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Mensaje por Ebys Cullen 9/3/2011, 12:18 pm

NO cariño... estoy para eso, para que ustedes disfruten de lo que yo disfruto leyendo de estas maravillosas historias... para mas adelante tengo reservada una que no te podes imaginar... bueno pero por ahora disfruten de esta.

Gracias Nejix por seguir esta historia
Besotes Ebys Cullen
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Mensaje por isabel 11/3/2011, 11:40 pm

estan padrisimos los capi que has subido de historia
porfabor no tardes en subir mas xfa. "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO) - Página 2 426992 MUY BONITA GRACIAS.

isabel

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Mensaje por Ebys Cullen 15/3/2011, 5:36 am

LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.
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CAPITULO 10:

—Eres idiota, Cullen —se dijo Edward al día siguiente.

Bella no merecía que jugara con ella ni la acariciara, pero siempre que la tenía cerca olvidaba sus buenas intenciones y parecía perder algo más que la vista. Su mente, sus sentimientos y su autocontrol corrían también peligro.

Soltó un gemido. Bella había llegado a escalar la pared para hacerle salir. ¿Podía haber hecho otra cosa que responder a su llamada?

—¡Condenada mujer! —murmuró; pero sonreía—. Tyler —dijo después—. Ensilla los caballos.

—¿Señor Cullen?

Edward le guiñó un ojo.

—Voy a invitar a Bella a montar en bici. La pobre mujer necesita aire fresco.

Tyler soltó una risita.

—Bien, señor Cullen. Seguro que puedo encontrar una de su tamaño.

—Y Tyler…

El hombre esperó.

—Gracias por procurar ayer que no le pasara nada. La próxima vez llámame.

—Es valiente, señor Cullen. No creo que hubiera aceptado una negativa.

Edward suspiró.

—Probablemente tienes razón. Empiezo a entender por qué volvía loca a mi tía cuando me lanzaba a algo sin pensar en cómo preocuparía eso a los demás.

—Bella lo hizo por usted.

—Lo sé. No me lo merezco. Y no hace falta que me lleves la contraria. Has trabajado tantos años para mí que te lo puedes ahorrar.

Tyler movió la cabeza y sonrió.

—¿Y dónde crees que está, Tyler?

—Trabajando. Siempre está delante del ordenador.

—Hum. Definitivamente, necesita aire fresco —Edward sacó el móvil y marcó el número del despacho de Bella.

—Isabella Swan —dijo ella.

—Te espero en el garaje. Ponte ropa cómoda.

—¿Por qué?

—Sigo tu consejo y salgo de casa. Necesito… compañía —no podía usar la palabra «ayuda». Con ella no.

—La compañía va enseguida —contestó ella.

En cuestión de minutos estaban ya en marcha.

—Tú guías —dijo él.

—¿Sé adónde vamos?

—No. Ni yo tampoco. Simplemente guía.

Ella se echó a reír.

—Hace años que no subo a una bici, pero creo que puedo hacer eso.

Fuera de la verja, había tráfico, lo que implicaba que tenían que ir en fila india.

—Voy a girar a la derecha —anunció Bella.

Edward la vio girar, pero resultaba más complicado juzgar cuándo girar él. La combinación del movimiento y el tráfico resultaba revitalizadora pero también lo desorientaba, y no veía la acera que tenía que bordear.

—Dos segundos, uno, ahora —musitó Bella. Siguieron calle abajo—. Esto me encanta —declaró unos minutos después, cuando entraron en la carretera que bordeaba el lago—. No sabía que era tan divertido. No lo hice mucho de niña.

—¿Demasiadas responsabilidades? —preguntó él.

—En parte. Y en parte porque no tenía bici —confesó ella.

—Tu tío podría haberte comprado una.

—Sí, pero pensaba que, si nos daba algún lujo, empezaríamos a querer más. Sólo íbamos en bici cuando nos la prestaba alguien.

Edward no pudo evitar pensar que él podía haber tenido quinientas bicis si hubiera querido.

—¡Edward! —gritó una voz.

Se volvió en su dirección, pero había tráfico y mucha gente. No sabía quién había hablado.

—A tu izquierda —musitó Bella—. Guapa, pelo caoba largo y rizado, ojos marrones grandes, buena figura. Le gusta la ropa muy femenina o al menos lleva frunces en las muñecas y el cuello.

—Victoria Sutherland —repuso él—. Tiene que serlo. ¿Va con un perro?

—Uno pequeño. Blanco.

La mujer ya se acercaba a ellos.

—Edward, ¿dónde te has metido? Me dijeron que llevabas una temporada aquí, pero no te he visto por ningún sitio. ¿Te has cansado de recorrer mundo?

Vio que Bella se colocaba a un lado. Lo miró y su gesto parecía interrogante. Seguramente Rosalie no le había dicho que se había dedicado a viajar hasta que le dieron la mala noticia de su vista.

—Algo así, sí —contestó.

—Me alegro de encontrarte. Esto ha estado muy aburrido y tú siempre lo animas un poco. Eh, chicas, venid a ver quién está aquí.

Edward oyó un grito y el sonido de su nombre. Dejó la bici, pero no sabía adonde mirar. Bella se colocó a su lado.

—Irina Vasili—musitó—. Me alegro de verte. Y Charlotte Randall. Hacía siglos. Bree Tanner, hola. Soy Isabella Swan, la prima de Rosalie —cuando decía los nombres de las mujeres, pasaba un dedo por la mano de Jeremy dibujando una I, una C y una D. Izquierda, centro, derecha.

—Isabella, claro que me acuerdo de ti —dijo una de las mujeres, cuyo tono sonaba poco convincente—. Me alegro mucho de volver a verte.

Pero Edward sabía que ese grupo había sido parte del entorno de Tanya y Bella no podía haber sido muy amiga de ellas.

—Bella, ¿ahora sales con Edward? —preguntó otra mujer con tono incrédulo.

Edward sintió que Bella se ponía tensa a su lado. Sabía lo que pensarían las otras… que él jamás habría salido con alguien como ella.

—Oh —contestó ella—. No.

—Sí —intervino él de pronto; la tomó de la mano y la atrajo hacia sí—. Bella, tesoro, sé que habíamos decidido seguir con la historia del empleo, pero éstas son nuestras amigas. Hace tiempo que nos conocen. Y seguro que notan que estoy loco por ti.

Ella levantó la mano y le acarició la barbilla, pero él notaba su incomodidad. Su rostro hermoso se volvió aún más borroso cuando ella se acercó más.

—Eres muy amable diciendo eso, pero yo soy tu empleada.

—Sí, amor, pero también eres mucho más —contestó él. La tomó por la cintura y la apretó contra su cuerpo, saboreando el contacto del suyo. Sintió su sorpresa ante ese gesto de posesión, pero le siguió la corriente y se apretó contra él.

La mujer de la izquierda, Irina, se había colocado en el ángulo indicado para que él la viera. Miraba a Bella como preguntándose si era la misma Bella con la que había ido al instituto.

—Siempre cambiando de mujer —dijo riéndose.

—Bueno, ahora ya no tanto —contestó él—. Bella es especial y con los años me he vuelto más sofisticado en los gustos. He aprendido a mirar debajo del maquillaje, las extensiones en el pelo y las cirugías. Ella no necesita todas esas cosas superficiales, y Bella tiene algo que no tienen otras mujeres.

Ella se movía a su lado y él extendió los dedos para tocarla más. Ella se quedó inmóvil a pesar de la tensión que irradiaba de su cuerpo.

—Oh, bueno, sí —dijo Charlotte—, Me alegro mucho de que os vaya bien.

—Gracias —contestó él.

—Edward, vamos a dar una fiesta dentro de dos noches —intervino Bree—. Es una recaudación de fondos para niños. Te enviamos una invitación y dijiste que no, pero nos encantaría que vinieras. El apellido Cullen significaría mucho.

Hasta que una mujer lo mirara a los ojos y se diera cuenta de que él no podía ver todos sus atributos.

—¿Dentro de dos noches? Lo siento, no, pero os enviaré un cheque.

—¿Estás seguro? Bella puede venir también, si quieres.

Ahora ya estaba seguro. Nadie podía ofrecerle a Bella un lugar en la mesa de mala gana.

—Un cheque grande —dijo. Se despidió y tiró de Bella.

Dieron la vuelta a las bicis y regresaron a casa.

—Podías haber ido. Son tus amigas.

—Siempre fueron tan poco amigas mías como tuyas.

Bella pareció pensar en aquello.

—Tienes razón. No son tan profundas y generosas como tú.

Él casi se atragantó.

—¿Yo soy profundo y generoso?

Ella lo miró. Le tocó el brazo.

—No finjas que eres sólo una cara bonita y muchos músculos. Yo sé que enviarás ese cheque como sé que su baile de caridad seguramente gasta la mayor parte del dinero en comida, vino y decoraciones y da poco a los niños. Y como he investigado, también sé que hay varias organizaciones infantiles de caridad a las que contribuyes. Una de ellas la empezaste tú hace poco.

Él frunció el ceño.

—No fue algo altruista. Si lo hubiera sido, la habría montado hace años.

Ella se echó a reír.

—Edward, probablemente la mayoría de las organizaciones de caridad del mundo empezaron porque una tragedia personal atacó a alguien y sintieron que tenían que hacer algo. Eso no las hace menos sinceras. Tú haces el bien.

—Y tú también. Hoy me has ayudado.

—Y tú a mí.

Él levantó las cejas.

—¿Cómo?

—Sé que has fingido que era tu novia para que no me menospreciaran.

—No ha sido un plan deliberado. Simplemente no me gustaban cuando eran más jóvenes y he asumido que probablemente te habían menospreciado entonces.

—Quizá lo habrían hecho si hubieran notado que existía —rió ella—. ¿Cómo sabías que Charlotte se ha operado el pecho?

—No lo sabía. He supuesto que alguna de ellas lo habría hecho. Desde luego, nunca la he tocado.

Por un segundo pensó que ella sonreía, pero se apartó con tal rapidez que creyó que quizá había imaginado la sonrisa. ¿Le importaba que tocara a otras mujeres? Sabía que era un amante esporádico. ¿Le importaba a él lo que ella opinara de eso?

Sí, pero de todos modos seguiría señalando sus fallos. Tal vez así eso la inmunizara contra daños si se pasaba de la raya con ella.

—Siento lo de la fiesta, si tú querías ir.

—Yo estaría fuera de lugar allí.

—Pero dentro de dos noches tengo que ir a un cóctel con Aro Volturi. Acompáñame.

Notó que ella vacilaba.

—Sería de mucha ayuda —le dijo—. Puede que haya etiquetas con nombres —dijo aquellas palabras como si las etiquetas fueran algo sacado de una película de terror.

—¿En un cóctel que da Aro Volturi?

—Nunca se sabe.

Ella se echó a reír.

—Si las pone el señor Volturi, serán de oro con letras de diamantes.

—¿Ves?, estás diciendo que puede haberlas. No podré leerlas. Me quedaré mirado el pecho de una mujer intentando saber quién es y me darán una bofetada.

—¡Ja! Si tú le miras el pecho, se pondrá a ronronear. Tienes ese efecto en las mujeres.

Edward sintió una oleada de calor. Todo su cuerpo se puso en alerta. ¿Tenía ese efecto en ella?

—Tú no me necesitas —declaró ella— Y me sentiré fuera de lugar.

Por supuesto, ella nunca había estado en la situación a la que se refería él.

—Sí te necesito —dijo con firmeza—. Hay muchas cosas que ya no puedo hacer bien.

—Todavía te las arreglas mejor que la mayoría de los hombres. Lo de las extensiones en el pelo lo has bordado —repuso ella—. ¿Seguro que puedes llevarme? No he sido invitada.

—Serás bienvenida y te necesito. Tú vas donde yo vaya, y todavía no le he dicho a Aro que asistiré. ¿Vendrás conmigo?

Ella siguió vacilando.

—¿Es importante?

Él sintió tentaciones de mentir, pero no podía hacer eso con ella.

—No perderé el encargo si no voy, pero me resultaría beneficiosos estar allí para cimentar una relación con la empresa. Y Aro prometió mucha diversión.

Bella se echó a reír.

—¿Habrá juegos y baile?

—Juegos no sé, pero le retorceré el brazo a Aro hasta que acepte el baile.

—Hum, bonito modo de tratar a un cliente.

—Le caigo bien. Y tú también. Bailaremos, con o sin música.

Se le ocurrió que podía ser la última vez en su vida que pudiera bailar y ver todavía. Últimamente había muchos momentos así, en los que se preguntaba si sería la última vez que vería algo con claridad, si lo que veía en ese momento desaparecería al día siguiente en la niebla.

