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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
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LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
El rico y poderoso Edward Cullen no había necesitado a nadie en toda su vida. Ahora se estaba quedando ciego y tenía que revelar su secreto más profundo a una mujer que en otro tiempo pasaba desapercibida para él: la tímida Isabella Swan
El rico y poderoso Edward Cullen no había necesitado a nadie en toda su vida. Ahora se estaba quedando ciego y tenía que revelar su secreto más profundo a una mujer que en otro tiempo pasaba desapercibida para él: la tímida Isabella Swan
CAPITULO 1
-Da media vuelta. Vete a casa. Esto puede salir muy mal. ¿En qué estaba pensando cuando decidí hacer esto?-
Isabella Swan intentó parecer tranquila mientras el ama de llave de Oak Shores la precedía por la mansión de Edward Cullen en Chicago, pero sus pensamientos no parecían dispuestos a seguirle el juego
Se dijo que debía seguir andando. Aquella oportunidad era demasiado buena. No podía dejar que la estropearan recuerdos incómodos.
-¿Cómo dice?- preguntó el ama de llaves
Bella parpadeó. ¿Había pensado en voz alta? Tal vez
-La casa es hermosa- dijo, procurando controlarse- Lo había olvidado-
En realidad, nunca había estado dentro. Ni siquiera en el jardín ni en el largo camino de la entrada bordeado de robles. De hecho, sólo había podido ver la casa de lejos en invierno, cuando caían las hojas.
La mujer asintió.
-Sí, no hay otra igual. El señor Cullen está en la biblioteca, justo por aquí. La espera- señaló unas puertas enormes de caoba y volvió a su trabajo
Bella se quedó delante de las puertas y se alisó la falda azul marino con las manos. Era tonto estar nerviosa. Apenas había conocido a Edward diez años atrás. Habían intercambiado una docena escasa de palabras aparte de hola y adiós. Eran de clases sociales diferentes y lo tenían todo diferente. Había sido una relación inexistente.
Excepto porque ella había estado enamorada en secreto de él hasta…
Su rostro enrojeció de vergüenza. Respiró hondo.
Aquello era agua pasada y él no se acordaría. Y si se acordaba, daba igual. Necesitaba el puesto que Edward tenía libre. El destino parecía haberla ayudado el mes anterior, pero luego había vuelto a quedarse sin suerte. Los acreedores no dejaban de llamar y todos sus planes corrían el riesgo de evaporarse si no hacía algo rápidamente.
Sintió náuseas. La idea de presentarse ante Edward y mostrar su desesperación mientras él la juzgaba le hizo recordar la época del instituto, donde nunca había conseguido integrarse.
Pero de eso hacía mucho. Ahora ya no estaba siempre violenta como entonces. Había cambiado.
Y al parecer, Edward también. A lo grande.
Bella recordó lo que había oído y cerró los ojos. Intentó no pensar en cómo había sido él en otro tiempo con aquella mirada que desarmaba y su modo salvaje de hacer que las chicas se lo perdonaran todo. Brillante, rápido y siempre de paso, había sido el chico más vital que ella había conocido nunca.
Y ahora era…
Bella se dijo que no debía pensar en eso. Si lo hacía, no podría seguir adelante.
Y tenía que seguir. Era preciso. La situación de Edward no la incumbía. Además, ya no era el chico que la tenía loca. Sólo era un hombre que tenía un trabajo, alguien que podía ayudarla o arruinarla y no serviría de mucho quedarse fuera de la biblioteca. Si no demostraba a Edward que era la mejor, si no lo convencía de que la contratara…
Perdería todo aquello por lo que había trabajado.
Los sueños lejanos que la habían hecho seguir adelante el último año no se materializarían nunca.
-No permitiré que ocurra eso- susurró
Otra vez no. Ignoró los latidos fuertes de su corazón y sus recuerdos desafortunados. Respiró hondo, empujó la enorme puerta de caoba y se dispuso a enfrentarse al pasado.
Edward se levantó de la mesa donde estaba sentado cuando se abrió la puerta. Su ama de llaves lo había llamado para decirle que Bella había llegado hacía unos minutos y él se preguntaba por qué no se había presentado todavía.
Aunque tampoco se lo preguntaba mucho, pues imaginaba que se necesitaba valor para ver a un viejo conocido en esas circunstancias. Pero se negaba a examinar sus circunstancias. Por ese camino había demasiados sentimientos peligrosos, algo que había aprendido a evitar. Habría preferido alguien que no lo hubiera conocido antes, pero a Bella la enviaba su prima Rosalie, una vieja amiga de Edward en la que confiaba plenamente.
Miró a Bella y giró la cabeza para tener la mejor vista posible de ella, una costumbre a la que se había acostumbrado últimamente y que funcionaba, aunque imperfectamente.
Sonrió, rodeó la mesa y caminó hacia ella con una facilidad fruto de la práctica reciente y de años de atletismo.
-Bella, me alegro de verte
Miró a la mujer esbelta y atractiva. Parecía distinta, más vibrante de lo que recordaba, y no creía que fuera un truco de sus ojos. Cuando estaban en el instituto, la veía a veces en los pasillos y, aunque ella era bonita, con sus ojos grandes chocolates y su pelo largo castaño, siempre había tenido aspecto tímido y asustado.
Ahora, sin embargo, no irradiaba timidez. Tenía la barbilla levantada y había determinación en su postura. Aunque era pequeña y delicada, lo miraba con osadía. Esa determinación convertía a una chica que antes sólo había sido bonita en una mujer mucho más interesante.
-Tienes buen aspecto, Edward- dijo con voz agradable y curiosamente suave. Pero inclinó un momento la cabeza antes de obligarse a levantarla de nuevo.
Edward captó el movimiento. Ella conocía su situación y estaba decidida a ignorarla y fingir que no ocurría nada.
Él se acercó más y respiró hondo. Era mejor lanzarse en picado. La persona que aceptara aquel puesto tendría que afrontar situaciones difíciles y posiblemente también conversaciones incómodas. Era hora de que empezara la valoración en serio.
-La Bella que yo conocí no se habría atrevido a decirme que tengo buen aspecto- musitó
Bella se puso rígida, como si no supiera cómo reaccionar, pero levantó más la barbilla.
-La Bella que tú conociste ya no existe
Él asintió, aunque no la creía del todo. Todo el mundo lleva consigo partes de su antiguo ser. Él, desde luego, las llevaba.
-En ese caso, doy la bienvenida a la nueva Bella
Edward le tendió la mano y ella se la estrechó. Eso aumentó la conciencia que tenía él de ella como mujer, pero no lo mostró. Cuando era más joven, su rabia por su destino y por su tía y tutora lo habían llevado a un comportamiento deliberadamente temerario que se había ganado la admiración de sus compañeros y provocado la furia de su tía. Pero ni siquiera entonces había mezclado nunca a inocentes como Bella en sus juegos.
Las muchachas tímidas y empobrecidas presentaban riesgos con los que él no quería lidiar.
Todavía era así y ahora, más que nunca, intentaba controlar sus sentimientos. Su código siempre había sido: “Nunca muestres debilidad, nunca intimes con nadie”. En esos tiempos, con el futuro demasiado complicado e incierto para considerar siquiera la posibilidad de tener una relación, su reacción física ante Bella era una señal segura de que debía despedirla. Pero había prometido a Rosalie que trataría a su prima con justicia.
-¿Por qué no te sientas y hablamos?- señalo unos sofás y se mantuvo a distancia de mientras avanzaba hacia ellos. Era delgada y compacta, y sus movimientos tenían gracia.
Frunció el ceño por no haber sido capaz de no fijarse en eso. Cómo se moviera Bella no tenía nada con ver con aquel trabajo.
Edward apoyó la cadera en un gabinete de madera de cerezo que databa de la época colonial.
-Rosalie es una experta en recursos humanos y cree que eres la persona ideal para el puesto
-Sí, lo sé. Y yo siempre he respetado sus opiniones
Su audacia hizo sonreír a Edward. ¿Se había ruborizado al decir eso? No estaba seguro. Los colores empezaban a ser un problema, pero estaba casi seguro de que se había sonrojado.
Interesante. Recordó a la Bella joven y tímida y se preguntó qué parte de aquella asertividad era pura actuación. El puesto en cuestión lidiaba con temas sensibles y tenía que contratar a la persona indicada. Le hubiera gustado poder captar mejor su expresión, pero sólo había dos metros entre ellos y, a tan poca distancia, el ángulo era el equivocado. No podía enfocar el rostro de ella.
Sintió frustración, pero la reprimió enseguida. Ella no tenía la culpa de sus limitaciones.
-Rosalie me ha dado a entender que te gustaría este trabajo a pesar de que ni ella ni tú conocéis más que los requerimientos básicos y ninguno de los detalles. Perdóname, pero aunque eso me dice que necesitas el trabajo, éste es un puesto especial. Requiere sinceridad y confianza, y tengo que saber exactamente a quién contrato. A pesar de que nos criamos juntos y nos conocimos un poco, no es lo bastante para ofrecerte el puesto sin saber algo más de ti
Bella se mostró nerviosa por primera vez. Sus manos agarraron la falda y tiraron de la tela. Hasta él pudo ver aquel movimiento revelador. Respiró hondo, pero lo miró directamente a los ojos.
-Me temo que lo poco que sabes de mí no es especialmente halagador. Nuestro pasado… al menos un día… es algo que he lamentado…
Su voz temblaba levemente, pero sostenía la mirada. De pronto aumentó la tensión y el pasado entró en el presente. Edward sabía muy bien a qué se refería ella. Un día, mucho tiempo atrás, justo antes de que él partiera a la universidad, la había sorprendido inclinada sobre su perro, que acababa de morir. Edward no recordaba mucho del pobre animal excepto que estaba gris por la edad. Sí recordaba que Bella parecía no saber quién era él. Se abrazó a él y él hizo sin pensar lo que probablemente habría hecho cualquiera en esa situación. La rodeó con sus brazos y la dejó llorar. Y luego ella, cuando dejó de sollozar, levantó el rostro bañado de lágrimas, le echó los brazos al cuello y le dio un beso apasionado y firme.
El cuerpo de él respondió instantáneamente a la sensación del cuerpo femenino, pero un resto de decencia le hizo portarse bien. Dada la situación, se limitó a abrazarla y dejarse besar y ella no tardó en retirarse avergonzada y salir corriendo. Tres semanas después, él se había ido a Yale y no había vuelto a verla.
Ahora revivió aquel momento. Ella se disculpaba para intentar despejar la atmósfera y borrar el pasado. En esas circunstancias, un caballero seguramente fingiría que no recordaba el incidente, pero si acababa contratándola, tendría que contarle sus propios secretos terribles. Tendría que haber un mayor grado de confianza entre ellos. Fingir ignorancia no era una opción.
-¿Cómo se llamaba tú perro?- preguntó con gentileza
-Jake- repuso ella sin vacilar. Volvió un momento la cabeza como para recuperarse un poco antes de mirarlo de nuevo- Es verdad que ya no soy la misma persona de entonces- dijo- Dudo que fuera un secreto que estaba loca por ti, pues lo estábamos todas. Pero eso no será un problema ahora. Ya no soy tan impresionable y no busco a un caballero andante que me salve. De hecho, por razones personales, ya no me interesa ni la posibilidad de una relación, así que, si me contratas, no tendrás que temer que me ponga a soñar despierta o a chocar con las paredes siempre que estés cerca. Ni… ni que vuelva a besarte.
-No fue terrible que me besaras- repuso él- … pero tienes razón. Ésta sería una relación muy diferente. Tú serías mi empleada. Yo no esperaría contacto físico y tampoco intentaría besarte a ti.
Notó que ella se ponía tensa.
-No, claro que no- dijo- Edward, sólo he venido porque necesito y quiero trabajar. He venido porque Rosalie cree que puedo ayudarte. Tengo cosas importantes que ofrecer.
Edward la observó un momento, con creciente admiración. Bella seguía tensa. A pesar de su pobre visión, él veía que abría y cerraba los dedos en la falda. Sin embargo, se mantenía erguida y orgullosa. No salía corriendo a pesar de su incomodidad.
-Todavía no conoces los hechos referentes al trabajo- dijo
-No, es cierto. Quiero conocer los hechos, por supuesto, pero asumo que me dirás lo que necesite saber antes de que ninguno de los dos tenga que tomar una decisión.
Edward no veía los detalles en los ojos chocolate de ella, pero sí sentía su mirada posada en él. Respiró hondo y captó un olor como a fresas. Sin duda era porque la creciente oscuridad de su estado lo obligaba a depender de otras cosas aparte de la visión, pero era consciente de Bella de un modo que no lo había sido antes. Había casi un zumbido eléctrico entre ellos, como si hubieran conectado un interruptor primitivo el día lejano en el que se habían tocado y a él le costaba trabajo desconectarlo. Eso no era buena señal y, sin embargo, en los últimos momentos había decidido que se alegraba de que no fuera una desconocida. El orgullo lo había ayudado a superar los peores momentos de su vida. Había mantenido sus secretos encerrados dentro. Ahora tenía aún más secretos y eran demasiado dolorosos y personales para confiárselos a una desconocida. Sólo pensar en la situación que lo había llevado a necesitar ese trabajo lo llenaba de furia y remordimientos, pero se obligó a seguir allí y concentrarse en Bella, pese a que esa concentración tenía también sus peligros.
-Te diré lo que quieras saber antes de encomendarte el trabajo, pero primero necesito hacerte unas preguntas.
Bella asintió, pero parecía incómoda de pronto. Respiró con fuerza.
-Está bien. Pregunta. Que empiece la fiesta- lanzó un gemido- No puedo creer que haya dicho eso. Discúlpame.
Pero la tensión que embargaba a Edward se disipó un tanto y no pudo reprimir una risita.
-Digamos que tienes buena memoria. Y eso es bueno. Casi había olvidado cuánto usaba yo esa frase.
Bella se esforzaba por no moverse. No se había dado cuenta de lo difícil que sería estar tan cerca de Edward. Estaba más atractivo que nunca, con sus ojos verdes intensos y su pelo cobrizo brillante. Por el aspecto de su cuerpo, era evidente que todavía hacía ejercicio y sus hombros amplios y caderas estrechas la habían excitado más de una vez.
Sólo el modo en que inclinaba la cabeza y parecía enfocar un punto a un lado de la cara de ella traicionaba su situación. Y las líneas de tensión que antes no estaban presentes. Nada de eso podía esconder el hecho de que era dolorosamente atractivo.
Y ella había tenido suerte de recordar esa frase del pasado. Cuando Edward era joven y salvaje, la decía a menudo, probablemente para irritar a su tía.
-Supongo que es un detalle que se me quedó grabado- dijo encogiéndose de hombros.
Él asintió.
-Los detalles pueden ser importantes. Muy importantes en algunos casos. Dime algunos detalles de ti.
Bella respiró hondo. Él no había dejado de mirarla en ningún momento. De hecho, cuando ella había hecho el comentario estúpido de que no volvería a besarlo, él la había mirado a los ojos, haciendo subir la temperatura de ella y su conciencia de él como hombre. Pero ahora era distinto. La concentración de Edward parecía haber aumentado mucho. Si perseguía el éxito con el mismo fervor, Bella entendía que hubiera triunfado tanto y conseguido tantos clientes en el campo de la tecnología. Daba la impresión de que concentrara todo su ser en ella, como si todas las células de su cuerpo esperaran la respuesta de ella.
Si quería seguir respirando y funcionando con normalidad, tenía que ignorar eso. No podía volverse ahora tímida y silenciosa.
-No sé lo que te ha dicho Rosalie, pero como profesora en un colegio privado de St. Louis, tengo los veranos libres- consiguió decir- Estoy disponible hasta que termine agosto.
Muy disponible. Seis semanas atrás su coche se había averiado y había tenido que reemplazarlo. Luego, el mes anterior, se habían visto obligados a recortar gastos en su colegio y había conseguido conservar el trabajo, pero perdido todas sus actividades extraescolares. Todavía le faltaba pagar la última y más grande de las deudas que le había dejado su ex marido y los acreedores se mostraban impacientes. Con ese trabajo podría quedar libre. Sin él, la esperaba la bancarrota.
Edward se enderezó, se apartó del gabinete y se acercó unos pasos. Un rizo cobrizo le cayó sobre la frente y Bella sintió el impulso de lamerse los labios, moverse con nerviosismo en la silla, levantarse y echar a andar por la habitación. En lugar de ello, cruzó las manos en el regazo y esperó.
-Rosalie me ha dicho que criaste a tus hermanos casi sola.
Bella parpadeó. ¿Él no sabía eso? ¿Pero por qué iba a saberlo? Que hubiera sido amigo de Rosalie no implicaba que hubiera conocido la vida de su prima.
-Sí. Mis padres se divorciaron pronto y mi tío, el padre de Rosalie, nos dejó vivir en una casa de su propiedad, así que teníamos un techo, pero mi madre estaba enferma a menudo- su madre había sido alcohólica hasta su muerte, el año anterior. Había sido cariñosa, pero poco eficaz.
-O sea que entre tu trabajo y tu vida personal, has tenido mucha experiencia con niños y padres- Edward observaba ahora con más atención, con expresión más intensa.
-Sí, por supuesto- Bella frunció el ceño- Me temo que… no comprendo. Rosalie me dijo que tenías un proyecto a corto plazo, pero esas alusiones a niños… ¿tienes niños a los que deba cuidar?
-Perdóname, Bella. Sólo unas preguntas más. Luego, si estamos de acuerdo, te explicaré.
Ella lo comprendía. Si no estaban de acuerdo, la despediría y ella no sabría nunca lo que pasaba allí. Se iría a casa con las manos vacías.
-De acuerdo.
Siguieron unos segundos de silencio.
-Si tuvieras que dar una mala noticia a un niño o a los padres de ese niño, ¿crees que podrías hacerlo con tacto? Y… no pretendo insultarte, ¿pero puedes prometer que las cosas de las que te enteraras no pasarían más allá?
Bella casi se echó a reír. Había pasado años explicando los lapsus y las ausencias de su madre a sus hermanas. Además…
-Edward, soy profesora. Dar malas noticias es parte de mi trabajo. En cuanto a tu segunda preocupación, la confidencialidad es importante en mi profesión. Lidio regularmente con temas sensibles. Abuso, abandono, problemas de aprendizaje, problemas psicológicos… Jamás comentaría esas situaciones fuera de los límites de las personas afectadas. Jamás traicionaría a un niño ni a los padres de ese niño- buscó pruebas en su mente. Hablar era fácil, pero podía no resultar convincente- Nunca le he contando a nadie lo del coche- dijo suavidad.
Edward se echó a reír.
-Muy bien hecho
-¿No lo has olvidado?
-Bella, un hombre no olvida el día en el que destrozan un Aston Martin. Es un suceso de lo que te cambian la vida. Yo no tenía que haber llevado ese coche. Era el favorito de mi tía. Para ella era como un miembro de la familia. Y aunque nunca me cayó bien y a mí ella me detestaba, aun así… fui un imbécil- movió la cabeza- Y no, creo que no lo contaste porque, cuando salí del coma dos días después del accidente, todos habían asumido que había chocado con aquel stop por culpa de otro conductor
-En cierto modo fue verdad. Giraste para evitar darle a otro conductor.
Edward negó con la cabeza.
-Pero si no hubiera cometido la estupidez de apartar los ojos de la carretera para saludarte con la mano, habría visto el coche y habría frenando. No habría tendido que girar.
Bella recordaba bien aquel día. Su tío la había obligado a ponerse un odioso vestido de flores naranjas y rojas procedente de un donativo, para mostrar su gratitud por el regado, según él, y ella no quería que Edward la viera con él. Al ver su coche, había intentado esconderse detrás de un árbol, pero no había sido lo bastante rápida. Sus ojos se habían encontrado y a él no le había quedado más remedio que saludarla.
-Pero al final hiciste lo correcto- dijo- cuando te pusiste bien, se lo contaste todo a tu tía
-Pero tú me guardaste el secreto- musitó él
-Era un secreto- repuso ella con sencillez.
Lo decía en serio. Una chica que se había criado con una madre alcohólica sabía muy bien lo que era tener que afrontar verdades humillantes. Entre eso y el último año, después de la traición y abandono de su esposo, sabía lo que era tener cosas que quería ocultar al mundo.
-No era mío para contarlo
-¿Y si hubiera herido a otros en ese accidente?
Bella cerró los ojos y apartó la vista.
-Lo habría contado- repuso, aunque suponía que no era ésa la respuesta que buscaba él.
Siguió un silencio. En algún lugar sonó un reloj. Bella esperó, segura de que le diría que se marchara.
-Te voy a contar un secreto- dijo al fin Edward-… y si luego sigues queriendo el puesto, te contrataré. Pero puede que después te arrepientas de ello.
Ella se arrepentía ya. Desde el minuto en que la había llamado Rosalie se había arrepentido de pensar siquiera en ir allí. Pero sabía que aceptaría el trabajo a pesar de los arrepentimientos.
-Dime lo que necesite saber.
Edward la miró y ella, por un segundo, habría podido jurar que la veía claramente. El corazón le latió con fuera.
-Cuando estaba en la universidad fui donante de esperma. Mis razones eran… no las de costumbre y no eran honorables. No lo hice por el dinero, como tantos donantes. Y tampoco pretendía hacer algo noble por intentar ayudar a otro ser humano. No quiero entrar en detalles, pero digamos que fue un acto impulsivo y que toda la experiencia fue breve, ni siquiera duró los meses a los que se comprometen la mayoría de los donantes. No obstante, quizá engendré hijos. Muy probablemente sí, aunque no tengo ni idea de cuántos puede haber. No muchos, supongo. Pero…- su mandíbula se endureció.
A Bella le latía con fuerza el corazón. No sabía a dónde iba a parar aquello, pero sabía que no era a un buen lugar. Hizo ademán de hablar, pero él levantó una mano para detenerla.
-Bella, es importante que encuentre a los hijos que puedo haber engendrado. Tengo buenas razones, no razones frívolas, y necesito…
Ella levantó la vista y lo miró a los ojos.
-Es porque estás quedando ciego y temes por ellos- dijo
-Sí.
-¿El banco de esperma?
-Cerró. He contratado a un detective privado para que me ayude, pero cuando tengamos información, tendrá que haber contacto personal. Quiero ayudar a todos los afectados, enviarlos a gente que pueda aconsejarles, ofrecerles dinero y cuidados si ocurre lo peor. Quiero que sepan lo que pueden esperar. Tengo que hacer esto bien. Hay que proteger a esos niños y a sus padres. Hay que abordarlos con sensibilidad, más de la que yo me considero capaz.
Ella se levantó y se acercó a él. El deseo de tocarlo era muy fuerte, pero no podía hacerlo.
-Dime lo que pueden esperar. ¿Qué puedes hacer tú? ¿Qué es lo que ves?
Él la miró y ahora, con un espacio mínimo separándolos, percibió todo el impacto de estar tan cerca.
-No puedo hacer todo lo que hacía, pero hago todo lo que puedo- repuso él con calma- Y todavía te veo. Al menos de momento. Todavía puedo verte casi entera.
La respiración de Bella se aceleró. No sabía lo que significaba “casi entera”, pero el hecho de que se concentrara en ella con tanta fiereza la ponía nerviosa.
-¿Se te dan bien los niños?- preguntó él
-Sí. Muy bien. Mis alumnos están contentos conmigo. Mis hermanas ahora no viven cerca, pero llaman a menudo
-Entonces te interesa la gente joven. Puedes hablar con ellos y sus familias.
Él seguía cerca. Ella consiguió asentir.
-Puedo hacerlo.
-Cuando llegue el momento- continuó él- Cuando los encuentre, necesitaré a alguien que comprenda las complejidades, miedos y alegrías de los niños. Yo no tengo experiencia y nunca la tendré. No tendré hijos. No me arriesgaré a pasarle esto a más gente, pero haré lo que pueda por cualquiera que pueda compartir mi ADN. Quiero que me ayudes a investigar las posibilidades de llevar una vida normal con personas que han pasado por esto, no sólo con mis médicos. Quiero que me ayudes a ser un ejemplo de lo que se puede ser, no de lo que no se puede ser. ¿Me comprendes, Bella?
Ella entendía que aquel hombre combatía sus demonios, que estaba plagado por la culpabilidad, que había cerrado caminos de su futuro. También entendía lo que le pedía y lo que podía costarle aceptar ese puesto, porque él seguía siendo tan potente como siempre.
-Comprendo. Y por cierto, no sólo soy una profesora excelente, sino también una investigadora excelente. Y tengo contactos. Personas que trabajan con necesitados. Gente discreta. Sé que no me lo pides por eso, pero puede ayudarte a ti… y al ayudarte a ti, ayudar a los niños. Creo que me necesitas.
Él permaneció un momento inmóvil, como sorprendido por sus palabras.
-Puede que Rosalie tuviera razón- Edward tendió una mano como para tocarla, pero la dejó caer al costado.
A pesar de ello, el cuerpo de ella se sobresaltó. Era muy consciente de ella como mujer y de Edward como un hombre al que había anhelado desesperadamente en otro tiempo. Aquello era emocionalmente peligroso y todas las fibras de su ser le gritaban que huyera. Ahora. Antes de que acabara sufriendo.
Los hombres que más impacto habían tenido en su vida, desde su padre ausente, pasando por su tío indiferente hasta su marido inútil, sólo le habían causado dolor y humillaciones. Y al menos con aquellos hombres ella tenía algo en común, mientras que Edward vivía en un mundo totalmente ajeno al suyo. Así que no, no podía volver a arriesgar su corazón y su dignidad.
Excepto porque sí lo haría. Su situación económica era tan dura que no podía ni pensar en alejarse. Y los niños que afrontaban un futuro terrorífico… no podía ignorarlos. ¿Verdad?
-Éstos son los detalles de tu puesto- él nombró una cantidad de dinero que hizo que a ella le diera vueltas la cabeza- Además de cama y comida. ¿Puedes ponerme en el camino que tengo que seguir? ¿Te quedarás conmigo hasta que termine el verano o termine nuestra misión?
En otro tiempo, ella habría dado todo lo que tenía por oír a Edward preguntarle si se quedaría con él, pero eso había sido el sueño de una chica. Un sueño sin ninguna relación con la realidad que, por suerte, había desaparecido hacía tiempo. Lo de ahora era completamente distinto. Era real y era sólo un trabajo.
-Me quedaré- prometió. Sólo para ayudarlo y trabajar, por supuesto.
-Bien- Edward sonrió y la sonrisa lo volvió aún más atractivo. Bella lanzó un gemido- Me has hecho feliz.
Su comentario hizo que Bella pensara a cuántas mujeres habría dicho eso y en qué circunstancias, y entonces supo lo arriesgada que era la situación. Si pensaba en la vida amorosa de Edward era porque seguía siendo tan susceptible a sus encantos como siempre.
Pero no tenía elección. Se prometió que esa vez no cedería a la tentación. Y ella siempre cumplía sus promesas.
Espero que les guste... es la primera vez que público algo así que... ustedes diran... si estoy haciendolo mal por favor diganmelo así lo puedo arreglar... muchisimas gracias y espero que disfruten de este primer capitulo
Última edición por Ebys Cullen el 19/9/2011, 4:34 pm, editado 4 veces
Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Esta muy bueno..tienes que seguir publicando mas capitulos
me encanto la historia!!
me encanto la historia!!
