nos habíamos visto– cuando me ofreció la botella sin decir palabra.
No respondí con negativas, no negué con un gesto. No reaccioné. Me quedé de pie petrificada. Mis ojos debían transmitirle toda la confusión que me producía aquella situación. Mis ojos y, por supuesto, mi repentino congelamiento muscular.
–Ten –insistió.
Titubeando, como si en realidad Edward estuviera ofreciéndome algo peligroso –o peor, tentador– extendí una mano de forma inconsciente y tomé la botella.
Y Edward caminó de regreso a su posición inicial, lejos de mí. Me tardé un par de segundos en volver en sí pero al final pude reaccionar de manera bastante decente; mi cerebro volvía a hacer sinapsis. ¡Qué digo! Aquel gesto de… ¿amabilidad? no iba a borrar todo el tiempo que llevábamos siéndonos indiferentes. Menos una botella de agua iba a actuar de celestina para convertirnos en los mejores amigos.
–No tenías que comprarme nada –hablé segura. Edward, retomando su actitud original, decidió ignorar mis palabras olímpicamente.
–¿Seguimos? –propuso. Retomé la caminata y él avanzó.
–Te devolveré el dinero –no quería que los extraños acontecimientos en torno a la máquina discriminadora quedaran en nada, con Edward comportándose tan bien conmigo. Iba a dejarle en claro que, aunque se tratara de un simple y banal dólar, yo no iba a deberle nada. No a Edward Cullen.
Pero como llevaba haciendo toda la noche, Edward volvió a quedarse con la última palabra:
–Se que lo harás.
No supe que responder. Y no me quedó más opción que continuar avanzando acompañada de la oscuridad de la noche y… de Edward Cullen, por supuesto.
El campus de la universidad hizo al fin su aparición ante nosotros. Atravesamos los jardines y entramos al edificio. Ninguno dijo nada después del asunto frente a la máquina, dos cuadras atrás; realmente nada teníamos que decirnos. Una simple casualidad nos había llevado a estudiar en la misma universidad pero, más allá de eso, no había lazo que pudiera unirnos aunque fuera como conocidos. Los pasillos y aulas del campus no habían presenciado ni un saludo en todo el semestre y, con lo poco que quedaba de él, no iban a hacerlo ahora.
Llegamos al pasillo que separaba chicos de chicas. Edward detuvo una fracción de segundo su andar y se volvió a mí:
–Buenas noches –dijo de forma indiferente. Sus ojos volvían a ser los mismos ojos fríos que contemplé las pocas veces que me fijé en él, y su voz denotaba el mismo desinterés con el que me había hablado la primera vez que nos conocimos, hacía tres veranos atrás.
Se perdió por el pasillo sin darme opción de responder a tan encantadora despedida. Me volví hacia mi camino con la, aún, ardiente necesidad de mi cuarto.
Suspiré. No iba a calentarme la cabeza buscándole un sentido a esa noche pues las cosas, al final, habían vuelto a avanzar como debían: Cullen y yo revolcándonos en la total indiferencia. El orden universal de cómo debía ser nuestra relación había sido restablecido.
Bueno, no total indiferencia. Si fuera así no tendría ahora su desagradable tono de voz dando vueltas en mi cabeza recordándome el por qué no había comprado ya mi boleto aéreo.
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Nota de Autora:
*Adaptado de la película "A propósito de Schmidt" (About Schmidt, 2002) de Alexander Payne.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 2
"Adivina Quién Viene a Desayunar"
"Adivina Quién Viene a Desayunar"
Faltaban quince minutos para las diez de la mañana y ni un alma, además de nosotros tres –Ángela, Ben y yo– se movía por el lugar.
Por supuesto, todos parecían entender que las vacaciones de invierno habían aterrizado con su acostumbrado stock de heladas y vientos –y lluvias a ratos– y que lo más sensato esa fría mañana de día sábado era quedarse en casa –o dormitorio universitario en su defecto– cubierto con una manta, tomando chocolate caliente y escuchando Buenos Días, América(1).
Pero no, ahí estaba yo en medio de los estacionamientos del campus, rodeada de mis maletas y un tanto congelada, esperando por… ¡Dios! Nunca creí tener que decir esto pero, sí, ahí estaba yo esperando por… Vamos Bella, no es tan difícil.
Edward. Edward Cullen. Ya lo dije.
Sentía el frío de la mañana en mis manos y rostro pero aún así no podía controlarme al momento de respirar profundo y sentir el hielo entrar en mi organismo. Adoraba esa sensación. Me devolvía el vigor al cuerpo en los momentos en que más lo necesitaba. Como lo estaba necesitando ahora.
Cullen me había dicho a las diez. Miré otra vez mi reloj, cosa que resultaba una inutilidad si llevabas haciéndolo cada segundo; realmente no servía de mucho, de hecho seguían faltando los mismos quince minutos. Si lo pensaba bien, hasta creería que el frío de esa mañana había congelado los segundos porque sólo cinco minutos llevábamos ahí y ya me parecían una eternidad. Tal vez era porque nunca en mis más extraños sueños –y si que los he tenido extraños– ya fuera dormida o despierta me imaginé en esa posición. Y el tiempo buscaba torturarme avanzando a paso de hormiga.
A ratos rogaba que él ya se hubiese marchado así yo podía volver a mi cálida habitación para tomar el vuelo que aterrizaba en Seattle la madrugada de navidad. De esa manera él nunca se enteraría que pensé en aceptar su invitación y las cosas continuarían tal cual entre nosotros: Edward haciendo su vida, yo la mía. De hecho, no sonaba a mal plan. De hecho, sonaba a un estupendo plan.
–¿Llevas tu pasaporte? ¿cédula de identidad? ¿pasaje? –preguntó Ángela a mi lado. Siempre hacía lo mismo: Ang tenía la manía de hacer un repaso de las cosas imprescindibles de llevar a mano a la hora de viajar.
No le respondí. También evité mirarla. Afirmar sería mentirle y negarlo… bueno, acarrearía otras tantas preguntas que no estaba preparada para responder.
–Con Ben podemos acompañarte al aeropuerto.
Ángela conocía mi temor a volar y debió haber supuesto que los nervios además del sueño, frío y lo despistada que soy por naturaleza, me tenían así, ya que no dijo nada en contra de mi estado de constante inmutes. Por suerte para mí.
Ángela y Ben conversaban despacio tras de mí mas no oía lo que decían. Mi cabeza volaba ya en otra galaxia. ¿Qué galaxia? La que me llevó a terminar en ese lugar a esa hora de la mañana.
¿Qué cómo ocurrió aquello? Los hechos eran estos(2):
–¿Ninguno directo a Seattle? ¿o una escala más breve? –pregunté un tanto resignada. Llevaba toda la mañana llamando a agencias de vuelo para poder conseguir un pasaje que me tuviera a más tardar en Seattle el día 24 de Diciembre.
La operadora me daba todas las opciones posibles que se podían barajar en vísperas de navidad pero no estaba en mis planes hacer escala por todos los estados del país antes de aterrizar en Washington, menos hacer trasbordos que significaran más de cinco horas detenida en quien sabía que aeropuerto. La última opción: llegar a casa la mañana de navidad y perderme la cena con mis suegros –¿suegros?– en noche vieja. Parecía la mejor. Digo, tenía a favor perderme incómodas reuniones sociales.
–Está bien, para el vuelo que llega en navidad –respondí frustrada ante la, aún amable, voz de la operadora–. No, sólo reservarlo. Veré si encuentro otra opción –¡bah, como si eso fuera posible!
Corté resignada. Mi novio me esperaba para una cena la noche del 24 y yo, gracias a mi gran responsabilidad, podría tocar tierra sólo al día siguiente. No es que eso me entristeciera. La cena con los padres de Mike no me motivaba mucho pero se lo había prometido a él. Y promesas son promesas, ¿no?
¿Cómo no podía existir una persona en este mundo que quisiera dejarme su boleto? ¿Alguien que hubiese cambiado sus planes a último momento? No, a todos, y cuando digo todos es todos, les había dado por plantarse arriba de un avión aquella semana. ¡Vamos! ¿Ningún buen samaritano que quisiera ayudarme?
–Disculpa… ¿Swan? –esa voz tan… ¿cuál era el adjetivo? Ah si: arrogante.
Edward Cullen estaba de pie al lado de la mesa donde estaba sentada. Iba con la misma chaqueta que la noche anterior pero ahora no llevaba gorro ni bufanda y, no es que lo pensara, pero el hombre lucía bastante… ¿qué diablos estoy pensando?
–Hola –¿hola dije? ¿qué mierda me pasaba? Intenté remediarlo fingiendo indiferencia–: ¿si?
–Sabes… escuché tu conversación.
El muy cretino no tenía ni una pizca de vergüenza en asumirlo. De golpe me vino a la cabeza su comentario de la noche anterior: supongo que ya reservaste tu pasaje. Por supuesto que por culpa de ese comentario ahora estaba como estúpida llamando a cuanta agencia encontraba para ver si alguien se apiadaba de mí y me daba algún boleto mágico. ¿Primero osaba decirme que hacer y ahora se creía con el derecho a escuchar mis conversaciones? De seguro lo estaba disfrutando. ¿Quién se creía que era? Edward Cullen iba a escucharme, sí que iba a oírme…
–Entiendo que pueda no interesarte, pero yo viajo a Forks –me quedé perpleja. ¡¿Qué?–. Cerca de Seattle –se explicó pedante. Eso lo hacía sólo para provocarme: yo sabía donde estaba Forks, él sabía que yo lo sabía, ¡si ambos veníamos de ahí! ¡Dios! A este tipo le encantaba sentirse superior con su actitud soy-un-chico-tan-cool… pero, ¿porqué me decía todo esto?–. Viajo por carretera –añadió.
–¿Y esto-? ¿qué-? –quería decirle tantas cosas pero mi cerebro se había dormido. Me tupía entera y el muy infeliz lo disfrutaba.
–Prueba con la agencia, si no, salgo mañana temprano. A eso de las diez en los estacionamientos –se quedó unos segundos observándome y si que me sentí expuesta a sus ojos–. Puedes venir conmigo si quieres –obviamente me sonrojé al instante. Él sonrió torcido sabiéndose controlador de todo y se retiró del lugar.
Me quedé perpleja, digo, ¿qué tanto podía reaccionar luego de que Cullen me invitara a viajar con él?
Volví a echar otra mirada por el lugar y, por mucho que rogué estar imaginándolo, Edward Cullen caminaba hacia donde nos encontrábamos. Ángela y Ben no sabían nada de esto pero fue claro que habían notado la presencia de Edward en el lugar porque de inmediato Ángela se acercó a mi oído derecho y preguntó:
–¿Cullen viene hacia acá? –era una pregunta totalmente esperable. Hasta yo me la hubiese formulado si las cosas hubiesen estado avanzando según el orden que entendíamos como natural.
No alcancé a contestar porque Edward, con su figura tan campante y mirada misteriosa –como odiaba que fuera así– había llegado a mi lado y había respondido con su aterciopelada voz, sin saberlo, a la pregunta de Ang.
–Que bien que aceptaras –su voz no sonaba… pedante como Edward acostumbraba a sonar cuando se relacionaba por lo menos conmigo, pero digamos que tampoco rebosaba alegría. Bueno, ni que lo esperara.
–No tenía más opción –soné bastante fastidiosa pero era la verdad: viajaba con Edward porque estaba atada de manos.
Pero no, ahí estaba Ben reprobando mi actitud con un movimiento de cabeza disimulado.
–Genial –respondió Edward.
¿Acaso Cullen sonaba desilusionado? No, que cosas. Si acaso molesto... ¿pero desilusionado? Tal vez no debí ser tan sincera. Edward, finalmente, estaba haciéndome un favor. ¡Dios! ¿Por qué Ben tenía que tener toda la maldita razón?
–No quise… –era demasiado cobarde para intentar arreglar las cosas ahora.
–¿Te ayudo con algo? –preguntó Edward. Le indiqué mis maletas custodiadas por Ben. No soy asidua aceptar favores –ya había tenido esa discusión con Ben en la habitación cuando no me dejó ayudarlo con mis propio equipaje– pero necesitaba un minuto fuera del alcance de Edward para calmar la apremiante mirada de Ang.
Cuando Edward se volvió con mi maleta de rueditas en una mano, con un bolso en la otra y se hubo alejado unos metros de nosotros, la voz de Ang en susurros poco disimulados llegó a mis oídos.
–¿Edward Cullen? ¿en serio? ¿Y no lo odiabas?
–No lo odio –respondí en acto reflejo. No lo odiaba. Esas eran palabras mayores. Nunca nos hemos llevado con Edward pero de ahí a odiarlo, la diferencia es abismal.
Ang no preguntó más y creí que había logrado calmarla, pero fue Ben quien dio en el clavo con la pregunta que formuló:
–Él te lleva al aeropuerto, ¿no? –por el tono en que preguntó estaba segura que Ben era consiente de la negativa de mi respuesta.
–No… exactamente –respondí postergando el momento. Ángela desató su euforia contenida.
–¡Wow Bella! ¿ustedes… ustedes dos…? –infirió mientras paseaba su índice indicando mi figura, luego a Edward para volver a apuntarme con un gesto de emoción en su rostro.
–No –reaccioné bajando su mano de inmediato y verificando si Edward había visto aquello: él estaba terminando con las maletas. Volví a ver a Ángela–: simplemente me hace un favor. No conseguí vuelo –aclaré.
Ángela no pareció muy conforme –Aquí viene –susurró agregando un gesto totalmente gratuito para molestarme.
¿Era necesario? Ben a su lado, por supuesto, la secundó con las risas. Evité concentrarme en sus burlas y me volteé hacia Edward esperando que el sonrojo en mis mejillas no me hubiese acompañado.
Y que conste, no me sonrojaba por Cullen. Tenía la maldita mala costumbre de sonrojarme siempre que la atención estaba puesta sobre mí así que Edward estaba lejos de llevarse el crédito por mi vergüenza. Los únicos aquí culpables eran esos dos tan inoportunos que se hacían llamar mis amigos.
–¿Estás lista? –asentí. Di una rápida mirada. ¿Por qué no se quitan esa cara de cómplices de una buena vez? ¡Estoy aquí mismo si no me ven!
–Bien –Edward le sonrió a los chicos en señal de despido –¿Edward se mostraba amigable con mis amigos?– y ellos le respondieron con un gesto de mano. Se volvió hacia mí y retomando la misma voz apagada dijo–: te espero en el auto –me indicó un carro gris a unos metros y luego se marchó.
–Entonces… –comenzó Ang cuando volví a enfrentarlos– ¿nos explicarás en algún momento o tendremos que indagar por nuestra propia cuenta? Porque esto tiene explicación, ¿no? –agregó.
–La tiene –es sólo que ni yo la entiendo.
–Cuídate Bella –dijo Ben dándome un abrazo.
–Ante cualquier cosa no dudes en llamarnos, ¿si? –a pesar de todas las bromas, Ang siempre se daba el tiempo para preocuparse por mi. Me dio un fuerte abrazo de despedida y me sonrió.
Comencé a caminar en dirección al auto y, aún cuando mis maletas ya se encontraban en el portaequipajes, sentí un peso extra sobre mi cuerpo. Me volteé unos metros más adelante; los chicos aún me observaban.