Se negó a seguir pensando en eso. Además, allí sólo había un punto realmente importante. Aquélla sería la única vez que podría bailar con Bella.

—La estás cambiando —le dijo Rosalie a Edward al día siguiente—. Ayer hablé con ella. Ahora se ríe. Habla de montar en bici, de patinar, de tenis y de escalar rocas. ¡Escalar rocas Bella, que tiene terror a la altura!

—Tenía miedo, pero lo hizo muy bien.

—Pareces encaprichado con ella, pero tú te has encaprichado muchas veces en el pasado.

—¿Eso es una advertencia, Rosalie?

—Eso espero. ¿Está claro? Le han hecho daño repetidas veces personas que la han abandonado de distintos modos. Mi padre fue uno e ellos. No fue un gran padre, pero fue aún peor tío. Les ofreció la casa y nada más. Ni apoyo económico ni emocional de ningún tipo, ni felicitaciones en sus cumpleaños o en Navidad. Pero se hacía pasar por buen samaritano porque vivían en su tierra. Los utilizaba para sus propósitos. Así que tú no la utilices porque estás aburrido o tienes miedo de perder facultades o porque ella es una de las pocas personas que saben tu secreto y te sientes seguro con ella cerca.

¿Era eso lo que hacía? Edward quería decir que no, pero hablar era demasiado fácil.

—No quiero hacer daño a Bella —dijo.

—Y yo no quiero comer mucho chocolate, pero lo hago.

—Tienes razón. Intentaré ir con cuidado.

—Quizá no tenía que habértela enviado.

—¿Quieres ser tú la que le pida que se vaya antes de que esté hecho el trabajo?

—Puedes darle un buen finiquito.

—Rosalie, estamos hablando de Bella.

—Entendido. Es demasiado honorable para aceptar un dinero que no cree haber ganado. Bueno… ¿qué vas a hacer?

—No lo sé. ¿Dejar de hacer algo de lo que hago?

—¿Y qué haces? —preguntó Rosalie con voz llena de recelo.

No podía contestar. La besaba demasiado. Soñaba con tocarla todas las noches. Se moría por tenerla en sus brazos y en su cama. Y no estaba seguro de no estar utilizándola.

—¿Edward? Contesta a la pregunta.

—Voy a retroceder —dijo él—. ¿Estás contenta?

—Para nada. Cuando he hablado con ella parecía feliz, pero me temía que fuera una felicidad falsa. Si sientes la necesidad de retroceder, es que yo tenía razón. Estabas en camino de hacerle daño.

Edward no tenía una buena réplica a eso.

—Tú siempre has sabido leer en mí.

—Sí. Por eso no duró lo nuestro. Bueno, por eso y porque tú me habrías dejado de todos modos si yo no hubiera salido corriendo antes.

—Eres una buena amiga, Rosalie. Sigue siendo una buena prima para Bella. No me dejes hacerle daño. Quiero que esté entera cuando se vaya de aquí.

De un modo en el que él no estaba entero. Y no se refería a sus ojos.

¿Bella? Había perdido el control con ella. ¿Qué iba a hacer para devolver las cosas al camino correcto para que, cuando se fuera de allí, se fuera sonriendo, aunque él no pudiera ver la sonrisa en su cara?

Algo drástico, algo que probablemente le haría odiarse a sí mismo.


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Mensaje por isabel 15/3/2011, 9:38 pm

hay k bonito
suban capitulos pronto porfis!!

isabel

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Mensaje por Qamiila Quinteros 16/3/2011, 6:38 am

ooo ke va hacer???...
sube mas capis porfa!!!
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Mensaje por Ebys Cullen 16/3/2011, 11:00 am

LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.
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CAPITULO 11:

Bella tenía que admitir que la fiesta de Aro era un gran éxito, aunque ella se sentía tensa y vagamente infeliz. Había navegado toda la semana por las páginas web que le había dado Jasper. Había un registro donde los hijos de donantes o sus padres podían intentar ponerse en contacto con su donante. Ella intentaba esa ruta, entraba en contacto con gente y construía puentes con personas mientras Jasper trabajaba con contactos externos y métodos más convencionales. Creía estar en la pista del niño. La tensión aumentaba en Edward y en ella, pero ésa no era la causa de la vaga sensación de terror que la ahogaba en ese momento.

—Te agradezco la información y que me tengas al día —le había dicho Edward cuando ella le había dado un informe con sus progresos—. Eres una ayudante excelente.

Lo cual era una frase amable y sin embargo… su sensación de infelicidad crecía.

Cuando llegaron unas ayudas visuales que había pedido, se las llevó de mala gana para que las probara él, pues se había comprometido a hacer de conejillo de Indias.

—Te daré un informe por la mañana —le dijo él.

Y así fue. Entró en su despacho, alto, imponente y muy distante. Sin sonrisas ni bromas, pero vaciló en la puerta. Ella se volvió hacia él y lo vio fruncir el ceño.

—¿Tienes todo lo que necesitas? —preguntó él.

—Sí.

Pero no tenía lo que necesitaba para nada. Echaba de menos sus bromas y sus sonrisas. Sólo dos días antes había intentado hacerle reír. Pero al intentarlo el día anterior, él le había dedicado una sonrisa pequeña, le había dado las gracias y había vuelto al trabajo.

Bella creía saber por qué. Rosalie había llamado dos días atrás. Le había dado consejos. Había sugerido cautela.

—Lo quiero. Es mi amigo y vecino —le había dicho a ella—. Pero lo conozco muy bien. No tiene nada permanente que ofrecer, pero resulta increíblemente tentador. Sabe lo que tiene que decirle a una mujer. Peor aún, sabe cómo tocar a una mujer.

Aquello hizo que Bella se sintiera fatal. Muchas mujeres conocían su forma de tocar, pero ella no la conocería nunca.

Se recordó que eso era algo bueno. Ella no podría soportar ser una aventura más para él.

—Me preocupa que te estés empezando a enamorar de él —había continuado Rosalie.

Bella había tenido que reprimirse para no taparse los oídos, pero su prima tenía razón.

—Estaré bien —prometió a Rosalie.

Pero no estaba bien. Estaba cayendo en picada sin un cojín blando sobre el que aterrizar.

—He hablado con él —le dijo Rosalie—. Me ha dicho que ha perdido un poco el control de las cosas. Le gustas mucho y te respeta mucho y no quiere hacerte daño. Le he hecho prometer que se portará bien a partir de ahora.

Aquellas palabras eran como puñaladas. Edward había admitido que se había pasado con ella. Como había hecho con otras mujeres con las que había flirteado y de las que luego se había alejado. ¿Es que ella no había aprendido nada de su padre y su marido?

—Podrías irte. Yo podría buscarle a otra persona —había dicho Rosalie.

Sería lo más inteligente. Había ganado lo bastante para pagar sus deudas.

—Lo pensaré.

Pero luego se había encontrado con Edward en el pasillo. Él estaba al lado de un cuadro de un jardín delante de un lago, un cuadro que recordaba mucho a Monet. Una obra maravillosa que Bella había pensado a menudo que podía contemplar durante horas.

Pero Edward no podía mirarla como ella. Podía verla, pero no el cuadro completo de una vez. No podía ver los detalles ni las sutilezas. En vez de eso, tocaba el cuadro y se mostró avergonzado cuando se acercó ella.

Aun así, no apartó la mano rápidamente como un niño culpable, pero la bajó despacio al costado.

—Probablemente no es lo mejor para el cuadro —comentó.

—El cuadro es tuyo —señaló ella.

—No. Yo creo que sigue siendo de la persona que lo creó, al menos en cierto sentido. Y aunque un artista quiera que otros disfruten de su trabajo, estoy seguro de que no le gustaría que tocaran su cuadro.

Ella negó despacio con la cabeza.

—El arte se puede ver de mil maneras distintas, y si el que lo ve es su dueño y lo capta mejor con las yemas de los dedos… Te he avergonzado, ¿no?

Él pensó en ello.

—No. Tú no me haces sentir que sea menos que antes.

A la mente de ella acudió una pregunta, y aunque sabía que era una pregunta que no debía hacerse, no pudo evitarlo.

—¿Qué te hago sentir? —inquirió.

Él apartó la vista a un lado.

—Un hombre con fuego interior. Quiero tocarte. Quiero saborearte. Y si permitiera que eso ocurriera, sería lo peor que he hecho en mi vida. Me gustas demasiado para usarte para mis deseos egoístas, sabiendo que, cuando terminemos aquí, me marcharé. Volveré a Europa, Asia o Australia y me alejaré todo lo que pueda de mi antigua vida. Y tú volverás a St. Louis. Probablemente no volveremos a vernos. Tú no quieres esa complicación en tu vida.

Sí la quería. En ese momento quería arriesgarlo todo sólo por que él la tocara, pero… él también tenía razón. Era cobarde y temía el dolor que seguiría.

—Te haría daño —dijo él, como si le leyera el pensamiento—. Tú quieres cosas que yo no querré nunca y que no puedo tener. No puedo tener relaciones normales ni una familia normal. Ni siquiera sé lo que es tener una familia, pero tampoco puedo ser lo que era antes ni seguir utilizando a la gente. No puedo fingir más tiempo que puedo hacer lo que quiera y no importarán las consecuencias. Me odiaría después.

—Lo sé. No importa.

—Sí importa —repuso él.

Y ahora estaban en la fiesta, y era todo lo que Aro había prometido. Pero después de su conversación con Edward, Bella se sentía desgraciada. Sorprendentemente, su incomodidad tenía poco que ver con los invitados ricos que normalmente la habrían puesto nerviosa. Esa noche sólo veía a Edward. Y después del episodio con Rosalie y la conversación con él, se esforzaba al máximo por recordar que él era sólo un trabajo.

Tenía que hacer bien su trabajo, pero nada más. Así que permanecía al lado de Edward y le describía en voz baja a los demás invitados para que pudiera identificarlos. Le avisaba si había algún obstáculo en su camino y se las arreglaba para decirle lo que había en el bufé de modo que no pareciera que le contaba algo que no sabía.

—¿No te encantan esos pinchos de gambas? —tomó uno y se lo metió en la boca—. ¿Y qué me dices de estos rollitos de espinacas o los pastelitos de cangrejo? —tomó uno de ellos y se detuvo en seco.

Edward se volvió hacia ella.

—¿Bella?

—Disculpa, yo…

Él la tomó del brazo.

—A la puerta —ordenó—. Necesitamos aire fresco.

Avanzó a la puerta, todavía con el pastelito, y salieron al enorme porche.

—Dos escaleras —susurró ella—. Ahora estamos en la primera.

Salieron juntos a la hierba, alejándose de la multitud.

—¿Qué ocurre? —preguntó él—. ¿Por qué te has quedado paralizada de ese modo?

Ella arrugó la nariz.

—No es nada. Es una estupidez. Me siento muy tonta.

Él inclinó la cabeza y la miró con más atención, con aquel modo suyo que casi hacía que se pegaran sus mejillas y a ella le producía la sensación de que se iba a inclinar un poco más y susurrarle al oído. O quizá besarle la oreja para luego bajar por la garganta y…

Contuvo el aliento. Parpadeó y movió la cabeza, luchando por frenar su respiración para que Edward no oyera el cambio en su voz ni captara su cambio de actitud. Sabía que la luna le iluminaba el rostro, lo que podía hacer que resultara más visible para él.

—¿Qué es lo que te ha alterado? —preguntó él.

—Han sido los… canapés —levantó el pastelito—. No he visto lo que llevaba. Y lleva huevo. Soy alérgica, pero ya lo tenía en la mano. No quería tirarlo y no podía comérmelo; tampoco podía volver a dejarlo en la bandeja después de tocarlo. Habría sido muy maleducado por mi parte y…

Él soltó una risita.

—¿No lo has visto? Eso me encanta. Eres maravillosa. Traigo a una mujer para que sea mis ojos y no puede ver.

Era tal placer oírle reír de nuevo, oír aquel sonido profundo y sexy, que Bella no pudo evitar reír también, a pesar de que se recordó que debía ceñirse a su papel de empleada.

—No te rías de mí —consiguió decir—. Pasé años aprendiendo las reglas de la sociedad sin adultos que me guiaran y ahora me derrota un trozo de huevo —sostenía el pastelito como si fuera un artefacto explosivo.

—Ah, pero yo puedo resolver tu dilema moral —dijo él—. No soy alérgico al huevo —puso la mano debajo de la de ella y la levantó hasta sus labios. Sus labios y lengua rozaron la piel de ella al tomar el pastelito—. Problema resuelto.

Ella reprimió un gemido con gran esfuerzo.