Qamiila Quinteros- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Me alegra que te halla gustado la historia!!!!... SOS LA PRIMERA EN PONER UN MENSAJE.... estoy re contenta y esperando por más...
La semana que viene bajo el 2 cap
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Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Tengo la impresión de que no gusto mucho este primer capitulo ... mañana voy a bajar otro y ver lo que pasa... no veo muchos comentarios, por ahi lo estoy públicando mal
Ebys Cullen- .
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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
CAPITULO 2
—Quiero que empieces inmediatamente por si el detective privado encuentra resultados pronto —comentó Edward—Como no vives por aquí, me he tomado la libertad de preparar la casita de invitados.
—¿Tan seguro estabas de que te serviría y de que aceptaría el trabajo?
Él se echó a reír. No había estado seguro de nada y seguía sin estarlo.
—La casita de invitados estaba en mal estado y había que repararla de todos modos. Vamos, te llevaré allí…
Le tendió una mano y se puso unas gafas de sol con la otra. Luego sonrió.
Ella vaciló y le tomó la mano. Una ola de calor pasó de los dedos de ella a los suyos. La ignoró.
—Te llevaré —repitió, por si acaso ella creía que le había ofrecido la mano para pedirle ayuda. El orgullo había sido su compañero constante. Le había hecho soportable vivir con un pasado duro y una tutora que lo despreciaba. Y el orgullo no permitía compasión.
—Te seguiré —asintió ella, y él la soltó.
Caminaron en silencio por un camino del jardín y cuando apareció la casa a la vista, oyó que Bella daba un respingo.
—Es pequeña —explicó—. Sólo tres habitaciones. A mi tía no le gustaba mucho tener invitados.
—El tamaño no importa. Es preciosa y con muchos detalles… —ella se interrumpió y él adivinó lo que pensaba.
—No hagas eso. Es cierto que ya no puedo ver los detalles, pero si te vas a pasar la vida intentando no herir mis sentimientos o preocupándote por todo lo que dices, me voy a arrepentir de haber decidido que trabajemos juntos.
—Quizá no me preocupaban tanto tus sentimientos como los míos por decir algo que podía interpretarse mal. Si quiero ayudarte, tengo que ser consciente de la situación y dominarla. En todo momento. Pero he hablado sin pensar. Eso no está permitido. Al menos en mi agenda.
—Buena defensa —sonrió él—. Eres una profesional.
Ella vaciló.
—Gracias.
Él sonrió aún más.
—Date una oportunidad. Yo he tenido meses para acostumbrarme a esto y aprender todo lo que necesitaba saber. Para ti es nuevo. Te llevará tiempo. Y sí, la casita tiene detalles muy hermosos —subió los tres escalones hasta el pequeño porche—. Un friso de madera tallada encima del porche, una gárgola encima de la puerta, tejas de escamas de peces… Es una casa de texturas.
Y las texturas, el contacto, se habían vuelto importantes para él en los últimos tiempos.
Se había detenido en el ángulo apropiado para captar parte de la sonrisa de ella.
—¿Qué? —preguntó.
La mujer negó con la cabeza.
—Nada. Sólo que no me parece una casa tuya.
Él enarcó las cejas.
—¿Por qué no?
—No sé. Yo te imagino en algo muy elegante como la mansión o en algo muy masculino, de piedra y vigas grandes. Esta casa es…
—¿Demasiado bonita con tanta china azul, encajes y pintura blanca? ¿Demasiado cursi?
Ella se echó a reír, y fue un sonido tan encantador y desconocido que él se preguntó si lo había oído alguna vez.
—Cursi no, hogareña —corrigió ella—. Pero sí, es una especie de casa de caramelo de Hansel y Gretel. Una casita de cuento de hadas. Y por tu forma de hablar, parece que sientes aprecio por ella.
Edward se encogió de hombros.
—Era un buen escondite para mí.
—Apuesto a que a tus amigos les encantaba.
—Y que lo digas.
Sobre todo solía llevar chicas allí. Ellas no se fijaban en los detalles y él no se los señalaba, pero no pensaba decirle eso a Bella. Ya había demasiada electricidad entre ellos.
—Diré a uno de los empleados que traiga tus maletas. Querrás tener algún tiempo a solas —bajó las escaleras—. La casa está abierta y las llaves están en la mesa de la cocina. Úsalas. Éste es un barrio seguro, pero no quiero correr riesgos.
—¿Edward?
Él se detuvo y se volvió.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres que haga hasta que haya niños y padres con los que hablar?
—Que te prepares —dijo él—. Lee sobre esto y sobre los riesgos inherentes a los niños que pueda haber engendrado para que puedas comprenderlos y explicárselos a la gente luego. Tengo mucho material en la biblioteca y en los ordenadores. Te lo mostraré después de cenar. Por el momento, instálate.
Ella frunció el ceño.
—¿Eso es todo? Soy buena investigando y estoy segura de que eso me ocupará tiempo, pero tú me pagas muy bien. ¿No hay nada más que pueda hacer?
Edward negó lentamente con la cabeza y buscó con cuidado las palabras para explicárselo.
—Seguro que ya lo sabes, porque te criaste en esta zona, pero tengo criados que limpian la casa y cocinan para mí. Tengo jardineros y contables. Esas personas han sido siempre parte de mi vida y los únicos a los que he contratado yo sois el detective y tú. Él está investigando. Tú estás… preparándote y esperando. La preparación es muy importante, pero lo más importante es lo que venga después. Así que la respuesta es no, no tengo otro trabajo para ti. Aparte de lo que te he dicho, no puedes hacer nada más por mí.
Sus palabras y su tono eran demasiado duros y Bella parecía nerviosa.
—No quería parecer pretenciosa —comentó.
—No ha sido así. Pero esta situación… —él respiró con fuerza—. La situación es ésta. Estás aquí porque puede haber niños que necesiten tu ayuda. Si pudiera volver atrás y cambiar el pasado, no me arriesgaría a engendrar hijos, pero te pido ayuda para los niños, y yo no soy un niño.
—Ya lo sé.
—No lo sabes. No en el sentido en el que yo lo digo. Tú ves a un hombre que se desintegra, que ya no es tan capaz como antes. Ves una necesidad y quieres ayudar. Eso es… amable, pero comprende que esa clase de ayuda no es lo que necesito.
Ella lo miró tensa.
—¿Qué necesitas?
—¿Por qué importa eso?
—Si pasa lo peor, tus necesidades serán las de ellos —contestó ella—. ¿Eso no es importante?
—Sí —pero aceptar eso implicaba acercarse a admitir cosas que no estaba preparado para admitir todavía delante de otra persona.
—Además —ella se acercó un paso más—. No te mentiré. Necesito este trabajo. Tengo planes y objetivos, pero para poder hacerlos realidad…
Parecía incómoda.
—¿Bella?
Ella suspiró audiblemente.
—Mi marido vació nuestras cuentas bancarias cuando me dejó. Debía dinero y yo he tenido que pagarlo. Todavía estoy con ello.
—Entiendo. Yo puedo ayudarte.
—No —ella negó con la cabeza con vehemencia—. Ya he sido dependiente demasiadas veces y es una sensación fea. Tengo que ocuparme de esto sola. No puedo aceptar ayuda inmerecida. Sólo… gano mi dinero y no acepto el dinero que no haya ganado.
—¿Y crees que eso es lo que te pido?
—Sí. En cierto modo.
—¿Qué modo?
—En el modo en que actuaba la gente cuando yo vivía aquí. Casi todos los de la zona son ricos y sabían que nosotros no lo éramos. Nos daban la ropa y los muebles que ya no querían. Sé que su intención era buena, pero nosotros íbamos a la escuela con sus hijos y aceptar su caridad nos hacía sentir que nos faltaba algo. No era posible la igualdad.
—¿Y tú quieres ser mi igual?
Ella se sonrojó. Esa vez él vio con claridad el contraste entre la piel del cuello y la blusa blanca, y la visión afectó a su imaginación de un modo… curioso e increíblemente erótico.
Pero Bella se había cruzado de brazos.
—Soy tu igual —contestó, aunque le temblaba un poco la voz, como si no creyera sus propias palabras.
¿Qué podía hacer él? Echó a un lado la cabeza.
—Por supuesto. Estoy de acuerdo.
Ella esperó.
—¿Trabajo? —preguntó.
Él buscó en su cabeza.
—De acuerdo, tengo otro trabajo que puedes hacer puesto que insistes en que te pago demasiado.
—Me pagas demasiado. Hasta un chico rico como tú sabe eso.
—¿Un chico rico? —preguntó él con una mueca de indignación fingida que terminó en una sonrisa.
—Es lo que eres y siempre lo has sido —repuso ella—. Tú querías que fuera sincera.
—Pero no brutal —se burló él.
Ella abrió enseguida los brazos.
—Lo siento.
—Era broma. Yo sé lo que soy, Bella. Soy lo que has dicho y no me disculpo por ello.
Ella asintió.
—No te disculpes. Tú me ayudaste a pasar muchos días difíciles cuando era joven.
—¿Yo?
Ella respiró hondo.
—Sí, tú eras el chico con el que fantaseábamos las chicas en la escuela, pero no dejes que se te suba a la cabeza. Yo
entonces era joven y estúpida.
—Y ahora no lo eres.
—Y ahora, definitivamente, no lo soy. Ya no hay más hombres de fantasía en mi vida. Ni siquiera tú.
Él no pudo evitar sonreír.
—Está bien que hayamos establecido que eres impermeable a mi riqueza y mis encantos.
—Eso creo —pero Bella retrocedió un paso—. En cuanto al trabajo extra…
—Soy consultor informático. Paso el tiempo con los juguetes más nuevos del mercado, pero no he podido investigar los juguetes que harán más fácil la vida de esos niños si necesitan ese tipo de ayuda. Oh, conozco las posibilidades, pero no de primera mano. No he probado los utensilios disponibles.
—Porque ves bastante bien.
—Bastante bien —asintió él. Y porque no estaba dispuesto a ceder ni un centímetro más de lo necesario—, pero los niños pueden necesitar esas cosas. Si puedes buscarlas, pedir muestras, probarlas…
—Puedo. ¿Y si te necesito?
Él no pudo evitar parpadear.
—Como conejillo de Indias —explicó ella.
Él quería negarse, pero era él el que había sugerido esa tarea y, además, quería comprender los resultados por el bien de su progenie, si es que la tenía.
—Si es necesario —dijo. Se acercó un paso a ella y le tomó la mano—. Gracias por ofrecerte a hacer lo que no te había pedido. Eres… muy distinta a lo que recuerdo.
Estaba muy cerca para ver muchos detalles, pero sabía que ella sonreía.
—No te acuerdas mucho de mí —lo acusó ella—. Di la verdad.
¿Qué podía decir? Edward se encogió de hombros.
—Es cierto, no recuerdo mucho.
—Estabas muy ocupado en aquellos tiempos.
—Metido en mi mundo, sí.
—Eso también.
Él se echó a reír.
—Quizá no debería haber pedido sinceridad.
—Te la habría dado de todos modos. Ahora necesito verdad en mi vida.
Edward asintió. Le soltó la mano, porque estando tan cerca de ella recordaba una cosa. Ella lo había besado una vez. Evidentemente, no iba a volver a ocurrir. Estaba claro que ella lamentaba la primera vez y, teniendo en cuenta la situación de ambos, sabía que sería mala idea que se tocaran.
Aun así, nunca había sido propenso a negarse placer sólo porque fuera mala idea. Se sentía atraído por Isabella Swan con su aroma limpio a fresas, su piel suave y su risa agradable. Sentía una necesidad acuciante de besarla en los labios. Sólo una caricia rápida. Pero no lo iba a hacer. Había cosas que un hombre no podía combatir, pero la atracción sexual sí se podía vencer fácilmente. No tocaría a esa mujer.
Como le había prometido, Tyler, un empleado, le llevó las maletas.
—¿Necesita algo más, señora?
Necesitaba que dejara de llamarla señora y de mirarla como si fuera alguien de la nobleza cuando probablemente no era más rica que él. Negó con la cabeza.
—Gracias, no. Le agradezco que me haya traído mis cosas y se haya ocupado de mi coche.
—El señor Cullen dice que puede cambiar o empaquetar todo lo que no le guste de la casa. La restauró hace años tal y como estaba antes, pero mientras esté usted aquí, es suya.
—Estoy segura de que está bien así.
Tyler asintió.
—A veces viene Sue y deja algunas cosas.
Bella parpadeó.
—¿Sue?
—Es la cocinera. Ya estaba aquí cuando el señor Cullen era joven y cuando su tía se enfadaba con el señor Cullen, le tiraba sus cosas. Sue rescataba algunas y las escondía aquí. Las retiró cuando arreglaban la casa, pero últimamente va trayendo algunas —sonrió Tyler.
Bella casi lanzó un gemido. No sólo trabajaba para Edward y vivía en su propiedad, sino que vivía en su escondite de la infancia rodeada por sus tesoros de niño.
—Estoy segura de que irá todo bien. No pienso quedarme mucho tiempo —dijo—. El señor Cullen me ha encargado un trabajo —musitó, pues no sabía cuánto sabían los empleados del motivo de su presencia allí. Rosalie, desde luego, no estaba al tanto de la posibilidad de los niños.
—No se preocupe. Sabemos que tiene que ver con que el señor Cullen ya no vea tan bien como antes. Lo sabemos, pero no lo comentamos. No le gusta que la gente lo sepa —Tyler la miró como advirtiéndola.
Bella no sabía si sentirse insultada porque los sirvientes de Edward le hicieran advertencias, conmovida porque se preocuparan tanto por él o asustada de sentir el impulso de llevarse una mano al corazón y jurar que preferiría morir a revelar los secretos de Edward.
—Hay cosas que no deben decirse —comentó.
No tenía intención de hablar de Edward con nadie. Ni siquiera quería pensar en Edward y, desde luego, no quería explorar sus sentimientos sobre aquel día y la situación necesaria pero emocionalmente peligrosa en la que se hallaba.
Pero cuando Tyler se marchó y entró en la casa, se llevó una agradable sorpresa. No sabía lo que esperaba encontrar, pero no había huellas visibles de Edward. Sólo muebles antiguos y hermosos en tonos crema, oro y azul. Muy cómodos y con mucho gusto. De más calidad que los que había tenido nunca, pero hogareños.
Pensó que aquello era muy agradable hasta que abrió el cajón de la mesilla y se encontró un montón de fotos antiguas. Mujeres. Es decir, mujeres mucho más jóvenes. A muchas las conocía. Ricas, guapas, la crema de la zona. Sabía lo que era eso. Fotos que le habían dado a Edward hacía mucho tiempo. Allí estaba Jessica Stanley vestida con minifalda y top que dejaba el ombligo al descubierto, sonriendo a la cámara como si su expresión fuera sólo por Edward. Estaba Lauren Mallory en su uniforme de animadora con Te quiero, Eddi. De verdad escrito al borde con tinta violeta. Por un segundo, Bella volvió al instituto, a ver a Edward alejarse con una chica que no era ella. Al segundo siguiente se preguntó si él sabía que las fotos estaban allí. Se sentía como una voyeur.
—¿Acaso importa? —se preguntó en voz alta—. Esto no tiene nada que ver con tu trabajo ni contigo.
Buscó una caja por allí, guardó las fotos en ella, la metió en el armario y cerró la tapa. Ya estaba. Sintió una sensación infantil de satisfacción, como si al fin hubiera logrado meter a Edwadrd en una caja.
Y tal vez era así.
Pero al momento siguiente oyó ruido fuera y se asomó por la ventana abierta. Edward corría con pantalón corto, mostrando sus muslos musculosos. Llevaba el pecho desnudo y sus hombros amplios brillaban por el sudor. La saludó con la mano, pero siguió corriendo.
Y ella lo Observó alejarse con el corazón galopante.
¿De verdad había creído que podía ser completamente inmune al atractivo físico de aquel hombre? ¿Qué mujer podría serlo?
Lo siguiente que pensó fue que le maravillaba que pudiera correr dada su situación. Pero sí corría, y bastante deprisa por cierto. Recordó que le había dicho que hacía todo lo que podía aunque le estuviera fallando la vista.
Pensó que seguía siendo un hombre temerario. Todavía salvaje. Todavía peligroso.
Al día siguiente se entregaría a su trabajo con pasión. Haría todo lo que pudiera. No sería bueno para ella pasar mucho tiempo allí. Estaba durmiendo, literalmente, en la cama de Edward, y esa idea le hacía temblar.
—¡Vaya, Swan! —se dijo a sí misma—. Hay personas que no saben controlar el tabaco, el alcohol o la comida. Tú no sabes elegir a los hombres.
Había llegado el momento de dejar atrás todas las cosas malas y peligrosas de su vida. Si conseguía sobrevivir a Edward una vez más, todo iría bien. Y eso podía hacerlo… ¿o no?
Sí, claro que sí. Pero controlar cosas era más fácil cuando una persona estaba bien preparada. La información formaba una buena armadura, así que al día siguiente saldría de caza. Y confiaba en encontrar algo útil.
—¿Tan seguro estabas de que te serviría y de que aceptaría el trabajo?
Él se echó a reír. No había estado seguro de nada y seguía sin estarlo.
—La casita de invitados estaba en mal estado y había que repararla de todos modos. Vamos, te llevaré allí…
Le tendió una mano y se puso unas gafas de sol con la otra. Luego sonrió.
Ella vaciló y le tomó la mano. Una ola de calor pasó de los dedos de ella a los suyos. La ignoró.
—Te llevaré —repitió, por si acaso ella creía que le había ofrecido la mano para pedirle ayuda. El orgullo había sido su compañero constante. Le había hecho soportable vivir con un pasado duro y una tutora que lo despreciaba. Y el orgullo no permitía compasión.
—Te seguiré —asintió ella, y él la soltó.
Caminaron en silencio por un camino del jardín y cuando apareció la casa a la vista, oyó que Bella daba un respingo.
—Es pequeña —explicó—. Sólo tres habitaciones. A mi tía no le gustaba mucho tener invitados.
—El tamaño no importa. Es preciosa y con muchos detalles… —ella se interrumpió y él adivinó lo que pensaba.
—No hagas eso. Es cierto que ya no puedo ver los detalles, pero si te vas a pasar la vida intentando no herir mis sentimientos o preocupándote por todo lo que dices, me voy a arrepentir de haber decidido que trabajemos juntos.
—Quizá no me preocupaban tanto tus sentimientos como los míos por decir algo que podía interpretarse mal. Si quiero ayudarte, tengo que ser consciente de la situación y dominarla. En todo momento. Pero he hablado sin pensar. Eso no está permitido. Al menos en mi agenda.
—Buena defensa —sonrió él—. Eres una profesional.
Ella vaciló.
—Gracias.
Él sonrió aún más.
—Date una oportunidad. Yo he tenido meses para acostumbrarme a esto y aprender todo lo que necesitaba saber. Para ti es nuevo. Te llevará tiempo. Y sí, la casita tiene detalles muy hermosos —subió los tres escalones hasta el pequeño porche—. Un friso de madera tallada encima del porche, una gárgola encima de la puerta, tejas de escamas de peces… Es una casa de texturas.
Y las texturas, el contacto, se habían vuelto importantes para él en los últimos tiempos.
Se había detenido en el ángulo apropiado para captar parte de la sonrisa de ella.
—¿Qué? —preguntó.
La mujer negó con la cabeza.
—Nada. Sólo que no me parece una casa tuya.
Él enarcó las cejas.
—¿Por qué no?
—No sé. Yo te imagino en algo muy elegante como la mansión o en algo muy masculino, de piedra y vigas grandes. Esta casa es…
—¿Demasiado bonita con tanta china azul, encajes y pintura blanca? ¿Demasiado cursi?
Ella se echó a reír, y fue un sonido tan encantador y desconocido que él se preguntó si lo había oído alguna vez.
—Cursi no, hogareña —corrigió ella—. Pero sí, es una especie de casa de caramelo de Hansel y Gretel. Una casita de cuento de hadas. Y por tu forma de hablar, parece que sientes aprecio por ella.
Edward se encogió de hombros.
—Era un buen escondite para mí.
—Apuesto a que a tus amigos les encantaba.
—Y que lo digas.
Sobre todo solía llevar chicas allí. Ellas no se fijaban en los detalles y él no se los señalaba, pero no pensaba decirle eso a Bella. Ya había demasiada electricidad entre ellos.
—Diré a uno de los empleados que traiga tus maletas. Querrás tener algún tiempo a solas —bajó las escaleras—. La casa está abierta y las llaves están en la mesa de la cocina. Úsalas. Éste es un barrio seguro, pero no quiero correr riesgos.
—¿Edward?
Él se detuvo y se volvió.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres que haga hasta que haya niños y padres con los que hablar?
—Que te prepares —dijo él—. Lee sobre esto y sobre los riesgos inherentes a los niños que pueda haber engendrado para que puedas comprenderlos y explicárselos a la gente luego. Tengo mucho material en la biblioteca y en los ordenadores. Te lo mostraré después de cenar. Por el momento, instálate.
Ella frunció el ceño.
—¿Eso es todo? Soy buena investigando y estoy segura de que eso me ocupará tiempo, pero tú me pagas muy bien. ¿No hay nada más que pueda hacer?
Edward negó lentamente con la cabeza y buscó con cuidado las palabras para explicárselo.
—Seguro que ya lo sabes, porque te criaste en esta zona, pero tengo criados que limpian la casa y cocinan para mí. Tengo jardineros y contables. Esas personas han sido siempre parte de mi vida y los únicos a los que he contratado yo sois el detective y tú. Él está investigando. Tú estás… preparándote y esperando. La preparación es muy importante, pero lo más importante es lo que venga después. Así que la respuesta es no, no tengo otro trabajo para ti. Aparte de lo que te he dicho, no puedes hacer nada más por mí.
Sus palabras y su tono eran demasiado duros y Bella parecía nerviosa.
—No quería parecer pretenciosa —comentó.
—No ha sido así. Pero esta situación… —él respiró con fuerza—. La situación es ésta. Estás aquí porque puede haber niños que necesiten tu ayuda. Si pudiera volver atrás y cambiar el pasado, no me arriesgaría a engendrar hijos, pero te pido ayuda para los niños, y yo no soy un niño.
—Ya lo sé.
—No lo sabes. No en el sentido en el que yo lo digo. Tú ves a un hombre que se desintegra, que ya no es tan capaz como antes. Ves una necesidad y quieres ayudar. Eso es… amable, pero comprende que esa clase de ayuda no es lo que necesito.
Ella lo miró tensa.
—¿Qué necesitas?
—¿Por qué importa eso?
—Si pasa lo peor, tus necesidades serán las de ellos —contestó ella—. ¿Eso no es importante?
—Sí —pero aceptar eso implicaba acercarse a admitir cosas que no estaba preparado para admitir todavía delante de otra persona.
—Además —ella se acercó un paso más—. No te mentiré. Necesito este trabajo. Tengo planes y objetivos, pero para poder hacerlos realidad…
Parecía incómoda.
—¿Bella?
Ella suspiró audiblemente.
—Mi marido vació nuestras cuentas bancarias cuando me dejó. Debía dinero y yo he tenido que pagarlo. Todavía estoy con ello.
—Entiendo. Yo puedo ayudarte.
—No —ella negó con la cabeza con vehemencia—. Ya he sido dependiente demasiadas veces y es una sensación fea. Tengo que ocuparme de esto sola. No puedo aceptar ayuda inmerecida. Sólo… gano mi dinero y no acepto el dinero que no haya ganado.
—¿Y crees que eso es lo que te pido?
—Sí. En cierto modo.
—¿Qué modo?
—En el modo en que actuaba la gente cuando yo vivía aquí. Casi todos los de la zona son ricos y sabían que nosotros no lo éramos. Nos daban la ropa y los muebles que ya no querían. Sé que su intención era buena, pero nosotros íbamos a la escuela con sus hijos y aceptar su caridad nos hacía sentir que nos faltaba algo. No era posible la igualdad.
—¿Y tú quieres ser mi igual?
Ella se sonrojó. Esa vez él vio con claridad el contraste entre la piel del cuello y la blusa blanca, y la visión afectó a su imaginación de un modo… curioso e increíblemente erótico.
Pero Bella se había cruzado de brazos.
—Soy tu igual —contestó, aunque le temblaba un poco la voz, como si no creyera sus propias palabras.
¿Qué podía hacer él? Echó a un lado la cabeza.
—Por supuesto. Estoy de acuerdo.
Ella esperó.
—¿Trabajo? —preguntó.
Él buscó en su cabeza.
—De acuerdo, tengo otro trabajo que puedes hacer puesto que insistes en que te pago demasiado.
—Me pagas demasiado. Hasta un chico rico como tú sabe eso.
—¿Un chico rico? —preguntó él con una mueca de indignación fingida que terminó en una sonrisa.
—Es lo que eres y siempre lo has sido —repuso ella—. Tú querías que fuera sincera.
—Pero no brutal —se burló él.
Ella abrió enseguida los brazos.
—Lo siento.
—Era broma. Yo sé lo que soy, Bella. Soy lo que has dicho y no me disculpo por ello.
Ella asintió.
—No te disculpes. Tú me ayudaste a pasar muchos días difíciles cuando era joven.
—¿Yo?
Ella respiró hondo.
—Sí, tú eras el chico con el que fantaseábamos las chicas en la escuela, pero no dejes que se te suba a la cabeza. Yo
entonces era joven y estúpida.
—Y ahora no lo eres.
—Y ahora, definitivamente, no lo soy. Ya no hay más hombres de fantasía en mi vida. Ni siquiera tú.
Él no pudo evitar sonreír.
—Está bien que hayamos establecido que eres impermeable a mi riqueza y mis encantos.
—Eso creo —pero Bella retrocedió un paso—. En cuanto al trabajo extra…
—Soy consultor informático. Paso el tiempo con los juguetes más nuevos del mercado, pero no he podido investigar los juguetes que harán más fácil la vida de esos niños si necesitan ese tipo de ayuda. Oh, conozco las posibilidades, pero no de primera mano. No he probado los utensilios disponibles.
—Porque ves bastante bien.
—Bastante bien —asintió él. Y porque no estaba dispuesto a ceder ni un centímetro más de lo necesario—, pero los niños pueden necesitar esas cosas. Si puedes buscarlas, pedir muestras, probarlas…
—Puedo. ¿Y si te necesito?
Él no pudo evitar parpadear.
—Como conejillo de Indias —explicó ella.
Él quería negarse, pero era él el que había sugerido esa tarea y, además, quería comprender los resultados por el bien de su progenie, si es que la tenía.
—Si es necesario —dijo. Se acercó un paso a ella y le tomó la mano—. Gracias por ofrecerte a hacer lo que no te había pedido. Eres… muy distinta a lo que recuerdo.
Estaba muy cerca para ver muchos detalles, pero sabía que ella sonreía.
—No te acuerdas mucho de mí —lo acusó ella—. Di la verdad.
¿Qué podía decir? Edward se encogió de hombros.
—Es cierto, no recuerdo mucho.