–Pórtate bien, Bella –gritó Ben. Pude oír la risa de Ang celebrando la broma de su novio a medida que me alejaba y que, paso a paso, hacía que se sonrojase más.
Respiré profundo. El ya reconocido hielo inundó mis pulmones y me devolvió el vigor que necesitaba: aquello no era tan terrible. No podía ser que en quince minutos hubiese desarrollado temor por Cullen. Sólo- era- Cullen.
Edward estaba de pie apoyado en la puerta del conductor. Levantó la vista cuando me acerqué mas expresó nada, ¡ni siquiera una muestra de disgusto! Aquello me asustó aún más. Rodeó el automóvil y, para cuando me di cuenta que pretendía, ya era tarde para detenerlo –¡Dios, segunda vez que me pasaba lo mismo con él!–. No sabía si se estaba haciendo el caballero conmigo o si en verdad lo era, no lo conocía, pero sí podía darme cuenta que la caballerosidad era un tema para él.
–Gracias –dije subiéndome al auto luego de que abriera la puerta para mí. El chico cada instante me confundía más: un segundo podía serle totalmente indiferente y al siguiente estaba llevando mis maletas, despidiéndose de mis amigos o abriendo la puerta del carro para mí.
Observé donde estaba sentada. El automóvil de Edward era tan increíble por dentro como prometía por fuera. Con lo poco y nada que conocía a Cullen debí suponer que tendría un Volvo como aquel: ese auto era clase hecha metal y ruedas.
Edward subió al carro. Nos quedamos en silencio unos segundos. Fueron los necesarios para que reparara mi primer error:
–Lo siento –le solté de una. Pensarlo más sólo alargaría lo inevitable–. Es cierto, no tenía más opción que viajar contigo –sentía la mirada de Edward mas no lo miré. Una cosa era disculparme y otra muy diferente, y tanto más difícil, era disculparme viéndolo a los ojos–, pero no quise sonar de esa manera. Fue grosero.
Edward volvió la vista al frente y encendió el motor.
–No hay problema –no dijo más. Y yo… ¿qué más podía agregar a eso?
Respiré profundo. Ahora no quedaba más que viajar 36 horas atravesando el país junto a Edward Cullen.
¿Quién lo creería?
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Nota de Autor:
*Adaptado de la película "Adivina quién viene a cenar" (Guess who's coming to dinner, 1967) de Stanley Kramer.
(1) Buenos días, América es un programa de radio que existe en EEUU.
(2) Un homenaje a la hoy, ya finalizada, serie Pushing Daisies, donde en cada nueva aventura el relator nos encantaba con un: The facts were these.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Wow...
me encantoo!!
sube otro capi mas pliiss
me encantoo!!
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Qamiila Quinteros- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Me gusto !!!!!!! esta bastante interesante
cariños nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 3
"Todo lo que siempre quiso saber sobre Bella (y nunca se atrevió a preguntar)*"
"Todo lo que siempre quiso saber sobre Bella (y nunca se atrevió a preguntar)*"
Abandonamos los límites de la universidad y las calles de Chicago aparecieron ante nuestros ojos, pero se perdieron al instante cuando alcanzamos la ruta 90.
Edward conducía en silencio a mi lado; yo seguía en silencio a su lado, y fue algo que no sólo yo noté.
–Pon algo de música –dijo encendiendo el equipo. Por suerte el tono de voz de Edward ya no sonaba lastimado como hacía un rato atrás. Aquello me alivió.
–¿Radio? –digo, estábamos en su auto: o él escogía o poníamos algo neutro. Edward, por lo visto, no pensaba igual.
–¿Que tal algo de tu música? –¿acaso aquella era otra muestra de su caballerosidad?
Pero en fin, ¿para que le daba más vueltas? Mientras antes pusiera música, antes se iría aquel incómodo silencio entre nosotros producto de la tan fluida conversación que sabíamos mantener. Música. Era la mejor solución, así que no me quejaría.
Saqué mi celular –tengo un modelo bastante sofisticado desde que Charlie supo que viviría a miles de kilómetros y me obligara a tenerlo– y lo conecté a la radio. Busqué una de mis canciones favoritas y dejé que sonara: sólo la voz de Cat Stevens se escuchó al interior del carro.
Me dejé llevar por la melodía y me permití cerrar los ojos; sólo mis oídos permanecían atentos.
–"… 'cause i never wanna see you sad, girl"(1).
Aquello me descolocó. No era solamente Cat Stevens quien cantaba, alguien más lo estaba haciendo con él: Edward. Mi reacción inmediata fue girarme a verlo con ojos desorbitados. ¡Vamos, que Edward estaba cantando como si hubiese olvidado que yo me encontraba en el asiento del copiloto!
No lo había olvidado.
–"Don't be a bad girl" –cantó otra vez, ahora mirándome directamente. Tenía sus intensos –traga aquel nudo Bella– ojos verdes sobre mi cuando hizo aquel sutil movimiento de cejas mientras una leve sonrisa torcida aparecía en sus labios. Mi respiración de aceleró, ¿qué mier…? Y le quedó sólo una opción a mis mejillas: reaccionaron al instante y sentí mi rostro arder. Y, ¡diablos!, fue como si Cullen lo hubiese estado esperando porque luego de mi notoria vergüenza volvió la vista al frente y continuó cantando, ahora en voz baja, como si nada.
Escondí mi rostro fijando la vista por la ventana como si el panorama fuera de esta –hablamos de calles, cemento y más cemento– resultara la entretención del siglo.
¿Qué diablos- había sido- aquello?
Aquella sonrisa… él muy maldito debía saber lo que provocaba en la gente al hacer aquel gesto, ¿no? Digo, si no lo sabía, tenía una muy buena arma en su poder con la cual lograr lo que quisiese, por ejemplo hacer que… ¿Qué diablos hacía hablando de la sonrisa de Cullen? ¡Cabeza fría Bella! Ni la sonrisa, ni aquellos profundos ojos esmeraldas… en fin, Edward Cullen en si no era un tema para mi. No lo era.
No lo era. Y fin del asunto.
Por suerte para mi Wild World tuvo que terminar y otras canciones, bastantes menos polémicas, le siguieron. Aún así, la conversación entre nosotros seguía sin darse.
–En algún momento tendremos que conversar –dijo Edward al fin rompiendo lo que hasta ese instante había sido el primer récord de no hablarnos en todo le viaje.
–Lo se –lo tenía más que claro pero… ¡vamos! ¿qué podía decir? Lo admito: me costaba. Edward y yo nunca –me refiero a nunca– habíamos sido ni cercanos a amigos. Siendo ese el plano, ¿qué nos quedaba? Simples cortesías: "¿qué es de tu vida? ¿qué tal tu semestre? ¿y tu familia? ¡Oh, me alegro!". Aquello era bastante aburrido… y un poco hipócrita, de paso.
Además, de seguro a él no le importaba lo que yo tuviese que decir.
–Podemos hablar de por qué me odias –dijo de repente sin preocupaciones como si asumir ante otros el ser odiado fuera casi una invitación a un día de campo.
–No te odio –aquello no estaba siendouna cortesía de mi parte.
–Pensé que no te agradaba –comentó curioso y por primera vez –y digo primera porque el acontecimiento "no seas una chica mala" en la versión de Edward de mi ex-canción favorita era prioridad en los archivos a eliminar en mi registro cerebral– Edward me miró.
–Una cosa es que no me agrades y otra, muy diferente, que te odie –lo mismo le había dicho a Ángela hacía un rato, y si tenía que aclarárselo a Edward, lo iba a hacer.
Edward volvió a mirar al frente. Mantuve la vista unos segundos más sobre él intentando leer su expresión. No se, quería ver si acaso le había molestado enterarse tan directamente que no me caía bien. Su rostro, otra vez, no decía mucho así que no me quedó más que unirme al panorama de observar la carretera.
–Entonces… –volvió a decir– sólo no te agrado. Eso es algo bueno.
Reí. ¿Quién en su sano juicio podría ver como algo bueno el no agradarle a alguien? Edward, por lo visto.
–Tú si que sabes ver la mitad del vaso lleno.
Edward sonrió. No es que lo estuviese mirando, simplemente lo vi de reojo, lo admito. Pero simple curiosidad, nada más.
–¿Puedo saber el por qué? –preguntó.
Creo que nunca pensé tener que volver a recordar el por qué Edward Cullen significaba lo que significaba para mi. Digo, además de su tan encantadora personalidad que hacía pasar de él, las cosas, bueno… sí, habían tenido un comienzo.
¡Dios! Odié ese momento y juré no volver a darle valor. Éramos unos niños, es cierto, pero supongo que a cualquier edad es triste escuchar al chico que te interesa considerar que no eres suficientemente buena para él. Sí, lo admito, hubo un tiempo en que me gustó Edward Cullen, pero ¿qué? fueron unos meses y sería, dos o tres como mucho, y no pasó a mayores. Es más, nunca nadie se llegó a enterar; bastante lamentable. En fin, en ese momento quise morir: yo no era suficiente para Cullen.
Bueno, él terminaría siendo nada para mí. Cosa que logré con todo mi esfuerzo.
Por supuesto, él no lo sabía. Digo, nunca se enteró que yo lo oí aquella vez hablando con su amigo Jasper, y bajo ese alero, nuestra indiferencia se fue forjando y terminamos donde estábamos ahora, con Cullen preguntándome por qué no me agradaba su presencia.
–Creo que por ahora no –preferí seguir guardándome aquella información sólo para mí, un tiempo más que fuera. Admitirle que aquello me había afectado significaba admitirle de paso que alguna vez sentí cosas por él, y que todos me oigan cuando digo que ese secreto me lo llevo a la tumba: antes muerta que subirle más el ego al señorito Cullen.
–Pero dime –le bajó un poco a la música–, ¿fue un hecho en particular o simplemente es una cosa de piel? Digo, para ver si puedo remediarlo –la voz de Edward era tan malditamente tranquila. ¿Qué acaso él tenía este tipo de conversaciones todos los días que le parecían tan normales?
¿Y era idea mía o había dicho remediar? ¿Edward quería remediar las cosas? Eso si que era algo nuevo. ¿Se imaginan terminábamos con Cullen siendo los mejores amigos? Eso si que sería extraño: los dos nuevos BFF(2), Bella y Edward, ocupando un lugar justo al lado de George Bush y Osama Bin Laden.
Basta de sarcasmo Bella. Edward, por lo visto, está hablando en serio. Concéntrate.
–Preguntas mucho, ¿lo sabes? –ahora que lo pensaba, Cullen no hacía sino más que preguntar y sólo llevábamos, ¿qué? ¿cuarenta y cinco minutos desde que partimos? ¿Acaso pretendía pasar todo el viaje interrogándome? Bueno, si así lo quería, él no era el único que quería saber cosas.
–Tienes razón –¡wow! ¿Edward dándome la razón? Eso si que es un avance.
Pasamos otros minutos en silencio; comenzaba a hacerse una costumbre entre nosotros.
–¿Has jugado juegos de carretera? –por lo visto el plan de Edward era sorprenderme durante todo el viaje: ¿él y yo jugado?–. Que se yo, adivinar el personaje, mirar las matrículas, contar autos.
Aquello era gracioso.
–¿Me estás invitando a contar autos?
–No, tranquila, nada de eso –sonrió. Luego agregó–: ¿Conoces el juego de las Diez preguntas?
–Puedo deducir de que trata.
Escuché a Edward reír a mi lado. Vamos a omitir mis comentarios sobre aquella reacción, digo, por sanidad mental: no quiero volverme loca.
–Diez preguntas. Lo que uno quiera saber –propuso. Me observó un segundo y volvió a fijarse en el camino.
Un alto aquí.
Primero: Edward me proponía jugar un juego. Tranquila. Esto es algo… normal. Estaríamos encerrados en un auto por más de treinta horas, así que jugar algo era una opción para cualquier viajero. Como dije, normal (dentro de lo que se podía pensar como normal en compañía de Cullen).
Segundo: el juego consistía en ahondar en la vida del otro. Diez preguntas de lo que uno quisiera saber. ¡Eso abría un universo de posibilidades! Estaba el riesgo de quedar expuesta ante Edward Cullen, y eso no era algo que uno quisiera.
Pero había un tercero. Había cosas de Cullen que tal vez me interesaba saber. Por una parte podía ser favorable. Está bien, lo acepto, había cosas de Edward que moría por saber. Partiendo, aquel cambio de actitud hacia mi persona o, por ejemplo, porqué quería remediar las cosas conmigo. Podría incluso… enterarme por qué a los quince años no había sido suficientemente buena para él.
Pero al otro lado de la balanza seguía latente el riesgo de exposición.
–Podemos vetar tres –ahora fui yo quien propuso.
–Dos –¿acaso el juego ya había comenzado?
–Está bien –accedí. Los dados estaban echados–. Cuando quieras –me relajé: estaba segura que quien tenía más de ganar en esto era yo.
Queen estaba sonando de fondo cuando Edward volvió a hablar:
–Ocuparé mi primera pregunta –por lo visto este chico no se iba con rodeos.
–Lánzala –¿qué tan terrible podía ser? Mientras antes soltara sus dudas, más ventaja tendría sobre que preguntas hacerle luego.
–Voy a aprovechar que no me respondiste lo anterior –¿era idea mía o sus palabras se acercaban a una zona de peligro?–. Bella… –era la primera vez en esos días que Edward me llamaba por mi nombre. Sonó extraño pero era interesante y… ¿qué estoy hablando? Ahora lo importante es otro asunto–: ¿qué fue lo que hice para no agradarte?
Ese asunto. Golpe bajo.
¿Debía ser sincera y contarle que lo había escuchado hablar de mí hacía tres años? ¿Aún cuando eso supusiera revelarle otros temas? Tal vez podría omitir información, contarle lo justo y necesario… ¡qué estaba hablando! No podía pretender que luego Edward me respondiera con sinceridad si ni yo misma pensaba hacerlo.
Pero no podía serle franca. Es cierto, había sido hace años y estaba superado pero dar aquel paso exigía mucho más. Y no estaba lista.
No me quedaba más que aceptar lo evidente: Edward 1- Bella 0.
–Voy a escoger vetar esa pregunta.
Y para mi sorpresa, Edward no manifestó ninguna expresión de triunfo ni mucho menos –cosa que yo no habría dudado en hacer– sólo asintió y dijo:
–Está bien.
¿Está bien? ¿Así de simple? ¡Dios! Yo en su lugar ahora estaría muriendo de la curiosidad, ¿y Edward sólo podía decir está bien?
Con aquello, mi cabeza no hacía más que llenarse de preguntas sobre Edward que hacían fila por ganarse el premiado a estar entre las 10 primeras en formularse.
Pero eso sería luego. Ahora sólo dejé que Freddy Mercury se encargase de llenar los silencios.
**************************************************************
Nota de Autor:
*Adaptado de la película "Lo que siempre quiso saber sobre sexo, y nunca se atrevió a preguntar" (Every thing you always wanted to know about sex, but were afraid to ask, 1972) de Woody Allen.
(1) Traducción: "... 'cause i never wanna see you sad, girl" "... porque nunca te he visto triste, nena"; "Don't be a bad girl" "No seas una chica mala".
(2) BFF: Best Friends Forever (Amigos por siempre).
Wild Word, canción de Cat Stevens. La descubrí en el soundtrack de la serie Skins. Ambas totalmente recomendables. Escúchenla y vean la serie si pueden, sobretodo 1ra y 2da temporada. Por otro lado, Queen y su vocalista Freddy Mercury, también muy-de-lo-mejor.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
wauw... sta buenisimo
dale con otro capi!!