—Un buen truco de magia —comentó—. ¿Por qué no se me ha ocurrido dártelo a ti? Con todo el ejercicio que haces, sueles ser una máquina de comer.

Él sonrió.

—Me alegro de ser de ayuda, mi preciosa Cenicienta —hizo una inclinación de cabeza—. A pesar de tus comentarios insultantes sobre mis hábitos de comer, estoy a tus órdenes si vuelve a ser necesario —sonrió divertido.

—Te he echado de menos —dijo ella sin pensar—. Echaba de menos tu risa.

En el acto, la mirada de él se volvió caliente e intensa.

—Ya te expliqué todo eso.

—Lo sé, y tienes razón —repuso ella con un suspiro resignado—, pero independientemente de los problemas, tengo que pasar tiempo contigo para llegar del punto A al punto B. Se supone que tengo que ayudarte, soy tu empleada.

Él soltó una risa dura.

—Eso es sólo verdad en parte. Eres mucho más que mi empleada.

Y allí estaba de nuevo justo lo que ella intentaba combatir. Aquello no podía ser una relación de empleada-jefe sencilla y segura. Al menos por su parte.

—Puede que eso sea cierto. No podemos olvidar el hecho de que yo estuve enamorada de ti de cría, pero ahora ya no somos niños. Y sí, ya he admitido que todavía me atraes, pero hago lo que puedo por ignorar esa atracción. Sé muy bien que no sería muy inteligente ceder a ella cuando tú eres…

No podía decir las palabras.

—Cuando soy un hombre al que no se le da muy bien ignorar su atracción. La verdad es que me sube la temperatura cada vez que estamos en la misma habitación —dijo él—. Quiero ver lo que hay bajo esa prenda sedosa que llevas. Quiero tocarte y palpar lo que no pueda ver.

A ella le latía el corazón con tanta fuerza que tenía miedo de desmayarse. Se obligó a levantar la barbilla.

—Sí, pero los dos hemos admitido que eso es mera atracción física. Es natural sentir así teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasamos juntos. Y creo… que está bien siempre que los dos sepamos que esto no va a ninguna parte. Ninguno de los dos quiere que se nos vaya de las manos, ¿pero no podemos ser compañeros de trabajo y amigos? Este acuerdo fue amistoso por un tiempo. ¿No podemos intentar recuperar eso el poco tiempo que estaremos juntos?

Él respiró con fuerza y murmuró un juramento.

—¿Estás segura de que oíste lo que dije y comprendes las dificultades de nuestro acuerdo?

—Sí —repuso ella con solemnidad—. Quieres acostarte conmigo, pero no lo harás.

Edward lanzó un gemido.

—Dicho con tono de profesora, con toda naturalidad.

Ella se encogió de hombros.

—Es lo que soy.

—¿Quieres que acceda a que seamos amigos?

—Y compañeros de trabajo. Déjame volver a ser una buena empleada.

Edward estudió el cielo que no podía ver con claridad. Se echó a reír.

—¿Quién iba a imaginar que desarrollaría una conciencia?

Bella pensó que quizá pudieran ir hacia atrás.

—¿Amigos? —volvió a preguntar.

—¿Nunca te han dicho que eres muy perseverante?

—Tenía que serlo. Tenía que criar y alimentar a un grupo de niñas.

Él asintió.

—Vale. Amigos. Y que conste que yo también te he echado de menos.

—Porque somos compañeros de bicicleta.

Él la miró. Y su mirada expresaba claramente que montar en bici no era lo que más quería hacer con ella.

—Vale, no te presionaré —dijo ella.

Edward se echó a reír.

—Siempre lo harás —le tomó la mano—. Tú querías saber si habría baile en esta fiesta. Pues lo hay.

La tomó en sus brazos y se movieron por el suelo desigual. Edward seguramente había bailado desde la cuna, pues sus pasos eran perfectos. Bella, que nunca había sido buena bailarina, sabía que no se caería mientras él la sujetara. Aquello era un paraíso. Un paraíso que sólo sería temporal.

Volvían a ser amigos, aunque ella sentía algo más que amistad, algo en lo que no quería pensar.

Se dijo que no lo pensaría. Ella podía ser precavida unas cuantas semanas más.

—Es un chico —dijo Jasper en cuanto entró al día siguiente en la habitación.

Edward palideció. Había engendrado a un hijo.

—¿Dónde? ¿Quién? —preguntó. Evitó mirar a Bella e hizo lo posible por conservar la calma para que ella no viera cuánto lo afectaba aquello.

—No lo sé todavía. Otra empleada de la agencia vio uno de mis mensajes. Se acordaba de la madre y de ti y dijo que estaba bastante segura de que el niño era tuyo. Puede que tenga más información pronto.

A Edward le latía con fuerza el corazón. El pánico amenazaba con embargarlo. Su visión empeoraba. Cuando bailaba con Bella la noche anterior, veía menos de ella mientras sus sentimientos se hacían más potentes.

—Está bien, sigue con ello —miró a Bella—. Es un progreso —dijo. E incluso consiguió sonreír.

—Me alegro.

Más tarde, solo en su habitación, pensó en ello. Un niño de verdad con un pasado y un futuro y sueños que se podían romper fácilmente. ¿Qué podía hacer sobre eso?

Sentía el mundo oscuro y las respuestas no llegaban. Sabía mucho de pérdidas e injusticia. A veces los pecados de los adultos los pagaban los niños.

—Y a veces te pasas la vida esperando no ser como tu padre, pero al final eres igual —dijo en voz alta. Una persona cuyos actos egoístas castigan a los demás.

La única luz brillante en aquel escenario era que no había cedido a la tentación y no se había aprovechado de Bella. Ella seguía relativamente ilesa.



GRACIAS POR SUS COMENTARIOS!!!!... aca les dejo otro cap para que lo disfruten... Besotes todas Ebys


Última edición por Ebys Cullen el 16/3/2011, 11:07 am, editado 1 vez
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Mensaje por Ebys Cullen 16/3/2011, 11:03 am

No se pareocupen chicas aca les dejo otro cap... Me alegro mucho que les guste... espero como siempre que lo disfruten

Besotes Ebys
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Mensaje por Qamiila Quinteros 16/3/2011, 11:09 am

cuando regrese del cole lo leeoo tengo el presentimiento de que sera tan bueno como los otros!!
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Mensaje por Nejix 16/3/2011, 2:33 pm

Gracias Ebys Lindaaaa por subir otro cap
me encanto
cariños Nejix

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Mensaje por Ebys Cullen 18/3/2011, 7:01 am

LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.
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CAPITULO 12:

Bella intentaba concentrarse en el trabajo, pero no podía avanzar. No podía dejar de pensar en cómo había intentado Edward ocultar su preocupación cuando Jasper le había dicho lo del niño.

Al final salió de la biblioteca y volvió a la casita. Recorrió las habitaciones que había recorrido en otro tiempo un Edward más joven. Él había ido allí cuando estaba alterado.

Ahora lo estaba. Y ella recordaba cómo la había consolado una vez en su congoja. Pero sabía que no quería que ella hiciera lo mismo.

Tenía que intentar distraerse. Leer estaría bien. Miró los estantes de libros que ya había mirado otras veces. Terry Pratchett. Stephen King. Hermann Hesse. Vonnegut. Había mucho donde elegir, pero su mano fue al único libro que se había prohibido mirar. Parecía un libro inocente y sin embargo… a Bella le temblaba la mano cuando lo sacó del estante.

Era un diario. Los bordes estaban desgastados y parecía que habían estado mojados en alguna ocasión. ¿Era de Edward? ¿Era otra de esas cosas que había tirado su tía y Sue había rescatado y devuelto allí?

—Si lo es, no es de tu incumbencia —se dijo—. No puedes leerlo.

Se dispuso a guardarlo con las fotos que había encontrado el primer día, fuera de la vista para no sentirse tentada por él.

Pero al hacerlo, cayó al suelo un trozo de papel.

Bella lo recogió y se encontró mirando un recorte viejo de periódico de una mujer que mostraba un gran parecido con Edward. El texto debajo de la foto estaba incompleto, pero podía leer las palabras Esme Cullen, prometida en matrimonio con Carlisle Masen. La mitad del recorte estaba roto.

Y el apellido de Edward era Cullen, no Masen. ¿Qué había ocurrido?

—No es asunto tuyo —se dijo una vez más.

Y sin embargo lo que había ocurrido entonces afectaba todavía a Edward. Era la razón por la que era quien era y por la que sentía tanta culpabilidad con ella y con el niño.

Encendió el ordenador. Fuera lo que fuera lo que había pasado hacía años, los Cullen eran una familia importante. Eran noticia. Quizá si sabía más…

Poco tiempo después, sabía más. También sabía que debía dejar aquello en paz.

Pero no podía.

Se levantó, salió a la oscuridad y cruzó hasta la mansión. Entró en la casa y subió la escalinata hasta el segundo piso, donde sólo estaba Edward.

Había doce dormitorios, pero ella sabía cuál era el suyo. Tenía el corazón en un puño, la boca seca y estaba temblando.

Podía irse, pero él estaba allí arriba solo, echándose la culpa. Bella se acercó a la puerta y llamó con suavidad. Oyó un juramento bajo.

—Soy yo —dijo.

Se abrió la puerta y apareció él con la camisa abierta del todo, el pecho desnudo, el pelo largo un poco salvaje, como un Heathcliff de la época moderna. Pero no, Heathcliff no. Él no se parecía en nada al bruto sombrío de Cumbres borrascosas.

—Edward.

—No deberías estar aquí —dijo él—. Ahora no me resulta fácil controlarme.

—Me da igual —ella le mostró el recorte, tomó su mano y se lo puso en los dedos—. Lo siento. He encontrado una foto de tu madre y leído algunas cosas sobre ella. Tu padre estaba en esta foto, ¿verdad?

Edward adoptó una expresión de desprecio.

—¿Has leído lo que hizo?

—Me lo contaste tú. Lo de dejar a tu tía.

Él se echó a reír, pero fue una risa amarga.

—Eso no fue todo.

—Eso creía.

—Y quieres saber el resto. Toda la fea verdad.

—Quiero entrar —musitó ella.

—Eso no sería inteligente.

—Ya lo sé, pero quiero entrar. Y luego, sí, quiero que me cuentes el resto de la historia.

Él miró a un lado; parecía enfadado.

—Me sorprendes, Bella. No te tenía por cotilla.

—Pues lo soy. Cuando es necesario.

—¿Y te parece necesario conocer todos mis secretos sucios?

—No, pero en este caso, sí.

Él enarcó las cejas. Todavía no la había invitado a entrar.

—¿Por qué?

Ésa era la parte difícil.

—Tú siempre me adviertes contra ti. Eres el lobo malo y al parecer, yo soy Caperucita. Pero eso no me ha detenido nunca, en parte porque siempre has sido un misterio. Siento fascinación por ti y me parece que es mutua.

—Un poco —asintió él.

—Creo… creo que, si hay plena sinceridad entre los dos, todos los misterios que construimos de adolescentes desaparecerán. Porque, a pesar de todas las cosas malas que tú u otros habéis contado de tu pasado, a mí me sigues gustando. Y creo que empecé a darme cuenta cuando hablamos de Cenicienta.

—Tú esperas que me convierta en un príncipe.

—No exactamente, pero… más o menos. Y tú crees que puede haber un zapatito de cristal en mi futuro, que soy más interesante de lo que soy.

Él sonrió.

—Edward, lo del niño… era inevitable. Odio que te culpabilices por eso.

Él negó con la cabeza. Le tomó la mano y tiró de ella hacia la habitación. Cerró la puerta.

—Bella —le tomó la barbilla—. Sé que esta noche has venido a ayudarme. Todo eso de que habías superado tu enamoramiento juvenil era un engaño.

—Un poco. Pero también es verdad. Odio que me gustes todavía. No quiero desearte.

Él respiro hondo.

—Mejor. Pero has venido con algún plan humanitario, ¿verdad?

—No lo sé. Puede. Vale, sí. No quiero que sientas una carga así y tengas que llevarla solo. Créeme, entiendo de esas cosas. A veces, en los momentos más lúcidos de mi madre, sé que se sentía culpable por no poder cuidar de sus hijos y la culpa sólo servía para empeorarlo todo.

—Porque entonces tú intentabas quitarle parte de esa culpa.

Bella frunció el ceño.

—Yo no soy una santa. Estaba enfadada casi todo el tiempo. Había niños que necesitaban a su madre, pero… mi padre la había abandonado. No debió dejarla así y mi tío tenía que haber sido de más ayuda.

—Los hombres no han sido buenos contigo, ¿verdad?