—Estabas muy ocupado en aquellos tiempos.
—Metido en mi mundo, sí.
—Eso también.
Él se echó a reír.
—Quizá no debería haber pedido sinceridad.
—Te la habría dado de todos modos. Ahora necesito verdad en mi vida.
Edward asintió. Le soltó la mano, porque estando tan cerca de ella recordaba una cosa. Ella lo había besado una vez. Evidentemente, no iba a volver a ocurrir. Estaba claro que ella lamentaba la primera vez y, teniendo en cuenta la situación de ambos, sabía que sería mala idea que se tocaran.
Aun así, nunca había sido propenso a negarse placer sólo porque fuera mala idea. Se sentía atraído por Isabella Swan con su aroma limpio a fresas, su piel suave y su risa agradable. Sentía una necesidad acuciante de besarla en los labios. Sólo una caricia rápida. Pero no lo iba a hacer. Había cosas que un hombre no podía combatir, pero la atracción sexual sí se podía vencer fácilmente. No tocaría a esa mujer.
Como le había prometido, Tyler, un empleado, le llevó las maletas.
—¿Necesita algo más, señora?
Necesitaba que dejara de llamarla señora y de mirarla como si fuera alguien de la nobleza cuando probablemente no era más rica que él. Negó con la cabeza.
—Gracias, no. Le agradezco que me haya traído mis cosas y se haya ocupado de mi coche.
—El señor Cullen dice que puede cambiar o empaquetar todo lo que no le guste de la casa. La restauró hace años tal y como estaba antes, pero mientras esté usted aquí, es suya.
—Estoy segura de que está bien así.
Tyler asintió.
—A veces viene Sue y deja algunas cosas.
Bella parpadeó.
—¿Sue?
—Es la cocinera. Ya estaba aquí cuando el señor Cullen era joven y cuando su tía se enfadaba con el señor Cullen, le tiraba sus cosas. Sue rescataba algunas y las escondía aquí. Las retiró cuando arreglaban la casa, pero últimamente va trayendo algunas —sonrió Tyler.
Bella casi lanzó un gemido. No sólo trabajaba para Edward y vivía en su propiedad, sino que vivía en su escondite de la infancia rodeada por sus tesoros de niño.
—Estoy segura de que irá todo bien. No pienso quedarme mucho tiempo —dijo—. El señor Cullen me ha encargado un trabajo —musitó, pues no sabía cuánto sabían los empleados del motivo de su presencia allí. Rosalie, desde luego, no estaba al tanto de la posibilidad de los niños.
—No se preocupe. Sabemos que tiene que ver con que el señor Cullen ya no vea tan bien como antes. Lo sabemos, pero no lo comentamos. No le gusta que la gente lo sepa —Tyler la miró como advirtiéndola.
Bella no sabía si sentirse insultada porque los sirvientes de Edward le hicieran advertencias, conmovida porque se preocuparan tanto por él o asustada de sentir el impulso de llevarse una mano al corazón y jurar que preferiría morir a revelar los secretos de Edward.
—Hay cosas que no deben decirse —comentó.
No tenía intención de hablar de Edward con nadie. Ni siquiera quería pensar en Edward y, desde luego, no quería explorar sus sentimientos sobre aquel día y la situación necesaria pero emocionalmente peligrosa en la que se hallaba.
Pero cuando Tyler se marchó y entró en la casa, se llevó una agradable sorpresa. No sabía lo que esperaba encontrar, pero no había huellas visibles de Edward. Sólo muebles antiguos y hermosos en tonos crema, oro y azul. Muy cómodos y con mucho gusto. De más calidad que los que había tenido nunca, pero hogareños.
Pensó que aquello era muy agradable hasta que abrió el cajón de la mesilla y se encontró un montón de fotos antiguas. Mujeres. Es decir, mujeres mucho más jóvenes. A muchas las conocía. Ricas, guapas, la crema de la zona. Sabía lo que era eso. Fotos que le habían dado a Edward hacía mucho tiempo. Allí estaba Jessica Stanley vestida con minifalda y top que dejaba el ombligo al descubierto, sonriendo a la cámara como si su expresión fuera sólo por Edward. Estaba Lauren Mallory en su uniforme de animadora con Te quiero, Eddi. De verdad escrito al borde con tinta violeta. Por un segundo, Bella volvió al instituto, a ver a Edward alejarse con una chica que no era ella. Al segundo siguiente se preguntó si él sabía que las fotos estaban allí. Se sentía como una voyeur.
—¿Acaso importa? —se preguntó en voz alta—. Esto no tiene nada que ver con tu trabajo ni contigo.
Buscó una caja por allí, guardó las fotos en ella, la metió en el armario y cerró la tapa. Ya estaba. Sintió una sensación infantil de satisfacción, como si al fin hubiera logrado meter a Edwadrd en una caja.
Y tal vez era así.
Pero al momento siguiente oyó ruido fuera y se asomó por la ventana abierta. Edward corría con pantalón corto, mostrando sus muslos musculosos. Llevaba el pecho desnudo y sus hombros amplios brillaban por el sudor. La saludó con la mano, pero siguió corriendo.
Y ella lo Observó alejarse con el corazón galopante.
¿De verdad había creído que podía ser completamente inmune al atractivo físico de aquel hombre? ¿Qué mujer podría serlo?
Lo siguiente que pensó fue que le maravillaba que pudiera correr dada su situación. Pero sí corría, y bastante deprisa por cierto. Recordó que le había dicho que hacía todo lo que podía aunque le estuviera fallando la vista.
Pensó que seguía siendo un hombre temerario. Todavía salvaje. Todavía peligroso.
Al día siguiente se entregaría a su trabajo con pasión. Haría todo lo que pudiera. No sería bueno para ella pasar mucho tiempo allí. Estaba durmiendo, literalmente, en la cama de Edward, y esa idea le hacía temblar.
—¡Vaya, Swan! —se dijo a sí misma—. Hay personas que no saben controlar el tabaco, el alcohol o la comida. Tú no sabes elegir a los hombres.
Había llegado el momento de dejar atrás todas las cosas malas y peligrosas de su vida. Si conseguía sobrevivir a Edward una vez más, todo iría bien. Y eso podía hacerlo… ¿o no?
Sí, claro que sí. Pero controlar cosas era más fácil cuando una persona estaba bien preparada. La información formaba una buena armadura, así que al día siguiente saldría de caza. Y confiaba en encontrar algo útil.
Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
bueno bueno bueno esto esta super y ya me kede anclada porfa suban mas capis pleace
isabel- Cantidad de envíos : 23
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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
CAPITULO 3
Había que reconocer que ella era puntual.
-La señora Swan está en la biblioteca- le dijo el ama de llaves cuando Edward bajó a desayunar- Ha dicho que le diga que quiere hacerle unas preguntas cuando tenga tiempo.
Él inmediatamente dejó su servilleta en la mesa.
-Hágala pasar.
Bella estaba en la puerta menos de un minuto después.
-¿Has desayunado?- le preguntó él.
-Sólo café. Nunca he sido de desayunar fuerte.
Seguramente porque su familia no podía permitirse mucha comida cuando ella era niña. Y seguía siendo demasiado delgada.
-¿Te importa si yo lo hago?
-Oh. No. Esto puede esperar- Él negó con la cabeza.
-Siéntate y hablaremos. Tengo una reunión en una hora.
Bella entró en la habitación y Edward notó que se colocaba en el lado donde su visión periférica era mejor. La tentación de volverse para mirarla a los ojos se debatía con la necesidad de verla mejor. Tenía un fuerte deseo de saber cómo era ella ahora. Cosa que lo asustaba. Bella podía tener un exterior frío y directo, pero él adivinaba sentimiento y complejidad bajo la superficie, lo que implicaba que se trataba de una mujer con la que tenía que ir con cuidado. Trabajo. Sólo trabajo.
-Siéntate- repitió.
Ella se sentó donde le indicaba, a su lado, donde la doncella había puesto otro cubierto. Edward giró la cabeza para verla lo mejor posible y centrar toda su atención en ella.
La respuesta de ella fue inmediata. Se sentó más erguida y luego se quedó inmóvil, casi rígida. Él tuvo la impresión de que, aunque ella necesitaba aquel puesto, no le gustaba mucho trabajar con él. Recordó que había dicho que había estado enamorada de él. Sin duda lamentaba haberlo confesado.
-He leído algunas cosas- se apresuró a decir ella- comprendo la básico, que esta condición suele manifestarse antes en la vida de lo que ha hecho contigo, que es genética y que tienes sensibilidad a la luz y sólo tu visión periférica permanece intacata.
Al menos no tenía que explicarle por qué quería que se sentara a su lado y no enfrente.
-Así es. Si estuvieras enfrente de mí a esta distancia, parates de ti serían borrosas. Pero en este ángulo puedo ver que te has recogido el pelo atrás, que llevas pendientes largos y una blusa con botones de otro color. El de arriba está abierto.
Ella abrió mucho los ojos y él reprimió una sonrisa.
-Perdona. No he podido evitar darme cuenta, pero probablemente no debería haberlo mencionado.
Ella levantó la barbilla, ruborizada.
-No, no importa. Me ayuda a saber cuál es la situación y es cierto que necesito entenderla, pero…
Él esperó. La tensión que emanaba de ella era palpable, casi eléctrica. Sus dedos ansiaban tocar y calmar. Se reprimió con esfuerzo.
-¿Por eso puedes correr?
Sin darse cuenta, él se volvió hacia ella, aunque así la veía más borrosa.
-En parte sí. Puedo ver parte del suelo y cosas en los bordes. Lo que no puedo ver es lo que hay delante, pero conozco bien esta propiedad y no tengo que preocuparme de que haya agujeros ni tráfico.
-He tenido alumnos que corrían. Tú estás en buena forma. Es decir…- él levantó una mano para detenerla.
-Sé lo que quieres decir. No tienes que cuidar tus palabras ni preocuparte porque malinterprete lo que dices. Creo que ya hemos establecido que el pasado es pasado y esto es sólo trabajo. Aunque te encuentro atractiva, no me voy a abalanzar sobre ti.
Ella pareció sobresaltada por un segundo.
-No pensaba que fueras a hacerlo. Y… yo tampoco sobre ti. Es decir…- él sonrió
-No pasa nada, Bella.
-Para mí sí. Yo ya no tartamudeo. Es poco profesional y me he entrenado para no hacerlo.
Además, sólo quería decir que podías haber corrido en el equipo del instituto. Sé que eres bueno.
-No, eso no habría sido posible- repuso él con una sonrisa- Nunca hacía algo mucho tiempo- estaba demasiado ocupado causando problemas, pero eso no hacía falta que lo dijera.
Los dos lo sabían. Bella se movió en el asiento a su lado. Su falda rozó la pierna de él. Un gesto inocente que los conectó medio segundo y lanzó una corriente por el cuerpo de él. Ella se apresuró a retirar la tela y él controló el impulso de acercarse más. Tal vez ella proyectara una imagen tranquila y controlada, pero en ella seguía habiendo rastros de la Bella más joven y nerviosa. Era evidente que los hombres le habían hecho daño y él era su jefe, un hombre en el que tenía derecho a confiar.
-Mis días de causar problemas han terminado- le aseguró.
-Debido a tu…
-¿Mi ceguera? No. Porque yo elijo que hayan terminado- lo que implicaba que podía elegir con la misma facilidad que volvieran a empezar. Ella asintió.
-¿Qué más haces?- preguntó; y él vio que había sacado una libreta.
Tendió una mano y la apartó. Le tomó la mano y le apretó los dedos.
-Yo te ayudaré con tu investigación siempre que pueda e incluso probaré los instrumentos cuando sea necesario, pero no me uses como modelo. Lo que yo hago… bueno, no sería inteligente hacer esas promesas a un niño o a sus padres. Yo no quiero ser un modelo. No soy así- y nunca lo había sido.
Sintió que ella temblaba y respiraba hondo.
-¿No sigues siendo el chico salvaje?- preguntó ella, con un gesto que casi sonaba desafiante.
Él se echó a reír y le devolvió su mano.
-No tanto como antes. Ahora soy un hombre de negocios. Aburrido.
-Ya veremos- repuso ella con una sonrisa- Y no haré a ningún niño promesas que no pueda cumplir. No me gusta defraudarlos- Edward sintió un calor interior.
-Rosalie eligió bien- Ella se encogió de hombros.
-Soy su prima y sabía que necesito el dinero.
-No. Es una profesional. Es más que eso. A pesar de tu situación, ella no te habría recomendado si no sirvieras. Te interesan los niños más que a la media de la gente, ¿verdad?
-Eso no lo sé, pero me gustan mucho. Incluso pienso tener algunos, aunque sea sin marido. Y quiero montar un colegio privado donde pueda ayudar a niños con problemas y hacer que aquéllos que nunca se sienten especiales se den cuenta de su potencial. Así que no creas que no pondré por delante las necesidades de tus niños. Te consultaré a ti antes de hacer promesas.
-No son míos- repuso él- No quiero reclamar a esos niños ni tener hijos propios. No permitiré que ocurra eso- Ella se mordió el labio inferior.
-Yo me refería… He hablado sin pensar- Edward se arrepintió inmediatamente de su reacción. Movió la cabeza.
-No, yo he exagerado. Pero tener familia o niños… eso no entra en mis planes.
Menos mal que Bella le había dicho que ella pensaba tener hijos. Porque aunque la encontraba deseable y sabía que ella no era inmune a él, su necesidad de ser madre presentaba una barrera que los mantendría separados. Eso era algo bueno. Haría que resultara mucho más fácil trabajar con ella.
-¿Edward?
-Si necesitas algo, pídelo- dijo él- Y si no comes y te cuidas, no nos servirás de nada ni a los niños ni a mí- hablaba con tono ligero, pero lo decía en serio.
La carcajada de respuesta de ella le resultó deliciosa.
-¿Qué?- preguntó.
-Perdóname, pero es un argumento patético para impulsarme a desayunar. Yo creía que un hombre que nació rebelde sabría que no es tan fácil lograr que una persona rebelde haga algo.
Se levantó y él la imitó.
-¿Qué quieres decir?- Ella inclinó la cabeza a un lado.
-Cuando eras niño y rompías todas las normas, ¿qué habría tenido que decirte o hacer alguien para convencerte de que hicieras las cosas a su modo?
Él sabía lo que intentaba hacer.
-Nada me habría convencido si yo estaba empeñado en no hacer algo- contestó.
Por un momento, ella pareció decepcionada, pero se recuperó rápidamente.
-Exacto. Y si yo no quiero desayunar, tú no puedes obligarme.
Él le sonrió, pero Bella parecía contrita.
-No era mi intención que eso sonara tan infantil.
-No te preocupes, Bella. Sé que eres nueva en esto de la rebeldía. Siempre has hecho lo que se esperaba de ti, ¿verdad?- Ella frunció el ceño.
-Siempre. Por eso necesito reafirmarme ahora- tomó la libreta- Independientemente de lo que tú creas que los niños pueden hacer o no hacer, yo opino que ese tema puede estar abierto a especulaciones. Nadie debería verse limitado por la opinión de una persona. Cada persona es un individuo y unos pueden hacer más que otros, ¿verdad?
Vale, ahora él sabía que intentaba manipularlo, pero no podía evitar aplaudir su tenacidad.
-Estoy seguro de que tienes razón- dijo
-¿Qué más aficiones tienes aparte de correr?- preguntó ella, sacando un bolígrafo del bolsillo de la falda
-Juego baloncesto cuando puedo pillar a Tyler libre- contestó él, mencionando una de sus actividades menos duras. No quería hablar de nada donde un niño pudiera hacerse daño.
-¿Baloncesto? Eso es maravilloso.
-¿Tú juegas?
-No. Me temo que nunca se me han dado bien los deportes. Nunca hice deportes en la escuela.
-En ese caso, puede que tengas un talento sin descubirir.
Ella lo miró ruborizada.
-Puede, pero probablemente no lo descubriré. Estoy demasiado ocupada trabajando- se alejó en dirección a la biblioteca.
Edward se preguntó cuál de los dos había ganado ese asalto, pero luego movió la cabeza. Quizá habían ganado los dos. De algún modo, había conseguido no tocarla. Y eso, por supuesto, era algo bueno.
Bella cerró con cuidado la puerta de la biblioteca y a continuación cerró los ojos y se deslizó al suelo. El corazón le latía más deprisa que el Derby de Kentucky. El encuentro con Edward había sido…Estimulante, excitante.
-Nada de eso- murmuró
Él era su jefe, no una fantasía de adolescente. Y sin embargo, cuando él le había tomado la mano, tuvo que hacer un gran esfuerzo por seguir sentada quieta. Probablemente no debería haberlo retado. Pero al menos había conseguido que la ayudara. Miró la hoja de papel casi vacía. Sólo había un artículo escrito, pero había aprendido algo que necesitaría para ayudar a los niños. A partir de ese momento, absorbería todo lo que pudiera simplemente observando a Edward.
Porque aunque quería escapar al peso aplastante de la deuda, los malos recuerdos de esa ciudad y la potentísima aura de aquel hombre, también le importaban los niños a los que debería guiar a una vida posiblemente nueva y terrorífica. Necesitaba mirar aquello desde todos los ángulos, y eso implicaba estudiar al hombre que era un laboratorio andante para su investigación.
Tal vez fuera así como debía considerarlo. Un experimento, un sujeto de laboratorio. Pero luego pensó en su piel en la de ella cuando le apretó los dedos y en la mirada intensa de él y todo en su mundo pareció reducirse a él, ella y…
-Vale, un experimento de laboratorio no. Un hombre que, desgraciadamente, te excita- un hombre al que era peligroso mirar mucho- Lástima, Swan- se dijo a sí misma.
Se había comprometido y tendría que observar a Edward Cullen. Por el momento.
CAPITULO 3
Había que reconocer que ella era puntual.
-La señora Swan está en la biblioteca- le dijo el ama de llaves cuando Edward bajó a desayunar- Ha dicho que le diga que quiere hacerle unas preguntas cuando tenga tiempo.
Él inmediatamente dejó su servilleta en la mesa.
-Hágala pasar.
Bella estaba en la puerta menos de un minuto después.
-¿Has desayunado?- le preguntó él.
-Sólo café. Nunca he sido de desayunar fuerte.
Seguramente porque su familia no podía permitirse mucha comida cuando ella era niña. Y seguía siendo demasiado delgada.
-¿Te importa si yo lo hago?
-Oh. No. Esto puede esperar- Él negó con la cabeza.
-Siéntate y hablaremos. Tengo una reunión en una hora.
Bella entró en la habitación y Edward notó que se colocaba en el lado donde su visión periférica era mejor. La tentación de volverse para mirarla a los ojos se debatía con la necesidad de verla mejor. Tenía un fuerte deseo de saber cómo era ella ahora. Cosa que lo asustaba. Bella podía tener un exterior frío y directo, pero él adivinaba sentimiento y complejidad bajo la superficie, lo que implicaba que se trataba de una mujer con la que tenía que ir con cuidado. Trabajo. Sólo trabajo.
-Siéntate- repitió.
Ella se sentó donde le indicaba, a su lado, donde la doncella había puesto otro cubierto. Edward giró la cabeza para verla lo mejor posible y centrar toda su atención en ella.
La respuesta de ella fue inmediata. Se sentó más erguida y luego se quedó inmóvil, casi rígida. Él tuvo la impresión de que, aunque ella necesitaba aquel puesto, no le gustaba mucho trabajar con él. Recordó que había dicho que había estado enamorada de él. Sin duda lamentaba haberlo confesado.
-He leído algunas cosas- se apresuró a decir ella- comprendo la básico, que esta condición suele manifestarse antes en la vida de lo que ha hecho contigo, que es genética y que tienes sensibilidad a la luz y sólo tu visión periférica permanece intacata.
Al menos no tenía que explicarle por qué quería que se sentara a su lado y no enfrente.
-Así es. Si estuvieras enfrente de mí a esta distancia, parates de ti serían borrosas. Pero en este ángulo puedo ver que te has recogido el pelo atrás, que llevas pendientes largos y una blusa con botones de otro color. El de arriba está abierto.
Ella abrió mucho los ojos y él reprimió una sonrisa.
-Perdona. No he podido evitar darme cuenta, pero probablemente no debería haberlo mencionado.
Ella levantó la barbilla, ruborizada.
-No, no importa. Me ayuda a saber cuál es la situación y es cierto que necesito entenderla, pero…
Él esperó. La tensión que emanaba de ella era palpable, casi eléctrica. Sus dedos ansiaban tocar y calmar. Se reprimió con esfuerzo.
-¿Por eso puedes correr?
Sin darse cuenta, él se volvió hacia ella, aunque así la veía más borrosa.
-En parte sí. Puedo ver parte del suelo y cosas en los bordes. Lo que no puedo ver es lo que hay delante, pero conozco bien esta propiedad y no tengo que preocuparme de que haya agujeros ni tráfico.
-He tenido alumnos que corrían. Tú estás en buena forma. Es decir…- él levantó una mano para detenerla.
-Sé lo que quieres decir. No tienes que cuidar tus palabras ni preocuparte porque malinterprete lo que dices. Creo que ya hemos establecido que el pasado es pasado y esto es sólo trabajo. Aunque te encuentro atractiva, no me voy a abalanzar sobre ti.
Ella pareció sobresaltada por un segundo.
-No pensaba que fueras a hacerlo. Y… yo tampoco sobre ti. Es decir…- él sonrió
-No pasa nada, Bella.
-Para mí sí. Yo ya no tartamudeo. Es poco profesional y me he entrenado para no hacerlo.
Además, sólo quería decir que podías haber corrido en el equipo del instituto. Sé que eres bueno.
-No, eso no habría sido posible- repuso él con una sonrisa- Nunca hacía algo mucho tiempo- estaba demasiado ocupado causando problemas, pero eso no hacía falta que lo dijera.
Los dos lo sabían. Bella se movió en el asiento a su lado. Su falda rozó la pierna de él. Un gesto inocente que los conectó medio segundo y lanzó una corriente por el cuerpo de él. Ella se apresuró a retirar la tela y él controló el impulso de acercarse más. Tal vez ella proyectara una imagen tranquila y controlada, pero en ella seguía habiendo rastros de la Bella más joven y nerviosa. Era evidente que los hombres le habían hecho daño y él era su jefe, un hombre en el que tenía derecho a confiar.
-Mis días de causar problemas han terminado- le aseguró.
-Debido a tu…
-¿Mi ceguera? No. Porque yo elijo que hayan terminado- lo que implicaba que podía elegir con la misma facilidad que volvieran a empezar. Ella asintió.
-¿Qué más haces?- preguntó; y él vio que había sacado una libreta.
Tendió una mano y la apartó. Le tomó la mano y le apretó los dedos.
-Yo te ayudaré con tu investigación siempre que pueda e incluso probaré los instrumentos cuando sea necesario, pero no me uses como modelo. Lo que yo hago… bueno, no sería inteligente hacer esas promesas a un niño o a sus padres. Yo no quiero ser un modelo. No soy así- y nunca lo había sido.
Sintió que ella temblaba y respiraba hondo.
-¿No sigues siendo el chico salvaje?- preguntó ella, con un gesto que casi sonaba desafiante.
Él se echó a reír y le devolvió su mano.
-No tanto como antes. Ahora soy un hombre de negocios. Aburrido.
-Ya veremos- repuso ella con una sonrisa- Y no haré a ningún niño promesas que no pueda cumplir. No me gusta defraudarlos- Edward sintió un calor interior.
-Rosalie eligió bien- Ella se encogió de hombros.
-Soy su prima y sabía que necesito el dinero.
-No. Es una profesional. Es más que eso. A pesar de tu situación, ella no te habría recomendado si no sirvieras. Te interesan los niños más que a la media de la gente, ¿verdad?
-Eso no lo sé, pero me gustan mucho. Incluso pienso tener algunos, aunque sea sin marido. Y quiero montar un colegio privado donde pueda ayudar a niños con problemas y hacer que aquéllos que nunca se sienten especiales se den cuenta de su potencial. Así que no creas que no pondré por delante las necesidades de tus niños. Te consultaré a ti antes de hacer promesas.
-No son míos- repuso él- No quiero reclamar a esos niños ni tener hijos propios. No permitiré que ocurra eso- Ella se mordió el labio inferior.
-Yo me refería… He hablado sin pensar- Edward se arrepintió inmediatamente de su reacción. Movió la cabeza.
-No, yo he exagerado. Pero tener familia o niños… eso no entra en mis planes.
Menos mal que Bella le había dicho que ella pensaba tener hijos. Porque aunque la encontraba deseable y sabía que ella no era inmune a él, su necesidad de ser madre presentaba una barrera que los mantendría separados. Eso era algo bueno. Haría que resultara mucho más fácil trabajar con ella.
-¿Edward?
-Si necesitas algo, pídelo- dijo él- Y si no comes y te cuidas, no nos servirás de nada ni a los niños ni a mí- hablaba con tono ligero, pero lo decía en serio.
La carcajada de respuesta de ella le resultó deliciosa.
-¿Qué?- preguntó.
-Perdóname, pero es un argumento patético para impulsarme a desayunar. Yo creía que un hombre que nació rebelde sabría que no es tan fácil lograr que una persona rebelde haga algo.
Se levantó y él la imitó.
-¿Qué quieres decir?- Ella inclinó la cabeza a un lado.
-Cuando eras niño y rompías todas las normas, ¿qué habría tenido que decirte o hacer alguien para convencerte de que hicieras las cosas a su modo?
Él sabía lo que intentaba hacer.
-Nada me habría convencido si yo estaba empeñado en no hacer algo- contestó.
Por un momento, ella pareció decepcionada, pero se recuperó rápidamente.
-Exacto. Y si yo no quiero desayunar, tú no puedes obligarme.
Él le sonrió, pero Bella parecía contrita.
-No era mi intención que eso sonara tan infantil.
-No te preocupes, Bella. Sé que eres nueva en esto de la rebeldía. Siempre has hecho lo que se esperaba de ti, ¿verdad?- Ella frunció el ceño.
-Siempre. Por eso necesito reafirmarme ahora- tomó la libreta- Independientemente de lo que tú creas que los niños pueden hacer o no hacer, yo opino que ese tema puede estar abierto a especulaciones. Nadie debería verse limitado por la opinión de una persona. Cada persona es un individuo y unos pueden hacer más que otros, ¿verdad?
Vale, ahora él sabía que intentaba manipularlo, pero no podía evitar aplaudir su tenacidad.
-Estoy seguro de que tienes razón- dijo
-¿Qué más aficiones tienes aparte de correr?- preguntó ella, sacando un bolígrafo del bolsillo de la falda
-Juego baloncesto cuando puedo pillar a Tyler libre- contestó él, mencionando una de sus actividades menos duras. No quería hablar de nada donde un niño pudiera hacerse daño.
-¿Baloncesto? Eso es maravilloso.
-¿Tú juegas?
-No. Me temo que nunca se me han dado bien los deportes. Nunca hice deportes en la escuela.
-En ese caso, puede que tengas un talento sin descubirir.
Ella lo miró ruborizada.
-Puede, pero probablemente no lo descubriré. Estoy demasiado ocupada trabajando- se alejó en dirección a la biblioteca.