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Qamiila Quinteros- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
sube otro cap porfavor esta super linda esta fiction esperareeee impaciente....
yuri cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Bueno, bueno esto se está poniendo bueno... siento que algo oculta este Edward Cullen ¿que sera?... mas cap por fissssss (puchero de Alice) ja ja ja
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 4
"La lista de Edward (y de Bella también)"
"La lista de Edward (y de Bella también)"
Luego del acuerdo y del primer acierto de Edward al preguntar, nos quedamos callados. Otra vez. Pero ahora la música dentro del carro era buena –¡que digo! era mía– así que por lo menos no se habían creado silencios incómodos hasta el momento.
Durante ese silencio mi cabeza se devaneaba por pensar las posibles preguntas que le haría a Edward. Era extraño lo que ocurría porque a pesar de que el tipo me daba lo mismo, tener ese poder de preguntar lo que quisiera me hacía querer averiguar hasta lo más insólito. Con eso, el tiempo pasaba.
–¿Te parece si almorzamos ya? –preguntó Edward de repente.
–¿Es tu segunda pregunta? –ya me había hecho desperdiciar una de mis oportunidades de vetarlo; se que era una medida desesperada pero tenía que hacer algo.
–¿Es la primera tuya? –contraatacó sin verme. Muy listo. Bien, digamos que mi plan no fue el mejor.
Suspiré –Almorcemos –ya era hora; mi estómago me lo estaba recordando.
Edward rebuscó en sus bolsillos y sacó su celular. Presionó rápidamente unas teclas y me lo extendió para volver a fijar toda su atención en la carretera:
–Ten –su celular era, digamos, lo último en tecnología y en la pantalla mostraba un menú GPS. ¿Esto era una broma? ¿Edward tenía GPS en su celular? ¿Quién en su sano juicio tenía GPS en su celular? En fin–. Puedes buscar por favor algún lugar donde podamos comer. Estamos en… –se fijó en los letreros– cerca de McFarland. Busca algún lugar que te guste o, no sé, algo que quieras comer –bien, aquello fue considerado de su parte, ¿pero GPS? ¿Es una broma?
Por lo visto Cullen sabía poco y nada de hacer viajes, y no es que yo fuera experta en el tema pero algo había que hacer. Sin hacer caso, cerré el celular y se lo devolví. Me miró extrañado.
–Salte en la próxima –Edward sin preguntar acató lo que decía. Tomó la salida y fuimos a dar a unas calles rurales. Avanzamos otro tanto y frente a nosotros apareció un restaurant algo rústico. Lo miré y sonriendo con suficiencia ante su sorpresa, agregué–: Voilá, un local para que comamos.
Edward se estacionó, detuvo el auto y nos bajamos. Camino a la entrada preguntó:
–¿Qué fue eso? –no es que lo estuviera esperando pero su reacción fue un tanto obvia. Y la ampolleta en mi cabeza se prendió: si quería respuestas…
–Si vas a hacer un viaje por carretera, tienes que hacerlo como corresponde –respondí haciéndome la interesante y entré al local caminando delante de Cullen. Si Edward era como todos los hombres, entonces caería fácil y no aguantaría hasta recibir una respuesta concreta; y para eso… chico, tendrás que invertir una de tus preguntas.
–Hola, mi nombre es Johanna. Bienvenidos a Jim's Road House(1). Aquí tienen la carta.
Dijo la joven mesera que llegó a atendernos. La envidia mata, dicen, pero, ¿tenía justamente que atendernos la mesera más guapa del local? ¡Maldición!
–¿Bella? –Edward levantó la mirada de la carta y se fijó sólo en mí. Eso fue… ¡wow! Bajé mi rostro de inmediato: tenía que aprender de una maldita vez a dejar de sonrojarme.
–Quiero… quiero un taco Spud –dije nombrando lo primero que vi en el menú–. Sin salsa. Y una porción de papas fritas.
–Yo quiero una hamburguesa de queso, con bacon extra. También con papas fritas –respondió Edward a mi lado, quien sonrió ante mi simple elección para comer.
–¿Para Beber? –Edward volvió a darme preferencia.
–Coca-cola.
–Dos Coca-colas –agregó.
–Les traigo de inmediato –y la chica se retiró.
Comencé a juguetear con mis dedos. ¡Entiéndanme! Era una situación extraña: ¿Edward y yo compartiendo un almuerzo?
–Ahora dime, según tú ¿cómo corresponde hacer un viaje por carretera? –¡cierto! era yo quien tenía las riendas hacía sólo unos minutos–. Y si, es mi segunda pregunta –añadió al ver mi cara de no querer responder.
–Bien –esto si que sería fácil–. Primero, no puedes usar GPS, está del todo prohibido. Si quieres buscar direcciones, cómprate un mapa de papel –Edward sonrió. Me concentré en mis palabras–. Ahora, ¿te dan ganas de comer? Lo haces en el local que encuentres próximo y listo. Puede que te guste, puede que no, será una cosa de suerte lo que comas ahí.
–¿Y para dormir? –si que estaba intrigado.
–Corre igual, un hostal o una posada a la salida del camino, digo, no te vas a buscar un hotel cinco estrellas en medio de la carretera, ¿no? Si es necesario, hasta duermes en el auto –¡vamos! Que no era tan difícil entender mi punto.
–Entonces… eres experta en viajes –¿se estaba burlando?
–Tengo algunos conocimientos pero en realidad hablamos de sentido común –respondí con una sonrisa presumida. ¿Qué si acaso le estaba coqueteando? ¡No, para nada! Me refiero a que también podía jugar a hacerme la interesante, sólo eso. Por una cosa de orgullo. Nada más.
–Si que eres directa.
–Bueno, digamos que ya había dejado pasar por alto el auto –aquello lo dije más bajo pero lo suficientemente alto para que Cullen igualmente lo escuchara. Y lo hizo.
–Eh-eh-eh. Detente –saltó frenándome con un gesto de mano–. ¿Qué hay de malo con el auto? –por lo visto al niño no le gustaba que le tocaran su auto.
–Nada… es un auto increíble… –dije con inocencia. Falsa inocencia, por supuesto.
La mesera nos interrumpió en ese momento trayendo nuestro pedido. ¡Por Dios niña, se profesional! No se mira a los clientes de esa manera tan lasciva. Pero por más que miró a Edward, éste no dejó de verme. Es cierto, era por un tema totalmente diferente pero eso la chica no lo sabía. ¡Já! ¿Quién gana ahora? ¿Dios, que estoy hablando? Bueno, la chica dejó las cosas de cada uno y se retiró.
–Suéltalo ya –Edward retomó el tema algo impaciente luego que ella marchó.
–Es sólo que… bueno, no es el auto que uno esperaría para viajar –golpe bajo.
–¿Qué tiene de malo mi auto?
–Te digo, es un carro precioso, en serio –lo era. Ya quisiera yo tener uno de esos, pero en fin, esto era para molestarlo un poco. ¿Qué? ¡Era divertido!–. Es sólo que imaginé que aparecerías en un Chevy o un Torino –Edward me miró extrañado–. ¿Un Mustang? –¡que no eran autos tan viejos!–. ¿Un Camaro clásico?(2) Tú entiendes lo que quiero decir –los viajes por carretera debían hacerse en descapotables clásicos y punto. Era prácticamente una regla de viajero.
–Hieres mi ego, ¿sabes? –respondió con el cejo fruncido.
–No te enojaste por lo que dije, ¿o si? –¿lo había arruinado otra vez?
–¿Me lo estás preguntando? –Edward se puso serio.
Lo observé un segundo y comprendí: –No, ya sé lo que haces –dije apuntándolo de forma acusadora–. Finges estar enojado para que yo desperdicie una de mis preguntas sólo porque tú ya lo hiciste. No-no, no voy a caer en tu juego.
–¿Estás segura? ¿Estás segura que tu comentario no me molestó? –y su voz si sonó dolida–. Bien –Edward se preocupó otra vez de su comida y no volvió a mirarme.
Vamos Bella, es hora de agachar otra vez el moño: –¿Lo hizo? –¡demonios! Estaba segura que lo había arruinado.
Edward tragó su comida, se limpió con la servilleta con parsimonia, me miró y el muy maldito… sonrió. ¡Sonrió!
–Por supuesto que no –respondió divertido–. No me voy a enojar porque a alguien no le gusta mi carro. Sólo creo que ves demasiadas películas para que escojas esos modelos antes que el mío. Además… bueno, a pesar de todo, me gustó que fueras sincera –esto último lo dijo tomando un bocado. ¡No! No me iba a enternecer con sus palabras; el tema aquí era otro–. Además fue interesante escuchar a una chica saber tanto de autos. No sabía que te gustaran.
–Eres último –lo dije de la forma más acusadora y fría posible. No estaba enojada pero no soportaba que Edward me ganara.
–Y tú un poco ingenua, por lo visto –¿acaso creía que era gracioso? Mi rostro se mantuvo firme–. Vamos, tenía que hacer algo. Tú me dejaste intrigado con aquella frase de "tienes que hacerlo como corresponde" y me vi obligado a preguntar. No podía quedar en desventaja –el muy maldito, desde cualquier punto de vista, lo disfrutaba.
–Bueno, te lo digo, hasta para lo más mínimo que quieras saber de mi tendrás que usar tus preguntas. No voy a soltar nada por caridad –con esas palabras como cierre, me preocupé ahora sólo de mi taco.
–Bien. De igual forma no soy yo quien ya ocupó uno de sus derechos a veto.
Levanté la mirada lentamente. Edward ocultaba una sonrisa en sus labios mientras masticaba. ¿Acaso se burlaba de mi anterior decisión? Yo le iba a dar una pregunta con la que terminaría pidiéndome de rodillas que la cambiara, sí señor. Firme y claro, pregunté:
–¿Con cuántas te has acostado y cuantas veces lo has hecho? Quiero nombres –como pude reprimí mi sonrisa de suficiencia. La expresión de Edward cambió del cielo a la tierra. ¡Bingo! Vamos, suéltalo. Di las palabras…
–Cinco –¿qué? Aclaro, mi reacción fue ante su disposición a responder y… bueno, ¡está bien! ¿había dicho cinco?–. Jessica… –comenzó.
–¿Stanley? –reaccioné a su nombre. ¿Cullen se había acostado con Jessica Stanley? Agg. Asco.
–Jessica Stanley, sí. Tanya –prosiguió– quien fue mi primera novia, Victoria, Jane y... Lauren. Debes conocerlas a todas.
–¿Jane Vulturi? –Edward asintió–. ¿También?
–Sí, fuimos novios. Hace unos años.
–Wow, –aquello sí que me tomó por sorpresa porque, por ejemplo, en el caso de Tanya, lamentablemente tuve que saber tragarme su romance; había sido en la época en que… bueno, ya saben, mi atención se concentraba un poquito en él–. No sabía que también te gustaran chicas como Jane –agregué.
Edward me miró inquisitivo: –Si pregunto el por qué, ¿tu respuesta me dolerá tanto como dolió lo del auto? –aquello me causó gracia.
–Bueno –intenté ser delicada– me nombraste a Jessica, Lauren y… Tanya. Jane es un tanto diferente a ellas, ¿no?
–¿A qué apuntas exactamente?
–¡Vamos! –¡que no era tan complejo, hombre!–. Jane es… ya sabes, es una chica más interesante, más inteligente… –la expresión de Edward cambió y entendí lo que mis palabras habían dicho: no era eso a donde precisamente apuntaba–: no digo que por eso no debió haber estado contigo. Todo lo contrario. No me imagino a alguien como tú con chicas como Lauren o Jessica, menos con Tanya. Se que no las conozco y que mis palabras se acercan peligrosamente al prejuicio, pero no hay que conocerlas tanto tampoco-
–¿Alguien como yo? –me interrumpió de repente.
–¿Qué?
–Dijiste, no me imagino a alguien como tú… ¿cómo es alguien como yo? –y con eso dicho, no me quitó los ojos de encima.
Yo, por supuesto, bajé mi mirada al instante. Cuando decía aquello me refería a que Edward, bueno… él era bruto como todos los hombres, pero, digamos que no era tan bruto como la mayoría. A pesar de que era un insensible, orgulloso, ególatra, pedante, y mucho más, era… interesante. Eso era, pero esa respuesta permanecería total y exclusivamente en mi cabeza; no le diría a Cullen que lo encontraba… bueno, un tanto interesante.
–Sabes de lo que hablo –con eso que se quedara tranquilo.
Mantuvo la mirada unos segundos más –que iluso si pensaba leerme la mente– y luego siguió con su relato, por suerte para mis nervios (y por suerte también para mis oportunidades de vetarlo; no quería perder mis dos seguros el mismo día):
–Con Jessica fue, ya sabes, una aventura, mi primera vez. Sólo esa vez. Luego me hice novio de Tanya y duramos cerca de un mes. Tanya podía ser muy encantadora a veces y otras, bueno… simplemente no pudo ser. No recuerdo exactamente la cantidad de veces… habrán sido… ¿cinco? ¿Seis tal vez? Con Victoria fueron dos las oportunidades, estuvimos un par de semanas y luego conocí a Jane –su voz cambió en ese momento–. Ha sido la relación más larga que he tenido y, tienes razón, fue algo completamente diferente. No se cuantas veces nos acostamos, digo, duramos casi un año así que comprenderás que no las conté –¿un año? Bueno, era Jane, la mujer perfecta–. Y bueno –siguió Edward otra vez retomando la ligereza–, con Lauren se repitió algo así lo de Jessica; simplemente se dio la oportunidad.
–Te gusta el sexo casual, por lo visto –comenté cortando los últimos trozos de mi taco.
–¿Me lo estás preguntando? –inquirió Edward divertido.
¡Já! Como si pensara desperdiciar una pregunta en eso: –Simplemente lo deduje. Créeme, fue fácil.
–¿Sólo tres chicas con quienes me acosté de la nada y para ti soy un ninfómano?
–Fue suficiente –punto para Bella: había logrado dejar a Edward Cullen sin palabras.
–Muy bien –Edward dejó los servicios en el plato y su mirada se tornó peligrosa–. Entonces… escuchemos tu registro. Quiero saber cuantos han sido, la cantidad de veces y, por supuesto, quiero los nombres.
Bien. En estos casos tenía que admitirlo: el tiro me había salido por la culata. Esperé que Edward se arrepintiera de contar aquellas intimidades y… terminé contándolas yo.
–Tres –le solté.
–No es mal número.
–James, un chico de Phoenix –obvié su comentario; mientras antes continuara, antes terminaría–. Fue mi primer novio. Estuvimos cerca de siete meses juntos; tampoco llevaba la cuenta –con aquella frase mi rostro alcanzó el primer nivel de sonrojo–. Luego está Jake… –bajé la voz intentando que aquel nombre pasara desapercibido.
–Sé más específica –no funcionó, claramente.
–Ja…cob… Black –mi volumen de voz era mínimo.
–¿Jacob? –entiendan esto: Edward es amigo de Jake y aquello, por lo tanto, se convertiría en el paraíso para sus burlas–. ¿Tú y Jacob? ¡Wow! ¿El perro Black? ¿Y cuándo hubo tiempo para eso?