—No, pero esos hombres ya no están, así que ya no tengo ese problema —excepto por el peligro de desear a Edward, otro hombre que le fallaría inevitablemente si pedía lo imposible.

—Está bien, te diré lo que has venido a descubrir —dijo él—. Ya sabes lo de mi padre y mi tía. Él dejó embarazada a mi madre y se prometió con ella, pero no llegó a casarse. La dejó igual que había dejado a mi tía. Soy un Cullen, no porque mi madre eligiera darme su apellido, sino porque no tuvo elección. Las dos hermanas Cullen fueron traicionadas por el mismo hombre. A veces he pensado si mi tía no sería una persona distinta antes de conocerlo a él. El incidente destruyó la relación entre las dos hermanas.

Bella vaciló.

—Y tú crees que eres como él, ¿verdad?

—En cierto modo. Desde luego, he hecho daño a gente igual que él, al no ser capaz de comprometerse. Por lo menos yo lo admito; no sé si él lo hacía o se limitaba a hacer daño a la gente. En ocasiones probablemente sería no intencionado, pero ocurría y cambiaba la vida de las personas.

Bella sabía que Edward era una de esas personas. El dinero y una casa grande no podían borrar la vergüenza, la pérdida de su madre ni las indignidades posteriores. Lo sabía muy bien.

Unas lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas contra su voluntad.

—¿Bella? —Edward le acarició la barbilla y las lágrimas le mojaron el dedo—. Me estás rompiendo el corazón. Me gustaría que hubieras tenido una infancia mejor —dijo con gentileza—. Me gustaría haber sido más sensible cuando tuve ocasión y haberte ayudado entonces.

Ella negó con la cabeza.

—Yo he aceptado mi pasado. Quiero que tú hagas lo propio con el tuyo.

Él le besó la palma.

—¿Todavía cuidando de los demás, Bella?

Ella no podía respirar, apenas podía pensar.

—No conocí a tu padre, pero no puedes obligarte a creer que eres como él. Y no quiero que te culpes por el niño.

Él se quedó inmóvil.

—Ya veremos. Primero tengo que descubrir más cosas de él. Iremos paso a paso.

Ella sabía que no iba a ganar aquella baza.

—¿Edward?

—¿Sí? —él le acarició la cabeza, deslizó los dedos en su pelo.

—Te he mentido en lo de que quería saber lo de tu padre. Ya lo sabía. Me he vuelto curiosa y he mirado en Internet.

Él sonrió.

—¿No estás enfadado?

—No.

—Pues deberías. He invadido tu intimidad.

—Lo has hecho por una buena causa. Te gustan las cruzadas y yo soy tu proyecto actual. Ya lo he aceptado.

Ella suspiró y se apoyó en él.

—Pero deberías irte —prosiguió él—. Porque estás en mi dormitorio con las manos en mi pecho desnudo y no soy tan fuerte como para resistir ese tipo de tentación.

Bella miró su mano en la piel de él a la luz dorada de la lámpara de la mesilla. Un fuerte anhelo la embargó. ¿No podía tener algo para sí misma sólo por una vez?

—Me iré pronto —tragó saliva—. Y pasaré el resto de mi vida pensando cómo habría sido. Yo quiero esto.

Él cerró los ojos y su cuerpo se tensó. Soltó un gemido. Ella sintió subir y bajar su pecho bajo los dedos.

—No creo que lo digas en serio —dijo al fin él, con voz más profunda que de costumbre—. La noche tiene la costumbre de impulsar a la gente a dar pasos irracionales y poco inteligentes. Por la mañana te sentirás distinta. Y yo me sentiré…

Ella se inclinó hacia delante y lo besó levemente en los labios.

—No lo digas. La culpabilidad no formará parte de esto. Los dos conocemos las reglas. No tendremos un futuro juntos. Queremos cosas distintas en la vida y tenemos los pies en caminos diferentes, pero el pasado parece colorear todo lo que decimos y hacemos. No quiero seguir pensando en el ayer cuando sólo podemos controlar el mañana. Sé que no tenemos futuro, Edward, pero… ¿podemos tener esta noche? Así no tendré que pensar qué me he perdido.

—Bella… —él la atrajo hacia sí y, con dos pasos rápidos, se adelantó y la tumbó con gentileza en la cama. Se colocó sobre ella, con los labios cerca de los suyos pero sin tocarse.

—Dime que estás segura.

—Estoy segura.

—Dime que no me odiarás por la mañana.

Ella colocó la mano de él en sus labios y sonrió.

—Yo nunca podría odiarte.

—He combatido esto tanto tiempo que es difícil dejar de luchar.

Bella se quedó inmóvil.

—No quiero obligarte.

Él se echó a reír.

—Me sorprendes constantemente. Me encantas. Y me excitas —le mordisqueó el cuello.

Ella sintió calor por todo el cuerpo. Gimió. Le echó los brazos al cuello.

—Bésame. Hazme el amor —dijo.

Edward la abrazó. Le quitó la ropa y fue mostrando su piel centímetro a centímetro. La besó por todas partes.

Se quitó la camisa y se desnudó a su vez. La besó con pasión.

—Si has cambiado de idea, dime que me pare ahora.

Bella apenas podía respirar. Lo abrazó.

—Sólo esta noche. Por favor.

Edward soltó un gemido. Volvió a besarla. Y cuando unió su cuerpo con el de ella, el mundo se dio la vuelta. Se volvió brillante y el calor inundó el cuerpo de ella. El deseo aumentó y aumentó hasta que ella creyó que se iba a romper o estallar en llamas. Gritó su nombre y perdió el control por completo. El placer la invadió y ella subió y bajó en una marea de sensaciones maravillosas.

Lo abrazó, con los temblores acunándola todavía. Y él la besó debajo de la barbilla.

—Sin remordimientos —dijo adormilado.

—Ninguno —prometió ella.

Y cuando más tarde salió de su cama y lo dejó sonriendo en sueños, no se arrepentía. Todavía.

Al fin tenía lo que siempre había querido. Una noche en brazos de Edward. Era todo lo que podía tener con él y ahora seguiría con su trabajo y miraría al frente, no a lo que no podía ser.

Seguiría una sensación de pérdida, dolor y remordimientos… pero eso ya lo sabía. Y sería más tarde.

Edward se despertó con el olor a flores de Bella en la almohada y el recuerdo de ella en los brazos. Los besos de ella estaban grabados en su cuerpo en un centenar de lugares y su visión de la noche anterior era más maravillosa de lo que jamás habría podido imaginar.

Pasó la mano por la cama y confirmó lo que sus sentidos le habían dicho ya: ella se había marchado.

Su Cenicienta personal le había pedido una noche y le había pedido que no se culpabilizara, ni por esa noche ni por el pasado ni por el niño.

Y un hombre no podía pasarse la noche sintiéndose culpable cuando tenía una mujer hermosa y deseable en los brazos. ¿Verdad?

Frunció el ceño. No dudaba de que Bella había querido hacer el amor con él. Era una mujer apasionada. Pero también había querido ayudarlo, hacerle olvidar el dolor. Dada su conversación anterior, estaba seguro de eso, y lo había sabido ya cuando unía su cuerpo al de ella.

¿Quién había ayudado a Bella o se había interesado por sus necesidades?

Decidió que lo haría él. Y seguiría su consejo de pensar en el mañana y en lo que se podía hacer, no en lo que no se podía cambiar.

¿Y qué podía hacer por ella? ¿Qué podía darle?

—Libertad —susurró.

Podía darle la libertad de no tener que preocuparse del futuro ni de él. Y quizá podría hacer otra cosa también. Una cosa sencilla, pero que significaría algo para una mujer como ella.

Intentó ignorar que había algo que no se podía cambiar. Bella saldría de su vida pronto y, cuando se fuera, él tendría que fingir que era feliz. Al parecer, a ella le dolía que no fuera feliz.

Hizo una mueca.

—Pues fingiré —dijo.


Aca les dejo otro cap... (como se nota que no los escribo yo... a lo que agradezco a la autora que me alla dado permiso de publicarlo) como siempre disfrutenlo con todo mi cariño
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Mensaje por Nejix 18/3/2011, 10:54 am

OOHHHH mi Dios me encanta esta historia gracias Ebys
Cariños Nejix

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Mensaje por Ebys Cullen 18/3/2011, 11:28 am

De nada hermosa Nejix... hago esto para que lo disfruten tanto como yo... Besitos


Nejix escribió:OOHHHH mi Dios me encanta esta historia gracias Ebys
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Mensaje por Qamiila Quinteros 18/3/2011, 8:10 pm

mee ...encanto el otroo ahora voy a leer este!!
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Mensaje por Ebys Cullen 21/3/2011, 10:48 am

LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER
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CAPITULO 13:


Durante la semana siguiente le llegaron varias cartas a Bella. Una contenía un recibo que le informaba de que había terminado de pagar sus deudas y otra era un aviso de su escuela que le recordaba que habría una reunión de profesores pronto. Se dedicó con más premura a la tarea de ayudar a Jasper a buscar al niño. Buscaba información útil que hiciera el futuro más fácil para todos los concernidos. Encontró e imprimió narraciones de personas que habían recorrido el camino en el que se hallaba Edward y conseguido llevar una vida bastante completa. Su misión se convirtió en hablar con esas personas y hacerles preguntas. Trabajaba a paso enfebrecido para derrotar al reloj. Y para no tener que confesarse que sus sentimientos por Edward se hacían cada vez más intensos.

Y, por supuesto, no podía decírselo o él no se perdonaría nunca haberla tocado.

Apenas se había formado ese pensamiento en su mente cuando sonó el timbre de la puerta. No había nadie más por allí, por lo que abrió ella.

—Tanya —miró a la mujer hermosa y sin corazón—. Lo siento. Él ha salido.

Una expresión dura y amarga cruzó un instante el rostro de Tanya.

—¿Ha salido de verdad? Porque parece que no está nunca cuando yo vengo.

—Lo siento, pero sí. De verdad —repuso Bella. Y por una vez sintió lástima por ella. Sabía muy bien cómo se sentía.

Tanya se mordió el labio inferior. Bella notó que tenía el pintalabios corrido y parecía… triste.

—Es por mí, ¿verdad? —preguntó—. No quiere verme. Porque soy lo que soy, una fracasada con dos divorcios. No soy lo bastante buena —su rostro se derrumbó y una lágrima cayó por su mejilla, estropeando el maquillaje.

Y Bella se dio cuenta de pronto de que ya no se sentía inferior en presencia de mujeres como Tanya. Ese verano, sin darse cuenta, había perdido aquella sensación que la había perseguido toda su vida.

—No creo que sea eso —dijo, esforzándose por consolar a la mujer que siempre se había burlado de ella y la había criticado.

Pero lo que decía era verdad. El problema no era que Tanya no fuera lo bastante buena. Y ella también había sido siempre lo bastante buena. Simplemente, no se había dado cuenta antes y se había pasado la vida sintiéndose insegura con las personas con las que se había criado cuando el problema no estaba en ella en absoluto.

Su transformación había sido obra de Edward. La fe de él en ella y en su habilidad para lidiar con cualquier situación, social o de otro tipo, le habían dado confianza y la habían cambiado allí donde su educación y experiencia no lo habían hecho. El primer día le había dicho que era su igual, pero entonces no lo creía así. Ahora ya no había duda en su mente. Era igual, no era menos que Tanya ni que las otras sólo porque no hubiera nacido de su clase social.

—Lo que pasa es que Edward no busca ahora lo que tú quieres de él —dijo con gentileza—. Es un hombre maravilloso, pero no está disponible. Es triste, lo sé. Todas lo queremos —intentó bromear.

Tanya parpadeó.

—¿Tú admites que lo quieres?

Bella se encogió de hombros.

—¿Y qué mujer no? ¿Por qué mentir?

—No, supongo que tienes razón. Es muy tentador, ¿verdad?

—Muchísimo —consiguió decir Bella con una sonrisa.

Tanya suspiró. Parecía más vieja. Parecía una mujer que ha sido derrotada.

—Tengo que irme —dijo, pero vaciló—. Eres más simpática de lo que pensaba.

—Bueno, nunca nos hemos conocido mucho, ¿verdad?

Tanya pareció culpable por un momento.

—No, es cierto. Quizá lo hagamos ahora, si te quedas.

—Estaría bien —Bella se despidió de ella.

Se preguntó si Tanya tendría profundidades ocultas que no había visto antes. Tal vez. Muchas personas esconden muchas cosas detrás de una mueca de desdén. Edward era el ejemplo perfecto de un hombre con profundidades ocultas.

Y un ejemplo de hombre que ninguna mujer podía conservar. Pero a ella le había dado mucho. La había tratado como a una igual y había insistido en que otros la trataran así. Ahora ella consolaba a Tanya Delani, una mujer que antes le hacía sentirse tan inferior que cruzaba la calle para no encontrársela. Edward había hecho un pequeño milagro.