Edward se preguntó cuál de los dos había ganado ese asalto, pero luego movió la cabeza. Quizá habían ganado los dos. De algún modo, había conseguido no tocarla. Y eso, por supuesto, era algo bueno.
Bella cerró con cuidado la puerta de la biblioteca y a continuación cerró los ojos y se deslizó al suelo. El corazón le latía más deprisa que el Derby de Kentucky. El encuentro con Edward había sido…Estimulante, excitante.
-Nada de eso- murmuró
Él era su jefe, no una fantasía de adolescente. Y sin embargo, cuando él le había tomado la mano, tuvo que hacer un gran esfuerzo por seguir sentada quieta. Probablemente no debería haberlo retado. Pero al menos había conseguido que la ayudara. Miró la hoja de papel casi vacía. Sólo había un artículo escrito, pero había aprendido algo que necesitaría para ayudar a los niños. A partir de ese momento, absorbería todo lo que pudiera simplemente observando a Edward.
Porque aunque quería escapar al peso aplastante de la deuda, los malos recuerdos de esa ciudad y la potentísima aura de aquel hombre, también le importaban los niños a los que debería guiar a una vida posiblemente nueva y terrorífica. Necesitaba mirar aquello desde todos los ángulos, y eso implicaba estudiar al hombre que era un laboratorio andante para su investigación.
Tal vez fuera así como debía considerarlo. Un experimento, un sujeto de laboratorio. Pero luego pensó en su piel en la de ella cuando le apretó los dedos y en la mirada intensa de él y todo en su mundo pareció reducirse a él, ella y…
-Vale, un experimento de laboratorio no. Un hombre que, desgraciadamente, te excita- un hombre al que era peligroso mirar mucho- Lástima, Swan- se dijo a sí misma.
Se había comprometido y tendría que observar a Edward Cullen. Por el momento.
Última edición por Ebys Cullen el 21/2/2011, 2:13 pm, editado 1 vez
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
isabel escribió:bueno bueno bueno esto esta super y ya me kede anclada porfa suban mas capis pleace
Me alegro que te alla gustado... y para que no te quedes ancalada aca te subi otro cap...
Ebys Cullen- .
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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
CAPITULO 4:
Edward, que revisaba papeles en su mesa, se dijo que había sido una semana razonablemente satisfactoria. El detective privado se había reunido con Bella y él y les había comunicado que había encontrado a un antiguo empleado del banco de esperma y esperaba poder sacar algo de allí. Además, los negocios de Edward iban tan bien como siempre.
No era, pues, el trabajo lo que le preocupaba en ese momento. Tampoco era su ceguera, al menos no más que de costumbre.
Era Bella.
Toda la semana había estado presente en un segundo plano, como un ratón que esperaba que cayera un trozo de queso. Apretaba la libreta contra el pecho a modo de escudo e intentaba pasar desapercibida. Y sin duda creía que lo lograba.
Quizá porque él no veía bien. Pero no, Edward sabía que no era por eso. Simplemente ella creía… él sospechaba que ella creía que era una persona invisible, una persona en la que no se fijaban los hombres.
Y él tenía que admitir que, de adolescentes, había sido exactamente eso para él.
Pero ya no.
Cuando levantaba pesas en el gimnasio, notaba los ojos de ella fijos en él. Su perfume ligero y distintivo llegaba hasta él y le producía calor en el cuerpo.
Cuando nadaba en la piscina por la mañana, el cloro cubría el aroma de ella, pero cuando salía de debajo del agua, ella estaba allí, apoyada en la pared y tomando notas.
Sabía que sólo pretendía reunir información, pero eso no lo ayudaba. Saber que ella lo observaba como un objeto de estudio, lo ponía furioso.
Y siempre que corría, era consciente de la presencia de ella; siempre. Tenía el sol en la espalda, el viento en el pelo y la mirada de Bella lo seguía. Toda su vida había estado habituado a que lo miraran las mujeres, pero aquello era diferente. Era impersonal.
—Menos mal —se dijo; excepto que, cuando él la miró al pasar, captó el viento en el cabello de ella y por primera vez, sin la distracción de los pequeños detalles, se fijó en la curva larga y llena de gracia de su cuello, y en lo bien que encajaría allí una mano de hombre para atraerla a un beso, donde una visión perfecta era innecesaria y donde sólo importaba la sensación física.
Lanzó un juramento. No tenía sentido que pensara en ella de ese modo. Bella no estaba allí para su placer. Si la deseaba, probablemente era porque no había otra mujer en su vida en ese momento. Su lujuria por ella era inmaterial. Bella lo observaba sólo para ver cómo funcionaba y cuáles eran sus límites para contárselo a los padres de los niños.
Pero saber eso no le mejoraba el humor. No tenía sentido seguir allí sentado fingiendo trabajar cuando no trabajaba nada. Se levantó de la mesa, dejó el cristal de aumento que utilizaba y salió al vestíbulo justo cuando sonaba el timbre de la puerta.
Recordó que Tyler estaba fuera atendiendo a la limusina y era el día libre de la señora Clearwater, por lo que no había nadie más cerca para abrir la puerta. También fue consciente de que Bella entraba en el vestíbulo detrás de él. Pero ella no era una criada y no se le pedía que recibiera a las visitas. No, Bella era la mujer que lo había tratado como a una rata de laboratorio toda la semana. Si le pedía que abriera la puerta, probablemente sacaría la condenada libreta y…
Frunció el ceño y fue a abrir la puerta. El cambio de la leve oscuridad de la casa al brillo del sol produjo su fea magia, como ya se había acostumbrado a esperar. Sus ojos tardaban mucho más en adaptarse que antes. Durante segundos, que le parecieron minutos, se limitó a mirar a la persona que había en el umbral, intentando ver… algo.
Y luego se impusieron sus viejos hábitos. Tenía que ser educado. Quienquiera que fuera la persona, no quería que se diera cuenta de que no podía ver y quizá, a pesar de todo, tampoco quería que Bella lo viera así. Una cosa era contarle lo que ocurría y otra dejarle ver lo peor de su debilidad.
Se adelantó y miró en dirección al visitante.
—Hola —dijo, con una sonrisa—. ¿Qué tal?
Por un segundo comprendió que la persona en la puerta podía llevar un machete o un fusil y él no tendría ni idea. Sin embargo, él conversaba amablemente con lo que de momento era un completo desconocido, para salvar su orgullo. Y por el silencio momentáneo que siguió, estuvo seguro de que había metido la pata.
Bella se adelantó de pronto.
—Tanya, qué amable. Adelante. Ya conoces a Edward, le gusta bromear. Hacer que no te conoce…
Aunque Edward no la miraba, oía la sonrisa en la voz de Bella mientras acudía en su auxilio.
¿Tanya?
Edward deseó golpearse la cabeza con la pared en cuanto comprendió a quién se refería Bella y su visión empezó a adaptarse a la luz. Se apartó para dejar pasar a Tanya Delani. No era una desconocida, pero tampoco una amiga, a pesar de que… o quizá porque Tanya y él habían salido juntos dos meses en el instituto.
Recién divorciada, de vuelta en la ciudad y buscando diversiones nuevas, se había presentado allí un par de veces últimamente para pedir prestada una taza de azúcar, aunque su casa estaba a un kilómetro. Sin duda leía la sección de economía del periódico y sabía que Empresas Cullen nadaba en la abundancia. Tyler, que conocía a la mujer por lo que era y siempre había sido, había puesto excusas y le había dicho que Edward estaba trabajando. Pero eso había sido la semana anterior. Ese día Tyler no estaba allí, Bella no conocía la situación y… Y él no podía anunciarle a Bella que Tanya estaba allí en expedición de caza.
Aquello sería violento. Tenía al lado a Bella, una mujer a la que deseaba aunque no estaba bien hacerlo. Al otro lado había una mujer que quería su lujuria pero que no le interesaba. Más aún, Tanya podía ser peligrosa cuando se le llevaba la contraria.
Era capaz de decir algo a la prensa si descubría lo que poca gente sabía, que el dueño del imperio Cullen se estaba quedando ciego. Entonces no lo dejarían en paz. Y aunque la verdad acabaría por saberse con el tiempo, no quería pensar en eso. Ya resultaba bastante difícil vivir con lo desconocido y preguntarse cuánto quedaría de todo aquello en un futuro. No quería para nada tener que afrontar el acoso de la prensa, ser observado como un pez tropical en una pecera o ser visto como defectuoso o débil.
Pero era él el que había dejado pasar a Tanya, así que se esforzó por reparar el daño.
—Hola, Tanya —dijo—. Me alegro de verte.
No era cierto. A Tanya sólo le interesaban tres cosas, posición, dinero y cotilleos, y una posición mejor y más dinero siempre serían bienvenidos.
En cuanto a cotilleos… Tanya seguramente se preguntaba qué hacía Isabella Swan a su lado, recibiendo a los invitados como una esposa.
Esperó el comentario mordiente de la otra.
—Edward, tesoro, te he visto muy poco últimamente. En serio. Ese horrible empleado tuyo no me ha dejado entrar. Pero ahora estoy aquí y te veo tan apetitoso como siempre —le pasó una mano por la manga y dejó los dedos unos segundos más de lo necesario. Era imposible confundir su intención. Tanya iba de caza. La visión de Edward todavía se adaptaba a la luz, pero no necesitaba ver mucho para saber eso.
Más aún, sabía lo que se esperaba de él y darle a Tanya lo que quería probablemente era el modo más rápido de calmar su curiosidad rabiosa y librarse de ella.
—Tanya… gracias. Tú, por supuesto, estás hermosa, como siempre —cosa que era cierto, al menos por fuera, por lo que él podía ver.
Tanya casi ronroneó. Se acercó más. Y se volvió hacia Bella, que se sentía claramente incómoda. La expresión de Tanya no era muy clara desde ese ángulo, pero Edward recordaba su personalidad lo bastante bien para imaginar cuál sería. Mostraría la sonrisa congelada y triunfante de la gente que cree haber derrotado a una rival. Lo miró a él.
Ah, esperaba confesiones. Quería saber qué hacía Bella allí.
Pero Edward era un maestro a la hora de lanzar pantallas de humo cuando tenía que enfrentarse a verdades incómodas.
—Me alegro de que hayas venido —dijo—. Llegas justo a tiempo de ver a Bella.
—¿Oh? ¿Isabella se marcha? —preguntó Tanya—. Debo decir que me sorprende verla aquí, cuando tú te has mostrado tan distante con tus amigos últimamente. No es que recuerde que Isabella y tú fuerais amigos precisamente. De hecho, ni siquiera sé lo que ha hecho Isabella estos años. Quizá porque ella nunca fue parte de nuestro grupo. ¿Pero ha venido aquí de visita?
Edward notó que Bella se ponía tensa. Había algo desagradable en la voz de Tanya, como si creyera que Bella se había pasado para acostarse con Edward… por dinero. Por un segundo, pensó en echarla de allí en el acto y cerrarle la puerta en las narices. Bella no se merecía ese tipo de insinuaciones feas. Pero había modos más eficaces de lidiar con el sarcasmo.
—Creo que estás equivocada sobre mis viejos amigos, Tanya. Yo salía con mucha gente que tú no sabías. Y la familia de Bella vivía muy cerca. Es prima de Rosalie, y yo salí mucho tiempo con Rosalie —lo cual no era cierto del todo, pero, para él, tres meses habían sido mucho tiempo. El hecho de que su relación con Rosalie hubiera pasado rápidamente de romance pasional a amistad platónica no era algo que Tanya tenía por qué saber. «Amistad» y «platónica» no eran palabras que estuvieran en su vocabulario—. Los Swan son buena gente —continuó.
Y entonces oyó la risa más deliciosa que había oído jamás. Y no procedía de la dirección de Tanya.
Bella se acercó tanto a él que su cuerpo lo rozó. Le puso una mano en el brazo y él sintió una oleada de calor.
—Tanya —dijo ella—. Si quieres saber algo, yo estoy aquí, pero, ah, no habrás pensado que Edward y yo… — volvió a reír, pero le temblaba la mano con la que lo tocaba—. ¡Qué violento! La verdad es que estoy aquí porque Rosalie y él siguen siendo buenos amigos y él le pidió que le buscara a alguien para que lo ayudara a ponerse al día con papeles y correspondencia personal. Y como yo tengo libre el verano, ¿por qué no? ¿Quién no querría ayudar a un viejo amigo? Y ahora me alegro, porque así he podido verte también a ti. Ha pasado mucho tiempo, pero recuerdo que tú siempre te reías.
Su mano apretó el brazo de Edward y éste comprendió que quería decir que Tanya siempre se reía de los demás.
—Bueno, lo intento —musitó Tanya con frialdad.
—Claro que sí —repuso Edward.
Ella intentaba muchas cosas, la mayoría desagradables. En los últimos minutos había intentado claramente insultar a Bella. Y eso no ocurriría si él podía evitarlo.
—¿Hay algo que Bella y yo podamos hacer por ti, Tanya? —preguntó. Cubrió la mano de Bella con la suya y ella intentó soltarse, como si acabara de darse cuenta de que lo estaba tocando, pero él la retuvo con firmeza—. ¿Otra taza de azúcar quizá? Sí, Tyler me ha dicho, que has pasado unas cuantas veces. Te debe de gustar mucho la repostería.
—Oh. Azúcar. Sí. Me encanta. Pero no, hoy sólo pasaba por aquí y se me ha ocurrido entrar a saludar. Y me alegro de haberlo hecho o no habría visto a Bella. Eres una administrativa muy completa, querida. Te voy a dejar que vuelvas a tus papeles. Adiós, Edward. Vendré en otra ocasión. Pero no por azúcar —retrocedió hasta la puerta, que cerró detrás de ella.
Cuando se quedaron solos, hubo un silencio. Edward sintió la mano de ella inmóvil bajo la suya. La soltó.
—Lo siento mucho —dijo.
—¿Haberme sujetado la mano?
—No. Dejar que Tanya intentara insultarte— Bella se encogió de hombros.
—No importa.
—No era la primera vez que lo hacía, ¿verdad?
—La última vez que la vi se rió de mí porque los zapatos que yo llevaba los había tirado ella porque no le gustaban.
La rabia atravesó a Edward como un cuchillo caliente.
—¿Y cómo respondiste a eso?
—No respondí. Nunca lo hacía. Me alejé y punto.
Edward sentía que ella estaba tensa. Deseaba acercarse y consolarla, pero sabía que a ella no le gustaría.
—Hoy no te has alejado.
Bella se echó a reír de nuevo. Con suavidad.
—Por la situación. Estaba interpretando un papel, pero me habría gustado cerrarle la puerta en las narices.
—A mí me habría gustado ver eso.
—Menos mal que nunca se me ha dado bien seguir mis impulsos —repuso ella.
Edward enarcó las cejas y ella se sonrojó. Él asumió que los dos pensaban en aquel beso lejano.
—¿Azúcar? —preguntó ella.
Edward sonrió.
—Tanya va a la caza de marido.
—¿Y tú serías el marido número dos?
—El número tres. Gracias por haber intervenido antes. Al principio no sabía quién era.
—El cambio de luz —comentó ella—. Tanya no lo sabe, ¿verdad? ¿Qué haría si lo supiera?
—Se alejaría sin dudarlo. A Tanya no le gustan las debilidades.
—Yo no creo que se fuera. Tú no eres débil. Te he visto levantar pesas, correr y nadar.
Y de pronto la habitación pareció muy caliente. Edward miró la cabeza de Bella y vio que ella se había girado. Le avergonzaba su comentario. Y él no quería que fuera así. Había salvado la reputación de él y le debía una. Tenía que distraerla.
—Créeme, Tanya no querría a un hombre que no pudiera ver lo bastante para decirle que sus ojos son lagos azules —se burló—. Si lo supiera, se iría corriendo. Quizá debería decirle que me estoy quedando ciego —sonrió—. A lo mejor no me has hecho ningún favor ayudándome a ocultárselo. Puede que ahora tenga que regalar más tazas de azúcar.
—O puede que la próxima vez te pida también un anillo y tu fortuna —contestó ella con una sonrisa.
—En ese caso —él bajó la voz—, espero que tú estés cerca para ayudarme a espantarla otra vez.
Siguió un silencio. Ella lo observaba con atención. En la habitación había subido el nivel de tensión tanto como la temperatura.
—Por supuesto que te ayudaría —repuso ella—. Es mi trabajo. Soy tu empleada.
Y se alejó sin más.
Pasó todo el día en la biblioteca y no salió a verlo hacer ejercicio. Eso debería haber complacido a Edward. ¿Por qué no fue así?
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Chicas siento no haber podido subir antes algún cap pero estoy teniendo algunos problemas con la pag… más que problemas una rana encubada se cruza en mi camino j aja ja… y como me demore subo dos para que me perdonen
Besos
Ebys Cullen
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"UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
CPITULO 5:
Bella volvía a estar en su puesto, observándolo, y Edward se volvía loco poco a poco. Era consciente de la presencia de ella cada minuto, sobre todo desde el incidente con Tanya. Recordaba los ojos marrones solemnes de Bella y los sentía fijos en él. Era casi más de lo que podía soportar y a veces sentía ganas de despedirla, llamar Rosalie y decirle que aquello no funcionaba.
Pero no sería cierto.
Bella se había lanzado de lleno al trabajo. Le daba informes diarios de sus progresos y era evidente que hacía bien sus deberes. Cada vez estaba más al día de la última tecnología y las investigaciones más recientes. Un día en que él estaba ocupado con un cliente, habló ella con Jasper, el detective privado, y ahora éste siempre preguntaba por ella. Edward consideró la posibilidad de que la fascinación de Jasper se debiera a la profesionalidad de ella, pero sospechaba que la obsesión del detective tenía más que ver con la voz sexy de Bella y la risa ronca que hacía que los hombres se preguntaran dónde estaba la cama más próxima.
—Si es ése el caso, tendré que hablar con él —murmuró.
¿Para decirle qué? ¿Qué no hablara con Bella? Él no tenía ningún derecho a organizar la vida de ella. Por lo tanto, no le diría nada a Jasper. Por el momento. Mientras la tratara con respeto y mantuviera las distancias.
Algo profundo y oscuro lo recorrió por dentro y sabía que debía ignorarlo. Era ese algo profundo y oscuro que siempre le había traído problemas en la vida. El lado rebelde que lo había impulsado a convertirse en donante de esperma… porque había tenido una pelea con su tía y sabía que ella no quería que esparciera los genes de la familia sin su aprobación. La mujer lo había criado por un sentido del deber, pero siempre lo había despreciado. Le recordaba demasiado a su padre, y su padre le recordaba cosas que nadie quería recordar.
Y Edward la había atacado a su vez siempre que podía. No se había permitido mostrar sus sentimientos. Había fingido que no le importaba que ella lo criticara o lo comparara con el débil de su padre. Pero había causado problemas donde quiera que iba.
Y ahora estaba allí, contemplando meterse en líos otra vez, porque era indudable que no debería acercarse a Bella.
—Bella, deja de escribir —ordenó, apoyando los brazos en el lateral de la piscina.
Ella levantó la vista con un sobresalto. ¿Llevaba gafas? Normalmente no, pero sí, en la punta de la nariz descansaban unas gafas, que hacían que se fijara en el rostro estrecho y hermoso de ella.
—¿Por qué?
Él vaciló. Exhaló el aire con frustración.
—Ya has hecho bastante. ¿Cuánto se puede escribir sobre cómo nada una persona?
Ella pareció nerviosa. Edward creyó que se negaría a responder. Él apoyó las manos en el lateral de la piscina y subió al borde de un salto. Se acercó a ella con el agua resbalando por su cuerpo.
—¿Qué escribes ahí? —preguntó, señalando el papel.
Ella jugueteó nerviosamente con la camisa y el movimiento llamó la atención de Edward hacia su cuerpo y piernas. Reprimió un gemido.
—¿Quieres que te lo lea? —preguntó ella.
—No hace falta, pero quiero que me lo digas. Sabes que no puedo leerlo sin ayuda, así que confiaré en que me dices la verdad.
Ella levantó la barbilla.
—Yo no te mentiría —contestó—. Por lo menos en cosas importantes.
Él sonrió.
—Ya lo sé. ¿Qué escribes?
—No quiero decírtelo.
Edward parpadeó.
—¿Por qué?
Ella miró a un costado.
—En el papel no hay nada.
—¿Cómo dices?
—Que no hay nada escrito. Sólo te estaba observando.
—Te he visto tomar notas.
—Ya lo sé. Supongo que, en cierto modo, era una mentira. Fingía escribir.
—¿Por qué?
—Me resultaba… incómodo mirarte sin más y creía que a ti también te resultaría incómodo, pero necesito observarte para poder contar mis impresiones a los padres.
—¿Y por qué no escribes?
—Escribir es una distracción cuando estás observando. Puedo perderme algo importante mientras escribo.
Bella lo miraba de pie, claramente incómoda. Él habría podido jurar que se sonrojaba… pero no retrocedía ni un ápice. Su coraje lo admiraba.
—¿Y qué dirías a los padres?
Ella respiró hondo y bajó la cabeza; pero volvió a levantarla casi enseguida.
—Les diría que el hombre que engendró a sus hijos se esfuerza todos los días y logra muchas cosas. Que tiene señales brillantes para localizar los laterales de la piscina y aunque su visión se esté debilitando, todavía puede nadar mejor que la mayoría de la gente. Hoy incluso ha saltado del trampolín…
Se interrumpió.
—Sí, eso ha sido una estupidez —intervino él.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
—Lo has conseguido.
—Por los pelos. No estaba seguro de si había llegado al final del trampolín o no. Si lo he conseguido, sólo ha sido porque usé muchas veces ese trampolín cuando veía bien. Sabía cuántos escalones tenía que subir y he podido sentir cuándo llegaba al final. Quizá hayas notado que el salto ha sido amplio para estar seguro de que no me daba en la cabeza con una tabla que no veía.
—No me he dado cuenta. Yo no sé saltar. Hablas con una nadadora muy mala.
Él se echó a reír.
—Y basado en lo que has observado, ¿dirías a los padres que sus hijos pueden nadar?
—Por supuesto que no. Les diría que quizá puedan nadar.
—¿Y no habrías sabido eso sin tantas observaciones?
Ella respiró hondo.
—No lo sé. Es que… parecía que todos los días te esforzabas un poco más. Y creo que eso necesitaba saberlo.
—Vale, lo comprendo. Pero debo decirte que ya he sacado todos mis trucos de nadador —sonrió—. No va a cambiar mucho ya.
Ella se echó a reír.
—Está bien. Quieres que me largue, ¿verdad?
—Simplemente… creo que no hace falta que seas mi canguro.
Ella abrió mucho los ojos y dio un paso al frente.
—No lo soy. No era eso. Créeme, si tuvieras problemas nadando, yo sería la última persona que quisieras que intentara salvarte. Nos ahogaríamos los dos. Y tú nadas mejor que ningún hombre normal que yo conozca.
Él se quedó inmóvil.
—Bueno… me alegra saberlo… creo.
Esperaba que ella se disculpara, o al menos se mostrara contrita, pero no lo hizo. Se cruzó de brazos.
—Ahora no te indignes, Edward. Los dos sabemos que nunca has sido un hombre normal. Ni ahora ni cuando te veía por los pasillos del instituto.
Él enarcó las cejas.
—¿Eso es un cumplido? ¿Intentas decirme que soy mejor que normal?
—Bueno, no creo que Tanya Delani viniera por aquí si te considerara simplemente normal —repuso ella.
Edward no pudo evitar sonreír.
—Te he avergonzado, ¿verdad? —preguntó.
—Me he avergonzado sola, creo —ella apartó la vista.
El puso un dedo debajo de la barbilla para obligarla a mirarlo.
—¿Mejor que normal, Bella? No te avergüences —susurró—. Me han llamado muchas cosas, algunas muy buenas, otras no tanto, algunas terribles, pero eso es lo mejor que me ha dicho nunca una mujer —le dio un beso leve en los labios. La boca de ella era suave, cálida y flexible… y Edward casi gimió al levantar la cabeza. Se volvió para marcharse—. Se acabaron las observaciones —le dijo, con voz más áspera de lo que era su intención—. Sólo soy un hombre y tú eres una mujer increíblemente deseable. No quiero volver a sentir la tentación de besarte.
—Yo tampoco quiero volver a besarte —replicó ella, tartamudeando.
Él negó con la cabeza.
—Yo no he dicho que no quiera besarte. Lo quiero… demasiado a menudo. Tenerte aquí observándome intensifica ese deseo, pero realizarlo y llegar a tocarte no es buena idea para ninguno de los dos. Yo no quiero una relación ni tú tampoco. Yo no busco una familia y no quiero hijos. Eso no va a cambiar, así que no habrá más de esto. Tienes todo lo que necesitas, ¿verdad?
Ella vaciló.
—Sí. Siempre he tenido todo lo que necesito —dijo al fin, con tono tan decidido y valiente que a él le dolió el corazón por ella. Podía decir aquello tanto como quisiera y tal vez incluso pudiera creérselo, pero él recordaba algunas cosas de ella. Una, que no había tenido lo que debería tener cualquier chica joven, fuera rica o pobre. La tentación de tomarla en sus brazos y volver a besarla resultaba casi abrumadora.
Pero no podía hacerle eso. No se fiaba de sí mismo. Ella merecía mucho más que una aventura de verano y eso era lo único que él podía ofrecer.
Unos días más tarde, Edward estaba sentado detrás de su mesa e intentaba no mirar a Jasper Whitlock, que observaba a Bella con más interés del que requería la pregunta de ésta sobre el tiempo que pasaba vigilando.
—A veces lo único que puedo hacer mientras espero es tener pensamientos agradables —dijo Jasper—. Ayuda tener algo agradable en lo que pensar.
Edward tamborileó en la mesa con los dedos.
—Ha dicho que quería una entrevista personal. Asumo que eso implica que tiene información importante —o tal vez Jasper sólo quisiera la oportunidad de mirar las piernas de Bella.
Y el hecho de que pudiera verlas mejor que él y que resultaba obvio que no le hubiera importado pasar la mano por ellas no mejoraba para nada el humor de Edward. Lo cual era ridículo. Lo que hicieran Jasper y ella no era de su incumbencia.
Jasper había levantado la vista y parecía estar esperándolo. Edward se dio cuenta de que ahora era él el que se centraba en Bella. Se incorporó en su silla y dirigió su atención al investigador.
—Decía…
El hombre se pasó una mano por la cara.
—Me temo que no tengo mucho, señor Cullen — su voz sonaba sinceramente preocupada—. Creía que tenía el rastro de un antiguo empleado, pero esa persona ha desaparecido. Sospecho que no quería hablar conmigo. También sospecho, por mi primer contacto con él, que sus contribuciones al banco de esperma sí engendraron hijos. Creo que hay al menos un vástago, tal vez más, pero no tengo pruebas concretas. No he podido averiguar si alguien ha tenido consecuencias genéticas ni conseguido localizar a ningún niño que pueda beneficiarse de la información y ayuda que ofrece usted. Lo siento.
Su voz irradiaba sinceridad y edward recordó que era un hombre divorciado con un hijo. No había disimulado lo mucho que quería al chico ni lo mucho que lo echaba de menos. Inmediatamente dejó de sentirse rival de él.