Para ser breve en cuanto a mi rostro, que se saltó todos los niveles de sonrojo posibles, imaginen la luz del semáforo en rojo –El verano antes de mudarme a Forks. Yo le gustaba y… él me atraía... éramos amigos…
–Y se acostaron –completó Edward entretenido–. ¿Fueron novios?
–Acordamos ser sólo amigos –respondí en voz baja.
Edward me analizó un instante; casi podía escuchar como se movían los engranajes de su cerebro: –Fue más de una vez –afirmó.
–Fue… fueron tres veces –¿por qué no me tragaba la tierra?
–Amigos con ventaja, ¿eh? –la sonrisa de Edward se ensanchó–. Y yo soy el del sexo casual.
–Fue sólo una persona –contraataqué.
–Tres veces. Las mías fueron tres chicas y el total de veces fue cuatro. Nos es tanta la diferencia, simplemente tu eres más clásica con tus compañeros sexuales –se burló. Lo asesiné con la mirada, lástima que no dio resultado–. Continúa.
–Sólo queda Mike, ya sabes, mi novio. Lo hemos hecho… varias veces. No se el número –por suerte, no había nada más que explicar: el tema estaba zanjado.
–Newton –repasó Edward. Su voz, extrañamente, se puso grave y su expresión se tornó más dura. ¿De qué cosa no me había enterado?
–Eso –no sabía que más decir, digo, el cambio de actitud de Edward me tomó por sorpresa.
–Deberíamos seguir –Edward intentó volver a sonar cercano pero no me engañaba, su esfuerzo era un poco en vano. Preferí decir nada–. ¿Nos vamos?
–Vamos –accedí.
Edward pidió la cuenta y pagó. Por supuesto, no quiso aceptar el dinero que le ofrecí, y salimos del local en silencio. Rogaba que la siguiente parte del viaje no fuera incómoda como auguraba serlo.
**************************
Nota de Autora
*Adaptado de la película "La lista de Schindler" (Schindler's List, 1993) de Spielberg.
(1) Jim's Road House es un restaurant real.
(2) Chevy, Torino, Mustang y Camaro son modelos de automóviles descapotables clásicos. Bastante más viejitos que el Volvo de Edward. Los viajes en las Road Movies suelen hacerse en modelos de este estilo.
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Bien... estoy eperando por maaasssssss....
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 5
"Por un puñado de kilómetros"
"Por un puñado de kilómetros"
Hacía sólo unos minutos que habíamos dejado el restaurant y aún seguía dándome vueltas por la cabeza el repentino cambio de humor de Edward en aquel lugar. Porque sí, fue muy evidente; cualquiera lo habría notado.
¿Y si preguntaba? Tendría que decírmelo. Pero podía ser una estupidez y yo desperdiciaría otra de mis oportunidades de enterarme de cosas de Cullen. Ya había tirado una pregunta a la basura porque, bueno, el muy maldito me había embaucado –sí, lo hizo– y no podía arriesgarme hacerlo otra vez. No podía equivocarme, pero… ¿y si me estaba equivocando con no preguntar? Todas aquellas interesantes ideas paseaban dentro de mi cabeza mientras el silencio retumbaba al interior del automóvil.
Deben saber que tengo el talento –porque sí, sólo puede ser un talento– de darle vuelta a las cosas veinte veces más de lo normal. Si alguien me dice: ¡mira, esto es un perro! Yo vengo y me cuestiono si tiene cuatro patas, cola y babea. ¿Me entienden ahora?
Bueno, como nunca todo esto pasó a segundo plano cuando me di cuenta de que Edward estaba saliéndose de la autopista –a la que habíamos ingresado sólo diez minutos atrás– y se dirigía a tomar una carretera estatal.
¡Oh, Dios! ¡Todo había sido un plan para secuestrarme y quien sabía qué cosas hacerme! ¿Y si me sacaba las córneas y se comía mis intestinos? Bien, lo se, Cullen puede que tenga razón en lo de que veo demasiadas películas. ¿Para qué querría Cullen secuestrarme? Bien. ¿Para que querría Cullen secuestrar a alguien –a cualquiera? No pienses idioteces, me recordé. Enfócate, Bella.
–¿Por qué te saliste de la autopista? ¿A dónde vamos? –no quería sonar asustada, era estúpido; no quería sonar molesta, no tenía sentido, pero el tono de voz que me salió fue una mezcla de ambos.
–Tú fuiste quien lo dijo –respondió con el mejor de los humores –bien, esta vez lo pasaría por alto porque estaba intrigada con lo que hacía, pero si volvía a ocurrir un incidente como el del restaurant sí que preguntaría– y una sonrisa en su rostro que dejaba escapar en ella un dejo de suficiencia–. Si vas a hacer un viaje, que sea como corresponde –agregó copiando mis anteriores palabras.
Bien. En este punto debo decir que estaba de acuerdo con Edward: era mil veces mejor viajar por carreteras estatales que por las autopistas tan modernas y grises en todos sus aspectos. Un camino en donde lo único que tenías a tu alrededor era verde, verde y más verde era… lo admito, un buen panorama.
–Aprendes rápido –le concedí con indiferencia viendo otra vez por la ventana. Lo admito, sí, pero no se lo celebro con globos y serpentinas.
–Me lo dicen a menudo –y, señoras y señores, en gloria y majestad: el Edward presumido que siempre conocí–. Pero en realidad también he visto algunas malas películas así que pude hacerme una idea de a qué te referías –contraatacó con ironía y, otra vez, esa maldita suficiencia.
Piensa rápido Bella, piensa rápido. ¡Fantástico! Punto para Cullen. Agg.
¡Demonios!
–¿Me ayudas con indicaciones? –dijo luego de un rato de silencio.
Y esta vez, otra vez, sonaba diferente. ¿Agradable? ¡Dios! ¿Hombres bipolares que he conocido en mi vida? Uno: Cullen.
–Dentro de la guantera hay un mapa –bien, fue interesante saber que ya no le importaba utilizar su estúpido GPS.
–¿Un hombre al que no le molesta pedir indicaciones y que puede prescindir de la tecnología? Eso sí que es nuevo –escuché a Edward reír.
–No me cuesta intentarlo –concedió–. ¿Me ayudas?
–Seguro –acepté.
Saqué el mapa y busqué donde estábamos. Nos llevó un buen rato descifrar la mejor ruta que evitara las autopistas. Luego de varias discusiones y algunos desacuerdos –nada terrible, sólo diferencias de opinión en cuanto a las vías– dimos con las carreteras necesarias que nos llevarían al oeste.
–Pon algo de tu música –dijo Edward cuando tomamos la ruta 12 (una de las vías que yo propuse para nuestro viaje).
–Es tu turno de elegir.
–Pero la tuya era muy buena. Tienes una buena selección –lo miré con suspicacia. ¡Vamos! Se estaba haciendo el caballero, como siempre–. En serio –agregó sonriendo.
–Ven, dame tu teléfono. Veamos que tienes tú. Es lo justo –le propuse.
Edward, sin problema, me entregó su celular. Lo conecté a la radio y comencé a buscar en la lista de canciones. En realidad tenía muy buena música; nuestros gustos son bastante parecidos. Escogí una y la dejé sonar: Bod Dylan.
Era extraño que pudiéramos llegar a conciliar un acuerdo con Edward; digo, nos llevó más de media hora escoger las rutas de viaje y, aunque fuera con la música, nunca lo creí posible. Y aquí estábamos ambos disfrutando de Mr. Tambourine Man(1).
Así se nos pasó gran parte del viaje. Poco a poco la conversación, trivial, es cierto, pero conversación al fin, se fue dando. Entre Los Beatles, Simple Red y Credence el tiempo avanzó y el hambre en nosotros volvió a hacerse presente. ¡Que habían pasado cerca de tres horas!
Decidimos comprar unos snacks en un minimarket de un pequeño pueblo. No podíamos perder mucho tiempo ya que con el cambio de ruta seguramente tardaríamos medio día más en llegar, o algo así. Y la idea era llegar el veinticuatro, que ese fue el punto de partida de que yo estuviera en el mismo auto que Cullen, ¿no? ¿La cena con los padres de Mike?
Cuando volvimos al auto, Edward en el volante y yo de copiloto, una idea me vino a la mente:
–¿Podré manejar en algún momento? –pregunté de sopetón.
Edward me miró entre extrañado y divertido como si yo le estuviera jugando una broma. ¡Que no era una broma hombre! –En serio, ¿me dejarás manejar? –insistí.
–Pensé que no te gustaba mi auto –me recordó. Muy gracioso.
–Uy, a alguien sí que le afectó que hablaran mal de su auto –ya lo he dicho: si él empezaba… yo no me quedaría atrás.
Escuché la melodiosa risa –¿he pensado yo eso de melodiosa? Bien, fue un error; olviden que lo pensé– de Edward a mi lado.
–¿En serio quieres conducir? –preguntó otra vez.
–No quiero que tengas que hacerlo tú todo el viaje –¡que eran cuatro días! Podíamos turnarnos. Yo adoraba conducir y era bastante buena haciéndolo.
–Entonces… lo haces por mí, no porque quieras hacerlo –dijo de repente, afirmándolo. ¿Qué? –. Eso has dado a entender –agregó. Sonrojo, ven a mi–. ¿Acaso te preocupas por mí? –y ahora me veía con sus verdes ojos, sonriendo de lo lindo. Claro, era muy divertido poner más colorada a la ya colorada Bella Swan.
–Es-es porque me gusta conducir y bueno, serán días, ya sabes –dije al fin, cuando redescubrí las palabras en mi cabeza–. Nada más, es decir, podemos turnarnos –y la única forma de defensa que conocía regresó– aún cuando tenga que conformarme con… ya sabes, este carro –salvada gracias a mi tan querido sarcasmo.
–Está bien –accedió. Wow, no era tan difícil entenderse con Cullen–. Lo pensaré –agregó. Bien, no todo podía ser tan fantástico.
–¿Lo pensarás? –pregunté indignada. ¡Pretendía hacerle un favor! Bueno, está bien, él me estaba haciendo uno mayor pero… ¡le iba a hacer un favor!
–Es mi auto. Ya sabes, este auto –respondió divertido.
¿Con que eso era? –Te gusta tener el control de todo, ¿no?
–No soy el único –finalizó.
Bien. Cullen, por segunda vez, podía tener un poco, sólo un poco, de razón.
–Está bien. Tengo una idea –la tenía. Era buena, creo–. Ya que estamos en todo esto de preguntar y de inmiscuirnos en la vida del otro –comenté con ironía.
–¿A sí? –preguntó riendo.
–Si, créeme –Edward sonrió–. Sigamos con la misma tónica y así nos ganamos el derecho de hacer las cosas.
–Bien –consintió Edward; sonaba algo inseguro–. ¿Qué idea tienes?
–Me haces una pregunta sobre ti, hablo de cosas simples, ya tenemos la obligación de contestar cosas privadas así que dejemos eso a un lado. Si se la respuesta me dejas conducir –tenía las de ganar, digo, Edward me había gustado, hacía mucho, es cierto, pero eso no quitaba que su fecha de cumpleaños o el nombre de sus hermanos hubiese cambiado, ¿no? Y sí, se esas cosas sobre Cullen pero en mi defensa debo decir que cuando, ya saben, te interesa alguien, te preocupas por saber cosas de él, ¿no? ¡Que todos lo hacemos!
Le llevó unos segundos considerarlo pero finalmente terminó accediendo.
–Está bien. Y si me preguntas algo y yo se la respuesta, me dejas pagar sin reclamar, ¿vale?
Este chico no daba puntada sin hilo.
–Mejor… vamos de a poco, ¿si? –ante esas palabras pude oír, otra vez, aquella risa. Que no me gustaba, que quede claro, sólo era… interesante oír.
–Bien… ¿cosas como qué?
–No se, el nombre de tus padres, mascotas que has tenido, tu libro favorito. Datos, ya sabes. Cosas simples.
–¿Como mi segundo nombre? –dijo, y se volteó a verme–. ¿Sabes cuál es mi segundo nombre?
–Si. Era… –lo sabía. Yo lo sabía, estaba segura. ¡Vamos, que Edward me gustó!–, espera. Edward… James, Edward… Matthew… Marvin… –repasaba en mi cabeza. ¿Cuánto es que era?
–Es con "A" –agregó entretenido al escuchar mis vanos intentos de adivinanza en susurros.
–Edward… –¿Andrew? ¿Alexander? ¿Adrian? ¿Arnold?… Suspiré–. No lo se –admití.
–Anthony.
¡Anthony! ¿Como es que no recordé? ¡Edward Anthony! –Fue un bloqueo. Yo lo sabía, te lo aseguro –no es que no quisiera perder, pero en serio que yo lo sabía. ¡Anthony!
–Te creo –me alentó–. Sólo tendrás que intentarlo mañana. Acabas de desperdiciar el poder manejar luego de que cenemos –dijo sonriéndome.
Bien, no me iba a molestar por eso, era un juego. Sabía que Edward no estaba diciendo las cosas para fastidiarme, sólo era la lógica que se había dado entre nosotros. Además, no es que lo conozca mucho, pero creo poder darme cuenta cuando algo le está molestando o cuando es simplemente una broma; es muy transparente en ese sentido; aún si no quiere serlo, no puede ocultarlo.
–Bien. Es mi turno de saber si puedo invitar la cena esta vez.
–Marie es tu segundo nombre –respondió con tranquilidad, y fue como si mis pulmones se cerraran una milésima de segundo. ¿Edward sabía mi segundo nombre? Bien. No es algo tan sorprendente saberse el segundo nombre de alguien, pero ¡vamos! Edward me había gustado y yo no recordaba el suyo.
–¿Por qué sabes mi segundo nombre? –pregunté intrigada.
–No quieres desperdiciar una de tus diez preguntas en eso, créeme. No tiene sentido –me aconsejó; no había tono de presunción en su voz.
–¿En serio no tiene importancia? –pregunté despacio. Quería asegurarme para, como él había dicho, no desperdiciar una de mis preguntas pero… ¿de qué estoy hablando? De seguro no la tiene, es un maldito nombre solamente.
Edward me dedicó una sonrisa –No recuerdo cuando lo supe o como, en serio –dijo restándole importancia y respondiéndome sin que yo insistiera–, simplemente no se me olvidó, eso es todo.
Asentí asimilando sus palabras. ¡Dios! ¿Qué me pasaba? ¿Alarmarme tanto por algo tan insignificante?
–Isabella Marie Swan –lo escuché decir. Sentí algo de calor en mi rostro; el panorama por mi ventana era mi mejor amigo en momentos así ocultándome de mi acostumbrado rubor–. Es un bonito nombre –agregó. ¡Wow! mi nombre sí que sonaba diferente dicho por él. Especial. Y estaba segura que lo de especial no era precisamente por el nombre mismo.
Edward debe haber notado mi incomodidad porque, oportunamente, cambió de tema:
–Entonces… la cena también la invito yo, ¿no?
–De todos modos no iba a preguntarte eso –recordé–. Tú sólo te adelantaste.
Edward no se contuvo en reír –Tienes razón. ¿Qué debo responder entonces?
–Mi película favorita –está bien, lo admito, era bastante más rebuscado pero no me iba a arriesgar sabiendo que sabía mi segundo nombre.
–¿Me das una pista?
Bien, él me había dado una –Mm… está basada en un clásico de la literatura.
Lo meditó un instante –¿Lo que el viento se llevó? –preguntó dudoso.