Ahora ella tenía que terminar su trabajo allí sin mostrar lo doloroso que sería alejarse de él. No quería que la compadeciera como compadecía ella a Tanya. Definitivamente, no quería aparecer nunca en su puerta pidiendo una imaginaria taza de azúcar.

Bajó la cabeza y volvió al trabajo.

—Tienes que parar. Te vas a poner enferma.

Bella levantó la vista y Edward no hizo nada por suavizar su expresión. Estaba preocupado por ella.

—Estoy haciendo progresos.

—Los harás igual.

—Pero si freno, no los haré tan deprisa. El año escolar empezará pronto.

Vale, él veía cuál era la situación. Bella estaba impaciente por irse. La noche juntos había bastado para dejarla satisfecha mientras que él la deseaba más que nunca.

Pero no lo mostraría. No tenía intención de dejar que hirieran su orgullo masculino cuando él se había pasado años alejándose después de sólo una noche con una mujer. Si Bella necesitaba irse, la ayudaría… en cuanto completara la tarea que se había marcado. Si todo iba según lo planeado, ella tendría algo bueno que recordar de aquel verano.

—Dentro de dos días tengo una reunión y quiero que estés presente —dijo.

Ella levantó la cabeza y la giró hacia él.

—¿Necesitas mi ayuda? —preguntó. Y a él no le extrañó la sorpresa de su voz.

—Sé que no hemos pasado mucho tiempo juntos últimamente —desde el día en que Jasper había lanzado su bomba y Bella había ido a su cama—. Pero sí, necesito tu ayuda. De hecho, no puedo hacer esa reunión sin ti.

—En ese caso, dime cuándo es y dime lo que necesitas.

Edward quería decirle que la necesitaba a ella, pero guardó silencio hasta que pasó la urgencia de atraerla hacia él y contarle la verdad.

—Pasado mañana. En el jardín a las ocho de la tarde. Ponte algo informal pero alegre.

—¿Habrá muchos invitados?

—Eso espero.

Ella parpadeó.

—¿Hay algo más que deba saber?

Sí. Que la quería y nunca la cargaría con la responsabilidad de un hombre en decadencia cuando ella se había pasado la vida cuidando de los problemas de los demás. Que él nunca la apartaría de sus sueños.

Le dedicó una sonrisa tensa.

—Tú trae tu humor de las fiestas.

Ella bajó la vista, pero él estaba seguro de que sonreía.

—¿Habrá baile? —preguntó.

Y él ya no pudo resistirlo más. Le tomó la mano y le besó la palma.

—Bella, siempre habrá baile cuando tú estés presente. Te lo garantizo.

Le sonrió, a pesar de que una lanza le atravesaba el corazón. Porque, por supuesto, el problema era que Bella no estaría siempre presente.

Bella salió al jardín ataviada con un vestido blanco con una cinta rosa pálido atada bajo los pechos.

Edward había dicho a las ocho, pero el jardín parecía muy tranquilo para una reunión. ¿Había oído mal? ¿Debería volver dentro?

Él apareció entonces por un sendero lateral y le abrió los brazos.

—Estás encantadora —dijo—. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé; especialmente porque siempre estás encantadora.

Ella le puso una mano en la manga.

—¿Dónde están todos? ¿O me has citado aquí para contarme algo antes de que entremos?

Él sonrió.

—Algo parecido. Son necesarias algunas explicaciones preliminares.

Bella asintió.

—No he traído la libreta.

—Mejor. Sabes que odio esa cosa.

—Me ayuda.

—Pero tú dijiste que no siempre tomas notas.

—Me ayuda a centrarme cuando es necesario. Bueno… ¿quiénes son los invitados hoy? ¿Son importantes?

—Algunos de los más importantes que he tenido nunca.

Bella reprimió una sonrisa.

—No hace mucho que eso habría hecho que me temblaran las rodillas.

—¿Y ahora no?

Ella movió la cabeza.

—Ahora no —y había sorpresa en su voz—. Tengo que agradecértelo a ti. Nunca me has tratado distinto que a los demás. Debido a eso, la gente que antes me intimidaba, ya no me preocupa nada. Me parecen… humanos. Igual que yo.

Edward se echó a reír.

—Porque lo son. Humanos, claro. Por lo demás, nadie es como tú.

Su voz se había hecho más profunda y Bella contuvo el aliento. Sería estúpido esperar que él no se mostrara amable porque siempre era amable con todo el mundo. Como había dicho Rosalie, sería peligroso desear demasiado.

—¿Entramos? —preguntó.

Edward le tomó la mano.

—Todavía no. Tengo que preguntarte algo. Tienes que ayudarme un poco.

Ella lo miró. Llevaba una chaqueta blanca, el pelo le caía sobre la frente, la miraba con una expresión como de anticipación y nunca había estado tan atractivo. Confió en poder recordar luego lo que le iba a decir, porque en ese momento se sentía un poco al borde del desmayo y sólo podía concentrarse en él.

—Dímelo ya —intentó conseguir que le funcionara la mente.

—Está bien, pero primero una pregunta. ¿Qué día es tu cumpleaños?

Ella parpadeó.

—El dos de abril. Estaba en el papel que rellené cuando vine, pero… no creo que te molestaras en leerlo porque ya me conocías. ¿Es importante?

Él sonrió y le tocó la mejilla.

—Esta noche mucho. Me perdí tu cumpleaños.

—No importa. Yo no estaba aquí entonces.

—Y tampoco estarás aquí para el próximo.

—No —un nudo se formó en su garganta.

—Entonces tendremos que hacer algo. Rosalie me dijo que tu tío nunca os felicitaba los cumpleaños ni las Navidades. Nunca me gustó ese hombre.

El nudo se hacía más grande.

—No importa. Ahora soy adulta y él ya no existe. De mis cumpleaños me encargo yo. Mis hermanas me llaman.

Edward frunció el ceño. Apartó la vista un momento.

—Yo diría que las hermanas a las que criaste podrían hacer algo más —dijo en voz más alta.

Bella oyó a su derecha un sonido que no pudo identificar. ¿Susurros? Pensó que Tyler debía estar en el jardín. No era de extrañar que Edward frunciera el ceño si creía que espiaban su conversación.

—No te enfades con Tyler —dijo—. Es muy amable y estoy segura de que no sabía que estábamos aquí.

—¿Cómo dices? —Edward parecía aún más confuso de lo que se sentía ella.

—Los susurros —explicó ella.

—Oh, sí, Tyler —sonrió él—. Es muy amable. Me ha ayudado con esto. Y también la señora Clearwater y Emily. Han decorado el jardín, hecho llamadas telefónicas, enviado faxes y e-mails, hecho la tarta…

—¿La tarta?

—Ésa es la contraseña. ¡Sorpresa!

Bella dio un salto y Edward la tomó del brazo y la guió dos pasos hasta el primer recodo del jardín.

—¡Sorpresa, Bella! —gritaron múltiples voces.

Ella levantó la vista de las mesas colocadas al lado de la fuente. Allí estaban sus hermanas, todas ellas. Y Rosalie y Alice, Vanessa y Seth, tres amigas y compañeras profesoras de St. Louis. Tyler, la señora Clearwater y Emily sonreían cerca.

—Feliz cumpleaños del año que viene —susurró Edward; se inclinó a darle un beso en la mejilla.

—No comprendo —ella movió la cabeza.

Él le tocó la mejilla.

—Sigo tu consejo y miro adelante, no atrás, para hacer lo que deberían haber hecho por ti hace mucho tiempo. Te doy las gracias por todo lo que has hecho y todo lo que eres. Más aún. Pienso bailar contigo y disfrutar de un día contigo sin trabajo. Hace mucho que no voy a una fiesta que no esté relacionada con el trabajo, así que también estoy en deuda contigo por esto.

Y antes de que ella tuviera tiempo de decir nada, se adelantaron sus amigos y familia.

—Edward tiene razón —dijo su hermana Alice—. Las chicas y yo deberíamos haberte dado una fiesta hace mucho. Tú siempre intentabas que nuestros cumpleaños fueran especiales, incluso cuando no teníamos dinero.

Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas. Se volvió a Edward para darle las gracias, pero él estaba al otro lado de la fuente hablando con Rosalie. Su agradecimiento tendría que esperar.

Era un hombre maravilloso. En un momento en el que aumentaba la tensión en la casa y ella se preocupaba por él montaba algo así porque se había enterado de que ella nunca había tenido una fiesta de cumpleaños. ¿Qué sería lo siguiente que hiciera?

Confió en que no fuera nada demasiado maravilloso. Ya estaba enamorada de él y sería una agonía dejarlo.

Aquella verdad la golpeó con fuerza. Su inmenso placer por el gesto de Edward se mezclaba con un dolor tremendo. Pero mantuvo la sonrisa. Sabía que, aunque él no pudiera verla, podía sentirla. Y si de ella dependía, nada estropearía la alegría de él por haberle dado aquel día.

Y nadie se enteraría de su ceguera. Ni siquiera la familia de ella. Su orgullo era muy importante para él y ella guardaría su secreto a toda costa.

Cuando Bella despedía ya a sus hermanas, Edward pensó que el día casi había terminado.

—Gracias por venir —dijo a la hermana pequeña.

Ella le puso una mano en el brazo.

—Eres una joya. Por fin alguien cuida de Bella y no al revés.

—Vanessa, deja de intentar coquetear con mi jefe —intervino Bella—. Y él no tiene que cuidar de mí. Me paga bien y me trata con respeto. Es todo lo que se necesita.

Edward sonrió y guiñó un ojo a Vanessa.

—Bella es algo obsesiva con eso de cuidar de los demás.

Vanessa se echó a reír.

—¡Si lo sabré yo! ¿A ti te ha apartado ya el vaso del borde de la mesa?

—Todo el tiempo —mintió él—. Puede volver loco a cualquiera —lo cual, por supuesto, no era mentira—. Pero consigo sobrevivir —terminó con afecto.

—Yo no te conocía cuando vivíamos aquí, pero me gustas —dijo Vanessa, y las demás hermanas de Bella asintieron—. No le hagas trabajar demasiado, ¿vale? Ella sólo puede descansar en verano. No sé por qué se ha puesto a trabajar. Sé bueno con ella.

Edward murmuró una promesa. Se apartó para que Bella se despidiera de sus hermanas en privado. Cuando se volvía para entrar, oyó un susurro de Vanessa y vio que señalaba en su dirección.

Se puso tenso y se preguntó si su forma de esquivar obstáculos con movimientos más lentos de lo normal, su modo ladeado de mirar a la gente y sus errores habían traicionado sus limitaciones. Se sentía inseguro y sabía que así era como se habría sentido Bella de niña. Diferente, compadecida.

Pero esa noche le había dicho que él la había ayudado a vencer ese sentimiento tratándola igual que trataba a todo el mundo. Y le pareció recordar que últimamente caminaba con la cabeza más alta y no se sentía cohibida con los ricos del lugar ni le preocupaba que la gente la compadeciera.

Era una mujer asombrosa y probablemente podría aprender de ella. Era algo en lo que tenía que pensar.

Más tarde. Por el momento le preocupaba otra cosa. Cuando se marchó la familia de Bella, la tomó por el codo y la volvió hacia él.

—¿No están al tanto de tus dificultades económicas?

—No era asunto suyo. No quería preocuparlas.

—Ahora son adultas. Podían haberte ayudado.

—Sé que son adultas, pero tienen sus propios problemas.

Y no dijo que se lo contaría algún día a sus hermanas. Estaba claro que no se lo diría ni les pediría ayuda, pero, por supuesto, podían contar con que ella ayudaría a otros siempre que fuera necesario.

Edward comprendió entonces que Bella siempre se ocuparía de los problemas de las personas que le importaban. Incluso cuando estaban lejos de ella. Lo que significaba…

Sintió rabia y frustración. Pasó las manos por los brazos de ella y Bella se estremeció. La atrajo hacia sí y la besó. Se apartó porque deseaba más.

—Cuando te hayas ido, mis problemas no serán los tuyos. No quiero que te preocupes por mí nunca.

—Ya lo sé —contestó ella, y había tristeza en su voz.

Entonces comprendió Edward algo más sobre Bella y sobre sí mismo. Cuando ella se fuera de allí, se preocuparía… a menos que él la convenciera de que iba a llevar una vida feliz. Y eso implicaba que tenía que hacer cosas con las que no había contado, cosas en las que no quería pensar todavía.

No importaba. Las haría. Pero no esa noche.

—No hemos bailado —dijo.