—No importa —dijo—. Sé que hace lo que puede. Los dos sabíamos que no sería fácil. No es fácil encontrar a la gente que no quiere dejarse encontrar.
—¿Seguirá buscando? —preguntó la voz suave de Bella.
—Sí —respondieron los dos al unísono.
—¿Podemos ayudarlo de algún modo? —preguntó ella a Jasper—. Es decir, seguro que ya hace todo lo que puede, pero quizá hayamos pasado algo por alto. Puede haber preguntas que no hemos hecho o un ángulo distinto desde el que enfocarlo. Quiero decir que ustedes dos empezaron esto antes de que yo llegara y, aunque yo no entiendo mucho sobre cómo llevar una investigación y no quiero ser presuntuosa, bueno, los dos son… hombres. Si no podemos localizar a nadie ni archivos del banco de esperma…
Ninguno de los dos contestó. Ella frunció el ceño y prosiguió:
—Por supuesto, seguro que en sus oficinas hay mujeres que pueden ver las cosas desde la perspectiva de las madres a las que buscamos.
Siguió un silencio mientras Edward digería su sugerencia.
—Olvidemos que he dicho nada —comentó ella—. Sólo estaba… pensando en voz alta.
Jasper se echó a reír.
—Me temo que no hay mujeres en mi oficina. Es una agencia pequeña y mi ayudante es hombre.
«Y yo no ganaría ningún premio por comprender la mente y el corazón de las mujeres», pensó Edward.
Se había criado con una vieja bruja a la que no se podía considerar normal y había salido con mujeres sin llegar a saber gran cosa de ellas.
—Me encantaría ayudar con lo que pueden pensar las mujeres a las que buscamos —dijo Jasper.
—Yo te contaré mis primeras conversaciones con Jasper para que sepas lo que ya hemos cubierto —se oyó decir Edward—. Está todo grabado. Quiero que las oigas. Haremos todo lo que pueda ayudar con el caso.
—O ayudar a un niño —dijo ella.
Sí, claro, se trataba de eso, ¿no? Y no de la extraña necesidad de él de disputarse la atención de Bella con un hombre más completo que él.
Pero cuando Jasper la siguió a la biblioteca para hablar de su parte del tema, Edward sintió un fuerte impulso de golpear la pared con el puño.
Más aquél no era su estilo. Cuando tenía que lidiar con frustración, su estilo siempre había sido la velocidad. Coches rápidos, mujeres rápidas, todo rápido. Si un hombre se movía lo bastante deprisa, sus demonios no podían alcanzarlo.
Y en ese momento tenía muchos demonios. Un niño o quizá varios niños en riesgo. Cerró los ojos y pensó en los padres preocupados por la noche preguntándose qué le ocurría a su hijo y si el niño mejoraría alguna vez. El dolor lo golpeó como un puñetazo en el estómago.
Intentó apartarse de él y chocó de plano con sus pensamientos de Bella, que había crecido de un modo diferente a los que la rodeaban. La habían ridiculizado y evitado, había tenido demasiadas responsabilidades y era obvio que le habían hecho daño los hombres. Se merecía uno bueno como Jasper, que cuidara de ella y la ayudara. No necesitaba a alguien pasajero que intentara meterse entre Jasper y ella.
Pero el dolor permanecía allí, como un puño que estrujara el corazón de Edward. Deseaba a Bella y tenía la terrible sensación de que nada le iba a impedir tomarla y hacerle daño. Él siempre había tomado lo que deseaba.
Se levantó de la silla y se puso a hacer lo que mejor se le daba. En cuestión de minutos, estaba fuera en el viento y el sol. Corriendo. Mucho más deprisa de lo que era inteligente.
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Ahhh me encanto esta muy emocionante la historia y comprendo lo de la famosa rana yo apenas abro la pagina aparece
Cariños Nejix
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Gracias por el comentario Nejix eso me alienta para seguir subiendo cap (me estaba haciendo falta un alisiente)...
Te hago una pregunta... lo podes solucionar por que yo ya no se que hacer.... digo con respecto a la rana
Te hago una pregunta... lo podes solucionar por que yo ya no se que hacer.... digo con respecto a la rana
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
CHICAS ESTOY FELIZZZZ YA NO VEO A LA RANAAAA ..... FELICIDADDDDD!!!!!
Y COMO ESTOY TAN CONTENTA SUBO OTRO CAPITULO JA JA JA
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"UN MILAGRO PARA UN MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------CAPITULO 6:
—Gracias por el té, señora Clearwater —dijo Bella cuando el ama de llaves le llevó una bandeja—. No tenía por qué hacerlo, pero se lo agradezco mucho.
—Emily y yo sabemos cómo hacer que una persona se sienta en casa —contestó la mujer—. Queremos que se sienta bienvenida aquí, querida, y debe ser difícil mantener la calma con dos nombres grandes luchando por usted. El señor Cullen es… bueno, es maravilloso por lo que a mí respecta, pero el señor Whitlock también es muy atractivo. Y usted le gusta. Creo que al señor Cullen eso no le agrada mucho. Le sale su expresión de cavernícola enfadado cuando el señor Whitlock habla con usted —la mujer movió la cabeza—. A veces, con tanta testosterona suelta, una mujer necesita una taza de té que la calme. ¿No?
Bella no pudo evitar reír.
—Sí —dijo, cuando la otra salía ya de la habitación.
Aunque no creía lo que decía el ama de llaves. Sabía que Jasper se mostraba interesado y sí, Edward la había besado. Todavía le latía con fuerza el corazón al recordarlo. Pero aquel beso rápido no tenía importancia. Edward estaba acostumbrado a besar a las mujeres que tenía cerca. Ella lo había visto de primera mano y Rosalie había hablado bastante de aquel fenómeno. Si estaba molesto, se debería al caso y no a ella.
—Lo cual está muy bien —se dijo.
Sus objetivos y los de Edward no se parecían en nada.
De hecho, él no querría acercarse a su sueño de tener hijos y montar un colegio. Y había una cosa más. Una cosa importante.
Jasper, Emily, Tyler, la señora Clearwater y ella eran todas personas corrientes. No eran como Edward. Miró las paredes cubiertas de libros encuadernados en piel. Hasta el aire de allí olía a caro y raro. Desear que alguien como Edward la besara de nuevo era como escalar un acantilado sabiendo que el único modo de bajar era lanzarse contra las rocas del suelo. Algo poco inteligente y…
Una sombra pasó por la ventana y Bella se enderezó en la silla. Se volvió a la sombra y dio un salto en la silla con el corazón galopante.
Edward acababa de pasar corriendo, esa vez en el camino, no por la hierba, como hacía siempre. Corría muy deprisa y había algo en el suelo a un par de metros por delante de él, que probablemente entraba en su campo de visión limitado demasiado deprisa para que pudiera verlo.
Se acercó a la ventana y la abrió. Empezó a gritar su nombre. Demasiado tarde. Él tropezó con el objeto, se desvió y acabó estrellándose contra un árbol.
—¡Edward, no! ¡No, oh, no! —gritó ella. Y echó a correr también. Bajó las escaleras y salió por la puerta.
El viaje por las escaleras y la vuelta a la casa le pareció eterno, pero Bella apenas sí lo recordaría luego. Estaba absolutamente pendiente de Edward y rezaba para que se encontrara bien. Cruzó la hierba hasta el camino y fue directa hasta él.
Y se detuvo. Estaba sentado en el suelo, con la fuerte espalda apoyada en el árbol, una rodilla levantada en lo que parecía una pose casual y la otra estirada ante él. Parecía normal y tranquilo, excepto porque tenía los ojos cerrados.
—Bella —dijo. Sólo esa palabra.
—¿Estás bien? Te he visto… ¿cómo sabes que soy yo si no has abierto los ojos?
Él sonrió un poco y abrió sus maravillosos ojos color verde esmeralda.
—Te siento.
Ella enarcó una ceja.
—¿No me crees? —preguntó él.
—No lo sé.
Edward se echó a reír. Su risa, oscura y masculina, la rodeó, incitándola a acercarse más.
—Bien —dijo él—. No creas todo lo que te dicen los hombres. Pero te he sentido. Parece que sé cuándo estás cerca y…
—¿Y qué?
—Hueles bien. Siempre sé cuándo entras en una habitación.
Su voz era profunda y ronca. A Bella se le aceleró la respiración. Recordó un instante los labios de él en los suyos y luego frunció el ceño. Allí había algo raro. No tenía sentido que Edward le hiciera pensar en su beso cuando acababa de chocar contra un árbol.
—¿Intentas distraerme? —preguntó.
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Te he visto caerte. Te has hecho daño, ¿verdad?
—Sólo en mi orgullo. Estaba intentando superarme y pensando en otra cosa. Eso no es bueno.
—¿Por qué siempre intentas superarte? Ya lo hacías de joven. ¿Por qué? ¿Qué te impulsa a hacer eso cuando tú mismo has dicho que no era siempre inteligente?
Él tardó un momento en contestar.
—Olvídalo —dijo ella—. No es asunto mío, ¿eh?
—Supongo que lo es si me has visto accidentarme. Dos veces.
Ella echó a un lado la cabeza.
—¿Dos veces?
—El Aston Martin.
—Hum. Era un coche bonito.
—Hay uno igual en el garaje. Puedes usarlo.
Bella casi se atragantó.
—¿Yo? No. No podría.
Él se puso en pie. Ella lo vio hacer una mueca, pero no dijo nada. Sabía que él no querría. Se acercó a ella con el cuerpo rígido y le tocó la mejilla.
—Vive un poco, Bella. Tómate tiempo para jugar. Usa el Aston Martin si quieres. Necesita que lo usen y a Tyler no le gusta. Me harías un favor.
Ella sospechaba que aquello no era cierto, así que sonrió.
—Puede que lo haga.
—Puedo ordenártelo.
—Pero no lo harías.
Él negó lentamente con la cabeza y rozó la mandíbula de ella con los dedos.
—No lo haría —bajó la mano al costado—. No temas. Yo intento superarme porque me gusta. Me hace sentir vivo, que no se puede prescindir fácilmente de mí. Pero supongo que mis razones son sospechosas. De chico no me gustaba estar con mi tía cuando ella sólo había aceptado criarme por obligación. De hecho, me odiaba. Había estado enamorada de mi padre cuando eran jóvenes y él llegó a prometerse con ella. Pero fue infiel y dejó embarazada a mi madre, hermana de mi tía. Y cuando mis padres murieron y yo vine a vivir aquí, ella lo veía a él siempre que me miraba a mí. Él había sido salvaje y yo también lo era. Lo fácil habría sido dejar que su odio me obligara a esconderme, pero no lo hice. Y lo fácil, ahora que pierdo la vista, sería buscar sólo objetivos seguros, pero no puedo, por eso me esfuerzo por superarme. Terapia de aficionados, pero a mí me funciona.
Bella lo miró a los ojos y vio en ellos determinación.
Estaba segura de que nunca habría dejado ver a su tía cómo le afectaba su actitud cruel. En vez de ello, su orgullo lo había impulsado a desafiarla. Y ahora desafiaba la enfermedad que amenazaba con privarle de su medio de vida y su dignidad.
—Si no lo hicieras, no serías quien eres —dijo ella con suavidad—. Todo eso ha contribuido a darte forma y… —sonrió— Tyler me ha dicho que fuiste un genio en Yale y que otros ejecutivos te buscan porque no sólo sabes lo que haces sino que tienes ideas atrevidas y no tienes miedo de probarlas. Y sueles tener éxito.
—Tyler no es imparcial —sonrió él.
—Pues claro que no, pero es listo y sincero. Así que… no dejes de superarte —dijo ella—. He leído algo y todavía hay mucho que puedes hacer, simplemente de un modo distinto.
Él frunció el ceño. Ella sabía que no quería hacer cosas de un modo diferente.
—Sólo digo que puedes buscarte un compañero para cuando desafías al destino —dijo ella—. Alguien que te advierta de los obstáculos. Ya has conseguido que Tyler juegue al baloncesto contigo.
—Porque le gusta jugar. Pero a su edad y después de años aquí, se ha ganado el derecho a descansar de vez en cuando. No le pediré que haga cosas que no le gustan sólo para que yo ponga a prueba mis límites.
—Pues contrata a otro. Tienes toneladas de dinero.
—Vale. ¿Y tú crees que debo contratar a alguien que sea compañero en el mal?
—¿Por qué no? He visto que te están construyendo una pared de escalada. Y hay ciegos que montan en bici. Incluso hay algunos que han aprendido ecolocalización y usan los sonidos para localizar objetos y poder patinar o ir en monopatín. No te sugiero eso, pero con un compañero…
—¿Monopatín? —preguntó él con expresión maliciosa.
—Quizá con un compañero —dijo ella.
Y se preguntó qué le ocurría. ¿Por qué se mostraba tan atrevida? Tenía la terrible sospecha de que empezaba a influirle la personalidad de Edward. Y tenía también la sospecha de que le importaba demasiado aquel hombre cuando él no era el motivo de su presencia allí. Ni podía serlo. Fuera o no fuera un hombre impetuoso e infiel como su padre, sí era un hombre que podía hacerle mucho daño si se dejaba llevar por sus impulsos. Y ya le habían hecho mucho daño los hombres.
Había tardado mucho en superar el dolor de saber que su padre y su tío no la habían querido. Todavía sufría las consecuencias del error de un matrimonio que la había dejado sola y endeudada. Y eso con un hombre que había afirmado quererla. Tenía que ir con más cuidado con Edward.
Bajó la cabeza para apartar la vista de la mirada intensa de él. Y…
Frunció el ceño. Miró un momento, se acercó más, tendió la mano…
—No, no lo hagas —él se volvió antes de que los dedos de ella rozaran su costado—. Te vas a manchar de sangre.
—Estás herido —dijo ella—. No lo había visto. Hay que curarte.
—Estoy bien, gracias. Pensaré en tu sugerencia —se volvió para marcharse.
Ahora ella sabía que estaba peor de lo que él daba a entender.
—No hace falta que seas tan independiente, ¿sabes? —no pudo evitar decir.
Él se giró.
—¿Bella?
Ella no retrocedió.
—Tú me entiendes. Cuando éramos muy jóvenes, salías con todas las chicas más guapas, pero no dejabas que ninguna se acercara demasiado y no conservabas a ninguna. Eras un solitario distante que no necesitaba a nadie y es evidente que lo sigues siendo. Pero aunque yo fuera invisible para ti, me ayudaste el día que murió mi perro. Me diste este empleo cuando lo necesitaba y me defendiste delante de Tanya. Lo que es más, piensas ayudar a esos niños cuando no tendrías por qué; pero la única vez que alguien tiene la oportunidad de hacer algo por ti, cuando puedo darte algo sin que me pagues por ello, no lo aceptas. Tienes que ser invencible.
Se dio cuenta de que estaba sermoneando a su jefe y se quedó paralizada.
—Ha sido un error decir eso —comentó horrorizada—. No tengo derecho a decirte lo que tienes que hacer.
Él la miró y ella sabía que no podía verla claramente, pero tenía la impresión de que veía a través de ella. Tendió la mano y la deslizó en su pelo. La atrajo hacia sí y la besó. Sólo una vez, con sus labios cálidos abiertos sobre los de ella hasta que a Bella empezó a darle vueltas la cabeza. Se había caído él y se sentía mareada ella.
—Tienes derecho a decir lo que piensas —dijo él—. Te contraté para que me ayudaras y lo haces de distintos modos. La herida no es nada, pero haré que me la curen. Y pensaré en lo que has dicho de buscarme un compañero. Puede ser difícil encontrar a un hombre o una mujer tan discretos como tú y que quieran hacer eso.
Bella contuvo el aliento un segundo. ¿Una mujer? ¿Pero por qué no una mujer?
No había ni una sola razón para que objetara a esa posibilidad, excepto que seguía teniendo el sabor de Edward en los labios y había tenido que verlo muchas veces alejándose con otras mujeres. No tenía derecho a codiciarlo ahora. Pero lo hacía.
—¿Y qué vas a hacer sobre eso? —se preguntó cuando se quedó sola.
Pero ya sabía la respuesta. Seguir el ejemplo de Edward y echar a correr. Tener una aventura con él no era una opción. Tenía que mantener la distancia lo máximo posible.
No podía ser muy difícil teniendo en cuenta que sus deberes por el momento se limitaban a investigar. Podía mantenerse alejada fácilmente.
Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Ehhhhhh!!!! Otro !!! otro!!! me encanta!!!!!!!!!
cariños Nejix
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Nejix- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
uuuii.... aorita voy a leer los capi ke me faltan pero ami si me aparec la
rana i no veo nadaa!!
Spero ke esten super bueneos ke del capi tres
ke no los leeo
iai te dejo algo escrito
para saber si me gustaror
cariñozz!!!
rana i no veo nadaa!!
Spero ke esten super bueneos ke del capi tres
ke no los leeo
iai te dejo algo escrito
para saber si me gustaror
cariñozz!!!
Qamiila Quinteros- .
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GRACIAS
Me encanta que te guste... hasta el final no paro...
Nejix escribió:Ehhhhhh!!!! Otro !!! otro!!! me encanta!!!!!!!!!
cariños Nejix
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Qamiila Quinteros escribió:uuuii.... aorita voy a leer los capi ke me faltan pero ami si me aparec la
rana i no veo nadaa!!
Spero ke esten super bueneos ke del capi tres
ke no los leeo
iai te dejo algo escrito
para saber si me gustaror
cariñozz!!!
En tres cap puede pasar de todoooo!!!!! espero que lo disfrutes y te guste.... espero tu comentario.
con respecto a la rana te dire que hables con alguna de las administradoras... yo ya no se que hacer pero con Citly estamos trabajando en el tema
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"UN MILAGRO PARA UN MILLONARIO"
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CAPITULO 7:
Bella estaba sentada al lado de Edward, con la pizarra en la mano y parecía incómoda. Seguramente era culpa de él. Había vuelto a besarla y eso la ponía violenta. Aquello no era justo. Tenía que procurar devolver las cosas a un plano laboral.
—Cuando estaba aquí Jasper —dijo—, hablaste de mirar las cosas desde otra perspectiva y eso me dio una idea. Si tú hubieras ido a un banco de esperma hace ocho años y alguien viniera a verte ahora y supieras que el donante te está buscando, ¿qué pensarías?
Se recostó en la silla y esperó la respuesta.
—Bueno —contestó ella con suavidad—. Si hubiera necesitado un banco de esperma, eso podría significar varias cosas. Que no quería un hombre o que no podía encontrar al hombre apropiado, pero, fuera como fuera, probablemente había tenido algún tipo de problema con el sexo opuesto. Y si un hombre se acercara a mí años después a preguntarme por mi hijo, probablemente recelaría de sus motivos o me asustaría, aunque me dijera que había una razón médica para contactarme.
—¿Y cómo puedo convencer a la persona de que sí hay una razón médica?
Bella pensó un momento.
—Quizá tengas que ponerte tú como prueba —dijo en voz baja.
Edward palideció. Eso era lo que había querido evitar a toda costa. Tener que ser un ejemplo, mostrarse voluntariamente ante alguien y enseñar sus defectos… él nunca hacía eso.
—Pero quizá no tengas que llegar a eso —continuó ella—. Jasper me dijo que ha encontrado un par de páginas de Internet donde donantes y bancos de esperma pueden encontrarse si ambos están dispuestos. Cree que, si aparezco yo en ellas en lugar de tú, puedo tener más éxito. Con mi historial de profesora y lo que he aprendido en mi investigación, puedo intentar convencer de que me contacten si alguien conoce a algunos candidatos potenciales. Es un poco improbable, pues los padres tendrían que conocer la página o a alguien que la conoce, pero lo vamos a intentar.
—¿Te resulta cómodo hacer eso? —preguntó él—. No entra en los deberes de tu puesto.
—Ahora que ya no te observo —sonrió ella—, no sé qué hacer con tanto tiempo libre.
Él sonrió.
—¿Salir a divertirte? ¿Ir a la ciudad? ¿Conducir el Aston? ¿Aprender a patinar?
Ella se echó a reír.
—Puede que haga algo de eso, pero yo vine aquí a trabajar.
—Y trabajas. Haces más de lo que esperaba. Creo que no te pago lo suficiente.
—Estás hablando con una maestra. No estoy acostumbrada a que me paguen bien.
Él pensó en eso.
—Y viniste aquí porque necesitabas trabajo y dinero. Seguro que si te pagara más…
Ella se cruzó de brazos y se irguió en la silla.
—No te voy a mentir ni a decir que no necesito el dinero cuando tú sabes que sí, pero…
—Quieres hijos —le recordó él—. Necesitarás fondos —una idea empezó a formarse en su mente. Se levantó.
Ella alzó la barbilla y lo miró. Aunque borrosa, estaba encantadora y orgullosa.
—No importa cuáles sean mis circunstancias, tú no me vas a ofrecer dinero —dijo con determinación. Se levantó también para enfrentarse a él. Ahora estaba más cerca, lo bastante para tocarla, lo bastante cerca para besarla.
Edward se ordenó controlar sus pensamientos.
—Podría ayudarte a conseguir lo que quieres —sugirió—. El colegio, los niños a los que quieres ayudar, tus hijos…
—¿Intentas seducirme ofreciéndome hijos?
Él se turbó.
—Sabes que no.
—No pretendía decirlo así. Tú sabes que no. Pero me ofreces dinero para tener hijos y fundar un colegio. Dinero que no he ganado. Eso huele a seducción.
—Podrías ganártelo.
Ella dio un respingo. Sin pensar lo que hacía, él se inclinó y la besó en los labios. Ella era suave y cálida y se giró hacia él, que la estrechó contra sí.
—No pienses eso. A pesar de de todos los buenos consejos que me doy sobre que debo ser listo y mantener las distancias, no dejo de besarte, pero jamás te ofrecería la indignidad de pagarte para que te acostaras conmigo.
—Lo sé —ella le puso las manos en el pecho, pero no lo apartó—. No necesitas pagar a mujeres para que se acuesten contigo. Tienes que espantártelas. Tyler me ha dicho que la mujer que trae la compra se te ofreció por si te interesaba.
Él soltó una risita.
—No me interesa —volvió a besarla y el beso hizo que la deseara más… lo cual le indicó que había cruzado la raya—. No debería seguir tocándote —se apartó un poco.
—Lo sé. A mí también me gusta demasiado.
Él soltó un gemido.
—Te han hecho daño otras veces.
—Sí —ahora se apartó ella.
—Tu marido debía ser un idiota. Más que yo.
—Tú no eres idiota.
Él sonrió.
—Hay muchas mujeres que dirían otra cosa.
Bella soltó un sonido de impaciencia.
—Si eso es cierto, y no estoy segura de ello, es porque esperaban algo que tú nunca prometiste. Tú nunca has sido algo permanente. Eso siempre estuvo claro, incluso cuando éramos muy jóvenes, y cualquier mujer que esté contigo tiene que saber que no habrá promesas. No debería tener expectativas.
—¿Tú tenías expectativas con tu marido?
—Sí, por supuesto. Porque estábamos casados. Habíamos hecho promesas.
—Y ahora no quieres más promesas.
—No. Son muy poco fiables. Entre mi padre que prometió a mí madre que estaría a su lado y no lo hizo, mi tío que me prometió un hogar pero me consideró una obligación desagradable y mi marido que me prometió amor eterno y acabó no queriéndome nada, ya he tenido bastante.
—Y no quieres mi dinero aunque te vendría bien.
—Si no me lo he ganado, no.
—Volvemos al principio. ¿Y si te lo ganaras?
Ella se echó hacia atrás.
—¿Haciendo qué? ¿Hay algo más que haya que hacer? ¿Algo en lo que no hayamos pensado? ¿Ese papeleo del que le hablaste a Tanya?
—Lo siento, no es eso, pero alguien me sugirió que buscara un compañero.
—¿Perdón?
Él frunció el ceño. Sabía que a ella no le gustaría eso. A él tampoco le gustaba y no quería pedírselo. Ni siquiera quería admitir que tenía que pedírselo, pero…
—El otro día cuando me caí no vi la piedra en el camino. Ni siquiera el contorno y… —volvió la vista. Odiaba tener que decir eso—. Y sé que voy a necesitar a alguien cuando salga porque no puedo dejar de intentar ampliar superarme. No quiero contratar a un desconocido todavía.
Esperó para darle tiempo a digerir lo que decía.
—¿Quieres decir que…?
—Te quiero a ti. Que hagas todas las cosas físicas que hago yo. Que seas mis ojos en los lugares donde mis ojos no funcionan. ¿Puedes hacerlo?
Siguieron unos segundos de silencio.
—No, lo siento. No. Por favor. No lo creo. Yo no… tengo experiencia. No hago… las cosas que haces tú. Nunca las he hecho. No se me da bien eso. No soy la persona indicada.
Él asintió.
—Está bien. No te presionaré.
—¿Qué harás?
—Buscar a alguien —aunque no quería y odiaba tener que revelar su debilidad a una persona más—. No te preocupes, no será un problema. El dinero puede comprar discreción.
Pero notaba que ella seguía alterada.
—¿Eso es todo? —preguntó.
Edward negó con la cabeza.
—Hablábamos de más trabajo para ti y hay otra posibilidad, algo que sé que necesito. Puedo hacer la mayor parte de mi trabajo desde casa y tengo empleados capaces que se pueden ocupar del resto. Es raro que tenga que presentarme en público, cosa que agradezco. Significa que no tengo que fingir ni revelar al mundo mi debilidad, pero en las próximas semanas vendrán unos clientes nuevos a la ciudad. Un asunto más importante que de costumbre. La empresa los agasajará y la cara de la empresa soy yo. Habrá acontecimientos sociales y tendré que estar presente. Si tengo que aparecer en público, quiero que me vean como alguien normal, porque en los negocios, el poder y la apariencia pueden serlo todo a veces. Bella…
—Sí —repuso ella al instante—. Eso puedo hacerlo.
Edward se sintió aliviado, pero había algo más, algo oscuro que le molestaba.
—¿Y tus razones para acceder tan pronto? —no pudo evitar preguntar.
No podía decir que el dinero, ¿verdad? Ya lo había rechazado antes. Y no quería que fuera compasión.
Ella vaciló.
—¿Podré llevar un vestido de Cenicienta? —preguntó al fin.
Edward parpadeó.
—El mejor.
—Pues por eso. De niña, deseaba ser Cenicienta a toda costa, pero nunca me tocaba ser la princesa, nunca era la que llevaba el vestido bonito ni la que bailaba con el príncipe. Las maestras no solemos tener oportunidades así. Me pides que aparezca en público del brazo de un hombre por el que matarían las mujeres y con un vestido que…
—Por el que matarían las mujeres —terminó él con una sonrisa.
—Sí. Desde luego.
—¿Y nada de eso tiene que ver con que he apelado a tus sentimientos? —preguntó él.
—Un poco sí. Soy tu empleada y tengo algo personal en juego. Sé lo que es entrar en un grupo y pensar cómo reaccionará la gente ante mí. Lo sé mejor que tú. Así que quiero que ganes.
Edward no pudo evitar sonreír.
—Haré lo posible por cruzar la línea de meta en cabeza —se volvió para irse.
—Edward, lo otro… lo de la bici y el monopatín… Lo siento.