–Un poco más clásico que eso: Romeo y Julieta –respondí.
–No lo sabía –admitió–. Pero si me hubieses preguntado por tu libro favorito tal vez tenía más chance de adivinar –¿a si? ¿Cómo podría saber Edward cual era mi libro favorito?–. Del semestre que estudiaste en Forks creo que no hubo un solo día que no llevaras contigo Cumbres Borrascosas –cierto, así podía saberlo.
¡Wow! Eso sí que era impresionante. Sé que es un tanto perdedor por mi parte pero siempre debo llevar un libro conmigo(2) y, tal cual había dicho Cullen, Cumbres Borrascosas no lo abandoné durante la secundaria.
–¿Siempre eres tan observador? –digo, no dejaba de llamarme la atención que supiera mi nombre o que recordara que en secundaria yo me paseaba con tal o cual libro en la mano.
Y como si mi comentario hubiese sido la conclusión más importante nunca antes formulada, Edward se fijó en mí y mantuvo su mirada unos segundos; no más de tres, seguro, pero se sintieron en cada fracción de ellos. Cuando quitó sus verdes ojos de mi persona, agregó:
–No siempre. Tenlo por seguro –la forma en que lo dijo… su volumen de voz se escuchó más despacio, como un susurro pausado. ¿O será que mis oídos se taparon? No lo sé…
¿Han visto cuando Piolín golpea a Silvestre y miles de pajaritos revolotean alrededor de su cabeza? Una versión de eso era yo en aquel momento. No veía pajaritos, cierto, pero fue como si me hubiesen golpeado.
¿Había escuchado bien? Si.
¿Podía ser que…? Yo misma lo había pensado minutos atrás: cuando, ya saben, te interesa alguien, te preocupas por saber cosas de él, ¿no?
No podía ser que... ¿o sí? ¡Dios! ¿Para qué tuve que preguntar?
Mejor dicho, ¿por qué tuvo que responder?
¡Ay! Ahora si que empezaba a ver pajaritos.
**********************************************************************************************
Nota de Autora:
*Adaptado de la película "Por un puñado de dólares" (Per un pugno di dollari, 1964) de Sergio Leone.
(1) Mr. Tambourine Man. Una muy buena canción del señor Dylan. ¡Como toca la armónica este hombre!
(2) Lo pongo de esta manera sólo porque Bella se siente una persona aburrida. No porque piense que es de perdedores leer o si no, creo que todas aquí, o casi todas, lo seríamos xD
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Que interesante se esta poniendo esta historia
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
A mi cuando la leeo es como que... espero mas... que se animen mas... que se saquen las caretas... es como que... los dos son muy enigmaticos especialmente Edward... y espero que salte alguna reaccion de el... no se... es muy raro...
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 6.
"¿Durmiendo con el Enemigo?"
"¿Durmiendo con el Enemigo?"
Por supuesto, cambié de tema de inmediato. No podía arriesgarme a que Edward volviera a hacer un comentario parecido y me pillara con la guardia baja. Aún cuando todavía me cuestionaba la connotación de su primer comentario, el tema para mi estaba zanjado; no quería hiperventilar al lado de Cullen y menos que notara que era por su culpa.
Con el tema pisado, olvidado y enterrado seis metros bajo tierra volvimos a hablar de banalidades: asuntos interesantes, lo admito, que iba conociendo de él (y supongo, él conocía de mi) pero que no iban más allá de su experiencia ese semestre en Chicago, su carrera, mi carrera…
Con eso nos dio la hora de cenar; sí, ya eran cerca de las nueve de la noche –¡Dios! Como volaba el tiempo. La ruta por la que viajábamos atravesaba un pueblito así que nos detuvimos en una de las esquinas donde existía una pequeña cafetería.
Era más bien un salón de té, un lugar muy mono, algo así como la pastelería de la abuela. El ambiente era cálido y olía a canela, los manteles estaban bordados y las cortinas tenían delicados encajes. Nadie más había en el lugar, estábamos solos y resultaba un panorama divertido; ya saben, Edward y yo esperando ser atendidos en aquel… cursi lugar. Bueno, que más daba, en nuestros planes seguía presente la idea de detenernos donde la suerte nos quisiera llevar, y un chocolate caliente con un trozo de tarta seguro nos haría más que bien.
No pude evitar sonreír al notar a la tierna anciana, la misma que estaba pintada en el letrero de bienvenida, que llegó a atendernos a la mesa. Edward me sonrió en complicidad cuando cayó en la cuenta de lo mismo:
–Estábamos por cerrar queridos, justo antes de que entraran –nos habló la dulce mujer– pero siempre he dicho, un trozo de pastel no se le niega a nadie, así que… díganme, ¿qué van a servirse en la casita de campo de Charlotte?
–Eh, un trozo de tarta sería estupendo –respondí.
–Tengo de arándano, de manzana con nueces y cheesecake.
–De arándano estará bien. ¿Edward?
–Yo me quedo con la de cheesecake.
–¿Algo caliente para tomar? Afuera está helando y les aseguro que será reconfortante.
–¿Un chocolate caliente? –pregunté mirando a Edward. Éste me observó un segundo –¡odiaba que me mirara de esa forma, me sentía expuesta!– y luego asintió–. Qu-que sean dos chocolates calientes –le dije a la mujer.
–Muy bien queridos, enseguida les traigo.
No tardé mucho en comer, me sentía culpable de retener a aquella mujer sabiendo que si no hubiésemos llegado, ella ya estaría en su casa calientita. Además, saber que ya eran las nueve y treinta me trajo cierta preocupación.
Prácticamente ya se nos había ido un día completo –porque mucho más no avanzaríamos hasta llegar al sitio donde decidiéramos dormir– y me asaltaba la duda si, con el ritmo que llevábamos, llegaríamos a tiempo a Forks, ya saben, para noche buena.
–¿Crees que tardemos mucho más ahora que nos desviamos de la autopista? –pregunté. Bien, no era exactamente preocupación pero algo en mi interior me recordó que como novia era correcto asegurarme que llegaría a tiempo a Forks para poder cumplir con mi palabra.
–Nos tardaremos más, eso seguro, pero no creo que más allá de medio día extra –respondió Edward tranquilo.
Bien, no era tan terrible, yo misma lo sospechaba. No es que la respuesta de Edward me sorprendiera ni mucho menos, de hecho, me extrañaba más saber que el tardarme medio día más o medio día menos, no me afectaba tanto como debía afectarme…
–¿Necesitas llegar antes? –la voz de Edward me sacó de mi letargo–. Si quieres podemos volver a tomar la autopista, no hay problema con eso Bella –su voz sonaba un tanto preocupada.
–No –reaccioné–. Digo… con tal de estar allá en noche buena –Edward me observó curioso. Es cierto, él no sabía de mi compromiso–: Cenaré con Mike y sus padres –me expliqué.
–Oh –y volvió a ocuparse de su postre–. Seguro no querrán perderse esa cita si es con una nuera de tu talla –agregó algo más despacio.
–¿Qué? –no pude evitar reírme de su comentario. ¿Había escuchado bien?–. ¿De qué talla estás hablando?
–Vamos, dijiste que Newton era… tu segundo novio, ¿no?, porque no contamos a Jacob en esto –añadió bromeando. Já, aún se divertía con el tema. Le dediqué una mirada de "muy gracioso" antes de dejarlo continuar–: y bueno, aunque lo contáramos, de seguro Billy como los padres de Newton o del otro chico con el que estuviste, te adoran –hizo una pausa y agregó–: yo lo haría –me paralicé y el chocolate en mi garganta provocó que me atragantara–. Ya sabes, si fuera tu suegro.
Cuando me recuperé de sus palabras y de la tos que aquello me provocó, al fin pude preguntar algo que en serio me extrañaba viniendo de, bueno, Cullen:
–¿Qué tengo yo de adorable? –¡vamos! Era gracioso, yo podía ser todo menos adorable. Eso seguro.
–¿Estás usando otra de tus preguntas? –preguntó Edward con seguridad.
Cierto, volvíamos al mismo jueguito –Eh… creo –dudé.
–¿Seguro quieres saber eso? –insistió.
¿Quería? Por lo visto para Edward era un desperdicio de pregunta. Una vez más me lo cuestionaba: ¿era conveniente insistir o no tenía mayor importancia? Tal vez Edward usaba la misma técnica mía: soltar algo de golpe para que uno se viera tentado a preguntar.
Esta vez sería cautelosa –No, no quiero preguntar –dije retractándome.
Edward me observó con ojos entrecerrados; luego comenzó a reír –No puedes hacer eso –se quejó entre risas–. Eres tramposa, ¿sabes? Pero esta vez lo dejaré pasar.
Mi mandíbula prácticamente de desencajó –Tú si que eres caradura. No soy yo la que juega sucio, te recuerdo.
–Entonces estamos a mano –agregó sonriendo mientras llevaba otro trozo de tarta a su boca.
¿Así de simple? ¿Él decía que yo era tramposa y tenía que aceptarlo? Estaba en shock y Edward frente a mi comía como si nada. ¡Este hombre era único!
–Hablábamos de Newton –me recordó invitándome a seguir con la anterior conversación. Ciertamente no sabía si reír o enfadarme por su actitud. Pero bien, puede que me resultara un poco, sólo un poco, graciosa la situación.
–Es cierto –admití finalmente– hablábamos de Mike, y te equivocas con respecto a sus padres, no me quieren mucho –le revelé.
–¿No te quieren? No deben ser entonces una pareja muy cuerda. Bueno, criaron a Newton así que eso explica mucho.
Este hombre no tenía pelos en la lengua –Obviaré tu último comentario. Con respecto a lo anterior, creo que no les gustó saber que con su hijo estudiaríamos en ciudades diferentes. Tal vez esperaban que por ser su novia le seguiría sin dudar.
Recordaba aquella vez, una de las pocas que estuve en casa de mi novio para cenar con sus padres, cuando me preguntaron si me iría a Nueva York a estudiar con Mike y del gesto poco amigable que esbozaron cuando la negativa acompañó a mi respuesta.
–¿No lo harías? –fue Edward quien me lo cuestionó ahora.
–¿Irme a otro lugar sólo por alguien?
–Si.
–No, creo que no –¿acaso para el mundo entero resultaba muy normal abandonar todo por alguien?–. Digo, yo tenía mis planes antes de conocer a Mike. Es complicado dejar todo atrás tan de improviso, por lo menos en este tipo de decisiones en que tienes todo armado, y pensar en hacerlas a un lado sólo porque- ¿tú lo harías? –tuve que preguntar porque el rostro de Edward no hacía más que reprochar mi respuesta.
–Lo haría.
No pude ocultar mi súbita impresión –¿En serio?
–¿Por qué no? –y escucharlo de su boca sonaba tan… simple.
–¿Aún cuando, no se, tienes ya elegida una carrera en una universidad? Supongamos quieres estudiar Arte en Nueva York por ejemplo y… y tienes planes de vivir cerca del Central Park, estando allá quieres conocer los alrededores, visitar los museos, las galerías y poder así adaptarte a ese estilo de vida. ¿Dejarías todos esos planes de lado sólo por alguien que acabas de conocer? No… no creo que sea lo mejor, digo, es repentino.
¿Quedaba claro mi punto? No era ser egoísta, pero ¿por qué tenía que ser yo quien cambiara sus prioridades? Desde que tengo idea de asistir a la universidad quise hacerlo en Chicago. Siempre había soñado con la vida en ese lugar, ¿y porque había conocido a Mike seis meses antes de mudarme tenía que botarlo todo a la basura?
–Tal vez… –Edward dudó de sus palabras–, más allá de dejar todo por alguien o de cambiar tus prioridades como en este caso –dijo viéndome a los ojos–, ese no sea realmente el punto.
–¿A qué te refieres?
–Tal vez… –volvió a tomarse unos segundos antes de continuar–, sólo porque era Newton no cambiaste tus prioridades. Quien sabe si el día de mañana quieras atravesar el país por irte con alguien. Tal vez, cuando conozcas a ese alguien, ya no te parezca una idea tan descabellada.
Ouch. Fue como un balde de agua fría. O peor, fue como estrellarse en el suelo sin llevar paracaídas, y sí que dolió. ¿Y que viniera Edward y me lo dijera? No, no podía tener razón, digo, no podía ser cierto o si no, ¿qué sentido tenía lo que estaba haciendo?
–Estoy atravesando el país por llegar a cenar con él –¿qué mejor argumento podía tener acerca de que Mike sí era mi prioridad?
–Tienes razón. Lo siento, no debí decir lo que dije –su voz sonó inquieta.
–No hay problema –le sonreí calmándome–. ¿Quieres comer algo más? Recuerda que yo invito –agregué cambiando de tema.
–No tienes que hacerlo, en serio.
–Edward, si pagas me voy manejando y, por cierto, me enojaré mucho –lo amenacé divertida apuntándolo con mi índice–. Un trato es un trato y no quieres tenerme de enemiga.
–Como tú digas Bella –y al fin sonrió.
–Voy a estar esperándolos pronto queridos –se despidió la señora Charlotte desde la puerta cuando salíamos del local–. Y cuando vuelvan –gritó cuando ya estábamos cerca del auto–, espero vengan con más tiempo y así le cuentan a esta vieja de su juvenil romance.
El rostro me ardió en cosa de segundo, o fracción de éste si se trataba de ser precisa –Nosotros no-
–Claro que volveremos con más tiempo –se me adelantó Edward–. Muchas gracias por todo señora Charlotte –y se subió al auto como si nada.
Y a mi, aún dada mi perplejidad, no me quedó más opción que subir también al carro junto a mi supuesto novio.
. . .
Y ahora estaba mirando el techo sin poder dormirme.
Luego de dejar el salón de té de la señora Charlotte, luego del extraño comentario de Edward sobre ser novios y de su tan simple argumentación –me dijo arriba del auto: ¿para qué quitarle la ilusión a la pobre vieja de que no somos novios?– habíamos terminado en una posada compartiendo cuarto.
¿Por qué no una habitación cada uno? El único lugar que encontramos fue una vieja posada alejada unos kilómetros al interior de la ruta por la que viajábamos. Los que hayan visto Psicosis de Hitchcock entenderán mi punto de por qué terminé pidiéndole a Edward alquilar una sola habitación con dos camas.
Sin televisión, a oscuras, lo único que podía hacer era darle vueltas a la anterior conversación que había tenido con Edward. Aquella que tanto había dolido…
Tal vez… –había dicho–, sólo porque era Newton no cambiaste tus prioridades.
Y seguía doliendo, y no por las razones que debía doler…
–¿Edward? –hablé en susurros por si dormía.
–¿Si? –escuché su voz, también despacio, proveniente desde la cama de al lado.
–Tal vez… tal vez tengas razón.
–¿En qué tengo razón?
Costó soltarlo pero finalmente salió –Puede que mi prioridad no haya sido Mike. Puede que mi prioridad no sea Mike –absurdamente creía que si subía la voz el mismo Mike me oiría–. Supongo que no creí concebible la idea de dejarlo todo por alguien sólo porque no sentí la necesidad de hacerlo cuando me ocurrió –era fácil hablar en esa oscuridad sin tener que ver el rostro de Edward ni intrigarme por su expresión–. Supongo que no me es difícil estar lejos de Mike.
Por eso dolía: estaba admitiendo que mi relación con Mike no era tan importante como debía serlo, ni que el mismo Mike lo era; sabía que él me esperaba y que yo no le correspondía como debía.