—Lo sé. He estado muy ocupada. ¿Quieres bailar ahora conmigo, por favor?

—Nada podría impedírmelo —la tomó en sus brazos y bailaron en el jardín vacío. La atrajo hacia sí todo lo que pudo.

—Edward, lo que decías de cuando hayamos terminado, cuando me haya ido…

—Calla, todavía no.

Pero pronto. Jasper había insinuado que tenía noticias y luego Bella se iría a casa. Tenía una vida y planes a los que estaba impaciente por volver. Y al día siguiente él haría lo necesario por asegurarse de que no volviera a preocuparse por él cuando se marchara.

Bella, sentada en su mesa, escribía un mensaje para el registro de donantes. Pensó en el maravilloso regalo que le había hecho Edward y se dio cuenta de que sería la única fiesta de cumpleaños que compartirían nunca.

—No pienses en eso, sólo haz lo que tienes que hacer —se ordenó; pero sabía que era imposible. Ya lo echaba de menos.

Como en respuesta a sus pensamientos, hubo una llamada a la puerta y Edward asomó la cabeza.

—¿Quieres ponerte los patines y dar una vuelta conmigo?

Bella se apartó al instante de la mesa. Edward y ella no habían salido juntos desde que hicieran el amor. Aquélla podía ser su última vez.

—No me lo perdería por nada.

Diez minutos más tarde, colocaba la mano en la de él y empezaban a patinar por el camino de entrada. Ella respiró hondo y suspiró.

—¿Sucede algo? —preguntó él.

—Sí. Algo bueno. He echado de menos estas excursiones. Antes no me gustaba dejar que la gente me viera en situaciones en las que podía tropezar o parecer torpe. Ahora no me preocupa nada eso. Me encanta el viento en el pelo. Creo que has creado un monstruo.

Él giró de pronto hasta que estuvo patinando hacia atrás, con las dos manos de ella en las suyas. A Bella le latió con fuerza el corazón.

—Eres el monstruo más bonito que he visto jamás.

Ella se echó a reír.

—¿Has conocido a muchos?

—Más de los que sospechas. ¿De verdad te diviertes?

—Sí. Más de lo que sospechas. Gracias por enseñarme que puedo ser y hacer más de lo que creía.

Él se detuvo de pronto.

—Anoche, cuando te despedías de tu hermana, ella me miró y…

Bella sintió un nudo en la garganta.

—Sí. Notó algo. No te voy a mentir. Pero creyó simplemente que eras evasivo y… oh, como el típico rico que no mira directamente a la gente. Nos criamos con tanta gente esquivando nuestras miradas que no le dio demasiada importancia.

—Y tú no le dijiste la verdad.

Bella frunció el ceño.

—Yo no haría eso.

Edward levantó la mano y le acarició la mejilla. El calor invadió la piel de ella. El deseo de apoyarse en él era casi más de lo que podía soportar.

—No puedo dejar que me sigas encubriendo. Has hecho todo lo que te he pedido. Has guardado mi secreto y me has permitido esconderme, e incluso te has colocado en situaciones incómodas una y otra vez —señaló los patines.

—Ya te he dicho que me encanta patinar, montar en bici y…

—No siempre te ha encantado —repuso él—. Pero lo has hecho de todos modos. Y has estado a mi lado y hecho tu parte en presencia de personas que te ponían incómoda.

—Sí, pero…

—Calla —él le puso dos dedos en los labios—. Lo sé. Ya no te sientes incómoda con ellos. La mariposa ha salido de su capullo. Tu disposición a superarte en ese terreno me ha enseñado una lección. No puedo dejar que sigas guardando mi secreto y no puedo evitar verdades desagradables sólo para proteger mi orgullo. Es algo que he hecho toda mi vida, no sólo estos últimos meses, y es hora de parar. Voy a decir la verdad públicamente. Quiero que tú estés conmigo. Y luego…

Ella esperó con el corazón en un hilo. Se lamió los labios y tragó saliva.

—¿Y luego? —preguntó con calma.

Edward la soltó.

—Luego dejaré que vuelvas a tu vida. Acabaremos esto.

Sus palabras fueron como un puñetazo. Ella sabía que llegaría el día, pero todavía no. Y… no estaba preparada. Se le partió el corazón.

Pero consiguió de algún modo sonreír y asentir con la cabeza.

—Está bien. ¿Qué quieres que haga?

Tuvo la impresión de que pasaba mucho tiempo antes de que él hablara.

—Convocaré una reunión pública, una conferencia de prensa, e invitaré a otras personas, gente que debe saberlo. Colegas y hombres de los negocios. Sólo tienes que quedarte conmigo hasta entonces, hasta que lo haga público. Si ocurre algo inesperado, quiero tener a mano a una persona inteligente y tranquila. ¿Puedes quedarte?

Ella quería decirle que podía quedarse para siempre. Pero eso no era lo que quería él.

—Sí —prometió.

Una última aparición juntos y se iría a casa. Un plan muy sencillo. Pero cuando Bella dejó a Edward en el jardín y se alejó, sabía que su vida después de él no sería sencilla. Tenía que sobrevivir a amarlo y perderlo. Y no tenía ni idea de cómo hacer eso.

Edward esperó hasta que estuvo seguro de que Bella se había ido. Dio un puñetazo en el árbol más cercano sin hacer ningún caso del dolor. Le había costado mucho no abrazar a Bella, besarla y suplicarle que se quedara.

La amaba, la deseaba y se estaba convirtiendo en lo que tanto había temido, un hombre patético que colocaba sus deseos por delante de los de los demás.

Ahora tenía que afrontar la verdad. Bella se había pasado la vida cuidando de otras personas que no podían cuidarse solas. Había tenido que limpiar los desastres de otros y ocuparse de los problemas de otros. Por una vez en su vida, viviría como quería. Y también tendría los hijos que quería, los que él no podía darle. Y él estaba dispuesto a encadenarse a la mesa antes de hacer nada que interfiriera con los sueños de ella.

Aunque su misión no hubiera terminado, había llegado el momento de decir la verdad y seguir adelante. Solo.


Chicas les cuento que ya estamos en la recta final, falta y cap más y el epilogo... así que disfruten de estos últimos cap
Besotes Ebys
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Mensaje por Nejix 21/3/2011, 11:24 am

Que emocion ya queda poco, ojala y terminen juntos!!!!!!!!
me encanto el cap gracias Ebys

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Mensaje por isabel 21/3/2011, 12:32 pm

hay si porfa suban mas capis me encanta esta historia poooooooorfitas

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Mensaje por Ebys Cullen 22/3/2011, 5:58 am

Hola chicas: estaba pensando... quieren que los últimos cap sean lentos o ya les bajo otro... ¿Cómo quieren que haga? quieren que termine todo en está semana ó subo un cap por semana que eso sería que la historia terminaría dentro de dos semanas mas... ¿cómo quieren que haga?... espero su respuesta
Besitos Ebys
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Mensaje por Nejix 22/3/2011, 6:21 am

Ebys no seas malita sube uno mas esta semanay deja el final para la proxima
gracias Linda
cariños Nejix

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Mensaje por Ebys Cullen 22/3/2011, 7:00 am

Les quiero comentar que ya estoy bajando otra historia tan o mas apasionante que está... se llama "CORAZÓN DE HIERRO".... espero que les guste tanto como está
con todo mi amor
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Mensaje por Nejix 22/3/2011, 7:57 am

Yo ya lei el primer capitulo esta buenisimo
cariños

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Mensaje por Qamiila Quinteros 23/3/2011, 1:35 am

Nejix escribió:Yo ya lei el primer capitulo esta buenisimo
cariños

=) tine mucha razon esta bueniimo..
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Mensaje por Ebys Cullen 23/3/2011, 5:34 am

LA HISTORIA PERTENECE A MYRNA MACKENZIE, LOS PERSONAJES A STEPHANIE MEYER.
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CAPITULO 14:

Bella estaba sentada ante su escritorio con los ojos llenos de lágrimas cuando el e-mail apareció en la pantalla.

Soy Lillian Brandon. Mi hijo es fruto del donante 465. Tengo entendido que el donante puede tener un problema.

Bella se puso tensa. Le temblaban las manos al leer el mensaje. ¿Edward un problema? Cualquier niño tendría suerte de tenerlo como donante, pero, por supuesto, una madre podía no verlo de ese modo.

Pensó un momento. Y empezó a escribir. Lillian Brandon contestó.

La charla se prolongó bastante rato. Ya era tarde cuando Bella dejó el ordenador. Su sensación de euforia se mezclaba con el conocimiento de que aquél era el último paso, casi lo último que haría por Edward. Se le encogió el corazón.

Pero en ese momento no podía importar lo que perdiera ella. Tenía información. Habló un instante con Jasper, al que prometió llamar de nuevo más tarde y fue en busca de Edward.

La puerta de su despacho estaba abierta, pero la habitación aparecía vacía. Probó el dormitorio, también vacío, donde la cama en la que habían hecho el amor le recordó en silencio que no volvería a ocurrir.

Al fin encontró a Tyler, que la dirigió al jardín.

Edward estaba apoyado en un árbol con una mano en el bolsillo y un teléfono en la otra. Cuando la vio, dio por finalizada la llamada.

—Bella —sonrió—. Es un placer verte.

—Tengo buenas noticias —dijo ella—. Ya sé el nombre de la madre y del niño.

Él se separó del árbol.

—Eso está bien —dijo. Pero su expresión era inescrutable—. Dime más.

—Bueno, no son malas noticias. La madre había leído nuestra información y conocía tu estado. Ha tenido tiempo de indagar con amigos y profesionales. Ha hecho pruebas genéticas a su hijo.

—¿Y?

—No han identificado ningún problema.

Edward cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, se acercó a Bella y la besó en la frente. La estrechó contra su corazón.

—Gracias al cielo. Y gracias a ti por descubrir la verdad.

Bella se esforzaba porque él no viera cómo la afectaba. Tenía que seguir hablando.

—La madre, Lillian Brandon, sabe quién eres, pero no quiere conocerte ahora —se apartó en sus brazos para mirarlo—. No quiere ayuda todavía, pero le parece buena idea dejar la puerta abierta. Si cambian las cosas o si aparecen pruebas médicas, sí querría hacer algo.

Edward asintió. Soltó a Bella.

—¿Qué es eso? —preguntó, mirando su mano.

Ella recordó los papeles que le había llevado. Le tendió un cristal de aumento.

—Lillian me ha enviado esto por e-mail.

Edward miró a la mujer y el niño que había en la página.

—Se parece a mí —dijo.

—Mucho —asintió Bella—. Creo que en parte Lillian quiere tenerte en secreto por eso. Tiene miedo de que el parecido lo asuste o le haga desear algo que no puede tener. Ella es soltera.

Miraron a la mujer, que era rubia y bastante bonita. «Una persona tranquila», había dicho Lillian. De pronto Bella comprendió la verdad.

Edward podía tener una familia si quería. No había impedimento por su material genético. Aquel niño estaba ya allí y estaba a salvo. Esa mujer sabía quién era él y no tenía prisa por acercarse. No sería muy exigente. Conocía su situación y su estado y…

—Se alegra de que la hayas buscado —dijo—. No se ha mostrado condescendiente ni compasiva ni ninguna de esas cosas que no te gustan en una mujer.

Edward frunció el ceño.

—¿Bella?

Ella se mordió el labio inferior para evitar que temblara y luchó por hablar.

—Podrías tener con ellos lo que pensabas que no podrías tener nunca —dijo al fin—. Sin culpabilidad —pero se le cerraba la garganta y le ardían los ojos. No podía continuar.

Edward dejó caer el papel y la abrazó.

—No llores.

—No lloro.

Pero sí lloraba.

—Me alegro mucho por ti —dijo—. ¡Deseo tanto que seas feliz! —lo cual era cierto y, sin embargo, no lo era.

Porque quería que fuera feliz con ella. Con Bella Swan. Quería que la amara. Al fin había hecho lo más estúpido que podía hacer. Había dado a Edward todo lo que tenía para dar. Y ahora no le quedaba nada que llevarse consigo. Y sin embargo…

—Por favor, sé feliz —le suplicó.

Él la besó despacio, con cuidado, con las lágrimas de ella mojándole la boca.

—Lo haré. No debes preocuparte —prometió—. No quiero que te preocupes nunca.

—No lo haré. Cuando llegue a casa, tendré mucho que hacer. Preparar mis clases, los planes para el colegio, ver a los amigos que he echado de menos —se detuvo, incapaz de continuar con sus mentiras ni con la sonrisa—. Tengo que irme. La conferencia de prensa es mañana. La señora Clearwater y yo tenemos que revisar algunas cosas. ¿Has hablado con ella?