—No importa, sólo era una idea —dijo él.
Pero era algo más. Hasta el momento, no había contado su secreto a desconocidos. Todos los que lo sabían eran personas a las que conocía de antes y en quienes confiaba plenamente. El tema podía esperar algo más.
O eso creía.
Ese mismo día, Bella vio correr a Edward por la hierba y contuvo el aliento al verlo esquivar un árbol.
—Sabe lo que hace —se dijo.
Y era cierto. Estaba en una forma física excelente. Mucho mejor de lo que ella podría estar nunca. Si de Edward dependiera, estaría escalando montañas y esquiando laderas. Seguramente había hecho ambas cosas. Y ella no.
¿Por qué?
Respiró hondo. Nunca se había mentido a sí misma sobre eso. Había pasado la infancia criando a sus hermanas y no había tenido tiempo para aventuras físicas. Además, no había dinero para jugar al golf, esquiar ni muchas otras cosas. Todo eso era cierto, pero…
—Pero si lo hubiera habido…
Siempre se había sentido incómoda y torpe corriendo o saltando. No era ni remotamente buena en atletismo. Corría de un modo raro. Lanzaba un balón de un modo raro. Esas actividades llamaban la atención sobre ella y se había pasado la vida evitando llamar la atención. Sobre todo de más joven. Ser el centro de atención sólo recordaba a los demás que ella era distinta, que su ropa era de segunda mano y que era una paria que intentaba colarse en las filas de la élite de allí.
Por eso había dicho que no a Edward.
Y por eso él tendría que buscarse a un desconocido que lo ayudara a ampliar sus esfuerzos físicos cuando ella sabía muy bien que ahora odiaba ser el centro de atención.
—Puedes seguir siendo una cobarde y obligarlo a hacer algo que no quiere o…
Bella miró por la ventana, esperando. Cuando Jeremy apareció al fin en la distancia, lo observó. Era alto, ancho de hombros y tentador. Y prohibido. Se había prometido a sí misma que mantendría las distancias. Pero él le pagaba bien y ella acababa de descubrir esa mañana que le habían aumentado el sueldo.
—Por el trabajo extra con mis contactos de negocios —había dicho él.
Eso acabaría con sus deudas. Le devolvería el trozo de su alma que había perdido con el divorcio y le permitiría empezar a pensar seriamente en sus sueños, en su colegio. Tendría lo que quería cuando se fuera de allí.
Porque él se había arriesgado con ella.
Cerró los ojos un instante. Luego, sin permitirse pensarlo mucho, salió al exterior y esperó a que se acercara él.
—Edward, ¿podemos hablar?
Él se detuvo con los músculos en tensión y el pelo cayéndole sobre la frente.
—¿Qué quieres, Bella? —se pasó una mano por el pecho reluciente.
—He pensado… en esas actividades en las que quieres que tome parte. La bicicleta, el monopatín y esas cosas…
Él negó con la cabeza.
—Te dije que no te preocuparas.
—Lo sé, pero…
—Bella —sonrió él—. No tienes que ser siempre la estudiante buena, siempre ofreciéndote voluntaria cuando no lo deseas.
Ella frunció el ceño. Empezaba a enfadarse.
—No es eso.
Él enarcó las cejas.
—¿Y qué es?
—Quiero… probar algo nuevo. Ser aventurera. Si voy a dirigir un colegio, tengo que ser osada de vez en cuando.
La sonrisa de incredulidad de él se hizo más amplia.
—¿En serio?
Ella se ruborizó.
—Sí. Creo que sí.
—¿Y qué propones hacer?
—Voy a… hacer lo que dijiste. Ser tu acompañante. Aprenderé a hacer todo eso que quieres hacer. ¿Vale?
—No voy a discutir contigo.
—¿Crees que podré? Odio ser torpe y probablemente seré muy torpe en todas esas cosas.
—De eso no tienes que preocuparte. No puedo verte muy bien.
—¿Entonces de acuerdo?
—¿Por dónde quieres empezar? ¿Qué actividad?
—No lo sé. No lo he pensado. Suponía que lo sabrías tú.
—Pero eres tú la que me hace el favor.
—¿Podemos empezar despacio?
—Todo lo despacio que quieras —dijo él. Y por un momento, ella pensó que hablaba de otra cosa que de montar en bici.
Asintió con la cabeza.
—Bien. Sólo hay una cosa.
—Dímela,
—Puedo… intentarlo todo excepto… por favor, la pared de escalada no —dijo—. Me caí del tejado de la casa cuando era pequeña y… —su voz se hizo más débil—, me entra el pánico si subo más alto que el primer peldaño de una escalera.
—Entonces no te lo pediré —le prometió él.
Ella le tomó la mano y la puso sobre su boca.
—Sé que puedes verme, pero por si no ves lo grande que es mi sonrisa, te estoy dando las gracias con ella. ¿Ves?
Él se echó a reír.
—Nada de escalada —repitió—, pero en lo demás, puede que te sorprendas a ti misma. Apuesto a que nunca has experimentado la emoción de volar colina abajo mientras los árboles pasan a tu lado.
Ella vaciló.
—No, pero supongo que siempre hay una primera vez para todo. Espero no asustarme mucho.
—Yo también. Y gracias.
Él se volvió.
—¿Tú has subido en monopatín alguna vez? ¿O en patines de línea? —preguntó ella.
Edward se echó a reír.
—No que recuerde. Quizá cuando me emborrachaba en la universidad, pero creo que no. Jugaba al hockey. Mucho. Y no dejaré que te pase nada —añadió con suavidad—. Te lo prometo.
—¿Ése no es mi trabajo? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Tu trabajo es estar a mi lado y gritarme si hago algo que no debo. No tienes que hacer nada demasiado difícil. Quiero tu ayuda y quiero tu compañía, pero es mi intención que estés a salvo. No te pondré en peligro.
Cuando ella lo veía alejarse, se dio cuenta de que acababa de comprometerse a una relación más estrecha aún con él y supo que correría mucho peligro. Edward podía proteger su cuerpo, pero no protegería su corazón.
Tendría que ser lista y hacerlo ella misma.
—No creo que se me dé bien esto de patinar —dijo Bella sin aliento.
—Lo harás muy bien —dijo Edward con una carcajada cuando ella terminaba de atarse los patines.
—¿Cómo lo sabes?
Edward le lanzó una mirada con la que le pedía que confiara en él.
—Ya te dije que he jugado mucho al hockey. A pesar de la diferencia entre las hojas de metal y las ruedas, el concepto es el mismo. Déjame ver si estás lista.
Le lanzó una de sus miradas de soslayo a las que ella empezaba a acostumbrarse. Incluso empezaba a considerarlas sexy, puesto que implicaban que la observaba. Excepto que hacían que se le acelerara el corazón y la respiración y…
—¿Por qué me miras con el ceño fruncido? —preguntó.
—No llevas rodilleras.
—Ni tú tampoco.
—No, pero a mí me gusta el peligro; a ti no —repuso él—. Y no quiero que te pase nada.
Bella abrió la boca para protestar. Y volvió a cerrarla. Se puso las rodilleras.
—Dime lo que tengo que hacer.
—Empieza así —le hizo una demostración. Ella probó unos pasos con movimientos lentos y torpes.
—No está mal —dijo él.
—Lo dices porque no ves lo horrible que soy.
—Lo digo porque es verdad —tendió el brazo y le tomó la mano—. Vamos a dejar que el viento sople a través de nuestro pelo, Cenicienta. Ven.
—Es mejor que empecemos caminando un poco.
—De acuerdo. Ya pasaremos luego a correr.
—Jamás.
Pero antes de darse cuenta, Bella se movía ya por el camino circular de la entrada con la mano de Edward sujetando la suya con firmeza. Cuando resbalaba, él la sujetaba y tiraba de ella. A veces frenaba hasta que ella se recuperaba y volvían a empezar.
—Hay una piedra delante —dijo ella.
Edward la esquivó.
—Estamos en la curva —decía ella.
Y él le enseñaba a cruzar los patines para tomar la curva con relativa facilidad.
—Esto es increíble —dijo ella, aunque doblaba los tobillos de un modo extraño y la mitad del tiempo se movía a una velocidad de tortuga—. No puedo creer que hagamos esto. No puedo creer que lo haga yo. Siempre he sido muy torpe.
—No es cierto. Simplemente no has tenido oportunidades de practicar. Tenías que empezar y nada más. Un día probaremos en una pista —dijo él con esa voz seductora que siempre la pillaba desprevenida y la dejaba sin aliento.
—¿Una pista? ¿Y por qué?
—Por la música —susurró él—. Y el baile, Cenicienta. Hasta puedes ponerte una de esas faldas que flotan detrás de ti y ser Cenicienta con patines.
Sonaba muy bien. Pero más tarde, cuando la señora Clearwater avisó a Edward de que lo llamaban por teléfono, Bella tuvo tiempo de pensar y supo que la parte de Cenicienta no iba a ocurrir. Aquello era sólo un trabajo temporal. Cuando localizaran a los niños y establecieran contacto, se marcharía, de vuelta a la única vida en la que podía confiar, a la vida en la que estaba sola y dirigía el cotarro, en la que se apoyaba sólo en sí misma. Y Edward pasaría a su siguiente acompañante femenina. Ella estaba allí ahora, pero cuando él cumpliera su misión, volvería al resto de su vida y habría más mujeres en ella.
Y esas mujeres no serían empleadas que fingían ser diosas de cuentos de hadas. Serían de verdad. Princesas nacidas para eso que encajarían perfectamente en el estilo de vida de Edward. Tenía que recordar eso y no dedicarse a soñar despierta con él.
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CAPITULO 7:
Bella estaba sentada al lado de Edward, con la pizarra en la mano y parecía incómoda. Seguramente era culpa de él. Había vuelto a besarla y eso la ponía violenta. Aquello no era justo. Tenía que procurar devolver las cosas a un plano laboral.
—Cuando estaba aquí Jasper —dijo—, hablaste de mirar las cosas desde otra perspectiva y eso me dio una idea. Si tú hubieras ido a un banco de esperma hace ocho años y alguien viniera a verte ahora y supieras que el donante te está buscando, ¿qué pensarías?
Se recostó en la silla y esperó la respuesta.
—Bueno —contestó ella con suavidad—. Si hubiera necesitado un banco de esperma, eso podría significar varias cosas. Que no quería un hombre o que no podía encontrar al hombre apropiado, pero, fuera como fuera, probablemente había tenido algún tipo de problema con el sexo opuesto. Y si un hombre se acercara a mí años después a preguntarme por mi hijo, probablemente recelaría de sus motivos o me asustaría, aunque me dijera que había una razón médica para contactarme.
—¿Y cómo puedo convencer a la persona de que sí hay una razón médica?
Bella pensó un momento.
—Quizá tengas que ponerte tú como prueba —dijo en voz baja.
Edward palideció. Eso era lo que había querido evitar a toda costa. Tener que ser un ejemplo, mostrarse voluntariamente ante alguien y enseñar sus defectos… él nunca hacía eso.
—Pero quizá no tengas que llegar a eso —continuó ella—. Jasper me dijo que ha encontrado un par de páginas de Internet donde donantes y bancos de esperma pueden encontrarse si ambos están dispuestos. Cree que, si aparezco yo en ellas en lugar de tú, puedo tener más éxito. Con mi historial de profesora y lo que he aprendido en mi investigación, puedo intentar convencer de que me contacten si alguien conoce a algunos candidatos potenciales. Es un poco improbable, pues los padres tendrían que conocer la página o a alguien que la conoce, pero lo vamos a intentar.
—¿Te resulta cómodo hacer eso? —preguntó él—. No entra en los deberes de tu puesto.
—Ahora que ya no te observo —sonrió ella—, no sé qué hacer con tanto tiempo libre.
Él sonrió.
—¿Salir a divertirte? ¿Ir a la ciudad? ¿Conducir el Aston? ¿Aprender a patinar?
Ella se echó a reír.
—Puede que haga algo de eso, pero yo vine aquí a trabajar.
—Y trabajas. Haces más de lo que esperaba. Creo que no te pago lo suficiente.
—Estás hablando con una maestra. No estoy acostumbrada a que me paguen bien.
Él pensó en eso.
—Y viniste aquí porque necesitabas trabajo y dinero. Seguro que si te pagara más…
Ella se cruzó de brazos y se irguió en la silla.
—No te voy a mentir ni a decir que no necesito el dinero cuando tú sabes que sí, pero…
—Quieres hijos —le recordó él—. Necesitarás fondos —una idea empezó a formarse en su mente. Se levantó.
Ella alzó la barbilla y lo miró. Aunque borrosa, estaba encantadora y orgullosa.
—No importa cuáles sean mis circunstancias, tú no me vas a ofrecer dinero —dijo con determinación. Se levantó también para enfrentarse a él. Ahora estaba más cerca, lo bastante para tocarla, lo bastante cerca para besarla.
Edward se ordenó controlar sus pensamientos.
—Podría ayudarte a conseguir lo que quieres —sugirió—. El colegio, los niños a los que quieres ayudar, tus hijos…
—¿Intentas seducirme ofreciéndome hijos?
Él se turbó.
—Sabes que no.
—No pretendía decirlo así. Tú sabes que no. Pero me ofreces dinero para tener hijos y fundar un colegio. Dinero que no he ganado. Eso huele a seducción.
—Podrías ganártelo.
Ella dio un respingo. Sin pensar lo que hacía, él se inclinó y la besó en los labios. Ella era suave y cálida y se giró hacia él, que la estrechó contra sí.
—No pienses eso. A pesar de de todos los buenos consejos que me doy sobre que debo ser listo y mantener las distancias, no dejo de besarte, pero jamás te ofrecería la indignidad de pagarte para que te acostaras conmigo.
—Lo sé —ella le puso las manos en el pecho, pero no lo apartó—. No necesitas pagar a mujeres para que se acuesten contigo. Tienes que espantártelas. Tyler me ha dicho que la mujer que trae la compra se te ofreció por si te interesaba.
Él soltó una risita.
—No me interesa —volvió a besarla y el beso hizo que la deseara más… lo cual le indicó que había cruzado la raya—. No debería seguir tocándote —se apartó un poco.
—Lo sé. A mí también me gusta demasiado.
Él soltó un gemido.
—Te han hecho daño otras veces.
—Sí —ahora se apartó ella.
—Tu marido debía ser un idiota. Más que yo.
—Tú no eres idiota.
Él sonrió.
—Hay muchas mujeres que dirían otra cosa.
Bella soltó un sonido de impaciencia.
—Si eso es cierto, y no estoy segura de ello, es porque esperaban algo que tú nunca prometiste. Tú nunca has sido algo permanente. Eso siempre estuvo claro, incluso cuando éramos muy jóvenes, y cualquier mujer que esté contigo tiene que saber que no habrá promesas. No debería tener expectativas.
—¿Tú tenías expectativas con tu marido?
—Sí, por supuesto. Porque estábamos casados. Habíamos hecho promesas.
—Y ahora no quieres más promesas.
—No. Son muy poco fiables. Entre mi padre que prometió a mí madre que estaría a su lado y no lo hizo, mi tío que me prometió un hogar pero me consideró una obligación desagradable y mi marido que me prometió amor eterno y acabó no queriéndome nada, ya he tenido bastante.
—Y no quieres mi dinero aunque te vendría bien.
—Si no me lo he ganado, no.
—Volvemos al principio. ¿Y si te lo ganaras?
Ella se echó hacia atrás.
—¿Haciendo qué? ¿Hay algo más que haya que hacer? ¿Algo en lo que no hayamos pensado? ¿Ese papeleo del que le hablaste a Tanya?
—Lo siento, no es eso, pero alguien me sugirió que buscara un compañero.
—¿Perdón?
Él frunció el ceño. Sabía que a ella no le gustaría eso. A él tampoco le gustaba y no quería pedírselo. Ni siquiera quería admitir que tenía que pedírselo, pero…
—El otro día cuando me caí no vi la piedra en el camino. Ni siquiera el contorno y… —volvió la vista. Odiaba tener que decir eso—. Y sé que voy a necesitar a alguien cuando salga porque no puedo dejar de intentar ampliar superarme. No quiero contratar a un desconocido todavía.
Esperó para darle tiempo a digerir lo que decía.
—¿Quieres decir que…?
—Te quiero a ti. Que hagas todas las cosas físicas que hago yo. Que seas mis ojos en los lugares donde mis ojos no funcionan. ¿Puedes hacerlo?
Siguieron unos segundos de silencio.
—No, lo siento. No. Por favor. No lo creo. Yo no… tengo experiencia. No hago… las cosas que haces tú. Nunca las he hecho. No se me da bien eso. No soy la persona indicada.
Él asintió.
—Está bien. No te presionaré.
—¿Qué harás?
—Buscar a alguien —aunque no quería y odiaba tener que revelar su debilidad a una persona más—. No te preocupes, no será un problema. El dinero puede comprar discreción.
Pero notaba que ella seguía alterada.
—¿Eso es todo? —preguntó.
Edward negó con la cabeza.
—Hablábamos de más trabajo para ti y hay otra posibilidad, algo que sé que necesito. Puedo hacer la mayor parte de mi trabajo desde casa y tengo empleados capaces que se pueden ocupar del resto. Es raro que tenga que presentarme en público, cosa que agradezco. Significa que no tengo que fingir ni revelar al mundo mi debilidad, pero en las próximas semanas vendrán unos clientes nuevos a la ciudad. Un asunto más importante que de costumbre. La empresa los agasajará y la cara de la empresa soy yo. Habrá acontecimientos sociales y tendré que estar presente. Si tengo que aparecer en público, quiero que me vean como alguien normal, porque en los negocios, el poder y la apariencia pueden serlo todo a veces. Bella…
—Sí —repuso ella al instante—. Eso puedo hacerlo.
Edward se sintió aliviado, pero había algo más, algo oscuro que le molestaba.
—¿Y tus razones para acceder tan pronto? —no pudo evitar preguntar.
No podía decir que el dinero, ¿verdad? Ya lo había rechazado antes. Y no quería que fuera compasión.
Ella vaciló.
—¿Podré llevar un vestido de Cenicienta? —preguntó al fin.
Edward parpadeó.
—El mejor.
—Pues por eso. De niña, deseaba ser Cenicienta a toda costa, pero nunca me tocaba ser la princesa, nunca era la que llevaba el vestido bonito ni la que bailaba con el príncipe. Las maestras no solemos tener oportunidades así. Me pides que aparezca en público del brazo de un hombre por el que matarían las mujeres y con un vestido que…
—Por el que matarían las mujeres —terminó él con una sonrisa.
—Sí. Desde luego.
—¿Y nada de eso tiene que ver con que he apelado a tus sentimientos? —preguntó él.
—Un poco sí. Soy tu empleada y tengo algo personal en juego. Sé lo que es entrar en un grupo y pensar cómo reaccionará la gente ante mí. Lo sé mejor que tú. Así que quiero que ganes.
Edward no pudo evitar sonreír.
—Haré lo posible por cruzar la línea de meta en cabeza —se volvió para irse.
—Edward, lo otro… lo de la bici y el monopatín… Lo siento.
—No importa, sólo era una idea —dijo él.
Pero era algo más. Hasta el momento, no había contado su secreto a desconocidos. Todos los que lo sabían eran personas a las que conocía de antes y en quienes confiaba plenamente. El tema podía esperar algo más.
O eso creía.
Ese mismo día, Bella vio correr a Edward por la hierba y contuvo el aliento al verlo esquivar un árbol.
—Sabe lo que hace —se dijo.
Y era cierto. Estaba en una forma física excelente. Mucho mejor de lo que ella podría estar nunca. Si de Edward dependiera, estaría escalando montañas y esquiando laderas. Seguramente había hecho ambas cosas. Y ella no.
¿Por qué?
Respiró hondo. Nunca se había mentido a sí misma sobre eso. Había pasado la infancia criando a sus hermanas y no había tenido tiempo para aventuras físicas. Además, no había dinero para jugar al golf, esquiar ni muchas otras cosas. Todo eso era cierto, pero…
—Pero si lo hubiera habido…
Siempre se había sentido incómoda y torpe corriendo o saltando. No era ni remotamente buena en atletismo. Corría de un modo raro. Lanzaba un balón de un modo raro. Esas actividades llamaban la atención sobre ella y se había pasado la vida evitando llamar la atención. Sobre todo de más joven. Ser el centro de atención sólo recordaba a los demás que ella era distinta, que su ropa era de segunda mano y que era una paria que intentaba colarse en las filas de la élite de allí.
Por eso había dicho que no a Edward.
Y por eso él tendría que buscarse a un desconocido que lo ayudara a ampliar sus esfuerzos físicos cuando ella sabía muy bien que ahora odiaba ser el centro de atención.
—Puedes seguir siendo una cobarde y obligarlo a hacer algo que no quiere o…
Bella miró por la ventana, esperando. Cuando Jeremy apareció al fin en la distancia, lo observó. Era alto, ancho de hombros y tentador. Y prohibido. Se había prometido a sí misma que mantendría las distancias. Pero él le pagaba bien y ella acababa de descubrir esa mañana que le habían aumentado el sueldo.
—Por el trabajo extra con mis contactos de negocios —había dicho él.
Eso acabaría con sus deudas. Le devolvería el trozo de su alma que había perdido con el divorcio y le permitiría empezar a pensar seriamente en sus sueños, en su colegio. Tendría lo que quería cuando se fuera de allí.
Porque él se había arriesgado con ella.
Cerró los ojos un instante. Luego, sin permitirse pensarlo mucho, salió al exterior y esperó a que se acercara él.
—Edward, ¿podemos hablar?
Él se detuvo con los músculos en tensión y el pelo cayéndole sobre la frente.
—¿Qué quieres, Bella? —se pasó una mano por el pecho reluciente.
—He pensado… en esas actividades en las que quieres que tome parte. La bicicleta, el monopatín y esas cosas…
Él negó con la cabeza.
—Te dije que no te preocuparas.
—Lo sé, pero…
—Bella —sonrió él—. No tienes que ser siempre la estudiante buena, siempre ofreciéndote voluntaria cuando no lo deseas.
Ella frunció el ceño. Empezaba a enfadarse.
—No es eso.
Él enarcó las cejas.
—¿Y qué es?
—Quiero… probar algo nuevo. Ser aventurera. Si voy a dirigir un colegio, tengo que ser osada de vez en cuando.
La sonrisa de incredulidad de él se hizo más amplia.
—¿En serio?
Ella se ruborizó.
—Sí. Creo que sí.
—¿Y qué propones hacer?
—Voy a… hacer lo que dijiste. Ser tu acompañante. Aprenderé a hacer todo eso que quieres hacer. ¿Vale?
—No voy a discutir contigo.
—¿Crees que podré? Odio ser torpe y probablemente seré muy torpe en todas esas cosas.
—De eso no tienes que preocuparte. No puedo verte muy bien.
—¿Entonces de acuerdo?
—¿Por dónde quieres empezar? ¿Qué actividad?
—No lo sé. No lo he pensado. Suponía que lo sabrías tú.
—Pero eres tú la que me hace el favor.
—¿Podemos empezar despacio?
—Todo lo despacio que quieras —dijo él. Y por un momento, ella pensó que hablaba de otra cosa que de montar en bici.
Asintió con la cabeza.
—Bien. Sólo hay una cosa.
—Dímela,
—Puedo… intentarlo todo excepto… por favor, la pared de escalada no —dijo—. Me caí del tejado de la casa cuando era pequeña y… —su voz se hizo más débil—, me entra el pánico si subo más alto que el primer peldaño de una escalera.
—Entonces no te lo pediré —le prometió él.
Ella le tomó la mano y la puso sobre su boca.
—Sé que puedes verme, pero por si no ves lo grande que es mi sonrisa, te estoy dando las gracias con ella. ¿Ves?
Él se echó a reír.
—Nada de escalada —repitió—, pero en lo demás, puede que te sorprendas a ti misma. Apuesto a que nunca has experimentado la emoción de volar colina abajo mientras los árboles pasan a tu lado.
Ella vaciló.
—No, pero supongo que siempre hay una primera vez para todo. Espero no asustarme mucho.
—Yo también. Y gracias.
Él se volvió.
—¿Tú has subido en monopatín alguna vez? ¿O en patines de línea? —preguntó ella.
Edward se echó a reír.
—No que recuerde. Quizá cuando me emborrachaba en la universidad, pero creo que no. Jugaba al hockey. Mucho. Y no dejaré que te pase nada —añadió con suavidad—. Te lo prometo.
—¿Ése no es mi trabajo? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Tu trabajo es estar a mi lado y gritarme si hago algo que no debo. No tienes que hacer nada demasiado difícil. Quiero tu ayuda y quiero tu compañía, pero es mi intención que estés a salvo. No te pondré en peligro.
Cuando ella lo veía alejarse, se dio cuenta de que acababa de comprometerse a una relación más estrecha aún con él y supo que correría mucho peligro. Edward podía proteger su cuerpo, pero no protegería su corazón.
Tendría que ser lista y hacerlo ella misma.
—No creo que se me dé bien esto de patinar —dijo Bella sin aliento.
—Lo harás muy bien —dijo Edward con una carcajada cuando ella terminaba de atarse los patines.
—¿Cómo lo sabes?
Edward le lanzó una mirada con la que le pedía que confiara en él.
—Ya te dije que he jugado mucho al hockey. A pesar de la diferencia entre las hojas de metal y las ruedas, el concepto es el mismo. Déjame ver si estás lista.
Le lanzó una de sus miradas de soslayo a las que ella empezaba a acostumbrarse. Incluso empezaba a considerarlas sexy, puesto que implicaban que la observaba. Excepto que hacían que se le acelerara el corazón y la respiración y…
—¿Por qué me miras con el ceño fruncido? —preguntó.
—No llevas rodilleras.
—Ni tú tampoco.
—No, pero a mí me gusta el peligro; a ti no —repuso él—. Y no quiero que te pase nada.
Bella abrió la boca para protestar. Y volvió a cerrarla. Se puso las rodilleras.
—Dime lo que tengo que hacer.
—Empieza así —le hizo una demostración. Ella probó unos pasos con movimientos lentos y torpes.
—No está mal —dijo él.
—Lo dices porque no ves lo horrible que soy.
—Lo digo porque es verdad —tendió el brazo y le tomó la mano—. Vamos a dejar que el viento sople a través de nuestro pelo, Cenicienta. Ven.
—Es mejor que empecemos caminando un poco.
—De acuerdo. Ya pasaremos luego a correr.
—Jamás.
Pero antes de darse cuenta, Bella se movía ya por el camino circular de la entrada con la mano de Edward sujetando la suya con firmeza. Cuando resbalaba, él la sujetaba y tiraba de ella. A veces frenaba hasta que ella se recuperaba y volvían a empezar.
—Hay una piedra delante —dijo ella.
Edward la esquivó.
—Estamos en la curva —decía ella.
Y él le enseñaba a cruzar los patines para tomar la curva con relativa facilidad.
—Esto es increíble —dijo ella, aunque doblaba los tobillos de un modo extraño y la mitad del tiempo se movía a una velocidad de tortuga—. No puedo creer que hagamos esto. No puedo creer que lo haga yo. Siempre he sido muy torpe.