–No lo amas, ¿cierto?
–Lo quiero mucho –¿para qué seguir mintiendo? Tal vez lo había amado, pero ahora no lo hacía–. ¿Crees que es razón suficiente para estar con alguien?
–No me considero el más apropiado para contestar eso –la voz de Edward, aún en susurros, sonó algo ronca.
–¿Por qué lo dices?
–No creo poder ser imparcial. Sabes que no me agrada Newton así que mi primer consejo sería simplemente que lo dejaras –parece que a los dos nos servía conversar con aquella oscuridad: hacía rato había notado que a Edward no le gustaba Mike pero nunca lo admitió de forma tan directa.
–Eso. ¿Por qué no te agrada Mike?
–Yo me pregunto lo contrario: por qué te agrada.
¿Por qué lo hacía? Eso era simple –Es un buen chico. Es atento, me hace reír, me llama, cuando puede me visita; se preocupa por mí…
–Bueno, a mi no me llama, no me visita, menos hablar de que se preocupe por mi –podía sentir la sonrisa en la voz de Edward, y aquello me causó gracia.
–Vamos Edward –dije al fin–. ¿Hubo algún problema entre ustedes alguna vez?
–No, simplemente nunca nos llevamos.
–Deberías saber que es muy buena persona, si quisieras-
–No estoy interesado en ser su amigo, Bella. Nunca lo estuve y no lo estaré, y siento que sea así –se disculpó–. Además, tú más que nadie debe saber que yo tampoco le agrado.
No me lo estaba reprochando, y era cierto lo que decía: había tenido una conversación parecida con Mike, y en ese momento no defendí a Edward como defendía ahora mismo a mi novio –Tienes razón, no le agradas.
–Entonces, ¿que punto tiene? –preguntó y no sonaba molesto. Parecía tranquilo de no darle más vueltas a lo imposible.
–Pero yo pensaba igual que Mike –admití–, y estaba equivocada. Tal vez si llegaran a conocerse-
–¿Estás diciendo que te agrado? –me interrumpió. Se estaba volviendo una costumbre para Edward dejarme con el discurso a medias.
–No he dicho eso –no lo había dicho. Por lo menos, no con tan explícitas palabras.
–Si que lo dijiste.
–Piensa lo que quieras –lo desafié.
–Ya que te cuesta tanto admitirlo, lo peguntaré directamente. Quiero saber si ahora te agrado y no quiero monosílabos en respuesta; que sean por lo menos diez palabras las que ocupes.
¿Con que estaba obligándome a decirle que me agradaba? Es cierto, lo hacía: un día me había bastado para darme cuenta que había vivido con un prejuicio en relación a Edward. Y ahora el muy lindo quería escucharlo de mi propia boca. ¿Diez palabras quería? Diez palabras le iba a dar.
–Bien Edward, ¿quieres que te diga si ahora me agradas? –hablé lento remarcando cada una de las diez, ya cumplidas, palabras, y respondí finalmente con el mismo monosílabo–: Sí. Ahí tienes once palabras, cuenta esa última como un simple regalo.
Escuché a Edward soltar una risita –Ya te había dicho que eras mala, ¿no?
–Si querías saber más, debiste pedir al menos treinta.
–Lo tendré en cuenta para cuando quiera detalles de tu vida –se desquitó.
–Buenas noches Edward –dije volteándome hacia la muralla.
–Buenas noches Bella –fue lo último que oí antes de dormirme.
**************************************************************************************************
NOTA DE AUTORA
*Adaptado de la película "Durmiendo con el enemigo" (Sleeping with the Enemy, 1991) de Joseph Ruben.
(1) Spoilier sobre Psicosis de Hitchcock. La protagonista de la película es brutalmente asesinada en el baño de un solitario motel. Véanla, es un clásico y ¡es estupenda!
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Hey Citly gracias por el cap ,esta buenisima la historia me encanta como se esta armando y como se estan sincerando huele a amor mutuo jijijij
cariños Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Esto ya va empezando a tomar otro color... que va a terminar en un ROJO muy INTENSO jejejej...
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Wow....lo unico que puedo decir!!
Made- Cantidad de envíos : 23
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Re: "Por Carretera" (Completo)
uuiii esta muy chevere ellos vana terminar juntos pobre Mike hahaha eso q no esta super chevere la historia
lau- Cantidad de envíos : 29
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Re: "Por Carretera" (Completo)
DALE TIENES QE SUBIR MAS CAPISS ESTOY ANSIOSA X SABER QUE PASA
Qamiila Quinteros- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 7
"Los caballeros no las prefieren rubias"
"Los caballeros no las prefieren rubias"
Despertarme esa mañana fue algo bastante extraño. No por el acto de despertarme en sí (aquello tiene nada de extraño) sino por hacerlo en la misma habitación que Edward Cullen, en un motel a la orilla de una carretera en medio de Minnesota(1). Eso sí es extraño, no me lo pueden negar.
Y ahí estaba yo, sola en la habitación. La cama de Edward se encontraba desocupada y como la luz del baño parecía encendida no tuve que saber sumar 1+1 para deducir que el chico estaba ahí dentro (si no era él, entonces debería haber abandonado de inmediato la habitación). Bien, mucho no podía hacer si el baño estaba ocupado así que me recosté otra vez en la cama.
–Oh, buenos días –dijo Edward saliendo del baño al notar que ya me encontraba despierta.
Llevaba el pelo mojado y vestía jeans y un polerón azul cerrado. Y sí, venía vestido, no se pasen películas, y no es que yo esperara lo contrario, simplemente fue una aclaración. No me paso películas con Edward.
–¿Qué hora es? –pregunté quitándome la pereza.
–Van a ser las nueve –respondió Edward sentándose en la orilla de su cama, de frente a mi. Comenzó a ponerse calcetines.
Aproveché ese instante para arreglarme un poco el cabello, dentro de lo que se podía. No es que me interesara lucir bien ante Edward, lo hubiese hecho frente a cualquiera: no es agradable que te vean recién despierta hecha un desastre; digo, no es que me crea muy bonita ni mucho menos pero recién levantada, digamos que no es mi mejor momento.
–Tu celular estuvo sonando pero no quise despertarte –dijo mientras se ataba las zapatillas.
Tomé el celular del velador: tenía dos llamadas perdidas de Mike. Volví a dejarlo encima; lo llamaría cuando tuviera un tiempo a solas.
–Será mejor que me levante –dije de repente. Me había quedado pegada viendo a Edward atarse los cordones; porque sí, estaba mirando los cordones.
Me levanté de la cama –¡Dios! Sólo a alguien como a mi se le ocurre llevar una camiseta de Hello Kitty como parte del pijama (nota mental: rechazar este tipo de regalos de Reneé)– y me acerqué a buscar una toalla en mi bolso. Edward también se puso de pie.
–Iré a arreglar todo a recepción, así tienes tiempo para vestirte tranquila y podremos irnos cuando estés lista –dijo acercándose a la puerta del dormitorio–. No hay mucho para comer en este lugar, tendremos que buscar un sitio donde desayunar.
Está bien, no iba a ponerme a discutir a las nueve de la mañana por quien pagaba o no la estadía en el lugar; luego habría tiempo para arreglar eso. Simplemente asentí en respuesta y me dirigí al baño.
–Hey Bella –no alcancé a cerrar la puerta del baño cuando Edward volvió a hablarme–, bonito pijama –dijo sonriendo con aquella sonrisa y saliendo de la habitación.
Adivinen el color que adquirió mi rostro.
Un par de kilómetros más adelante nos detuvimos para desayunar. Era una fuente de soda de esas que se encuentran, también, a orillas de la carretera y que me hizo sentir como en una película, ya saben, la típica jovencita que se nos acerca en su vestido damasco y delantal blanco y nos ofrece waffles y café.
Aceptamos su recomendación y nos dispusimos a disfrutar de un buen desayuno. En ese momento mi teléfono celular volvió a vibrar: era Mike, otra vez. ¡Dios! Tendría que contarle todo lo del viaje junto a Edward.
–Vengo enseguida –dije levantándome de mi puesto. Edward esbozó una ligera sonrisa en respuesta.
–Hola Mike –saludé cuando ya me encontraba fuera del local.
–Hola cariño, ¿cómo estás? –me saludó alegre del otro lado de la línea.
–Todo bien, por suerte. ¿Tú? ¿Qué tal anda todo en Forks? –Mike había terminado sus exámenes unos días antes que yo y, por ende, sus vacaciones habían, también, comenzado antes; por eso él ya se encontraba en Forks. Además, de seguro, había sido mucho más responsable a la hora de comprar su pasaje de avión.
–Acá sigue todo igual, estoy esperando a que llegues cariño –sonreí al oír sus palabras: Mike era tan dulce conmigo–. ¿Cuándo viajas? –preguntó.
¡Demonios! Era la pregunta que estaba esperando pero que no deseaba responder. Pasaron unos segundos y al fin solté una fuerte bocanada cuando me di cuenta que había estado aguantando el aire.
–Ya estoy en camino.
–¿Vienes ya en el avión? –lo oí emocionarse.
Mordí mis uñas de forma inconciente analizando las palabras más adecuadas –No. Estoy viajando por carretera –dije al fin. Hubo silencio al otro lado de la línea–. Voy en camino junto a Edward. Ya sabes, Edward Cullen –aclaré.
No tenía sentido alargar más la incertidumbre: Mike conocía a Edward, habían sido compañeros más del tiempo que lo habían sido conmigo. Mike sabía que con Edward habíamos coincidido en la misma Universidad: se había cruzado con él en más de una oportunidad durante las cuales me visitó en Chicago. Sabía, por supuesto, que con Edward no nos llevábamos, o eso hasta donde estaba enterado.
–¿Por qué estás viajando junto a Cullen? ¿Y los pasajes de avión? ¿Por-? Bella, pensé que odiabas a Cullen –dijo Mike algo inquieto, y aún cuando podía estar segura que estaba enfadado o cerca de estarlo, él no me lo demostraba. No quise aclarar el asunto de "nunca odié a Edward Cullen", por lo menos no con Mike y menos por teléfono.
–Las cosas cambiaron hacia el final del semestre –dije volteándome a ver a Edward a través de la vidriera del lugar: éste seguía tomando desayuno; sonreí de forma inconciente–. Edward no es tan malo como pensaba. Como pensábamos –me corregí, y tampoco esperaba que lo comprendiera de inmediato, digo, una noticia así era difícil de asimilar–. Y con respecto a los pasajes, bueno, no encontré boletos para llegar a tiempo y él se ofreció a llevarme.
Hubo más silencio del lado de Mike.
–No me gusta que estés con él, Bells –volvió a hablar Mike otra vez con su dulce voz, la voz que ponía cuando se preocupaba por mí. Como no dije nada, continuó–: ¿Cuándo llegas?
–El veinticuatro.
–Bien. Te estaré esperando cariño. Cuídate, ¿sí? –dijo de forma cariñosa. Un nudo se formó en mi garganta: ¿por qué Mike tenía que comportarse de esa manera conmigo? ¿Por qué tenía que ser tan comprensible?
–Lo haré. Te dejo un beso –dije.
–Un beso para ti, amor –respondió cortando la llamada.
Me tomé unos segundos antes de volver a entrar al local para terminar mi desayuno: ya había pasado lo más difícil.
Edward me recibió con una sonrisa en la mesa. Con aquel gesto confirmé mis anteriores palabras: me había equivocado mucho con Edward. Si bien recién nos estábamos conociendo, lo que llevaba de conocerlo me estaba gustando, y mucho.
Terminamos de desayunar y nos dispusimos a comenzar, ahora sí, nuestro segundo día de viaje.
–¿Quieres conducir?
Salíamos del local cuando Edward me sorprendió con tal pregunta. No pude evitar girarme y observarlo extrañada.
–¿En serio? –tuve que preguntar–. ¿O es una broma? –era muy extraño que Edward, absolutamente de la nada, me ofreciera conducir.
–No, en serio –respondió sonriéndome–. Eso querías, ¿no? Ten –dijo extendiéndome las llaves de su carro.
Dudé otra vez. Edward, con las llaves en la mano, me instó a que las tomara.
Recibí las llaves pero no me moví: estaba perpleja. La actitud de Edward, en serio, me tenía sumida en la incertidumbre. Edward, en cambio, se acercó al auto por el lado del copiloto dispuesto a subirse.
–¿Qué ocurre? –preguntó al verme sin movilidad alguna: yo seguía de pie, estática, en el sitio donde me había entregado las llaves de su Volvo.
–¿Por qué el repentino cambio de actitud? –mi ceño se frunció. No es que desconfiara de Edward pero la duda me mataba.
Edward me observó un segundo.
–Es lo justo, ¿no? Yo pagué la estadía y el desayuno sin darte la oportunidad de hacerlo. Tú querías conducir, entonces es tu turno –dijo mostrando sus relucientes dientes al sol mañanero que nos alumbraba.
–Gracias –y sin poder contenerme, le sonreí de vuelta. Dando brinquitos llegué al auto (sí, parecía una niña pequeña pero no me pude contener) y me subí en el asiento del piloto. Edward, en el asiento de al lado, me observaba divertido.
–¿Qué? –pregunté cuando eché a andar el motor.
–Nada –dijo volviendo la vista al frente–. Es sólo que me ha hecho gracia verte así.
–Disculpa, ¿qué tengo yo de gracioso? –pregunté haciéndome falsamente la ofendida cuando salimos a la carretera.
–Verte celebrando de esa manera… el pijama de dibujos animados que llevabas esta mañana… –enumeró. Mantuve la vista en el camino esperando que el sonrojo en mis mejillas no se notara–. Es… es divertido verte en esa faceta sabiendo, bueno, lo testaruda que puedes llegar a ser.
Si mi mandíbula pudiese haberse desencajado de seguro lo habría hecho. Edward, así sin más, me soltaba que le yo le parecía testaruda. ¿Quién demonios se creía para decirme que yo era terca? Es cierto, a veces podía serlo; está bien, la mayor parte del tiempo lo era pero eso no le daba derecho a Cullen a decírmelo.
–¡Wow! No tienes pelos en la lengua para decírmelo –me encontraba de nuevo en esa situación en la que no sabía si reír o enojarme. Atónita, era el adjetivo.
–La verdad, creo que eres un poquito testaruda –dijo Edward de forma dulce intentando amenizar la atmósfera. ¡Já! Como si eso fuera a librarlo de mi réplica–. Pero eso no quita que tu personalidad sea interesante.
Adiós enojo o lo que fuera que estuviese sintiendo antes, bienvenida confusión.
–¿Piensas que yo soy interesante? –lo miré incrédula.
–¿Me lo estás preguntado? –¡Dios! Y allá íbamos otra vez con la maldita forma que tenía Edward de evitar las preguntas; pero no, esta vez no sería igual…
–No, no te lo estoy preguntando, lo estoy afirmando –respondí segura–. Dijiste que a pesar de ser terca mi personalidad era interesante. Eso significa que tú piensas que yo soy interesante.
Edward, esta vez, no respondió. ¿Había ganado? ¿En serio había ganado esta vez? ¡Wow! Me sentía tan… realizada.
–Tienes razón, creo que eres interesante –concedió Edward asintiendo sin verme.