—¿De los arreglos de los muebles para que se acomode la gente? Sí. Gracias por haber pensado en eso y haberme contado la colocación de todos. Tengo que decir la verdad, pero quiero hacerlo con dignidad. Una cosa es decirle al mundo que tengo una enfermedad y otra convertir esto en una fiesta de compasión. No quiero que me vean tan débil.

—Esta noche haremos un ensayo —dijo ella.

Pero sabía que Edward no tropezaría. Era ya un experto en todo aquello. La que había cometido errores había sido ella. Y sí, tal vez fuera una mujer cambiada y más asertiva, que ahora iba al encuentro de aventuras cuando en el pasado había huido de ellas, pero en lo que a Edward se refería, había tropezado de mala manera.

Al día siguiente sería el día más orgulloso de su vida y también una pesadilla.

Bella intentó fingir que ese día era como cualquier otro, pero su corazón no se lo permitía. Tenía las maletas hechas y sólo faltaban unas horas para que la carroza de Cenicienta se convirtiera de nuevo en calabaza.

Pero todavía quedaban esas horas. Edward la necesitaba aún.

La reunión sería más grande de lo que habían anticipado. Se había corrido la voz de que Edward Cullen, que raramente hablaba con la prensa, había organizado un encuentro e invitado a los medios de comunicación.

Personas que no habían sido invitadas habían empezado a llamar para ver si podían asistir.

Emily y la señora Clearwater se habían visto obligadas a contratar personal que las ayudara, pero al fin todo parecía estar preparado. Habían abierto el salón de baile y Edward sabía dónde estaba situado todo. Sólo quedaba que recibiera a los invitados e hiciera su anuncio combinándolo con el hecho de que Empresas Cullen marchaba mejor que nunca y el presidente de la compañía también.

Con un poco de suerte, el público se tomaría bien la noticia. Edward despediría a sus invitados en la puerta y luego se despediría de ella.

Al día siguiente estaría de regreso en St. Louis. Apartó aquel pensamiento de su mente. Edward necesitaba una ayudante sonriente y capaz, no una mujer deshecha en llanto.

El objeto de sus pensamientos salió en ese momento de su habitación y bajó al vestíbulo, donde ella miraba por la ventana.

—¿Todavía no han llegado curiosos? —preguntó con una sonrisa.

Ella lo miró con severidad.

—A mí no me engañas. Sé que preferirías que te sacaran todos los dientes a hacer esto.

Edward enarcó las cejas.

—Bueno, la prensa haría su agosto si me presentara sin dientes.

Ella le dio una palmadita en el brazo.

—Pórtate bien.

—Sí, profesora. ¿Y Bella? —se acercó hasta que sus labios calentaron la oreja de ella y le provocaron un escalofrío delicioso en la columna—. La señora Emily, Clearwater y tú lo habéis hecho muy bien. Ha sido una buena idea hacer de esto más una fiesta que una conferencia de prensa.

—Fue porque la señora Clearwater dijo que estás guapísimo con esmoquin, camisa blanca y pajarita negra. Y tenía razón.

En ese momento sonó el timbre.

—Vamos a recibir, señora —le ofreció el brazo y apareció Tyler vestido de mayordomo. El hombre guiñó un ojo a Bella.

—Todos a sus puestos —bromeó Edward, pero su brazo estaba tenso bajo la mano de Bella. Aquello podía ser la pesadilla que tanto había temido. Y ella pensaba cerciorarse de que no lo fuera.

Una hora más tarde decidió que sus miedos carecían de base. Edward había manejado todo el asunto con su aplomo y encanto habituales. Había hecho que todas las mujeres que entraban se sintieran especiales y hermosas y había hecho reír a todos los hombres.

—Cullen, tú sí que sabes dar una conferencia de prensa. Buena comida, mujeres espectaculares, buena música —Aro Volturi le dio una palmada en la espalda.

—No queríamos dormir a nadie —repuso Edward.

—No es probable. Si un hombre se toma tantas molestias por lo que se supone que es una conferencia de prensa, asumo que tiene algo importante que anunciar. Todo el mundo ha contenido el aliento. ¿Qué ocurre, Cullen? ¿Un proyecto nuevo, algo internacional? ¿Ha inventado una tecnología nueva que cambiará el mundo?

Bella notó de nuevo que Edward se ponía tenso, pero ni su rostro ni su postura traicionaban nada de esa tensión.

—Nada tan emocionante —contestó. Se volvió a Bella—. Llegó la hora.

Ella se hizo a un lado y él avanzó al micrófono.

—Los he convocado aquí esta noche para hacer un anuncio muy sencillo —dijo Edward con calma—. Porque trabajo con muchos de ustedes y merecen saber que ha habido un cambio en mi vida, pero quiero que sepan que ese cambio no afectará a nuestra relación. Por lo menos, yo espero que no.

Un murmullo recorrió la multitud.

Edward levantó la mano.

—En los últimos meses me han diagnosticado una enfermedad que me está robando la vista. En pocas palabras, me estoy quedando ciego.

Una mujer dio un respingo. Edward hizo una pausa.

—No sé cómo de intensa será esa ceguera. Por el momento sólo está afectada mi visión central. Empresas Cullen va viento en popa y yo también. Tengo muy buenos empleados y seguiremos creciendo pase lo que pase.

Siguió un silencio. Edward miró a una mujer situada a unos dos metros a su derecha, el lugar perfecto para que él la viera.

—Todavía puedo apreciar a una mujer hermosa con un vestido azul a juego con sus ojos, Kate —miró a su izquierda, buscando de nuevo a la persona que cayera en su ángulo visual perfecto—. Y Garret, veo que todavía llevas esa odiosa corbata verde aunque ya he oído a tu esposa quejarse de ella otras veces.

La multitud rió y la tensión cedió un tanto. Edward señaló a los músicos que volvieran a tocar. Hizo señas a Tyler de que despejara la pista de baile y todos los presentes parecieron emitir un suspiro colectivo de alivio.

A Bella le temblaban las rodillas. Edward la tomó por el brazo.

—¿Estás bien?

Ella miró sus ojos preocupados.

—De maravilla. Has estado magnífico. Pero tienes que ocuparte de tus invitados. No puedes dejar caer una bomba así y no esperar algunas preguntas.

Edward frunció el ceño.

—Me gustaría…

Pero una mujer se acercó en aquel momento.

—Edward, tú siempre has sido el hombre más encantador de la ciudad. Quiero saber más —lo tomó por el brazo.

Bella sonrió y lo despidió agitando la mano. La multitud se los tragó a la mujer y a él.

En la media hora siguiente, Bella lo observó deslumbrar a las mujeres y divertir e impresionar a los hombres. Su noticia y el hecho de que pareciera funcionar todavía como siempre, le ganaban el aprecio de la gente. Había contado su secreto y había sobrevivido.

Bella sentía un nudo en la garganta. Su visión se hizo borrosa. Se volvió y vio a una mujer de pie en el umbral. Llevaba un sencillo vestido negro y era una desconocida, aunque al mismo tiempo no lo era.

Bella se adelantó.

—Pensaba que no querías conocerlo.

Lillian Brandon se encogió de hombros con aire inseguro y Bella vio que la foto no le hacía justicia. Aquella mujer era una belleza de las que no necesitan adornos para brillar.

—He visto el anuncio en el periódico y me ha podido la curiosidad. Ha sido… valiente, ¿verdad?

Bella luchó por buscar las palabras correctas y no pudo evitar pensar que aquella mujer era perfecta para él. Tenía a su hijo. Era hermosa. Compartían algo. Y él podía ver crecer a su hijo.

—Es valiente, noble y muchas cosas más.

—Me alegra saberlo.

—Es un hombre asombroso e inteligente y con un maravilloso sentido del humor. Tiene mucho que ofrecerle al mundo.

La mujer la observó con cierto regocijo.

—¿Intentas convencerme a mí o estás enamorada de él?

Bella reprimió un respingo. ¿Tan transparente era? Obviamente, sí. ¿Veían otras personas lo que veía aquella mujer? Rezó para que no fuera así.

—Edward ha sido un buen jefe, el mejor que he tenido nunca, pero ya me marcho. Tengo mi propia vida.

Y su trabajo había terminado. Quedándose no lograría nada. Si Lillian había visto la verdad, otros también la verían. Y lo sabría Edward.

—Deberías ir a presentarte —dijo a Lillian—. Sé que le gustaría mucho conocerte.

La mujer la observó un momento como si quisiera leerle el pensamiento y se alejó en dirección a Edward.

El engranaje encajaba en su sitio. Allí estaba todo hecho. El juego había terminado. No había más.

El pánico y las lágrimas amenazaban con embargarla y Bella escapó de la habitación. Buscó a Tyler y le contó que la habían llamado con una urgencia. Le pidió que alguien le sacara las maletas y la llevara al tren.

Se volvió a buscar a Edward. Estaba en medio de un grupo. La gente reía y bromeaba con él. Todas las mujeres parecían querer estar con él. Vio que Lillian le lanzaba una última mirada interrogante.

En un segundo tomó su decisión. Saludó a Lillian con una inclinación de cabeza y se dirigió a la puerta. Marcharse sin despedirse era una cobardía, un modo muy malo de acabar lo que había pasado allí ese par de meses, pero…

Si se quedaba, él lo sabría. Se sentiría culpable y se odiaría a sí mismo porque ella no podría despedirse sin lágrimas. Cuando se hubiera ido, lo llamaría o le mandaría una carta.

No podía hacer nada más. Con el tiempo, Edward la perdonaría por haberse ido tan abruptamente. Su mundo se arreglaría. Todos sabían por fin la verdad y la habían aceptado. Lillian era la mujer ideal para él. Y Edward acabaría por darse cuenta.

Cerró los ojos. Hizo lo posible por darse valor. Y salió huyendo.

Edward estaba contento con el resultado de la reunión, pero estaba deseando que acabara. Apenas había podido hablar con Bella en toda la noche y ahora… Por cierto, ¿dónde estaba?

Miró a su alrededor y maldijo las zonas borrosas donde no podía ver con claridad. A su derecha entró una mujer en su campo de visión. Sintió un ligero shock, pero se recuperó rápidamente y se dijo que no era tan sorprendente. En sus circunstancias, él habría hecho lo mismo. La mujer le tendió la mano.

—No nos conocemos, pero…

—Tú eres Lillian—dijo él.

Ella sonrió.

—Y está claro que no soy lo que buscas.

Él frunció el ceño sin comprender.

—Sólo me sorprende un poco verte aquí.

Ella se encogió de hombros.

—A mí también me sorprende un poco estar aquí. Vi el anuncio de la conferencia de prensa y sólo he venido a echar un vistazo, pero tu secretaria ha dicho que te saludara.

—¿Bella? —él miró a un lado.

—Creo que no está aquí. La he visto salir.

Edward se sintió cansado de pronto. Había logrado sus objetivos para la velada. Le quedaba muy poco tiempo con Bella, pero nadie daba muestras de querer retirarse y… ¡Maldición! ¿Dónde estaba ella?

—Seguramente no es el mejor momento para que hablemos —dijo Lillian.

—Seguramente no, pero hablaremos, ¿verdad? ¿Otro día?

—Sí, creo que tenemos que hacerlo, pero…

Él parpadeó y la miró. Parecía incómoda.

—Tengo pareja —dijo ella.

Ahora Edward lo entendió.

—Me alegro. No has pensado que tenía planes para ti, ¿verdad?

Ella soltó una risita.

—No exactamente, pero tu secretaria me ha cantado tus alabanzas de tal modo que no sabía qué pensar.

Edward miró de nuevo alrededor de la habitación. Vio a Tyler y adivinó por su postura que le preocupaba algo.

—No quiero interrumpir, señor Cullen, pero…

—Dime —lo alentó Edward.

—Se va —dijo Tyler—. Ha dicho que es una urgencia. Acabo de bajarle las maletas. Uno de los chóferes la va a llevar al tren. Creo que debe saberlo.

El ruido de la habitación pareció aumentar más de cien veces. Edward sentía que la pajarita lo oprimía y la habitación le parecía atestada. Y vacía al mismo tiempo.

Luchó por controlarse, por respirar, por pensar, por mantener la fachada de calma que le había servido bien toda su vida, la que lo había ayudado a controlar sus sentimientos. Bella se marchaba ya.

Se iba sin despedirse. Tenía que cruzar la habitación. Tenía que encontrarla, pero las sillas se habían movido y la gente le bloqueaba el paso. Los pasillos que habían dejado libres el día anterior ya no estaban. No podía cruzar la habitación sin mostrar claramente sus limitaciones.

—No importa —dijo casi con violencia—. No importa lo que piense la gente ni lo que yo pueda ver o no ver. ¡Bella!