—No es cierto. Simplemente no has tenido oportunidades de practicar. Tenías que empezar y nada más. Un día probaremos en una pista —dijo él con esa voz seductora que siempre la pillaba desprevenida y la dejaba sin aliento.
—¿Una pista? ¿Y por qué?
—Por la música —susurró él—. Y el baile, Cenicienta. Hasta puedes ponerte una de esas faldas que flotan detrás de ti y ser Cenicienta con patines.
Sonaba muy bien. Pero más tarde, cuando la señora Clearwater avisó a Edward de que lo llamaban por teléfono, Bella tuvo tiempo de pensar y supo que la parte de Cenicienta no iba a ocurrir. Aquello era sólo un trabajo temporal. Cuando localizaran a los niños y establecieran contacto, se marcharía, de vuelta a la única vida en la que podía confiar, a la vida en la que estaba sola y dirigía el cotarro, en la que se apoyaba sólo en sí misma. Y Edward pasaría a su siguiente acompañante femenina. Ella estaba allí ahora, pero cuando él cumpliera su misión, volvería al resto de su vida y habría más mujeres en ella.
Y esas mujeres no serían empleadas que fingían ser diosas de cuentos de hadas. Serían de verdad. Princesas nacidas para eso que encajarían perfectamente en el estilo de vida de Edward. Tenía que recordar eso y no dedicarse a soñar despierta con él.
Ebys Cullen- .
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QUE OPINANNNN
Bueno chicas aca tienen otro... espero que les guste!!!!
Que opinan??? Les gusta???? Sigo bajando cap o freno aca????
que me dicen?????
Que opinan??? Les gusta???? Sigo bajando cap o freno aca????
que me dicen?????
Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Por favor no dejes de subir me encantan
Cariños Nejix
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
sigue con los capi...estan genialess...pliiss!!
Qamiila Quinteros- .
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"UN MILAGRO PARA UN MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.
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CPITULO 8:
—Señorita Swan, encantado de conocerla —Aro Volturi, presidente de la empresa con la que Edward quería hacer negocio, le tomó la mano—. El señor Cullen dice que es usted su ayudante.
Ella sonrió a pesar de estar nerviosa. Ese día sus deberes eran sencillos, pero Aro Volturi era un hombre de negocios muy conocido en la zona, se trataba de un negocio importante y todos los segundos contaban.
—Bueno, es muy fácil trabajar para el señor Cullen —dijo—. Sabe bien lo que quiere y eso siempre facilita el trabajo de sus empleados.
El hombre se echó a reír aunque Bella sabía que no había dicho nada gracioso.
—Una respuesta perfecta, señorita Swan. Habla bien de su empleador, se muestra leal. Eso me gusta —se volvió hacia Edward—. Bien, Cullen, hablemos de negocios. Enséñeme lo que tiene para mí. Y por cierto, gracias por invitarme a su casa. Es bastante impresionante, incluso para los ricos y famosos.
—¿Qué quiere que diga? A los antepasados Cullen les gustaban las cosas grandes y ostentosas —repuso Edward.
El otro se echó a reír.
—A mí también.
—En ese caso, vamos a ver si hoy podemos continuar con esa premisa. ¿Empezamos?
—Estoy deseando ver lo que tiene para mí.
Edward asintió.
—¿Bella?
Ella sabía lo que tenía que hacer.
—Señor Volturi, por favor, siéntese aquí donde pueda ver mejor —lo sentó en una silla colocada para dar a Edward una buena visión relativa del hombre.
Había un monitor colgado en la pared enfrente de Edward. Iba conectado a un ordenador portátil y él controlaba el cursor. Bella sabía que, aunque Edward era perfectamente capaz de trabajar con sus ayudas visuales, no quería usarlas ese día y si tenía la pantalla de frente, no podía ver todos los detalles.
Pero se había entrenado bien. Había memorizado la colocación de cada diapositiva y ahora, al hacer la presentación, señalaba perfectamente cada detalle.
—He hecho una valoración de su empresa y, francamente, por el momento su sistema es suficiente para lo que necesita de él. La cuestión es lo que querrá hacer dentro de dos años o de cinco.
Bella miró a Aro Volturi y vio sorpresa en sus ojos.
—¿Está diciendo que, si quiero contratar a su empresa pero no expandirme, puedo quedarme sin hacer nada y estarán de acuerdo? ¿A pesar de que los dos sabemos que puedo permitirme comprar lo que quiera?
—Puede no hacer nada y todavía le iría bien. Aparte de pequeños ajustes de sistemas para mantenerse al día con la tecnología actual, puede limitarse a hacer sólo cambios mínimos a corto plazo.
—Oh, sí, siempre esos cambios mínimos.
—No le voy a mentir. Sí, el mundo de la informática siempre requiere cambios.
—Ja —rió el hombre—. Me gusta su actitud. Demuestra fuerza y carácter que no me haya dicho que puedo pasar sin desembolsar ningún dinero en absoluto. Mucha gente haría eso y luego me vendería un montón de cosas. ¿Me va a vender algo más?
Edward sonrió.
—No lo sé. Yo diría que depende de lo que usted quiera. Puede seguir así y nosotros nos aseguraremos de que no se quede atrás, lo tendremos al día con un gasto mínimo por su parte, o si quiere animar esto y añadir fuegos artificiales a lo grande para iluminar las cosas e ir a por el espectáculo completo, también podemos. Es su decisión.
Bella miró al cliente. Parecía tan encantado como cualquier mujer que miraba a Edward. Tenía los labios entreabiertos y se inclinaba hacia delante. Miró a Bella y le guiñó un ojo.
—¿Fuegos artificiales? Su jefe ha hecho sus deberes. No sabe mucha gente que soy aficionado a la pirotecnia. Y siempre está bien hacer negocios con personas que son concienzudas, saben exactamente lo que hacen y no se quedan esperando a que sucedan las cosas. Su jefe es una leyenda en este mundillo porque sabe qué teclas pulsar y cómo seducir a los clientes. De acuerdo —dijo a Edward—. Ahora que sé mejor cómo funciona, vamos a lo básico. Yo le digo lo que quiero y usted me dice si es factible.
Empezó a enumerar una lista y Bella respiró hondo y miró a Edward, que parecía a sus anchas a pesar de querer ocultar al otro sus problemas de visión. Y allí era donde intervenía ella. Edward repitió los nombres de los catálogos que más probablemente contenían los productos de la lista. Bella se acercó a la mesa del rincón, donde Edward lo había organizado todo. Tomó los libros y los llevó a la mesa a la que Edward había invitado a Volturi a moverse. Hizo lo posible por parecer que hacía un trabajo mínimo cuando en realidad tenía que asegurarse de que Edward tenía el libro indicado sin tener que buscarlo mucho en el montón.
—La colección Scarsdale —dijo; y puso uno de los volúmenes en el centro de la mesa.
Edward no parpadeó.
—Creo que los monitores de pared de la página 211 cubrirán sus necesidades, Volturi. Permítame enseñárselos.
Bella abrió el libro por el lugar que él había indicado.
—¿El Cullen 3000? —preguntó, para indicar que tenía la página abierta.
—Exacto. Mire esto, Volturi. ¿Qué le parece?
Edward extendió el brazo y pasó la mano por la página hasta detenerla en uno de los modelos ilustrados en ella.
—Si busca una operación informatizada a gran escala y tiene espacio para algo de este tamaño, esto puede ser lo que quiere —dijo—. Con estos monitores y las cámaras, sería posible una conexión entre despachos o incluso entre la cafetería y un despacho. Son lo bastante grandes para que nadie en la habitación tenga que esforzarse mucho para ver lo que ocurre. Son bastante grandes para hacer demostraciones impresionantes cuando los visiten sus clientes y, si quiere ir hasta el final, yo trabajo con una galería que crea cuadros enmarcados para colocar encima de éstos y que sus despachos tengan más ambiente si no necesitan las pantallas por un tiempo.
Los dos hombres empezaron a discutir los pros y los contras de los distintos sistemas. Edward siempre mencionaba el nombre del catálogo y la página en la que aparecía el artículo del que hablaba para que Bella lo encontrara fácilmente.
Poco tiempo después, la mesa estaba llena de catálogos y Aro había tomado algunas decisiones preliminares. Había rodado su silla hasta la mesa con las muestras y ahora se apartó para mirar una pantalla donde aparecían los productos que había seleccionado. Cuando Edward empezó a seguirlo, la rueda de la silla sobresalía un poco y estaba en su camino. Bella automáticamente puso la mano en el brazo de Edward.
El movimiento captó la atención de Aro y ella sintió que se ruborizaba.
—Lo siento, no pretendía cortarle el paso —dijo, para dar a entender que había tocado el brazo de Edward para agarrarse ella—. Voy a retirar estos catálogos —apartó la silla del camino de Edward.
Aro soltó una risita.
—Cullen, yo diría que la señorita Swan se interesa por usted —dijo—. Sobre todo por su modo de ruborizarse. Me encantan las mujeres que se ruborizan. Es algo muy erótico.
Bella estaba de espaldas a ellos y esperaba que Edward reaccionara con su sentido del humor habitual. Pero hubo un silencio y ella se volvió.
—Espero que no pretendiera decir eso como ha sonado, Volturi —dijo Edward—. Porque Bella es una profesional. Está aquí para ayudar a que este encuentro fluya sin problemas y lo ha hecho. Merece nuestro respeto. Me temo que no me gusta que la gente haga insinuaciones sobre mis empleados.
De pronto la habitación se llenó de tensión. Bella no sabía qué demonios hacía Edward. Había pasado días, quizá incluso semanas, preparando aquella reunión. Había hecho lo posible por presentarse como un hombre de negocios fuerte, al cargo, sin defectos, y Aro Volturi estaba a punto de vaciar varios cofres de tesoros para pagar los equipos y la experiencia de Empresas Cullen. Y si ahora se daba por ofendido, todo podía acabar allí.
—Bella es mi empleada y sí, también es una amiga —prosiguió Edward—. De hecho, la conozco desde que éramos niños. No sacrificaré una amistad así por negocios. Un hombre tiene que saber qué es importante en la vida. Esta mujer es más importante que un encargo nuevo por impresionante que sea.
La habitación quedó paralizada un momento. Los hombres se miraban. Edward parecía mirar a los ojos al otro.
Aro acabó por sonreír.
—Mis disculpas. Tiene razón en que he metido la pata, Cullen. He hablado sin pensar y eso es inexcusable. Más aún, me gustan los hombres que saben lo que importa y no retroceden. Señorita Swan, perdóneme si la he ofendido. A veces tengo que controlar mi lengua.
—No me ha ofendido —repuso ella, volviendo a su trabajo.
Todo su cuerpo estaba en alerta. Le temblaban las manos. Edward había arriesgado un encargo importante porque el cliente había dicho algo que podía ofenderla, y necesitaba tiempo para poner eso en perspectiva. Necesitaba no exagerar aquello ni dejar que la afectara demasiado. Edward era así. Su tía lo había tratado injustamente y por eso creía fuertemente en la justicia. Eso era todo, y ella tenía que olvidarlo y no perder el corazón por aquel incidente.
—Vamos a anotar el maldito paquete completo, Cullen. Pida a la señorita Swan que haga los honores y ponga el engranaje en movimiento.
Ahora ella estaba fuera de su esfera. Edward tenía una secretaria maravillosa, pero Ángela Weber no parecía capaz de ocuparse de una reunión así sin mirar constantemente a Edward o intentar ayudarlo por la habitación. Preocupaba terriblemente a Ángela verlo así, por lo que estaba esperando que le traspasaran el papeleo para completar un buen paquete de presentación que Volturi pudiera enseñar a su gente. En cierto modo, Ángela era un equipo de ventas en sí misma.
Pero no podía estar allí en ese momento, por lo que Bella se sentó y escribió lo más básico.
—Esto lo mecanografiaremos y se lo enviaremos lo antes posible —dijo—. El señor Cullen tiene un personal muy competente que se encargará de eso.
Lo cual pareció contentar a Volturi.
—Bien. Todos los hombres de negocios necesitan tener muchos trabajadores fuertes y con talento —suspiró y se pasó una mano por el pelo—. A pesar del dinero y poder que tengo y de que sé que los ordenadores son necesarios, odio comprarlos. Hablar de ellos me vuelve loco. Tener que gastar dinero en ellos me vuelve más loco aún y no me apetecía nada este encuentro, pero usted me lo ha facilitado, Cullen. Déjeme invitarlo a comer para celebrar que hemos llegado a un acuerdo. Mi secretaria me ha dado el nombre de un restaurante estupendo en la ciudad.
Bella quería gemir. Con el éxito tan al alcance de la mano, Edward no querría correr el riesgo de ir a un lugar público, donde desconocería la colocación de las cosas.
Carraspeó.
—Es una idea excelente, señor Volturi, pero Emily, la cocinera del señor Fulton, esperaba que comieran aquí.
Levantó la vista y vio sonreír a Edward. Sabía que Emily no tenía noticias de que habría invitados para comer.
—La gente mataría por la comida de Emily —dijo Edward—. No se la puede perder. Bella, ve a verla para ver cuándo estará listo el almuerzo y dile que ya hemos terminado. Estará encantada de mostrarle su habilidad al señor Volturi, sobre todo si lleva toda la mañana preparando algo impresionante.
Bella deseaba reñirle por burlarse de ella, pero le sonrió con dulzura y salió de la estancia con la esperanza de que Emily estuviera a la altura de las circunstancias. De no ser así, ella habría metido la pata hasta el fondo.
Cuando Volturi se marchó dos horas después, Edward tuvo que admitir que el almuerzo había sido buena idea. Se acercó a Bella por detrás en cuanto el invitado se alejó en su Jaguar.
—Hoy has estado magnífica. Gracias por tu ayuda.
—No he hecho tanto.
—Te has asegurado de que no me cayera y has procurado que no pareciera débil. Volturi es un hombre decente a su modo, pero también es de los que capta una grieta en la personalidad de alguien y la considera una debilidad. Con esta nueva relación, tendremos varias reuniones importantes y querrá parecer seguro de sí mismo y orgulloso de nuestra nueva relación delante de sus socios, no incómodo. Si supiera la verdad, no lo tendríamos como cliente.
—Eso es ofensivo.
—En este caso, no creo que sea algo intencionado ni consciente siquiera. Probablemente se sorprendería y ofendería si se lo dijéramos, pero creo que se sentiría incómodo en mi presencia si notara la verdad.
Ella frunció el ceño.
—Entonces no deberías hacer tratos con él.
Edward se echó a reír.
—Si analizara a todos mis clientes y eliminara a aquéllos que tienen opiniones distintas a la mía, no haría negocios. Y tú no tendrías alumnos si decidieras que sus padres tenían que estar a la altura de ciertos comportamientos. La gente a veces tiene prejuicios.
—Lo sé. Pero no me gusta.
Él sonrió.
—Y estoy seguro de que intentas hacer que cambien de opinión.
—Sí.
—Entonces tú eres el secreto para que mejore el mundo. Las personas como tú, los profesores como tú, hacen que el mundo gire y cambie. Y hoy me has ayudado. Gran parte de mi negocio lo llevan empleados y vendedores. Yo sólo me mezclo en casos importantes como éste, en los que el cliente insiste en tratar conmigo personalmente. Hasta ahora he podido evitar este tipo de situaciones, pero hoy no podía. Y tú sabes que no quiero hacer pública mi situación. Cuando lo haga, elegiré el momento y lo haré a mi modo, no quiero que ocurra accidentalmente. Por eso te necesitaba hoy. Contigo no he tenido que preocuparme de meter la pata y he podido concentrarme en mi trabajo. Gracias.
Ella suspiró.
—De nada.
—Aunque apartar el vaso de nuestro invitado del borde de la mesa sobrepasaba a tus deberes —sonrió.
Bella emitió un suspiro de frustración.
—No me lo recuerdes. No puedo creer que haya hecho eso. Es algo típico de profesora y de madre, de criar a mis hermanas. Ni siquiera me he dado cuenta. Simplemente lo he hecho. ¿Crees que se ha ofendido?
—Creo que le ha gustado que te preocuparas así. Tienes mucha experiencia con niños, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros.
—Mi madre no podía cuidarnos —respiró hondo—. Era alcohólica. Creo que eso no se lo he dicho nunca a nadie. Ni siquiera a Rosalie. Aunque ella lo sabía, por supuesto.
—Bella —él la abrazó sin pensar—. Yo no lo sabía. Rosalie no me había contado eso. Tu infancia tuvo que ser difícil.
Ella apoyó la cabeza en su corazón, con la sensación de que aquél era su sitio natural.
—Yo la quería. Era una enfermedad que no podía evitar y que empeoró cuando nos dejó mi padre, y yo tuve que criar a las niñas. Las adoro, así que no fue todo malo. Algunas partes fueron maravillosas —hablaba deprisa. Demasiado deprisa. Él estaba seguro de que todo lo que decía era cierto, pero sabía que su vida no podía haber sido fácil.
—Hoy ha debido de ser como volver al pasado. Tener de nuevo a alguien que se apoyaba en ti y dependía de ti para cubrir sus errores.
Ella se apartó de inmediato.
—¡No! No pienses eso. No ha sido así para nada. Es evidente que dominas lo que haces. He oído muchas historias sobre cómo te quieren tus empleados y tus clientes adoran lo que haces. Hoy sólo he estado ahí como ayudante. No he sentido para nada que el peso de la reunión cayera sobre mis hombros.
Él le puso las manos en la cara.
—Yo jamás te pediría eso. No quiero pedirte más de lo que te sientas cómoda dando, así que… si me paso de la raya, me avisas.
Sus labios estaban a poca distancia de los de ella y Edward sabía que corría mucho peligro de cruzar la línea en ese momento. Su boca era pura tentación, su aroma lo atraía. Su cuerpo estaba bien tan cerca. Y él la quería todavía más cerca.
—Avísame —repitió.
—Lo haré —suspiró ella—. Te lo prometo.
Sonó el teléfono y el ruido pareció romper el conjuro. Edward casi lanzó un gemido, pero soltó inmediatamente a Bella e intentó olvidar que había estado a punto de besarla. Varios segundos después, sonaba el interfono.
—Señor Cullen, el señor Whitlock al teléfono. Quiere venir inmediatamente. Dice que tiene algo importante para usted.
En ese instante el mundo se volvió oscuro. La verdad entró en la vida de Edward con un chasquido terrible. Debía haber un niño, alguien al que había hecho daño, alguien cuya vida podía cambiar para siempre por su causa, y no para bien.
—Dígale que venga —respondió a la señora Clearwater.
—¿Quieres que me quede o que os deje hablar en privado? —preguntó Bella.
—Quédate —repuso él. Si al fin conocían el peligro, podían empezar a controlar los daños.
No se preocupen, como no voy a seguir... no las voy a dejar con las ganas ja ja ja... Espero que lo disfruten
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"UN MILAGRO PARA UN MILLONARIO"
LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.--------------------------------------------------------------------------------
CAPITULO 9:
—Definitivamente hay un niño —había dicho Jasper. Y Bella recordaba claramente ese momento—. Un niño.
Sus palabras habían caído en la habitación como una bomba que destruyera cosas y dejara después un silencio terrible a su paso.
Ella miró inmediatamente a Edward, que apretaba los labios.
—¿Está seguro? ¿Cómo lo sabe?
Jasper movió la cabeza.
—El primer empleado con el que hablé ha desaparecido, pero había hablado con algunos colegas suyos y había una mujer que lo recordaba bastante bien a usted y pensaba que debe saber la verdad.
—De eso hace mucho —intervino Bella—. ¿Cómo puede estar segura?
Jasper parecía incómodo.
—A cada donante le daban una clave en el registro para identificarlo. Edward era… digamos que usted impresionó al personal.
Bella sabía lo que quería decir. Edward había sido un ejemplar de hombre impresionante incluso en sus años jóvenes. No tanto como era ahora, pero siempre había sido memorable. Comprendía muy bien a aquella mujer.
—Al parecer el personal hablaba libremente del donante 465 y de la mujer afortunada cuyos hijos recibirían su ADN. Esa empleada en particular admitió que a ella le había gustado mucho. El donante 465 parecía más misterioso que los otros, más elusivo y más atractivo. Como abandonó el programa pronto, no había muchas probabilidades de resultados positivos, así que, cuando se supo que sí había habido un resultado positivo, ella lo anotó. Los empleados lo comentaron. A ella no le cabe duda de que hubo un hijo y sólo uno. Por desgracia, no sabe nada más. Pero la clave está en el código de identificación.
—Yo no le presté atención —confesó Edward—. Ni siquiera me fijé en él.
Jasper se marchó poco después de eso, con la promesa de seguir buscando la pista del niño en cuestión.
Cuando se hubo ido, los dos guardaron silencio.
—Un niño, Bella. Un ser humano inocente.
Ella no se molestó en decir que al menos había sido uno solo. Sabía mejor que nadie que cada niño contaba. Y también lo sabía Edward. Pero no podía dejarlo con aquella culpabilidad.
—Conoces las probabilidades —dijo—. Hay muchas de que no haya problemas.
Edward la miró.
—Apuesto a que tú llevabas felicidad a la vida de tus hermanas a pesar de lo que tenían que soportar todos los días. Debes de ser una buena profesora. Rosalie acertó contigo.
En otra situación, ese comentario la habría hecho feliz, pero ese día no. Edward soportaba un peso grande, recorría un camino en el que ella no podía seguirlo.
—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó a su habitación silenciosa.
No hubo respuesta. Después de todo, ella era sólo una empleada contratada para un trabajo, y su tarea del día había sido completada. Intentar hacer más no sería bienvenido ni inteligente.
—¿Y cuándo has sido tú inteligente en lo referente a Edward? —susurró cuando ya empezaba a hacer planes.
Edward estaba sentado ante su escritorio e intentaba vaciar su mente, pero le resultaba imposible.
El niño era real. Su ADN defectuoso vivía en otro ser humano y podía cambiarle la vida a esa persona.
Bella había dicho que había probabilidades de que no hubiera problemas. La dulzura de ese comentario le oprimió la garganta. ¡Ella se esforzaba tanto por ayudarlo! ¿Qué había hecho él para merecer esa clase de bondad genuina?
—Nada.
Y muchas cosas de su vida probaban que no merecía tener a Bella a su lado. Había salido con chicas y las había dejado en cuanto se daba cuenta de que contaban con la aprobación de su tía. Había roto más coches de los que podía recordar. Había quebrado todas las reglas en casa y en el instituto. Había ayudado a concebir un hijo con tan poco cuidado como el inútil de su padre. Nada de eso podía cambiarse. Y ahora un niño o los hijos de ese niño podían sufrir los resultados de sus actos temerarios. Y Bella se preocupaba y sufría por él. Odiaba hacerle eso.
Si había justicia en el mundo, su tía estaría en alguna parte disfrutando de saber que por fin pagaba por sus pecados. La ceguera lo había parado en seco. Le hacía imposible presentarse completo ante una mujer. El futuro era oscuro en más de un sentido y él no tenía nada que ofrecer.
Edward quería gritar. En lugar de ello, con la última luz del día se obligó a hacer lo que no había hecho desde la llegada de Bella. Mirar al frente y hacer revisión. Las áreas oscuras de su campo visual eran más grandes que antes. Sabía que había un reloj delante de él, pero no podía ver la hora. Con cuidado, midió mentalmente lo que sí podía ver, la zona periférica que seguía siendo clara.
Más pequeña. Algo más pequeña que antes.
Se le oprimió el corazón. Combatió la soledad de su estado y salió a la superficie.
—Lucha, Cullen —se ordenó—. Sigue adelante.
Muy bien. ¿Pero qué podía decirle al niño? ¿Y qué haría cuando llegara el momento de que se marchara Bella? Ese momento se acercaba rápidamente. El verano se acababa y una oscuridad no relacionada con su ceguera lo envolvía. Empezaba a tener sentimientos por ella sobre los que no podía hacer nada.
Lo que significaba que necesitaba retroceder.
Unos días más tarde, Bella se había dado cuenta de que era muy fácil querer hacer algo y muy difícil llegar a hacer algo que importara. No tenían más información. Jasper no había averiguado nada más. Bella no tenía soluciones. Y Edward se mostraba distante, frío, formal y a menudo ausente.
Bella sabía por qué. Había vivido su vida como un rebelde. Aguijoneado por el odio de su tía, había respondido atacando y había perjudicado sin querer a un niño. A sus ojos, era ahora tan egoísta como su padre y tan cruel como su tía.
A ella le dolía el corazón al pensarlo. Quería que Edward volviera a ser el hombre alegre y sin preocupaciones que podía hacer que las mujeres se enamoraran de él sólo con respirar. Lo echaba de menos, ¿pero qué podía hacer?
Encontrar al niño. Si lo encontraban y resultaba estar libre de los marcadores genéticos de la enfermedad, eso ayudaría mucho.
¿Y si sucedía lo contrario y el niño había heredado la enfermedad de Edward?
Bella cerró los ojos y se volvió a su ordenador. Tenía que haber otros caminos de llegar a la verdad, otras piedras que levantar. Tomó el teléfono y llamó a Jasper.
—Hay caminos, pero ninguno de ellos es perfecto ni muy fiable —contestó él; le contó algunos de los pasos que daba y ella anotó vínculos y páginas de Internet.
—¿Jasper?
—¿Sí?
—No le he dicho a Edward que iba a llamar —no le pidió que no lo mencionara, aunque esperaba que no lo hiciera. Le parecía mal seguir caminos al revés y entrar en el pasado de Edward sin su conocimiento, pero no podía no intentarlo.
—Está bien —contestó Jasper.
—Gracias.
—Ten cuidado. Edward no es un hombre fácil. Puede parecer deslumbrante, pero si te enamoras de él, puedes acabar sufriendo.
Ella ya sabía eso.
—No será problema. Soy demasiado lista para correr riesgos —prometió, con la esperanza de que fuera verdad.
El día transcurría despacio. Fue a comer y comió sola. Fue a cenar y cenó sola. Pasó la noche delante de la pantalla del ordenador. Cuando llegó la mañana, sabía tan poco como el día anterior.
Y Edward seguía sin aparecer. Según la señora Clearwater, trabajaba en sus oficinas. Probablemente sería así, puesto que tenía un cliente nuevo que esperaba resultados, y sin embargo, no habían hablado del niño ni…
Se había escondido del mundo y no había nada que lo impulsara a salir. Bella miró por la ventana al jardinero que recortaba el césped alrededor de la famosa pared de escalada, que aún no había sido usada.
Y se le ocurrió una idea. Edward podía machacarse a sí mismo día y noche, peor tenía una vena protectora para los que estaban bajo su cuidado. Por supuesto, a ella no le resultaría fácil hacer lo que estaba pensando. Tendría que vencer miedos en los que no quería pensar. Ya empezaba a sentir náuseas.
—No hagas caso —se dijo—. No pienses. Hazlo.
Se levantó y corrió a su habitación. Se puso los vaqueros y la camiseta sin dejar de repetirse que no podía pensar y corrió escaleras abajo.
—Tyler —llamó cuando lo vio—. ¿Sabes cómo se usa eso? —señaló la pared que resultaba visible desde todas las ventanas del lado sur de la casa.