Bien, mi emoción por haberle ganado a Edward no me permitió vaticinar eso: ¿qué hacía yo ahora ante tal afirmación? ¿Qué importaba que Edward pensara que yo tenía una personalidad interesante? Es más, ¿qué encontraba Edward en mí de interesante?
–¿Qué tengo de interesante? –le solté. No se de donde saqué las agallas para hacerlo pero terminé preguntándoselo, y no es que quisiera poner en conflicto a Edward, iba más allá de eso porque en serio, ¿qué podía ver de interesante en mí sabiendo el gusto que tenía de chicas?
–Ahora sí me lo estás preguntando.
¡Maldición! Este hombre no dejaba escapar nada.
–Bien. Entonces ocuparé una de mis preguntas –ahora tendría que contestar.
Pasaron unos minutos; lo primero que hizo Edward fue soltar un pesado suspiro. ¡Wow! Se que yo misma lo dije pero… ¿tan difícil era encontrar algo interesante en mí? Aquello no se sintió bien.
–Creo que eres una chica con la que se puede platicar –dijo, interrumpiendo mis cavilaciones–. Sabes mantener una conversación, y sabes mantenerla entretenida.
Bien. Su primera razón y no pude evitar sentirme sorprendida: ¿Edward Cullen encontraba que todas mis divagaciones –que no está demás recordar eran muchas– eran entretenidas?
–A pesar de ser terca –continuó. Y Cullen volvía a sacar el tema de "Bella, una chica terca"–, es divertido discutir contigo y es gracioso porque finalmente no puedes evitar ser una persona dulce.
Doblemente sorprendida: ¿Edward me encontraba dulce? En ese momento me reproché haber hecho la pregunta. No sabía si Edward me miraba o no mientras hablaba, yo tenía la vista más que clavada en la carretera. Y aún cuando con mi vista periférica podría haberlo notado, me prohibí preocuparme de lo que hacía mi copiloto: no quería enterarme de ninguna manera que Edward estaba al tanto de la vergüenza que me consumía. Sentía mi rostro arder mientras rogaba que Edward no hablara más, cosa que para mi mala fortuna, siguió haciendo…
–Y bueno, ya sabes, también eres muy bonita –finalizó.
Extra de último minuto: ¿Edward –el Edward Cullen– me consideraba bonita? No, mejor dicho, ¿muy bonita?
¿En qué maldito momento reclamé por querer conducir? Ahora reprochaba mi estupidez. Si no fuese al volante por lo menos podría esconder mi rostro viendo por la ventana lateral, pero no, Bella Swan quería manejar el Volvo.
–¿Quedaste conforme con mi respuesta? –preguntó Edward luego de mi evidente mutismo.
–Supongo. Digo, sí. Creo –no sabía que decir. Y si Dios era bueno, ahora mismo abría la carretera frente a mí y me tragaba.
Pero Dios ahora mismo estaba preocupado por otros. Respiré profundo. Vamos, Edward simplemente me había dicho bonita, no era algo tan importante, por lo menos no era necesario de mi parte todo el escándalo interno que estaba haciendo. Volví a tomar otro respiro.
–Gracias –dije al fin–. Digo, por lo que dijiste –di una rápida mirada a Edward.
–No tienes que agradecer nada Bella –respondió sin modestia–. Es simplemente lo que pienso.
Asentí varias veces sin saber que más decir.
–¿En serio piensas que soy bonita? –solté de repente. ¡Dios! ¿Qué había sido aquello? Por un lado estoy rezando para que el tema de conversación cambie ya y vengo y le hago tal pregunta; una parte de mi cerebro tiene que ser, de forma urgente, tratada.
Y bueno, como ya había soltado la pregunta, no me quedó más que esperar la respuesta. Escuché a Edward soltar una risita a mi lado; de seguro había notado la emoción con la que formulé mi pregunta.
–Esa sería otra pregunta Bella –dijo Edward ya calmado revolviéndose el cabello–, pero como ya lo dije, sí, en serio pienso que eres bonita. Muy bonita, de hecho –afirmó, y esta vez quien estaba avergonzado no era yo precisamente.
Sonreí en acto reflejo: Edward Cullen pensaba que yo, Isabella Swan, era bonita. ¡Wow! Mi ego voló por los cielos.
–Me ayudas con indicaciones –ahora si cambié de conversación: el silencio que vino luego de que Edward me dijera bonita –muy bonita, de hecho– fue suficiente para entender que el tema estaba más que terminado.
–Seguro –dijo Edward sacando el mapa de la guantera–. Bien. Vamos por la… 71 y acabamos de dejar el pueblo de Mountain Lake –estudió unos minutos el mapa; fueron varios en verdad–. Sigamos por esta misma y cuando lleguemos a la estatal 14, la tomas hacia la izquierda y seguimos por esa(2).
–También la 30 más adelante –comenté al fijarme en un cartel que anunciaba la carretera 30 unos kilómetros más al norte.
–La 30, la 30… –Edward volvió a fijarse en el mapa. Era divertido escuchar como el papel sonaba donde lo movía de un lado para otro; y varios minutos después–. La 30 se acaba hacia el oeste. La 14 sigue hasta casi la mitad de Dakota del Sur. Esa nos servirá por varios kilómetros.
–Está bien, entonces será la 14 –mucho más no podía discutirle: yo iba al volante y él era el del mapa.
Edward guardó el mapa y otra vez se hizo el silencio, y aún cuando había puesto música –la potente voz de Bruce Springsteen nos acompañaba– la atmósfera que se había creado al interior del auto era extraña. Incómoda no, pero tenía la leve sospecha que en la cabeza de Edward también seguían latentes las palabras de nuestra anterior conversación.
Hubo un momento en que me volví a verlo un segundo y Edward también me miró: ambos nos soltamos a reír.
–Sabes… –dije luego de darle varias vueltas a una idea en mi mente. Mi voz sonó suave, dentro de lo que pude aguantar–, yo también pienso lo mismo de ti.
¿Conocen aquel comercial de MasterCard(3)?
Bien, un Volvo como el de Edward: 15 millones de pesos.
Una noche en una suite 5 estrellas: 250 mil pesos.
Un almuerzo buffet en el restorant más elegante: 16 mil pesos(4).
La expresión de Edward ante mis palabras: no tiene precio.
De seguro que no se esperaba tal declaración porque la cara con la que me contempló era de mucha –en serio mucha– impresión. Y ya no pude aguantarme la risa:
–También pienso que eres muy testarudo –aclaré soltando una enorme carcajada. Era genial tener, aunque fuera una vez, el control de la situación.
Edward también soltó una risotada. Se cubrió el rostro con las manos mientras intentaba calmarse, se despeinó el cabello varias veces y terminó subiéndole el volumen a la música.
Y aún así seguía riendo.
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NOTA DE AUTORA:
*Adaptado de la película "Los caballeros las prefieren rubias" (Gentlemen prefer blondes, 1953) de Howard Hawks.
(1) Minnesota es un estado de Estados Unidos. Según la ruta que siguen Edward y Bella para ir de este a oeste (de Chicago, Illinois hasta Washington) atraviesan varios estados, entre esos Minnesota.
(2) 71, 14, 30.. son rutas estatales y carreteras de Estados Unidos. En verdad existen, pero para entender el fic no es realmente necesario entender por donde van.
(3) MasterCard es una tarjeta de crédito bancaria.
(4) Los valores puestos ahí son según el peso chileno.
Citly Patzz- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Que duo este... pero me hicieron reir bastante!!!... igual sigo esperando por más... se estan haciendo rogar, por dios que le saque mas informacion a Edward... quiero maaassss!!!
Ebys Cullen- .
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Hey yo tambien quiero mas !!!!!!!!!!!!! me encanta esta pareja
besos Nejix
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Re: "Por Carretera" (Completo)
este fic esta super mega divertido sugue subiendo mas capis no tardes pliisssss
ssiiiiiiiiii.
ssiiiiiiiiii.
isabel- Cantidad de envíos : 23
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Re: "Por Carretera" (Completo)
Capitulo 8
"Fiebre de domingo por la noche"
Almuerzo en Subway(1) –ni Edward ni yo pudimos resistirnos a aquellos sándwiches cuando vimos el cartel en el camino que anunciaba un local en el pueblo siguiente– y de vuelta al volante en el Volvo de Edward."Fiebre de domingo por la noche"
Yo no se lo pedí pero cuando Edward me preguntó si quería seguir conduciendo (vale decir que él volvió a pagar la cuenta), mi enorme sonrisa dejó en evidencia las ganas que tenía de hacerlo; porque sí, conducir el Volvo de Edward era otra cosa. Cuando viví con mamá en Phoenix nunca tuve necesidad de manejar, todo estaba muy cerca, y cuando me mudé a Forks, Charlie con todo su amor de padre protector me compró un monovolumen enorme a prueba de bombas que me cuidara de cualquier potencial accidente. No es que no me guste mi monovolumen, lo adoro en serio, pero el Volvo de Edward es diferente en tantos aspectos. Se siente estable, es suave y veloz y el ronroneo del motor es hipnotizante. Totalmente increíble.
Por eso seguí al volante. Edward, por otro lado, resultó un estupendo copiloto: era más eficiente resolviendo las rutas de viaje (no era el mejor para nada, pero era más eficiente que yo), me conversaba en todo momento y sabía escoger buena música.
Eso porque escuchábamos de la mía (sólo es una broma: el gusto musical de Edward ha sabido sorprenderme). Queen otra vez. Y esta vez mi favorita: I want to break free(2).
No me resisto a cantarla cada vez que la escucho, y en lo que iba del viaje ya había pasado cosas más vergonzosas ante Edward así que simplemente me dejé llevar.
–"... I want to break free from your your lies, you're so self satisfied, I don't need you. I've got to break free..." –vi por el rabillo del ojo como Edward me miraba y sonreía. Me volteé a él de forma rápida mientras seguía cantando muy resuelta y divertida–: "... God knows, God knows I want to break free" –sintiéndome una estrella.
Soltó una risita que no alcanzó a resonar mucho bajo la potente voz de Freddy Mercury y la mía. Le subí un poco más al volumen y para la mitad de la segunda estrofa Edward ya no se había podido negar a la potencia y genialidad de tal canción.
–"But I have to be sure, when I walk out that door. Oh, how I want to be free baby. Oh, how I want to be free. Oh, how I want to break free(3)" –era un panorama divertido y surrealista: nunca en mis más remotos pensamientos llegué a concebir la idea de llevarme bien con Edward. Si eso no ocurrió, menos creí que alguna vez estaríamos ambos arriba de un automóvil cantando tan desaforados, riéndonos y disfrutando. Y así estaba pasando: irreal de alguna manera pero real en todas sus formas.
–Esa es la mejor canción de Queen –comenté luego que hubo terminado nuestra performance por la carretera.
–Es un buen tema pero me gusta más Bohemian Rhapsody –agregó Edward bajándole a la radio–. Ya sabes "Galileo, Galileo".
Me eché a reír al oírlo imitar la aguda voz de Freddy Mercury –Es cierto. Es que en realidad tienen muchas buenas canciones –ahora mismo sonaba Don't stop me now– pero me quedo al final con ésta: I want to break free.
–¿Es la letra, no? ¿Te identifica, cierto?
–Supongo que ese es el plano que me cautiva –ya sabía que Edward podía ser muy observador. Pues tenía razón, el contenido y la fuerza con la que cantaba el señor Mercury me identificaban.
–¿De qué tienes que liberarte? –preguntó Edward curioso.
–No. No es que sea prisionera de algo, para nada –respondí riendo. No era precisamente eso lo que me identificaba de la canción; era algo más–, pero… me gusta entender el mensaje como "se decidido". A ver, como te explico… no hay que pensar tanto las cosas –Edward me escuchaba atento–. Ya sabes, si quieres hacer algo, sólo hazlo.
–Atreverse –añadió.
–Claro. Atreverse –respondí abstraída. Eso era, atreverse.
–¿Lo haces? –preguntó luego de unos minutos en los que permanecimos en silencio.
Sonreí frustrada –Ahí está la paradoja, no soy precisamente lo que una chica atrevida se refiere –solté un suspiro–. Supongo que por eso me gusta la canción, me hace sentir que no es tan difícil y me provoca que alguna vez podré hacer las cosas sin cuestionármelas tanto.
–¿Eres muy racional?
–A veces soy demasiado racional –asentí varias veces. Lo era. Tenía un caso crítico de Razonalitis agudo.
–Pero a ver, ¿cuál ha sido la mayor locura que has hecho? –inquirió Edward acomodándose en el asiento de forma de poder verme más fácilmente.
¿Mi mayor locura? No eran muchas la verdad. Ah, ya lo recordaba…
–Anduve en moto –se me escapó una sonrisa cuando respondí–. Jake me invitó a correr en moto y, luego de pensármelo bastante, accedí. Que puedo decir, menos mal que lo hice, fue una sensación única, nunca me había sentido tan liberada –por eso sonreía: recordar la sensación que sentí fue como vivirla de nuevo.
Edward empezó a reír –Es que si se trata de atreverse y simplemente hacer las cosas, Jacob es el indicado. Ese perro nunca mide consecuencias, él sólo vive la vida a concho y eso es algo… admirable en cierto sentido –concedió.
–Es cierto, lo hace –por eso mismo Jake se había convertido en mi mejor amigo: estar con él significaba poder quitarme el peso de las cosas que me estaban molestando. Podía olvidarme de cualquier problema porque Jake hacía ver todo tan simple; era mi opuesto, y sí que nos complementábamos. Luego de nuestro, ya saben, triple affaire, habíamos logrado continuar de amigos, menos mal, porque no imaginaba mi vida sin Jake en ella, esto aún cuando la Universidad hubiese provocado que nos distanciáramos–. En fin, en mi caso supongo que siempre termino escogiendo la estabilidad. Digamos que el tener valor no es lo mío.
–Pero aceptaste venir conmigo aún cuando yo no te agradaba y la relación entre nosotros digamos que era nula –dijo Edward intentando hacerme ver lo contrario–. Y hablamos de un viaje de días, no es algo menor. Si eso no es atreverse, no se que puede ser.
Me sentí un poco cohibida en el sentido que era lindo escucharlo halagarme. Lo observé y fue ahora una sensación de vulnerabilidad ante su mirada: sus ojos me veían con… ¿admiración? y su sonrisa se sentía tan… sincera.
Fue la primera vez que sentí un cosquilleo, y no cualquier cosquilleo, de esos que hay que saber mantener cautivos si no quieres consecuencias.
. . .
–Bella, te digo, quedémonos en este.
–Pero estoy segura que debe haber algún hostal por otro lado. Este lugar saldrá mucho más caro y estoy segura que no me dejarás ayudarte con el gasto.
Edward, sin hacer casos a mis réplicas, había terminado estacionándose fuera del Motel Super 8 en el pueblo de Belle Fourche(4) (porque sí, el último tramo desde la cena lo había recorrido él al volante. Dijo que era muy tarde para que yo condujera. ¡Hombres!). Es cierto, no era el lugar más lujoso existente pero si bastante elegante lo que elevaría la tarifa varios dólares más que en cualquier otro sitio. Pero bien, si Edward decía que yo era terca él lo era diez veces más porque ahora estábamos ante el mostrador de dicho hotel esperando para hacer una reservación.