Corrió hacia delante y un grupo de personas pareció salir de la nada. Chocó con ellos y tiró algunas bebidas al suelo, pero ignoró sus exclamaciones.

El reloj avanzaba. ¿Se había ido ya el chófer?

Edward siguió corriendo sin perder tiempo en disculparse. Una mesa le golpeó la pierna y cayó de rodillas. La manga de la chaqueta se enganchó con algo y se rompió. Se la quitó y siguió corriendo.

—¡Bella, no te vayas! —volvió a gritar—. ¡No te vayas!

Tropezó con una mujer y ella lanzó un grito. La multitud empezaba a murmurar.

—¿Qué le ocurre? —dijo una voz de hombre—. Se ha vuelto loco.

—No ve —gritó otra voz.

Edward los ignoraba a todos. Sólo importaba encontrar a Bella antes de que se marchara. Encontró como pudo la puerta principal y salió corriendo a la noche.

La multitud lo siguió a la oscuridad, rompiendo el silencio con sus murmullos.

Y entonces vio una figura que tenía que ser ella y que se alejaba por el camino de la entrada.

—Bella —dijo; y esa vez no fue un aullido sino un sonido de animal angustiado.

Fue suficiente. Ella se volvió y se detuvo. Edward corrió hacia ella.

—Te vas sin despedirte —dijo él.

Ella se mordió el labio y asintió.

—Sí —su voz sonaba temblorosa.

Edward cerró los ojos.

—No querías despedirte.

—No podía —ella miró a un lado—. Mi trabajo aquí ha terminado. Has logrado lo que querías. Está todo arreglado. Ya estás bien sin mí.

No, él nunca estaría bien sin ella. ¿Pero podía decírselo? No podía intentar retenerla por compasión.

Ella se acercó más.

—Edward, no llevas chaqueta, tienes la camisa rota, la pajarita torcida y el pelo… —le tocó el pelo y él creyó que iba a morir por el deseo de estrecharla en sus brazos.

—Ha tropezado con algunas cosas para intentar llegar hasta ti —dijo la voz de Aro desde un lateral—. No dejaba de gritar tu nombre y se ha caído más de una vez.

—¿Edward? ¿Te has caído? ¿Por mí? Lo siento.

—No —repuso él—. Nada de eso importa. Toda mi vida he construido una pared impenetrable a mi alrededor para esconder mis debilidades e imperfecciones. Y desde mi diagnóstico he escondido mi estado. He presentado ante el mundo una ilusión y siempre que no baje la guardia, podría seguir así. Incluso esta noche, al decir la verdad, seguía interpretando un papel, dejando que mi orgullo dictara mis actos. Pero… tú te vas y nada de eso importa ya.

—No podía quedarme —dijo ella con suavidad; y había lágrimas en su voz—. Tenía miedo de que vieras lo difícil que era para mí dejarte.

¿Tenía miedo de mostrarle lo que sentía? Él conocía esa sensación. Necesitaba conquistar su propia tendencia a esconder sus sentimientos más profundos y sin embargo… ¿cómo podía decirle lo que quería decirle? ¿Cómo pedirle lo que quería pedirle?

Tendió la mano, le acarició la mejilla y sintió sus lágrimas.

—Bella, ya te hice daño una vez cuando éramos más jóvenes. Sé que fue así. Y te lo han hecho otros. No quiero volver a hacerte daño. No quiero causarte ni un momento más de preocupación. Y sin embargo…

Ella esperó.

Él, que siempre encontraba las palabras indicadas, no sabía qué decir. Sus pensamientos eran un caos. El corazón le latía con fuerza y se esforzaba por razonar. Aquélla era Bella. Ella era su corazón. Las palabras que eligiera ahora serían las más importantes que tendría que pronunciar en su vida.

—Sé que has pensado que Lillian y yo podíamos ser pareja, pero eso no va a ocurrir. A pesar de lo que tú quieras para mí, ella y yo no estamos destinados el uno al otro. Y… nunca he amado a una mujer, así que, por lógica, no debería reconocer ese sentimiento. La verdad es que siempre he creído que era como mi padre, incapaz de amar, un sentimiento que parece destruir tantas vidas que yo no quería tener nada que ver con él, pero tú… tu voz… es lo que ansío oír cada día. Anhelo tu contacto y tu risa hace que mi día esté completo. Tú has cambiado mi mundo. Y tenía que decírtelo antes de que te marcharas.

—¿Edward? —Bella se acercó. Él sintió su mirada clavada en él.

—No puedo mentirte —dijo—. No quiero que te vayas y va a ser un infierno vivir sin ti. Pero el hecho de que yo sienta eso… no importa porque, por más que quiera prometerte todo lo que promete un hombre a una mujer, la verdad es que no sé lo que me depara el futuro. No puedo pedirle a nadie que comparta ese futuro. Todo mi dinero no puede cambiar algunas cosas.

Dejó de hablar. Bella lo miraba. La multitud guardaba un silencio absoluto. Estaba ante el mundo, desnudo emocionalmente y, por primera vez en su vida, no le importaba nada cómo lo viera el mundo. Porque su verdadero mundo era Bella.

Bella apenas podía respirar, de tanto como le dolía el corazón. Edward estaba a su lado. Las cosas que había dicho… todo lo que había dicho…

¿Le ofrecía…?

No, no podía atreverse a esperar eso. Él había dicho cosas maravillosas, pero no había ofrecido nada.

Aun así… ¿había dicho que la amaba?

Sí, pero había amores y amores. Edward había tenido muchas relaciones cortas. Probablemente había usado antes esa palabra, pero él no tenía relaciones auténticas. Se lo había dicho muchas veces.

Cerró los ojos, confusa y temerosa. Sintió un nudo en la garganta. Combatió las lágrimas. Ya no se escondería más de la verdad, aunque la verdad fuera humillante.

—No sé lo que ofreces ni si ofreces algo, pero no es imprescindible que tenga hijos —dijo ella—. Un ADN perfecto no es un requerimiento y todo tu dinero tampoco me dará lo que yo quiero.

Se inclinó hacia delante y él le tendió los brazos.

Pero se detuvo.

—Dime lo que quieres —pidió—. Dime lo que quieres y necesitas de verdad.

Ella respiró hondo. Luchó por no mentir, por contarle la verdad por muy difícil que le resultara.

—Siempre ha sido a ti —consiguió decir al fin, con el corazón dolorido y los ojos llenos de lágrimas—. No tenía que haber venido aquí porque, en lo profundo de mi corazón, sabía que era verdad. Yo te quiero. Te amo, Edward.

Él cerró los ojos.

—Sabes que nunca seré un hombre completo.

Ella se echó a reír y él abrió los ojos.

—Edward, eres el hombre más completo que he conocido. Corres riesgos, me ayudas a correr riesgos y me retas a probar cosas nuevas y emocionantes, a superarme cuando yo creo que no puedo. Tú sigues haciendo tu trabajo todos los días aunque te cueste una lucha. Eres bueno e inteligente. Ayudas a la gente y me haces reír y… eres todo lo que quiero.

—Bella… —Edward se dejó caer de rodillas.

Ella recordó entonces a la multitud que observaba a aquel hombre que había luchado toda su vida por su orgullo. Recordó que la gente había dicho que se había caído varias veces por ir en su busca. Le sangraba una mano. A aquel hombre que era tan luchador que nunca cedía a la debilidad, aquel hombre al que amaba…

¿Se había golpeado algo más que la mano? ¿La cabeza?

—Edward, ¿qué sucede? ¿Estás herido? Déjame verte la mano —se dejó caer de rodillas a su lado y le tomó la mano.

Él volvió la cabeza hasta que quedaron nariz con nariz.

—Bella —susurró; ignoró a los espectadores y le besó el cuello—. Estás estropeando mi proposición.

Alguien soltó una risita al fondo, pero a Bella no le importó. Parpadeó y apretó con tal fuerza la mano de Edward que él hizo una mueca.

—¿Qué? —susurró ella.

Él le sonrió y a ella se le derritió el corazón.

—Has dicho que me amas —dijo él.

—Sí.

—Y yo te he dicho que eres la única mujer a la que he amado.

—Creía que querías despedirme sin partirme demasiado el corazón. Sé que te sentirías culpable si creyeras que me habías hecho daño —repuso ella.

Él le acarició la mejilla con solemnidad.

—Prefiero hacerme daño a mí mismo a hacértelo a ti. Tú eres lo más precioso del mundo para mí. Pero no te diría que te amo si no fuera cierto —la besó con gentileza—. ¿Quieres casarte conmigo, Bella? ¿Quedarte tanto como puedas?

Ella frunció el ceño.

—¿Tanto como pueda?

—No sé cómo acabaré yo ni cuáles serán las dificultades. Podrías cambiar de idea.

—Edward —Bella le dio un golpe en el brazo y frunció el ceño—. O me lo pides para siempre o no me lo pidas —cruzó los brazos bajo el pecho.

La multitud aplaudió y vitoreó.

Edward no hizo caso. Su sonrisa era mágica. Derretía completamente los miedos de ella. Bella sentía el corazón henchido y no pudo evitar sonreírle.

Él le tomó la mano y la hizo levantarse para quedar arrodillado ante ella.

—Bella, mi primer y único amor, ¿quieres ser mi esposa y la madre de los hijos que adoptemos pase lo que pase?

Ella tiró de la mano de él hasta que estuvo de pie a su lado.

—Intenta librarte de mí —susurró—. Seré tu esposa, tu compañera y tu amante.

—Yo te construiré tu colegio —le prometió él, abrazándola.

—Y yo seré tus ojos —susurró ella sólo para él—. Tú serás mi… todo.

Edward la estrechó contra sí.

—¿Quién iba a saber que lo que yo consideraba la mayor tragedia de mi vida me traería mi mayor alegría? Bienvenida a casa, amor mío. Siento mucho haber estropeado nuestro primer beso hace años. Estaba ciego.

Ella se echó a reír.

—Así es, Edward. Puedes besarme ahora. Puedes besarme eternamente.

—¡Qué idea tan fantástica! —él deslizó los dedos en su pelo y la besó en la boca.

—¿Bella? —preguntó, cuando tuvo que buscar aire.

—¿Sí?

—¿Sabes lo que veo cuando te beso?

—Dímelo —susurró ella en sus labios.

—Veo el futuro y es hermoso.

—Me va a encantar estar casada contigo —dijo ella.

Edward soltó un grito de victoria y la tomó en sus brazos.

—Necesitamos música, Tyler. Dile a la orquesta que salga para que podamos bailar todos bajo las estrellas. Y dile al chófer que puede irse a casa con su mujer, que no lo necesitamos. Ella se queda. Es mía.

Se volvió a los invitados.

—Espero que nos ayuden a celebrar el anuncio de nuestro compromiso.

La multitud los vitoreó.

—Vosotros dos sí que sabéis dar una conferencia de prensa —comentó Aro—. De las que a mí me gustan.

Los dos se echaron a reír y le dieron las gracias.

—¿Verdad que hacen buena pareja? —oyó Bella que decía una mujer. Le pareció la voz de Lillian.

—Supongo que ella tiene lo que él lleva toda la vida buscando —contestó la voz inconfundible de Tanya.

Edward se echó a reír.

—Tiene razón —susurró a Bella—. No lo vi inmediatamente, pero ahora está muy claro.

Bella se puso de puntillas y lo besó cuando la orquesta empezaba a tocar.

—Me alegro mucho de que Rosalie me enviara aquí.

—Esa mujer es una joya —asintió él—. Tendremos que ponerle su nombre a nuestra primera hija.

Bella sonrió y empezó a bailar con él. Su corazón había vuelto a casa por fin.


FIN



Bueno mis amores, el final de esta historia ya esta ... ahora solo queda el epilogo... nos vemos la semana que viene
Besotes Ebys
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Mensaje por Nejix 23/3/2011, 6:32 am

ahhhhh que emocion me encanto estuvo super emotivo casi llore !!! gracias Ebys
besos

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Mensaje por Alissa 23/3/2011, 10:30 am

ay es hermoso!!!!!!!!!!!!!!!!! me enkantooo!!!! :) lo leeria otra vez!! jaja "UN MILAGRO PARA EL MILLONARIO" (COMPLETO) - Página 2 426992
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Mensaje por Ebys Cullen 23/3/2011, 10:58 am

Nejix escribió:ahhhhh que emocion me encanto estuvo super emotivo casi llore !!! gracias Ebys
besos

Gracias hermosa Nejix... pero te cuento algo yo la primera vez que la lei llore. ja ja ja...


Última edición por Ebys Cullen el 23/3/2011, 11:04 am, editado 1 vez
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