—He escalado un poco y el señor Cullen me llevó a un entrenador para que me enseñara lo más necesario.
—Me alegro, porque yo no tengo ni idea. Sólo sé que voy a subir. Pero no muy arriba.
—¿Está segura?
Estaba segura de que estaba loca para hacer algo que tanto la asustaba, especialmente cuando no tenía ni la más remota idea de si funcionaría su plan. Ya se sentía mareada y le costó mucho no girarse y volver corriendo a su habitación.
—Ahora hay paredes de escalada en las escuelas, Tyler —dijo, con fingida indiferencia—. Quizá esto me venga bien algún día.
—Vale, pero es verdad que no va a subir muy arriba —le advirtió Tyler—. Me cae bien y el señor Cullen le ha dejado libertad de movimientos, pero no me gusta hacer esto sin que él lo sepa.
—Él no está disponible, Tyler.
—Ya lo sé —gruñó él, que parecía casi tan infeliz como se sentía ella mientras la ayudaba a ponerse el arnés y a prepararse.
Bella levantó la vista a la pared. Seguramente no era muy alta, pero para una mujer que había experimentado el terror en una escalera, aquella superficie enorme resultaba muy peligrosa.
A pesar de ello, se puso el casco, probó la firmeza del arnés y buscó el primer agarradero. Le parecía muy pequeño e inconsecuente, pero colocó el pie en el primer apoyo y se izó. Ya estaba fuera del suelo. Y se sentía aterrorizada. Tenía el estómago encogido y le daba vueltas la cabeza.
—¿Qué tal? —preguntó a Tyler con voz temblorosa.
Esa vez él sonrió. Debía estar a menos de treinta centímetros del suelo.
—Vas muy bien, Bella. No sé por qué haces esto, ¿pero has terminado?
Su cerebro cobarde decía que sí, pero todavía no había alcanzado su objetivo. Miró hacia la ventana del despacho de Edward y apartó rápidamente la vista. Pensar en él la pondría aún más nerviosa.
Buscó otro agarradero y después otro mientras se ordenaba respirar hondo y luchaba por no quedarse paralizada. La cabeza le daba vueltas, pero seguía avanzando. Se agarró al siguiente agarradero con el estómago lleno de nudos.
—¿Tyler? —preguntó, con respiración temblorosa y superficial—. ¿Cómo crees que voy?
—Vas muy bien para una mujer que tiene miedo a la altura —contestó la voz profunda y fría de Edward debajo de ella. Bella soltó un grito y perdió pie un segundo.
Miró al suelo, que parecía increíblemente lejos. En realidad, debía estar sólo a uno cuatro metros, pero…
—No pretendía subir tanto. ¿En qué estaba pensando? —preguntó.
Suponía que él se echaría a reír, pero no fue así.
—Te tengo, Bella, y jamás te dejaría caer. Tantea y busca el próximo agarradero con la mano. No mires abajo, mira tus manos. Mira la roca.
Eso era lo último que ella quería hacer. Deseaba bajar, no subir. Pero ella había empezado aquello y tenía una buena razón para ello.
—¿Me oyes, Bella? Agárrate.
—¿Tú lo ves? —preguntó ella.
—No, está borroso, pero sé que está ahí y veo suficiente para sujetarte aquí. Tienes que buscar agarraderos. Hazlo.
—Sí.
Ella lo hizo y la embargó una sensación de exultación. Edward sujetaba la soga, le daba cuerda cuando la necesitaba, pero la controlaba todo el tiempo. No la dejaría caer.
—Uno más —dijo; y le pareció oírle reír, pero le dio cuerda para subir otro paso—. Ya he llegado, estoy arriba —gritó exultante.
—Fantástico —contestó él—. Ahora vamos a bajarte de ahí.
Momentos después estaba de vuelta en el suelo. Edward la tomó en sus brazos en cuanto su pie tocó la hierba y la volvió hacia él.
—Imagínate mi sorpresa cuando he oído lo que pasaba a través de mi ventana. ¿Tenías un deseo urgente de abandonar el suelo?
Bella se sonrojó. Él sabía que no era eso. Levantó la barbilla.
—Tenía un deseo urgente de verle la cara a mi jefe. Estaba sin trabajo.
—Ah —sonrió él—. Supongo que debo buscarte más cosas para impedir que te rompas el cuello.
—Tyler ha tenido entrenamiento —explicó ella.
—Pero tú no y no te gusta la altura. Cuando la gente tiene miedo, a veces hace tonterías.
Ella lo sabía muy bien.
—Estaba a salvo, gracias.
Él sonrió, pero era una sonrisa triste.
—Dime otra vez por qué has hecho esto cuando era evidente que no te apetecía nada.
Ella se cruzó de brazos.
—Tú has desaparecido y eso no me parece sano.
—¿Cómo sabías que vendría?
—Porque tú eres así.
Él abrió la boca, pero volvió a cerrarla sin hablar.
—Esperaba que vinieras y lo has hecho —prosiguió ella.
—¿Por qué necesitas trabajo?
—Y… lo otro.
—Oh, sí, crees que no me cuido bien —la voz de Edward era como una caricia lenta. Le rozó la mejilla con los nudillos, le quitó el casco y dejó su pelo oscuro libre—. Lo has hecho porque querías ayudarme, pero yo no soy uno de tus alumnos.
Bella levantó la vista y lo miró a los ojos. ¡Estaba tan cerca y parecía tan cálido!
—Ya lo sé —consiguió decir—. Pero desde que te enteraste de lo del niño…
Él espero, se acercó más, mucho más. Ella sintió sus manos en el pelo. Cerró los ojos y respiró hondo; notó el aroma seductor del aftershave de Edward en su piel.
—¿Qué haces?
—Verte mejor. Te toco y te huelo. ¿Cuál es ese problema del que me hablabas?
Ella abrió automáticamente los ojos. Le tomó las manos.
—Intentas distraerme.
Él sonrió.
—No, intento distraerme yo. No quiero hablar del niño todavía. Llevo varios días imaginando lo mejor y lo peor, intentando rezar y temiendo que no escuchen mis plegarias y que ya sea demasiado tarde. Al final, todos mis intentos han sido inútiles porque hasta que no encontremos al niño, no puedo hacer nada. Y…
—¿Qué?
—Aro Volturi tendrá el mejor sistema informático posible. El trabajo me ha ayudado a matar el tiempo.
—Me alegro. Ese hombre ya canta tus alabanzas y ahora estará encantado de trabajar contigo.
Pero Edward no parecía escucharla. Miraba la pared.
—Esto te ha costado mucho —dijo.
—No corría peligro.
—No, pero eso no importa. La mayoría de las arañas no pican a los humanos, pero mucha gente les tiene mucho miedo. Tú tienes miedo a la altura y yo jamás te habría pedido que hicieras esto. Pero lo has hecho porque creías que había que sacarme de mi agujero —le acarició la mejilla con los dedos y luego con los labios—. No me dejes cambiarte ni hacerte daño, Bella —le susurró al oído.
—No lo haré —repuso ella, con la esperanza de que fuera verdad y el temor de que resultara mentira.
Luchaba por respirar y conservar la cordura. ¿Qué ocurría? ¿Por qué quería apoyarse en él cuando sabía que debía apartarse? Luchó por buscar una salida.
—Y vamos a encontrar al niño —declaró, desesperada por no pensar en lo mucho que quería acercarse a él—. Lo antes posible. Estoy ayudando a Jasper —hablar la ayudó y pudo apartarse.
—¿Estás ayudando a Jasper? ¿Al Jasper que tanto le gustas? —Edward frunció el ceño. Respiró hondo—. Tienes razón, probablemente es algo bueno. Gracias. Te debo mucho. Ahora vamos a quitarte esto y entrar en la casa —se volvió hacia la derecha… demasiado deprisa.
Bella lo miró.
—Has salido sin las gafas de sol —dijo. Y él nunca salía al exterior sin ellas.
Él le tocó la nariz con un dedo.
—Tenía prisa.
Porque ella estaba colgada en una pared a tres metros del suelo, completamente segura pero aterrada.
—El sol… —dijo—. Hoy es muy brillante. ¿Qué puedes ver ahora?
Él se acercó y subió la mano por el lateral de ella, desde el muslo a la curva de la cintura, el torso, el cuello de la camisa… Rozó los lóbulos de ella con las yemas de los dedos y envió un escalofrío por todo su cuerpo.
—Llevas vaqueros oscuros, camisa de punto de color claro con cuello abierto, pendientes pequeños en forma de campanas y —se acercó más— hueles a fresas —la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó en los labios—. Sabes también a fresas y tus labios resultan cálidos —volvió a besarla.
Los labios de él también eran cálidos, firmes y fuertes. Bella quería más.
—El aroma y el sabor a fresas no pueden verse —dijo débilmente.
—Cuando estás casi ciego, sí —susurró él. Le lamió el labio inferior—. Así es como te veo yo. Estás bien, Bella. Estás… hermosa. No te acerques a la pared a menos que yo esté a tu lado. Y si necesitas verme y no estoy por aquí, ven a llamar a mi puerta. Tienes ese derecho. Y por cierto…
—¿Sí?
—Has estado espectacular en esa pared. Con miedo o sin él, la has atacado con un espíritu increíble.
Se volvió y la dejó preguntándose en qué estaba pensando para decidir sacar a Edward de su agujero. ¿De verdad estaba preocupada por él? Estúpido, cuando era ella la que corría peligro de perder su corazón porque el hombre que jugaba con él pronto pasaría a besar otros labios.
[u]
CAPITULO 9:
—Definitivamente hay un niño —había dicho Jasper. Y Bella recordaba claramente ese momento—. Un niño.
Sus palabras habían caído en la habitación como una bomba que destruyera cosas y dejara después un silencio terrible a su paso.
Ella miró inmediatamente a Edward, que apretaba los labios.
—¿Está seguro? ¿Cómo lo sabe?
Jasper movió la cabeza.
—El primer empleado con el que hablé ha desaparecido, pero había hablado con algunos colegas suyos y había una mujer que lo recordaba bastante bien a usted y pensaba que debe saber la verdad.
—De eso hace mucho —intervino Bella—. ¿Cómo puede estar segura?
Jasper parecía incómodo.
—A cada donante le daban una clave en el registro para identificarlo. Edward era… digamos que usted impresionó al personal.
Bella sabía lo que quería decir. Edward había sido un ejemplar de hombre impresionante incluso en sus años jóvenes. No tanto como era ahora, pero siempre había sido memorable. Comprendía muy bien a aquella mujer.
—Al parecer el personal hablaba libremente del donante 465 y de la mujer afortunada cuyos hijos recibirían su ADN. Esa empleada en particular admitió que a ella le había gustado mucho. El donante 465 parecía más misterioso que los otros, más elusivo y más atractivo. Como abandonó el programa pronto, no había muchas probabilidades de resultados positivos, así que, cuando se supo que sí había habido un resultado positivo, ella lo anotó. Los empleados lo comentaron. A ella no le cabe duda de que hubo un hijo y sólo uno. Por desgracia, no sabe nada más. Pero la clave está en el código de identificación.
—Yo no le presté atención —confesó Edward—. Ni siquiera me fijé en él.
Jasper se marchó poco después de eso, con la promesa de seguir buscando la pista del niño en cuestión.
Cuando se hubo ido, los dos guardaron silencio.
—Un niño, Bella. Un ser humano inocente.
Ella no se molestó en decir que al menos había sido uno solo. Sabía mejor que nadie que cada niño contaba. Y también lo sabía Edward. Pero no podía dejarlo con aquella culpabilidad.
—Conoces las probabilidades —dijo—. Hay muchas de que no haya problemas.
Edward la miró.
—Apuesto a que tú llevabas felicidad a la vida de tus hermanas a pesar de lo que tenían que soportar todos los días. Debes de ser una buena profesora. Rosalie acertó contigo.
En otra situación, ese comentario la habría hecho feliz, pero ese día no. Edward soportaba un peso grande, recorría un camino en el que ella no podía seguirlo.
—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó a su habitación silenciosa.
No hubo respuesta. Después de todo, ella era sólo una empleada contratada para un trabajo, y su tarea del día había sido completada. Intentar hacer más no sería bienvenido ni inteligente.
—¿Y cuándo has sido tú inteligente en lo referente a Edward? —susurró cuando ya empezaba a hacer planes.
Edward estaba sentado ante su escritorio e intentaba vaciar su mente, pero le resultaba imposible.
El niño era real. Su ADN defectuoso vivía en otro ser humano y podía cambiarle la vida a esa persona.
Bella había dicho que había probabilidades de que no hubiera problemas. La dulzura de ese comentario le oprimió la garganta. ¡Ella se esforzaba tanto por ayudarlo! ¿Qué había hecho él para merecer esa clase de bondad genuina?
—Nada.
Y muchas cosas de su vida probaban que no merecía tener a Bella a su lado. Había salido con chicas y las había dejado en cuanto se daba cuenta de que contaban con la aprobación de su tía. Había roto más coches de los que podía recordar. Había quebrado todas las reglas en casa y en el instituto. Había ayudado a concebir un hijo con tan poco cuidado como el inútil de su padre. Nada de eso podía cambiarse. Y ahora un niño o los hijos de ese niño podían sufrir los resultados de sus actos temerarios. Y Bella se preocupaba y sufría por él. Odiaba hacerle eso.
Si había justicia en el mundo, su tía estaría en alguna parte disfrutando de saber que por fin pagaba por sus pecados. La ceguera lo había parado en seco. Le hacía imposible presentarse completo ante una mujer. El futuro era oscuro en más de un sentido y él no tenía nada que ofrecer.
Edward quería gritar. En lugar de ello, con la última luz del día se obligó a hacer lo que no había hecho desde la llegada de Bella. Mirar al frente y hacer revisión. Las áreas oscuras de su campo visual eran más grandes que antes. Sabía que había un reloj delante de él, pero no podía ver la hora. Con cuidado, midió mentalmente lo que sí podía ver, la zona periférica que seguía siendo clara.
Más pequeña. Algo más pequeña que antes.
Se le oprimió el corazón. Combatió la soledad de su estado y salió a la superficie.
—Lucha, Cullen —se ordenó—. Sigue adelante.
Muy bien. ¿Pero qué podía decirle al niño? ¿Y qué haría cuando llegara el momento de que se marchara Bella? Ese momento se acercaba rápidamente. El verano se acababa y una oscuridad no relacionada con su ceguera lo envolvía. Empezaba a tener sentimientos por ella sobre los que no podía hacer nada.
Lo que significaba que necesitaba retroceder.
Unos días más tarde, Bella se había dado cuenta de que era muy fácil querer hacer algo y muy difícil llegar a hacer algo que importara. No tenían más información. Jasper no había averiguado nada más. Bella no tenía soluciones. Y Edward se mostraba distante, frío, formal y a menudo ausente.
Bella sabía por qué. Había vivido su vida como un rebelde. Aguijoneado por el odio de su tía, había respondido atacando y había perjudicado sin querer a un niño. A sus ojos, era ahora tan egoísta como su padre y tan cruel como su tía.
A ella le dolía el corazón al pensarlo. Quería que Edward volviera a ser el hombre alegre y sin preocupaciones que podía hacer que las mujeres se enamoraran de él sólo con respirar. Lo echaba de menos, ¿pero qué podía hacer?
Encontrar al niño. Si lo encontraban y resultaba estar libre de los marcadores genéticos de la enfermedad, eso ayudaría mucho.
¿Y si sucedía lo contrario y el niño había heredado la enfermedad de Edward?
Bella cerró los ojos y se volvió a su ordenador. Tenía que haber otros caminos de llegar a la verdad, otras piedras que levantar. Tomó el teléfono y llamó a Jasper.
—Hay caminos, pero ninguno de ellos es perfecto ni muy fiable —contestó él; le contó algunos de los pasos que daba y ella anotó vínculos y páginas de Internet.
—¿Jasper?
—¿Sí?
—No le he dicho a Edward que iba a llamar —no le pidió que no lo mencionara, aunque esperaba que no lo hiciera. Le parecía mal seguir caminos al revés y entrar en el pasado de Edward sin su conocimiento, pero no podía no intentarlo.
—Está bien —contestó Jasper.
—Gracias.
—Ten cuidado. Edward no es un hombre fácil. Puede parecer deslumbrante, pero si te enamoras de él, puedes acabar sufriendo.
Ella ya sabía eso.
—No será problema. Soy demasiado lista para correr riesgos —prometió, con la esperanza de que fuera verdad.
El día transcurría despacio. Fue a comer y comió sola. Fue a cenar y cenó sola. Pasó la noche delante de la pantalla del ordenador. Cuando llegó la mañana, sabía tan poco como el día anterior.
Y Edward seguía sin aparecer. Según la señora Clearwater, trabajaba en sus oficinas. Probablemente sería así, puesto que tenía un cliente nuevo que esperaba resultados, y sin embargo, no habían hablado del niño ni…
Se había escondido del mundo y no había nada que lo impulsara a salir. Bella miró por la ventana al jardinero que recortaba el césped alrededor de la famosa pared de escalada, que aún no había sido usada.
Y se le ocurrió una idea. Edward podía machacarse a sí mismo día y noche, peor tenía una vena protectora para los que estaban bajo su cuidado. Por supuesto, a ella no le resultaría fácil hacer lo que estaba pensando. Tendría que vencer miedos en los que no quería pensar. Ya empezaba a sentir náuseas.
—No hagas caso —se dijo—. No pienses. Hazlo.
Se levantó y corrió a su habitación. Se puso los vaqueros y la camiseta sin dejar de repetirse que no podía pensar y corrió escaleras abajo.
—Tyler —llamó cuando lo vio—. ¿Sabes cómo se usa eso? —señaló la pared que resultaba visible desde todas las ventanas del lado sur de la casa.
—He escalado un poco y el señor Cullen me llevó a un entrenador para que me enseñara lo más necesario.
—Me alegro, porque yo no tengo ni idea. Sólo sé que voy a subir. Pero no muy arriba.
—¿Está segura?
Estaba segura de que estaba loca para hacer algo que tanto la asustaba, especialmente cuando no tenía ni la más remota idea de si funcionaría su plan. Ya se sentía mareada y le costó mucho no girarse y volver corriendo a su habitación.
—Ahora hay paredes de escalada en las escuelas, Tyler —dijo, con fingida indiferencia—. Quizá esto me venga bien algún día.
—Vale, pero es verdad que no va a subir muy arriba —le advirtió Tyler—. Me cae bien y el señor Cullen le ha dejado libertad de movimientos, pero no me gusta hacer esto sin que él lo sepa.
—Él no está disponible, Tyler.
—Ya lo sé —gruñó él, que parecía casi tan infeliz como se sentía ella mientras la ayudaba a ponerse el arnés y a prepararse.
Bella levantó la vista a la pared. Seguramente no era muy alta, pero para una mujer que había experimentado el terror en una escalera, aquella superficie enorme resultaba muy peligrosa.
A pesar de ello, se puso el casco, probó la firmeza del arnés y buscó el primer agarradero. Le parecía muy pequeño e inconsecuente, pero colocó el pie en el primer apoyo y se izó. Ya estaba fuera del suelo. Y se sentía aterrorizada. Tenía el estómago encogido y le daba vueltas la cabeza.
—¿Qué tal? —preguntó a Tyler con voz temblorosa.
Esa vez él sonrió. Debía estar a menos de treinta centímetros del suelo.
—Vas muy bien, Bella. No sé por qué haces esto, ¿pero has terminado?
Su cerebro cobarde decía que sí, pero todavía no había alcanzado su objetivo. Miró hacia la ventana del despacho de Edward y apartó rápidamente la vista. Pensar en él la pondría aún más nerviosa.
Buscó otro agarradero y después otro mientras se ordenaba respirar hondo y luchaba por no quedarse paralizada. La cabeza le daba vueltas, pero seguía avanzando. Se agarró al siguiente agarradero con el estómago lleno de nudos.
—¿Tyler? —preguntó, con respiración temblorosa y superficial—. ¿Cómo crees que voy?
—Vas muy bien para una mujer que tiene miedo a la altura —contestó la voz profunda y fría de Edward debajo de ella. Bella soltó un grito y perdió pie un segundo.
Miró al suelo, que parecía increíblemente lejos. En realidad, debía estar sólo a uno cuatro metros, pero…
—No pretendía subir tanto. ¿En qué estaba pensando? —preguntó.
Suponía que él se echaría a reír, pero no fue así.
—Te tengo, Bella, y jamás te dejaría caer. Tantea y busca el próximo agarradero con la mano. No mires abajo, mira tus manos. Mira la roca.
Eso era lo último que ella quería hacer. Deseaba bajar, no subir. Pero ella había empezado aquello y tenía una buena razón para ello.
—¿Me oyes, Bella? Agárrate.
—¿Tú lo ves? —preguntó ella.
—No, está borroso, pero sé que está ahí y veo suficiente para sujetarte aquí. Tienes que buscar agarraderos. Hazlo.
—Sí.
Ella lo hizo y la embargó una sensación de exultación. Edward sujetaba la soga, le daba cuerda cuando la necesitaba, pero la controlaba todo el tiempo. No la dejaría caer.
—Uno más —dijo; y le pareció oírle reír, pero le dio cuerda para subir otro paso—. Ya he llegado, estoy arriba —gritó exultante.
—Fantástico —contestó él—. Ahora vamos a bajarte de ahí.
Momentos después estaba de vuelta en el suelo. Edward la tomó en sus brazos en cuanto su pie tocó la hierba y la volvió hacia él.
—Imagínate mi sorpresa cuando he oído lo que pasaba a través de mi ventana. ¿Tenías un deseo urgente de abandonar el suelo?
Bella se sonrojó. Él sabía que no era eso. Levantó la barbilla.
—Tenía un deseo urgente de verle la cara a mi jefe. Estaba sin trabajo.
—Ah —sonrió él—. Supongo que debo buscarte más cosas para impedir que te rompas el cuello.
—Tyler ha tenido entrenamiento —explicó ella.
—Pero tú no y no te gusta la altura. Cuando la gente tiene miedo, a veces hace tonterías.
Ella lo sabía muy bien.
—Estaba a salvo, gracias.
Él sonrió, pero era una sonrisa triste.
—Dime otra vez por qué has hecho esto cuando era evidente que no te apetecía nada.
Ella se cruzó de brazos.
—Tú has desaparecido y eso no me parece sano.
—¿Cómo sabías que vendría?
—Porque tú eres así.
Él abrió la boca, pero volvió a cerrarla sin hablar.
—Esperaba que vinieras y lo has hecho —prosiguió ella.
—¿Por qué necesitas trabajo?
—Y… lo otro.
—Oh, sí, crees que no me cuido bien —la voz de Edward era como una caricia lenta. Le rozó la mejilla con los nudillos, le quitó el casco y dejó su pelo oscuro libre—. Lo has hecho porque querías ayudarme, pero yo no soy uno de tus alumnos.
Bella levantó la vista y lo miró a los ojos. ¡Estaba tan cerca y parecía tan cálido!
—Ya lo sé —consiguió decir—. Pero desde que te enteraste de lo del niño…
Él espero, se acercó más, mucho más. Ella sintió sus manos en el pelo. Cerró los ojos y respiró hondo; notó el aroma seductor del aftershave de Edward en su piel.
—¿Qué haces?
—Verte mejor. Te toco y te huelo. ¿Cuál es ese problema del que me hablabas?
Ella abrió automáticamente los ojos. Le tomó las manos.
—Intentas distraerme.
Él sonrió.
—No, intento distraerme yo. No quiero hablar del niño todavía. Llevo varios días imaginando lo mejor y lo peor, intentando rezar y temiendo que no escuchen mis plegarias y que ya sea demasiado tarde. Al final, todos mis intentos han sido inútiles porque hasta que no encontremos al niño, no puedo hacer nada. Y…
—¿Qué?
—Aro Volturi tendrá el mejor sistema informático posible. El trabajo me ha ayudado a matar el tiempo.
—Me alegro. Ese hombre ya canta tus alabanzas y ahora estará encantado de trabajar contigo.
Pero Edward no parecía escucharla. Miraba la pared.
—Esto te ha costado mucho —dijo.
—No corría peligro.
—No, pero eso no importa. La mayoría de las arañas no pican a los humanos, pero mucha gente les tiene mucho miedo. Tú tienes miedo a la altura y yo jamás te habría pedido que hicieras esto. Pero lo has hecho porque creías que había que sacarme de mi agujero —le acarició la mejilla con los dedos y luego con los labios—. No me dejes cambiarte ni hacerte daño, Bella —le susurró al oído.
—No lo haré —repuso ella, con la esperanza de que fuera verdad y el temor de que resultara mentira.
Luchaba por respirar y conservar la cordura. ¿Qué ocurría? ¿Por qué quería apoyarse en él cuando sabía que debía apartarse? Luchó por buscar una salida.
—Y vamos a encontrar al niño —declaró, desesperada por no pensar en lo mucho que quería acercarse a él—. Lo antes posible. Estoy ayudando a Jasper —hablar la ayudó y pudo apartarse.
—¿Estás ayudando a Jasper? ¿Al Jasper que tanto le gustas? —Edward frunció el ceño. Respiró hondo—. Tienes razón, probablemente es algo bueno. Gracias. Te debo mucho. Ahora vamos a quitarte esto y entrar en la casa —se volvió hacia la derecha… demasiado deprisa.
Bella lo miró.
—Has salido sin las gafas de sol —dijo. Y él nunca salía al exterior sin ellas.
Él le tocó la nariz con un dedo.
—Tenía prisa.
Porque ella estaba colgada en una pared a tres metros del suelo, completamente segura pero aterrada.
—El sol… —dijo—. Hoy es muy brillante. ¿Qué puedes ver ahora?
Él se acercó y subió la mano por el lateral de ella, desde el muslo a la curva de la cintura, el torso, el cuello de la camisa… Rozó los lóbulos de ella con las yemas de los dedos y envió un escalofrío por todo su cuerpo.
—Llevas vaqueros oscuros, camisa de punto de color claro con cuello abierto, pendientes pequeños en forma de campanas y —se acercó más— hueles a fresas —la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó en los labios—. Sabes también a fresas y tus labios resultan cálidos —volvió a besarla.
Los labios de él también eran cálidos, firmes y fuertes. Bella quería más.
—El aroma y el sabor a fresas no pueden verse —dijo débilmente.
—Cuando estás casi ciego, sí —susurró él. Le lamió el labio inferior—. Así es como te veo yo. Estás bien, Bella. Estás… hermosa. No te acerques a la pared a menos que yo esté a tu lado. Y si necesitas verme y no estoy por aquí, ven a llamar a mi puerta. Tienes ese derecho. Y por cierto…
—¿Sí?
—Has estado espectacular en esa pared. Con miedo o sin él, la has atacado con un espíritu increíble.
Se volvió y la dejó preguntándose en qué estaba pensando para decidir sacar a Edward de su agujero. ¿De verdad estaba preocupada por él? Estúpido, cuando era ella la que corría peligro de perder su corazón porque el hombre que jugaba con él pronto pasaría a besar otros labios.
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Ebys Cullen- .
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Re: "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO)
Ahhhh que lindo, me encantaron los cap
gracias por actualizar
cariños Nejix
gracias por actualizar
cariños Nejix
Nejix- .
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