–Buenas noches. Bienvenidos al Motel Super 8, ¿en qué puedo ayudarlos? –dijo una joven llegando al mostrador luego que le diéramos al timbre sobre el mesón. Cabe decir que le sonreía de sobremanera a Edward sin atender a mi presencia. ¿Es que en cada lugar que paráramos habría acaso una joven libidinosa que se encantara con este hombre? Porque estaba empezando a molestarme, en serio.
–Hola. Queremos reservar… ¿una habitación? –preguntó Edward viéndome dudoso. Claro, la noche anterior yo le había pedido que durmiéramos en el mismo cuarto pero ahora no le había mencionado nada sobre seguir haciéndolo. Lo cierto es que lo prefería, era una noche, nos ahorrábamos dinero y podíamos hacernos compañía. Asentí en respuesta y Edward sonrió. Se giró otra vez a la recepcionista–: una habitación.
–¿Dormitorio matrimonial? –preguntó la joven mientras registraba datos en su computadora. Sentí un calorcito subir por mis mejillas: ¿enserio parecíamos pareja?
Edward manteniendo la calma respondió –No. Dos camas individuales por favor –le entregó su tarjeta de crédito. Luego hizo un disimulado gesto con la mano indicándonos a ambos y agregó en susurros (y con una expresión de lástima grandiosa en su cara)–: estamos peleados. Ya sabes, es… una discusión reciente –quedé en shock, y este fue mayor cuando la recepcionista se volteó a mi y me vio con verdadero odio (en serio, sus ojos echaban llamas) antes de volver con su trabajo en el computador, dedicándole en el camino una sonrisa de absoluta compasión a Edward. Este no soltó una carcajada solamente porque quería seguir con el jueguito de "somos una pareja con problemas" donde él era la víctima, aún así no dejaba de verme divertido.
¿Ah si? ¿Entonces yo era la villana de la película? Eso ya lo veríamos…
La chica le extendió la tarjeta de la habitación a Edward (seguía ignorándome la muy maldita) –Segundo piso, habitación 12, Edward –dijo con la misma cara de boba inicial a lo que Edward respondió con su tan encantadora sonrisa torcida; sentí un ardor en mi estómago.
Me adelanté y le arrebaté la tarjeta a la muchacha –No le sonrías tanto linda –dije con repentina superioridad. La chica me miró asustada y Edward sonrió encantado ante mis repentinos "celos"–: acabo de sorprenderlo con otro hombre así que no te servirá de mucho –finalicé. Salí de recepción no sin antes preocuparme que Edward notara mi expresión de total satisfacción. Bella 1- Edward 0.
–Ese si que fue un golpe bajo Isabella –me recriminó Edward entrando a la habitación y sentándose en su cama. Yo estaba recostada en la mía haciendo zapping por los pocos canales con los que contábamos.
–¿Acaso no le gustaban lo hombres que experimentan en las relaciones? –pregunté haciéndome la inocente.
Edward rió más fuerte –Comprendió que con tu complicado carácter prácticamente me lanzaste a los brazos de mi amante –fui yo quien ahora se sumó a las risas.
–¿Estás muy agotada? –preguntó de repente.
–No, digo, igual es bastante temprano –recién eran las nueve y treinta de la noche. Habíamos decidido quedarnos en este pueblo porque el siguiente que aparecía en los mapas suponía varias horas más de viaje y no queríamos arriesgarnos a no encontrar hospedaje en el camino.
–Bien –dijo Edward poniéndose de pie–. Entonces vendrás conmigo.
–¿Qué? –al fin quité mi atención del televisor.
–Vamos a salir –dijo rebuscando en su maleta–. Será mejor que te abrigues. Nos vamos en cinco minutos.
–¿Me dirás siquiera dónde estás llevándome? –pregunté poniéndome de pie y apagando el televisor. Edward se acercó a la ventana y me hizo un gesto para que me aproximara. Corrió la cortina y me indicó un lugar en la otra esquina de la cuadra–. Está bien –accedí sin saber que más decir; aún no asimilaba muy bien la idea de salir a divertirme junto a Edward Cullen.
Al frente del motel donde estábamos quedándonos había un Bar Karaoke muy pintoresco. Era pequeño, de aspecto muy rural y bastante tradicional: ya saben, una barra, varias mesas y una plataforma donde se llevaba a cabo el karaoke para quien quisiera participar. No se encontraba muy lleno, habría si acaso doce personas en el lugar; bueno, era día domingo.
Edward me guió a un extremo de la barra y tomamos lugar ahí. El cantinero se acercó a nosotros y nos ofreció para beber. Terminamos escogiendo un par de cervezas más que mal al otro día teníamos que seguir con el viaje y tendríamos que saber, y poder, levantarnos.
–Un brindis –Edward tomó su botella–. Por la evolución que ha tenido nuestra relación –dijo muy ceremonioso– y porque ahora te agrado –agregó viéndome a los ojos.
–Así es, porque pasamos de la indiferencia a estar compartiendo ahora una cerveza –reafirmé sonriendo. ¿Y qué? Era definitivamente un hecho por el que brindar.
–Y porque la relación siga mejorando –añadió. Chocamos las botellas y cada uno tomó de la suya.
–Si sigues dejándome escoger música, estoy segura que lo hará –bromeé.
En ese momento el celular de Edward comenzó a sonar. Se fijó en el visor –¿Me disculpas un minuto? –preguntó excusándose. Asentí y Edward se retiró. Admito que me entró duda por saber quien podía estar llamándolo, digo, para que Edward tuviese que retirarse a hablar… bueno, daba igual. Solté un largo suspiro e inevitablemente dejé escapar una sonrisa: era tan extraño todo lo que estaba pasando. Tomé otro sorbo de mi botella.
–Buenas noches, ¿puedo invitarte un trago? –dijo una voz masculina a mi lado que claramente no era la de Edward: se trataba más bien de un tipo como de mi edad bastante agraciado, y no es que sea prejuiciosa pero de seguro creía que sólo por eso podía llegar con esa actitud a mi lado.
–Tengo, gracias –respondí secamente. ¿Acaso no era obvio? O sea, estaba tomando una cerveza.
–¿Por qué no? –insistió el tipo tomando asiento al otro lado mío–. Es sólo un trago.
–Estoy con alguien –respondí adusta girándome al lado contrario; Edward no se veía por ningún lado.
–Yo veo a nadie por aquí –dijo fijándose también alrededor–. Soy Xavier –se presentó–, ¿puedo saber tu nombre? –no respondí. Tomé otro sorbo esperando cayera en cuenta de mi indiferencia–. ¿Por qué tan silenciosa?
–Ya te dije, estoy con alguien –respondí y ahora sí lo enfrenté molesta.
–Sólo un trago. Vamos, no me vas a rechazar –que no era prejuicio lo mío, por lo visto el jovencito no acostumbraba a rechazos.
–Acabo de hacerlo –me burlé.
–Parece que tu compañero se esfumó –volvió a sacar a colación el que seguía estando sola–. Si yo fuese ese alguien no te dejaría así, tan solita.
–Yo no estoy sola –respondí perdiendo la paciencia–, estoy con mi novio así que si no te importa vete porque él está por llegar y no le gustará verte aquí.
–Un solo trago –insistió.
–Ella ya te dijo que te fueras –y esa voz si que la conocía: me volteé y ahí estaba Edward; exhalé relajada. Mi mirada se paseó veloz de él al otro tipo, Xavier, que seguía en el mismo sitio.
–Ya sabes linda, si te aburres estaré por ahí –dijo coqueteándome. ¡Dios! ¿Es que no se daba por vencido? Al levantarse miró a Edward con altanería.
–Ni se te ocurra volver a acercarte a ella, ¿entendiste? –amenazó Edward fulminándolo con la mirada. Xavier sonrió pedante y se perdió por el lugar.
Cuando al fin pude mirar a Edward simplemente solté un "gracias".
–¿Te hizo algo? ¿Te dijo algo? –preguntó preocupado ocupando su puesto; pude notar que aún intentaba fijarse por donde se había ido Xavier.
–No, no me hizo nada.
–¿En serio? Siento haberte dejado sola, no se que estaba pensado. Te invito aquí y… y te dejo por el teléfono, no debió ser así –se recriminaba sin parar.
–Edward tranquilo, no ocurrió nada –alcé mi voz sobre sus palabras–. Simplemente era un tipo patético y egocéntrico que no entendió que lo estaba rechazando –dije intentando quitarle peso al actual escenario–. En serio, estaba controlando la situación –y mi segura sonrisa pareció tranquilizarlo porque pude hacerlo sonreír. Fue ahí cuando recordé la manera en que intentaba controlar la situación. Tomé otro sorbo de mi cerveza como excusa para dejar de ver a Edward–: ¿estabas hace mucho aquí? Digo… cuando hablaba con Xavier –pregunté fingiendo desinterés.
–No, acababa de llegar, ¿por qué? –habló Edward confundido.
–Por nada –respondí aliviada: por suerte no me había escuchado tratarlo como mi novio. Está bien, una cosa es que Edward jugara a que éramos novios (ni idea porqué lo hacía pero bueno, cosa de él) y otra muy diferente es que yo lo hiciera por mi cuenta. Que naciera de mi me avergonzaba mil veces más porque, no sé, Edward podía sacar conclusiones erróneas. Además, yo tenía novio.
–Y bien, ¿vas a cantar? –Edward me sorprendió mirando a la muchacha que en ese momento interpretaba Papa don't Preach(5) sobre la pequeña plataforma.
–¿Cantar? No, por supuesto que no.
–Entonces, ¿qué sentido tiene venir a un bar karaoke?
–¿Tú has cantado en un karaoke? –pregunté sorprendida.
Edward soltó una risa –Si tienes una hermana como la mía, créeme, es imposible poder haberse negado a hacerlo –fue graciosa su respuesta. Recordaba algunas cosas de cómo era Alice en el colegio por los comentarios que oía mas nunca la conocí personalmente.
De todas formas me negué –Bien. Tú quisiste venir, canta tú si quieres.
–Claro que lo haré –dijo Edward muy relajado–, pero sólo si tú también te subes ahí –apuntó el escenario donde la chica-Madonna se despedía ante los aplausos del público.
–Entonces creo que ninguno de los dos lo hará –sentencié. Estaba segura que antes de poder siquiera tomar el micrófono y cantar moriría de la vergüenza. Ya me imaginaba las portadas de los periódicos al otro día, sería el primer caso a nivel mundial: "joven muere por tomar un micrófono".
–¿Y lo de querer hacer cosas diferentes? ¿Hacer cosas sin pensar y ser más impulsiva como dijiste hoy? –dijo Edward recordando nuestra conversación de la mañana–. Se que no es andar en moto pero, vamos, es tu primera oportunidad, no la desaproveches –me alentó, y la forma en que lo dijo me resultó una sincera invitación a probar cosas nuevas.
–Se lo que dije pero… ¿cantar? –dudé–. Cuando hablé de aquello la idea de cantar definitivamente no estaba en mi cabeza. Yo… yo no canto –¿ese era mi mejor argumento?
–Si cantas, en el auto lo hiciste –me recordó Edward con una sonrisa.
–Pero en el auto estabas sólo tú, nadie más tenía que oírme. Acá hay… hay como quince personas –dije echando una rápida mirada al lugar.
–Exacto –reafirmó Edward–. Acá hay como quince personas a quienes no conoces, sólo me conoces a mí y yo ya te oí cantar –agregó con tranquilidad–. Y pienso que lo haces muy bien –finalizó dándome confianza.
–También conozco a Xavier –me quejé con voz de niña pequeña cubriéndome el rostro. Edward rió a mi lado. ¡Demonios! ¿Por qué sentía que tenía razón? Aquello era algo totalmente ajeno a mí y aún así Edward me hacía creer que yo podía hacerlo. Recordaba con tanto ahínco mis palabras e intentaba convencerme de que era el momento de probar, atreverme, liberarme y… divertirme.
–¿Entonces? –susurró quitando con delicadeza una de mis manos que cubría mi rostro; era la primera vez que Edward me tocaba tan directamente. Me sorprendí ante el contacto cálido de sus manos y aquella misma cosquilla de la mañana se permitió otra vez la libertad de corretear por mi estómago sin mi consentimiento.
Me incorporé al instante y Edward cortó de inmediato el contacto –¿Qué gano? –inquirí como si nada.
–¿Qué ganas? –Edward se sorprendió ante mi petición.
Está bien, admito que me estaba interesando la idea de olvidarme de todo y simplemente hacerlo. Los nervios seguían presentes, es cierto, pero se me estaba dando la oportunidad, ¿no? Aún así, era oportuno que Edward siguiera creyendo que me estaba convenciendo; no quería seguir dándole la razón.
–Si quieres que me suba a esa plataforma, tome ese micrófono y cante ante toda esa gente –dije indicando cada uno de los elementos mencionados–, puedo hacerlo –accedí–, pero algo debo ganar a cambio.
La sonrisa de Edward era de incredulidad, su cabeza se movía de un lado a otro meditando mis palabras. Puso sus manos sobre la cabeza, soltó un largo suspiro y dijo al fin como derrotado –Bueno, lo único que puedes ganar sería… complacer a tu lindo novio –dijo poniendo cara de perrito.
Mis ojos se abrieron como platos al asimilar sus palabras y el calor en mi rostro aumentó a mil, lo que significaba que ya era un tomate en escena. Abrí la boca para responder pero volví a cerrarla al no saber que decir. Los papeles se invertían: ahora era yo quien estaba estupefacta y el rostro de Edward no daba más de aguantar la risa.
–Dijiste que no me habías escuchado –alegué dándole un golpe en el hombro.
Edward se frotó el lugar donde había ido a caer mi puño y riendo (aún) se defendió –Oí sólo lo último, la parte que en que decías que estabas aquí… con tu novio –se mofó.
–Mentiroso –lo acusé con mi mejor expresión de amenaza.
Y el chico simplemente disfrutaba –Me la debías, ¿recuerdas? ¿En el auto y en la recepción? –me regaló una última sonrisa coqueta–: Vamos, ¿qué me dices querida? ¿Cantarás para mí?
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NOTA DE AUTORA
*Adaptado de la película "Fiebre de sábado por la noche" (Saturday Night Fever, 1977) de John Badham.
(1) Subway es un restaurant de comida rápida que se caracteriza por vender todo tipo de sándwiches muy grandes.
(2) Creo que yo lo había mencionado pero acá son casi protas del capítulo: Queen es una banda, Freddy Mercury es su vocalista (su registro llega a unos agudos impresionantes). I want to break free, Bohemian Rhapsody y Don't stop me now son sólo algunas de sus muy buenas canciones.
(3) Traducciones: "... I want to break free from your your lies, you're so self satisfied, I don't need you. I've got to break free..." "... Quiero liberarme de tus mentiras, eres tan autocomplaciente, no te necesito. Tengo que liberarme..."; "... God knows, God knows I want to break free" "... Dios sabe, Dios sabe que quiero liberarme"; "But I have to be sure, when I walk out that door. Oh, how I want to be free baby. Oh, how I want to be free. Oh, how I want to break free" "Pero debo estar seguro, cuando salga por esa puerta. Oh, como quiero ser libre nena. Oh, como quiero ser libre. Oh como quiero liberarme". Escúchenla, es mil veces mejor de lo que se lee (8)
(4) El Motel Super 8 de Belle Fourche realmente existe. No es de mi imaginario xD Por lo visto, es una cadena de moteles a lo largo del país.
(5) Papa don't Preach es un éxito de Madonna, por eso después nombro a la niña del karaoke chica-Madonna.
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